AMOR, CARIDAD y TRABAJO






AMOR, CARIDAD y TRABAJO
antídotos del
EGOÍSMO y del ORGULLO


Los peores enemigos u obstáculos para nuestro progreso moral son el egoísmo y el orgullo, su antídoto el amor.

De todas las imperfecciones humanas, la más difícil de desarraigar es el egoísmo, porque guarda relación con la influencia de la materia, de la cual el hombre, aún muy cercano a su origen, no ha podido liberarse.

Todo es amor en la naturaleza; el egoísmo es el que lo mata.

Amor no es igual a caridad. El término amor ya existía antes de Cristo, pero Cristo nos enseñó el ápice del amor, que es precisamente la caridad, es decir, entregarse por el otro.

Si el amor del prójimo es el principio de la caridad, amar a sus enemigos es su aplicación sublime, porque esta virtud es una de las más grandes victorias contra el egoísmo y el orgullo.

Jesús dijo: Amad a vuestros enemigos. Ahora bien, el amor a nuestros enemigos, ¿no es contrario a nuestras tendencias naturales? Y la enemistad, ¿no proviene de la falta de simpatía entre los Espíritus?
No cabe duda de que no se puede sentir por los enemigos un amor tierno y apasionado. No es eso lo que Jesús quiso decir. Amar a los enemigos significa perdonarlos y devolverles bien por mal. De ese modo nos hacemos superiores a ellos, mientras que con la venganza nos colocamos por debajo.

El verdadero hombre de bien es el que practica la ley de justicia, de amor y de caridad en su más grande pureza. Si pregunta a su conciencia sobre sus propios actos, mira si ha violado esta ley; si no ha hecho daño, si ha hecho todo el bien "que ha podido", si ha despreciado voluntariamente alguna ocasión de ser útil, si alguien tiene quejas contra él; en fin, si ha hecho a otro lo que hubiera querido que hicieran por él.

El amor aproxima a las almas. Se puede estar en la Tierra más próximo de los que alcanzaron la perfección, que de aquellos que por su inferioridad y egoísmo se arremolinan en torno a la esfera terrestre. La caridad y el amor son dos poderosos motores de atracción. Constituyen el lazo que cimenta la unión de las almas vinculadas entre sí, y que persiste a pesar de la distancia y los lugares. La distancia sólo existe para los cuerpos materiales, nunca para los Espíritus.

El amor y la caridad son el complemento de la ley de justicia, porque amar al prójimo es hacerle todo el bien que nos es posible y que querríamos que se nos hiciese a nosotros mismos. Ese es el sentido de las palabras de Jesús: Amaos los unos a los otros como hermanos.

La caridad, según Jesús, no se limita a la limosna: abarca todas las relaciones con nuestros semejantes, sean ellos inferiores, iguales o superiores a nosotros.

Recordad también que la ostentación quita, ante Dios, el mérito del beneficio. Jesús dijo: Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha. Con ello os enseña a no empañar la caridad con el orgullo.

El amor está en todas partes: en la naturaleza, invitándonos a ejercer nuestra inteligencia; hasta se encuentra en el movimiento de los astros. El amor es el que adorna a la naturaleza con sus ricos tapices y pasa y fija su mirada en donde encuentra flores y perfumes; también es el que da paz a los hombres, calma al mar, silencio a los vientos y tregua al dolor.

¡Espiritismo, doctrina consoladora y bendita; felices los que te conocen y se aprovechan de las saludables enseñanzas de los espíritus del Señor! Para ellos el camino es claro, y durante todo el viaje pueden leer estas palabras que les indican el medio de llegar al fin: caridad práctica, caridad de corazón, caridad para el prójimo como para sí mismo, en una palabra, caridad para todos y amor de Dios sobre todas las cosas, porque el amor de Dios resume todos los deberes y porque realmente es imposible amar a Dios sin practicar la caridad, de la que hace una ley para con todas sus criaturas. 

El amor resume toda la doctrina de Jesús, porque es el sentimiento por excelencia, y los sentimientos son los instintos elevados a la altura del progreso realizado. El hombre en su origen sólo tiene instintos; más adelantado y corrompido, sólo tiene sensaciones; pero instruido y purificado, tiene sentimientos, y el punto exquisito del sentimiento es el amor; no el amor en el sentido vulgar de la palabra, sino ese sol interior que condensa y reúne en su ardiente foco todas las aspiraciones y todas las revelaciones sobrehumanas. La ley de amor reemplaza a la personalidad por la fusión de los seres, y aniquila las miserias sociales. ¡Feliz aquel que, elevándose sobre su humanidad, quiere con gran amor a sus hermanos doloridos! ¡Feliz aquel que ama, porque no conoce ni la carestía del alma ni la del cuerpo; sus pies son ligeros y vive como transportado fuera de sí mismo!

