Perfección moral








PERFECCIÓN MORAL







Las virtudes y los vicios

893. ¿Cuál es la más meritoria de las virtudes?
“Todas las virtudes tienen su mérito, porque todas son signos de progreso en el camino del bien. Hay virtud cada vez que existe una resistencia voluntaria a las incitaciones de las malas tendencias. Con todo, lo sublime de la virtud consiste en el sacrificio del interés personal por el bien del prójimo, sin segundas intenciones. La virtud más meritoria es la que se basa en la más desinteresada caridad.”


894. Hay personas que hacen el bien por un impulso espontáneo, sin que tengan que vencer ningún sentimiento contrario. ¿Poseen ellas tanto mérito como las que tienen que luchar contra su propia naturaleza y la dominan?
“Las que no tienen que luchar es porque en ellas el progreso ya se llevó a cabo. Lucharon anteriormente y triunfaron. Por eso, los buenos sentimientos no les cuestan ningún esfuerzo y sus acciones les resultan absolutamente naturales. Para ellas, el bien se ha convertido en un hábito. Se las debe honrar, pues, como a experimentados guerreros que conquistaron sus títulos.

”Como vosotros aún estáis lejos de la perfección, esos ejemplos os asombran por el contraste, y los admiráis tanto más cuanto más raros son. No obstante, sabed bien que lo que en la Tierra constituye una excepción, en los mundos más adelantados que el vuestro es la regla. El sentimiento del bien es espontáneo en todas partes, porque en esos mundos sólo habitan los Espíritus buenos y una única mala intención sería una excepción monstruosa. Por esa razón los hombres son felices allí. Lo mismo sucederá en la Tierra cuando la humanidad se haya transformado y cuando comprenda y practique la caridad en su verdadera acepción.”


895. Además de los defectos y los vicios acerca de los cuales nadie podría equivocarse, ¿cuál es el signo más característico de la imperfección?
“El interés personal. Las cualidades morales suelen ser como el dorado que se aplica sobre un objeto de cobre y que no resiste a la piedra de toque. Un hombre puede poseer cualidades reales que hagan que el mundo lo considere un hombre de bien. No obstante, aunque esas cualidades sean un indicio de progreso, no siempre soportan determinadas pruebas, y a veces basta pulsar la cuerda del interés personal para que el fondo quede al descubierto. El verdadero desinterés es algo tan raro en la Tierra que cuando se hace presente se lo admira como a un fenómeno.

”El apego a las cosas materiales es un notorio signo de inferioridad, porque cuanto más se aferra el hombre a los bienes del mundo, tanto menos comprende su destino. Mediante el desinterés, en cambio, prueba que contempla el porvenir desde un punto de vista más elevado.”


896. Hay personas desinteresadas, pero sin discernimiento, que prodigan sus bienes sin provecho real, en vez de emplearlos racionalmente. ¿Tienen algún mérito? 
“Poseen el mérito del desinterés, pero no el del bien que pudieran realizar. Si el desinterés representa una virtud, la prodigalidad irreflexiva es siempre, por lo menos, una falta de juicio. No se concede la fortuna a algunos para que la desparramen a los cuatro vientos, como tampoco le es dada a otros para que la sepulten en una caja fuerte. Se trata de un depósito del que tendrán que rendir cuentas, porque deberían responder de todo el bien que les fue posible hacer y que no hayan hecho, así como de todas las lágrimas que hubieran podido enjugar con el dinero que han dado, en cambio, a quienes no lo necesitaban.”


897. Quien hace el bien, no con miras a obtener una recompensa en la Tierra, sino con la esperanza de que se le tendrá en cuenta en la otra vida y de que su posición en ella será mucho mejor, ¿es reprensible? Además, esa idea, ¿lo perjudica en su adelanto?
“Hay que hacer el bien por caridad, es decir, con desinterés.”


[897a] - No obstante, cada uno de nosotros tiene el muy natural deseo de adelantar para salir del estado penoso de esta vida. Los propios Espíritus nos enseñan a practicar el bien con ese objetivo. Así pues, ¿es malo pensar que si hacemos el bien podemos esperar algo mejor que en la Tierra?
“No, por cierto. Pero quien hace el bien sin segundas intenciones y por el solo placer de ser grato a Dios, así como a su prójimo que sufre, alcanzó ya cierto grado de adelanto que le permitirá llegar a la felicidad mucho antes que su hermano que, más positivo, hace el bien de manera deliberada y no por el impulso del ardor natural de su corazón.”


