Génesis espiritual

 




GÉNESIS ESPIRITUAL





La Génesis de Allan kardec

Principio espiritual
La existencia del principio espiritual es un hecho que, por decirlo así, no necesita más demostración que el de la existencia del principio material. Es, en cierta forma, una verdad axiomática (evidente): se confirma por sus efectos, como la materia por los que le son propios.

El principio espiritual es el corolario (deducción…) de la existencia de Dios. Sin ese principio, Dios no tendría razón de ser, puesto que no se podría concebir que la soberana inteligencia reinara durante toda la eternidad únicamente sobre la materia bruta. Puesto que no se puede admitir a Dios sin los atributos esenciales de la Divinidad: la justicia y la bondad, esas cualidades serían inútiles si Él sólo pudiera ejercitarlas sobre la materia.

Por otro lado, no se podría concebir un Dios soberanamente justo y bueno, que creara seres inteligentes y sensibles, para arrojarlos a la nada luego de algunos días de padecimientos sin compensaciones, y que se recreara en esa sucesión indefinida de seres que nacen sin haberlo pedido, pensando por un instante apenas para que sólo conozcan el dolor y se extingan definitivamente después de una efímera existencia.

Sin la supervivencia del ser pensante los padecimientos de la vida serían, de parte de Dios, una crueldad sin objetivo. Por ese motivo, el materialismo y el ateísmo son consecuencia uno del otro: al negar la causa, no se puede admitir el efecto; al negar el efecto, no se puede admitir la causa. El materialismo es, pues, coherente consigo mismo, aunque no lo sea con la razón.

La idea de la perpetuidad del ser espiritual es innata en el hombre; se encuentra en él en estado de intuición y de anhelo. El hombre comprende que solamente ahí reside la compensación de las miserias de la vida. Esa es la causa por la que siempre ha habido y habrá cada vez más espiritualistas que materialistas, y más deístas que ateos.

A la idea intuitiva y al poder del razonamiento, el espiritismo agrega la sanción de los hechos, la prueba material de la existencia del ser espiritual, de su supervivencia, de su inmortalidad y de su individualidad. Específica y define lo que aquella idea tenía de vago y abstracto. Muestra que el ser inteligente actúa fuera de la materia, tanto después como durante la vida del cuerpo.

El principio espiritual y el principio vital, ¿son una sola y la misma cosa?

A partir, como siempre, de la observación de los hechos, diremos que, si el principio vital fuese inseparable del principio inteligente, habría alguna razón para confundirlos. Sin embargo, dado que vemos seres que viven y no piensan, como las plantas; cuerpos humanos que continúan animados por la vida orgánica cuando ya no existe ninguna manifestación del pensamiento; que en el ser vivo se producen movimientos vitales independientes de la acción de la voluntad; que durante el sueño la vida orgánica permanece en plena actividad, mientras que la vida intelectual no se manifiesta por ningún signo exterior, cabe admitir que la vida orgánica reside en un principio inherente a la materia, independiente de la vida espiritual, que es propia del Espíritu. Ahora bien, visto que la materia tiene una vitalidad independiente del Espíritu, y que el Espíritu tiene una vitalidad independiente de la materia, resulta evidente que esa doble vitalidad reposa sobre dos principios diferentes. 

El principio espiritual, ¿tendrá origen en el elemento cósmico universal? ¿Será sólo una transformación, un modo de existencia de ese elemento, como la luz, la electricidad, el calor, etc.?

Si fuese así, el principio espiritual sufriría las vicisitudes de la materia; se extinguiría por la desagregación, como el principio vital; el ser inteligente no tendría más que una existencia momentánea, como la del cuerpo, y al morir volvería a la nada o, lo que sería lo mismo, al todo universal. Estaríamos, en una palabra, ante la confirmación de las doctrinas materialistas.

Las propiedades sui generis (singulares) que se le reconocen al principio espiritual prueban que este tiene existencia propia, independiente, puesto que, si su origen estuviese en la materia, le faltarían esas propiedades. Dado que la inteligencia y el pensamiento no pueden ser atributos de la materia, si nos remontamos de los efectos a la causa, se llega a la conclusión de que el elemento material y el elemento espiritual son dos principios constitutivos del universo. El elemento espiritual individualizado constituye los seres llamados Espíritus, como el elemento material individualizado constituye los diferentes cuerpos de la naturaleza, orgánicos e inorgánicos.

Admitido el ser espiritual, como este no puede proceder de la materia, ¿cuál es su origen, su punto de partida? 

Para responder, no disponemos en absoluto de los medios de investigación, como sucede con todo lo relativo al principio de las cosas. El hombre sólo puede comprobar lo que existe; acerca de todo lo demás, no le cabe otra cosa que enunciar hipótesis. Y ya sea porque ese conocimiento esté fuera del alcance de su inteligencia actual, o porque en este momento pueda resultarle inútil o perjudicial, Dios no se lo concede siquiera mediante la revelación.

Lo que Dios permite que sus mensajeros le digan y lo que, por otra parte, el hombre puede deducir por sí mismo a partir del principio de la soberana justicia, que es uno de los atributos esenciales de la Divinidad, es que todos los seres espirituales tienen el mismo punto de partida: todos son creados simples e ignorantes, con idéntica aptitud para progresar mediante su actividad individual; todos alcanzarán el grado de perfección compatible con los esfuerzos personales de la criatura; todos, porque son hijos del mismo Padre, son objeto de igual solicitud: no existe ninguno más favorecido o mejor dotado que los otros, ni dispensado del trabajo impuesto a los demás para que alcancen la meta.

Al mismo tiempo que creó, desde siempre, mundos materiales, Dios también ha creado seres espirituales desde toda la eternidad. Si no fuese así, los mundos materiales no tendrían ningún sentido. Sería mucho más fácil concebir los seres espirituales sin los mundos materiales, que estos últimos sin aquellos. Los mundos materiales debían proporcionar a los seres espirituales elementos de actividad para el desarrollo de su inteligencia.

El progreso es la condición normal de los seres espirituales, y la perfección relativa es la meta que deben alcanzar. Ahora bien, como Dios ha creado desde toda la eternidad, y crea sin cesar, también desde toda la eternidad han existido seres que alcanzaron el punto culminante de la escala.

Antes de que la Tierra existiese, mundos incontables habían sucedido a otros mundos, y cuando la Tierra salió del caos de los elementos, el espacio ya estaba poblado de seres espirituales en todos los grados de adelanto, desde los que surgían a la vida hasta los que, desde toda la eternidad, habían tomado un lugar entre los Espíritus puros, vulgarmente denominados ángeles. 


Unión del principio espiritual con la materia
Puesto que la materia debía ser el objeto del trabajo del Espíritu para el desarrollo de sus facultades, era necesario que este pudiese actuar sobre ella, razón por la cual tuvo que habitar en ella. Como la materia debía ser al mismo tiempo el objetivo y el instrumento del trabajo, Dios, en vez de unir el Espíritu a la piedra rígida, creó, para su uso, cuerpos organizados, flexibles y capaces de recibir todos los impulsos de su voluntad, así como también de prestarse a todos sus movimientos.

Por lo tanto, el cuerpo es al mismo tiempo la envoltura y el instrumento del Espíritu. A medida que este adquiere nuevas aptitudes, se reviste con una envoltura apropiada al nuevo tipo de trabajo que le corresponde realizar, tal como se hace con el operario a quien se le confía una herramienta menos sencilla a medida que demuestra su capacidad para realizar una tarea más delicada.

Para ser más exactos, es necesario expresar que el Espíritu mismo es el que modela su envoltura y la adecua a sus nuevas necesidades; perfecciona, desarrolla y completa su organismo a medida que experimenta la necesidad de poner de manifiesto nuevas facultades; en una palabra, lo adapta de acuerdo con su inteligencia. Dios le proporciona los materiales, y a él le corresponde hacer uso de ellos. A eso se debe que las razas avanzadas tengan un organismo o, si se prefiere, herramientas más perfeccionadas que las de las razas primitivas. De ese modo también se explica la marca especial que el carácter del Espíritu imprime a los rasgos de la fisonomía y a las líneas del cuerpo.

Por ser exclusivamente material, el cuerpo sufre las vicisitudes de la materia. Después de funcionar durante algún tiempo, se desorganiza y se descompone. El principio vital, como ya no encuentra un elemento para su actividad, se extingue y el cuerpo muere. El Espíritu, para quien el cuerpo privado de vida se torna inútil, lo abandona, como se abandona una casa en ruinas o la ropa que no sirve.


