La Doctrina Espírita o Espiritismo es el consolador prometido, enviado por Jesús, para que los hombres tengan conocimiento de las cosas, que comprendan de dónde vienen y hacía dónde van, y por qué están en la Tierra, obteniendo consuelo y esperanza, a través del conocimiento de los verdaderos principios de la Ley de Dios.
A continuación, se transcribe el resumen de la Doctrina Espírita, tal como el codificador Allan Kardec, la describió en El
Libro de los Espíritus, Introducción, ítem VI.
Resumen de la Doctrina de los Espíritus:
Dios es eterno, inmutable, inmaterial, único, todopoderoso, soberanamente justo y bueno.
Él ha creado el universo, que comprende la totalidad de los seres animados e inanimados, materiales e inmateriales.
Los seres materiales constituyen el mundo visible o corporal, y los seres inmateriales el mundo invisible o espírita, es decir, de los Espíritus(1).
(1) [Este
pasaje, al igual que el título del Libro Segundo, deja en claro que
Allan Kardec utiliza la locución “mundo espirita” (monde spirite) como sinónimo
de “mundo de los Espíritus”. Salvo cuando es empleada para designar a
quien profesa el espiritismo, la palabra “espirita” (spirite) significa “de los Espíritus”, es decir, perteneciente o relativo a los Espíritus. Reemplazarla por
el vocablo “espiritual” (spirituel-spirituelle), implica
alterar su sentido. En el principio mismo de: “El libro de los Espíritus”,
Allan Kardec advierte que para referirse a cosas nuevas hacen falta palabras
nuevas, e introduce la palabra espírita como uno de esos neologismos. Así,
ese adjetivo se aplica a muchos vocablos: doctrina, teoría, ciencia,
alma, vida, escala, turbación, naturaleza, infancia,
jerarquía, etc. En plural, la encontramos junto a los términos visitas,
fenómenos, comunicaciones, manifestaciones, ideas, creencias,
libros, etc. Por su parte, la palabra “espiritual” es utilizada, salvo pocas excepciones,
en su sentido tradicional.]
El mundo espírita es el mundo normal, primitivo, eterno, que preexiste y sobrevive a todo.
El mundo corporal es secundario; podría dejar de existir, o no haber existido jamás, sin alterar la esencia del mundo espírita.
Los Espíritus se revisten temporalmente con una envoltura material perecedera, cuya destrucción por la muerte los devuelve a la libertad.
Entre las diferentes especies de seres corporales, Dios ha escogido a la especie humana para la encarnación de los Espíritus que han alcanzado cierto grado de desarrollo, lo que le da superioridad moral e intelectual sobre las demás.
El alma es un Espíritu encarnado cuyo cuerpo es solamente la envoltura.
En el hombre hay tres elementos: Primero, el cuerpo o ser material, análogo al de los animales y animado por el mismo principio vital. Segundo, el alma o ser inmaterial, Espíritu encarnado en el cuerpo. Tercero, el lazo que une el alma al cuerpo, principio intermediario entre la materia y el Espíritu.
Son dos, pues, las naturalezas del hombre: por su cuerpo participa de la naturaleza de los animales, cuyos instintos tiene; por su alma participa de la naturaleza de los Espíritus.
El lazo o periespíritu que une el Espíritu al cuerpo es una especie de envoltura semimaterial. La muerte es la destrucción de la envoltura más densa. El Espíritu conserva la segunda, que constituye para él un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en su estado normal, aunque puede volverse accidentalmente visible, e incluso tangible, como sucede en el fenómeno de las apariciones.
El Espíritu no es, por lo tanto, un ser abstracto, indefinido, que únicamente se puede concebir con el pensamiento. Se trata de un ser real, circunscrito, que en ciertos casos es percibido por los sentidos de la vista, del oído y del tacto.
Los Espíritus pertenecen a diferentes clases: no son iguales en poder, como tampoco en inteligencia, saber o moralidad. Los del primer orden son los Espíritus superiores, que se distinguen de los demás por su perfección, sus conocimientos, su proximidad a Dios, la pureza de sus sentimientos y su amor al bien: son los ángeles o Espíritus puros. Las otras clases se alejan cada vez más de dicha perfección. Los Espíritus de las categorías inferiores son propensos a la mayoría de nuestras pasiones: el odio, la envidia, los celos, el orgullo, etc. Se complacen en el mal. Los hay ni demasiado buenos ni muy malos. Son más enredadores y molestos que malvados, y las travesuras e inconsecuencias parecen ser su patrimonio: son los duendes o Espíritus frívolos.