[897b] - ¿No hay que establecer aquí una distinción entre el bien que podemos hacer al prójimo y el cuidado que ponemos en corregir nuestros defectos? Entendemos que hacer el bien con la idea de que habrá de ser tenido en cuenta en la otra vida es poco meritorio. Sin embargo, enmendarse, vencer las pasiones, corregir el carácter con miras a acercarse a los Espíritus buenos y elevarse, ¿es también un signo de inferioridad?
“No, no. Cuando decimos hacer el bien nos referimos a ser caritativo. El que calcula lo que cada una de sus buenas acciones puede reportarle en la vida futura, así como en la vida terrenal, se comporta como egoísta. Con todo, no hay egoísmo alguno en mejorar con miras a acercarse a Dios, puesto que ese es el objetivo al que cada uno debe tender.”


898. Dado que la vida corporal no es más que una residencia temporaria en la Tierra, y que nuestro porvenir debe ser nuestra principal preocupación, ¿es útil esforzarse para adquirir conocimientos científicos, que sólo se refieren a las cosas y necesidades materiales?
“Sin duda. En primer lugar, ese conocimiento os pone en condiciones de aliviar a vuestros hermanos. Por otra parte, vuestro Espíritu se elevará más rápido si ya ha progresado en inteligencia. En los intervalos que hay de una encarnación a otra, aprendéis en una hora lo que en vuestra Tierra os llevaría años. Ningún conocimiento es inútil. Todos contribuyen en mayor o menor medida al adelanto, porque el Espíritu perfecto debe saberlo todo y porque, dado que el progreso debe cumplirse en todo sentido, las ideas adquiridas contribuyen al desarrollo del Espíritu.”


899. De dos hombres ricos, uno nació en la opulencia y nunca conoció la necesidad; el otro debe su fortuna al trabajo. Ambos la emplean exclusivamente en su satisfacción personal. ¿Cuál es el más culpable?
“El que conoció el sufrimiento, porque sabe lo que es sufrir. Conoce el dolor, pero no lo alivia en los demás y muy a menudo ya no se acuerda de él.”


900. El que acumula sin cesar y no hace bien a nadie, ¿encuentra una excusa admisible en la idea de que atesora para dejar más a sus herederos?
“Ese es un compromiso con la conciencia mala.”


901. De dos avaros, el primero se priva de lo necesario y se muere de hambre junto a su tesoro. El segundo sólo es avaro para con los demás y pródigo para consigo mismo; retrocede ante el más leve sacrificio cuando se trata de prestar algún servicio o hacer algo útil, mientras que no le cuesta nada satisfacer sus gustos y pasiones. Si se le pide un favor, nunca tiene recursos; si quiere satisfacer uno de sus caprichos, siempre tiene lo suficiente. ¿Cuál es el más culpable? ¿Cuál ocupará el lugar más desfavorable en el mundo de los Espíritus?
“El que goza: es más egoísta que avaro. El otro ya recibió parte de su castigo.”


902. ¿Es reprensible codiciar la riqueza cuando existe el deseo de hacer el bien?
“El sentimiento es loable, sin duda, cuando es puro. No obstante, ese deseo, ¿es siempre absolutamente desinteresado? ¿No oculta alguna segunda intención personal? La primera persona a quien se desea hacer el bien, ¿no suele ser uno mismo?”


903. ¿Somos culpables de analizar los defectos de los demás? 
“Si se hace con el intento de criticarlos y difundirlos, se es muy culpable. Porque significa que estamos faltos de caridad. En cambio, si es en nuestro propio beneficio, a fin de evitar en nosotros esos defectos, puede en ocasiones resultar útil. Pero no hay que olvidar que la indulgencia hacia los defectos ajenos es una de las virtudes incluidas en la caridad. Antes de formular un reproche a los demás con motivo de sus imperfecciones, ved si no se puede decir lo mismo de vosotros. Tratad, pues, de poseer las cualidades opuestas a los defectos que criticáis en los demás: es el modo de elevaros. Si les reprocháis su avaricia, sed generosos. Si les enrostráis su orgullo, sed humildes y modestos. Si veis que son duros, sed vosotros tiernos. Si ellos obran con mezquindad, sed magnánimos en todas vuestras acciones. En suma, haced de modo que no se pueda aplicaros esta frase de Jesús: Y ¿por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?”


