Educación para la muerte







EDUCACIÓN PARA LA MUERTE





Prepararse para la vida es educarse para la muerte. Porque la vida es una espera constante de la muerte. Todos sabemos que tendremos que morir y que la muerte puede sobrevenir en cualquier instante. Esta certeza absoluta e irrevocable no podrá ser colocada al margen de la vida. Quien se atreva a decir: “La muerte no importa, lo que importa es la vida”, no sabe lo que dice, habla con insensatez. Pero también los que solo piensan en la muerte y se descuidan de la vida son insensatos. Nuestra muerte es nuestro rescate de la materia. No somos materiales, sino espirituales. Estamos en la materia porque ella es el campo en el que fuimos plantados, y como las simientes deben germinar, crecer, florecer y fructificar. Cuando cumplimos toda la tarea, tengamos la edad que tuviéramos, la muerte nos viene a buscar para reintegrarnos en la condición espiritual. Basta este hecho, que es incontestable, para demostrarnos que de nuestra vida depende nuestra muerte. Cada pensamiento, cada emoción, cada gesto y cada paso en la vida nos aproximan a la muerte. Y como no sabemos cuál es la extensión del tiempo que nos fue marcado o concedido para prepararnos para la muerte, conviene que iniciemos cuanto antes nuestra preparación, a través de una educación según el concepto de existencia. Cuanto antes nos preparemos para la vida en términos de educación para la muerte, más fácil y benigna se tornará nuestra muerte, a menos que pesen sobre ella compromisos agravantes de un pasado perverso.

La Educación para la Muerte solo podrá basarse en la Verdad Única, probada con exclusión total de las verdades fabricadas por los intereses humanos o por el comodismo de los que nada buscan y por esto nada saben.

La muerte no es un esqueleto, con su calavera de ojos agujereados y una guadaña siniestra en los hombros, como se la figuraran dibujantes y pintores de otros tiempos. Su imagen real, líricamente cantada por lo poeta Rabindranath Taggore, es la de una novia espiritual, coronada de flores, que nos recibe en los portales de la Eternidad para las nupcias del Infinito.

“Ven, oh Muerte, cuando llegare mi hora, a envolverme en tus guirnaldas floridas” – exclamaba Tagore en uno de sus poemas-canciones, ya viejo y cansado, mas con sus ojos serenos reflejando entre las inquietudes humanas la luz de las estrellas distantes.

Si consiguiéramos encarar a la muerte con esta comprensión y este lirismo puro, desprovisto de los excesos mundanos, sabremos también transmitir a los otros, y especialmente a quienes nos aman, la verdadera Educación para la Muerte.



¿Qué es la muerte?
¿Cuál es la causa de la muerte en los seres orgánicos?
- Agotamiento de los órganos.

¿Por qué una lesión del corazón, más bien que la de otros órganos, ocasiona la muerte?
- El corazón es una máquina de vida. Pero no es el único órgano cuya lesión produzca la muerte. Sólo constituye uno de los engranajes esenciales.

¿En qué se convierten la materia y el principio vital de los seres orgánicos cuando éstos mueren?
- La materia inerte se descompone y forma nuevos cuerpos. El principio vital retorna a la masa.

Una vez muerto el ser orgánico, los elementos que lo integran sufren nuevas combinaciones que forman seres nuevos. Éstos extraen de la fuente universal el principio de la vida y de la actividad, lo absorben y lo asimilan, para devolverlo a esa fuente cuando cesan ellos de existir.

Los órganos están, si así vale decirlo, impregnados de fluido vital. Dicho fluido da a todas las partes del organismo una actividad que les permite a éstas el comunicarse entre sí, tal el caso de ciertas lesiones, y restablecer funciones temporariamente suspendidas. Pero, cuando los elementos esenciales al funcionamiento de los órganos son destruidos, o su alteración es demasiado profunda, el fluido vital resulta impotente para transmitirles el movimiento de la vida, y entonces el ser muere.

Los órganos reaccionan más o menos necesariamente unos sobre otros. De la armonía del conjunto que integran resulta su acción recíproca. Cuando cualquier causa destruye esa armonía sus funciones se detienen, como el movimiento de un mecanismo cuyos engranajes esenciales se han averiado. 

