Libre albedrío





LIBRE ALBEDRÍO




El libre albedrío es la libertad moral del hombre; facultad que posee de guiarse según su voluntad en el cumplimiento de sus actos.

Los Espíritus nos enseñan que la alteración de las facultades mentales, por una causa accidental o natural, es el único caso en que el hombre se ve privado de su libre albedrío; fuera de esto, es siempre dueño de hacer o de no hacer.

Goza de libertad en su estado de Espíritu y es en virtud de esta facultad que elige libremente la existencia y las pruebas que cree apropiadas a su adelanto, en función al grado de evolución que haya alcanzado; libertad que conserva en su estado corporal para poder luchar contra esas mismas pruebas.



Progresión de los Espíritus
¿Por qué algunos Espíritus han seguido el camino del bien y otros el del mal?
“¿Acaso no tienen libre albedrío? Dios no creó Espíritus malos; los creó simples e ignorantes, es decir, con tanta aptitud para el bien como para el mal. Los que son malos llegaron a serlo por su voluntad.”

Los Espíritus, ¿son creados iguales en cuanto a sus facultades intelectuales?
“Son creados iguales, pero al no saber de dónde provienen es preciso que el libre albedrío siga su curso. Progresan con mayor o menor rapidez, tanto en inteligencia como en moralidad.”

Los Espíritus que siguen desde el principio el camino del bien no son por eso Espíritus perfectos. Si bien no tienen malas tendencias, no están eximidos de adquirir la experiencia y los conocimientos necesarios para alcanzar la perfección. Podemos compararlos con niños que, sea cual fuere la bondad de sus instintos naturales, tienen necesidad de desarrollarse, de instruirse, y no llegan sin transición de la infancia a la edad madura. Así como hay hombres que son buenos y otros que son malos desde la infancia, de igual modo hay Espíritus que son buenos o malos desde el principio, con la diferencia capital de que el niño tiene instintos completamente formados, mientras que el Espíritu, en su creación, no es ni malo ni bueno; tiene todas las tendencias, y toma una u otra dirección en virtud de su libre albedrío.


Elección de las pruebas
En el estado errante, antes de comenzar una nueva existencia corporal, ¿tiene el Espíritu conciencia y previsión de lo que habrá de sucederle durante la vida?
“Él mismo escoge la clase de pruebas que quiere sufrir. En eso consiste su libre albedrío.”

¿De qué modo el Espíritu, que en su origen es simple, ignorante y carece de experiencia, puede elegir una existencia con conocimiento de causa, y ser responsable de esa elección?
“Dios suple su inexperiencia al señalarle el camino que debe seguir, como haces tú con un niño desde la cuna. No obstante, poco a poco lo deja ser dueño de elegir, a medida que su libre albedrío se desarrolla. En ese caso, si no escucha los consejos de los Espíritus buenos, suele extraviarse y seguir el camino del mal. A esto se lo puede llamar la caída del hombre.”


Fatalidad
¿Existe una fatalidad en los acontecimientos de la vida, conforme al sentido que se da a esa palabra? Es decir, todos los acontecimientos, ¿están determinados con antelación? En ese caso, ¿qué sucede con el libre albedrío?
“La fatalidad sólo existe en la elección de sufrir tal o cual prueba, que el Espíritu ha hecho al encarnar. Al elegirla, el Espíritu se traza una especie de destino, que es la consecuencia misma de la situación en que se encontrará. Me refiero a las pruebas físicas, porque con respecto a las pruebas morales y a las tentaciones, dado que el Espíritu conserva su libre albedrío acerca del bien y del mal, siempre es dueño de ceder o de resistir. Un Espíritu bueno, al verlo flaquear, puede acudir en su ayuda, pero no puede influir en él hasta el punto de adueñarse de su voluntad. Un Espíritu malo, es decir, inferior, al mostrarle y exagerarle un peligro físico, puede hacerlo vacilar y atemorizarlo. No obstante, la voluntad del Espíritu encarnado no deja por ello de estar libre de todo obstáculo.”

