MATRIMONIO








DISERTACIÓN SOBRE EL MATRIMONIO








Desde el punto de vista espiritual, un espíritu puro no tiene sexo, entiendo que en su perfección es un conjunto de ambos sexos, toda vez que hombre y mujer posee cualidades distintas.

Hasta llegar a ese estado de pureza, tenemos que ir perfeccionándonos moral e intelectualmente a través de las diversas existencias, conviviendo y complementándonos en pareja.

Cuando digo que nos complementamos no quiero decir que cada uno sea el complemento perfecto del otro, si no que mutuamente nos tenemos que valer el uno del otro para ir aprendiendo a avanzar en nuestro progreso espiritual, a través de las dificultades o pruebas que nos depara cada existencia.

Según el grado de conocimientos intelectuales y morales o espirituales que tengamos y según nuestra reacción en ese momento, así vamos a responder ante esas dificultades o pruebas,  de ahí nuestra responsabilidad en dichas pruebas a fin de ir progresando.  Porque en una dificultad o prueba de pareja, si anteponemos el egoísmo y orgullo al AMOR, no me refiero al amor carnal si no al amor fraternal, no pasaremos la prueba.

Por lo expuesto entiendo que es primordial y fundamental conocerse uno así mismo, pero también lo es conocer a nuestra pareja, o sea a la otra parte que nos falta.


A continuación, transcribo lo manifestado por Allan Kardec, codificador de la Doctrina Espírita, en su libro titulado “El Evangelio según el Espiritismo”, capítulo XXII, sobre el matrimonio y el divorcio:


Indisolubilidad del matrimonio.

1. Y se llegaron a él los fariseos tentándole, y diciendo:
¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?
- El respondió y les dijo: ¿No habéis leído, que el que hizo al hombre desde el principio, macho y hembra los hizo? y dijo: - Por esto dejará el hombre padre y madre, y se ayuntará a su mujer, y serán dos de una carne. - Así que ya no son dos, sino una carne. Por tanto lo que Dios juntó, el hombre no lo separe.
Dícenle: ¿Pues por qué mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?
- Les dijo: porque Moisés, por la dureza de vuestros corazones os permitió repudiar a vuestras mujeres: más al principio no fue así. - Y os digo que todo aquel que repudiase a su mujer, sino por la fornicación, y tomare otra, comete adulterio; y el que se casare con la que otro repudió, comete adulterio. (San Mateo, cap. XIX, v. de 3 a 9).

2. Nada hay inmutable sino lo que viene de Dios; todo lo que es obra de los hombres está sujeto a cambios. Las leyes de la naturaleza son las mismas en todos los tiempos y en todos los países; las leyes humanas cambian según los tiempos, los lugares y el progreso de la inteligencia. En el matrimonio, lo que es de orden divino es la unión de los sexos para realizar la renovación de los seres que mueren; pero las condiciones que arreglan esta unión son de un orden de tal modo humano, que no hay en todo el mundo, ni aun en la misma cristiandad, dos países en los que sean absolutamente las mismas, y que ni siquiera hay uno en que no hayan sufrido cambio con el tiempo; resulta de esto que para la ley civil lo que es legítimo en una parte y en una época, es adulterio en otra parte y en otro tiempo; y esto porque la ley civil tiene por objeto el arreglar los intereses de la familia, y porque estos intereses varían según las costumbres y las necesidades locales; así es, por ejemplo, que en ciertos países el matrimonio religioso es el sólo legítimo; en otros es menester, además, el matrimonio civil, y en otros, en fin el matrimonio civil basta.

3. Pero en la unión de los sexos, al lado de la ley divina material, común a todos los seres vivientes, hay otra ley divina, inmutable como todas las leyes de Dios, exclusivamente moral, es la ley de amor. Dios ha querido que los seres estuviesen unidos, no sólo por los lazos de la carne, sino por los del alma, a fin de que el afecto mutuo de los esposos se transmitiese a sus hijos, y que fuesen dos en vez de uno, para amarles, cuidarles y hacerles progresar. En las condiciones ordinarias del matrimonio, ¿se ha tomado siempre en cuenta esta ley de amor? De ningún modo; lo que se consulta no es el afecto de los dos seres que un mutuo sentimiento atrae el uno hacia el otro, puesto que muy a menudo se rompe este afecto; lo que se busca no es la satisfacción del corazón, sino la del orgullo, de la vanidad, de la ambición, en una palabra, de todos los intereses materiales; cuando todo es bueno según sus intereses, se dice que conviene el matrimonio, y cuando los bolsillos están llenos se dice que los esposos se corresponden y deben ser muy felices.