904. ¿Somos culpables de sondear las llagas de la sociedad y ponerlas al descubierto?
“Eso depende del sentimiento que os conduce a hacerlo. Si el escritor sólo pretende generar escándalo, se trata de un goce personal que se procura al presentar esas escenas, que suelen ser un mal ejemplo en vez de uno bueno. El Espíritu juzga, pero puede ser castigado por esa especie de placer que experimenta al revelar el mal.”


[904b] - En ese caso, ¿cómo podemos juzgar la pureza de las intenciones, así como la sinceridad del escritor? 
“Eso no siempre es útil. Si escribe cosas buenas, aprovechadlas. Si hace mal, es una cuestión de conciencia que sólo a él atañe. Por lo demás, si quiere demostrar su sinceridad, tendrá que respaldar sus preceptos con su propio ejemplo.”


905. Algunos autores han publicado obras muy bellas y morales que contribuyen al progreso de la humanidad, pero de las que ellos mismos han sacado poco provecho. ¿Se les toma en cuenta, como Espíritus, el bien que sus obras han hecho?
“La moral sin acciones es como semilla sin fruto. ¿De qué os sirve la semilla si no hacéis que fructifique para alimentaros? Esos hombres son más culpables, porque tenían inteligencia para comprender. Dado que no practicaron las máximas que recomendaban a los demás, renunciaron a cosechar los frutos.”


906. Quien hace el bien, ¿es reprensible por tener conciencia de ello y confesárselo a sí mismo?
“Puesto que puede tener conciencia del mal que hace, también debe tenerla acerca del bien que hace, a fin de saber si obra bien o mal. Si pesa todas sus acciones en la balanza de la ley de Dios, y sobre todo en la de la ley de justicia, amor y caridad, podrá comprender si esas acciones son buenas o malas, aprobarlas o desaprobarlas. Por consiguiente, no es reprensible por reconocer que ha triunfado sobre las malas tendencias y por estar satisfecho de ello, con tal de que eso no lo envanezca, pues entonces incurriría en otra falta.”



Acerca de las pasiones

907. Puesto que el principio de las pasiones está en la naturaleza, ¿es malo en sí mismo?
“No, la pasión está en el exceso unido a la voluntad, pues su principio ha sido otorgado al hombre para el bien. Esas pasiones pueden llevarlo a realizar grandes cosas. Lo que causa el mal es el abuso que se hace de ellas.”


908. ¿Cómo definir el límite en que las pasiones cesan de ser buenas o malas?
“Las pasiones son como un caballo que es útil cuando se lo domina, y peligroso cuando el que domina es él. Reconoced, pues, que una pasión llega a ser perniciosa desde el momento en que dejáis de tenerla bajo control y ocasiona algún perjuicio, sea para vosotros o para el prójimo.”

Las pasiones son palancas que decuplican las fuerzas del hombre y lo ayudan a cumplir con los designios de la Providencia. No obstante, si en vez de dirigirlas se deja dirigir por ellas, el hombre cae en los excesos. Así, la misma fuerza que en sus manos podía hacer el bien, recae sobre él y lo oprime.

Todas las pasiones tienen su principio en un sentimiento o necesidad natural. El principio de las pasiones no es, pues, un mal, ya que descansa en una de las condiciones providenciales de nuestra existencia. La pasión propiamente dicha es la exageración de una necesidad o de un sentimiento. Radica en el exceso y no en la causa. Ese exceso se vuelve un mal cuando su consecuencia es algún mal.

Toda pasión que aproxima al hombre a la naturaleza animal, lo aleja de la naturaleza espiritual. Todo sentimiento que eleva al hombre por encima de la naturaleza animal revela el predominio del Espíritu sobre la materia y lo aproxima a la perfección.


