RESURRECCIÓN
Y
REENCARNACIÓN
Y
REENCARNACIÓN
El Evangelio según el Espiritismo de Allan Kardec
Capítulo IV
NADIE PUEDE VER EL REINO DE DIOS
SI NO NACE DE NUEVO
Resurrección y reencarnación
1. Llegado Jesús a las cercanías
de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo:
“¿Qué dicen los hombres acerca del Hijo del Hombre? ¿Quién dicen que soy
yo?”
Ellos le respondieron:
“Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que eres Elías; otros,
Jeremías o alguno de los profetas”.
Jesús les dijo:
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Simón Pedro, tomando la palabra,
le dijo:
“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
Jesús le respondió:
“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no fue la carne ni la
sangre que te ha revelado esto, sino mi Padre que está en los Cielos”.
(San Mateo, 16:13 a 17; San
Marcos, 8:27 a 30.)
2. Herodes el tetrarca oyó hablar
de todo lo que hacía Jesús, y su espíritu se hallaba perplejo; porque unos decían
que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías había
aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Entonces
Herodes dijo:
“A Juan, yo mandé que le cortaran la cabeza; ¿quién es, pues, ese de
quien oigo decir tan grandes cosas?”
Y buscaba verle.
(San Marcos, 6:14 y 15; San
Lucas, 9:7 a 9.)
3. (Después de la
transfiguración.) Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo:
“¿Por qué, pues, los escribas dicen que es preciso que Elías venga
primero?”
Jesús les respondió:
“Es verdad que Elías ha de venir y restablecerá todas las cosas; pero yo
os declaro que Elías ya vino, y ellos no lo reconocieron, sino que hicieron con
él cuanto quisieron. Así también harán padecer al Hijo del Hombre”.
Entonces sus discípulos
entendieron que les había hablado de Juan el Bautista.
(San Mateo, 17:10 a 13; San
Marcos, 9: 10 a 12.)
4. La reencarnación formaba parte
de los dogmas de los judíos bajo el nombre de resurrección. Sólo los saduceos,
que pensaban que todo concluye con la muerte, no creían en ella. Las ideas de
los judíos acerca de este punto, como sobre muchos otros, no estaban claramente
definidas, porque sólo tenían nociones vagas e incompletas respecto al alma y
su vínculo con el cuerpo. Creían que un hombre que ha vivido podía volver a
vivir, sin explicarse con precisión de qué manera eso podía suceder. Designaban
con la palabra resurrección lo que
el espiritismo llama, más razonablemente, reencarnación.
En efecto, la resurrección supone la
vuelta a la vida del cuerpo que está muerto, pero la ciencia demuestra que eso
es materialmente imposible, sobre todo cuando, desde mucho tiempo antes, los
elementos de ese cuerpo se hallan dispersos y han sido absorbidos. La reencarnación es el regreso del alma o
Espíritu a la vida corporal, pero en otro cuerpo, nuevamente formado para él, y
que no tiene nada en común con el antiguo. Así, la palabra resurrección podía
aplicarse a Lázaro, pero no a Elías ni a los otros profetas. Según sus
creencias, pues, si Juan el Bautista era Elías, entonces el cuerpo de Juan no
podía ser el de Elías, puesto que se había visto a Juan de niño, y se conocía a
su padre y a su madre. Por consiguiente, Juan podía ser Elías reencarnado, pero no resucitado.
5. Había un hombre entre los
fariseos, llamado Nicodemo, senador de los judíos, que vino a encontrar a Jesús
de noche, y le dijo:
“Maestro, sabemos que viniste de parte de Dios para instruirnos como un
doctor; porque nadie podría hacer los milagros que tú haces, si Dios no
estuviera con él”.
Jesús le respondió:
“En verdad, en verdad te digo: Nadie puede ver el reino de Dios si no
nace de nuevo”.
Nicodemo le dijo:
“¿Cómo puede un hombre nacer si ya es viejo? ¿Puede volver a entrar en
el seno de su madre, para nacer una segunda vez?”.
Jesús le respondió:
“En verdad, en verdad te digo: si un hombre no renace del agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, es
carne; y lo que es nacido del Espíritu, es Espíritu. No te maravilles de que te
haya dicho que es necesario nacer de nuevo. El Espíritu sopla donde quiere, y
oyes su voz, pero no sabes de dónde viene, ni adónde va; así es todo hombre
nacido del Espíritu”.
Nicodemo le respondió:
“¿Cómo puede suceder eso?”