La cantidad de fluido vital no es idéntica en todos los seres orgánicos. Varía según las especies, y tampoco es constante, ya sea en un mismo individuo o bien en los individuos de determinada especie. Los hay que se hallan –por así decirlo- saturados de fluido vital, al paso que otros tienen apenas la cantidad suficiente. De ahí que algunos lleven una vida más activa y energética, y en cierta manera superabundante.

Por otra parte, la reserva de fluido vital también se agota. El que tiene más puede darlo al que posee menos y, en ciertos casos, reanimar una vida pronta a extinguirse.



¿Por qué el temor a la muerte?
El temor a la muerte es para muchas personas un motivo de incertidumbre. ¿A qué se debe tal aprensión, ya que tiene ante ellas el porvenir?
- Es un temor equivocado. Pero ¡qué quieres! Tratan de persuadirlas, desde sus primeros años, de que hay un infierno y un paraíso, pero que es más seguro irán al infierno, porque les afirman que aquello que está en la Naturaleza es para el alma un pecado mortal. Así pues, al avanzar en edad, si tienen algo de juicio no pueden ya seguir admitiendo eso y se tornan ateas o materialistas. De esta manera se les lleva a creer que aparte de la vida actual no existe otra cosa. En cuanto a los otros, los que han persistido en sus creencias infantiles, temen ese fuego eterno que ha de quemarlos sin consumirlos.
La muerte no inspira al justo temor alguno. Porque con la fe tiene certeza del futuro. La esperanza le hace aguardar una vida mejor. Y la caridad, cuya ley ha puesto en práctica, le otorga la certidumbre de que en el mundo al que va a ingresar no encontrará ningún Ser cuya mirada deba temer. 

El hombre carnal, más apegado a la vida corpórea que a la espiritual, tiene en la Tierra penas y placeres materiales. Su dicha reside en la satisfacción efímera de todos sus deseos. Su alma, preocupada de continuo y afectada por las vicisitudes de la vida, se halla en una ansiedad y una tortura perpetuas. La muerte le espanta, pues duda de su porvenir y cree que dejará en este mundo todos sus afectos y esperanzas.

El hombre moral, en cambio, que se ha elevado por sobre las necesidades ficticias que las pasiones crean, obtiene ya en la Tierra disfrutes que el hombre material desconoce. La moderación de sus deseos confiere a su Espíritu calma y serenidad. Feliz con el bien que realiza, no hay para él desilusiones, y las contrariedades resbalan sobre su alma sin dejar en ésta huellas dolorosas.

El hombre, sea cual fuere el grado de la escala al que pertenezca, desde el estado salvaje tiene el sentimiento innato del porvenir. Su intuición le dice que la muerte no es el fin de la existencia, y que aquellos cuya pérdida lamentamos no están perdidos para siempre. La creencia en el porvenir es intuitiva, y muchísimo más generalizada que la de la nada. Así pues, ¿a qué se debe que, entre quienes creen en la inmortalidad del alma, todavía haya tantos que se encuentran apegados a las cosas de la Tierra y sienten tan grande temor a la muerte?

El miedo a la muerte es un efecto de la sabiduría de la Providencia y una consecuencia del instinto de conservación común a todos los seres vivos. Ese miedo es necesario mientras el hombre no está suficientemente esclarecido acerca de las condiciones de la vida futura, como contrapeso al impulso que, sin ese freno, lo llevaría a dejar prematuramente la vida terrenal, así como a descuidar el trabajo que debe servirle para su propio progreso.

A eso se debe que, en los pueblos primitivos, el porvenir sea apenas una vaga intuición; con posterioridad se convierte en una simple esperanza y, por último, en una certeza, aunque siga neutralizada por un secreto apego a la vida corporal.