Hipótesis sobre el origen del cuerpo humano
De la semejanza de formas exteriores que existe entre el cuerpo del hombre y el del mono, algunos fisiólogos arribaron a la conclusión de que el primero es apenas una transformación del segundo. Nada de eso es imposible y, de ser cierto, no hay razón para que la dignidad del hombre se vea afectada. Es muy probable que los cuerpos de los monos hayan servido de vestimenta a los primeros Espíritus humanos, necesariamente poco adelantados, que vinieron a encarnar en la Tierra, visto que esa vestimenta era más apropiada a sus necesidades y más adecuada al ejercicio de sus facultades que el cuerpo de cualquier otro animal. En vez de que se elaborase una envoltura especial para el Espíritu, este lo habría encontrado ya listo. Se vistió entonces con la piel del mono, sin que dejara de ser un Espíritu humano.

Queda perfectamente entendido que aquí sólo se trata de una hipótesis que de ninguna manera se enuncia como principio, sino que se presenta solamente para mostrar que el origen del cuerpo en nada perjudica al Espíritu, que es el ser principal, y que la semejanza del cuerpo del hombre con el del mono no implica paridad entre su Espíritu y el del mono.

Admitida esa hipótesis, se puede decir que, bajo la influencia y por efecto de la actividad intelectual de su nuevo habitante, la envoltura se modificó, se embelleció en los detalles y conservó la forma general del conjunto. Mejorados a través de la procreación, los cuerpos se reprodujeron en las mismas condiciones, como ocurre con los árboles injertados. Dieron origen a una especie nueva que poco a poco se apartó del tipo primitivo, a medida que el Espíritu progresaba. El Espíritu mono, que no fue aniquilado, continuó procreando para su uso cuerpos de mono, del mismo modo que el fruto del árbol silvestre reproduce árboles de esa especie, y el Espíritu humano procreó cuerpos de hombres, variantes del primer molde en el que él se instaló. El tronco se bifurcó y produjo un retoño, que a su vez se convirtió en tronco.


Encarnación de los Espíritus
El espiritismo nos enseña de qué manera se produce la unión del Espíritu con el cuerpo, en la encarnación. 

Por su esencia espiritual, el Espíritu es un ser indefinido, abstracto, que no puede ejercer una acción directa sobre la materia, sino que precisa un intermediario. Ese intermediario es la envoltura fluídica, que en cierto modo es parte integrante del Espíritu. Se trata de una envoltura semimaterial, es decir, que pertenece a la materia por su origen y a la espiritualidad por su naturaleza etérea. Como toda la materia, es extraída del fluido cósmico universal, el cual en esa circunstancia experimenta una modificación especial. Esa envoltura, denominada periespíritu, hace de un ser abstracto, el Espíritu, un ser concreto, definido, que puede ser aprehendido mediante el pensamiento. Lo vuelve apto para actuar sobre la materia tangible, conforme sucede con todos los fluidos imponderables, que son, como se sabe, los más poderosos motores.

El fluido periespiritual constituye, por consiguiente, el lazo de unión entre el Espíritu y la materia. Durante su unión con el cuerpo sirve de vehículo al pensamiento del Espíritu, para transmitir el movimiento a las diferentes partes del organismo, las cuales actúan por impulso de su voluntad, y para hacer que repercutan en el Espíritu las sensaciones producidas por los agentes exteriores. Los nervios son sus hilos conductores, como en el telégrafo el fluido eléctrico tiene como conductor al hilo metálico.

Cuando el Espíritu debe encarnar en un cuerpo humano en vías de formación, un lazo fluídico, que no es más que una expansión de su periespíritu, lo vincula al embrión hacia el cual se siente atraído por una fuerza irresistible desde el momento de la concepción. A medida que el embrión se desarrolla, el lazo se acorta. Bajo la influencia del principio vital material del embrión, el periespíritu, que posee ciertas propiedades de la materia, se une molécula a molécula al cuerpo que se forma. Por eso es posible decir que el Espíritu, por intermedio de su periespíritu, se enraíza en cierto modo en ese germen, como lo hace una planta en la tierra. Cuando el embrión llega a la plenitud de su desarrollo, la unión es completa, y entonces nace a la vida exterior.

Por un efecto contrario, esa unión del periespíritu y de la materia carnal, que se efectúa bajo la influencia del principio vital del embrión, cesa cuando ese principio deja de actuar, a consecuencia de la desorganización del cuerpo, que ocasiona la muerte. La unión, mantenida tan solo por una fuerza actuante, cesa en el momento en que esa fuerza deja de actuar. Entonces, el periespíritu se desprende molécula a molécula, del mismo modo que se había unido, y el Espíritu es devuelto a la libertad. Por lo tanto, no es la partida del Espíritu la que causa la muerte del cuerpo, sino que esta es la que causa la partida de aquel.

El espiritismo nos enseña, mediante los hechos cuya observación nos facilita, los fenómenos que acompañan a esa separación. Algunas veces esta es rápida, sencilla, delicada e indolora, mientras que en otras es muy lenta, laboriosa y terriblemente penosa, de conformidad con el estado moral del Espíritu, y puede durar meses enteros.

Desde que el Espíritu es atrapado a través del lazo fluídico que lo liga al embrión, la turbación se apodera de él. Esa turbación aumenta a medida que el lazo se ajusta, y en los últimos momentos el Espíritu pierde la conciencia de sí mismo, de modo que jamás es testigo consciente de su nacimiento. Cuando el niño respira, el Espíritu comienza a recobrar sus facultades, que se desarrollan a medida que se forman y consolidan los órganos que habrán de servirle para su manifestación. En esto también resplandece la sabiduría que preside todas las partes de la obra de la creación. Facultades demasiado activas consumirían y destrozarían órganos delicados y apenas en formación; por eso su energía es proporcional a la fuerza de resistencia de esos órganos.

Con todo, al mismo tiempo que el Espíritu recobra la conciencia de sí mismo, pierde el recuerdo de su pasado, aunque no pierde las facultades, las cualidades ni las aptitudes adquiridas con anterioridad, aptitudes que habían quedado transitoriamente en estado latente y que, al volver a la actividad, lo ayudarán a desenvolverse más y mejor que antes. Renace tal como había llegado a ser mediante su trabajo anterior; ese renacimiento constituye un nuevo punto de partida, un nuevo peldaño que subir. Incluso allí se manifiesta la bondad del Creador, dado que el recuerdo del pasado, con frecuencia penoso o humillante, sumado a la angustia de una nueva existencia, podría perturbarlo y crearle impedimentos. Sólo recuerda lo que ha aprendido, porque eso le es útil. Si en ocasiones conserva una vaga intuición de los acontecimientos pasados, esa intuición es como el recuerdo de un sueño fugitivo. Se trata, por consiguiente, de un hombre nuevo, por más antiguo que sea su Espíritu. Adopta nuevos hábitos con la ayuda de sus conquistas anteriores. Cuando regresa a la vida espiritual, su pasado se despliega ante su mirada, y entonces evalúa si ha empleado bien o mal su tiempo.

El Espíritu es siempre él mismo, antes, durante y después de la encarnación, pues esta es sólo una fase especial de su existencia. El olvido únicamente se produce en el transcurso de la vida exterior de relación, ya que, durante el sueño, parcialmente desprendido de los lazos carnales, el Espíritu es restituido a la libertad y a la vida espiritual, y recuerda su pasado. Su visión espiritual no está tan oscurecida por la materia.

Según la opinión de algunos filósofos espiritualistas, el principio inteligente, distinto del principio material, se individualiza, se elabora, al pasar por los diversos grados de la animalidad. Es ahí donde el alma se ensaya para la vida y desarrolla sus primeras facultades mediante la ejercitación; sería, por así decirlo, su período de incubación. Llegada al grado de desarrollo que ese estado permite, recibe las facultades especiales que constituyen el alma humana. Existiría entonces una filiación espiritual, del mismo modo que existe una filiación corporal.

Este sistema plantea numerosas cuestiones, cuyos pros y contras no es oportuno discutir aquí, del mismo modo que no se justifica el análisis de las diferentes hipótesis que se han enunciado en relación con este asunto. Por consiguiente, sin que investiguemos el origen del alma, ni que tratemos de conocer los grados por los cuales pudo haber pasado, la consideramos a partir de su ingreso en la humanidad, en el punto en que, dotada de sentido moral y de libre albedrío, comienza a ejercer la responsabilidad de sus actos.

La obligación que tiene el Espíritu encarnado de ocuparse del alimento del cuerpo, de su seguridad y su bienestar, lo impulsa a emplear sus facultades en investigaciones, a ejercitarlas y desarrollarlas. Así pues, su unión con la materia es de utilidad para su adelanto, y por eso la encarnación es una necesidad. Además, a través de la actividad inteligente que realiza para su beneficio sobre la materia, contribuye a la transformación y al progreso material del globo en el que habita. Así, a medida que progresa, colabora con la obra del Creador, de la cual se convierte en un agente inconsciente.