El hombre que cometió un asesinato, ¿sabía, cuando eligió su existencia, que se convertiría en un asesino?
“No. Sabía que si optaba por una vida de lucha tendría la posibilidad de matar a uno de sus semejantes, pero ignoraba si lo haría, porque el hombre casi siempre delibera antes de cometer el crimen. Ahora bien, el que delibera acerca de algo siempre es libre de hacerlo o no. Si el Espíritu supiera por anticipado que, como hombre, habrá de cometer un asesinato, estaría predestinado a ello. Sabed, pues, que nadie está predestinado al crimen, y que todo crimen, así como cualquier otro acto, es en todos los casos el resultado de la voluntad y del libre albedrío.
”Además, vosotros siempre confundís dos cosas muy distintas: los acontecimientos materiales de la vida y los actos de la vida moral. Si a veces existe la fatalidad, es en esos acontecimientos materiales, cuya causa es ajena a vosotros, y que son independientes de vuestra voluntad. En cuanto a los actos de la vida moral, emanan siempre del propio hombre, quien, por consiguiente, siempre tiene la libertad de elección. En relación con esos actos, pues, nunca existe la fatalidad.”

Así pues, la fatalidad que parece presidir los destinos materiales de nuestra vida, ¿sería también un efecto de nuestro libre albedrío?
“Tú mismo has elegido tu prueba. Cuanto más ruda sea y cuanto mejor la soportes, tanto más te elevarás. Los que pasan su vida en la abundancia y la felicidad humana son Espíritus cobardes que permanecen estacionarios. Así, el número de infortunados es muy superior al de los dichosos de la Tierra, dado que la inmensa mayoría de los Espíritus buscan la prueba que les será más fructífera. Conocen demasiado bien la insignificancia de vuestras grandezas y placeres. Además, hasta la vida más feliz inevitablemente es agitada y desordenada: incluso en ausencia del dolor.”

Libre albedrío
El hombre, ¿tiene el libre albedrío de sus actos?
“Dado que tiene la libertad de pensar, tiene la de obrar. Sin libre albedrío, el hombre sería una máquina.”

El hombre, ¿goza de libre albedrío desde el nacimiento?
“Tiene la libertad de obrar tan pronto como tiene voluntad de hacer. En las primeras etapas de la vida, la libertad es casi nula. Se desarrolla y cambia de objeto junto con las facultades. Dado que el niño tiene pensamientos acordes con las necesidades propias de su edad, aplica su libre albedrío a las cosas que necesita.”

Las predisposiciones instintivas que el hombre trae al nacer, ¿no son un obstáculo para el ejercicio del libre albedrío?
“Las predisposiciones instintivas son las del Espíritu antes de su encarnación. Según sea él, más o menos adelantado, pueden incitarlo a cometer actos reprensibles, y en eso será secundado por los Espíritus que simpatizan con esas disposiciones. Sin embargo, no hay incitación que sea irresistible cuando se tiene la voluntad de resistir. Recordad que querer es poder.”

La organización (manera en que se hallan dispuestos los órganos que componen un ser vivo), ¿influye en los actos de la vida? Si ejerce una influencia, ¿lo hace a expensas del libre albedrío?
“No cabe duda de que la materia ejerce una influencia en el Espíritu y puede obstaculizar sus manifestaciones. Por eso, en los mundos donde los cuerpos son menos materiales que en la Tierra, las facultades se desarrollan con mayor libertad. Con todo, el instrumento no confiere la facultad. Por lo demás, aquí es preciso distinguir las facultades morales de las intelectuales. Si un hombre tiene un instinto homicida, con toda seguridad es su propio Espíritu el que lo posee y el que se lo confiere, pero no sus órganos. Aquel que anula su pensamiento para ocuparse sólo de la materia, se vuelve semejante al animal, y peor aún, porque ya no piensa en precaverse contra el mal, y en esto comete una falta, puesto que obra así por su voluntad.”

