Lo maravilloso y lo sobrenatural

 






Lo maravilloso y lo sobrenatural







Si la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones fuese una concepción aislada, producto de un sistema, podría, con aparente razón, ser atribuida a una ilusión; que nos digan entonces por qué se la encuentra tan viva entre todos los pueblos, antiguos y modernos, y en los libros sagrados de todas las religiones conocidas. Algunos críticos dicen que eso se debe a que en todas las épocas el hombre ha sido aficionado a lo maravilloso. –Pero ¿qué es para vosotros lo maravilloso? –«Lo que es sobrenatural». –¿Qué entendéis por sobrenatural? –«Lo que es contrario a las leyes de la Naturaleza». –¿Conocéis, pues, tan perfectamente esas leyes que os es posible poner un límite al poder de Dios? ¡Pues bien! Entonces probad que la existencia de los Espíritus y de sus manifestaciones es contraria a las leyes de la Naturaleza; que no es ni puede ser una de esas leyes. Estudiad la Doctrina Espírita y veréis que se eslabona con todos los caracteres de una admirable ley. El pensamiento es uno de los atributos del Espíritu; la posibilidad que éste tiene de actuar sobre la materia, de impresionar nuestros sentidos y, por consecuencia, de transmitirnos su pensamiento proviene –si así podemos expresarnos– de su constitución fisiológica: por lo tanto, en este hecho no hay nada de sobrenatural ni de maravilloso.

Entretanto –dirán–, vosotros admitís que un Espíritu pueda levantar una mesa y mantenerla suspendida en el espacio sin un punto de apoyo; ¿no es esto una derogación de la ley de gravedad? –De la ley conocida, sí; pero la Naturaleza ¿ha dicho su última palabra? Antes de que se hicieran experimentos con la fuerza ascensional de ciertos gases, ¿quién hubiera dicho que una máquina pesada, cargada con varias personas, podría vencer la fuerza de atracción? A los ojos del vulgo, ¿esto no le parecería algo maravilloso o diabólico? Aquel que un siglo atrás se hubiera propuesto a transmitir un telegrama a 500 leguas de distancia, y a recibir la respuesta en algunos minutos, habría sido tenido por loco. Si lo hubiese conseguido, todos habrían creído que el diablo estaba a sus órdenes, porque por entonces sólo el diablo era considerado capaz de andar tan de prisa. ¿Por qué, pues, un fluido desconocido no podría tener, en determinadas circunstancias, la propiedad de contrabalancear el efecto de la gravedad, así como el hidrógeno contrabalancea el peso del globo aerostático? De paso, observemos que esta es una comparación y no una equiparación, y únicamente la hacemos para mostrar, por analogía, que el hecho no es físicamente imposible. Ahora bien, al observar esa especie de fenómenos, los científicos se equivocaron justamente cuando quisieron proceder en términos de equiparación. Además, el hecho está ahí, y no hay negación alguna que pueda hacer que él deje de existir, porque negar no es probar. Para nosotros, no hay nada de sobrenatural: es todo lo que podemos decir por el momento.

Si el hecho está comprobado –dirán–, lo aceptamos; incluso aceptamos la causa que acabáis de señalar: la de un fluido desconocido. Pero ¿quién prueba la intervención de los Espíritus? He aquí lo maravilloso, lo sobrenatural.

