El libro de los espíritus de Allan Kardec
CAPÍTULO VII
RETORNO A LA VIDA CORPORAL – OLVIDO DEL PASADO
392. ¿Por qué el Espíritu encarnado pierde el recuerdo de su pasado?
- El hombre no puede ni debe saberlo todo. Dios, en su sabiduría, así lo quiere. A no ser por el velo que le oculta ciertas cosas, el hombre se hallaría deslumbrado, como aquel que sin transición pasa de la oscuridad a la luz. Mediante el olvido del pasado es más él mismo
Algunas traducciones
dicen: “Olvidando su pasado, él es más dueño de sí”. La frase francesa es la
siguiente: “Par l´oubli du passé i lest plus lui-même”. El hecho de ser
“él mismo” en la nueva encarnación no parece más significativo que “ser dueño
de sí”. [N. de J. H. Pires.] .
393. ¿Cómo puede el hombre ser responsable de actos y rescatar faltas que no recuerda? ¿De qué manera podrá aprovechar la experiencia que adquirió en vidas que han caído para él en el olvido? Se concebirá que las tribulaciones de la existencia fueran una lección para é si se acordara de las causas que han podido acarrearlas. Pero, puesto que no tienen memoria de ello, cada existencia es para él como si fuese la primera, y así está siempre comenzando… ¿Cómo conciliar esto con la justicia de Dios?
- En cada nueva vida el hombre tiene más inteligencia y puede distinguir mejor el bien del mal. ¿Dónde estaría su mérito si se acordara de todo el pasado? Cuando el Espíritu retorna a su existencia primitiva (la espírita), toda su pasada vida se desarrolla ante él. Ve las faltas en que incurrió y que son causas de su sufrimiento, y ve también lo que hubiera podido impedir que las cometiera. Comprende que la situación en que se halla es justa, y busca entonces una existencia capaz de reparar los errores de aquella que acaba de transcurrir para él. Busca pruebas análogas a las que pasó antes, o las luchas que considere adecuadas para su adelanto, y pide a los Espíritus superiores a él que le ayuden en esa nueva tarea que emprende, porque sabe que el Espíritu que le será asignado por guía en esa nueva encarnación tratará de hacerle reparar sus culpas dándole una especie de intuición de las que cometió. Esa misma intuición obra con frecuencia cuando os asalta un pensamiento, un deseo criminal al que os resistís por instinto, atribuyendo casi siempre vuestra resistencia a los principios que habéis recibido de vuestros progenitores, cuando en realidad es la voz de la conciencia la que os habla, y esa voz es el recuerdo del pasado, que os advierte que no volváis a caer en las faltas en que habéis ya incurrido. El Espíritu que ha ingresado a esa nueva existencia, si sufre tales pruebas con valor y las resiste, se eleva y asciende en la jerarquía de los Espíritus, cuando vuelve a estar entre ellos.
Si no tenemos durante la vida corporal un recuerdo preciso de lo que hemos sido y de lo que hicimos de bueno o de malo en nuestras anteriores existencias, tenemos, sí, la intuición de ello, y nuestras tendencias instintivas son una reminiscencia del pasado, a las cuales la conciencia, que es el deseo que hemos concebido de no cometer más las mismas faltas, nos incita a resistir.
394. En los mundos más adelantados que el nuestro, donde no están sujetos a todas nuestras necesidades físicas y a nuestras enfermedades, ¿comprenden los hombres que son más dichosos que nosotros? En general, la felicidad es relativa: la sentimos por comparación con un estado menos venturoso. Como quiera que, en definitiva, algunos de esos mundos, si bien mejores que el nuestro, no se hallan en estado de perfección, los hombres que los habitan deben de tener también motivos de disgusto o pena, dentro de su género. Entre nosotros el rico, que no padece angustias de las necesidades materiales como el pobre, no por eso deja de tener tribulaciones que amargan su vida. Ahora bien, yo pregunto si, en su posición, los habitantes de esos mundos no se creen tan desafortunados como nosotros y no se quejan de su suerte, puesto que no disponen del recuerdo de una existencia peor, para que puedan compararla con la presente.
