El perdón

 





EL PERDÓN




Perdón y olvido de las ofensas 

¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano? Lo perdonarás no siete veces, sino setenta veces siete veces. Aquí tenéis una máxima de Jesús que debe impresionar a vuestra inteligencia y hablar más alto a vuestro corazón. Comparad esas palabras misericordiosas con la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, tan sencilla, tan resumida y grande en sus aspiraciones, y encontraréis siempre el mismo pensamiento. Jesús, el justo por excelencia, responde a Pedro: Perdonarás, pero sin límites; perdonarás cada ofensa que se te haga; enseñarás a tus hermanos ese olvido de sí mismo que hace al hombre invulnerable contra el ataque, los malos procederes y las injurias; serás dulce y humilde de corazón, y nunca medirás tu mansedumbre; harás, en suma, lo que deseas que el Padre celestial haga por ti. ¿No te perdona Él a menudo? ¿Cuenta Él, acaso, las veces que su perdón desciende para borrar tus faltas?

Prestad atención, pues, a esa respuesta de Jesús y, como Pedro, aplicadla a vosotros mismos. Perdonad, sed indulgentes, caritativos, generosos y hasta pródigos de vuestro amor. Dad, porque el Señor os retribuirá. Perdonad, porque el Señor os perdonará. Rebajaos, porque el Señor os elevará. Humillaos, porque el Señor os hará sentar a su derecha.

Id, mis bienamados, estudiad y comentad estas palabras que os dirijo de parte de Aquel que, desde lo alto de los esplendores celestiales, mira siempre hacia vosotros, y prosigue con amor la tarea ingrata que empezó hace dieciocho siglos. Perdonad a vuestros hermanos, como tenéis necesidad de que ellos os perdonen a vosotros. Si sus actos os han perjudicado personalmente, mayor motivo tenéis para ser indulgentes, porque el mérito del perdón se halla proporcionado a la gravedad del mal. No tendríais ningún merecimiento al perdonar los errores de vuestros hermanos si sólo os hubiesen hecho pequeñas heridas.

Espíritas, no olvidéis nunca que, tanto en palabras como en acciones, el perdón de las injurias no debe ser un término vano. Si os llamáis espíritas, sedlo realmente. Olvidad el mal que os hayan hecho y no penséis sino en una cosa: el bien que podéis dar a cambio. El que ha ingresado en este camino no debe apartarse de él, ni siquiera con el pensamiento, porque también sois responsables de vuestros pensamientos, que Dios conoce. Haced, por consiguiente, que estén despojados de todo sentimiento de rencor. Dios conoce lo que habita en el fondo del corazón de cada uno. Feliz, pues, aquel que cada noche puede dormirse diciendo: “No tengo nada contra mi prójimo”. (Simeón. Burdeos, 1862.)

Perdonar a los enemigos es pedir perdón para uno mismo. Perdonar a los amigos es darles una prueba de amistad. Perdonar las ofensas es mostrarse mejor de lo que se era. Perdonad, pues, amigos míos, a fin de que Dios os perdone, porque si sois rígidos, exigentes e inflexibles, si empleáis el rigor hasta por una ligera ofensa, ¿cómo pretenderíais que Dios olvide que cada día tenéis mayor necesidad de indulgencia? ¡Oh! Desdichado el hombre que dice: “Nunca perdonaré”, porque pronuncia su propia condena. Además, ¿quién sabe si, al descender hasta el fondo de sí mismo, no reconocería que ha sido el agresor? ¿Quién sabe si, en esa lucha que empieza por un alfilerazo y concluye en una ruptura, no fue él mismo quien dio el primer golpe? ¿Si no se le ha escapado alguna palabra ofensiva? ¿Si ha procedido con la moderación necesaria? Sin duda, su adversario comete un error al manifestarse tan susceptible, pero esa es una razón más para ser indulgente con él y para que no merezca los reproches que se le dirigen. Admitamos que aquel hombre haya sido realmente ofendido en alguna circunstancia: ¿quién le dice que él mismo no envenenó la situación con represalias, y que hizo que degenerara en una querella formal lo que fácilmente hubiera podido quedar en el olvido? Si dependía de él impedir las consecuencias de esa acción y no lo hizo, es culpable. Admitamos, por último, que no tenga absolutamente ningún cargo que hacerse: en ese caso, tendrá mucho más mérito si se muestra clemente.

Con todo, hay dos maneras muy diferentes de perdonar: está el perdón de los labios y también el del corazón. Muchas personas dicen acerca de su adversario: “Lo perdono”, mientras que interiormente experimentan un placer secreto por el mal que le ocasionan, y alegan que eso es lo que se merece. ¿Cuántos dicen: “Yo perdono”, y añaden: “Pero no me reconciliaré nunca; no lo volveré a ver en mi vida”? ¿Acaso es ese el perdón según el Evangelio? No; el verdadero perdón, el perdón cristiano, es aquel que echa un velo sobre el pasado; es el único que os será tomado en cuenta, porque Dios no se contenta con las apariencias: sondea el fondo de los corazones y los pensamientos más secretos. Nadie se impone a Él con palabras vanas ni con apariencias. El olvido completo y absoluto de las ofensas es propio de las almas grandes. El rencor es en todos los casos una señal de bajeza y de inferioridad. No olvidéis que el verdadero perdón se reconoce mucho más en los actos que en las palabras. (Pablo, apóstol. Lyon, 1861.)



El arrepentimiento y el perdón

Muy frecuentemente consideramos al perdón como un simple acto de virtud y generosidad para auxiliar al ofensor, que de tal manera pasaría a contar con la absoluta magnanimidad de la víctima.

No obstante, es de suma importancia que comprendamos que cuando conseguimos disculpar el error o la provocación que alguien nos dirige, liberamos al mal de todo compromiso para con nosotros, al mismo tiempo que nos desprendemos de todo lazo capaz de ligarnos a él.

El disgusto, cuando reiterado, es una enfermedad del Espíritu, que corroe las fuerzas físicas y envenena el alma. 

Para mantener la paz interior es necesario, ante cualquier ofensa, perdonar siempre. Evidentemente no nos referimos al perdón que proviene tan sólo de los labios, de la simple expresión de una fórmula social. 

El acto de perdonar debe ser un acto cargado de sentimiento; debe ser puro, como el que proviene del corazón. Pero sobre todo es una forma de alcanzar la reconciliación. Es necesario perdonar incesantemente, por eso Jesús dijo a Pedro (Mateo, 18:15, 21, 22) que no debería perdonar solamente siete veces, sino setenta veces siete.

Sin embargo, hay dos maneras muy diferentes de perdonar: una es grande, noble, verdaderamente generosa, sin segunda intención, que con delicadeza evita herir el amor propio y la susceptibilidad del adversario, aun cuando este último no pueda tener justificativo alguno; la segunda es aquella según la que el ofendido, o aquel que así se considera, impone al otro condiciones humillantes y le hace sentir el peso de un perdón que irrita, en vez de calmar; si tiende su mano al ofensor no lo hace con benevolencia, sino con ostentación, a fin de poder decir a todos: 

¡Mirad qué generoso soy! En esas circunstancias es imposible llegar a una reconciliación sincera de las partes. 

No, ahí no hay generosidad sino solamente una forma de satisfacer el orgullo. En la convivencia familiar somos constantemente incitados a perdonar, debido a que estamos ante antiguos adversarios de otras experiencias reencarnatorias, que se presentan hoy bajo el aspecto de cónyuges, hijos o familiares cercanos.