En este caso haría falta una demostración completa, que no es posible hacer aquí y que, por otra parte, sería una repetición, porque resalta de todas las otras partes de la enseñanza. Sin embargo, para resumirla en pocas palabras, diremos que, desde el punto de vista teórico, la intervención de los Espíritus se basa en el siguiente principio: todo efecto inteligente debe tener una causa inteligente; y desde el punto de vista práctico, se basa en la observación de que los fenómenos llamados espíritas, al haber dado pruebas de inteligencia, debían tener una causa inteligente más allá de la materia. Más aún, que esa inteligencia, al no ser la de los asistentes –cosa que la experiencia ha demostrado–, debía ser ajena a ellos; puesto que no se veía al ser en acción, debía tratarse por lo tanto de un ser invisible. Así, de observación en observación, se llegó a reconocer que este ser invisible, al que se ha dado el nombre de Espíritu, no es otro sino el alma de los que han vivido corporalmente, a quienes la muerte ha despojado de su grosera envoltura visible, dejándoles una envoltura etérea, que en su estado normal es invisible. Por lo tanto, he aquí lo maravilloso y lo sobrenatural reducidos a su más simple expresión. Una vez comprobada la existencia de seres invisibles, su acción sobre la materia resulta de la naturaleza de su envoltura fluídica; esta acción es inteligente, porque al morir sólo perdieron su cuerpo, pero han conservado la inteligencia, que es su esencia: ahí se encuentra la clave de todos esos fenómenos que erróneamente son considerados sobrenaturales. Por lo tanto, la existencia de los Espíritus no es, de manera alguna, un sistema preconcebido, una hipótesis imaginada para explicar los hechos; es el resultado de observaciones y la consecuencia natural de la existencia del alma; negar esta causa, es negar el alma y sus atributos. Los que crean que pueden hallar una solución más racional para esos efectos inteligentes, sobre todo teniendo en cuenta la razón de todos los hechos, tengan la bondad de hacerlo, y entonces podremos discutir el mérito de cada opinión.

Los que consideran que la materia es el único poder de la Naturaleza piensan que todo lo que no puede ser explicado mediante las leyes de la materia es maravilloso o sobrenatural; ahora bien, maravilloso es sinónimo de superstición. Si fuese así, la religión, que está basada en la existencia de un principio inmaterial, constituiría una serie de supersticiones; no se atreven a manifestarlo en voz alta, pero lo dicen por lo bajo, y creen que salvan las apariencias al conceder que hace falta una religión para el pueblo y para que los niños se porten bien. Una de dos: el principio religioso es verdadero, o es falso. Si es verdadero, lo es para todo el mundo. Si es falso, no es mejor para los ignorantes que para las personas ilustradas.

Por lo tanto, los que atacan al Espiritismo en nombre de lo maravilloso se apoyan, por lo general, en el principio materialista, ya que al negar todo efecto extra material niegan, por eso mismo, la existencia del alma; sondead el fondo de su pensamiento, examinad bien el sentido de sus palabras y veréis casi siempre ese principio, si no categóricamente formulado, al menos cubierto bajo las apariencias de una pretendida filosofía racional. Si abordáis decididamente la cuestión al preguntarles si creen que tienen un alma, tal vez no se atrevan a decir que no, pero responderán que nada saben al respecto o que no están seguros. Al atribuir a lo maravilloso todo lo derivado de la existencia del alma, son, pues, consecuentes consigo mismos; al no admitir la causa, no pueden admitir sus efectos. De ahí que sustenten una opinión preconcebida, que los vuelve incompetentes para juzgar sanamente al Espiritismo, porque parten del principio de la negación de todo lo que no sea material. En cuanto a nosotros, el hecho de que admitamos los efectos que son la consecuencia de la existencia del alma, ¿implica que aceptemos todos los hechos calificados de maravillosos, que seamos los paladines de todos los soñadores, los adeptos de todas las utopías y de todas las excentricidades sistemáticas? Pensar de ese modo sería conocer muy poco al Espiritismo; pero nuestros adversarios no lo tienen en cuenta: la necesidad de conocer aquello que hablan es la menor de sus preocupaciones. Según ellos, lo maravilloso es absurdo; ahora bien, como piensan que el Espiritismo se apoya en hechos maravillosos, llegan a la conclusión de que el Espiritismo es absurdo: esto es para ellos un juicio inapelable. Creen que oponen un argumento sin réplica porque, después de haber realizado eruditas investigaciones acerca de los Convulsionarios de Saint-Médard, de los Camisardos de las Cevenas o de las religiosas de Loudun, han llegado a descubrir hechos patentes de superchería, que nadie refuta; pero esas historias ¿son el Evangelio del Espiritismo? ¿Sus adeptos han negado que el charlatanismo haya explotado ciertos hechos en su propio beneficio, que la imaginación los haya creído y que el fanatismo los haya exagerado? El Espiritismo no se solidariza con las extravagancias que se cometen en su nombre, así como la verdadera Ciencia no es solidaria con los abusos de la ignorancia, ni la verdadera religión para con los excesos del fanatismo. Muchos críticos sólo juzgan al Espiritismo a partir de los cuentos de hadas y de las leyendas populares que constituyen sus ficciones; es como si se quisiera juzgar la Historia sobre la base de las novelas históricas o del género trágico.