La perturbación de las facultades, ¿quita al hombre el libre albedrío?
“Aquel cuya inteligencia se encuentra perturbada por alguna causa, ya no es dueño de su pensamiento y, por consiguiente, no tiene libertad. Esa perturbación suele ser un castigo para el Espíritu, que en una existencia anterior ha sido vano y orgulloso, y empleó mal sus facultades. Entonces podrá renacer en el cuerpo de un idiota, así como el déspota en el de un esclavo y el mal rico en el de un mendigo. No obstante, el Espíritu sufre con esa coacción, de la que tiene perfecta conciencia. En eso radica la acción de la materia.”

La perturbación de las facultades intelectuales a causa de la embriaguez, ¿excusa los actos reprensibles?
“No, porque el ebrio se ha privado voluntariamente de la razón para satisfacer pasiones brutales. En vez de una falta, comete dos.”

En el hombre en estado salvaje, ¿cuál es la facultad dominante: el instinto o el libre albedrío?
“El instinto, lo que no le impide que obre con completa libertad en algunas cosas. Con todo, así como el niño, aplica esa libertad a sus necesidades, y ella se desarrolla con la inteligencia. Por consiguiente, tú, que eres más instruido que un salvaje, eres también más responsable que él por lo que haces.”

La posición social, ¿no es a veces un obstáculo para la completa libertad de acción?
“El mundo tiene, sin duda, sus exigencias. Dios es justo: toma en cuenta todo, pero os deja la responsabilidad de los escasos esfuerzos que hacéis para superar los obstáculos.”


Resumen teórico del móvil de las acciones del hombre
La cuestión del libre albedrío puede resumirse así: el hombre no es fatalmente conducido al mal; los actos que realiza no están escritos de antemano; los crímenes que comete no son el resultado de una sentencia del destino. El hombre puede, como prueba o expiación, elegir una existencia en la que sufrirá las incitaciones del crimen, ya sea por el medio en que se encuentre, o por las circunstancias que sobrevengan. No obstante, siempre es libre de obrar o de no obrar. Así pues, el libre albedrío existe, en el estado de Espíritu, en la elección de la existencia y de las pruebas; y en el estado corporal, en la facultad de ceder o resistir a las incitaciones a que nos hemos sometido voluntariamente. Compete a la educación combatir esas malas tendencias. Y lo hará con provecho cuando se base en el estudio profundo de la naturaleza moral del hombre. Mediante el conocimiento de las leyes que rigen a esa naturaleza moral se llegará a modificarla, así como se modifica la inteligencia mediante la instrucción, y el temperamento mediante la higiene.

El Espíritu, desprendido de la materia y en el estado errante, elige sus futuras existencias corporales según el grado de perfección que ha alcanzado, y en eso sobre todo consiste –como hemos dicho– su libre albedrío. Esa libertad no queda anulada por la encarnación. Si el Espíritu cede a la influencia de la materia es porque sucumbe ante las pruebas que él mismo eligió, y para que lo ayuden a superarlas puede invocar la asistencia de Dios y de los Espíritus buenos.

Sin el libre albedrío el hombre no tiene culpa por el mal ni mérito por el bien. Esto es a tal punto admitido, que en el mundo siempre se censura o se elogia la intención, es decir, la voluntad. Ahora bien, quien dice voluntad está diciendo libertad. Por lo tanto, el hombre no puede buscar una excusa para sus malas acciones achacándolas a su organismo, sin abdicar de su razón y de su condición de ser humano, para equipararse al animal. Si es así para el mal, lo mismo será para el bien. No obstante, cuando el hombre hace el bien pone mucho cuidado en que se le reconozca el mérito a él mismo, y se abstiene de atribuírselo a sus órganos, lo cual prueba que instintivamente no renuncia, a pesar de lo que opinan algunos sistemáticos, al más bello privilegio de su especie: la libertad de pensar.

