La felicidad

 






LA FELICIDAD










Si hay un deseo común entre los casi ocho mil millones de personas que habitamos en el planeta Tierra es, sin duda alguna, que todos y cada uno de nosotros, sin excepción, queremos ser felices. El concepto de felicidad varía tanto como existen diferentes formas de culturas, tradiciones, filosofías, religiones y sociedades, además de la manera individual de sentirla de cada persona.

La sensación de felicidad, al pertenecer al plano emocional, se ve directamente influenciada por nuestros pensamientos, puesto que el pensamiento dirige a las emociones. Dejamos de estar felices en el momento en que empezamos a pensar en algo negativo, debido a que inmediatamente nuestra mente reacciona con preocupación, tensión, ansiedad, etc., estados todos ellos emocionales incompatibles con la felicidad. Por todo ello, si queremos acceder a un estado de felicidad relativa, debemos controlar nuestros pensamientos y con ellos poder crear el hábito de la felicidad. Cuida tus ideas, tus sentimientos, tu lenguaje y tus decisiones porque ellos te modelan día a día, de forma lenta pero profunda.

La felicidad es una garantía de longevidad. Como bien explica el Dr. Daniel G. Amen, el cerebro es el hardware del espíritu. Su funcionamiento determina lo felices que somos, cómo son nuestros sentimientos o cómo interactuamos con los demás.

La felicidad es una forma de vivir en el mundo. Consiste en aprender a ver la vida con un filtro que nos aporte sentimientos de bienestar y equilibrio. Para ello es preciso haber superado los traumas, conflictos y heridas del pasado. Una persona que vive anclada en un pasado traumático no consigue ser feliz porque la felicidad consiste en tener ilusión. La felicidad viene por tener motivos por los que levantarse cada mañana.

Nuestros pensamientos y sentimientos pueden alterar nuestro mundo interior. Tienen un impacto importante en la mente y en el organismo. Los pensamientos negativos como ira, rabia, frustración, desesperanza…, alteran el riego sanguíneo en el centro del optimismo del cerebro, la corteza prefrontal izquierda. Nuestra mente no distingue realidad de ficción. Por tanto, cualquier pensamiento que nos aturda, nos obsesione, tiene un reflejo en el cuerpo. Los estados de alerta y estrés permanentes generan la hormona del cortisol, que de forma crónica induce a cambios en el cuerpo: a nivel gastrointestinal, neurológico, alteración en la tiroides, disminución del sistema inmunológico, muerte de neuronas en el hipocampo (zona de memoria y aprendizaje), cansancio, tristeza, apatía, y un largo etc. Según la Universidad de Harvard, del 60 a 80% de las enfermedades que padecemos tiene relación directa con las emociones tóxicas.

Hoy en día sabemos cómo mejorar el equilibrio hormonal y ayudar a eliminar ese exceso de cortisol que bloquea y perjudica nuestro cuerpo. Algunas de esas claves son el ejercicio físico, practicar los pensamientos positivos y eliminar los negativos, saber manejar a las personas tóxicas del entorno (acercándonos a las personas vitamina) y practicando técnicas de meditación, mindfulness, por ejemplo.

Existe un elemento fundamental en este proceso: aprender a manejar las emociones, ya que estas son las que influyen directamente en nuestro organismo. Para ello hace falta:

1- Conocerse: focalizarnos en nuestras virtudes. Quien no se conoce, no se comprende ni acepta y por tanto no puede superarse y mejorar.

2- Evitar el exceso de autocrítica y exigencia: huir del perfeccionismo excesivo, ya que el perfeccionista es el eterno insatisfecho. Cuidado con el auto boicot, es esencial aprender a dominar la voz interior. 

3- Fijarnos metas y objetivos: sueña en grande, actúa en pequeño. No tengas miedo de dejar volar tu corazón, pero, a continuación, realiza un plan de acción y una estrategia. No te quedes únicamente en el sueño. Actúa en consecuencia. Decía Aristóteles: “No hay viento favorable para quien no sabe adónde va”. Si perdemos de vista nuestros sueños, metas, acabaremos siendo esclavos de lo inmediato. Las personas con una meta o propósito en la vida tienen menor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares y un menor riesgo de mortalidad.