Jesús le dijo:
“¡Cómo! ¿Tú eres maestro en Israel, e ignoras estas cosas? En verdad, en
verdad te digo, que no decimos más que lo que sabemos, y que sólo damos
testimonio de lo que hemos visto. Con todo, no aceptáis nuestro testimonio.
Pero si no me creéis cuando os hablo de las cosas de la Tierra, ¿cómo me
creeréis cuando os hable de las cosas del Cielo?”
(San Juan, 3:1 a 12.)
6. La idea de que Juan el
Bautista era Elías y que los profetas podían volver a vivir en la Tierra se
encuentra en muchos de los pasajes de los Evangelios, particularmente en los
que han sido transcriptos más arriba (Números 1 a 3). Si esa creencia hubiese
sido una equivocación, Jesús no habría dejado de combatirla, como combatió
tantas otras. Lejos de ello, Él la sanciona con toda su autoridad y la coloca
como un principio y como una condición necesaria cuando dice: Nadie puede ver el reino de los Cielos si no
nace de nuevo. E insiste, al agregar: No
te maravilles de que te haya dicho que es NECESARIO nacer de nuevo.
7. Estas palabras: si un hombre no renace del agua y del
Espíritu, han sido interpretadas en el sentido de la regeneración mediante
el agua del bautismo. No obstante, el texto primitivo dice simplemente: no
renace del agua y del Espíritu, en tanto que en algunas traducciones las
palabras del Espíritu han sido sustituidas por del Santo Espíritu, lo que ya no
se corresponde con el mismo pensamiento. Este punto fundamental se destaca en
los primeros comentarios hechos sobre el Evangelio, lo que un día se verificará
sin posibilidad de equívoco (1).
(1) La traducción de Ostervald está conforme al texto
primitivo; dice: no renace del agua y del Espíritu. La de Sacy dice: del Santo
Espíritu. La de Lammenais: del Espíritu Santo. (N. de Allan Kardec.) En la
primera edición de Le Nouveau Testament de Sacy, publicado en 1667, uno de
cuyos ejemplares se conserva en la Biblioteca Nacional de Francia, se lee: de
l’Efprit (“del Espíritu”), sin la palabra Saint, es decir, tal como figura en
la transcripción del Nº 5. (N. del T.)
8. Para que se comprenda el
verdadero sentido de esas palabras, es preciso referirse a la significación de
la palabra agua, que no se empleaba en la acepción que le es propia.
Los conocimientos que los
antiguos tenían acerca de las ciencias físicas eran muy imperfectos. Creían que
la Tierra había salido de las aguas, y por eso consideraban al agua como el
elemento generador absoluto. En ese sentido, en el Génesis se lee: “El Espíritu de Dios era llevado sobre las
aguas; flotaba sobre la superficie de las aguas”; “Que el firmamento sea hecho en medio de las aguas”; “Que las aguas que están debajo del cielo se
junten en un solo lugar, y que el elemento seco aparezca”; “Que las aguas produzcan animales vivientes
que naden en el agua, y pájaros que vuelen sobre la tierra y bajo el firmamento”.
Según esa creencia, el agua se
había convertido en el símbolo de la naturaleza material, así como el Espíritu
era el símbolo de la naturaleza inteligente. Estas palabras: “Si el hombre no renace del agua y del
Espíritu”, o “en agua y en Espíritu”,
significan, pues: “Si el hombre no vuelve
a nacer con su cuerpo y su alma”. En ese sentido fueron comprendidas al
principio.
Por otra parte, esa
interpretación queda justificada con estas otras palabras: Lo que es nacido de
la carne, es carne; y lo que es nacido del Espíritu, es Espíritu. Jesús hace
aquí una distinción positiva entre el Espíritu y el cuerpo. Lo que es nacido de
la carne, es carne indica claramente que sólo el cuerpo procede del cuerpo, y
que el Espíritu es independiente del cuerpo.
9. La frase El Espíritu sopla
donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene, ni adónde va, puede
entenderse como una referencia al Espíritu de Dios, que da la vida a quien
quiere; o bien, al alma del hombre. En esta última acepción, la frase “no sabes de dónde viene, ni adónde va”
significa que no se conoce lo que ha sido el Espíritu, ni lo que será. Si el
Espíritu, o alma, fuese creado al mismo tiempo que el cuerpo, se sabría de
dónde vino, puesto que conoceríamos su comienzo. Sea como fuere, ese pasaje es
la consagración del principio de la preexistencia del alma y, por consiguiente,
del de la pluralidad de las existencias.