La fatalidad, tal como se la entiende vulgarmente, supone la decisión previa e irrevocable de todos los acontecimientos de la vida, cualquiera que sea su importancia. Si ese fuera el orden de las cosas, el hombre sería una máquina sin voluntad. Dado que se hallaría invariablemente dominado en todos sus actos por el poder del destino, ¿para qué le serviría la inteligencia? Tal doctrina, en caso de ser cierta, implicaría la destrucción de toda libertad moral. Ya no habría responsabilidad para el hombre y, por consiguiente, dejarían de existir el bien y el mal, los crímenes y las virtudes. Dios, soberanamente justo, no podría castigar a su criatura por faltas cuya realización no dependería de ella, así como tampoco podría recompensarla por virtudes cuyo mérito no tendría. Semejante ley sería, además, la negación de la ley del progreso, pues el hombre que esperase todo de la suerte no intentaría nada para mejorar su posición, puesto que esta no sería ni mejor ni peor.

La fatalidad no es, con todo, una palabra vana. Existe en la posición que el hombre ocupa en la Tierra y en las funciones que desempeña en ella, como consecuencia del tipo de existencia que su Espíritu eligió, ya sea una prueba, una expiación o una misión. El hombre sufre fatalmente todas las vicisitudes de esa existencia y todas las tendencias, buenas o malas, que le son inherentes; pero la fatalidad se detiene allí, porque depende de su voluntad que ceda o no a esas tendencias. El detalle de los acontecimientos está subordinado a las circunstancias que el propio hombre provoca con sus actos, y en los cuales pueden influir los Espíritus mediante los pensamientos que le sugieren.

La fatalidad está, pues, en los acontecimientos que se presentan, dado que ellos son la consecuencia de la elección de la existencia que ha hecho el Espíritu. Tal vez no esté en el resultado de esos acontecimientos, pues del hombre depende modificar el curso de los mismos con su prudencia. Nunca hay fatalidad en los actos de la vida moral.

En la muerte el hombre sí se halla sometido de manera absoluta a la inexorable ley de la fatalidad, pues no puede librarse de la sentencia que fija el término de su existencia, ni del tipo de muerte que debe interrumpir su curso.

Según la doctrina vulgar, el hombre extrae de sí mismo todos sus instintos. Estos proceden de su organización física, de la cual él no es responsable; o de su propia naturaleza, en la que encuentra una excusa ante sus propios ojos diciendo que no es culpa suya ser como es. La doctrina espírita es, evidentemente, más moral. Admite en el hombre el libre albedrío en toda su plenitud. Al decirle que si hace el mal cede a una mala sugestión extraña, le deja la responsabilidad completa, puesto que reconoce en él el poder de resistir, lo cual es evidentemente más fácil que si tuviera que luchar contra su propia naturaleza. Así, según la doctrina espírita, no hay incitación irresistible: el hombre puede siempre cerrar los oídos a la voz oculta que lo incita al mal en su fuero interior, así como puede cerrarlos a la voz material de quien le habla. Puede hacerlo mediante su voluntad, pidiéndole a Dios la fuerza necesaria y reclamando con ese fin la asistencia de los Espíritus buenos. Eso es lo que nos enseña Jesús en la sublime plegaria de La oración dominical, cuando nos hace decir: “No nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal

Esta teoría de la causa excitante de nuestros actos resulta evidentemente de toda la enseñanza que imparten los Espíritus. No sólo es sublime en cuanto a su moralidad, sino que –agregamos– eleva al hombre ante sí mismo. Lo muestra libre de sacudirse un yugo obsesor, así como es libre de cerrar su casa a los inoportunos. Ya no es una máquina que funciona mediante un impulso independiente de su voluntad, sino un ser de razón, que escucha, juzga y elige libremente entre dos consejos. Añadamos que, a pesar de esto, el hombre no se halla privado de su iniciativa; no deja de obrar por su propio impulso, puesto que en definitiva no es más que un Espíritu encarnado que conserva, bajo la envoltura corporal, las cualidades y los defectos que tenía como Espíritu. Por consiguiente, la causa principal de las faltas que cometemos está en nuestro propio Espíritu, que todavía no alcanzó la superioridad moral que tendrá algún día, aunque no por eso carece de libre albedrío. La vida corporal le fue otorgada para que purgue sus imperfecciones mediante las pruebas que sufre en ella, y son precisamente esas imperfecciones las que lo tornan más débil y más accesible a las sugestiones de los otros Espíritus imperfectos, que se aprovechan de ellas para tratar de hacerlo sucumbir en la lucha que ha emprendido. Si sale victorioso de esa lucha, se eleva. Si fracasa, sigue siendo lo que era, ni mejor ni peor. Se trata de una prueba que deberá recomenzar, y eso puede durar mucho tiempo. Cuanto más se purifica, tanto más disminuyen sus puntos débiles y menos motivos da a los que lo incitan al mal. Su fuerza moral crece a causa de su elevación, y los Espíritus malos se alejan de él.

