NUESTRO HOGAR y la DOCTRINA ESPÍRITA, INCOHERENCIAS





NUESTRO HOGAR
y la 
DOCTRINA ESPÍRITA,

INCOHERENCIAS





Veamos en primer lugar lo que dicen los libros de la codificación espírita de Allan Kardec, dictados por espíritus superiores, y que son la base de la Doctrina Espírita, en relación con: los espíritus errantes, los mundos transitorios y los animales una vez que mueren.

ESPÍRITUS ERRANTES:
223. ¿El alma se encarna inmediatamente después de su separación del cuerpo?
«A veces inmediatamente, pero con más frecuencia después de intervalos más o menos largos. En los mundos superiores la reencarnación es casi siempre inmediata. Siendo menos grosera la materia corporal, el espíritu en ella encarnado goza de casi todas sus facultades de espíritu, y su estado normal es el de vuestros sonámbulos lúcidos».

224. ¿Qué es el alma en el intervalo de las encarnaciones?
«Espíritu errante que aspira a su nuevo destino; espera».
- ¿Cuál puede ser la duración de esos intervalos?
«Desde algunas horas a algunos miles de siglos. Por lo demás, hablando con exactitud, no hay límite extremo señalado al estado errante, que puede prolongarse mucho tiempo; pero nunca es perpetuo, pues el espíritu puede siempre tarde o temprano, volver a empezar una existencia que sirve para purificar sus existencias anteriores».
- ¿Esa duración está subordinada a la voluntad del espíritu, o puede serle impuesta como expiación?
«Es consecuencia del libre albedrío. Los espíritus saben perfectamente lo que hacen; pero los hay también para quienes aquélla es un castigo impuesto por Dios. Otros piden la prolongación de semejante estado para proseguir ciertos estudios que sólo los espíritus errantes pueden hacer con provecho».

225. ¿La erraticidad es en sí misma señal de inferioridad del espíritu?
» No; porque hay espíritus errantes de todos los grados. La encarnación es un estado transitorio, como tenemos dicho, y en estado normal el espíritu está desprendido de la materia».

226. ¿Puede decirse que todos los espíritus que no están encarnados están errantes?
«Los que se han de reencarnar, sí; pero los espíritus puros que han llegado a la perfección no están errantes: su estado es definitivo».

Bajo el aspecto de las cualidades intimas, los espíritus son de diferentes órdenes o grados que sucesivamente recorren, a medida que se purifican. Por su estado, pueden estar: encarnados, es decir, unidos a un cuerpo; errantes, es decir, separados del cuerpo material y esperando una nueva encarnación para mejorarse, y pueden ser espíritus puros, es decir, perfectos y sin necesidad de nuevas encarnaciones.

227. ¿De qué modo se instruyen los espíritus errantes, pues sin duda no lo hacen de la misma manera que nosotros?
«Estudian su pasado e inquieren los medios de elevarse. Miran y observan lo que ocurre en los lugares que recorren; oyen los discursos de los hombres ilustres y las advertencias de los espíritus más elevados, y todo esto les proporciona ideas de que carecían».

228. ¿Los espíritus conservan algunas de las pasiones humanas?
«Los espíritus elevados, al dejar su envoltura, dejan las malas pasiones y no conservan más que las buenas; pero los espíritus inferiores no se desprenden de aquéllas, pues de otro modo pertenecerían al primer orden».

229. ¿Por qué los espíritus, al dejar la tierra, no abandonan todas sus malas pasiones, puesto que ven sus inconvenientes?
«En este mundo hay personas excesivamente celosas, ¿crees que al abandonarlo se desprenden de ese defecto? Después de salir de la tierra, les queda, sobre todo a los que han tenido pasiones dominantes, una especie de atmósfera que les rodea y les conserva todas esas cosas malas; porque el espíritu no está completamente desprendido de ellas, y sólo en ciertos momentos entrevé la verdad, como para enseñarle el buen camino».

230. ¿Progresa el espíritu en estado errante?
«Puede mejorarse mucho, siempre según su voluntad y su deseo; pero en la existencia corporal es donde practica las nuevas ideas que ha adquirido».

231. ¿Son felices o desgraciados los espíritus errantes?
«Más o menos, según su mérito. Sufren las consecuencias de las pasiones cuyo principio han conservado, o bien son felices según están más o menos desmaterializados. En estado errante, el espíritu entrevé lo que le falta para ser más dichoso, y entonces busca los medios para conseguirlo; pero no siempre le es permitido reencarnarse a su gusto, lo que entonces constituye un castigo».

232. En estado errante, ¿pueden los espíritus ir a todos los mundos?
«Según y cómo. Separado el espíritu del cuerpo no está por ello completamente desprendido de la materia, y pertenece aún al mundo en que ha vivido, o a otro del mismo grado, a menos que, durante la vida, se haya elevado, y este es el fin a que debe dirigirse, pues sin él no se perfeccionaría nunca. Puede, sin embargo, ir a ciertos mundos superiores; pero estará en ellos como un extraño. Por decirlo así, no hace más que entreverlos, lo que le despierta el deseo de mejorarse, para ser digno de la felicidad que en ellos se goza y poder habitarlos más tarde».

233. ¿Los espíritus purificados vienen a los mundos inferiores?
«Vienen a menudo para ayudarles a progresar, pues, a no ser así, semejantes mundos estarían abandonados a sí mismos, sin guías que los dirigiese».