A medida que el hombre comprende mejor la vida futura, el miedo a la muerte disminuye. Asimismo, cuando comprende mejor su misión en la Tierra, aguarda su fin con más calma, con resignación y sin temor. La certeza en la vida futura le da otro curso a sus ideas, otro objetivo a sus actividades. Antes de que tuviera esa certeza, sólo se ocupaba de la vida actual. Luego de haberla adquirido, trabaja con vistas al porvenir, pero sin descuidar el presente, porque sabe que su porvenir depende de la buena o mala dirección que imprima a su vida actual. La certeza de que volverá a encontrar a sus amigos después de la muerte, de que reanudará las relaciones que tuvo en la Tierra, de que no perderá un solo fruto de su trabajo, de que crecerá sin cesar tanto en inteligencia como en perfección, le da paciencia para esperar y valor para soportar las fatigas momentáneas de la vida terrenal. La solidaridad que ve establecerse entre los vivos y los muertos le hace comprender la que debe existir en la Tierra, entre los vivos. A partir de entonces, la fraternidad adquiere una razón de ser, y la caridad encuentra su objetivo, tanto en el presente como en el porvenir.

Para liberarse del miedo a la muerte es necesario que el hombre la encare desde su verdadero punto de vista, es decir, que haya penetrado con el pensamiento en el mundo espiritual y que se haya formado de él una idea tan exacta como le sea posible, lo que denota de parte del Espíritu encarnado un cierto desarrollo y la aptitud para desprenderse de la materia.



¿La muerte es el fin?
La pérdida de seres queridos, entendiendo como tal el regreso de esos seres a la patria espiritual, es motivo de sufrimiento para muchos. Aunque sea comprensible tal situación en el estado actual de evolución de la humanidad, es necesario hacer notar que volver al mundo de la verdadera vida es motivo de alegría, de trayectoria cumplida, y por lo tanto, de etapa vencida. Permanecer en el plano material es una fase de prueba, sede de obstáculos y luchas. Volver por los caminos normales es señal del final de una jornada, y por lo tanto, muestra de esperanza en un futuro mejor.

La vida reposa en el espíritu y es un proceso continuo de existencias que se alternan a la vez en el mundo material y en el mundo de los espíritus. León Denis en su libro Después de la Muerte establece: “No hay mejor analogía para el fenómeno de la muerte que el de la metamorfosis de la oruga (gusano) a la mariposa. El hombre reside en la crisálida que la muerte desintegra. El espíritu después de la muerte regresa a la vida espiritual, que se sigue a la vida corpórea como el día después de la noche.”

Esa analogía es también utilizada en el libro Evolución en Dos Mundos, (por el espíritu André Luiz, psicografiado por Francisco Cándido Xavier y Waldo Vieira, 1958). En el proceso de completa metamorfosis típico en insectos como la mariposa, la oruga sale del huevo, crece y luego de haber alcanzado madurez disminuye su actividad progresivamente y se detiene de ingerir alimento. Los intestinos y los músculos se inactivan y la oruga, ahora pupa, busca protección en el suelo o en una planta. La secreción de sus glándulas salivales como hilos de seda mezclados con partículas del suelo o de plantas forman una crisálida que protege la pupa a medida que sus órganos pasan por una transformación completa y adaptación a una nueva forma de vida. Cuando el proceso de metamorfosis es completado, una elegante y vibrante mariposa emerge de la crisálida y emprende vuelo.

Pero en la pregunta número 158 del Libro de los Espíritus, Kardec pregunta si el ejemplo de la oruga que se encierra en la crisálida, y que finalmente emerge para una existencia radiante nos provee una idea adecuada de lo que es nuestra vida terrestre, de la vida que se sigue a nuestra muerte y de nuestra nueva existencia en nueva reencarnación. Los espíritus responden: “Una pequeña idea. La figura es buena; pero no debe, sin embargo, tomarse literalmente, como soléis hacerlo con frecuencia” La imagen de una mariposa nos da un sentido de belleza, ligereza y alegría y nosotros hemos aprendido que eso no es siempre el caso. Por medio de todo tipo de comunicaciones, los espíritus manifiestan una amplia gama de felicidad e infelicidad. Hemos aprendido que felicidad e infelicidad en el mundo espiritual es una mera consecuencia del grado de adelantamiento o de imperfección de ese espíritu, y que no existe el castigo eterno. Mediante sus propias observaciones, algunos científicos que han sido escépticos ahora han llegado a la conclusión que nuestro futuro en la vida espiritual es consecuencia de nuestros propios actos en la vida material — un tópico extensamente estudiado por Kardec y compilado en su libro El Cielo y el Infierno.