- Para esto hay que dar dos respuestas distintas. Existen mundos, entre aquellos a que te refieres, cuyos moradores tienen un recuerdo muy claro y preciso de sus vidas pasadas. Éstos, como lo comprenderás, pueden y saben evaluar la felicidad que Dios les permite disfrutar. Pero hay también otros en que sus habitantes, colocados, como has dicho, en mejores condiciones que vosotros, no por ello dejan de experimentar serios disgustos o pesares, y hasta desgracias. Éstos no aprecian su dicha actual, por la misma circunstancia de que no poseen recuerdo de una situación todavía más infortunada. Pero si no la evalúan como hombres, sí lo hacen como Espíritus.
¿No hay acaso, en el olvido de esas existencias anteriores, sobre todo cuando han sido penosas, algo de providencial, en lo que se revela la sabiduría divina? En los mundos superiores, cuando el recuerdo de las existencias desdichadas sólo constituye un mal sueño, se presentan ellas a la memoria. En cambio, en los mundos inferiores, ¿las desventuras actuales no se verían agravadas por el recuerdo, en todos aquellos que pudieron haberlas soportado? Concluyamos, pues, que cuanto Dios hizo bien hecho está y que no nos compete criticar sus obras y manifestar cómo hubiera debido Él organizar el Universo.
El recuerdo de nuestras individualidades anteriores tendría muy serios inconvenientes. En ciertos casos, podría humillarnos de una manera extraordinaria. En otros, exaltar nuestro orgullo y por eso mismo trabar nuestro libre albedrío. Dios nos ha dado, para que mejoremos, justamente lo que nos es necesario y puede bastarnos: la voz de la conciencia y nuestras tendencias instintivas. Y nos quita lo que pudiera dañarnos. Agreguemos, incluso, que si tuviéramos el recuerdo de nuestros actos personales anteriores, poseeríamos igualmente el de las acciones de los demás, y este conocimiento podría acarrear los más enojosos efectos sobre las relaciones sociales. Puesto que no podremos siempre vanagloriarnos de nuestro pasado, con frecuencia es muy conveniente que se haya echado un velo sobre él. Esto concuerda perfectamente con la doctrina de los Espíritus sobre los mundos que son superiores al nuestro. En tales mundos, donde sólo reina el bien, el recuerdo del pasado no reviste nada de penoso. He ahí por qué se acuerdan los moradores de su existencia precedente, así como nosotros rememoramos lo que hemos hecho la víspera. En cuanto a los períodos en que hayamos podido permanecer en los mundos inferiores, su recuerdo sólo constituye un mal sueño, como hemos dicho ya.
395. ¿Podemos obtener algunas revelaciones acerca de nuestras existencias anteriores?
- No siempre. Sin embargo, muchos saben lo que han sido y lo que hacían. Si se les permitiera decirlo en voz alta, harían singulares revelaciones sobre su pasado.
396. Ciertas personas creen poseer un vago recuerdo de un pasado desconocido, el cual se les presenta como la imagen fugaz de un sueño que en vano se intenta aprehender. Esta idea ¿es sólo una ilusión?
- En ocasiones es real. Pero a menudo también constituye una ilusión contra la cual hay que ponerse en guardia, porque puede ser el efecto de una imaginación sobreexcitada.
397. En las existencias corporales de naturaleza más elevada que la nuestra, ¿es más preciso el recuerdo de las vidas pasadas?
- Sí. A medida que el cuerpo se va tornando menos material, recordamos mejor. La memoria del pasado es más clara en aquellos que habitan mundos de un orden superior.
398. Puesto que las inclinaciones instintivas del hombre son una reminiscencia de su pasado, ¿se deduce de ello que, por medio del estudio de esas tendencias, puede conocer las faltas en que ha incurrido?