Pero ni la ley civil, ni las obligaciones que impone, pueden suplir la ley de amor, si esta ley no preside a semejante unión; resulta de esto que muchas veces "lo que se ha unido por el cálculo, se separa por sí mismo; que el juramento que se pronuncia al pie del altar viene a ser un perjurio si se dice como una fórmula banal"; de aquí las uniones desgraciadas que concluyen por ser criminales; doble desgracia que se evitaría si en las condiciones del matrimonio no se hiciese abstracción de la sola que lo sanciona a los ojos de Dios: la ley de amor. Cuando Dios dijo:
"Vosotros no haréis sino una sola carne", y cuando Jesús dijo: "No separéis lo que Dios ha unido", debe entenderse de la unión según la ley inmutable de Dios, y no según la ley de los hombres, sujeta a cambios.

4. ¿Es, pues, superflua la ley civil, y es menester volver a los matrimonios según la naturaleza? Ciertamente que no; la ley civil tiene por objeto arreglar las relaciones sociales y los intereses de las familias, según las exigencias de la civilización, y por esto es útil, necesaria, pero variable; debe ser previsora; porque el hombre civilizado no puede vivir como un salvaje, pero nada, absolutamente nada se opone a que sea el corolario (consecuencia) de la ley de Dios; los obstáculos para el cumplimiento de la ley divina dimanan de las preocupaciones y no de la ley civil. Estas preocupaciones, bien que estén en vigor, han perdido ya su fuerza en los pueblos civilizados; pero desaparecerán con el progreso moral, que abrirá, en fin, los ojos sobre el sinnúmero de males, faltas y aun crímenes que resultan de las uniones contratadas con la sola mira de intereses materiales. Entonces se preguntará si no es más humano, más caritativo y más moral unir dos seres que no pueden vivir juntos, que darles la libertad, y si la perspectiva de una cadena indisoluble acaso no aumenta el número de las uniones irregulares.

5. El divorcio es una ley humana que tiene por objeto separar legalmente a los que estaban separados de hecho; no es contraria a la ley de Dios, puesto que sólo reforma lo que los hombres han hecho, y puesto que sólo es aplicable en los casos en que no se ha tomado en cuenta la ley divina; si fuese contraria a esta ley, la misma Iglesia se vería obligada a mirar como a prevaricadores a aquellos de sus jefes que de su propia autoridad y en nombre de la religión, en más de una circunstancia han impuesto el divorcio; doble prevaricación entonces, puesto que era con la mira sólo de intereses temporales y no para satisfacer la ley de amor. 

Por el mismo Jesús no consagra la indisolubilidad absoluta del matrimonio. ¿No dijo que: "¿A causa de la dureza de vuestro corazón, Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres"? Lo que significa que, desde el tiempo de Moisés, no siendo el afecto mutuo el único objeto del matrimonio, la separación podría ser necesaria. Pero añadió: "esto no ha sucedido desde el principio"; es decir, que, en el origen de la humanidad, cuando los hombres aun no estaban pervertidos por el egoísmo y el orgullo y vivían según la ley de Dios, las uniones fundadas en la simpatía y no en la vanidad y la ambición, no darían lugar a repudiación.

Aun va más lejos: especifica el caso en que el repudio pueda tener lugar, que es el adulterio; pero el adulterio no existe en donde reina un afecto recíproco y sincero. Es verdad que prohíbe a todo hombre el casarse con la mujer repudiada; pero es preciso tomar en cuenta las costumbres y el carácter de los hombres de su tiempo. La ley Mosaica, en este caso, prescribía la lapidación; queriendo abolir un uso bárbaro y como era preciso un castigo, lo encontró en la vergüenza que debía imprimir la interdicción de un segundo matrimonio. De algún modo era una ley civil sustituida a otra ley civil, pero que, como todas las leyes de esta naturaleza, debía sufrir la prueba del tiempo.


En una reunión presidida por Francisco Cândido Xavier en donde se dialogó sobre el tema que nos ocupa, el Espíritu de Emmanuel relató el siguiente mensaje, titulándolo:

UNIR A DOS
La unión de dos, en el culto de la afinidad o en la ejecución de tareas más amplias de la familia, es un encargo honroso, como sucede con tantas obligaciones dignas. No por eso deja de ser un trabajo a realizar. Y trabajo tan importante que, no siendo posible a un solo corazón, es preciso dos para realizarlo.