909. El hombre, ¿podría en todos los casos vencer sus malas inclinaciones mediante su esfuerzo?
“Sí, y a veces mediante un pequeño esfuerzo. Lo que le falta es voluntad. ¡Ah! ¡Cuán pocos de vosotros os esforzáis!”


910. El hombre, ¿puede encontrar en los Espíritus una asistencia eficaz para superar sus pasiones?
“Si ruega a Dios y a su genio bueno con sinceridad, por cierto, que los Espíritus buenos acudirán en su ayuda, pues tal es su misión.” 


911. ¿No hay pasiones tan intensas e irresistibles que la voluntad es impotente para superarlas?
“Hay muchas personas que dicen: quiero. No obstante, la voluntad sólo está en sus labios. Quieren, pero están muy satisfechas de que todo siga igual. Cuando el hombre cree que no puede vencer sus pasiones, eso se debe a que su Espíritu se complace en ellas, a consecuencia de su inferioridad. El que procura reprimirlas tiene la comprensión de su naturaleza espiritual. Vencerlas constituye para él un triunfo del Espíritu sobre la materia.”


912. ¿Cuál es el medio más eficaz de combatir el predominio de la naturaleza corporal?
“Practicar la abnegación.”



Acerca del egoísmo

913. ¿Cuál de los vicios puede ser considerado la raíz de todos los otros?
“Lo hemos dicho muchas veces: el egoísmo. De él deriva todo el mal. Estudiad los vicios y veréis que en el fondo de cada uno de ellos se halla el egoísmo. Aunque luchéis contra esos vicios, no conseguiréis extirparlos hasta que no hayáis atacado el mal en su raíz, hasta que no hayáis destruido su causa. Tiendan, pues, todos vuestros esfuerzos hacia ese objetivo, pues allí se encuentra la verdadera llaga de la sociedad. Quien quiera aproximarse, desde esta vida, a la perfección moral, debe extirpar de su corazón todo sentimiento de egoísmo, pues el egoísmo es incompatible con la justicia, con el amor y con la caridad. El egoísmo neutraliza todas las demás cualidades.”


914. Dado que el egoísmo se basa en el sentimiento del interés personal, parece muy difícil extirparlo por completo del corazón del hombre. ¿Se alcanzará ese objetivo?
“A medida que los hombres se instruyen en las cosas espirituales, atribuyen menos valor a las cosas materiales. Además, es necesario reformar las instituciones humanas que alimentan el egoísmo y lo estimulan. Eso depende de la educación.”


915. Dado que el egoísmo es inherente a la especie humana, ¿no será siempre un obstáculo para el reinado del bien absoluto en la Tierra?
“Por cierto, el egoísmo es el peor de vuestros males, pero depende de la inferioridad de los Espíritus encarnados en la Tierra y no de la humanidad en sí misma. Ahora bien, los Espíritus, al purificarse mediante sucesivas encarnaciones, se desprenden del egoísmo, al igual que de sus otras impurezas. ¿No habéis visto en la Tierra hombres exentos de egoísmo, que practican la caridad? Hay más de lo que creéis, pero los conocéis poco, porque la virtud no intenta brillar a la luz del día. Si hay uno, ¿por qué no habría diez? Si hay diez, ¿por qué no habría mil? Y así sucesivamente.”


916. Lejos de disminuir, el egoísmo crece con la civilización, que parece estimularlo y alimentarlo. ¿De qué modo la causa podrá destruir al efecto?
“Cuanto peor es el mal, tanto más horroroso se torna. Era preciso que el egoísmo hiciera mucho mal para que se comprendiese la necesidad de extirparlo. Cuando los hombres se hayan despojado del egoísmo que los domina, vivirán como hermanos, sin hacerse mal, y se ayudarán recíprocamente por el sentimiento mutuo de la solidaridad. Entonces, el poderoso será el amparo del débil, y no su opresor. Ya no se verán hombres que carezcan de lo necesario, porque todos practicarán la ley de justicia. Ese es el reinado del bien, que los Espíritus están encargados de preparar.”