Todos los Espíritus, más o menos buenos, cuando están encarnados, constituyen la especie humana. Y como la Tierra es uno de los mundos menos adelantados, en ella se encuentran más Espíritus malos que buenos, por eso vemos aquí tanta perversidad. Esforcémonos, pues, para no tener que volver a este mundo después de la actual estancia, y para que merezcamos ir a descansar en un mundo mejor, en uno de esos mundos privilegiados en los que el bien reina con exclusividad y donde sólo recordaremos nuestro paso por la Tierra como un período de exilio.


Bibliografía:
El libro de los Espíritus de Allan Kardec

AMOR, CARIDAD y TRABAJO







REGENERACIÓN PLANETA TIERRA










REGENERACIÓN
PLANETA TIERRA




“Cuando os dicen que la Humanidad ha entrado en un período de transformación y que la Tierra debe elevarse en la jerarquía de los mundos, no debéis ver nada de místico, sino, por el contrario, ved el cumplimiento de una de las más importantes e ineludibles leyes del Universo, contra la cual toda mala voluntad humana se resquebraja.”
Arago


MUNDOS REGENERADORES
Entre esas estrellas que resplandecen en la bóveda azulada, ¡cuántos mundos hay como el vuestro designados por el Señor para expiación y para prueba! Pero los hay también más miserables y mejores, así como los hay transitorios que pueden llamárseles regeneradores.

Los mundos regeneradores sirven de transición entre los mundos de expiación y los mundos felices; el alma que se arrepiente encuentra allí la calma y el reposo acabándose de purificar. Sin duda en esos mundos el hombre está aún sujeto a las leyes que rigen la materia; allí no existe el orgullo que hace callar el corazón, la envidia que lo tortura y el odio que lo ahoga; la palabra amor está escrita en todas las frentes, y una perfecta equidad arregla las relaciones sociales.

Con todo, allí no se encuentra aún la perfecta felicidad, pero sí su aurora. El hombre aun es carnal y por lo mismo está sujeto a vicisitudes de las que no se eximen sino los seres completamente desmaterializados; aún quedan pruebas que pasar, pero no tienen las punzantes amarguras de la expiación.

Pero ¡ah! en esos mundos el hombre es aún falible, y el espíritu del mal no ha perdido en ellos completamente su imperio.


LOS TIEMPOS HAN LLEGADO
Señales de los tiempos
La Humanidad ha realizado hasta hoy indiscutibles progresos. Los hombres, gracias a su inteligencia, han obtenido resultados jamás alcanzados en lo que respecta a la ciencia, el arte y el bienestar material. Pero les queda aún por realizar un inmenso progreso: hacer reinar entre sí la caridad, la fraternidad y la solidaridad para asegurar el bienestar moral. No es sólo el desarrollo intelectual lo que el hombre necesita, requiere elevación de sentimientos, lo cual, para lograrlo, es menester destruir en él todo lo que pueda sobreexcitar el egoísmo y la soberbia.

Tal es el período en el que vamos a entrar y que señalará una de las más importantes fases de la Humanidad. Esta etapa, actualmente en elaboración, es el complemento necesario del estado precedente, así como la edad viril es el complemento de la juventud. Podía, por lo tanto, ser prevista y predicha de antemano, y es esa la razón por la que se dice que los tiempos señalados por Dios han llegado.

