ÁNGELES y DEMONIOS
¿Existen ángeles y demonios?
La Doctrina Espírita tiene como pauta principal la fe razonada, ya que su codificador, Allan Kardec, era un científico.
Al principio incrédulo, Kardec quiso poner a prueba los conceptos que estaban siendo diseminados. Eso nos lleva rápidamente al hecho de que la idea de ángeles y demonios parece irreal. Además de eso, siendo Dios “soberanamente justo y bueno”, no parece coherente que Él cree seres más o menos evolucionados. Por tanto, para la Doctrina Espírita, no hay ángeles y demonios, sino Espíritus que tienen características morales compatibles con la descripción de estas criaturas. En otras palabras, hay seres que avanzaron en su jornada evolutiva y tienen las virtudes de «ángeles», así como seres en niveles inferiores de conciencia, pareciéndose a los «demonios».
Sin embargo, vale la pena resaltar que el Espíritu que insiste en el error no está condenado al sufrimiento y al mal eterno. Esto se debe a que todos tienen la oportunidad de elevar su conducta y dejarse apoyar por los benefactores.
¿Cuál es el origen de la creencia en los demonios?
La creencia en los demonios no es de carácter contemporáneo. En el siglo VI a.C. ya existían relatos de un ser llamado Arima, que sería el príncipe de las tinieblas. Sin embargo, en el Antiguo Testamento, el demonio aún no tenía esa denominación macabra. Él era visto como una criatura concebida con el fin de hacer que los hombres paguen por los pecados que cometían contra Dios.
Los demonios, según la Iglesia
De acuerdo con la Iglesia, el demonio, al principio, era un ángel que tenía mucho poder, siendo el preferido de Dios. Sin embargo, esta criatura cuestionó el hecho de nunca obtener el mismo conocimiento y poder de Dios. Así, se rebeló contra el creador que, como castigo, lo expulsó del Cielo y lo condenó a vivir eternamente en un lugar sumamente sucio e incómodo, conocido como Infierno. Desde entonces, el demonio intentaría alcanzar a Dios, desviando a los hombres del camino del bien y haciendo que sufran. Además de eso, la Iglesia se ampara en ese discurso para obtener la obediencia del fiel que, con miedo de acabar destinado al sufrimiento eterno al lado del demonio, opta por seguir los mandamientos de Dios.
Los demonios según el espiritismo
Según el espiritismo, ni los ángeles ni los demonios son seres aparte, puesto que la creación de seres inteligentes es sólo una. Unidos a cuerpos materiales, esos seres constituyen la humanidad que puebla la Tierra y los demás planetas habitados. Cuando se desprenden de esos cuerpos, constituyen el mundo espiritual o de los Espíritus, que pueblan los espacios. Dios los creó perfectibles y les puso como meta la perfección, junto con la felicidad que es consecuencia de ella, pero no les dio la perfección. Quiso que la obtuviesen por su propio esfuerzo, a fin de que tuvieran ese mérito. A partir del momento de su creación, los seres progresan, ya sea en el estado de encarnación o en el estado espiritual. Al llegar a su apogeo, se convierten en Espíritus puros o ángeles, según la expresión vulgar; de manera que, a partir del embrión del ser inteligente hasta el ángel, existe una cadena ininterrumpida, en la que cada uno de los eslabones indica un grado de progreso.
De ahí resulta que existen Espíritus en todos los grados de adelanto moral e intelectual, de conformidad con la posición que ocupan en la escala del progreso. Por consiguiente, los hay en todos los grados de saber y de ignorancia, de bondad y de maldad. En las categorías inferiores se destacan los Espíritus que todavía son muy propensos al mal, y que se complacen en él. A estos se los puede denominar demonios, si así se quiere, pues son capaces de todas las maldades que se atribuyen a estos últimos. El espiritismo no les da ese nombre, porque el término demonio se asocia a la idea de un ser distinto de los del género humano, y cuya naturaleza es esencialmente perversa, consagrados eternamente al mal e incapaces de progresar hacia el bien.
Según la doctrina de la Iglesia, los demonios fueron creados buenos, y se convirtieron en malvados por su desobediencia: son ángeles caídos, que al principio habían sido colocados por Dios al tope de la escala, de donde descendieron. Según el espiritismo, se trata de Espíritus imperfectos, pero que mejorarán. Aún se encuentran en la base de la escala, pero un día ascenderán.