Sin embargo, la encarnación del Espíritu no es constante ni perpetua, sino apenas transitoria. Cuando abandona un cuerpo, no retoma otro inmediatamente. Durante un lapso más o menos considerable vive la vida espiritual, que es su vida normal, de tal modo que el tiempo que duran sus diferentes encarnaciones resulta insignificante comparado con el que pasa en estado de Espíritu libre.

En el intervalo entre sus encarnaciones, el Espíritu también progresa, en el sentido de que aprovecha, para su adelanto, los conocimientos y la experiencia que obtuvo durante la vida corporal –nos referimos al Espíritu que ha alcanzado el estado de alma humana, de modo que posee libertad de acción y conciencia de sus actos–; analiza lo que hizo mientras vivió en la Tierra, pasa revista a lo que ha aprendido, reconoce sus faltas, elabora planes, y toma resoluciones mediante las cuales pretende guiarse en una nueva existencia, con la intención de obrar mejor. De ese modo, cada existencia representa un paso hacia adelante en el camino del progreso, una especie de escuela de aplicación. 

Por lo general, la encarnación no es, pues, un castigo para el Espíritu, según piensan algunos, sino una condición inherente a la inferioridad del Espíritu, así como también un medio para que progrese.

A medida que progresa moralmente, el Espíritu se desmaterializa, es decir, se depura al liberarse de la influencia de la materia; su vida se espiritualiza, sus facultades y sus percepciones se amplían; su felicidad es proporcional al progreso realizado. No obstante, como actúa en virtud de su libre albedrío, puede por negligencia o mala voluntad retardar su adelanto; prolonga, por consiguiente, la duración de sus encarnaciones materiales, que entonces se convertirán en un castigo, dado que por sus faltas permanece en las categorías inferiores, obligado a recomenzar la misma tarea. Así pues, del Espíritu depende abreviar, por medio del trabajo de purificación realizado sobre sí mismo, la duración del período de las encarnaciones.

El progreso material de un globo acompaña el progreso moral de sus habitantes. Ahora bien, como la creación de los mundos y de los Espíritus es incesante, y como estos progresan más o menos rápidamente, conforme al empleo que hagan de su libre albedrío, resulta de ahí que hay mundos más o menos antiguos, con grados diferentes de adelanto físico y moral, en los cuales la encarnación es más o menos material y, por consiguiente, el trabajo para los Espíritus es más o menos arduo. Desde este punto de vista, la Tierra es uno de los mundos menos adelantados. Poblado por Espíritus relativamente inferiores, la vida corporal es en él más penosa que en otros globos. También los hay más atrasados, donde la existencia es todavía más penosa que en la Tierra, y en comparación con los cuales ésta sería un mundo relativamente feliz.

Cuando los Espíritus han realizado en un mundo la totalidad del progreso que el estado de ese mundo permite, lo abandonan para encarnar en otro más adelantado, donde adquieren nuevos conocimientos, y así sucesivamente, hasta que ya no les resulta provechosa la encarnación en un cuerpo material. Entonces pasan a vivir con exclusividad la vida espiritual, en la que continúan su progreso en otro sentido y por otros medios. Cuando alcanzan el punto culminante del progreso, gozan de la suprema felicidad. Admitidos en los consejos del Todopoderoso, conocen su pensamiento, se convierten en sus mensajeros, sus ministros directos en el gobierno de los mundos, y tienen bajo sus órdenes a Espíritus de diversos grados de adelanto.

De esa manera, sea cual fuere el grado en que se encuentren en la jerarquía espiritual, desde el más bajo al más elevado, todos los Espíritus, encarnados o desencarnados, tienen sus atribuciones en el gran mecanismo del universo; todos son útiles al conjunto, al mismo tiempo que lo son para sí mismos. A los menos adelantados, como simples operarios, les corresponde el desempeño de una tarea material, que al principio es inconsciente, y después se torna cada vez más inteligente. En el mundo espiritual existe actividad en todas partes, y en ningún lado hay ociosidad improductiva.

Cuando la Tierra se encontró en condiciones climáticas apropiadas para la existencia de la especie humana, encarnaron en ella Espíritus; y si se admite que encontraron envolturas ya formadas, a las que solo tuvieron que adaptar a su uso, se comprende aún mejor que hayan podido nacer simultáneamente en varios puntos del globo.

Aunque los primeros que surgieron debieron de estar poco adelantados, por la razón misma de que tenían que encarnar en cuerpos muy imperfectos, por cierto, es probable que hubiera notorias diferencias en sus caracteres y aptitudes, según el grado de su desarrollo moral e intelectual. Los Espíritus que se asemejaban se agruparon naturalmente por analogía y simpatía. Así, la Tierra se encontró poblada por Espíritus de diversas categorías, más o menos aptos o rebeldes al progreso. Puesto que los cuerpos recibían la impresión del carácter del Espíritu, y dado que esos cuerpos se procreaban de conformidad con sus respectivos tipos, resultaron de ahí diferentes razas, tanto en lo físico como en lo moral. Al continuar encarnando preferentemente entre los que se les asemejaban, los Espíritus similares perpetuaron el carácter distintivo físico y moral de las razas y de los pueblos, carácter que sólo con el tiempo desaparece, mediante su fusión y el progreso de los Espíritus. (Véase la Revista Espírita, julio de 1860, pág. 198: “Frenología y fisiognomía”.)


Reencarnación
El principio de la reencarnación es una consecuencia inevitable de la ley del progreso. Sin la reencarnación, ¿cómo se explicaría la diferencia que existe entre el actual estado social y el de los tiempos de barbarie? Si las almas fueran creadas al mismo tiempo que los cuerpos, las que nacen hoy serían tan nuevas, tan primitivas como las que vivieron hace mil años. Además, no habría ninguna conexión entre ellas, ninguna relación necesaria; serían absolutamente independientes unas de otras. ¿Por qué, entonces, las almas de la actualidad están mejor dotadas por Dios que las que las precedieron? ¿Por qué comprenden mejor las cosas? ¿Por qué poseen instintos más depurados, costumbres más moderadas? ¿Por qué tienen la intuición de ciertas cosas sin haberlas aprendido? Invitamos a que se resuelva este dilema, a menos que se admita que Dios crea almas de diferentes calidades, de acuerdo con las épocas y los lugares: proposición inconciliable con la idea de una justicia soberana.

Reconozcamos, por el contrario, que las almas de hoy ya han vivido en tiempos lejanos; que posiblemente fueron bárbaras como su época, pero que han progresado; que en cada nueva existencia traen lo que han adquirido en las existencias anteriores; que, por consiguiente, las almas de los tiempos civilizados no son almas creadas más perfectas, sino que se perfeccionaron por sí mismas con el transcurso del tiempo, y entonces tendremos la única explicación admisible de la causa del progreso social. (Véase El libro de los Espíritus, Libro II, Capítulos IV y V.)


Emigraciones e inmigraciones de los Espíritus
En el intervalo entre sus existencias corporales, los Espíritus se encuentran en estado de erraticidad y forman la población espiritual del ambiente del globo.

Es preciso considerar los flagelos destructores y los cataclismos como ocasiones de llegadas y partidas colectivas, recursos providenciales para renovar la población corporal del globo, que se robustece mediante la introducción de nuevos elementos espirituales más purificados.

Las renovaciones rápidas, casi instantáneas, que se producen en el elemento espiritual de la población a consecuencia de los flagelos destructores, aceleran el progreso social; si no fuera por las emigraciones e inmigraciones que de tiempo en tiempo vienen a darle un impulso violento, ese progreso sólo se realizaría con extrema lentitud.

Es de notar que las grandes calamidades que diezman a las poblaciones están seguidas invariablemente por una era de progreso en el orden físico, intelectual o moral y, por consiguiente, en el estado social de las naciones en las que estas se verifican. Eso se debe a que tienen por finalidad producir una transformación en la población espiritual, que es la población normal y activa del globo.

Esa transfusión que ocurre entre la población encarnada y la desencarnada de un mismo globo, se efectúa también entre los mundos, ya sea individualmente en las condiciones normales, o de forma masiva en circunstancias especiales. Hay, pues, emigraciones e inmigraciones colectivas de un mundo hacia otro, de donde resulta la introducción, en la población de un globo, de elementos absolutamente nuevos. Nuevas razas de Espíritus, que vienen a mezclarse con las existentes, constituyen nuevas razas de hombres. Ahora bien, como los Espíritus no pierden nunca lo que han conquistado, llevan consigo la inteligencia y la intuición de los conocimientos que poseen y, por consiguiente, imprimen su carácter a la raza corporal que van a animar. Para eso no necesitan que se creen nuevos cuerpos exclusivamente para su uso. La especie corporal existe, de modo que siempre encuentran cuerpos listos para recibirlos. Por lo tanto, apenas son nuevos habitantes. A su llegada a la Tierra integran primero la población espiritual, para después encarnar como los demás.