4- Trabajar la voluntad. Esta se adquiere con aprendizaje tratando de fortalecer un sistema de control inteligente. Es la fuerza superior de la mente que nos permite alcanzar una meta, no de manera impulsiva sino cerebral.

5- Mejorar en asertividad. Es encontrar el puente intermedio entre aceptar que todo lo decidan los demás por nosotros o no ser capaz de tener un pensamiento objetivo y respetar las ideas de otros. 

6- Aprender Inteligencia emocional. Esto significa, entender y expresar mis emociones; entender y empatizar con las emociones de otros y controlar emociones, la impulsividad.

7- Educar el optimismo. Se puede. Cualquier situación puede verse en clave de problema o en clave de solución. Hay que cambiar el lenguaje y empezar a usar palabras que evoquen entusiasmo, alegría, ilusión. Desechar las palabras tóxicas que nos anulan y alteran el riego sanguíneo. El optimismo llama a la ilusión y a la pasión, y estas tienen un efecto directo sobre el cerebro y la neuro plasticidad. Se ha observado que en las personas que practican el optimismo, se produce una neurogénesis: células madre se convierten en neuronas en tres semanas y migran al hipocampo.

Como bien decía Ramón y Cajal en 1984: “El órgano del pensamiento es, dentro de ciertos límites, maleable y susceptible de ser perfeccionado mediante ejercicios mentales convenientemente dirigidos”.

«La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días».
(Benjamín Franklin (1706 – 1790) Estadista y científico estadounidense)

La felicidad está directamente relacionada con la suma de las virtudes, y no con el estado material del ambiente en que se encuentra, a mayor virtudes mayor estado de felicidad real, si bien es relativa en la Tierra.

¿Puede el hombre gozar en la Tierra de una felicidad completa? 
– No, puesto que la vida le ha sido dada como prueba o expiación. Pero depende de él dulcificar sus males y ser tan feliz cómo es posible en la Tierra.

Se concibe que el hombre será feliz en la Tierra cuando la Humanidad haya sido transformada; pero, mientras tanto, ¿puede cada uno constituirse una felicidad relativa? 
– Las más de las veces el hombre es causante de su propia desdicha. Practicando la ley de Dios, se evitan muchos males y se proporciona la mayor felicidad de que es susceptible su grosera existencia. 

El hombre que está bien compenetrado de su destino futuro no ve en la vida corporal más que una permanencia temporal. Es para él una parada momentánea en un mal hospedaje y se conforma fácilmente con algunos disgustos pasajeros de un viaje, que ha de conducirle a una posición tanto mejor cuanto mejor se haya preparado. 

Desde esta vida somos castigados por la infracción de las leyes de la existencia corporal por medio de los males, que son consecuencia de esas infracciones y de nuestros propios excesos. Si nos remontáramos gradualmente, al origen de lo que llamamos nuestras desdichas terrestres, veremos que éstas la mayor parte de las veces, son consecuencia de la primera desviación del camino recto. Por semejante desviación hemos entrado en un mal sendero y de consecuencia en consecuencia caemos en la desdicha.

La felicidad terrestre es relativa a la posición de cada uno, y lo que es suficiente para la felicidad de uno constituye la desdicha de otro. Sin embargo, ¿existe una medida común de felicidad para todos los hombres? 
– Para la vida material es la posesión de lo necesario; para la vida moral, la conciencia tranquila y la fe en el porvenir.