Necesitamos mucho más del perdón dentro de casa, que en el medio donde se desenvuelve la lucha social, y mucho más apoyo recíproco en el ambiente en el que somos convocados a servir, que en las ruidosas avenidas del mundo. Como un medio de auxilio a nosotros mismos, necesitamos cultivar la comprensión y el apoyo constructivo, para amparar sistemáticamente a familiares y vecinos, jefes y subalternos, a clientes y socios; respetar constantemente la vida privada de los amigos íntimos; tolerar a los seres amados, aportando paciencia y olvido ante cualquier ofensa que asalte a los corazones.

Si obramos de esta manera estaremos en condiciones de entender el perdón de Dios para con todos nosotros. Él perdona concediendo al deudor o culpable un plazo ilimitado, y le proporciona los medios y las posibilidades de rescatar su débito. 

Entonces, ¿qué más puede desear un deudor honesto y honorable? ¿Sería, acaso, preferible que Dios dispensase a los deudores del pago de sus deudas? Seguro que no, por dos motivos apreciables.

Primero, porque es mucho más digno y noble para el deudor pagar su débito que eximirse de esa obligación por complacencia, misericordia o compasión del acreedor. Otra razón no menos digna de ser tenida en cuenta es la siguiente: en la lucha emprendida para reparar la falta cometida, el Espíritu desarrolla sus poderes de manera que, al fin de la contienda, se siente con sus facultades aumentadas y, nos es raro, que también desdobladas en nuevas capacidades.

Dios está siempre dispuesto a perdonarnos y su manera de perdonar consiste en conceder un largo plazo y, al mismo tiempo, proporcionar al deudor todas las posibilidades y medios para pagar. A pesar de esto debemos comprender que el perdón no es una gracia concedida por Dios. 

Existe la necesidad de una actitud sincera y efectiva de arrepentimiento, además del consecuente pedido de perdón.

El arrepentimiento es el reconocimiento verdadero, por parte del infractor, del mal o error cometido. Es la confesión íntima e insoslayable de la violación a las leyes morales, que se revela no sólo en el descontento por el acto cometido sino también en el empeño por repararlo y no volver a reincidir en él.

El arrepentimiento siempre llega a manifestarse a la conciencia que está en deuda con la vida.

Al principio aparece como una reminiscencia de la falta cometida, de la que se suponía que ya no existía ningún rastro; posteriormente, se establece el recuerdo del momento desafortunado; más tarde, la idea rediviva dominante y por fin la obsesión del remordimiento, avasalladora.

Si bien el arrepentimiento es el primer paso para la regeneración, no basta por sí solo; son necesarias la expiación y la reparación.

Arrepentimiento, expiación y reparación constituyen, en consecuencia, las tres condiciones necesarias para hacer desaparecer las señales de una falta y sus consecuencias. El arrepentimiento atenúa las impresiones amargas de la expiación y abre, con la esperanza, el camino de la rehabilitación; sin embargo, solamente la reparación puede anular su efecto, al destruir la causa. De lo contrario el perdón sería una gracia, no una anulación.

El arrepentimiento puede producirse en cualquier lugar o momento; no obstante, si fuera tardío, el culpable sufre por más tiempo.

Los Espíritus responden a Kardec (en la pregunta 991 de «El Libro de los Espíritus») que el efecto del arrepentimiento es que el arrepentido desee una nueva encarnación para purificarse.

El Espíritu comprende cuales son las imperfecciones que lo privan de ser feliz y por eso aspira a una nueva existencia, en la que pueda expiar sus faltas.

La concesión renovadora, al infractor, como expresión del perdón divino, solamente se hace efectiva mediante la aceptación del programa «kármico» por parte del perdonado.

La expiación se cumple durante la existencia corporal, mediante las pruebas a las que el Espíritu se halla sometido y, en la vida espiritual, por los sufrimientos morales, inherentes al estado de inferioridad del Espíritu.

Luego de la expiación de los errores del pasado sigue, finalmente, el rescate. La reparación consiste en hacer el bien a aquellos que se había hecho mal. Quien no repara sus errores en una existencia, por debilidad o mala voluntad, en una experiencia posterior se encontrará en contacto con las mismas personas con las que se hubiera disgustado y en condiciones elegidas voluntariamente, de modo de demostrarles su reconocimiento y de hacerles tanto bien como mal les haya hecho practicando el bien como compensación por el mal practicado, es decir, siendo humilde si se ha sido orgulloso, amable si se ha sido severo, caritativo si se ha sido egoísta, indulgente si se ha sido perverso, laborioso si se ha sido perezoso, útil si se ha sido inútil, frugal si se ha sido intemperante, en suma, cambiando por buenos los malos ejemplos cometidos. Y de ese modo progresa el espíritu, valiéndose de su propio pasado.

Bibliografía
El Evangelio según el Espiritismo de Allan Kardec
Estudio sistematizado de la Doctrina Espírita


AMOR, CARIDAD y TRABAJO







Ley de destrucción

 



LIBRO TERCERO
LEYES MORALES

CAPÍTULO VI – LEY DE DESTRUCCIÓN







Destrucción necesaria y destrucción abusiva

728. La destrucción, ¿es una ley de la naturaleza?
“Es necesario que todo se destruya para que renazca y se regenere. Porque lo que vosotros llamáis destrucción no es más que una transformación, cuyo objetivo es la renovación y el mejoramiento de los seres vivos.”


[728a] - Así pues, el instinto de destrucción, ¿habría sido dado a los seres vivos con miras providenciales?
“Las criaturas de Dios son los instrumentos de que Él se sirve para alcanzar sus fines. Para alimentarse, los seres vivos se destruyen mutuamente, y lo hacen con un doble objetivo: mantener el equilibrio en la reproducción -la cual podría volverse excesiva- y utilizar los despojos de la envoltura exterior. No obstante, lo que siempre se destruye es dicha envoltura, que sólo constituye el accesorio y no la parte esencial del ser pensante. La parte esencial es el principio inteligente, que es indestructible y que se elabora en el transcurso de las diferentes metamorfosis que experimenta.”


729. Si la destrucción es necesaria para la regeneración de los seres, ¿por qué la naturaleza les provee de medios de preservación y de conservación?
“Lo hace a fin de que la destrucción no se produzca antes del tiempo necesario. Toda destrucción anticipada obstaculiza el desarrollo del principio inteligente. Por eso Dios ha dado a cada ser la necesidad de vivir y de reproducirse.”


730. Dado que la muerte habrá de conducirnos a una vida mejor y nos liberará de los males de esta vida, razón por la cual es más de desear que de temer, ¿por qué el hombre siente por ella un horror instintivo, que hace que le tenga aprensión?
“Lo hemos dicho: el hombre debe tratar de prolongar su vida para cumplir su tarea. Por eso Dios le ha dado el instinto de conservación, y ese instinto lo sostiene en las pruebas. De lo contrario, muy a menudo se dejaría llevar por el desaliento. La voz secreta que le hace rechazar la muerte le dice que todavía puede hacer algo por su adelanto. Cuando un peligro lo amenaza, se trata de una advertencia para que aproveche el tiempo que Dios le concede. Con todo, el ingrato suele agradecer más a su estrella que a su Creador.”


731. ¿Por qué, junto a los medios de conservación, la naturaleza ha puesto al mismo tiempo los agentes destructores?
“El remedio junto a la enfermedad. Lo hemos dicho: es para mantener el equilibrio y servir de contrapeso.”


732. La necesidad de destrucción, ¿es la misma en todos los mundos?
“Es proporcional al estado más o menos material de cada mundo, y cesa con un estado físico y moral más purificado. En los mundos más adelantados que el vuestro, las condiciones de vida son completamente diferentes.”


733. La necesidad de destrucción, ¿existirá siempre entre los hombres, en la Tierra?
“La necesidad de destrucción disminuye en el hombre a medida que el Espíritu predomina sobre la materia. Por eso veis que el horror a la destrucción aumenta con el desarrollo intelectual y moral.”