La Muerte, de acuerdo a la Doctrina Espirita, es solo un proceso de transición del mundo material al mundo espiritual, cuando la vida orgánica termina en el cuerpo humano. El espíritu continua cargando todas las experiencias y conocimientos hasta el momento adquiridos, porque la verdadera vida reside en el espíritu y no en el cuerpo.

El conocimiento del Espiritismo ¿ejerce influencia sobre la duración más o menos prolongada de la turbación que sigue a la muerte?
- Una influencia muy grande, por cuanto el Espíritu comprende de antemano su situación. Pero, lo que más influye es la práctica del bien y la conciencia pura.

En el momento de la muerte todo es al principio confuso. Hace falta al alma algún tiempo para recobrarse. Se halla como aturdida, al igual que el estado de un hombre que saliera de un sueño profundo y que tratara de darse cuenta de su situación. La lucidez de las ideas y el recuerdo del pasado le vuelven conforme se va borrando el influjo de la materia de que acaba de desembarazarse, y a medida que se disipa la especie de niebla que oscurece sus pensamientos.

La duración de la turbación que sigue a la muerte es muy variable. Puede ser de unas pocas horas como de varios meses, y hasta de muchos años. Aquellos en quienes es más breve son los que se han identificado en vida con su estado futuro, por cuanto comprenden de inmediato su situación.

La turbación presenta circunstancias particulares, de acuerdo con el carácter de cada individuo y, sobre todo, según el tipo de muerte experimentada. En las violentas, producidas por suicidio o suplicio, accidente, apoplejía o heridas, etcétera, el Espíritu se encuentra sorprendido, asombrado, y no cree haber muerto. Así lo sostiene con terquedad. No obstante, ve su cuerpo, sabe que ese cuerpo es el suyo, y no comprende que se haya separado de él. Acude junto a las personas a quienes profesaba afecto, les habla y no comprende por qué ellas no le oyen. Esa ilusión dura hasta que el desprendimiento del periespíritu se ha consumado. Sólo entonces el Espíritu se recobra y comprende que ya no forma parte de los vivientes. Este fenómeno se explica con facilidad. Sorprendido de improviso por la muerte, el Espíritu está aturdido por el brusco cambio que en él se ha operado. Para él, la muerte sigue siendo sinónimo de destrucción, de aniquilamiento. Ahora bien, como quiera que piense, ve y entiende, en su opinión no está muerto. Lo que aumenta su ilusión es que se ve dueño de un cuerpo similar al anterior, por su forma, pero cuya etérea naturaleza no ha tenido todavía tiempo de estudiar. Lo cree sólido y compacto como lo era el primero, y cuando se le llama la atención sobre este punto se asombra de no poder palparlo. Este fenómeno es análogo al de los sonámbulos noveles, que no creen estar dormidos. Para ellos, el sueño es sinónimo de suspensión de las facultades. Y puesto que piensan libremente y ven, en su concepto no se hallan dormidos. Algunos Espíritus presentan esta particularidad, aun cuando la muerte no los haya sorprendido en forma imprevista. Pero sigue siendo una particularidad más general en aquellos que, aunque enfermos, no pensaban que morirían. Se ve entonces el singular espectáculo de un Espíritu que asiste a su funeral como si se tratara del de un extraño, y hablando de él como de una cosa que no le concierne, hasta el momento en que comprende la verdad.

La turbación que sigue a la muerte no tiene nada de penoso para el hombre de bien. Es tranquila y semejante en todo a la que acompaña a un despertar apacible. En cambio, para aquel cuya conciencia no es pura, está llena de ansiedad y de angustias, que aumentan a medida que va comprendiendo su situación.


BIBLIOGRAFÍA:
El libro de los espíritus de Allan Kardec
El cielo y el infierno de Allan Kardec
Fundamentos de la reforma interior de Abel Glaser
Educación para la muerte de J. Herculano Pires
Centro Espí¬rita León Denis

AMOR, CARIDAD y TRABAJO







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