En esta ocasión, no se trata de un cambio parcial, de una renovación circunscrita a una nación, a un pueblo, a una raza. Se trata de un movimiento universal que se opera en beneficio del progreso moral.

Pero un cambio tan radical como el que se está elaborando no puede llevarse a cabo sin perturbaciones. Hay una lucha inevitable en las ideas. Ese conflicto originará forzosamente perturbaciones temporales, hasta que el terreno haya sido desbrozado y el equilibrio restablecido. Los graves acontecimientos anunciados surgirán de esa lucha de ideas y de ningún modo de cataclismos o catástrofes puramente materiales. Los cataclismos generales eran consecuencia del estado de formación de la Tierra. Hoy ya no se agitan las entrañas del globo, sino las de la Humanidad.


La nueva generación
Para que los hombres sean felices sobre la Tierra es preciso que sólo buenos espíritus -encarnados y desencarnados- la habiten, los cuales únicamente anhelan el bien. Ese momento ha llegado, actualmente se lleva a cabo una gran emigración entre sus habitantes. Quienes hacen el mal mismo y a quienes el sentimiento del bien no alcanza, no son dignos de la Tierra transformada y, por lo tanto, serán excluidos, porque de lo contrario volverían a traer la confusión y el desorden al planeta y serían un obstáculo para el progreso. Expiarán su obstinación, unos en los mundos inferiores, otros como miembros de las razas terrestres más atrasadas, nuestro equivalente de los mundos inferiores, llevando consigo los conocimientos ya adquiridos y con la misión de ayudar a su adelanto. Serán reemplazados por espíritus mejores que harán reinar entre sí la justicia, la paz y la fraternidad.


Regeneración de la humanidad
Los acontecimientos se precipitan con rapidez, y, por lo tanto, no os decimos como otras veces: "Los tiempos están próximos", sino que os decimos: "Los tiempos han llegado".

Por estas palabras no entendáis un nuevo diluvio, ni un cataclismo, ni una revuelta general. Las convulsiones parciales del globo han tenido lugar en todas las épocas y se producen aún, porque tienden a su constitución; pero estos no son los signos de los tiempos.

Y, no obstante, todo lo que fue predicho en el Evangelio, debe cumplirse y se cumple en este instante, como vosotros lo conoceréis más tarde; mas no toméis los signos anunciados sino como figuras de las que es necesario buscar el Espíritu y no la letra. Todas las Escrituras contienen grandes verdades bajo el velo de la alegoría, y por esto los comentaristas que se han aferrado a la letra, se han equivocado. Les faltaba la clave para descifrar el sentido verdadero. Esta clave se halla en los descubrimientos de las ciencias y en las leyes del mundo invisible que os revela el Espiritismo. De hoy en adelante, con la ayuda de estos nuevos conocimientos, lo que está oscuro se hará claro e inteligible.

Todo sigue el orden natural de las cosas, y las leyes inmutables de Dios no serán por ningún concepto interrumpidas. No veréis, por consiguiente, ni milagros, ni prodigios, ni nada sobrenatural en el sentido vulgar que se da a estas palabras.

No miréis al cielo para buscar los signos precursores, porque no los hallaréis, y aquellos que os los anuncien os engañarán; pero mirad en torno de vosotros, entre los hombres, y aquí los hallareis.

No creáis por esto que venga el fin del mundo material: la tierra ha progresado después de su transformación, debe progresar aún y no puede ser destruida; pero la humanidad ha llegado a uno de esos períodos de transformación, y la tierra va a elevarse en la jerarquía de los mundos.

No es, pues, el fin del mundo material lo que se prepara; es el fin del mundo moral, esto es, del viejo mundo, del viejo mundo de los prejuicios, del egoísmo, del orgullo y del fanatismo. Cada día se lleva algunos restos. Todo concluirá para él con la generación que se va, y la generación nueva elevará el nuevo edificio que las generaciones siguientes consolidaran y completaran.

De mundo de expiación, la tierra está llamada a ser un día un mundo de felicidad, y su habitación será una recompensa en lugar de ser un castigo.