10. “Desde el tiempo de Juan el Bautista hasta el presente, el reino de los
Cielos se toma por la violencia, y los violentos lo arrebatan. Porque, hasta
Juan, todos los profetas, lo mismo que la Ley, profetizaron. Si queréis
comprender lo que os digo, él mismo es Elías, el que iba a venir. El que tenga
oídos para oír, que oiga.”
(San Mateo, 11:12 a 15).
11. Si bien el principio de la
reencarnación expresado en San Juan podría, en rigor, ser interpretado en un
sentido puramente místico, no sucede lo mismo con este pasaje de San Mateo, en
el que no hay posibilidad de equivocarse: ÉL MISMO es Elías, el que iba de
venir. Aquí no hay figura ni alegoría: es una afirmación positiva. “Desde el tiempo de Juan el Bautista hasta el
presente, el reino de los Cielos se toma por la violencia.” ¿Qué significan
esas palabras, puesto que Juan el Bautista vivía aún en ese momento? Jesús las
explica al decir: “Si queréis comprender
lo que os digo, él mismo es Elías, el que iba a venir”. Ahora bien, dado
que Juan no era otro más que Elías, Jesús hacía alusión a la época en que Juan
vivía con el nombre de Elías. “Hasta el
presente el reino de los Cielos se toma por la violencia” es otra alusión a
la violencia de la ley mosaica, que ordenaba el exterminio de los infieles para
ganar la Tierra Prometida, el Paraíso de los hebreos; mientras que, según la
nueva ley, el Cielo se gana mediante la caridad y la dulzura.
Después añade: “El que tenga oídos para oír, que oiga.”
Esas palabras, que Jesús repite con tanta frecuencia, expresan claramente que
no todos se hallaban en condiciones de comprender ciertas verdades.
12. “Aquellos de vuestro pueblo a quienes hicieron morir, vivirán de nuevo.
Los que eran muertos en medio de mí, resucitarán. Despertad de vuestro sueño y
cantad alabanzas a Dios, vosotros que habitáis en el polvo. Porque el rocío que
cae sobre vosotros es un rocío de luz, y porque arrasaréis la Tierra y el reino
de los gigantes.”
(Isaías, 26:19.)
13. Este pasaje de Isaías también
es muy explícito: “Aquellos de vuestro
pueblo a quienes hicieron morir, vivirán de nuevo”. Si el profeta hubiese
pretendido hablar de la vida espiritual, si hubiese querido decir que aquellos
que habían sido ejecutados no estaban muertos en Espíritu, habría dicho: aún
viven, y no: vivirán de nuevo. En el sentido espiritual, esas palabras serían
absurdas, puesto que implicarían una interrupción en la vida del alma. En el
sentido de regeneración moral, serían la negación de las penas eternas, puesto
que establecen, en principio, que todos los que están muertos revivirán.
14. “Pero cuando el hombre ha muerto una vez, cuando su cuerpo, separado de
su espíritu, es consumido, ¿en qué se convierte?” – “Si el hombre ha muerto una vez, ¿podría revivir de nuevo? En esta
guerra en que me encuentro todos los días de mi vida, espero que llegue mi
cambio.”
(Job, 14:10 y 14. Traducción de
Le Maistre de Sacy.)
“Cuando el hombre muere, pierde toda su fuerza, expira. Después, ¿dónde
está él? – Si el hombre muere, ¿revivirá? ¿Esperaré todos los días de mi
combate, hasta que me llegue algún cambio?”
(Ibíd. Traducción protestante de
Ostervald.)
“Cuando el hombre ha muerto, vive siempre. Al concluir los días de mi
existencia terrenal, esperaré, porque volveré de nuevo aquí.”
(Ibíd. Versión de la Iglesia
griega.)
15. El principio de la pluralidad
de existencias se encuentra claramente expresado en esas tres versiones. No se
puede suponer que Job pretendía aludir a la regeneración por medio del agua del
bautismo, que por cierto no conocía. “Si el hombre ha muerto una vez,
¿podría revivir de nuevo?” La idea de morir una vez y de revivir,
implica la de morir y revivir muchas veces. La versión de la Iglesia griega es
aún más explícita, si es eso posible: “Al
concluir los días de mi existencia
terrenal, esperaré, porque volveré de nuevo aquí”, es decir, volveré a
la existencia terrenal. Está tan claro como si alguien dijera: “Salgo de mi casa, pero a ella regresaré”.