Por lógica elemental, para discutirse una cosa es preciso conocerla, porque la opinión de un crítico sólo tiene valor cuando éste habla con perfecto conocimiento de causa. Únicamente entonces su opinión –aunque sea errónea– puede ser tomada en cuenta. Pero ¿qué peso podrá tener la misma cuando se refiere a un asunto que él ignora? El verdadero crítico debe dar pruebas, no sólo de erudición, sino de un saber profundo para con el objeto en examen, así como de un sano juicio y de una imparcialidad a toda prueba, pues de lo contrario el primer músico ambulante que llegase podría arrogarse el derecho de juzgar a Rossini, y un pintor sin talento el de censurar a Rafael.

Por lo tanto, el Espiritismo no acepta, de forma alguna, todos los hechos considerados maravillosos o sobrenaturales; lejos de eso, Él demuestra la imposibilidad de gran número de ellos y lo ridículo de ciertas creencias que –hablando con propiedad– constituyen lo que se denomina supersticiones. Ciertamente que, en lo que admite, hay cosas que para los incrédulos pertenecen a lo puramente maravilloso o, dicho de otro modo, a la superstición; es posible. Pero discutid tan sólo estos puntos, porque sobre los otros no hay nada que decir y estáis predicando en vano. Pero –nos preguntarán–, ¿hasta dónde llega la creencia del Espiritismo? Leed, observad y lo sabréis. Toda Ciencia se adquiere solamente con tiempo y estudio; ahora bien, el Espiritismo, que toca las más graves cuestiones de la filosofía y todas las ramas del orden social, que abarca a la vez al hombre físico y al hombre moral, constituye de por sí toda una ciencia, toda una filosofía que no pueden ser aprendidas en unas pocas horas, como tampoco lo permite ninguna otra Ciencia; sería tan pueril ver todo el Espiritismo en una mesa giratoria, como ver toda la Física en ciertos juegos para niños. El que no quiera detenerse en la superficie, no son horas, sino meses y años que son necesarios para sondear todos sus enigmas. ¡Que por esto se deduzca el grado de saber y el valor de la opinión de aquellos que se asignan el derecho de juzgar, porque han visto una o dos experiencias, casi siempre a modo de distracción y pasatiempo! Sin duda, ellos dirán que no disponen de tiempo necesario para esos estudios: es posible, ya que nada los obliga a ello; pero entonces, quien no tiene tiempo para aprender una materia, debe abstenerse de hablar sobre ella, y menos todavía emitir un juicio a su respecto, si no quiere ser acusado de ligereza. Ahora bien, cuanto más elevada sea la posición que se ocupe en la Ciencia, tanto menos excusable será tratar superficialmente un tema que no se conoce. Resumimos lo expuesto en las siguientes proposiciones:

1ª) Todos los fenómenos espíritas tienen por principio la existencia del alma, su supervivencia al cuerpo, y sus manifestaciones;

2ª) Con base en una ley de la Naturaleza, esos fenómenos nada tienen de maravilloso ni de sobrenatural, en el sentido vulgar de estas palabras;

3ª) Muchos de los hechos son considerados sobrenaturales porque no se conoce su causa. Al atribuirles una causa, el Espiritismo los hace entrar en el dominio de los fenómenos naturales;

4ª) Entre los hechos calificados de sobrenaturales, hay muchos cuya imposibilidad el Espiritismo demuestra, y los incluye en la categoría de las creencias supersticiosas;

5ª) Aunque el Espiritismo reconoce un fondo de verdad en muchas de las creencias populares, no acepta de modo alguno las historias fantásticas creadas por la imaginación;

6ª) Juzgar al Espiritismo por los hechos que no admite es dar prueba de ignorancia y es emitir una opinión sin valor;

7ª) La explicación de los hechos que el Espiritismo admite, así como la de sus causas y sus consecuencias morales, constituyen una verdadera ciencia que requiere un estudio serio, perseverante y profundo;

8ª) El Espiritismo sólo puede considerar como crítico serio a aquel que todo lo haya visto y que todo lo haya estudiado con la paciencia y la perseverancia de un observador concienzudo; que sepa sobre ese asunto tanto como el más esclarecido adepto; que, por consecuencia, no haya obtenido sus conocimientos en las novelas científicas; aquel a quien no se podría oponer ningún hecho que desconozca, ni argumento alguno que no haya meditado; el que refute, no por negaciones, sino con otros argumentos más perentorios; en fin, que pueda atribuir una causa más lógica a los hechos comprobados. Este crítico está aún por aparecer.