Raza adámica
De acuerdo con la enseñanza de los Espíritus, fue una de esas importantes inmigraciones, o si se prefiere, una de esas colonias de Espíritus provenientes de otra esfera, la que dio origen a la raza simbolizada en la persona de Adán, la cual por esa razón se denomina raza adámica. A su llegada a la Tierra, el planeta ya estaba poblado desde tiempos inmemoriales, como América cuando llegaron a ella los europeos.

Más adelantada que las que la habían precedido en este planeta, la raza adámica es, en efecto, la más inteligente, la que impulsa el progreso de las demás. El Génesis nos la muestra industriosa desde sus comienzos, apta para las artes y las ciencias, sin que haya pasado aquí por la infancia intelectual, lo que no sucede con las razas primitivas, pero que concuerda con la opinión de que estaba compuesta por Espíritus que ya habían alcanzado cierto progreso. Todo prueba que la raza adámica no es antigua en la Tierra, y nada se opone al hecho de que habita en ella desde hace apenas unos miles de años, lo que no estaría en contradicción ni con los hallazgos geológicos ni con las investigaciones antropológicas, sino que, por el contrario, tendería a confirmarlas.

La doctrina según la cual el género humano en su totalidad proviene de un solo individuo desde hace seis mil años es inadmisible en el estado actual de los conocimientos. Las principales consideraciones que la refutan, apoyadas tanto en el orden físico como en el moral, se resumen en los siguientes enunciados:

Desde el punto de vista fisiológico, algunas razas presentan tipos particulares característicos que no permiten atribuirles un origen común. Hay diferencias que evidentemente no se deben al efecto del clima, puesto que los blancos que se reproducen en los países de los negros no se vuelven negros, y viceversa. El calor del sol tuesta y oscurece la epidermis, pero nunca ha convertido a un blanco en negro, ni le ha achatado la nariz, ni cambió sus rasgos fisonómicos, ni le convirtió en crespo ni lanoso el cabello lacio y sedoso. Hoy se sabe que el color del negro proviene de un tejido subcutáneo particular, característico de la especie. 

Debemos entonces considerar que las razas negra, mongólica y caucásica tuvieron orígenes propios y nacieron simultánea o sucesivamente en diferentes partes del globo. Su cruzamiento produjo las razas mixtas secundarias. Los caracteres fisiológicos de las razas primitivas constituyen un indicio evidente de que provienen de tipos especiales. Las mismas consideraciones se aplican, por consiguiente, tanto para los hombres como para los animales, en lo que respecta a la pluralidad de los troncos.

Adán y sus descendientes están representados en el Génesis como hombres esencialmente inteligentes, puesto que desde la segunda generación construyen ciudades, cultivan la tierra y forjan los metales. Sus progresos en las artes y en las ciencias son rápidos y duraderos. No se podría concebir, por lo tanto, que ese tronco haya tenido como ramas numerosos pueblos tan atrasados, de inteligencia tan rudimentaria, al tal punto que en nuestros días aún rozan la animalidad, además de que han perdido todo rastro e incluso hasta el mínimo recuerdo tradicional de lo que hacían sus padres. Una diferencia tan radical en las aptitudes intelectuales y en el desarrollo moral constituye una prueba, no menos evidente, de que existe una diferencia de origen.

Independientemente de los descubrimientos geológicos, la prueba de la existencia del hombre en la Tierra antes de la época determinada por el Génesis se extrae de la población del globo.

Sin aludir a la cronología china, que según algunos se remonta a treinta mil años atrás, documentos de probada autenticidad muestran que Egipto, la India y otros países ya estaban poblados y florecientes como mínimo tres mil años antes de la Era Cristiana, por lo tanto, mil años después de la creación del primer hombre, según la cronología bíblica. Documentos y observaciones recientes no parecen dejar ninguna duda en cuanto a las relaciones que han existido entre América y los antiguos egipcios, de donde se deduce que esa región ya estaba poblada en aquella época. Sería preciso, entonces, admitir que en mil años la posteridad de un solo hombre fue capaz de poblar la mayor parte de la Tierra. Ahora bien, semejante fecundidad estaría en flagrante contradicción con todas las leyes antropológicas. El propio Génesis no atribuye a los primeros descendientes de Adán una fecundidad anormal, puesto que hace su recuento nominal hasta Noé.

Esa imposibilidad se vuelve aún más evidente cuando se admite, de acuerdo con el Génesis, que el diluvio destruyó a todo el género humano, con excepción de Noé y su familia, que no era numerosa, en el año 1656 del mundo, es decir, 2348 años antes de Jesucristo. En ese caso, la población de la Tierra apenas se remontaría a Noé. Ahora bien, hacia esa época, la historia designa a Menes como rey de Egipto. Cuando los hebreos se establecieron en ese país, 642 años después del diluvio, Egipto ya era un poderoso imperio, y habría sido poblado –sin mencionar otras regiones–, en menos de seis siglos, tan sólo por los descendientes de Noé, lo cual no es admisible.

Observemos, asimismo, que los egipcios recibieron a los hebreos como extranjeros. Sería sorprendente que aquellos hubiesen perdido el recuerdo de un origen común tan cercano, cuando conservaban religiosamente los monumentos de su historia.

Así pues, una rigurosa lógica, corroborada por los hechos, demuestra de la manera más categórica que el hombre está en la Tierra desde un lapso indeterminado, muy anterior a la época que señala el Génesis. Ocurre lo mismo con la diversidad de los troncos primitivos, dado que demostrar la falsedad de una proposición equivale a demostrar la proposición contraria. Si la geología descubriera rastros auténticos de la presencia del hombre antes del gran período diluviano, la demostración sería aún más completa.


Doctrina de los ángeles caídos y del paraíso perdido
La palabra ángel, como tantas otras, tiene varias acepciones. Se la emplea indistintamente en sentido bueno o malo, porque se dice: “los ángeles buenos” y “los ángeles malos”, “el ángel de la luz” y “el ángel de las tinieblas”; de donde se sigue que, en su acepción general, significa simplemente Espíritu.

Los ángeles no son seres aparte de la humanidad, creados perfectos, sino Espíritus que alcanzaron la perfección, como todas las criaturas, mediante sus esfuerzos y su mérito. Si los ángeles fueran seres creados perfectos, dado que rebelarse contra Dios es un signo de inferioridad, los que se rebelaron no podrían ser ángeles. La rebelión contra Dios es inconcebible en seres que Él creó perfectos, mientras que es posible por parte de seres aún atrasados.

La palabra ángel, según la etimología (del griego ággelos), significa enviado, mensajero. Ahora bien, no es racional suponer que Dios haya elegido a sus mensajeros entre seres suficientemente imperfectos para rebelarse contra Él.



El Libro de los Espíritus de Allan Kardec

ACERCA DE LOS ESPÍRITUS
Origen y naturaleza de los Espíritus.
¿Qué definición se puede dar de los Espíritus?
“Se puede decir que los Espíritus son los seres inteligentes de la creación. Pueblan el universo fuera del mundo material.”

NOTA. La palabra Espíritu es empleada aquí para designar a las individualidades de los seres extracorporales, y no al elemento inteligente universal.

Los Espíritus, ¿son seres distintos de la Divinidad, o sólo serían emanaciones o porciones de ella, razón por la cual se los llama hijos o criaturas de Dios?
“¡Dios mío! Son su obra, exactamente como lo es una máquina hecha por el hombre. Esa máquina es obra del hombre y no él mismo. Tú sabes que cuando el hombre hace una cosa bella, útil, la llama su criatura, su creación. Pues bien, lo mismo ocurre con Dios: somos sus hijos puesto que somos su obra.”

Los Espíritus, ¿han tenido un principio, o son eternos como Dios?
“Si los Espíritus no hubiesen tenido principio serían iguales a Dios. En cambio, son su creación y se hallan sometidos a su voluntad. Dios es eterno, eso es incontestable. Pero acerca de cuándo y cómo nos creó, nada sabemos. Puedes decir que no hemos tenido principio, si entiendes por eso que Dios, por ser eterno, debió crear sin descanso. No obstante, cuándo y cómo fue hecho cada uno de nosotros, te lo repito, nadie lo sabe: allí está el misterio.”