917. ¿Cuál es el medio de destruir el egoísmo?
“De todas las imperfecciones humanas, la más difícil de desarraigar es el egoísmo, porque guarda relación con la influencia de la materia, de la cual el hombre, aún muy cercano a su origen, no ha podido liberarse. Además, todo contribuye a mantener esa influencia: las leyes, la organización social, la educación. El egoísmo habrá de debilitarse a medida que predomine la vida moral sobre la vida material y, en especial, mediante la comprensión que el espiritismo os ofrece de vuestro estado futuro real, y no desnaturalizado por ficciones alegóricas. El espiritismo bien comprendido, cuando se identifique con las costumbres y creencias, transformará los hábitos, los usos y las relaciones sociales. El egoísmo se basa en la importancia de la personalidad. Ahora bien, el espiritismo bien comprendido, lo repito, hace ver las cosas desde tan alto que el sentimiento de la personalidad desaparece, en cierto modo, ante la inmensidad. Al destruir esa importancia, o al hacerla ver, al menos, como lo que es, el espiritismo combate necesariamente al egoísmo.

”El impacto que el egoísmo de los otros produce en el hombre, suele hacer que él también se convierta en egoísta, porque siente la necesidad de ponerse a la defensiva. Al ver que los demás piensan en sí mismos y no en él, es impulsado a ocuparse de su propia persona más que de ellos. Cuando el principio de la caridad y la fraternidad sea la base de las instituciones sociales, de las relaciones legales entre los pueblos, así como entre los hombres, el hombre pensará menos en sí mismo al comprobar que los otros han pensado en él. Sentirá la influencia moralizadora del ejemplo y del contacto. En presencia del desbordamiento del egoísmo, se requiere una auténtica virtud para sacrificar la personalidad en beneficio de los otros, que a menudo no lo comprenden. El reino de los Cielos está abierto principalmente para los poseedores de esa virtud. A ellos, sobre todo, se les reserva la dicha de los elegidos, pues en verdad os digo que, en el día de la justicia, quien sólo haya pensado en sí mismo será puesto a un lado y sufrirá por su desamparo.”
FENELÓN

No cabe duda de que se realizan loables esfuerzos para conseguir que la humanidad avance. Se alientan, se estimulan, se honran los buenos sentimientos, más que en ninguna otra época. Con todo, el gusano devorador del egoísmo es siempre la llaga social. Se trata de un mal real que repercute en todo el mundo y del que cada uno es víctima en mayor o menor medida. Es necesario, pues, combatirlo como se combate una enfermedad epidémica. Para eso debemos proceder como lo hacen los médicos: remontarnos a la fuente. Busquemos, pues, en todos los sectores de la organización social, desde la familia hasta los pueblos, desde la choza hasta el palacio, las causas, las influencias patentes u ocultas que estimulan, alimentan y desarrollan el sentimiento del egoísmo. Una vez que se conozcan las causas, el remedio aparecerá por sí mismo. Sólo restará combatirlas, si no todas a la vez, al menos por partes, y poco a poco se extirpará el veneno. Dado que esas causas son numerosas, el tratamiento será prolongado, pero no imposible. Por lo demás, no se conseguirá nada si no se extirpa el mal de raíz, es decir, por medio de la educación. Pero no se trata de esa educación que tiende a formar hombres instruidos, sino de la que tiende a formar hombres de bien. La educación, bien entendida, es la clave del progreso moral. Cuando se conozca el arte de orientar los caracteres, así como se conoce el de orientar las inteligencias, se los podrá enderezar como se hace con las plantas jóvenes. No obstante, ese arte requiere mucho tacto, mucha experiencia y una observación profunda. Es un grave error creer que basta tener ciencia para ejercerlo con provecho. Cualquiera que siga al hijo del rico, así como al del pobre, desde el instante de su nacimiento, y observe las influencias perniciosas que actúan en él a consecuencia de la debilidad, la incuria y la ignorancia de quienes lo dirigen, y cuán a menudo fracasan los medios que se emplean para moralizarlo, no puede asombrarse de encontrar en el mundo tantos defectos. Hágase por la moral tanto como se hace por la inteligencia, y se verá que, si bien hay naturalezas refractarias, también las hay, y más de lo que se cree, que sólo requieren ser cultivadas para dar buenos frutos.