- A no dudarlo, pero sólo hasta cierto punto. Hay que tomar en cuenta el mejoramiento que ha podido operarse en el Espíritu y las resoluciones que haya tomado en estado errante. La vida actual puede ser mucho mejor que la precedente
Aquellas personas que se
interesan mucho por saber lo que han sido en sus vidas anteriores deben prestar
atención a estos párrafos. Por el estudio de sus actuales tendencias, y no olvidando
el progreso que deben de haber realizado, tendrán una idea de lo que fueron e
hicieron. [N. de J. H. Pires.] .
398 a. ¿Podría asimismo ser peor? Esto es, ¿puede el hombre cometer en una existencia faltas en la que no ha incurrido en su vida precedente?
- Ello depende de su grado de adelanto. Si no sabe resistir las pruebas podrá ser arrastrado a nuevas faltas, que son la consecuencia de la posición que ha escogido. Pero, en general, tales equívocos señalan más bien un estado estacionario que uno retrógrado, por cuanto el Espíritu puede avanzar o detenerse, pero no retrocede.
399. Visto que las vicisitudes de la vida corpórea son a la vez una expiación de pasadas faltas y también pruebas relativas a su porvenir, ¿se sigue de ello que de la índole de tales vicisitudes se pueda inducir el género de la existencia anterior?
- Muy a menudo, puesto que cada cual es castigado por donde pecó. No obstante, no habría que considerar esto como una regla absoluta. Las tendencias instintivas son un indicio más seguro, porque las pruebas que el Espíritu sufre tanto pueden guardar relación con su porvenir como con su pasado.
Llegado al término que la Providencia ha señalado para la vida errante, el mismo Espíritu elige las pruebas a las cuales desea someterse a fin de apresurar su adelanto, esto es, el tipo de existencia que cree más adecuado para proveerle los medios para ello. Y tales pruebas están siempre en relación con las faltas que debe expiar. Si las supera, se eleva. Si cae vencido por ellas, tiene que comenzar una vez más.
El Espíritu goza siempre de su libre arbitrio. En virtud de esa libertad escoge, en el estado de Espíritu, las pruebas de la vida corporal, y en el estado de encarnación delibera qué hará o qué no hará, y opta entre el bien y el mal. Negar al hombre el libre albedrío, sería rebajarlo a la categoría de máquina.
Una vez reintegrado a la vida corpórea, el Espíritu pierde en forma temporaria el recuerdo de sus existencias anteriores, como si un velo se las ocultara. Con todo, a veces tiene de ellas una vaga conciencia, y en ciertas circunstancias incluso pueden serle reveladas. Pero en tales casos ello sucede por voluntad de los Espíritus superiores, que lo hacen en forma espontánea, con una finalidad útil, y nunca para satisfacer una vana curiosidad.
En lo que toca a las vidas futuras, en ningún caso pueden ser reveladas, en razón que depende de la manera como se cumple la existencia presente y de la ulterior elección del Espíritu.
El olvido de las faltas cometidas no es un obstáculo para el mejoramiento del Espíritu, porque si no guarda de ellas un recuerdo preciso, el conocimiento que de las mismas tenía cuando se encontraba en erraticidad, y el deseo que ha concebido de repararlas, lo guían por intuición y le dan el pensamiento de resistir al mal. Ese pensamiento es la voz de la conciencia, en la cual es secundado por los Espíritus, que lo asisten si escucha las buenas inspiraciones que le sugieren.
Si bien el hombre desconoce los actos específicos que cometió en sus vidas anteriores, puede en cambio saber siempre por qué clase de faltas se ha hecho culpable y cuál era entonces su carácter dominante. Le basta estudiarse a sí mismo y por allí puede deducir lo que ha sido, no por lo que es ahora, sino por las tendencias que en la actualidad manifiesta.
Las adversidades de la vida corpórea son a la vez una expiación por pasadas faltas y también pruebas que preparan el futuro. Nos depuran y elevan, según las toleremos con resignación y sin murmurar.