734. En su estado actual, ¿puede el hombre ejercer de modo ilimitado su derecho a destruir a los animales?
“Ese derecho está regulado por la necesidad de ocuparse de su alimentación y de su seguridad. El abuso nunca fue un derecho.”


735. ¿Qué pensar de la destrucción que excede los límites de las necesidades y de la seguridad, de la caza, por ejemplo, cuando su único objetivo es el placer de destruir, sin utilidad alguna?
“Predominio de la bestialidad sobre la naturaleza espiritual. Toda destrucción que rebase los límites de la necesidad es una violación de la ley de Dios. Los animales sólo destruyen para proveer a sus necesidades. El hombre, en cambio, que posee libre albedrío, lo hace sin necesidad. Tendrá que dar cuenta del abuso de la libertad que se le ha concedido, porque en esos casos cede a los malos instintos.” (1)

(1) Según se verá, la caza denominada “deportiva”, así como aquella otra, más funesta, que sólo persigue fines de lucro, no se justifican en modo alguno y podrían ponerse en el mismo nivel de barbarie que las corridas de toros y el boxeo, resabios modernos del Circo romano. La caza deportiva hacía poco mal, antaño, porque sólo era practicada por los considerados “grandes de la Tierra”, esto es, los reyes y los señores feudales, y con armas tan primitivas como la ballesta. La democratización de las sociedades humanas, por un parte, y la introducción de la pólvora primero y de armas cada vez más eficaces después, como el fusil provisto de mira telescópica, por la otra, han traído como consecuencia la desaparición o el receso de especies animales enteras, que sólo la creación de parques nacionales o reservas logró parcialmente salvar del aniquilamiento. En cuanto a la caza comercial, a ella se deben verdaderas hecatombes en especies como los elefantes, focas y ballenas, cuyo exterminio no ha sido otra cosa que una sucesión de sangrientas e inútiles carnicerías, a las que en balde intentó poner coto una legislación insuficiente y tibia. Esto ha acarreado en el equilibrio de la Naturaleza una fractura que probablemente sea ya irreparable. [N. del T. al cast. 1981]    



736. Los pueblos que se exceden en el escrúpulo relativo a la destrucción de los animales, ¿poseen un mérito particular?
“Se exceden en un sentimiento que de por sí es loable, pero que se vuelve abusivo, y cuyo mérito es neutralizado por abusos de todo tipo. En esos pueblos hay más temor supersticioso que verdadera bondad.”



Plagas destructoras

737. ¿Con qué objetivo Dios castiga a la humanidad mediante plagas destructoras?
“Para hacer que adelante más rápido. ¿Acaso no hemos dicho que la destrucción es necesaria para la regeneración moral de los Espíritus, que adquieren en cada nueva existencia un nuevo grado de perfección? Es preciso ver el fin para evaluar los resultados. Vosotros los juzgáis sólo desde un punto de vista personal, y los llamáis plagas debido al perjuicio que os ocasionan. No obstante, esos trastornos suelen ser necesarios para hacer que llegue con mayor prontitud un orden de cosas mejor, para que llegue en pocos años lo que habría demandado muchos siglos.” (2)

(2) Esta respuesta plantea de una manera muy clara el problema de los “saltos” en la Naturaleza, al que nos referimos en nota anterior. El “salto cualitativo” a que alude la dialéctica marxista, y que en opinión de algunos contradice el orden evolutivo de la Doctrina Espírita, es la exacta expresión de ese tipo de “trastornos” que apresuran el desarrollo. Conforme se advertirá, el Espiritismo reconoce la existencia y la necesidad de tales “trastornos”, pero integrados dentro del proceso general de la evolución, no admitiéndolos como una ruptura de dicho proceso. [N. de J. H. Pires. 1981]



738. ¿No podía Dios emplear, para el mejoramiento de la humanidad, otros medios que no fuesen las plagas destructoras?
“Sí, y los emplea a diario, puesto que ha dado a cada uno los medios de progresar mediante el conocimiento del bien y del mal. El hombre es quien no los aprovecha. Es preciso, pues, castigarlo en su orgullo y hacerle sentir su debilidad.”


[738a] - Pero en medio de esas plagas el hombre de bien y el perverso sucumben por igual. ¿Es eso justo? 
“Durante la vida, el hombre lo refiere todo a su cuerpo, pero después de la muerte piensa de otra manera. Como hemos dicho, la vida del cuerpo es insignificante. Un siglo de vuestro mundo es un relámpago en la eternidad. Por consiguiente, los padecimientos que se prolongan durante lo que vosotros denomináis algunos meses o algunos días, no son nada. Se trata de una enseñanza que os será de provecho en el porvenir. Los Espíritus son el mundo real, que preexiste y sobrevive a todo. Ellos son los hijos de Dios y el objeto de toda su solicitud. Los cuerpos no son más que disfraces con los cuales ellos se presentan en el mundo. En las grandes calamidades que diezman a los hombres ocurre lo que en un ejército cuyos soldados, durante la guerra, ven sus uniformes gastados, rotos o perdidos. El general se preocupa más por sus soldados que por la vestimenta de estos.”


[738b] - Con todo, las víctimas de esas plagas, ¿dejan por eso de ser víctimas?
“Si se considerara la vida tal como es, y cuán insignificante es en relación con lo infinito, no se le daría tanta importancia. Esas víctimas hallarán en otra existencia una amplia compensación por sus padecimientos, si saben soportarlos sin quejarse.”

Ya sea que la muerte sobrevenga como consecuencia de una plaga o por una causa ordinaria, habrá que morir necesariamente cuando llegue la hora de la partida. La única diferencia consiste en que en el primer caso se marcha un gran número de personas a la vez. Si pudiéramos elevarnos con el pensamiento, de modo que con una visión de conjunto abarcásemos a la humanidad entera, esas plagas tan terribles no nos parecerían más que tormentas pasajeras en el destino del mundo.


739. Las plagas destructoras, ¿tienen alguna utilidad desde el punto de vista físico, a pesar de los males que ocasionan?
“Sí, algunas veces modifican el estado de una región. No obstante, el bien que de ellas resulta sólo suele ser apreciado por las generaciones futuras.”


740. Las plagas, ¿no serían también para el hombre pruebas morales que lo enfrentan con las más duras necesidades?
“Las plagas son pruebas que proporcionan al hombre la ocasión de ejercer su inteligencia y de demostrar su paciencia y su resignación a la voluntad de Dios. Asimismo, lo ponen en condiciones de manifestar sus sentimientos de abnegación, desinterés y amor al prójimo, en caso de que no esté dominado por el egoísmo.”


741. ¿Es dado al hombre conjurar las plagas que lo afligen?
“Sí, en parte. Aunque no como generalmente se entiende. Muchas plagas son la consecuencia de la imprevisión del hombre. A medida que este adquiere conocimientos y experiencia puede conjurarlas, es decir, prevenirlas, si sabe investigar sus causas. Con todo, entre los males que afligen a la humanidad los hay de un carácter general, que forman parte de los designios de la Providencia, y cuyas consecuencias afectan a cada individuo en mayor o menor medida. El hombre sólo puede oponerle su resignación a la voluntad de Dios. Incluso, esos males suelen agravarse por su indolencia.”

Entre las plagas destructoras, naturales e independientes del hombre, es preciso incluir en primer término la peste, el hambre, las inundaciones, las inclemencias del tiempo que destruyen el producto de la tierra. Pero ¿no ha encontrado el hombre en la ciencia, en el trabajo del suelo, en el perfeccionamiento de la agricultura, en la rotación de cultivos y en las obras de riego, así como en el estudio de las condiciones higiénicas, los medios de neutralizar, o por lo menos atenuar, muchos desastres? Algunas regiones que otrora fueron asoladas por terribles plagas, ¿no se preservan hoy? Por consiguiente, ¿qué no hará el hombre a favor de su bienestar material cuando sepa sacar provecho de todos los recursos de su inteligencia, y cuando al cuidado de su conservación personal sepa unir el sentimiento de una verdadera caridad para con sus semejantes?