El hombre pretende ser feliz, y ese sentimiento es natural. Por eso trabaja sin cesar para mejorar su posición en la Tierra. Además, busca las causas de sus males a fin de remediarlos. Cuando comprenda que el egoísmo es una de esas causas: la que engendra el orgullo, la ambición, la codicia, la envidia, el odio y los celos; la que lo hiere a cada instante, la que perturba las relaciones sociales, provoca las disensiones y destruye la confianza, la que lo obliga a mantenerse constantemente a la defensiva contra su vecino; la causa que, por último, hace del amigo un enemigo, entonces comprenderá también que ese vicio es incompatible con su propia felicidad y, diremos también, con su propia seguridad. Cuanto más haya sufrido el egoísmo, tanto más sentirá la necesidad de combatirlo, así como combate la peste, los animales destructores y las demás calamidades. El hombre será inducido a ello por su propio interés.

El egoísmo es la fuente de todos los vicios, del mismo modo que la caridad es la fuente de todas las virtudes. Destruir aquel, desarrollar esta, ese debe ser el objetivo de todos los esfuerzos del hombre, si quiere garantizar su dicha tanto en este mundo como en el porvenir.



Caracteres del hombre de bien

918. ¿Mediante qué signos se puede reconocer en un hombre el progreso real que debe elevar a su Espíritu en la jerarquía espírita?
“El Espíritu prueba su elevación cuando todos los actos de su vida corporal constituyen la práctica de la ley de Dios, y cuando comprende por anticipado la vida espiritual.”

El verdadero hombre de bien es el que practica la ley de justicia, amor y caridad en su mayor pureza. Si interroga a su conciencia acerca de las acciones que llevó a cabo, se preguntará si no ha violado esa ley; si no hizo mal; si ha hecho todo el bien que pudo; si nadie tuvo que quejarse de él; en fin, si ha hecho a su prójimo todo lo que habría querido que se hiciera por él. 

El hombre compenetrado del sentimiento de caridad y de amor al prójimo hace el bien por el bien mismo, sin esperar recompensa, y sacrifica su interés a favor de la justicia. Es bueno, compasivo y benévolo para con todos, porque en cada hombre ve un hermano, sin distinción de razas ni de creencias.

Si Dios le ha dado poder y riqueza, los considera como Un Depósito que debe emplear para el bien. No se envanece por ellos, porque sabe que Dios, que se los ha concedido, puede quitárselos.

Si el orden social ha colocado hombres bajo su dependencia, los trata con bondad y benevolencia, porque son sus iguales ante Dios. Emplea su autoridad para levantarles la moral y no para abrumarlos con su orgullo.

Es indulgente para con las debilidades ajenas, porque sabe que él mismo necesita indulgencia, y recuerda esta frase de Cristo: El que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.

No es vengativo. A ejemplo de Jesús, perdona las ofensas y sólo se acuerda de los beneficios, pues sabe que será perdonado del mismo modo que él haya perdonado.

Por último, respeta en sus semejantes todos los derechos que las leyes de la naturaleza les confieren, así como querría que esos derechos fuesen respetados para con él.



Conocimiento de sí mismo

919. ¿Cuál es el medio práctico más eficaz para mejorar en esta vida y resistir a la incitación del mal? 
“Un sabio de la Antigüedad os lo ha dicho: Conócete a ti mismo(1).”

(1) [Máxima délfica adoptada y enseñada por Sócrates.]