La índole de las vicisitudes y pruebas que soportamos puede también instruirnos acerca de lo que hemos sido y sobre lo que hicimos, así como en la Tierra juzgamos los actos de un culpable por la pena que la ley le inflige. Así pues, uno será castigado en su orgullo mediante la humillación que para él significa una existencia subalterna; el mal rico y el avaro, por la miseria; el que sido duro para con los demás, mediante los rigores que deberá sufrir; el tirano, por la esclavitud; el mal hijo, por la ingratitud de sus propios descendientes; el perezoso, por un trabajo forzado, y así sucesivamente.
Revista Espírita noviembre 1864
Un recuerdo de las existencias pasadas
En un artículo biográfico sobre Méry, publicado por el Journal littéraire del 25 de septiembre de 1864, se encuentra el siguiente pasaje:
“Hay teorías únicas, que para él son convicciones.
“Así, cree firmemente que ha vivido varias veces; recuerda las circunstancias mínimas de su existencia anterior y las detalla con entusiasmo, con una certeza que impone autoridad.
“Entonces, era amigo de Virgilio y Horacio, conoció a Augusto Germánico, hizo la guerra en Galia y Germania. Era un general y comandaba las líneas romanas cuando cruzaron el Rin. Reconoció lugares en las montañas donde había acampado, los valles del campo de batalla donde luchó. Recuerda conversaciones en casa de Mecenas, que son el tierno objeto de su dolor. Se llamaba Minius.
“Un día, en su vida actual, estaba en Roma y estaba visitando la biblioteca del Vaticano. Allí fue recibido por jóvenes novicios, vestidos con ropas largas y oscuras, que comenzaron a hablarle en el más puro latín. Méry era un buen latinista, en términos teóricos y escritos, pero todavía no había intentado conversar familiarmente en el idioma de Juvenal. Al escuchar hoy a estos romanos, admirando este magnífico lenguaje, tan bien armonizado con los monumentos, con las costumbres de la época en que se usaba, tuvo la impresión de que un velo se le caía de los ojos; le parecía que él mismo había conversado, en otras ocasiones, con amigos que usaban este lenguaje divino. Frases hechas e impecables fluyeron de sus labios; inmediatamente encontró elegancia y corrección; finalmente, habló latín como habla francés; tenía en latín el espíritu que tiene en francés. Nada de esto se podría hacer sin aprender, y si no hubiera sido tema de Augusto, si no hubiera pasado por ese siglo de todos los esplendores, no habría improvisado una ciencia, imposible de adquirir en pocas horas.
“Otro paso tuyo por la Tierra fue en las Indias, por eso las conoces bien. Por lo tanto, cuando publicó Guerre du Nizam, ninguno de sus lectores habría dudado de que no había vivido en Asia durante mucho tiempo. Sus descripciones son vívidas, sus cuadros son originales, toca detalles con el dedo que es imposible no haber visto lo que cuenta, porque esa es la huella de la verdad.
“Pretende haber entrado en ese país con una expedición musulmana, en 1035. Allí vivió cincuenta años, pasó hermosos días y se instaló allí para no volver a salir. Era poeta, pero menos alfabetizado que en Roma y París. Primero guerrero, luego soñador, guardó en su alma las impresionantes imágenes de las orillas del río sagrado y de los ritos hindúes. Tenía varias direcciones, en la ciudad y en el campo, rezaba en los templos de los elefantes, conocía la avanzada civilización de Java, vio las espléndidas ruinas que señala y que aún son tan poco conocidas.
“Tienes que oírle contar estos poemas, porque estos recuerdos son verdaderos poemas a la manera de Swedenborg. Es muy serio, no lo dudes. No es una mistificación arreglada a costa de los oyentes, sino una realidad de que él es capaz de convencerte.
“¡Y sus doctrinas sobre la historia, que admirablemente tiene! ¡Y sus anécdotas tan tenues, que arrojan nueva luz sobre todo lo que tocan! ¡Y sus cuentos, que son novelas, que casi nos hacen llorar, después de que no pudimos contener la risa! Todo ello convierte a Méry en uno de los hombres más maravillosos de la época en la que vivió e, incluso, de aquellos en los que su alma errante esperaba su turno para entrar en un cuerpo y hacer que las sucesivas generaciones volvieran a hablar de él”.