Guerras

742. ¿Cuál es la causa que lleva al hombre a la guerra?
“Predominio de la naturaleza animal sobre la naturaleza espiritual, y satisfacción de las pasiones. En el estado de barbarie los pueblos sólo conocen el derecho del más fuerte. Por esa razón, la guerra es para ellos un estado normal. En cambio, a medida que el hombre progresa, la guerra se vuelve menos frecuente, porque él evita las causas que la provocan, y en caso de que la guerra sea necesaria, sabe humanizarla.”


743. La guerra, ¿desaparecerá algún día de la Tierra?
“Sí, cuando los hombres comprendan la justicia y practiquen la ley de Dios. Entonces, todos los pueblos serán hermanos.”


744. ¿Cuál ha sido el objetivo de la Providencia al hacer que la guerra sea necesaria?
“La libertad y el progreso.”


[744a] - Si la finalidad de la guerra es alcanzar la libertad, ¿cómo se explica que a menudo tenga por objetivo y por resultado la esclavitud?
“Esclavitud momentánea para cansar(3) a los pueblos, a fin de que lleguen más rápido a la libertad.”

(3) [El término original (tanto en esta edición como en la de 1857) es lasser, que significa cansar, agotar; y en sentido figurado, desanimar, fastidiar, hartar. Al escribirla con letra cursiva, los Espíritus aluden, probablemente, a este último sentido. Así, la locución de guerre lasse alude al renunciamiento que es producto del cansancio (físico o moral) que resulta de una larga lucha. En la edición francesa de 1922 (Véase la nota nº 26 de la Introducción), el verbo lasser fue reemplazado por tasser (apilar, amontonar, apisonar, aplastar), lo cual forzó interpretaciones erróneas en algunas traducciones. Por su parte, correctamente, Fernández Colavida (1863) escribe “cansar”; y Anna Blackwell (1875), “to weary”. 1981]



745. ¿Qué pensar del que provoca la guerra en su propio beneficio?
“Ese es el verdadero culpable. Necesitará muchas existencias para expiar todos los asesinatos que causó, porque responderá por cada hombre cuya muerte haya causado para satisfacer su ambición.”



Asesinato

746. El asesinato, ¿es un crimen ante Dios?
“Sí, un gran crimen. Porque el que le quita la vida a su semejante trunca una vida de expiación o de misión, y en eso reside el mal.”


747. En el asesinato, ¿siempre existe el mismo grado de culpabilidad?
“Ya lo hemos dicho: Dios es justo. Juzga la intención más que el hecho.”


748. ¿Disculpa Dios por el asesinato cometido en legítima defensa?
“Sólo la necesidad puede disculparlo. No obstante, si se puede preservar la propia vida sin atentar contra la del agresor, se debe hacer.”


749. El hombre, ¿es culpable de los asesinatos que comete durante la guerra?
“No, cuando está obligado a ello por la fuerza; pero eso no quita que sea culpable de las crueldades que comete. En cambio, su compasión le será tomada en cuenta.”


750. Ante Dios, ¿quién es más culpable: el parricida o el infanticida?
“Ambos lo son por igual, pues todo crimen es un crimen.”


751. ¿A qué se debe que, en determinados pueblos, ya adelantados desde el punto de vista intelectual, el infanticidio forme parte de las costumbres y esté consagrado por la legislación?
“El desarrollo intelectual no implica la necesidad del bien. Un Espíritu superior en inteligencia puede ser malvado. Es el caso del que ha vivido mucho sin mejorar: solamente sabe.” (4)

(4) [En el original: il sait (él sabe). Los traductores han interpretado esta afirmación en dos sentidos distintos.Por nuestra parte, coincidimos con la resolución adoptada por Guillon Ribeiro (O Livro dos Espíritos, Río de Janeiro: FEB, 1944). Si nos guiamos por el contexto, inferimos que lo que se ha querido decir es: sólo tiene conocimiento. Así, Anna Blackwell, en su versión inglesa (1875), introduce esta perífrasis: “… ha vivido mucho tiempo sin mejorar moralmente, y ganó conocimiento sin adquirir purificación moral”. 1981]




Crueldad

752. ¿Se puede relacionar el sentimiento de crueldad con el instinto de destrucción?
“Es el instinto de destrucción en su peor momento, porque si la destrucción es a veces una necesidad, la crueldad nunca lo es. Siempre resulta de una naturaleza mala.”


753. ¿A qué se debe que la crueldad sea el carácter dominante de los pueblos primitivos?
“En los pueblos primitivos, cómo tú los llamas, la materia prevalece sobre el Espíritu. Esos pueblos se entregan a los instintos de los irracionales, y como no tienen otras necesidades más que las de la vida del cuerpo, sólo piensan en su conservación personal. Es eso lo que generalmente los torna crueles. Además, los pueblos cuyo desarrollo es imperfecto se encuentran bajo el dominio de Espíritus igualmente imperfectos, con los que simpatizan, hasta que otros pueblos más adelantados vienen a destruir o debilitar esa influencia.”


754. La crueldad, ¿no deriva de la ausencia de sentido moral?
“Di que el sentido moral no está desarrollado, pero no digas que está ausente, pues existe en principio en todos los hombres. Ese sentido moral es el que más tarde hace de ellos seres buenos y humanitarios. Existe, pues, en el salvaje, pero como el principio del perfume, que está en el germen de la flor antes de que esta se abra.”

Todas las facultades existen en el hombre en estado rudimentario o latente. Se desarrollan según las circunstancias les resulten más o menos favorables. El desarrollo excesivo de algunas detiene o neutraliza el de otras. La sobreexcitación de los instintos materiales sofoca -por decirlo así- el sentido moral, así como el desarrollo del sentido moral debilita poco a poco las facultades puramente animales.


755. ¿Cómo se explica que en el seno de la civilización más adelantada a veces se encuentren seres tan crueles como los salvajes?
“Del mismo modo que en un árbol cargado de buenos frutos encontramos algunos que se han malogrado. Esos seres son, si así lo quieres, salvajes(5) que de la civilización sólo tienen la apariencia, son lobos perdidos en medio de las ovejas. Espíritus de un orden inferior y muy atrasados pueden encarnar entre los hombres adelantados, con la esperanza de adelantar ellos mismos. No obstante, si la prueba es demasiado pesada, la naturaleza primitiva predomina.”

(5) Hacemos constancia en las referencias que los Espíritus acotan a Kardec, con las palabras salvaje o pueblos primitivos de la pregunta 753, como reprobando la noción que en aquel siglo se tenía sobre los pueblos menos desarrollados; preocupándose ellos por el fondo de la cuestión y dejándonos a nosotros, como tantas veces nos han dicho, la capacidad de entendernos con nuestro lenguaje. [N. del copista. 1981]



756. La sociedad de los hombres de bien, ¿será algún día limpiada de seres malhechores?
“La humanidad progresa. Esos hombres dominados por el instinto del mal y que están fuera de lugar entre las personas de bien, desaparecerán poco a poco -así como el mal grano se separa del bueno cuando pasan por la criba-, pero para renacer con otra envoltura. Entonces, como tendrán más experiencia, comprenderán mejor el bien y el mal. Tienes un ejemplo de ello en las plantas y los animales que el hombre ha sabido perfeccionar, desarrollando en ellos cualidades nuevas. Pues bien, sólo después de muchas generaciones el perfeccionamiento es completo. Es la imagen de las diversas existencias del hombre.”