Puesto que hay dos elementos generales en el universo: el elemento inteligente y el elemento material, ¿podría decirse que los Espíritus están formados por el elemento inteligente, así como los cuerpos inertes están formados por el elemento material?
“Es evidente. Los Espíritus son la individualización del principio inteligente, así como los cuerpos son la individualización del principio material. Lo que se desconoce es la época y el modo en que se produjo esa formación.”

La creación de los Espíritus, ¿es permanente o sólo tuvo lugar en el origen de los tiempos?
“Es permanente; quiere decir que Dios nunca dejó de crear.”

Los Espíritus, ¿se forman espontáneamente o proceden unos de otros?
“Dios los crea, como al resto de las criaturas, mediante su voluntad. No obstante, una vez más lo repito, su origen es un misterio.”

¿Es exacto decir que los Espíritus son inmateriales?
“¿Cómo se puede definir algo cuando se carece de términos de comparación y con un lenguaje insuficiente? ¿Puede un ciego de nacimiento definir la luz? Inmaterial no es la palabra; incorporal sería más exacto, pues debes comprender que el Espíritu, al ser una creación, debe ser algo. Se trata de una materia quintaesenciada, pero sin analogía para vosotros, y tan etérea que no puede ser captada por vuestros sentidos.”

Decimos que los Espíritus son inmateriales porque su esencia difiere de todo lo que conocemos con el nombre de materia. Un pueblo de ciegos no dispondría de términos para expresar la luz y sus efectos. El ciego de nacimiento cree que todas las percepciones se obtienen a través del oído, el olfato, el gusto y el tacto. No comprende las ideas que el sentido que le falta le proporcionaría. Asimismo, con respecto a la esencia de los seres sobrehumanos, nosotros somos verdaderos ciegos. Sólo podemos definirlos mediante comparaciones que siempre son imperfectas, o por un esfuerzo de nuestra imaginación.

Los Espíritus, ¿tienen fin? Se comprende que el principio del que emanan sea eterno, pero lo que preguntamos es si su individualidad tiene término y si, en un momento dado, más o menos distante, el elemento que los forma no se disemina y retorna a la masa, como sucede con los cuerpos materiales. Es difícil comprender que algo que tuvo comienzo pueda no tener fin.
“Hay muchas cosas que vosotros no comprendéis, porque vuestra inteligencia es limitada, lo cual no es una razón para rechazarlas. El niño no comprende todo lo que es comprensible para su padre, ni el ignorante comprende lo mismo que el sabio. Te decimos que la existencia de los Espíritus no tiene fin. Es todo lo que podemos decir por ahora.”

El alma, ¿tiene en el cuerpo una sede determinada y circunscrita?
“No, pero en los grandes genios, en los que piensan mucho, reside más particularmente en la cabeza; y en el corazón en los que poseen sentimientos elevados y cuyas acciones benefician a la humanidad.”


AMOR, CARIDAD y TRABAJO








Génesis orgánica

 






GÉNESIS ORGÁNICA








La Génesis de Allan Kardec

Formación inicial de los seres vivos
Hubo un tiempo en que los animales no existían, de modo que estos han tenido un comienzo. Cada especie apareció a medida que el globo adquiría las condiciones necesarias para su existencia. Esto es indudable. Ahora bien, ¿cómo se formaron los primeros individuos de cada especie? Se entiende que desde que existió una primera pareja, los individuos se multiplicaron. Pero ¿de dónde salió esa primera pareja? Ese es uno de los misterios inherentes al principio de las cosas, respecto de los cuales sólo podemos enunciar hipótesis. Si la ciencia no está en condiciones aún de resolver por completo el problema, puede al menos encaminarse hacia la solución.

La primera cuestión que se presenta es esta: Cada especie animal, ¿salió de una pareja primitiva o de varias parejas creadas o, si se prefiere, que brotaron simultáneamente en diferentes lugares? 

Esta última suposición es la más probable, y se puede incluso decir que surge de la observación. En efecto, en cada especie hay una infinita variedad de géneros, que se distinguen por caracteres más o menos precisos. Hacía falta necesariamente al menos un tipo por cada variedad, adecuado al medio en que esta debía vivir, puesto que cada una se reproduce de manera idéntica. 

Por otro lado, la vida de un individuo, sobre todo de un individuo de una especie que hace su primera aparición, está sujeta a tantas vicisitudes, que una creación entera podría quedar comprometida sin la pluralidad de los tipos primitivos, lo cual no parece conforme a la previsión divina. Además, si un tipo pudo formarse en un lugar, no hay razón para que no haya podido formarse en muchos otros lugares, y por la misma causa.

Por último, la observación de las capas geológicas confirma la presencia, en terrenos de idéntica formación y en proporciones enormes, de las mismas especies en puntos del globo muy alejados entre sí. Esa multiplicación tan generalizada, y en cierto modo contemporánea, habría sido imposible con un único tipo primitivo.

Por consiguiente, todo concurre para probar que hubo una creación simultánea y múltiple de las primeras parejas de cada especie animal y vegetal.

En la suposición de que, por una causa cualquiera, la Tierra volviese a su estado primitivo de incandescencia, todo se descompondría; los elementos se separarían; todas las sustancias fusibles se fundirían; todas las que son volatilizables se volatilizarían. Posteriormente, un segundo enfriamiento determinaría una nueva precipitación, y de nuevo se formarían las antiguas combinaciones.

La ley que rige la formación de los minerales conduce naturalmente a la formación de los cuerpos orgánicos.

El análisis químico muestra que todas las sustancias vegetales y animales están compuestas por los mismos elementos que los cuerpos inorgánicos. De esos elementos, los que desempeñan un rol principal son el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno y el carbono.

Los demás sólo se encuentran de manera eventual. Al igual que en el reino mineral, la diferencia de proporciones en la combinación de esos elementos produce todas las variedades de sustancias orgánicas y sus diversas propiedades, tales como los músculos, los huesos, la sangre, la bilis, los nervios, la sustancia cerebral y la grasa, en los animales; la savia, la madera, las hojas, los frutos, las esencias, los aceites, las resinas, etc., en los vegetales. Así, en la formación de los animales y las plantas no interviene ningún elemento especial que no se encuentre también en el reino mineral.

Puesto que los elementos constitutivos de los seres orgánicos y de los seres inorgánicos son los mismos, y que los vemos constantemente, en determinadas circunstancias, formar piedras, plantas y frutos, podemos inferir de ahí que los cuerpos de los primeros seres vivos se formaron, como las primeras piedras, por la reunión de las moléculas elementales, en virtud de la ley de afinidad, a medida que las condiciones de viabilidad del globo fueron propicias para tal o cual especie.


El principio vital
Cuando decimos que las plantas y los animales están formados por los mismos principios que constituyen los minerales, hay que entender esto en sentido exclusivamente material, pues sólo se trata del cuerpo. 

Sin referirnos al principio inteligente, que es una cuestión aparte, existe en la materia orgánica un principio especial, inaprensible, que aún no se ha podido definir: el principio vital. Ese principio, que está activo en el ser vivo, se ha extinguido en el ser muerto; pero no por eso deja de conferirle a la sustancia propiedades características que la distinguen de las sustancias inorgánicas. La química, que descompone y recompone la mayor parte de los cuerpos inorgánicos, también consiguió descomponer los cuerpos orgánicos, pero nunca llegó a reconstituir ni siquiera una hoja muerta, lo que constituye una prueba evidente de que existe en los seres orgánicos algo que no existe en los inorgánicos.

Al combinarse sin el principio vital, el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno y el carbono sólo habrían formado un mineral o cuerpo inorgánico. Sin embargo, puesto que el principio vital modifica la constitución molecular de ese cuerpo, le confiere propiedades especiales y, en lugar de una molécula mineral, se obtiene una molécula de materia orgánica.

La actividad del principio vital es mantenida durante la vida mediante la acción del funcionamiento de los órganos, del mismo modo que el calor por el movimiento de rotación de una rueda. Al cesar esa acción con motivo de la muerte, el principio vital se extingue, al igual que el calor cuando la rueda deja de girar. No obstante, el efecto producido sobre el estado molecular del cuerpo por el principio vital subsiste hasta después de la extinción de ese principio, como la carbonización de la madera persiste después de que se ha extinguido el calor y la cesación del movimiento de la rueda. En el análisis de los cuerpos orgánicos, la química encuentra los elementos que los constituyen: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno y carbono, pero no puede reconstituir aquellos cuerpos; dado que ya no existe la causa, le es imposible reproducir el efecto, mientras que sí puede reconstituir una piedra.