Pierre Dangeau
El autor del artículo no acompaña este hecho de ninguna reflexión. Después de haber elogiado el gran mérito y la gran inteligencia de Méry, era intrascendente tacharlo de loco. Si, por tanto, Méry es un hombre de sentido común, de alto valor intelectual; si la creencia de que ya ha vivido es una convicción en él; si esta convicción no es producto de un sistema de su manera de ver, sino resultado de un recuerdo retrospectivo y de un hecho material, ¿no es para llamar la atención de todo hombre serio? Veamos a qué consecuencias incalculables nos lleva este simple hecho.
Si Méry ya vivió, esto no debería ser una excepción, ya que las leyes de la Naturaleza son las mismas para todos y, por tanto, todos los hombres también deben haber vivido; si ya vivimos, ciertamente no es el cuerpo el que renace, sino el principio inteligente, el alma, el Espíritu. Entonces tenemos un alma. Como Méry guardó el recuerdo de varias existencias, y como los lugares le recuerdan lo que vio antes, con la muerte del cuerpo, el alma no se pierde en el todo universal; por tanto, conserva su individualidad, la conciencia de sí mismo.
Recordando a Méry de lo que era hace dos mil años, ¿en qué se convirtió tu alma en el intervalo? ¿Cayó al océano del infinito o se perdió en las profundidades del espacio? No; sin esto, no encontraría su antigua individualidad. Entonces debiste haber permanecido en la esfera de la actividad terrestre, viviendo la vida espiritual, en nuestro entorno o en el espacio que nos rodea, hasta tomar un nuevo cuerpo. Dado que Méry no es el único en el mundo, debe haber una población inteligente e invisible a nuestro alrededor.
Renacer a la vida corporal, después de un intervalo más o menos largo, ¿renace el alma en el estado primitivo como un alma nueva? ¿O aprovecha las ideas adquiridas en sus existencias anteriores? El recuerdo retrospectivo resuelve el problema por un hecho: si Méry hubiera perdido sus ideas adquiridas, no habría reconocido el idioma que solía hablar; la vista de lugares no le habría recordado nada.
Pero si ya vivimos, ¿por qué no volver a vivir? ¿Por qué esta existencia sería la última? Si renacemos con el desarrollo intelectual logrado, la intuición que aportamos de las ideas adquiridas es un fondo que ayuda a la adquisición de nuevas ideas, lo que facilita el estudio. Si, en una existencia, el hombre es sólo medio matemático, necesitará menos trabajo para ser un matemático completo. Es una consecuencia lógica. Si te has vuelto más o menos bueno, si has corregido algunos defectos, tendrás menos dificultad para mejorar aún más, y así sucesivamente.
Nada de lo que adquirimos en inteligencia, en conocimiento y en moral se pierde; ya sea que muramos jóvenes o viejos, tengamos o no tiempo para aprovecharlo en nuestra existencia actual, cosecharemos sus recompensas en existencias posteriores. Las almas que animan al francés civilizado de hoy pueden ser, entonces, las mismas que animaron a los bárbaros francos, ostrogodos, visigodos, galos salvajes, conquistadores romanos, fanáticos de la Edad Media, pero que, en cada existencia, tomaron un paso adelante, apoyado por los pasos anteriores, y que seguirá avanzando. ¡Aquí, entonces, se ha resuelto el gran problema de la humanidad, contra el cual se han enfrentado tantos filósofos! se resuelve por el simple hecho de la pluralidad de existencias. ¡Pero cuántos problemas encontrarán su solución en la solución de esto! ¡Qué nuevos horizontes no abre esto! Es una revolución en creencias e ideas.
Así razonará el pensador serio, el hombre reflejado. Un hecho es un punto de partida del que extrae consecuencias. Ahora bien, ¿cuáles son las reflexiones que despierta el caso de Méry en el autor del artículo? Él mismo las resume con estas palabras: "Hay teorías únicas, que para él son convicciones".