Lo que es superfluo para uno, ¿no resulta necesario para otro, y viceversa, conforme a la situación en que se encuentren?
“En efecto, así es conforme a vuestras ideas materiales, vuestros prejuicios, vuestra ambición y todos vuestros ridículos caprichos, por los que el porvenir habrá de juzgaros cuando comprendáis la verdad. Sin duda, el hombre que tenía cincuenta mil libras de renta y se ve reducido a diez mil, se considera muy desdichado, porque ya no podrá darse tanta importancia ni conservar lo que él llama su categoría: tener caballos, sirvientes, satisfacer sus pasiones, etc. Cree, pues, que le falta lo necesario. No obstante, ¿piensas tú, francamente, que haya que tenerle lástima, cuando alrededor suyo hay quienes se mueren de hambre y de frío y no tienen ni un refugio donde reclinar la cabeza? El sabio, para ser feliz, mira hacia abajo y nunca hacia arriba, salvo que lo haga para elevar su alma hacia lo infinito.”

Hay males que son independientes de la manera de obrar y que afectan incluso al más justo de los hombres. ¿No existe alguna manera de preservarse de ellos?
“En ese caso, si quiere progresar, el hombre debe resignarse y sufrir esos males sin quejarse. Con todo, siempre encuentra un consuelo en la conciencia, que le brinda la esperanza de un porvenir mejor, si hace lo necesario para obtenerlo.”

¿Por qué Dios favorece con los dones de la fortuna a algunos hombres que no parecen haberlos merecido?
“Se trata de un favor a los ojos de los que sólo ven el presente. No obstante, sabedlo bien, la fortuna suele ser una prueba más peligrosa que la miseria.”

Dado que el hombre suele ser el artífice de sus padecimientos materiales, ¿ocurre lo mismo con los padecimientos morales?
“Más aún, pues los padecimientos materiales son a veces independientes de la voluntad. Con todo, el orgullo herido, la ambición frustrada, la ansiedad de la avaricia, la envidia, los celos, en una palabra, todas las pasiones, son tormentos del alma.

”¡La envidia y los celos! ¡Dichosos los que no conocen esos dos gusanos devoradores! Con la envidia y los celos no hay calma ni reposo posible para quien padece ese mal. Los objetos de su codicia, de su odio, de su despecho, se yerguen ante él como fantasmas que no le dan tregua y lo persiguen incluso en sueños. El envidioso y el celoso se encuentra en un estado de fiebre continua. ¿Acaso es esa una situación deseable? ¿No comprendéis que con esas pasiones el hombre se crea suplicios voluntarios y la Tierra se convierte para él en un verdadero infierno?”

A menudo, el hombre es desgraciado debido a la importancia que atribuye a las cosas de la Tierra. La vanidad, la ambición y la codicia frustradas son la causa de su desdicha. En cambio, si se ubica por encima del estrecho círculo de la vida material y eleva sus pensamientos hacia lo infinito, que es su destino, las vicisitudes de la humanidad le parecen entonces mezquinas y pueriles, tal como la tristeza del niño que se aflige por la pérdida de un juguete que era toda su felicidad.

El que sólo ve la felicidad en la satisfacción del orgullo y de los apetitos groseros es desdichado cuando no puede satisfacerlos, mientras que el que no aspira a nada superfluo es feliz con lo que otros consideran una calamidad.

La felicidad no se encuentra, se construye. Debemos poner todo nuestro AMOR en todas las cosas que hacemos día a día.

La ley del amor es la base de la doctrina que nos enseñó Jesús para ponernos en camino de la felicidad eterna, puesto que: "Toda la moral de Jesús se resume en la caridad y en la humildad, es decir, en las dos virtudes contrarias al egoísmo y al orgullo. En todas sus enseñanzas, manifiesta que estas virtudes son el camino de la eterna felicidad"

El camino de la felicidad está abierto para todos. Todos tienen la misma meta, y poseen las mismas condiciones para alcanzarla. La ley, grabada en las conciencias, se les enseña a todos. Dios hizo que la felicidad sea el premio al trabajo y no un favor, a fin de que cada uno tenga su mérito.

La felicidad absoluta es inherente a la perfección, es decir, a la completa purificación del Espíritu. 


Bibliografía:
José Ignacio Modamio
Marian Rojas
Rosi Meneses
El cielo y el infierno de Allan Kardec
El libro de los Espíritus de Allan Kardec


AMOR, CARIDAD y TRABAJO








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