Duelo(6)

(6) En su modalidad más formalizada, el duelo fue practicado desde el siglo XV hasta comienzos del siglo XX en las sociedades occidentales. Su ilegalización, no fue efectiva hasta las primeras décadas del siglo XX. [Wikipedia]


757. El duelo, ¿puede ser considerado un caso de legítima defensa?
“No; es un asesinato y una costumbre absurda, digna de bárbaros. Con una civilización más adelantada y moral el hombre comprenderá que el duelo es tan ridículo como los combates que antaño se consideraban juicios de Dios.”


758. El duelo, ¿puede ser considerado un asesinato por parte de aquel que, conociendo su propia debilidad, está casi seguro de sucumbir?
“Es un suicidio.”


[758a] - Y cuando las posibilidades son iguales, ¿es un asesinato o un suicidio?
“Es lo uno y lo otro.”

En todos los casos, incluso en aquel en que las posibilidades son iguales, el duelista es culpable; primero, porque atenta fríamente y con un propósito deliberado contra la vida de su semejante; segundo, porque expone su propia vida inútilmente y sin provecho para nadie.


759. ¿Cuál es el valor de lo que se denomina pundonor en materia de duelo?
“El orgullo y la vanidad: dos llagas de la humanidad.”


[759a] - Sin embargo, ¿no hay casos en los que el honor se encuentra realmente comprometido, de modo que rehusar el duelo sería una cobardía?
“Eso depende de los usos y las costumbres. Cada país y cada siglo tienen al respecto una manera de ver distinta. Cuando los hombres sean mejores y estén más adelantados en lo moral, comprenderán que el verdadero pundonor está por encima de las pasiones terrenales, y que no es matando o dejándose matar como se repara un agravio.”

Hay más grandeza y verdadero honor en reconocerse culpable si se cometió un error, o en perdonar si se tiene razón; así como en despreciar en todos los casos los insultos que no pueden alcanzarnos.



Pena de muerte

760. La pena de muerte, ¿desaparecerá algún día de la legislación humana?
“Es indudable que la pena de muerte desaparecerá, y su supresión señalará un progreso en la humanidad. Cuando los hombres estén más instruidos, la pena de muerte será abolida por completo en la Tierra. Los hombres ya no tendrán necesidad de ser juzgados por los hombres. Me refiero a una época que aún está bastante lejana de vosotros.”

Sin duda, el progreso social todavía deja mucho que desear. No obstante, seríamos injustos para con la sociedad moderna si no viéramos, en los pueblos más adelantados, un progreso en las restricciones impuestas a la pena de muerte y a la naturaleza de los crímenes a que se limita su aplicación. Si consideramos las garantías que en esos mismos pueblos la justicia se esfuerza por otorgar al acusado, así como el trato humanitario que le concede -aunque se lo haya reconocido culpable-, y los comparamos con las prácticas vigentes en épocas que aún no están muy lejanas, no podemos dejar de reconocer el camino progresivo por el que marcha la humanidad.


761. ¿La ley de conservación concede al hombre el derecho de preservar su propia vida? ¿No hace uso de ese derecho cuando elimina de la sociedad a un miembro peligroso?
“Hay otros medios de preservarse del peligro, sin matar. Por otra parte, es preciso abrir al criminal la puerta del arrepentimiento en lugar de cerrársela.”


762. Si la pena de muerte puede ser desterrada de las sociedades civilizadas, ¿no ha sido una necesidad en épocas menos adelantadas?
“Necesidad no es la palabra. El hombre cree siempre que una cosa es necesaria cuando no encuentra nada mejor. A medida que se instruye, comprende más claramente lo que es justo y lo que es injusto, y repudia los excesos que se cometían en nombre de la justicia en épocas de ignorancia.”


763. La restricción de los casos en que se aplica la pena de muerte, ¿es un indicio de progreso en la civilización?
“¿Acaso puedes dudarlo? ¿No se subleva tu Espíritu al leer el relato de las carnicerías humanas que se hacían otrora en nombre de la justicia y muchas veces en honor de la Divinidad, de las torturas que se infligían al condenado, e incluso al acusado, a fin de arrancarle mediante el exceso de padecimientos la confesión de un crimen que a menudo no había cometido? Pues bien, si hubieras vivido en aquellos tiempos habrías considerado todo eso muy natural, y quizá como juez habrías hecho otro tanto. Así, lo que parecía justo en una época se considera bárbaro en otra. Sólo las leyes divinas son eternas. Las leyes humanas cambian con el progreso, y cambiarán más aún, hasta que hayan sido puestas en armonía con las leyes divinas.” (7)

(7) Definición perfecta de la concepción espírita de la moral. Los principios verdaderos de la moral son de naturaleza eterna y las costumbres de los pueblos se van modificando a lo largo de la evolución, en dirección a aquellos principios. La sociología materialista, que se ocupa tan sólo de las costumbres, ha creado el falso concepto de la relatividad moral, que sin embargo está ya declinando en el pensamiento moderno. El hombre intuye cada vez más claramente las leyes divinas de la moral, en la proporción en que progresa. Sus costumbres se van depurando y su moral armoniza con esas leyes superiores. [N. de J. H. Pires. 1981] 



764. Dijo Jesús: Quien ha matado a espada, a espada perecerá. Esas palabras, ¿no constituyen la consagración de la pena del talión? Y la muerte que se inflige al asesino, ¿no constituye la aplicación de esa pena? 
“¡Cuidado! Os habéis equivocado acerca de esas palabras, así como respecto a muchas otras. La pena del talión es la justicia de Dios(8); es Él quien la aplica. Todos vosotros sufrís a cada instante esa pena, porque sois castigados por donde habéis pecado, en esta vida o en otra. Quien haya hecho sufrir a sus semejantes se encontrará en una situación en que habrá de sufrir él mismo lo que haya hecho padecer a los demás. Tal es el sentido de esas palabras de Jesús. Con todo, ¿no os ha dicho también, Perdonad a vuestros enemigos? ¿No os ha enseñado a pedir a Dios que perdone vuestras ofensas, así como vosotros habéis perdonado las de los demás, es decir, en la misma proporción en que vosotros habéis perdonado? Comprended bien esto.”

(8) Consideramos oportuno recordar al lector neófito, que Dios no premia, prohíbe, ni castiga, etc., sino que Él tiene sus Leyes que obran sobre nuestra conducta, y según estemos dentro o fuera de esa Ley, tales serán las consecuencias de nuestros actos. (Véase Libro Primero, Cap. I “Dios” de esta obra). [N. del copista. 1981]


765. ¿Qué pensar de la pena de muerte que se inflige en nombre de Dios?

“Es tomar el lugar de Dios en la aplicación de la justicia. Los que obran así demuestran cuán lejos están de comprender a Dios, y lo mucho que aún deben expiar. La pena de muerte aplicada en nombre de Dios es un crimen, y los que la infligen son tan responsables de ello como de cualquier otro asesinato.”


AMOR, CARIDAD y TRABAJO







Ley de consecuencias

 






LEY DE CONSECUENCIAS







Comprobado está ya por la ciencia académica, que todo el universo, el espacio cósmico infinito, en el cual navegan los mundos, está impregnado de fuerzas poderosas que denominamos leyes: físicas, psíquicas, magnéticas, etc. 

A medida que la ciencia de la física, de la química, de la biología y otras, progresan en nuestro mundo; a medida que se profundiza en el estudio del psiquismo; más y más vamos acercándonos a la Verdad de la Vida, y más nos acercamos también al conocimiento de las leyes cósmicas que rigen todo el universo en sus múltiples formas y manifestaciones. 

Si durante el siglo XIX, alguien hubiese dicho que una persona desde Europa podría mantener una conversación con otra persona en América, sin salir de sus respectivas residencias, posiblemente sería tildado de loco, hasta por los científicos de la época. Sin embargo, a partir de mediados del siglo XX se hizo realidad. 