Pero si este autor ve todo esto como algo extraño, que no merece su atención, no es lo mismo con todos. Alguien encuentra en su camino un diamante en bruto que, por desconocer su valor, no se digna recoger, mientras que otro sabrá apreciarlo y aprovecharlo.
Hoy las ideas espiritistas se producen en todas sus formas; están en la agenda y, sin querer confesarlos, la prensa los registra y los siembra en abundancia, creyendo que solo enriquece sus columnas de facetas. ¿No es impresionante que todos los que se oponen a la idea, sin excepción, trabajen sin descanso por su propagación? Les gustaría hablar de lo que la fuerza de las cosas les arrastra a hablar. También lo hace la Providencia, para aquellos que creen en la Providencia.
Dirán que razonamos sobre un hecho aislado, incapaz de hacer ley, porque, si la pluralidad de existencias fuera una condición inherente a la Humanidad, ¿por qué no todos los hombres recuerdan, como Méry? A esto respondemos: Tómate la molestia de estudiar Espiritismo y lo sabrás. No repetiremos, por tanto, lo que se ha demostrado cien veces en relación con la inutilidad del recuerdo, para aprovechar la experiencia adquirida en existencias anteriores y el peligro de este recuerdo para las relaciones sociales.
Pero hay otra causa de este olvido, de manera fisiológica, debida, al mismo tiempo, a la materialidad de nuestra envoltura y a la identificación de nuestro Espíritu, poco avanzado con la materia. A medida que el Espíritu se purifica, los lazos materiales son menos tenaces, el velo que oscurece el pasado menos opaco; así, la facultad del recuerdo retrospectivo sigue el desarrollo del Espíritu. El hecho es raro en nuestra Tierra, porque la Humanidad es todavía muy material; pero sería un error suponer que Méry es un ejemplo único. De vez en cuando Dios permite que un Méry se presente, para llevar a los hombres el conocimiento de la gran ley de la pluralidad de existencias, la única que explica el origen de sus buenas o malas cualidades, le muestra la justicia de las miserias que aquí sustenta y traza el camino hacia el futuro.
La inutilidad de recordar aprovechar el pasado es lo que más cuesta comprender a quienes no han estudiado el Espiritismo; para los espiritistas es una cuestión elemental. Sin repetir lo que ya se ha dicho al respecto, la siguiente comparación puede facilitar su comprensión.
El alumno pasa por la serie de clases, desde la octava hasta la de filosofía. Lo que aprendiste en la octava te sirve para aprender lo que enseñan en la séptima. Supongamos ahora que al final de la octava ha perdido toda la memoria del tiempo pasado en esta clase; no por eso su Espíritu estará menos desarrollado y dotado de los conocimientos adquiridos; no sólo recordará dónde o cómo los adquirió, sino que, a la vista de los avances realizados, podrá aprovechar las lecciones de la séptima. Imaginemos también que en la octava era holgazán, enojado, inquieto, pero que, castigado y moralizado, su carácter ha cambiado, volviéndose trabajador, dulce y obediente; llevará estas cualidades a la nueva clase, que parecerá ser la primera. ¿De qué le serviría saber que fue atacado por la pereza, si ya no es perezoso ahora? Lo esencial es que llegues a la séptima mejor y más capaz de lo que fuiste en la octava. Así será de clase en clase.
Morir para sentirse vivo de Nacho Blasco
XXV
Juntos a nuestro verdadero hogar
…
-Ya, abuelita, pero si Dios es tan inmensamente justo y bueno, que sé que lo es, ¿por qué no nos permite ese recuerdo? ¿por qué nos priva de nuestros recuerdos cuando vamos a la vida terrenal?