“En esta guerra en que me encuentro todos los días de mi vida, espero
que llegue mi cambio.” Job pretende, evidentemente, referirse a la lucha
que sostenía contra las miserias de la vida. Espera su cambio, es decir, se
resigna. En la versión griega, esperaré
parece aplicarse más bien a una nueva existencia: “Cuando mi existencia terrenal haya concluido, esperaré, porque volveré
de nuevo aquí”. Job parece colocarse, después de la muerte, en el intervalo
que separa una existencia de otra, y dice que allí aguardará el momento de
volver.
16. Así pues, no cabe duda de
que, bajo el nombre resurrección, el
principio de la reencarnación era una de las creencias fundamentales de los
judíos, y que ese principio fue confirmado por Jesús, así como por los profetas,
de una manera formal. De ahí se sigue que negar la reencarnación implica
renegar de las palabras de Cristo. Un día sus palabras constituirán autoridad
en relación con ese punto, así como sobre muchos otros, cuando se reflexione
acerca de ellas sin ideas preconcebidas.
17. Con todo, a esa autoridad,
desde el punto de vista religioso, viene a sumarse, desde el punto de vista
filosófico, la de las pruebas que resultan de la observación de los hechos.
Cuando de los efectos queremos remontarnos a las causas, la reencarnación
aparece como una necesidad absoluta, como una condición inherente a la
humanidad; en una palabra, como una ley de la naturaleza. Por sus resultados,
se revela de un modo, por decirlo así, material, de la misma forma que el motor
oculto se revela por el movimiento que genera. Sólo la reencarnación puede
decir al hombre de dónde viene, adónde va y por qué está en la Tierra, así como
justificar todas las anomalías y todas las injusticias aparentes que presenta
la vida. (2)
Sin el principio de la
preexistencia del alma y de la pluralidad de las existencias, la mayoría de las
máximas del Evangelio son ininteligibles. Por esa razón dieron origen a
interpretaciones tan contradictorias. Ese principio es la clave que habrá de
restituirles su verdadero sentido.
(2) Para los desarrollos
acerca del dogma de la reencarnación, véase Allan Kardec, El Libro de los
Espíritus, caps. IV y V; ¿Qué es el Espiritismo?, cap. II.; y Pezzani, La
Pluralidad de las Existencias. (N. de Allan Kardec.)
El Libro de los Espíritus de Allan Kardec
CAPÍTULO II
ENCARNACIÓN DE LOS ESPÍRITUS
I.- Finalidad de la encarnación
132. ¿Qué objeto tiene la encarnación de los Espíritus?
- Dios se la impone con el propósito de hacerlos alcanzar la perfección. Para unos constituye una expiación; para otros, una misión. Pero, para llegar a esa perfección deben sufrir todas las vicisitudes de la existencia corporal: en ello reside la expiación. La encarnación tiene asimismo otra finalidad, consiste en poner al Espíritu en condiciones de afrontar la parte que le cabe en la obra de la Creación. Para cumplirla, toma en cada mundo un instrumento de acuerdo con la materia esencial de ese globo a fin de ejecutar, desde ese punto de vista, las órdenes de Dios. De modo que, cooperando a la obra general, progrese él mismo.
La acción de los seres corpóreos es necesaria a la marcha del Universo. Pero con su sabiduría quiso Dios que en esa acción misma aquéllos encontraran un medio de progresar y acercarse a Él. Así, por una ley admirable de su providencia, todo se eslabona, todo es solidario en la Naturaleza.
133. Los Espíritus que desde el comienzo siguieron el camino del bien ¿tienen necesidad de la encarnación?
- Todos ellos son creados simples e ignorantes, y se instruyen en las luchas y tribulaciones de la vida corporal. Siendo justo, no podía Dios hacer dichosos a algunos sin penas ni trabajos y, por tanto, sin mérito.
133 a. Pero entonces ¿de qué vale a esos Espíritus haber seguido la senda del bien, si ello no les exime de las penas de la existencia corporal?
- Llegan más pronto a la meta. Además, los pesares de la vida son muchas veces la consecuencia de la imperfección del Espíritu. Cuantas menos imperfecciones tenga, tanto menores serán los tormentos que padezca. Aquel que no es envidioso ni celoso, avaro ni ambicioso, no sufrirá los suplicios que de esos defectos nacen.