Y esta realidad fue posible, por el descubrimiento de las ondas eléctricas, más conocidas por ondas hertzianas. El fenómeno se efectúa al penetrar las ondas sonoras (vibraciones acústicas) en el aparato telefónico, las cuales son transmutadas en ondas eléctricas (vibraciones eléctricas) que, a su vez el aparato receptor transmuta en vibraciones sonoras perceptibles a la mente humana, mediante el órgano del oído. 

Aun cuando antes de este descubrimiento la ley que rige ese fenómeno físico ya existía, las gentes se resistirían a admitir su posibilidad, por desconocimiento de la misma. Así, también hoy, muchos hay que niegan, o se resisten a admitir, la existencia de múltiples leyes universales-cósmicas, porque la ciencia académica no las ha descubierto todavía, o porque ellos no las perciben con sus sentidos corporales. Sin embargo, estamos sumergidos en un océano de vibraciones que afectan a nuestra vida en un modo tal, que actúan sobre nosotros con tal intensidad, que el desconocimiento de esta verdad es causa de tanto sufrimiento y dolor en nuestra humanidad. Por ello, es de urgente necesidad conocer aquellas leyes que inciden directamente en la vida del hombre, a fin de no quebrantarlas, evitando así las consecuencias dolorosas. 

Entre las múltiples leyes que inciden en la naturaleza psíquica del ser humano, existe una, que es de trascendental importancia. Esta es la ley de consecuencias, que en psicología se le denomina Ley de la Causalidad, y en las escuelas espiritualistas y en las esotéricas, es conocida con el nombre de Ley de Causa y Efecto, y también como Ley del Karma(1) y Ley de Retribución. 

(1)  KARMA, es un vocablo que viene del sánscrito y cuya significación es: destino, ley de retribución. Según la doctrina del karma, el ser humano, con sus actuaciones y pensamientos, crea las causas y el karma ajusta los efectos para restablecer el equilibrio.
La Ley del Karma, es ley de compensaciones; es el cedazo que va sacando a girones el dolor y sacrificio, las impurezas que impiden llegar a la Luz.
Las escuelas filosóficas, esotéricas y espiritualistas, establecen tres clases de karma:
— karma acumulado, que consiste en las acciones pasadas pendientes de retribución;
— karma maduro, que constituye el destino del ser humano en cada una de sus vidas;
— karma incipiente, lo componen las acciones que sembramos y cuyos frutos recogeremos en el futuro, ya en la vida presente ya en futuras vidas.
La doctrina del karma forma parte de la doctrina reencarnacionista, profesada por más de dos mil millones de adeptos que componen las diversas religiones del Oriente, así como la gran mayoría de las escuelas filosóficas de esa parte del mundo, más espiritualizado; y también por las múltiples escuelas filosóficas y espiritualistas de Occidente.

Podríamos compararla a la ley física de acción y reacción, ya que la reacción es un fenómeno consecuencial de la acción. Pero, mientras la ley física actúa en el plano físico y con efecto inmediato, la ley de consecuencias o de causalidad actúa en el plano psíquico, pero no de efecto inmediato. 

El filósofo Pietro Ubaldi, en su obra «La Gran Síntesis», refiere a este respecto: «... se trata de una ley omnipresente en el espacio y en el tiempo. No hay distancia o espera que puedan detener su reacción, de la que no escaparéis porque se encuentra dentro de vosotros mismos, así como está en todas las cosas. ¿Se puede engañar —dice— a la ley de gravitación? Del mismo modo, tampoco se evita ni se engaña a la reacción de la Ley, o sea, la Justicia Divina»

La Justicia Divina, que trasciende y está inmanente en nuestra propia naturaleza psíquica, nos devuelve, en cada una de las vidas, el bien o el mal que hayamos hecho en vidas anteriores. NO HAY CASTIGOS. El castigo, tal como la generalidad de los humanos entienden, no existe; porque ello estaría en contraposición con el amor infinito de la Divinidad Creadora. Con la creencia del castigo, se rebaja la Divinidad a la condición humana. No. Lo que existe en todo cuadro de dolor, es el efecto de causas, la reacción de la Ley violada. 

¿Qué es la expiación de la que habla el cristianismo, sino el pago en la vida presente, de las deudas contraídas con la Ley en las vidas pasadas, como son los casos de los minusválidos ya desde la infancia, así como los sufrimientos, en diverso modo, en los primeros años o siguientes de la vida humana? 

Para una mejor comprensión de cómo actúa la Ley de Causalidad o de consecuencias, trataremos de exponer, brevemente, otra de las leyes cósmicas inmanente en la propia naturaleza humana: Ley de Vibración. 

Todo, en el Universo, vibra. Vibran las plantas y los animales; vibran los mundos del espacio infinito; vibran las piedras y los minerales, ya que las diversas clases de átomos de que están compuestas las diferentes moléculas también vibran(2). Vibra el hombre por medio de sus sentimientos y pensamientos, y vibran las células de su organismo, porque tienen vida propia. Y algo que es necesario conocer también: todo el pensamiento y sentimiento vibra a través de las células del cuerpo orgánico, comunicándole tonalidad magnética idéntica a su índole vibratoria. Ya la ciencia médica reconoce que un alto porcentaje de enfermos es consecuencia de su estado afectivo y emociones desagradables. 
(2)  Está comprobado ya por la ciencia de la física, que el átomo está en constante vibración y movimiento.

De aquí que, cada sentimiento de enemistad, rencor, etc.; cada emoción pasional; cada pensamiento ruin; son elementos morbosos, cuya reiterada acción acaban por determinar una dolencia orgánica; por el desequilibrio energético provocado en la estructura psíquica, en grado mayor o menor, y cuyo desequilibrio se refleja en el organismo físico. 

De un modo más claro. La mente humana, es como una estación radio-emisora y radio-receptora que, constantemente está emitiendo o recibiendo ondas-pensamiento. Y esas ondas-pensamiento, son vibraciones electromagnéticas de la mente a través del cerebro. La intensidad y naturaleza de esos pensamientos marcan su dirección. Y por afinidad, atraen otros pensamientos de la misma naturaleza. 

NUESTRA MENTE Y NUESTRA ALMA SON FOCOS RADIANTES, CREADORES DE FUERZAS para el bien, para el progreso, para nuestro propio provecho y felicidad. Pero el hombre, en el uso de su libre albedrío, dominado por su egoísmo y cegado por las pasiones, suele emplear esas fuerzas para el mal, consciente o inconscientemente, creando así causas cuyo efecto será el dolor. 

Y esas fuerzas psíquicas, que son irradiadas por la mente (pensamientos) y el alma (sentimientos) en forma de vibraciones electromagnéticas, análogas a las ondas eléctricas, pero más rápidas; QUEDAN UNIDAS AL PUNTO DE PARTIDA, o sea, unidas al individuo mismo. La mente imparte la dirección, y esas vibraciones, esas ondas-pensamiento, llegan a donde van dirigidas y actúan para bien o para mal, según la naturaleza e intensidad del deseo y de la voluntad; volviendo a nosotros (como el bumerang), AL PUNTO DE PARTIDA, DESPUÉS DE ALCANZAR EL OBJETIVO, CON EL BIEN O EL MAL QUE HAYAN HECHO, GRABÁNDOSE EN EL ALMA O PSI-COSOMA. 

Dicho de otro modo. Cada pensamiento y deseo que en sentido negativo proyectemos hacia los demás, o acción de mal que ejecutemos, SE TRANSFORMA EN UNA FUERZA ENEMIGA NUESTRA QUE VOLVERÁ CONTRA NOSOTROS, AGREDIÉNDONOS. Por esta misma ley, todo sentimiento y pensamiento positivo de bien que proyectemos a nuestros semejantes, toda acción de bien que realicemos; se transforman en UNA FUERZA AMIGA NUESTRA QUE, AL VOLVER A NOSOTROS, NOS BENEFICIARA. 