Para que los hombres sean felices sobre la tierra, se hace preciso que no sea poblada más que por Espíritus encarnados y desencarnados que sólo quieran el bien. Este tiempo ha llegado ya. Una grande emigración, de entre los que la habitan se está realizando en este momento. Aquellos que hacen el mal por el mal y a los que el sentimiento del bien no les atañe, son indignos de la tierra transformada y serán excluidos, porque le llevarían de nuevo las revueltas y confusiones, siendo un obstáculo a su progreso. Irán a expiar su endurecimiento en mundos inferiores, donde portarán el caudal de sus conocimientos y servirán a la causa del perfeccionamiento. En la tierra serán reemplazados por Espíritus mejores, que harán reinar entre ellos la justicia, la paz y la fraternidad.

La actual generación desaparecerá gradualmente y la nueva le sucederá del mismo modo, sin que nada se altere en el orden ordinario de las cosas. Exteriormente todo pasará en su forma habitual con la sola y esencialísima diferencia de que una parte de los Espíritus que en ella se encarnaban, no volverán a encarnarse. En el niño que nazca, en vez de encarnar un Espíritu atrasado y con tendencias al mal, encarnará un Espíritu adelantado y portador del bien. Se trata, por lo tanto, menos de una generación corporal que de una nueva generación de Espíritus; y aquellos que esperan ver operarse esta transformación por efectos sobrenaturales y maravillosos, sufrirán una decepción.

La época actual es de transición: los elementos de dos generaciones se confunden. Colocados en el punto intermedio, asistís a la partida de una y a la llegada de otra, y cada cual se manifiesta en el mundo por los caracteres que le son propios.

Las dos generaciones tienen ideas y puntos de vista diametralmente opuestos. En la naturaleza de las disposiciones morales, y, sobre todo, de las intuitivas e innatas, es fácil distinguir a cuál de las dos pertenece cada individuo.

La nueva generación, debiendo fundar la era del progreso moral, se distingue por una inteligencia y una razón generalmente precoces, aunadas a un sentimiento innato del bien y de las creencias espiritualistas; todo lo cual es signo indubitable de cierto grado de progreso anterior. No se crea por esto que toda ella la compongan Espíritus eminentemente superiores, pero sí de aquellos que habiendo progresado lo bastante, están predispuestos a asimilarse todas las ideas progresivas y sean aptos para secundar el movimiento regenerador.

Se distingue, por el contrario, a los Espíritus atrasados, por su rebelión desde el primer instante contra Dios, negando la providencia y todo poder superior a la humanidad; y después, por la propensión instintiva a las pasiones degradantes, a los sentimientos anti fraternales del orgullo, la malevolencia, los celos, la lujuria, en fin, por el predominio, por el deseo vehemente en ellos hacia todo lo que es material.

De estos vicios debe la tierra purgarse por el alejamiento de aquellos que rehúsan su enmienda y son incompatibles, por lo mismo, con el reino de la fraternidad y con los hombres de bien, que sufrirían con su contacto.

Por esta emigración de los Espíritus no debéis entender que todos los retardatarios serán expulsados de la tierra y relegados a mundos inferiores.

Muchos, por el contrario, reencarnarán para ceder al empuje de las circunstancias y del ejemplo, porque su corteza era peor todavía que el fondo. Una vez sustraídos a la influencia de la materia y de los prejuicios del mundo corporal, la mayor parte, y de esto lograréis muchos ejemplos, verán las cosas de una manera totalmente diferente de cuando vivan.

No habrá, pues, exclusión definitiva más que para los Espíritus profundamente rebeldes, para aquellos a quienes el orgullo y el egoísmo, más que la ignorancia, les tiene sordos a la voz del bien y de la razón. Y aun estos mismos no serán condenados a una inferioridad perpetua, sino que vendrá un día en que repudiarán su pasado y abrirán los ojos a la luz.