El hombre
Desde el punto de vista corporal y puramente anatómico, el hombre pertenece a la clase de los mamíferos, de los cuales difiere únicamente por algunos matices en la forma exterior. En cuanto a lo demás, posee la misma composición química de los animales, los mismos órganos, las mismas funciones y los mismos modos de nutrición, de respiración, de secreción y de reproducción. El hombre nace, vive y muere en las mismas condiciones y, cuando muere, su cuerpo se descompone como el de todo ser viviente. No hay en su sangre, ni en su carne, ni en sus huesos, un átomo de más ni de menos que en el cuerpo de los animales. Como estos, al morir devuelve a la tierra el oxígeno, el hidrógeno, el nitrógeno y el carbono que se habían combinado para formarlo, de modo que esos elementos, mediante nuevas combinaciones, van a formar nuevos cuerpos minerales, vegetales y animales. La analogía es tan grande que, cuando las experiencias no pueden hacerse en el propio hombre, sus funciones orgánicas se estudian en ciertos animales.

Por poco que se observe la escala de los seres vivos, desde el punto de vista del organismo, se reconoce que, desde el liquen hasta el árbol, y desde el zoófito hasta el hombre, existe una cadena que se eleva gradualmente sin solución de continuidad(1), y cuyos eslabones tienen, sin excepción, un punto de contacto con el eslabón precedente. Si se acompaña paso a paso la serie de los seres, podría decirse que cada especie es un perfeccionamiento, una transformación de la especie inmediatamente inferior. Dado que las condiciones del cuerpo del hombre son idénticas a las de los otros cuerpos, química y constitucionalmente, y dado que nace, vive y muere de la misma manera, también él debe de haberse formado en las mismas condiciones que los demás.

(1) Según la R.A.E. de la lengua “Sin solución de continuidad” significa “Sin interrupción”.


Aunque eso pueda costarle mucho a su orgullo, el hombre debe resignarse a no ver en su cuerpo material más que el último eslabón de la animalidad en la Tierra. Ese es el inexorable argumento de los hechos, contra el cual sería inútil protestar.

No obstante, cuanto más disminuye para él el valor del cuerpo, tanto más crece en importancia el principio espiritual. Si el primero lo nivela con los irracionales, el segundo lo eleva a una altura inconmensurable. Vemos el límite extremo del animal, pero no vemos el límite al que puede llegar el Espíritu del hombre. 

En eso el materialismo puede ver que el espiritismo, lejos de temer a los descubrimientos de la ciencia y su positivismo, va al encuentro de ellos y los provoca, porque tiene la certeza de que el principio espiritual, que tiene existencia propia, en nada será perjudicado.



El Libro de los Espíritus de Allan kardec

Formación de los seres vivos
¿Cuándo comenzó a poblarse la Tierra?
“Al principio todo era caos; los elementos estaban mezclados. Poco a poco cada cosa tomó su lugar. Entonces aparecieron los seres vivos adecuados al estado del globo.”

¿De dónde vinieron los seres vivos a la Tierra?
“La Tierra contenía los gérmenes que aguardaban el momento favorable para desarrollarse. Los principios orgánicos se congregaron tan pronto como cesó la fuerza que los mantenía separados, y formaron los gérmenes de todos los seres vivos. Esos gérmenes permanecieron en estado latente e inerte, como la crisálida y las semillas de las plantas, hasta el momento propicio para la eclosión de cada especie. Entonces los seres de cada especie se congregaron y se multiplicaron.”

¿Dónde estaban los elementos orgánicos antes de la formación de la Tierra?
“Se encontraban, por decirlo así, en estado de fluido en el espacio, en medio de los Espíritus, o en otros planetas, en espera de la creación de la Tierra para comenzar una nueva existencia en un nuevo mundo.”

La química nos muestra que las moléculas de los cuerpos inorgánicos se unen para formar cristales de una regularidad constante, según cada especie, tan pronto como se encuentran en las condiciones requeridas. La menor perturbación en esas condiciones basta para impedir la reunión de los elementos o, por lo menos, la disposición regular que constituye el cristal. ¿Por qué no habría de suceder lo mismo con los elementos orgánicos? Conservamos durante años simientes de plantas y de animales que sólo se desarrollan a una temperatura determinada y en un medio propicio. Se ha visto germinar granos de trigo después de muchos siglos. Hay, pues, en esas simientes, un principio latente de vitalidad, que sólo espera una circunstancia favorable para desarrollarse. Lo que sucede a diario ante nuestros ojos, ¿no habría podido existir desde el origen del globo? Esa formación de los seres vivos, que salen del caos por la fuerza misma de la naturaleza, ¿le resta algo a la grandeza de Dios? Lejos de eso, responde mejor a la idea que nos hacemos de su poder, el cual se ejerce en los mundos infinitos por medio de leyes eternas. Es cierto que esta teoría no resuelve la cuestión del origen de los elementos vitales. Con todo, Dios tiene sus misterios y ha puesto límites a nuestras investigaciones. 

¿Hay todavía seres que nacen de modo espontáneo? 
“Sí, pero el germen primitivo ya existía en estado latente. Todos los días sois testigos de ese fenómeno. ¿Acaso los tejidos del hombre y de los animales no contienen los gérmenes de una cantidad de gusanos que esperan, para nacer, la fermentación pútrida necesaria para su existencia? Es un pequeño mundo que dormita y que se crea.”


Poblamiento de la Tierra. Adán
La especie humana, ¿se encontraba entre los elementos orgánicos contenidos en el globo terrestre?
“Sí, y llegó a su tiempo. Por eso se ha dicho que el hombre se formó del lodo de la tierra.”

¿Podemos saber en qué época aparecieron el hombre y los demás seres vivos en la Tierra?
“No. Todos vuestros cálculos son quimeras.”

Si el germen de la especie humana se encontraba entre los elementos orgánicos del globo, ¿por qué no se forman hombres de modo espontáneo, como en su origen?
“El principio de las cosas forma parte de los secretos de Dios. Sin embargo, se puede decir que los hombres, una vez esparcidos en la Tierra, absorbieron en sí los elementos necesarios para su formación, a fin de transmitirlos según las leyes de la reproducción. Lo mismo ocurrió con las diferentes especies de seres vivos.”

La especie humana, ¿comenzó con un solo hombre?
“No. Aquel a quien llamáis Adán no fue el primero ni el único que pobló la Tierra.”

¿Podemos saber en qué época vivió Adán?
“Más o menos en la época que le asignáis: alrededor de 4000 años antes de Cristo.”

El hombre a quien la tradición ha conservado con el nombre de Adán fue uno de los que sobrevivieron, en una región, a algunos de los grandes cataclismos que en diversas épocas trastornaron la superficie del globo, y llegó a ser el tronco de una de las razas que hoy lo pueblan. Las leyes de la naturaleza no admiten que los progresos de la humanidad, comprobados mucho tiempo antes de Cristo, hayan podido realizarse en unos pocos siglos, como habría sucedido si el hombre sólo hubiese estado en la Tierra desde la época asignada a la existencia de Adán. Algunos consideran, con más razón, que Adán es un mito o una alegoría que personifica a las primeras edades del mundo.


Diversidad de las razas humanas
¿De dónde provienen las diferencias físicas y morales que distinguen a las diversas razas de hombres en la Tierra?
“Del clima, la vida y las costumbres. Lo mismo ocurre con dos hijos de una misma madre, quienes, educados lejos uno del otro y de modo diferente, no se parecerán en nada en el aspecto moral.”

El hombre, ¿surgió en varios puntos del globo?
“Sí, y en diversas épocas. Esa es una de las causas de la diversidad de razas. Más tarde, al dispersarse en diferentes regiones y unirse con otras razas, los hombres han formado nuevos tipos.”

Esas diferencias, ¿constituyen especies distintas?
“No, por cierto. Todas son de la misma familia. ¿Acaso las diferentes variedades de un mismo fruto impiden que este pertenezca a la misma especie?”

Si la especie humana no procede de un solo hombre, ¿deben por eso los hombres dejar de mirarse como hermanos?
“Todos los hombres son hermanos en Dios, porque están animados por el espíritu y tienden al mismo objetivo. Vosotros siempre queréis tomar las palabras al pie de la letra.”


AMOR, CARIDAD y TRABAJO







Revoluciones periódicas de la Tierra

 




REVOLUCIONES PERIÓDICAS DE LA TIERRA






La Génesis de Allan Kardec

Revoluciones periódicas
Además de su movimiento anual alrededor del Sol, que produce las estaciones; así como del movimiento de rotación sobre sí misma en 24 horas, del que resultan el día y la noche, la Tierra tiene un tercer movimiento, que se completa en aproximadamente 25.000 años (más exactamente en 25.868 años), y que produce el fenómeno designado en astronomía con el nombre de precesión de los equinoccios.

