LAS LEYES Y LAS FUERZAS
QUE RIGEN EL UNIVERSO
La Génesis de Allan Kardec
Las leyes y las fuerzas
Si uno de esos seres desconocidos que consumen su efímera existencia en el fondo de las regiones tenebrosas del océano; si uno de esos seres de varios estómagos, una de esas nereidas –miserables animálculos que de la naturaleza sólo conocen los peces ictiófagos y los bosques submarinos– recibiese de repente el don de la inteligencia, la facultad de estudiar su mundo y de sustentar sus apreciaciones en un razonamiento conjetural extensivo a la universalidad de las cosas, ¿qué idea se formaría de la naturaleza viva que se desarrolla en el medio en que habita, y del mundo terrestre que escapa al campo de sus observaciones?
Si ahora, por un efecto maravilloso del poder de su nueva facultad, ese mismo ser llegara a elevarse sobre sus tinieblas eternas y se dirigiera hasta la superficie del mar, no lejos de las opulentas márgenes de una isla de espléndida vegetación, bañada por el sol fecundador, dispensador de calor benéfico, ¿qué opinión se formaría de sus anticipadas teorías sobre la creación universal? ¿No las desecharía de inmediato para sustituirlas por una apreciación más amplia, aunque relativamente tan incompleta como la primera? Esta es la imagen, ¡oh hombres!, de vuestra ciencia absolutamente especulativa1.
1 Esa es también la situación de los negadores del mundo de los Espíritus, cuando, luego de haberse despojado de la envoltura carnal, contemplan los horizontes de ese mundo, los cuales se despliegan ante su vista. Comprenden, entonces, cuán vanas eran las teorías con que pretendían explicarlo todo exclusivamente por medio de la materia. No obstante, esos horizontes todavía le ocultan misterios que sólo sucesivamente son develados, a medida que se elevan mediante la purificación. Con todo, desde sus primeros pasos en ese nuevo mundo, se ven forzados a reconocer su propia ceguera y cuán lejos se hallaban de la verdad. (N. de Allan Kardec.)
He venido, pues, para tratar aquí la cuestión de las leyes y de las fuerzas que rigen el universo, yo, que apenas soy, como vosotros, un ser relativamente ignorante en lo que concierne a la ciencia real –pese a la aparente superioridad sobre mis hermanos de la Tierra, superioridad que proviene de la posibilidad de estudiar problemas naturales que a ellos les están vedados en la posición en que se encuentran–, y mi único objetivo es proporcionaros una noción general de las leyes universales, sin explicar en detalle el modo de acción y la naturaleza de las fuerzas especiales que de ellas dependen.
Existe un fluido etéreo que colma el espacio y penetra los cuerpos. Ese fluido es el éter o materia cósmica primitiva, generadora del mundo y de los seres. Son inherentes al éter las fuerzas que han presidido las metamorfosis de la materia, las leyes inmutables y necesarias que rigen el mundo. Esas fuerzas múltiples, indefinidamente variadas según las combinaciones de la materia, localizadas según las masas, diversificadas en sus modos de acción, de acuerdo con las circunstancias y los medios, son conocidas en la Tierra con los nombres de gravedad, cohesión, afinidad, atracción, magnetismo, electricidad activa. Los movimientos vibratorios del agente lo son con los nombres de sonido, calor, luz, etc. En otros mundos, se presentan con otros aspectos y revelan otros caracteres desconocidos en la Tierra; y en la inmensa vastedad de los cielos, un número indefinido de fuerzas se ha desarrollado en una escala inimaginable, cuya magnitud somos tan incapaces de evaluar como lo es el crustáceo, en el fondo del océano, para concebir la universalidad de los fenómenos terrestres2.
2 Nosotros sólo nos referimos a lo que conocemos, porque de lo que escapa a la percepción de nuestros sentidos no comprendemos más de lo que comprende el ciego de nacimiento acerca de los efectos de la luz y de la utilidad de los ojos. Es posible, pues, que, en otros medios, el fluido cósmico tenga otras propiedades, sea susceptible de combinaciones de las que no tenemos idea alguna, produzca efectos adecuados a necesidades que no conocemos, y favorezca percepciones nuevas u otros modos de percepción. Nosotros no comprendemos, por ejemplo, que se pueda ver sin los ojos del cuerpo y sin luz. Pero ¿quién puede afirmar que no existen otros agentes que no sean la luz, adecuados a organismos especiales? La vista sonambúlica, que no se ve limitada por la distancia, ni por los obstáculos materiales, ni por la oscuridad, nos ofrece un ejemplo de ello. Supongamos que, en un mundo cualquiera, los seres sean normalmente lo que nuestros sonámbulos son excepcionalmente. Puesto que no precisan de nuestra luz ni de nuestros ojos, verán lo que nosotros no podemos ver. Lo mismo se dará con todas las otras sensaciones. Las condiciones de vitalidad y de perceptibilidad, las sensaciones y las necesidades, varían según los medios. (N. de Allan Kardec.)
Ahora bien, así como sólo existe una sustancia simple, primitiva, generadora de todos los cuerpos, pero diversificada en sus combinaciones, también todas esas fuerzas dependen de una ley universal diversificada en sus efectos, que se encuentra en su origen, y que por los designios eternos ha sido impuesta soberanamente a la Creación para imprimirle armonía y estabilidad permanentes.
La naturaleza nunca se encuentra en oposición a sí misma. El blasón del universo tiene una sola divisa: UNIDAD/VARIEDAD. Al remontar la escala de los mundos se encuentra la unidad de armonía y de creación, al mismo tiempo que una variedad infinita en el inmenso jardín estelar. Al recorrer los peldaños de la vida, desde el último de los seres hasta Dios, se hace evidente la gran ley de continuidad. Si se consideran las fuerzas en sí mismas, podemos formar con ellas una serie cuya resultante, confundiéndose con la generadora, es la ley universal.
No podéis apreciar esta ley en toda su amplitud, puesto que las fuerzas que la representan en el campo de vuestras observaciones son restringidas y limitadas. No obstante, la gravitación y la electricidad pueden ser consideradas una amplia aplicación de la ley primordial que impera allende los cielos.
Todas esas fuerzas son eternas –explicaremos este término– y universales como la Creación. Como son inherentes al fluido cósmico, actúan necesariamente en todo y por doquier, modificando su acción mediante su simultaneidad o su sucesión; predominan aquí, se debilitan allá; pujantes y activas en cierto puntos, latentes u ocultas en otros, pero en definitiva preparan, dirigen, conservan y destruyen los mundos en los diversos períodos de vida, gobernando los maravillosos trabajos de la naturaleza dondequiera que estos se ejecuten, para garantizar por siempre el eterno esplendor de la Creación.
AMOR, CARIDAD y TRABAJO
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