Los Espíritus que por su desidia, negligencia, obstinación y mala voluntad permanecen más tiempo en las categorías inferiores, sufren las consecuencias de esa actitud, y el hábito del mal les hace más difícil salir de ahí. No obstante, tarde o temprano llega el día en que se cansan de esa existencia penosa y de los padecimientos que son su consecuencia. Comparan su situación con la de los Espíritus buenos y comprenden que su provecho reside en el bien. Entonces, procuran mejorar por un acto de espontánea voluntad, sin que se los obligue. Aunque se hallan sometidos a la ley general del progreso, en virtud de que son aptos para progresar, no lo hacen contra su voluntad. Dios les proporciona incesantemente los medios, pero ellos son libres para aceptarlos o rechazarlos. Si el progreso fuese obligatorio, no existiría mérito alguno, y Dios quiere que todos tengan el mérito de sus propias obras. Nadie es colocado en la primera categoría por privilegio, pero esa categoría es accesible a todos, y nadie la alcanza sin su propio esfuerzo. Los ángeles más elevados han conquistado su jerarquía pasando, como los demás, por el camino común.
Cuando han llegado a cierto grado de purificación, los Espíritus reciben misiones adecuadas a su progreso. Desempeñan de ese modo las funciones atribuidas a los ángeles de los diferentes órdenes. Por otra parte, puesto que Dios crea eternamente, se concluye que eternamente hubo seres suficientes para satisfacer todas las necesidades del gobierno del universo, desde que los primeros alcanzaron la perfección. Así pues, una sola especie de seres inteligentes, sometida a la ley del progreso, basta para todo. Esa unidad en la creación, sumada a la idea de un origen común, con el mismo punto de partida y el mismo camino a recorrer, en el que los seres se elevan por su propio mérito, responde mucho mejor a la justicia de Dios que la creación de especies diferentes, más o menos favorecidas con dones naturales, que constituirían otros tantos privilegios.
Puesto que la doctrina vulgar sobre la naturaleza de los ángeles, los demonios y las almas humanas no admite la ley del progreso, pero considera que existen seres de diversos grados, concluye que estos son el producto de otras tantas creaciones especiales. De ese modo, llega a hacer de Dios un padre parcial, que a algunos de sus hijos les concede todo, e impone a los otros el más arduo trabajo. No es para sorprenderse que durante mucho tiempo los hombres no hayan visto nada chocante en esas preferencias, ya que ellos procedían del mismo modo en relación con sus propios hijos, al establecer los derechos de primogenitura y otros privilegios de nacimiento. ¿Podían esos hombres suponer que se equivocaban más que Dios? Hoy, en cambio, se ha ampliado el círculo de las ideas. El hombre ve con más claridad y tiene nociones más precisas de la justicia. Como la desea para sí, y no siempre la encuentra en la Tierra, desea al menos hallarla más perfecta en el Cielo. Por ese motivo, su razón rechaza toda y cualquier doctrina en la que la justicia divina no se le presente en la plenitud de su pureza.
¿Cuál es el origen de la creencia en los ángeles?
El relato más antiguo que se tiene sobre los ángeles data del año 4000 a.C., en la ciudad de Ur, en el Oriente Medio. Tales narrativas siempre colocaron a los ángeles como criaturas extremadamente poderosas, que hacen milagros, asisten, generan reflejos positivos, protegen y son capaces de mejorar la vida y hacer que las personas se tornen benevolentes. Estas historias son encontradas en el Antiguo Testamento y fueron incorporadas al pensamiento contemporáneo, con relatos aún más vívidos en el Nuevo Testamento.
Los ángeles, según la Iglesia
De acuerdo con la Iglesia, Dios creó la misma cantidad de hombres y ángeles. Los ángeles serían criaturas espirituales responsables de llevar los mensajes de los hombres a Dios y de Dios a los hombres, como mensajeros. Además de eso, ellos son inmortales, no presentan la capacidad de reproducción, no pasan por el proceso de nacimiento, no tienen peso ni altura.