Entre los cónyuges es imperativo que cada uno aprenda a comprender al otro, como modo de desarrollar las cualidades nobles que el otro posee, transformándole consecuentemente las posibles tendencias menos felices en aspiraciones de Vida mejor.

Claramente, todos tenemos vinculaciones profundas, idiosincrasias o peculiaridades, frustraciones y dificultades. La reencarnación nos informa con seguridad en cuanto a esto, indicando para qué lado gravitamos (nos decantamos) en familia, según los mecanismos de la vida que la experiencia terrestre nos induce al reequilibrio.

En razón de esto, toda pareja y toda organización doméstica revelan regiones neurálgicas entre-tejidas de problemas que es preciso saber salvar o penetrar, a fin de que el futuro nos traiga soluciones de armonía irreversible.

Si te encuentras al lado de alguien, bajo régimen de compromiso afectivo, no exijas de inmediato a ese alguien la presentación de recursos de que aún necesite para ser a tus ojos la compañía perfecta que esperabas encontrar entre las paredes domésticas.

Ni quieras que ese alguien piense con tus pensamientos, porque a nadie le es lícito reclamar de otro aquello que aún no consigues hacer.

Si no deseas recibir en tus propios hombros la cabeza de quien abrazó contigo las responsabilidades de la unión a dos, es más que natural que no puedas imponer la propia cabeza a los hombros de la criatura a quien prometiste cariño y dedicación.

El matrimonio es obligación, que los interesados asumen libremente y que prestarán justa cuenta uno al otro. En cuanto a eso, el casamiento no funde a las personas que lo integran. Por esto mismo la unión de dos, más allá de complementación realizada, recuerda la labor y la construcción: cada cónyuge recoge lo que plantó, tanto en cuanto dispone de lo que hizo.


En esta misma reunión  el hermano Saulo (seudónimo que utiliza José Herculano Pires), comenta sobre:

LAS LEYES DEL CASAMIENTO
Son dos las leyes básicas del casamiento, según la apreciación de Kardec, en los textos citados al inicio; la ley material y divina de unión sexual para la reproducción de la especie y la ley moral o divina del amor para la evolución espiritual de los seres. Ambas son divinas, pues todas las leyes de la Naturaleza provienen de Dios. Pero los hombres, en el abuso de su libre albedrío, falsean la ley Biológica de reproducción y defraudan o confunden la ley del Amor con los intereses inferiores de la animalidad.

Son esas actitudes negativas las que crean las dificultades, los dramas y las tragedias del matrimonio. De las dos leyes básicas mencionadas por Kardec en el orden en que las obedecemos _ primero la material y después la moral_ la que debe prevalecer es la segunda, pues nuestra esencia es espiritual, nuestra naturaleza es moral y no material. Como damos prioridad a la primera, la ley de acción y reacción (causa y efecto), que determina nuestros destinos, nos aplican  mecanismos de reparación que nos llevan a los matrimonios sacrificios.

Saber soportarlos es el medio de reparar los abusos del pasado y predisponernos a las compensaciones futuras. Toda fuga a la reparación de la vida constituye postergación de sacrificios, pues las leyes naturales se cumplen a lo largo del tiempo.

Las responsabilidades del matrimonio no se refieren apenas a los esposos, mas también a los hijos y familiares de lado a lado. Por eso el divorcio es permitido, como enseñó Jesús, en virtud de la dureza de nuestros corazones, pero aquellos que pudieron evitarla avanzarán más deprisa en la senda de la evolución espiritual.

La unión de dos es siempre un encargo honroso, como acentúa Emmanuel, y feliz aquel que sabe mostrarse digno de ese encargo.


Quisiera terminar esta disertación tomando un fragmento de la obra “Entre la Tierra y el Cielo”, Cap. XXXVIII (Boda Feliz), del espíritu André Luiz y psicografiada por Chico Xavier, que nos permite comprender cuan necesaria es la vida en pareja, amparada por el vínculo matrimonial en nuestra amada Tierra:

“A medida que me aumenta la experiencia en el tiempo, reconozco que el matrimonio, por encima de todo es unión de alma con alma”…. “La amistad pura es la verdadera garantía de la ventura conyugal. Sin los cimientos de la comunión fraterna y del respeto mutuo, el matrimonio pronto se transforma en pesadas cadenas de condenados de la cárcel social”.


AMOR, CARIDAD y TRABAJO