Si muchos de los llamados al Espiritismo se han estacionado, ¿cómo conoceremos a los que están en el buen camino? 
Los reconoceréis en los principios de verdadera caridad que profesarán y practicarán: los reconoceréis en el número de afligidos que habrán consolado; los reconoceréis en su amor hacia el prójimo, por su abnegación, por su desinterés personal; los reconoceréis, en fin, en el triunfo de sus principios, porque Dios quiere el triunfo de su ley; los que siguen su ley son sus elegidos y él les dará la victoria, pero destruirá a los que falsean el espíritu de esa ley y hacen de ella su comodín para satisfacer su vanidad y su ambición.

Cristo fue el iniciador de la más pura moral, la más sublime, de la moral evangélica cristiana que debe renovar el mundo, reunir a los hombres y hacerlos hermanos; que debe hacer brotar de todos los corazones humanos la caridad y el amor al prójimo, y crear entre todos los hombres una solidaridad común; en fin, de una moral que debe transformar la tierra y hacer de ella una morada para espíritus superiores a los que hoy la habitan. Es la ley del progreso, a la que está sometida la naturaleza, que se cumple, y el Espiritismo es la palanca de que Dios se sirve para hacer avanzar a la humanidad.

El verdadero carácter de la caridad, es la modestia, la humildad y la indulgencia que consiste en no ver superficialmente los defectos y dedicarse a hacer florecer lo que hay de bueno y virtuoso; porque si el corazón humano es un abismo de corrupción, existe siempre en algunos de sus pliegues más escondidos, el germen de buenos sentimientos, chispa brillante de la esencia espiritual.

"Amar a tu prójimo como a ti mismo, hacer por los otros lo que quisiéramos que los otros hiciesen por nosotros", es la expresión más completa de la caridad, porque resume todos los deberes para con el prójimo.

Amad, pues, a vuestro prójimo, amadle como a vosotros mismos, porque ahora ya lo sabéis; ese desgraciado que rechazáis, quizá es un hermano, un padre, un amigo que rechazáis lejos de vosotros, y entonces, ¡cuál será vuestra desesperación al reconocerle en el mundo de los espíritus!

Deseo que comprendáis bien lo que puede ser la "caridad moral", la que todos pueden practicar, la que no "cuesta nada material”, y, sin embargo, la que es más difícil de poner en práctica.

La caridad moral consiste en sobrellevarnos unos a otros, y es lo que menos hacéis en este mundo en donde estáis encarnados por el momento. Creedme, hay un gran mérito en saberse callar para dejar hablar a otro más ignorante, y esto es también una especie de caridad. Saber ser sordo cuando una palabra burlona se escapa de una boca acostumbrada a ridiculizar; no ver la sonrisa desdeñosa con que os reciben ciertas gentes, que muchas veces, sin razón, se creen superiores a vosotros mientras que, en la vida espiritista, "la sola verdadera", les falta quizá mucho para alcanzaros; aquí tenéis un mérito no de humildad sino de caridad, porque el dejar de notar las faltas de otro, es la caridad moral.

Caridad y humildad: tal es, pues, el sólo camino de la salvación; egoísmo y orgullo, tal es el de la perdición. Este principio está formulado en términos precisos en estas palabras: "Amaréis a Dios de toda vuestra alma y a vuestro prójimo como a vosotros mismos"; "toda la ley y los profetas están encerrados en estos dos mandamientos". Y para que no haya equivocación sobre la interpretación del amor de Dios y del prójimo, añade: "Y el segundo semejante es a éste"; es decir, que no se puede verdaderamente amar a Dios, sin amar a su prójimo, ni amar a su prójimo sin amar a Dios; pues todo lo que se hace contra el prójimo, se hace contra Dios. No pudiendo amar a Dios, sin practicar la caridad con el prójimo, todos los deberes del hombre están resumidos en esta máxima: "Sin caridad no hay salvación".

Si yo hablara lenguas de hombres y ángeles y no tuviera caridad, soy como metal que suena, o campana que retiñe. Y si tuviese profecía, y supiese todos los misterios y cuanto se pudiese saber; y si tuviese toda la fe, de manera que traspasase los montes, y no tuviese caridad, nada soy. Y si distribuyese todos mis bienes en dar de comer a pobres y si entregare mi cuerpo para ser quemado, y no tuviese caridad, nada me aprovecha.