Los Espíritus no pertenecen perpetuamente al mismo orden. Todos mejoran al pasar por los diferentes grados de la jerarquía espírita. Ese mejoramiento tiene lugar por medio de la encarnación, impuesta a unos como expiación y a otros como misión. La vida material es una prueba que deben sufrir repetidas veces hasta que hayan alcanzado la perfección absoluta; es una especie de tamiz o depurador del que salen más o menos purificados.
Al abandonar el cuerpo, el alma regresa al mundo de los Espíritus del que había salido, y retoma una nueva existencia material después de un lapso relativamente prolongado, durante el cual permanece en estado de Espíritu errante.
Puesto que el Espíritu debe pasar por varias encarnaciones, resulta de ahí que todos hemos tenido muchas existencias, y que tendremos todavía otras, más o menos perfeccionadas, ya sea en la Tierra o en otros mundos.
La encarnación de los Espíritus siempre ocurre en la especie humana. Sería un error creer que el alma o Espíritu puede encarnar en el cuerpo de un animal.
Los espíritus renacen hombres o mujeres; porque carecen de sexo. Como deben progresar en todo, cada sexo, lo mismo que cada posición social, les ofrece pruebas y deberes especiales y ocasión de adquirir experiencia. El que fuese siempre hombre, no sabría más que lo que saben los hombres.
Las diferentes existencias corporales del Espíritu son siempre progresivas, jamás retrógradas. No obstante, la rapidez del progreso depende de los esfuerzos que hacemos para alcanzar la perfección.
Las cualidades del alma son las del Espíritu que está encarnado en nosotros; de modo que el hombre de bien es la encarnación de un Espíritu bueno, mientras que el hombre perverso es la de un Espíritu impuro.
El alma tenía su individualidad antes de encarnar, y la conserva después de separarse del cuerpo.
A su regreso al mundo de los Espíritus, el alma encuentra allí a los que conoció en la Tierra, y las existencias anteriores vuelven a su memoria con el recuerdo del bien y del mal que ha hecho.
El Espíritu encarnado se halla sometido a la influencia de la materia. El hombre que supera esa influencia mediante la elevación y la purificación de su alma se acerca a los Espíritus buenos, con los cuales habrá de reunirse un día. El que se deja dominar por las malas pasiones y cifra todas sus alegrías en la satisfacción de los apetitos groseros se acerca a los Espíritus impuros, porque da preponderancia a la naturaleza animal.
Los Espíritus encarnados habitan en los diferentes mundos del universo.
Los espíritus no encarnados, o errantes, no ocupan una región determinada y circunscrita. Están por todas partes: en el espacio y a nuestro lado. Nos ven y se relacionan con nosotros sin cesar. Conforman una población invisible que se agita alrededor nuestro.
Los Espíritus ejercen sobre el mundo moral, e incluso sobre el mundo físico, una acción incesante; actúan sobre la materia y el pensamiento; constituyen uno de los poderes de la naturaleza y la causa eficiente de una multitud de fenómenos hasta ahora inexplicados o mal explicados, que sólo encuentran una solución racional en el espiritismo.
Las relaciones de los Espíritus con los hombres son constantes. Los Espíritus buenos nos incitan al bien, nos sostienen en las pruebas de la vida y nos ayudan a soportarlas con valor y resignación. Los malos nos incitan al mal; se complacen en ver que sucumbimos y que nos asemejamos a ellos.
Las comunicaciones de los Espíritus con los hombres son ocultas u ostensibles. Las comunicaciones ocultas tienen lugar mediante la influencia buena o mala que ejercen sobre nosotros sin que lo sepamos. Compete a nuestro juicio discernir entre las inspiraciones buenas y las malas. Las comunicaciones ostensibles tienen lugar por medio de la escritura, la palabra u otras manifestaciones materiales, la mayoría de las veces a través de los médiums que les sirven de instrumento.