Ya decía Krishna: «Los males con que afligimos a nuestros semejantes, nos persiguen como nuestra sombra sigue a nuestro cuerpo».


AMOR, CARIDAD y TRABAJO







Ley de conservación

 




LIBRO TERCERO
LEYES MORALES

CAPÍTULO V – LEY DE CONSERVACIÓN






Instinto de conservación

702. El instinto de conservación, ¿es una ley de la naturaleza?
“Sin duda. Es dado a todos los seres vivientes, sea cual fuere su grado de inteligencia. En unos es puramente mecánico; en otros, racional.”


703. ¿Con qué objetivo Dios ha dado a los seres vivos el instinto de conservación?
“Porque todos deben cooperar en los designios de la Providencia. Por eso Dios les ha dado la necesidad de vivir. Además, la vida es necesaria para el perfeccionamiento de los seres. Estos lo sienten instintivamente, sin percatarse de ello.”



Medios de conservación

704. Puesto que Dios ha dado al hombre la necesidad de vivir, ¿le ha proporcionado siempre los medios para ello?
“Sí, y si no los encuentra es porque no los comprende. Dios no ha podido dar al hombre la necesidad de vivir sin proporcionarle los medios para ello, por eso Él hace que la tierra produzca lo que sus habitantes necesitan; pues sólo lo necesario es útil; lo superfluo nunca lo es.”


705. ¿Por qué la tierra no siempre produce lo suficiente para proporcionar al hombre lo necesario?
“¡Porque el hombre es ingrato y la descuida! No obstante, ella es una excelente madre. El hombre también suele acusar a la naturaleza de lo que constituye el efecto de su propia impericia o de su imprevisión. La tierra produciría siempre lo necesario si el hombre supiera contentarse con ello. Si la tierra no lo abastece, es porque el hombre emplea en lo superfluo lo que podría destinar a lo necesario. Mira al árabe en el desierto: siempre encuentra de qué vivir, porque no se crea necesidades ficticias. En cambio, cuando la mitad de los productos se desperdicia en satisfacer fantasías, ¿debe el hombre asombrarse de no encontrar nada al día siguiente, y tiene razón de quejarse si está desprovisto cuando llegan los tiempos de escasez? En verdad os digo, no es la naturaleza la imprevisora, sino el hombre, que no sabe administrarse.”


706. Por bienes de la tierra, ¿sólo debemos entender los productos del suelo?
“El suelo es la fuente principal de donde derivan los otros recursos, porque en definitiva esos recursos no son más que una transformación de los productos del suelo. Por eso hay que entender por bienes de la tierra todo lo que el hombre puede disfrutar en este mundo.”


707. Algunos individuos suelen carecer de medios de subsistencia, incluso entre la abundancia que los rodea. ¿A quién deben culpar por eso?
“Al egoísmo de los hombres, que no siempre hacen lo que deben. Con todo, la mayoría de las veces esos individuos deben culparse a sí mismos. Buscad y encontraréis. Estas palabras no quieren decir que basta mirar al suelo para encontrar lo que se desea, sino que es preciso buscarlo con ardor y perseverancia, y no con desidia, sin dejarse desalentar por los obstáculos que muy a menudo no son más que medios de poner a prueba vuestra constancia, paciencia y firmeza.”

Si bien la civilización multiplica las necesidades, también multiplica las fuentes de trabajo y los medios de subsistencia. No obstante, es preciso convenir en que en ese aspecto le queda todavía mucho por hacer. Cuando la civilización haya cumplido su obra, nadie podrá decir que carece de lo necesario, salvo que sea por su propia culpa. La desgracia de muchos se debe a que se internan en un camino que no es el que la naturaleza les ha trazado, en cuyo caso les hace falta la inteligencia para triunfar. Hay lugar para todos bajo el sol, pero con la condición de que cada uno ocupe el suyo y no el de los demás. La naturaleza no puede ser responsable de los vicios de la organización social ni de las consecuencias de la ambición y del amor propio.

Con todo, habría que ser ciego para no reconocer el progreso que se ha realizado en ese aspecto en los pueblos más adelantados. Gracias al loable esfuerzo conjunto que la filantropía y la ciencia no cesan de llevar a cabo para mejorar la condición material de los hombres, y a pesar del crecimiento incesante de las poblaciones, la insuficiencia de la producción ha disminuido -al menos en gran medida- y ni siquiera los años más calamitosos del presente se pueden comparar con los de poco tiempo atrás. La higiene pública, ese elemento tan esencial para la fuerza y la salud, que nuestros padres no conocían, es objeto de una atención especializada. El infortunio y el sufrimiento encuentran lugares donde refugiarse. En todas partes la ciencia es aplicada para contribuir al aumento del bienestar. ¿Significa eso que hemos alcanzado la perfección? ¡No, por cierto! Sin embargo, lo que se ha hecho nos da la medida de lo que puede hacerse con perseverancia, si el hombre es suficientemente sabio para buscar su felicidad en las cosas positivas y serias, y no en utopías que lo retrasan en vez de hacerlo adelantar.


708. ¿No hay situaciones en que los medios de subsistencia no dependen en modo alguno de la voluntad del hombre, y en que la privación de lo más indispensable es una consecuencia de la fuerza de las circunstancias?
“Se trata de una prueba, a menudo cruel, que el hombre debe sufrir, y a la que sabía que estaría expuesto. Su mérito radica en la sumisión a la voluntad de Dios, en caso de que su inteligencia no le proporcione ningún medio para salir de la dificultad. Si la muerte lo alcanza, debe someterse a ella sin quejarse, y pensar que la hora de la verdadera liberación ha llegado y que la desesperación de los últimos instantes puede hacerle perder el fruto de su resignación.”


709. Los que en determinadas situaciones críticas se han visto obligados a sacrificar a sus semejantes para alimentarse con sus despojos, ¿han cometido un crimen? De ser así, dicho crimen, ¿se ve atenuado por la necesidad de vivir, que resulta del instinto de conservación?
“Ya he respondido al decir que hay más mérito en sufrir todas las pruebas de la vida con valor y abnegación. En el caso citado, existe asesinato y crimen de lesa naturaleza: falta que debe ser doblemente castigada.”


710. En los mundos donde la organización es más depurada, ¿tienen los seres vivos necesidad de alimentarse?
“Sí, pero sus alimentos son adecuados a su naturaleza. Esos alimentos no serían suficientemente sustanciosos para vuestros estómagos groseros. De igual modo, ellos no podrían digerir los vuestros.” 



Goce de los bienes terrenales

711. El uso de los bienes de la tierra, ¿es un derecho de todos los hombres?
“Ese derecho es la consecuencia de la necesidad de vivir. Dios no impondría un deber sin proveer el medio de cumplirlo.”


712. ¿Con qué objetivo ha dado Dios un atractivo a los goces de los bienes materiales?
“Para incitar al hombre al cumplimiento de su misión, y también para probarlo mediante la tentación.”


[712a] - ¿Cuál es el objetivo de esa tentación?
“Desarrollar su razón, que debe preservarlo de los excesos.”

Si el hombre hubiera sido incitado al uso de los bienes de la tierra sólo con miras a la utilidad, su indiferencia habría podido comprometer la armonía del universo. Dios le ha dado el atractivo del placer, que lo induce al cumplimiento de los designios de la Providencia. No obstante, mediante ese mismo atractivo Dios quiso, además, probarlo con la tentación que lo arrastra al abuso, del cual su razón debe defenderlo.