-Cariño, todo tiene una explicación muy lógica y, cuando se analiza y se entiende, engrandece más a Dios y a su sabiduría. Debes entender que en cada encarnación evolucionamos y mejoramos moralmente, jamás retrocedemos, todo lo contrario. Es decir, en todas y en cada una de las experiencias que hemos tenido en la vida terrenal, en la anterior vida, hemos sido peor que en la siguiente. ¿No ves que en cada década en la tierra evolucionamos y somos mejores personas? Progresamos muy lento, pero lo hacemos, o ¿acaso se te ha olvidado que salimos recientemente de la barbarie? Ernesto, cariño, si de por sí la vida terrenal es dura, con el recuerdo de los sufrimientos y venganzas pasadas la vida sería imposible. Comprende que la vida terrenal es un mundo de expiación y pruebas donde vamos a corregir antiguos errores del pasado. De no ser por el olvido del pretérito, los enemigos de otras vidas se perpetuarían por los siglos. Las rivalidades, el odio y la discordia se avivarían de vida en vida. Con ese recuerdo de otras encarnaciones, nuestros enemigos y víctimas nos reconocerían y nos perseguirían. ¿O no ves qué en la vida terrenal, la sociedad no admite ni perdona a los culpables que, aunque hayan pagado sus deudas con la justicia humana, siguen siendo rechazados? Sin ese olvido, los grandes criminales estarían marcados para toda la eternidad y no tendrían la oportunidad de rectificar sus grandes crímenes. El que de nosotros se sienta culpable por nuestros crímenes o actos, y piensa que aquí es culpabilidad continúa atormentándonos de nuestras maldades, al renacer en una nueva vida encuentra el auxilio y da ternura necesaria para su rehabilitación. Dios, sabiamente, quiere que bajo esa ternura que despiertan los recién nacidos, puedan alimentarse con el amor necesario para modificar y rectificar su sensibilidad interior. Y tener la oportunidad de emprender una nueva etapa en la vida terrenal con energías renovadas. Bajo la experiencia de la vida que mejor se les acople a sus necesidades, ya que esta nueva existencia que comienza con sus penas y luchas se acople a sus características pasadas, y con ello poder saldar antiguas deudas y poder crecer y evolucionar. Solo bajo el olvido del pasado, es una gran oportunidad para poder acercarse a los que un día fueron sus enemigos y reemplazar los sentimientos de odio, rencor y resentimiento, por amor, cariño y fraternidad. Dios, no dejándonos recordar nuestras vidas pasadas y las relaciones anteriores, nos ofrece una de las mayores oportunidades que tenemos para nuestra evolución y progreso en la actual encarnación. Sin esto, la humanidad no podría progresar. Dime una cosa, Ernesto, si analizamos la cuestión y somos sinceros con nosotros mismos, ¿cuántas cosas quisiéramos borrar de nuestra última experiencia en la vida terrenal que son unos grandes obstáculos para nuestra paz interior?
-Muchas cosas, abuelita... pero aquí no te atormentan porque sabes que únicamente fueron pruebas, pero en la vida terrenal, que no lo sabes, sí nos atormentarían.
-Pues, imagínate, por un momento, que estando encarnado se multiplicaran todos esos tormentos, recordaríamos todas las malas experiencias pasadas en vidas anteriores. Eso supondría recordar todas las vidas anteriores. Así que demos gracias a Dios por poder empezar de cero en cada experiencia terrenal. De no ser así, sería un suplicio para la gran mayoría de la humanidad. Aunque también debo de decirte que, a medida que vayamos evolucionando y progresemos moralmente, nuestro mundo irá ganando terreno en el mundo físico. Y puede que llegue algún día en el que el recuerdo de vidas anteriores sea algo normal, claro que, para llegar a esto, deberemos tener nuestra conciencia depurada y no albergar resentimiento alguno hacia ningún ser. Indistintamente de que hayamos sido agresores o víctimas. Lo que nos interesa recordar del pasado son las adquisiciones, logros y capacidades adquiridas. De aquí vienen nuestras habilidades, vocaciones y predisposiciones.
- ¡Gracias, abuelita! ¡Está claro que todo tiene un porqué, nada se hace porque sí!
AMOR, CARIDAD y TRABAJO