Los ángeles según el espiritismo
No se puede poner en duda la existencia de seres dotados de todas las cualidades atribuidas a los ángeles. En ese punto la revelación espírita confirma la creencia de todos los pueblos, pero también nos da a conocer el origen y la naturaleza de esos seres. Los Espíritus, también denominados almas, son creados simples e ignorantes, es decir, sin conocimientos ni conciencia del bien y del mal, pero aptos para conseguir lo que les falta. El trabajo es el medio para sus logros, y el objetivo, que es la perfección, es común a todos. Lo alcanzan con relativa rapidez en virtud de su libre albedrío y en razón directa de sus esfuerzos. Todos deben trasponer los mismos peldaños y completar el mismo trabajo. Dios no favorece más a unos que a otros, ya que todos son sus hijos y, puesto que es justo, no tiene preferencia por ninguno. Él les dice: “Esta es la ley que debe constituir vuestra regla de conducta; sólo ella os puede conducir a vuestra meta; todo lo que está conforme con ella, es el bien; todo lo que es contrario a ella, es el mal. Tenéis plena libertad para observar o infringir esta ley, y de esa manera seréis los artífices de vuestro propio destino”. Por consiguiente, Dios no creó el mal; todas sus leyes están orientadas hacia el bien; el hombre es quien creó el mal al transgredir las leyes divinas, pues si las observara escrupulosamente nunca se desviaría del camino del bien.
Pero sucede que el alma, en las primeras fases de su existencia, es como un niño, es decir, carece de experiencia, y por lo tanto es falible. Dios no le da la experiencia, sino que le concede los medios para adquirirla. Cada paso en falso en el camino del mal constituye un atraso para el alma, que sufre las consecuencias y de ese modo aprende a costa de sí misma lo que debe evitar. Así, poco a poco, se desarrolla, se perfecciona y avanza en la jerarquía espiritual, hasta que llega al estado de Espíritu puro o ángel. Los ángeles son, pues, las almas de los hombres que alcanzaron el máximo grado de perfección que admite la criatura, y que en su plenitud gozan de la felicidad prometida. No obstante, antes de que alcancen el grado supremo, gozan de una dicha relativa a su adelanto, pero esa dicha no consiste en la ociosidad, sino en el desempeño de las funciones que Dios les encomienda, y por cuyo cumplimiento se sienten dichosos, visto que esas ocupaciones representan para ellos un medio de progreso.
La humanidad no está circunscripta a la Tierra: habita en los innumerables mundos que giran en el espacio. Ya habitó en los mundos que desaparecieron, y habitará en los que habrán de formarse. Dios crea eternamente y nunca deja de crear. Mucho antes de que la Tierra existiese, y por más remota que imaginemos su creación, ya había otros mundos en los que los Espíritus encarnados recorrían las mismas etapas que nosotros –Espíritus de formación más reciente– recorremos ahora, y que alcanzaron la meta incluso antes de que nosotros saliéramos de las manos del Creador. Así pues, los ángeles o Espíritus puros existen desde toda la eternidad. Dado que su existencia humana se pierde en la infinitud del pasado, para nosotros es como si siempre hubiesen sido ángeles.
Se realiza así la gran ley de unidad de la creación. Dios nunca estuvo inactivo: siempre contó con Espíritus puros, experimentados y esclarecidos, para que transmitan sus órdenes y dirijan todos los sectores del universo, desde el gobierno de los mundos hasta los más ínfimos detalles. No tuvo, pues, necesidad de crear seres privilegiados y exentos de obligaciones. Todos, antiguos y nuevos, han conquistado sus posiciones mediante la lucha y por su propio mérito. Todos, en fin, son hijos de sus obras. De ese modo también se cumple la soberana justicia de Dios.
Las comunicaciones de Dios con los ángeles, y las de estos entre sí, no se realizan, como en el caso de los hombres, mediante sonidos articulados y otras señales ostensibles. Las inteligencias puras no necesitan ojos para ver, ni oídos para oír; tampoco poseen el órgano de la voz para manifestar sus pensamientos. Ese intermediario habitual en nuestras conversaciones no les es necesario, pues comunican sus sentimientos de un modo peculiar, que es absolutamente espiritual. Les basta con desearlo para comprenderse.
Bibliografía:
El Cielo y el Infierno de Allan Kardec
https://conteudoespirita.com/es/angeles-y-demonios/
AMOR, CARIDAD y TABAJO
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