Los Espíritus se manifiestan espontáneamente o por evocación. Podemos evocar a todos los Espíritus: tanto a los que animaron a hombres oscuros, como a los de los personajes más ilustres -sea cual fuere la época en que hayan vivido-, a los de nuestros parientes, nuestros amigos o enemigos, y obtener de ellos, a través de comunicaciones escritas o verbales, consejos, informaciones sobre su situación de ultratumba, sobre sus pensamientos respecto de nosotros, así como las revelaciones que se les permite hacernos.
Los Espíritus son atraídos en virtud de su simpatía por la naturaleza moral del medio(2) que los evoca. Los Espíritus superiores se complacen en las reuniones serias donde predominan el amor al bien y el deseo sincero de instruirse y mejorar. Su presencia aleja de allí a los Espíritus inferiores. En caso contrario, estos encuentran libre acceso y pueden actuar con absoluta libertad entre las personas frívolas o guiadas exclusivamente por la curiosidad, así como en todas partes donde encuentren malos instintos. Lejos de obtener buenos consejos e informaciones útiles, no debemos esperar de ellos más que futilidades, mentiras, bromas de mal gusto o mistificaciones, pues suelen adoptar nombres venerables para inducirnos a error con mayor facilidad.
(2) [En
el original: milieu. Si bien Kardec utiliza este vocablo como sinónimo
de médium, la frase que sigue nos permite suponer que se alude aquí al círculo
o ambiente, especialmente moral, integrado tanto por el médium como
por las personas que lo acompañan en el ejercicio de su facultad.]
Distinguir entre los Espíritus buenos y los malos es en extremo fácil. El lenguaje de los Espíritus superiores es invariablemente digno, noble; se halla impregnado de la más elevada moralidad, libre de pasiones inferiores. Sus consejos reflejan la sabiduría más pura, y tienen siempre por objeto nuestro mejoramiento y el bien de la humanidad. El lenguaje de los Espíritus inferiores, por el contrario, es inconsecuente; suele ser trivial e incluso grosero. Si de vez en cuando expresan cosas buenas y verdaderas, la mayoría de las veces las dicen falsas y absurdas, por malicia o por ignorancia. Juegan con la credulidad y se divierten a costa de quienes los interrogan; halagan su vanidad y alimentan sus deseos con falsas esperanzas. En resumen, las comunicaciones serias, en la más amplia acepción de la palabra, sólo tienen lugar en los centros serios, cuyos miembros se hallan unidos por una comunión íntima de pensamientos con miras al bien.
La moral de los Espíritus superiores se resume, como la de Cristo, en la máxima evangélica que recomienda actuar para con los otros como quisiéramos que los otros actuasen para con nosotros mismos; es decir, hacer el bien y no el mal. El hombre encuentra en este principio la regla universal de conducta, incluso para sus más insignificantes acciones.
Nos enseñan que el egoísmo, el orgullo y la sensualidad son pasiones que nos acercan a la naturaleza animal y nos sujetan a la materia; que el hombre que, desde este mundo, se desapega de la materia mediante el desprecio a las futilidades mundanas y la práctica del amor al prójimo, se acerca a la naturaleza espiritual; que cada uno de nosotros debe hacerse útil según las facultades y los recursos que Dios ha puesto en nuestras manos para probarnos; que el fuerte y el poderoso deben apoyo y protección al débil, pues quien abusa de su fuerza y de su poder para oprimir al semejante transgrede la ley de Dios. Enseñan, por último, que, en el mundo de los Espíritus, donde nada se puede ocultar, el hipócrita será desenmascarado y sus torpezas habrán de ser descubiertas; que la presencia inevitable y constante de aquellos para con los cuales hemos actuado mal, es uno de los castigos que se nos reservan; que al estado de inferioridad y superioridad de los Espíritus le corresponden penas y goces que desconocemos en la Tierra.
Con todo, también nos enseñan que no hay faltas irremisibles que no puedan ser borradas mediante la expiación. El hombre encuentra el medio de lograrlo en las diferentes existencias, que le permiten avanzar conforme a su deseo y sus esfuerzos por la vía del progreso, hacia la perfección que es su objetivo final.
Este es el resumen de la Doctrina Espírita, según resulta de la enseñanza dada por los Espíritus superiores.
AMOR, CARIDAD y TRABAJO
No hay comentarios :
Publicar un comentario