La caridad es paciente, es benigna: la caridad no es envidiosa, no obra precipitadamente, no se ensoberbece. No es ambiciosa, no busca sus provechos, no se mueve a ira, no piensa mal. No se goza de la iniquidad, más se goza de la verdad: Todo lo sobrelleva, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

Honesto ante Dios es el hombre que, impregnado de abnegación y amor, consagra su vida al bien, al progreso de sus semejantes; es el que, animado de una dedicación ilimitada, es activo en la vida: activo en el cumplimiento de los deberes materiales que se le imponen, pues debe enseñar a los otros el amor al trabajo; activo en las buenas acciones, pues no debe olvidar que es apenas un servidor a quien el Amo pedirá cuentas, un día, del empleo de su tiempo; activo, finalmente, pues debe predicar con el ejemplo el amor a Dios y al prójimo.

La encarnación es necesaria para el progreso moral e intelectual del Espíritu: para el progreso intelectual, por la actividad que se ve obligado a desplegar mediante el trabajo; para el progreso moral, por la necesidad que los hombres tienen unos de otros -en base al amor que Jesús nos enseñó-. La vida social es la piedra de toque de las buenas y de las malas cualidades. La bondad, la maldad, la mansedumbre, la violencia, la benevolencia, la caridad, el egoísmo, la avaricia, el orgullo, la humildad, la sinceridad, la franqueza, la lealtad, la mala fe, la hipocresía, en suma, todo lo que constituye al hombre de bien o al perverso tiene por móvil, por objetivo y como estimulante las relaciones del hombre con sus semejantes. Para el hombre que vive aislado no existen los vicios ni las virtudes. Si bien mediante el aislamiento se preserva del mal, por otro lado, anula las posibilidades de hacer el bien.

El camino de la felicidad está abierto para todos. Todos tienen la misma meta, y poseen las mismas condiciones para alcanzarla. La ley, grabada en las conciencias, se les enseña a todos. Dios hizo que la felicidad sea el premio al trabajo y no un favor, a fin de que cada uno tenga su mérito. Todos son libres de trabajar o de no hacer nada en favor de su adelanto. El que trabaja mucho y con rapidez recibe antes la recompensa. El que se extravía en el camino o pierde el tiempo retarda la llegada, y de ello no puede responsabilizar a nadie más que a sí mismo.

Los Espíritus son creados simples e ignorantes, es decir, sin conocimientos ni conciencia del bien y del mal, pero aptos para conseguir lo que les falta. El trabajo es el medio para sus logros, y el objetivo, que es la perfección, es común a todos. Lo alcanzan con relativa rapidez en virtud de su libre albedrío y en razón directa de sus esfuerzos. Todos deben trasponer los mismos peldaños y completar el mismo trabajo. Dios no favorece más a unos que a otros, ya que todos son sus hijos y, puesto que es justo, no tiene preferencia por ninguno.

El hombre pretende ser feliz, y ese sentimiento es natural. Por eso trabaja sin cesar para mejorar su posición en la Tierra. Además, busca las causas de sus males a fin de remediarlos. Cuando comprenda que el egoísmo es una de esas causas: la que engendra el orgullo, la ambición, la codicia, la envidia, el odio y los celos; la que lo hiere a cada instante, la que perturba las relaciones sociales, provoca las disensiones y destruye la confianza, la que lo obliga a mantenerse constantemente a la defensiva contra su vecino; la causa que, por último, hace del amigo un enemigo, entonces comprenderá también que ese vicio es incompatible con su propia felicidad y, diremos también, con su propia seguridad. Cuanto más haya sufrido el egoísmo, tanto más sentirá la necesidad de combatirlo.

Sólo por el trabajo del cuerpo el espíritu adquiere conocimientos.

La necesidad del trabajo, ¿es una ley de la naturaleza?
El trabajo es una ley de la naturaleza, por eso mismo es una necesidad.

¿Sólo debemos entender por trabajo las ocupaciones materiales?
No. El Espíritu trabaja, como el cuerpo. Toda ocupación útil es un trabajo.

¿Por qué el trabajo es impuesto al hombre?
Es una consecuencia de su naturaleza corporal. Se trata de una expiación y al mismo tiempo de un medio para perfeccionar su inteligencia. Sin el trabajo, el hombre permanecería en la infancia de la inteligencia. Por esa razón sólo debe su alimento, su seguridad y su bienestar a su trabajo y a su actividad. Al que es demasiado débil de cuerpo Dios le ha dado la inteligencia para que supla con ella esa debilidad. Con todo, siempre es un trabajo.

En los mundos más perfeccionados, ¿está el hombre sometido a la misma necesidad del trabajo?
La naturaleza del trabajo es relativa a la naturaleza de las necesidades. Cuanto menos materiales son las necesidades, menos material es el trabajo. Sin embargo, no creas por eso que el hombre permanece inactivo e inútil, pues la ociosidad sería un suplicio en vez de ser un beneficio.

Dado que el descanso después del trabajo es una necesidad, ¿es una ley de la naturaleza?
Sin duda, el descanso sirve para reponer las fuerzas del cuerpo y también es necesario para dar un poco más de libertad a la inteligencia, a fin de que esta se eleve por encima de la materia.