Ese movimiento, que no se podría explicar en unas pocas palabras sin la ayuda de figuras o sin una demostración geométrica, consiste en una especie de oscilación circular, que se ha comparado con la de un trompo bailando, debido al cual el eje de la Tierra, al cambiar de inclinación, describe un doble cono cuyo vértice está en el centro del planeta y cuyas bases abarcan la superficie circunscripta por los círculos polares, es decir, una amplitud de 23 grados y medio de radio. (1)

(1) Un reloj de arena, compuesto de dos ampolletas cónicas, girando sobre sí mismo en una posición inclinada; o dos palos cruzados en forma de X, girando sobre el punto de intersección, pueden dar una idea aproximada de la figura formada por ese movimiento del eje. (N. de Allan Kardec.)

El equinoccio es el instante en que el Sol, al pasar de un hemisferio al otro, se encuentra perpendicular al ecuador, lo que sucede dos veces por año, el 20 de marzo, cuando el Sol pasa al hemisferio boreal, y el 22 de septiembre, cuando regresa al hemisferio austral.

No obstante, a consecuencia del cambio gradual en la oblicuidad del eje, lo que acarrea otro cambio en la oblicuidad del ecuador sobre la eclíptica, el momento del equinoccio se adelanta cada año algunos minutos (25 minutos y 7 segundos). A este adelanto se lo denomina precesión de los equinoccios (del latín proecedere, ir hacia delante, compuesto de proe, adelante, y cedere, irse).

Con el transcurso del tiempo, esos pocos minutos suman horas, días, meses y años; de lo que resulta que el equinoccio de la primavera, que se produce actualmente en el mes de marzo, pasado cierto tiempo se verificará en febrero, después en enero, posteriormente en diciembre. Entonces el mes de diciembre tendrá la temperatura de marzo, y marzo la de junio, y así sucesivamente hasta que, al volver al mes de marzo, las cosas habrán de encontrarse en el estado actual, lo que ocurrirá después de 25.868 años, para comenzar indefinidamente la misma revolución. (2)

(2) La precesión de los equinoccios provoca otro cambio: el que se produce en la posición de los signos del zodíaco. La Tierra, que tarda un año en girar alrededor del Sol, cada mes se encuentra ante una nueva constelación. Estas son doce, a saber: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Se denominan constelaciones zodiacales o signos del zodíaco, y forman un círculo en el plano del ecuador terrestre. De acuerdo con el mes del nacimiento de cada individuo, se decía que había nacido bajo tal o cual signo; de ahí los pronósticos de la astrología. No obstante, a raíz de la precesión de los equinoccios, ocurre que los meses ya no corresponden a las mismas constelaciones que hace 2000 años. Quien nace en el mes de julio ya no está en el signo de Leo, sino en el de Cáncer. De este modo se derrumba la idea supersticiosa ligada a la influencia de los signos. (Véase el Capítulo V, § 12.) (N. de Allan Kardec.)

De ese movimiento cónico del eje resulta que los polos de la Tierra no miran constantemente a los mismos puntos del cielo; que la Estrella Polar no será siempre estrella polar; que los polos gradualmente se inclinan más o menos hacia el Sol y reciben de él rayos más o menos directos. A eso se debe que Islandia y Laponia, por ejemplo, ubicadas en el círculo polar, podrán en algún momento recibir rayos solares como si estuviesen en la latitud de España e Italia y que, en la posición del extremo opuesto, España e Italia llegarán a tener la temperatura de Islandia y Laponia, y así sucesivamente a cada renovación del período de 25.000 años.

Las consecuencias de ese movimiento todavía no pudieron ser determinadas con precisión, porque sólo se ha podido observar una muy pequeña parte de su revolución. Al respecto, pues, sólo existen presunciones, algunas de las cuales tienen cierta probabilidad.

Esas consecuencias son:

1.º) El calentamiento y el enfriamiento alternativo de los polos y, en consecuencia, la fusión de los hielos polares durante la mitad del período de 25.000 años, así como su nueva formación durante la otra mitad de ese período. De ahí resulta que los polos no estarían condenados a una esterilidad perpetua, sino que les corresponde disfrutar a su vez de los beneficios de la fertilidad.

2.º) El desplazamiento gradual del mar, que de a poco invade algunas tierras y deja otras al descubierto, para de nuevo abandonarlas y regresar a su lecho anterior. Ese movimiento periódico, renovado indefinidamente, constituiría una verdadera marea universal de 25.000 años.

La lentitud con que se opera ese movimiento del mar hace que ese fenómeno resulte casi imperceptible para cada generación, si bien es observable al cabo de algunos siglos. No puede ocasionar ningún cataclismo súbito porque los hombres, de generación en generación, se retiran a medida que el mar avanza, así como avanzan sobre las tierras de las que el mar se retira. A esa causa, más que probable, algunos científicos atribuyen el alejamiento del mar en ciertas costas y su invasión en otras.

El desplazamiento lento, gradual y periódico del mar es un hecho comprobado por la experiencia y atestiguado por numerosos ejemplos en todos los puntos del globo. Su efecto es el mantenimiento de las fuerzas productivas de la Tierra. Esa prolongada inmersión constituye para los terrenos sumergidos un lapso de descanso, durante el cual recuperan los principios vitales agotados por una producción no menos dilatada. Los inmensos depósitos de materias orgánicas formados por la permanencia de las aguas durante siglos y siglos son abonos naturales renovados periódicamente, y las generaciones se suceden sin advertir esos cambios. (3)

(3) Entre los acontecimientos más recientes que demuestran el desplazamiento del mar se pueden citar los siguientes:

En el golfo de Gascogne, entre el viejo Soulac y la Torre de Cordouan, cuando el mar está calmo, se percibe en el fondo del agua partes de una muralla: se trata de los restos de la antigua e importante ciudad de Noviomagus, invadida por las olas en 580. El peñasco de Cordouan, que se encontraba por entonces pegado a la orilla, ahora está a 12 kilómetros.

En el mar de la Mancha, sobre la costa del Havre, las aguas ganan terreno día a día y minan los acantilados de Sainte-Adresse, que poco a poco se desmoronan. A dos kilómetros de la costa, entre Sainte-Adresse y el cabo de La Hève, se encuentra el banco del Èclat, que tiempo atrás se hallaba a la vista y pegado a tierra firme. Antiguos documentos demuestran que, en ese lugar, por sobre el cual actualmente se navega, existía la pequeña aldea de Saint-Denis-chef-de-Caux. Como el mar invadió el terreno en el siglo XIV, la iglesia quedó bajo las aguas en 1378. Hay quienes dicen que cuando hay buen tiempo se puede ver sus ruinas en el fondo del mar.

En casi toda la extensión del litoral de Holanda, el mar sólo está contenido mediante diques, que se rompen de tanto en tanto. El antiguo lago Flevo, que se unió con el mar en 1225, forma hoy el golfo de Zuyderzée. Esa irrupción del océano devoró varias poblaciones.

De acuerdo con esto, el territorio de París y de toda Francia habrá de ser un día ocupado nuevamente por el mar, como ya lo ha sido en muchas oportunidades, en concordancia con lo que muestran las observaciones geológicas. Entonces, las regiones montañosas formarán islas, como lo son ahora Jersey, Guernesey e Inglaterra, que antiguamente lindaban con el continente.

Se navegará por encima de regiones que actualmente se recorren con el ferrocarril; los barcos tendrán un puerto en Montmartre, en el monte Valeriano, en las colinas de Saint-Cloud o de Meudon; los bosques y las florestas que actualmente son lugares de paseo quedarán sepultados por las aguas, cubiertos de limo, y poblados de peces en vez de pájaros.

El diluvio bíblico no puede haber tenido esa causa, pues la invasión de las aguas fue repentina y su permanencia de breve duración, mientras que de otro modo esa permanencia habría sido de muchos miles de años, y se extendería hasta el presente, sin que los hombres lo hubieran notado. (N. de Allan Kardec.)


AMOR, CARIDAD y TRABAJO







El espacio

 




EL ESPACIO




La Génesis de Allan kardec

El espacio…
Para figurarnos, cuanto es posible hacerlo con nuestras limitadas facultades, la infinidad del espacio, supongamos que, partiendo de la tierra, perdida en medio de lo infinito, hacia un punto cualquiera del Universo, y esto con la prodigiosa velocidad de la chispa eléctrica, que recorre millares de leguas a cada segundo, apenas hemos dejado este globo y habiendo recorrido millones de leguas, nos encontramos en un sitio donde nuestro globo nos aparece bajo el aspecto de una pálida estrella. Un instante después, siguiendo la misma dirección llegamos hacia las estrellas lejanas, que apenas se distinguen desde la estación terrestre, y desde allí no solo no se distingue la tierra en las profundidades del cielo, sino que aun el Sol con todo su esplendor queda eclipsado por la distancia que de él nos separa. Animados siempre por la misma velocidad del relámpago, dejamos atrás sistemas de mundos a cada paso que avanzamos en la extensión, islas de luz etérea, vías estelíferas (estrelladas), regiones suntuosas donde Dios ha sembrado mundos con la misma profusión que hay flores en la primavera en las praderías terrestres.