713. La naturaleza, ¿ha trazado límites a los goces?
“Sí, para indicaros el término de lo necesario. Sin embargo, con vuestros excesos llegáis hasta la saciedad y os castigáis a vosotros mismos.”


714. ¿Qué pensar del hombre que busca en los excesos de todo tipo un refinamiento de sus goces?
“¡Pobre criatura, de quien hay que compadecerse y no envidiarla, pues está muy cerca de la muerte!”


[714a] - ¿Cerca de la muerte física o de la muerte moral?
“De ambas.”

El hombre que busca en los excesos de todo tipo un refinamiento de sus goces se coloca por debajo del animal, porque el animal sabe limitarse a su necesidad. Ese hombre renuncia a la razón que Dios le ha dado por guía, y cuanto mayores son sus excesos, tanto mayor dominio concede a su naturaleza animal sobre su naturaleza espiritual. Los achaques, las enfermedades, incluso la muerte, que son la consecuencia del abuso, constituye al mismo tiempo el castigo por transgredir la ley de Dios.



Lo necesario y lo superfluo

715. ¿Cómo puede el hombre conocer el límite de lo necesario?
“El sabio lo conoce por intuición. Muchos lo conocen a costa de su propia experiencia.”


716. La naturaleza, ¿no nos ha trazado el límite de nuestras necesidades mediante nuestra propia organización?
“Sí, pero el hombre es insaciable. La naturaleza le ha trazado el límite de sus necesidades mediante su organización. Con todo, los vicios han alterado la constitución del hombre y crearon en él necesidades que no son las reales.”


717. ¿Qué pensar de los que acumulan los bienes de la tierra para procurarse lo superfluo, en detrimento de quienes carecen de lo necesario?
“Ignoran la ley de Dios y habrán de responder por las privaciones que hayan hecho sufrir a otros.” 

El límite entre lo necesario y lo superfluo no tiene nada de absoluto. La civilización ha creado necesidades que los salvajes no tienen, y los Espíritus que han dictado estos preceptos no pretenden que el hombre civilizado viva como el salvaje. Todo es relativo, y cabe a la razón considerar el valor de cada cosa. La civilización desarrolla el sentido moral y al mismo tiempo el sentimiento de caridad, que lleva a los hombres a prestarse mutuo apoyo. Los que viven a costa de las privaciones de los demás explotan en su provecho los beneficios de la civilización. De esta sólo tienen el barniz, así como hay personas que no tienen de la religión más que la máscara.



Privaciones voluntarias. 
Mortificaciones

718. La ley de conservación, ¿nos obliga a proveer a las necesidades del cuerpo?
“Así es, sin fuerza y sin salud el trabajo es imposible.”


719. El hombre, ¿es censurable por buscar el bienestar?
“El bienestar es un deseo natural. Dios sólo prohíbe(1) el abuso, porque el abuso es contrario a la conservación. Él no condena la búsqueda del bienestar, siempre que ese bienestar no se consiga a expensas de otros ni debilite vuestras fuerzas morales y físicas.”

(1) Consideramos oportuno recordar al lector neófito, que Dios no premia, prohíbe, ni castiga, etc., sino que Él tiene sus Leyes que obran sobre nuestra conducta, y según estemos dentro o fuera de esa Ley, tales serán las consecuencias de nuestros actos. Los Espíritus responden de esta manera, para facilitarnos la comprensión del mensaje, porque lo importante es su esencia, pero recordamos que Dios tal cual lo concibe el Espiritismo no es antropomórfico. (Véase Libro Primero, Cap. I “Dios” de esta obra). [N. del copista.]


720. Las privaciones voluntarias, con miras a una expiación igualmente voluntaria, ¿tienen algún mérito ante Dios?
“Haced el bien a los demás y tendréis más mérito.”


[720a] - ¿Hay privaciones voluntarias que sean meritorias?
“Sí, la privación de los goces inútiles, porque aparta al hombre de la materia y eleva su alma. Lo meritorio es resistir a la tentación que incita a los excesos o al goce de las cosas inútiles, así como privarse de parte de lo necesario para darlo a quienes no tienen lo suficiente. En cambio, si la privación no es más que un vano simulacro, constituye una burla.”


721. La vida de mortificaciones ascéticas ha sido practicada desde la más remota antigüedad y en diferentes pueblos. ¿Es meritoria, desde algún punto de vista?
“Preguntaos a quién le sirve y obtendréis la respuesta. Si sólo sirve al que la practica, y le impide hacer el bien, es egoísmo, sea cual fuere el pretexto con que se la coloree. La verdadera mortificación, según la caridad cristiana, consiste en privarse y trabajar para los otros.”


722. La abstención de determinados alimentos, que se prescribe en diversos pueblos, ¿se basa en la razón?
“Todo aquello con lo cual el hombre pueda alimentarse sin perjuicio para su salud, está permitido. No obstante, algunos legisladores han prohibido determinados alimentos con un objetivo útil. Asimismo, para darles mayor crédito a sus leyes, las presentaron como procedentes de Dios.”


723. La alimentación animal, en el hombre, ¿es contraria a la ley natural?
“En vuestra constitución física, la carne alimenta a la carne, de lo contrario el hombre se debilita. La ley de conservación impone al hombre el deber de mantener sus fuerzas y su salud, para cumplir con la ley del trabajo. Por consiguiente, debe alimentarse según lo requiera su organización.”


724. Abstenerse de la alimentación animal o de alguna otra, como expiación, ¿es meritorio?
“Sí, siempre que uno se prive por los demás. Con todo, Dios no puede considerarlo una mortificación cuando no hay en ello una privación seria y útil. Por eso decimos que aquellos que sólo se privan en apariencia son hipócritas.”


725. ¿Qué pensar de las mutilaciones que se realizan en el cuerpo del hombre o en el de los animales?
“¿Para qué hacéis semejante pregunta? Una vez más preguntaos si se trata de algo útil. Lo inútil no puede ser grato a Dios, y lo perjudicial le es siempre desagradable. Porque, sabedlo bien, Dios sólo es sensible a los sentimientos que elevan el alma hacia Él. Mediante la práctica de su ley, en vez de violarla, podréis desprenderos de vuestra materia terrenal.”


726. Si los padecimientos de este mundo nos elevan según el modo en que los soportamos, ¿nos elevamos al soportar aquellos que creamos voluntariamente?
“Los únicos padecimientos que elevan son los naturales, porque proceden de Dios. Los padecimientos voluntarios no sirven en absoluto cuando en nada contribuyen para el bien del prójimo. ¿Acaso crees que los que acortan su vida con rigores sobrehumanos, como lo hacen los bonzos, los faquires y algunos fanáticos de numerosas sectas, adelantan en su camino? ¿Por qué mejor no trabajan en favor de sus semejantes? Vistan al indigente, consuelen al que llora, asistan al que está enfermo, soporten privaciones para alivio de los desdichados, entonces sus vidas serán útiles y gratas a Dios. Cuando, en los padecimientos voluntarios que se soportan, sólo se piensa en sí mismo, es egoísmo. En cambio, cuando se sufre por los demás, es caridad. Esos son los preceptos de Cristo.”


727. Si no debemos crear padecimientos voluntarios que no sean de ninguna utilidad para el prójimo, ¿debemos tratar de preservarnos de los que prevemos o que nos amenazan?
“El instinto de conservación ha sido dado a todos los seres para protegerlos de los peligros y los padecimientos. Fustigad a vuestro espíritu y no a vuestro cuerpo, mortificad vuestro orgullo, sofocad vuestro egoísmo, el cual se asemeja a una serpiente que os devora el corazón. Así haréis más por vuestro propio adelanto que mediante rigores que ya no son de este siglo.”


AMOR, CARIDAD y ATRABAJO.