[919a] - Entendemos toda la sabiduría de esa máxima. No obstante, la dificultad consiste precisamente en conocerse a sí mismo. ¿De qué modo podemos lograrlo?
“Haced lo que yo hacía cuando vivía en la Tierra. Al concluir el día, interrogaba a mi conciencia. Entonces pasaba revista a lo que había hecho y me preguntaba si no había faltado en algo al deber, si nadie había tenido que quejarse de mí. De ese modo llegué a conocerme y pude ver lo que había para reformar en mí. Aquel que, cada noche, recuerde todas sus acciones de la jornada y se pregunte a sí mismo por el bien o el mal que ha hecho, rogándole a Dios y a su ángel de la guarda que lo iluminen, adquirirá una gran fuerza para perfeccionarse. Porque, creedme, Dios lo asistirá. Así pues, formulaos preguntas e indagad acerca de lo que habéis hecho y con qué objetivo obrasteis en determinada circunstancia; si hicisteis algo que censuraríais en los demás; si habéis llevado a cabo una acción que no os atreveríais a confesar. También preguntaos esto: ‘Si Dios quisiera llamarme en este momento, al regresar al mundo de los Espíritus, donde nada está oculto, ¿tendría que temer la mirada de alguien?’ Examinad lo que podríais haber hecho contra Dios, luego contra vuestro prójimo, y por último contra vosotros mismos. Las respuestas serán un alivio para vuestra conciencia, o la indicación de un mal que es preciso tratar.

”El conocimiento de sí mismo es, por consiguiente, la clave del mejoramiento individual. ‘No obstante -diréis vosotros-, ¿cómo puede uno juzgarse a sí mismo? ¿Acaso no tenemos la ilusión del amor propio, que atenúa las faltas y las excusa? El avaro se considera simplemente ahorrativo y previsor. El orgulloso cree que lo que posee es tan sólo dignidad.’ Eso es muy cierto, pero vosotros disponéis de un medio de control con el que no podréis engañaros. Cuando estéis indecisos acerca del valor de una de vuestras acciones, preguntaos cómo la calificaríais si la hubiese realizado otra persona. En caso de que la censuréis en el prójimo, no podrá ser legítima en vosotros, pues Dios no tiene dos medidas para la justicia. Asimismo, procurad saber lo que los demás piensan de esa acción, y no descuidéis la opinión de vuestros enemigos, pues estos no tienen ningún interés en disfrazar la verdad. Muchas veces Dios los pone a vuestro lado como un espejo para haceros una advertencia, con mayor franqueza que como lo haría un amigo. Así pues, quien tenga la firme determinación de mejorar, explore su conciencia a fin de arrancar de ella las malas inclinaciones, del mismo modo que arranca las malas hierbas de su jardín; haga un balance de su jornada moral, así como el comerciante hace el de sus pérdidas y ganancias, y os aseguro que aquel balance le dará más beneficios que este. Si puede decirse a sí mismo que su jornada ha sido buena, podrá dormir en paz y esperar sin temor el despertar en la otra vida. 

”Formulaos, pues, preguntas claras y precisas, y no temáis hacerlo en demasía, pues bien se puede invertir algunos minutos para conquistar la dicha eterna. ¿Acaso no trabajáis todos los días con miras a reunir los bienes que os garanticen el descanso en la vejez? Ese descanso, ¿no es el objeto de vuestros anhelos, el fin que os hace soportar fatigas y privaciones momentáneas? Pues bien, ¿qué es ese descanso de algunos días, perturbado por los achaques del cuerpo, comparado con el que lo aguarda al hombre de bien? ¿No vale la pena hacer un esfuerzo para conseguirlo? Sé que muchos afirman que el presente es positivo y que el porvenir es incierto. Ahora bien, esa es precisamente la idea que estamos encargados de destruir en vosotros, pues queremos haceros comprender ese porvenir de tal modo que no quede ninguna duda en vuestra alma. Por eso, en primer lugar, hemos llamado vuestra atención con fenómenos cuya naturaleza impresionara vuestros sentidos, y después os dimos instrucciones que cada uno de vosotros está encargado de difundir. Con ese objetivo hemos dictado El Libro de los Espíritus.”
SAN AGUSTÍN

Muchas de las faltas que cometemos nos pasan inadvertidas. En efecto, si siguiéramos el consejo de San Agustín e interrogáramos más a menudo a nuestra conciencia, veríamos cuántas veces hemos caído en falta sin pensarlo, por no examinar la naturaleza y el móvil de nuestros actos. La forma interrogativa tiene algo de más preciso que una máxima, que con frecuencia no creemos que nos esté destinada. Aquélla exige respuestas categóricas –sí o no-, que no da lugar a alternativa. Son otros tantos argumentos personales, y por la suma de las respuestas se pueden computar los totales del bien y del mal que en nosotros residen.


AMOR, CARIDAD y TRABAJO







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