Solo hace algunos minutos que vamos marchando y ya centenares de millones de millones de leguas, billones y trillones nos separan de la tierra, y millones y millones de mundos han pasado por nuestra vista, y, sin embargo, escuchad... no hemos avanzado un solo paso en el Universo.

Si continuamos durante años y siglos, y millones de períodos cien veces seculares, e incesantemente con la misma velocidad inicial, no por eso habremos adelantado más; y esto en cualquiera dirección que vayamos y hacia cualquier punto que nos dirigiésemos a partir de este grano invisible que llamamos tierra.

Eso es el espacio.


Los desiertos del espacio
Un desierto inmenso, sin límites, se extiende más allá de la aglomeración de estrellas que acabamos de mencionar, y la envuelve. Soledades suceden a soledades, e inconmensurables planicies de vacío se extienden a lo lejos. Los cúmulos de materia cósmica se encuentran aislados en el espacio como islas flotantes de un inmenso archipiélago. Si queremos apreciar de alguna forma la distancia enorme que separa al cúmulo de estrellas del que formamos parte, de otras aglomeraciones más cercanas, debemos saber que esas islas estelares se encuentran diseminadas y son escasas en el vasto océano de los cielos, y que la extensión que separa a unas de otras es incomparablemente mayor que la que mide sus respectivas dimensiones.

Ahora bien, como ya vimos, la nebulosa estelar mide, en números redondos, mil veces la distancia de las estrellas más próximas, es decir, unos cien mil trillones de leguas. La distancia que existe entre ellas, por ser mucho mayor, no podría ser expresada en números accesibles para la comprensión de nuestro espíritu. Sólo la imaginación, en sus concepciones más elevadas, es capaz de atravesar esa prodigiosa inmensidad, esas soledades mudas y privadas de toda apariencia de vida, y de encarar de algún modo la idea de esa infinidad relativa.

No obstante, ese desierto celeste que envuelve a nuestro universo sideral, y que parece extenderse como si se tratara del más lejano confín de nuestro mundo astral, es abarcado por la vista y el poder infinito del Altísimo, que, más allá de esos cielos de nuestros cielos, ha desarrollado la trama de su creación sin límites.

Más allá de esas vastas soledades, en efecto, mundos magnificentes irradian tanto como en las regiones accesibles a las investigaciones humanas; más allá de esos desiertos fluctúan espléndidos oasis en el límpido éter, y renuevan sin cesar las escenas admirables de la existencia y de la vida. Allá se suceden los conglomerados lejanos de sustancia cósmica, a los que la profunda mirada del telescopio entrevé a través de las regiones transparentes de nuestro cielo, y a los que dais el nombre de “nebulosas irresolubles”, las cuales os parecen ligeras nubes de polvo blanco, perdidas en un punto desconocido del espacio etéreo. Allá se revelan y se desarrollan mundos nuevos, cuyas condiciones variadas y diversas de las que son inherentes a vuestro globo, les confieren una vida que vuestras concepciones no pueden imaginar, ni vuestros estudios comprobar. Es allá donde fulgura en toda su plenitud el poder creador. Aquel que llega desde las regiones ocupadas por vuestro sistema, se depara con la acción de otras leyes, cuyas fuerzas rigen las manifestaciones de la vida. Y los nuevos caminos que se nos presentan en esas singulares regiones nos abren sorprendentes perspectivas.



Consideraciones morales
Nos acompañasteis en nuestras excursiones celestes, y visitasteis con nosotros las inmensas regiones del espacio. Ante nuestra mirada, los soles han sucedido a los soles, los sistemas a los sistemas, las nebulosas a las nebulosas; ante nuestros pasos se desplegó el panorama espléndido de la armonía del cosmos, y gozamos anticipadamente de la idea de lo infinito, a la que solamente de acuerdo con nuestra perfectibilidad futura podremos comprender en toda su extensión. Los misterios del éter nos desvelaron su enigma, hasta aquí indescifrable, y al menos concebimos la idea de la universalidad de las cosas. Es necesario que ahora nos detengamos a reflexionar.

No cabe duda de que es bueno haber reconocido cuán ínfima es la Tierra, y lo mediocre que resulta su importancia en la jerarquía de los mundos; es bueno haber abatido la presunción humana, que nos es tan apreciada, y habernos humillado ante la grandeza absoluta. No obstante, aún será más bueno que interpretemos en sentido moral el espectáculo del que hemos sido testigos. Deseo hablar del poder infinito de la naturaleza, y de la idea que nos debemos hacer de su modo de actuar en los diversos dominios del vasto universo.

Como estamos habituados a juzgar las cosas según nuestra pobre e insignificante morada, imaginamos que la naturaleza no ha podido o no ha debido actuar sobre los otros mundos más que de acuerdo con las reglas que conocemos en la Tierra. Ahora bien, es precisamente en ese punto que debemos reformar nuestro modo de ver.

Por un instante, echad una mirada sobre una región cualquiera de vuestro globo y sobre una de las producciones de vuestra naturaleza, ¿no reconocéis allí el sello de una variedad infinita y la prueba de una actividad sin par? ¿No veis en el ala de una avecilla de las Canarias, en el pétalo de un pimpollo de rosa entreabierto, la prodigiosa fecundidad de esa bella naturaleza? 

Que vuestros estudios sean aplicados a los seres que aletean en los aires, que desciendan hasta la violeta de los prados, que se sumerjan en las profundidades del océano, y en todo y por todas partes leeréis esta verdad universal: la naturaleza todopoderosa obra conforme a los lugares, los tiempos y las circunstancias; es una sola en su armonía general, aunque múltiple en sus producciones; juguetea con un sol tanto como con una gota de agua; puebla de seres vivos un mundo inmenso con la misma facilidad con que hace eclosionar el huevo depositado por la mariposa.

Ahora bien, si es tal la variedad que la naturaleza ha podido describirnos en todos los lugares de este pequeño mundo, tan estrecho, tan limitado, ¿cuánto más amplio debéis considerar ese modo de acción si evaluáis las perspectivas de los mundos enormes? ¿Cuánto más desarrollada y pujante habréis de reconocer su poderosa amplitud si la aplicáis en esos mundos maravillosos que, mucho más que la Tierra, dan testimonio de su incognoscible (insondable, impenetrable…) perfección?

No veáis, pues, en torno de cada uno de los soles del espacio, sólo sistemas planetarios semejantes al vuestro; no veáis en esos planetas sólo los tres reinos de la naturaleza que brillan alrededor vuestro. Pensad, por el contrario, que, así como ningún rostro de hombre es semejante a otro en todo el género humano, también una diversidad prodigiosa, inimaginable, ha sido esparcida por las moradas etéreas que flotan en el seno de los espacios.

Del hecho de que nuestra naturaleza animada comience en el zoófito y culmine en el hombre, que la atmósfera alimente la vida terrestre, que el elemento líquido la renueve sin cesar, que vuestras estaciones hagan que se sucedan en esa vida los fenómenos que las distinguen, no deduzcáis que los millones de millones de planetas que ruedan en la inmensidad sean semejantes a aquel en el que habitáis. Lejos de eso, aquellos difieren de acuerdo con las diferentes condiciones que les han sido prescriptas, y conforme al papel que le cupo a cada uno en el escenario del mundo. Son variadas piedras preciosas de un inmenso mosaico, flores diversas de un maravilloso jardín.



El Libro de los Espíritus de allan Kardec

Espacio universal
El espacio universal, ¿es infinito o limitado?
“Infinito. Suponle límites: ¿qué habría más allá? Eso confunde a tu razón, bien lo sé. Sin embargo, tu razón te dice que no puede ser de otro modo. Lo mismo ocurre con lo infinito en todas las cosas. En vuestro reducido ámbito no podéis comprenderlo.”

Si se supone que el espacio tiene un límite, por muy lejano que el pensamiento pueda concebirlo, la razón dice que más allá de ese límite hay algo, y así gradualmente hasta lo infinito, pues ese algo, aunque fuese el vacío absoluto, también sería espacio.

El vacío absoluto, ¿existe en alguna parte del espacio universal?
“No, nada está vacío. Lo que para ti es vacío se encuentra ocupado por una materia que escapa a tus sentidos y a tus instrumentos.”


AMOR, CARIDAD y TRABAJO