El cielo y el infierno de Allan Kardec
La encarnación es necesaria para el progreso moral e intelectual del Espíritu: para el progreso intelectual, por la actividad que se ve obligado a desplegar mediante el trabajo; para el progreso moral, por la necesidad que los hombres tienen unos de otros. La vida social es la piedra de toque de las buenas y de las malas cualidades. La bondad, la maldad, la mansedumbre, la violencia, la benevolencia, la caridad, el egoísmo, la avaricia, el orgullo, la humildad, la sinceridad, la franqueza, la lealtad, la mala fe, la hipocresía, en suma, todo lo que constituye al hombre de bien o al perverso tiene por móvil, por objetivo y como estimulante las relaciones del hombre con sus semejantes. Para el hombre que vive aislado no existen los vicios ni las virtudes. Si bien mediante el aislamiento se preserva del mal, por otro lado, anula las posibilidades de hacer el bien.
En el libro: El Espiritismo en su Más Simple Expresión, escrito por Allan Kardec, nos dice lo siguiente desde el Ítem #12 al Ítem #20.
12. El perfeccionamiento del Espíritu es fruto de su propio esfuerzo; no pudiendo, en una sola existencia corpórea, adquirir todas las cualidades morales e intelectuales que deben conducirlo al objetivo, él lo alcanza por una sucesión de existencias, en cada una de las cuales da algunos pasos adelante en el camino del progreso.
13. En cada existencia corporal el Espíritu debe llevar a cabo una labor en proporción con su grado de desarrollo; cuanto más ruda y trabajosa sea tanto mayor será el mérito en cumplirla. De esta manera, cada existencia es una prueba que lo acerca al objetivo. El número de esas existencias es indeterminado. Depende de la voluntad del Espíritu abreviarlo esforzándose activamente por su perfeccionamiento moral; del mismo modo que depende de la voluntad del obrero, que debe entregar un trabajo, el disminuir la cantidad de días que emplea en hacerlo.
14. Cuando una existencia fue mal empleada y sin provecho para el Espíritu, debe recomenzarla en condiciones más o menos penosas, debido a su negligencia y su mala voluntad; del mismo modo, en la vida, se puede ser constreñido a hacer al día siguiente, lo que no se hizo en la víspera o a rehacer lo que se hizo mal.
15. La vida espiritual es la vida normal del Espíritu y es eterna; la vida corpórea es transitoria y pasajera: no es sino un instante en la eternidad.
16. En el intervalo de sus existencias corpóreas, el Espíritu está errante. La erraticidad no tiene una duración determinada; en ese estado, el Espíritu es feliz o infeliz; según el buen o mal empleo que hizo de su última existencia; él estudia las causas que apresuraron o retardaron su adelanto; toma las resoluciones que procurará poner en práctica en su próxima encarnación y escoge, él mismo, las pruebas que cree más apropiadas para su evolución; pero en algunas ocasiones se equivoca o sucumbe, porque no mantiene, como hombre, las resoluciones que había tomado como Espíritu.
17. El Espíritu culpable es castigado con sufrimientos morales en el mundo de los Espíritus y con penas físicas en la vida corpórea. Sus aflicciones son consecuencias de sus faltas, vale decir, de sus infracciones a la ley de Dios; de esta manera constituyen, a la vez, una expiación del pasado y una prueba para el porvenir; así es que el orgulloso puede tener una existencia de humillaciones; el tirano una de servidumbre y el mal rico una de miseria.
18. Hay mundos apropiados a los diferentes grados de adelanto de los Espíritus y donde la existencia corporal se encuentra en condiciones muy diferentes. Cuanto menos avanzado es el Espíritu, tanto más pesado y material es el cuerpo con que se reviste; a medida que se purifica, pasa a mundos superiores moral y físicamente. La Tierra no es ni el primero ni el último, pero, sí, uno de los más atrasados.
19. Los Espíritus culpados están encarnados en los mundos menos avanzados donde expían sus faltas por las tribulaciones de la vida material. Esos mundos son para ellos verdaderos purgatorios, pero de donde depende de ellos salir, trabajando por su perfeccionamiento moral. La Tierra es uno de esos mundos.
20. Siendo Dios, soberanamente justo y bueno, no condena a sus criaturas a castigos perpetuos por faltas transitorias; les ofrece en todo momento medios para progresar y reparar el mal que pudieron hacer. Dios perdona, pero exige el arrepentimiento, la reparación y el retorno al bien; de suerte que la duración del castigo es proporcional a la persistencia del Espíritu en el mal; en consecuencia, el castigo sería eterno para aquel que permaneciese eternamente en el mal camino; pero, desde que la claridad del arrepentimiento entra en el corazón del culpado, Dios extiende sobre él su misericordia. Así, la eternidad de las penas debe ser entendida en el sentido relativo y no en el sentido absoluto.
AMOR, CARIDAD y TRABAJO
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