¿Cuál es el límite del trabajo?
El límite de las fuerzas. Por lo demás, Dios deja libre al hombre.

Si entre vuestros familiares, vecinos o entre vuestros compañeros de trabajo, hubiese alguno que os moleste o que trate de haceros daño; no le odiéis, no cometáis esa torpeza, no vale la pena; porque, él mismo, en su ignorancia no sabe lo que hace, es su atraso evolutivo que le hace actuar así. Tened compasión de él (o ella). Sí, tened compasión, ya que con ello estaréis vibrando en amor que es comprensión y tolerancia. No os dejéis llevar por el orgullo o por el egoísmo. Proyectad sobre esa persona vibraciones de amor (sentimientos de bien) y buenos pensamientos que son fuerzas positivas y energía armonizadora, y que también os armonizará a vosotros mismos. Además, para no uniros a él o ella por el rencor, sino por el amor. Y de ese modo habréis puesto en práctica las enseñanzas del sublime Maestro Jesús; pagar bien por mal. Esa enseñanza que los humanos no acabamos de comprender.


En el libro titulado Pablo y Esteban de Francisco Cándido Xavier dictado por el espíritu Emmanuel, hay una conversación entre el espíritu de Abigail y Saulo (o sea Pablo de Tarso), una vez convertido y antes de comenzar su inconmensurable trabajo de evangelización de la palabra de Jesús, que dice así:

Pablo: ¿Qué hacer para adquirir la perfecta comprensión de los designios del Cristo?

Abigail: ¡Ama!

Pablo: Pero, ¿cómo proceder para enriquecernos en la virtud ajena? Jesús aconseja el amor para los enemigos.  Mientras tanto, consideraba qué difícil debía ser semejante realización. Penoso era manifestar dedicación sin que hubiera comprensión por parte de los demás. ¿Cómo hacer para que el alma alcance tan elevada expresión de esfuerzo en Jesús Cristo?

Abigail: ¡Trabaja!

Pablo: Abigail tenía razón. Era necesario realizar la obra del perfeccionamiento interior.


Si sabemos la teoría, pero no la llevamos a la práctica mediante el trabajo, ¿de qué nos sirve?

Mas, puede haber quien diga que existan vicisitudes en la vida que no puedan dominar, porque sean muy difíciles de superar, y digo yo ¿quién dijo que fuera fácil?


Para poderlas vencer, hay que hacer un trabajo diario de menos a más, a fin de ir creando un hábito y así poder ir venciéndolas.

Entiendo que los principales obstáculos para nuestra reforma o perfeccionamiento interior son el egoísmo y el orgullo, que podemos y debemos combatir mediante nuestra reforma íntima, bajo la protección de la Doctrina del Maestro Jesús.

Para ello debemos hacer diariamente un examen sobre nosotros mismos, lento, gradual, minucioso, que nos permita convencernos de la urgencia en la reforma interior, a través de nuestra vibración y pensamientos diarios, para que emitamos la única conducta que debe marcar nuestras existencias en la Tierra: “Amar a los demás como a nosotros mismos”.

Toda vez que la Doctrina Espírita es, en esencia, universidad de redención. Y cada uno de sus profesantes o alumnos, por fuerza de la obligación en el perfeccionamiento interior está obligado a educarse para poder educar.


Las contradicciones, aun aparentes, pueden poner dudas en el Espíritu de ciertas personas. ¿Qué comprobación puede haber para conocer la verdad? 

"Para discernir el error de la verdad, es menester profundizar estas respuestas y meditar mucho tiempo formalmente; debe hacerse todo un estudio. Para éste como para estudiar las demás cosas, es necesario el tiempo."

"Estudiad, comparad, profundizad; os lo decimos sin cesar, el conocimiento de la verdad se adquiere a este precio. ¿Cómo queréis llegar a la verdad cuando lo interpretáis todo según vuestras ideas limitadas que vosotros tomáis por grandes? Pero no está lejos el día en que la enseñanza de los Espíritus será uniforme por todas partes, así en los detalles como en las cosas principales. Su misión es de destruir el error, pero esto no puede venir sino sucesivamente."

Repetimos sin cesar: estudiad antes de practicar, porque ese es el único medio para que no adquiráis la experiencia a costa de vosotros mismos.


Bibliografía:
El libro de los espíritus de Allan Kardec
El Libro de los Médiums de Allan Kardec
El Evangelio según el Espiritismo de Allan Kardec
El cielo y el infierno de Allan Kardec
Pablo y Esteban de Francisco Cándido Xavier, dictado por el espíritu Emmanuel
Temario del conocimiento espiritual I de Sebastián de Arauco

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