Desgraciadamente, desconociendo la voz de Dios, la mayor parte de ellos persistirán en su ceguera, y su resistencia señalará el fin de su reinado por el de las luchas terribles. En su error correrán presurosos a su propia perdición. Apelarán a la destrucción que engendra multitud de males y de calamidades; y de este modo, sin quererlo, precipitarán el advenimiento de la nueva era. Todo se cumplirá por el encadenamiento de las circunstancias, sin que nada se derogue en las leyes de la naturaleza, tal como os lo llevamos dicho.

Entretanto, a través de la densa sombra que os envuelve y en medio de la grande tempestad que os amenaza, ¡ved aparecer los primeros fulgores de la era nueva! La fraternidad sienta sus fundamentos en todos los puntos del globo y los pueblos se tienden la mano; la barbarie se familiariza al contacto de la civilización; los prejuicios de razas y sectas, que han hecho derramar lagos de sangre, se extinguen; el fanatismo y la intolerancia pierden terreno, mientras que la libertad de conciencia se abre paso entre los buenos y se proclama como un derecho. Por todas partes las ideas fermentan: se ve el mal y se ensaya remediarlo, pero muchos caminan sin brújula y se engolfan en utopías. El mundo se halla empecinado en un inmenso trabajo de transformación que durará un siglo; en este trabajo, todavía confuso, se ve, no obstante, dominar una tendencia desde el principio: la de la unidad y uniformidad que predispone a la fraternidad.

Éstos serán los signos de los tiempos que han de venir, bien contrarios, por cierto, a los precedentes, pues mientras estos son los de la agonía del pasado, aquellos son los primeros lamentos del niño que nace, los precursores de la aurora que lucirá sus galas en el siglo próximo, porque entonces la nueva generación estará en todo su apogeo. Mientras, el aspecto del siglo decimonono diferirá del aspecto del decimoctavo desde ciertos puntos de vista, como el siglo vigésimo diferir del actual por otros que le serán propios.

Uno de los caracteres distintivos de la nueva generación será la fe innata; no la fe exclusivista y ciega que divide a los hombres, sino la fe razonada que esclarece y fortifica, que une y confunde en un común sentimiento de amor a Dios y al prójimo. Con la generación que se extingue desaparecerán los últimos vestigios que la incredulidad y del fanatismo; contrarios por igual al progreso moral que al social.

El Espiritismo es el camino que conduce a la renovación, porque derroca los dos más grandes obstáculos que a ella se oponen: la incredulidad y el fanatismo.

Espiritistas, el porvenir es vuestro y de todos los hombres de corazón, y de confianza. No os arredren los obstáculos, porque no hay ninguno que pueda obstruir los designios de la Providencia. Trabajad sin interrupción y dad gracias a Dios por haberos colocado a la vanguardia de la nueva falange. Este es un puesto de honor que habéis pedido y del que os haréis dignos por vuestro valor, vuestra perseverancia y vuestro desinterés. Aquellos que sucumban valerosamente en esta lucha contra la fuerza, obtendrán su galardón; a los que sucumban por debilidad o miedo, la confusión les rodeará en el mundo de los Espíritus. Las luchas son necesarias para fortificar el alma; el contacto del mal hace apreciar mejor las ventajas del bien. Sin las luchas que estimulan las facultades, el Espíritu se entregaría a una apatía funesta para su progreso. Las luchas contra los elementos desarrollan las fuerzas físicas e inteligentes; las luchas contra el mal desenvuelven las fuerzas morales.


REFLEXIÓN PERSONAL:
Según estos textos, extraídos de los libros de la codificación espírita y de las obras póstumas de Allan Kardec, el tiempo de la transformación del Planeta Tierra de mundo de expiación y pruebas a mundo de regeneración, está iniciado, lo que no nos dicen ni sabemos, es cuánto tiempo durará esta transición.

Y como nos dice Allan Kardec a los espiritistas, trabajemos sin interrupción y demos gracias a Dios por habernos colocado a la vanguardia. Puesto, que hemos pedido y del que nos haremos dignos por nuestro valor, nuestra perseverancia y nuestro desinterés.

Bibliografía:
El Evangelio según el Espiritismo de Allan Kardec
El Génesis de Allan Kardec
Obras póstumas de Allan Kardec