No es preciso decir que los que denigran lo maravilloso relegan –con más fuerte razón– los milagros a la categoría de quimeras de la imaginación. Algunas palabras al respecto, aunque extraídas de un artículo anterior, encuentran aquí su lugar natural, y no será inútil recordarlas.

En su acepción primitiva, y por su etimología, la palabra milagro significa cosa extraordinaria, cosa admirable de ver; pero esta palabra, como tantas otras, se ha alejado de su sentido original, y hoy se dice (según la Academia) de un acto del poder divino, contrario a las leyes comunes de la Naturaleza. En efecto, tal es su acepción usual, y sólo por comparación y por metáfora es que se aplica a las cosas vulgares que nos sorprenden y cuya razón es desconocida. De manera alguna tenemos el propósito de examinar si Dios ha juzgado útil, en ciertas circunstancias, derogar las leyes establecidas por Él mismo: nuestro objetivo es únicamente demostrar que los fenómenos espíritas, por más extraordinarios que sean, de ningún modo derogan esas leyes, ni tienen un carácter milagroso, como tampoco son maravillosos o sobrenaturales. El milagro no se explica; los fenómenos espíritas, al contrario, se explican de la manera más racional. Por lo tanto, no son milagros, sino simples efectos que tienen su razón de ser en las leyes generales. El milagro tiene aún otro carácter: el de ser insólito y aislado. Ahora bien, desde el momento en que un hecho se reproduce –por así decirlo– a voluntad y por diversas personas, no puede ser un milagro.

A los ojos de los ignorantes, la Ciencia hace milagros todos los días: he aquí por qué aquellos que en otros tiempos sabían más que el vulgo eran considerados hechiceros; y como se creía que toda Ciencia sobrehumana venía del diablo, ellos eran quemados. Hoy, que se está mucho más civilizado, se contenta con mandarlos a los manicomios.

Si un hombre realmente muerto fuere llamado a la vida por una intervención divina, eso sería un verdadero milagro, porque es un hecho contrario a las leyes de la Naturaleza. Pero si este hombre solamente tuviere las apariencias de la muerte, si todavía hay en él un resto de vitalidad latente, y la Ciencia o una acción magnética consigue reanimarlo, para las personas esclarecidas habrá sucedido un simple fenómeno natural, pero a los ojos del vulgo ignorante, el hecho será considerado milagroso. Si en medio de un campo un físico arroja al aire un barrilete con punta metálica, haciendo que un rayo caiga sobre un árbol, ese nuevo Prometeo será ciertamente considerado como dotado de un poder diabólico. Pero si Josué detuviera el movimiento del Sol, o más bien el de la Tierra, ahí sí que tendríamos un verdadero milagro, porque no conocemos a ningún magnetizador que esté dotado de un poder tan grande como para realizar semejante prodigio. De todos los fenómenos espíritas, uno de los más extraordinarios es, indiscutiblemente, el de la escritura directa, y uno de los que demuestran de la manera más patente la acción de las inteligencias ocultas; pero por el hecho del fenómeno ser producido por seres ocultos, no es más milagroso que todos los otros fenómenos que son debidos a agentes invisibles, porque esos seres ocultos que pueblan los espacios son una de las fuerzas de la Naturaleza, fuerza cuya acción es incesante sobre el mundo material, así como sobre el mundo moral.

El Espiritismo, al esclarecernos sobre esta fuerza, nos da la clave de una multitud de cosas inexplicadas e inexplicables por cualquier otro medio, y que en tiempos remotos han sido considerados prodigios; del mismo modo que el Magnetismo, el Espiritismo revela una ley, que si no es desconocida, por lo menos es mal comprendida; o, dicho de otra manera, se conocían los efectos –porque se producían en todos los tiempos–, pero no se conocía la ley, y ha sido la ignorancia de esta ley que ha engendrado la superstición. Al ser conocida esta ley, lo maravilloso cesa y los fenómenos entran en el orden de las cosas naturales. He aquí por qué los espíritas no producen milagros cuando hacen girar una mesa o cuando los muertos escriben, de la misma forma que el médico no lo hace cuando revive a un moribundo, o el físico cuando hace caer un rayo. Aquel que pretendiese, con la ayuda de esta ciencia, hacer milagros, sería un ignorante de la cuestión o un embaucador.

Los fenómenos espíritas, así como los fenómenos magnéticos, antes que se conociera su causa, han sido considerados prodigios; ahora bien, al igual que los escépticos, los engreídos, es decir, aquellos que –según ellos– tienen el privilegio exclusivo de la razón y del buen sentido, no creen que una cosa sea posible si no la comprenden, y es por eso que todos los hechos considerados como prodigiosos son objeto de sus escarnios; como la religión contiene un gran número de hechos de ese género, no creen en la religión. De ahí a la incredulidad absoluta hay sólo un paso. Al explicar la mayoría de esos hechos, el Espiritismo les da una razón de ser; por lo tanto, Él viene en ayuda de la religión, al demostrar la posibilidad de ciertos hechos que, por no tener más carácter milagroso, no por esto son menos extraordinarios, y Dios no es menor ni menos poderoso por no haber derogado sus leyes. ¿De cuántas burlas no fueron objeto las levitaciones de san Cupertino? Ahora bien, la suspensión etérea de los cuerpos pesados es un hecho demostrado y explicado por el Espiritismo; nosotros mismo hemos sido personalmente testigo ocular de esto, y el Sr. Home, así como otras personas de nuestro conocimiento, han repetido en varias ocasiones el fenómeno producido por san Cupertino. Por lo tanto, ese fenómeno entra en el orden de las cosas naturales.

Al número de los hechos de este género, es preciso colocar en primera línea las apariciones, por ser las más frecuentes. La aparición de La Salette(1), que incluso divide al propio clero, nada tiene de insólita para nosotros. Ciertamente no podemos afirmar que el hecho ha tenido lugar, porque no tenemos la prueba material de este; pero, para nosotros, él es posible, teniendo en cuenta que millares de hechos análogos recientes son de nuestro conocimiento; creemos en ellos no sólo porque su realidad ha sido constatada por nosotros, sino sobre todo porque comprendemos perfectamente la manera por la cual se producen. Téngase a bien remitirse a la teoría que hemos dado sobre las apariciones, y se verá que este fenómeno se vuelve tan simple y plausible como una multitud de fenómenos físicos que solamente son considerados prodigiosos hasta que se les encuentre la clave. En cuanto al personaje que se ha presentado en La Salette, esta es otra cuestión: de modo alguno su identidad está demostrada; constatamos solamente que una aparición puede haber tenido lugar; lo restante no es de nuestra competencia; por lo tanto, que cada uno guarde sus convicciones al respecto, pues el Espiritismo no tiene que ocuparse con eso; nosotros sólo decimos que los hechos producidos por el Espiritismo nos revelan leyes nuevas y nos dan la clave de una multitud de cosas que parecían sobrenaturales. Si algunos de los que eran considerados milagrosos encuentran en la Doctrina Espírita una explicación lógica, es un motivo para no apresurarse más en negar lo que no se comprende.

(1) El autor se refiere a la aparición de la madre de Jesús, en la región francesa de La Salette-Fallavaux, el 19 septiembre de 1846.

Los hechos del Espiritismo son discutidos por ciertas personas, precisamente porque los mismos parecen salir de la ley común y porque no se los entiende. Dadles una base racional, y la duda cesará. Por lo tanto, la explicación, en este siglo en que no se contentan sólo con las palabras, es un poderoso motivo de convicción; también vemos todos los días a personas que no han sido testigos de ningún hecho, que no han visto una mesa girar ni un médium escribir, y que se hallan tan convencidas como nosotros, únicamente porque ellas han leído y comprendido. Si uno debiese creer solamente en lo que ha visto con sus ojos, nuestras convicciones se reducirían a muy poca cosa.


Bibliografía:
El libro de los Médiums de Allan Kardec (Nociones preliminares – Capítulo II)
Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos – 1860


AMOR, CARIDAD y TRABAJO








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