MUNDOS TRANSITORIOS:
234. ¿Existen, como se ha dicho, mundos que sirven a los espíritus errantes de estaciones y lugares de reposo?
«Sí; hay mundos particularmente consagrados a los seres errantes, mundos en que pueden habitar temporalmente, especies de vivaques o campamentos(1) para descansar de una prolongada erraticidad, que siempre es algo penosa. Son posiciones intermedias entre los otros mundos, graduadas según la naturaleza de los espíritus que pueden ir a ellas, los cuales gozan de mayor o menor bienestar».
-Los espíritus que habitan en esos mundos, ¿pueden dejarlos a su antojo?
«Sí, los espíritus que están en esos mundos pueden separarse de ellos para ir a donde deben dirigirse. Imaginadlos como aves de paso que se detienen en una isla, esperando recobrar fuerzas para dirigirse al término de su viaje».

(1) Campamento es la acción de acampar (detenerse y permanecer en una zona despoblada, alojándose en tiendas o carpas). Se trata de la instalación eventual en terreno abierto de personas que se reúnen para un fin especial o que van de camino hacia otra parte.

235. ¿Progresan los espíritus durante su permanencia en los mundos transitorios?
«Indudablemente, pues los que de tal modo se reúnen lo hacen con objeto de instruirse y de poder obtener más fácilmente permiso para trasladarse a mejores lugares, y llegar a la posición de los elegidos».

236. ¿Los mundos transitorios están por su naturaleza especial perpetuamente consagrados a los espíritus errantes?
«No; su posición es temporal únicamente».
- ¿Están habitados al mismo tiempo por seres corporales?
«No: pues su superficie es estéril. Los que los habitan no sienten necesidades».
- ¿Esta esterilidad es permanente y procede de su naturaleza especial?
«No; son estériles por transición».
- ¿Esos mundos deben, pues, carecer de bellezas naturales?
«La naturaleza se traduce en las bellezas de la inmensidad, que no son menos admirables que las que llamáis naturales».
-Puesto que el estado de estos mundos es transitorio, ¿pertenecerá el nuestro algún día a ellos?
«Ha pertenecido ya».
- ¿En qué época?
«Durante su formación».

Nada hay inútil en la naturaleza; todo tiene su objeto y su destino: nada está desocupado; todo está habitado, y en todas partes reina la vida. Así pues, durante la larga serie de siglos que transcurrieron, antes de que apareciese el hombre en la tierra, durante aquellos lentos períodos de transición, atestiguados por las capas geológicas antes aun de la formación de los primeros seres orgánicos, no faltaba vida en aquella masa informe, en aquel árido caos donde estaban confundidos los elementos, pues en él encontraban refugio seres que no tenían ni nuestras necesidades, ni nuestras sensaciones físicas. Dios quiso que aun en semejante estado de imperfección, sirviese para algo. ¿Quién, pues, se atreverá a decir que, entre esos miles de mundos que circulan por la inmensidad, tiene el privilegio de estar habitado uno solo, uno de los más pequeños, confundido con la multitud?  ¿Cuál sería la utilidad de los otros?

¿Los habría creado Dios sólo para recreo de nuestros ojos? suposición absurda, incompatible con la sabiduría que en todas sus obras se revela, e inadmisible, cuando se consideran todos los que no podemos distinguir. Nadie negará que en la idea de que existen mundos impropios todavía para la vida material, pero poblados, sin embargo, de seres vivientes apropiados a semejante medio, haya algo de grande y de sublime, en lo cual encontraremos quizá solución a más de un problema.



ANIMALES:
283. Evocación de animales
36. ¿Se puede evocar al Espíritu de un animal?
Después de la muerte del animal, el principio inteligente que residía en él permanece en estado latente, y es utilizado de inmediato por ciertos Espíritus encargados de la tarea de animar a nuevos seres, en los cuales ese principio inteligente continúa el proceso de su elaboración. Así pues, en el mundo de los Espíritus no existen Espíritus errantes de animales, sino tan sólo Espíritus humanos. Esto responde a vuestra pregunta.”



A continuación, se exponen fragmentos extraídos del libro titulado “NUESTRO HOGAR” de Francisco Cándido Xavier, dictado por el espíritu André Luiz, en donde se aprecian incoherencias con lo expuesto anteriormente de la Doctrina Espírita:

2.- CLARENCIO
Creciérame la barba, la ropa comenzaba a romperse con los esfuerzos de la resistencia, en aquella región desconocida.


3.- LA ORACIÓN COLECTIVA
A medida que avanzábamos, conseguía identificar preciosas construcciones situadas en extensos jardines.

A esa altura me sirvieron un caldo reconfortante, seguido de agua muy fresca, que me pareció portadora de fluidos divinos. Aquella reducida porción de líquido me reanimaba inesperadamente. No sabría decir qué clase de sopa era aquella: si una alimentación sedativa o si un remedio saludable.


7.- EXPLICACIONES DE LISIAS
El suelo estaba cubierto de vegetación. Grandes árboles, abundantes pomares (Tierra plantada de árboles frutales) y jardines deliciosos. Todos los departamentos aparecían cultivados con esmero. A pequeña distancia, se elevaban graciosos edificios. Se alineaban en espacios regulares exhibiendo diversas formas. Ninguno sin flores a la entrada, destacándose algunas casitas encantadoras, cercadas por muros de hiedra, donde diferentes rosas se abrían aquí y allá adornando el verde de variados cambiantes. Aves de plumajes policromos cruzaban los aires y, de cuando en cuando, se posaban agrupadas en las torres blancas que se levantaban rectilíneas, recordando lirios gigantescos elevándose al cielo.

Desde las grandes ventanas observaba lleno de curiosidad el movimiento del parque. Extremadamente sorprendido, identificaba animales domésticos, entre los frondosos árboles alineados al fondo.


10.- EN EL BOSQUE DE LAS AGUAS
Llegados a extenso ángulo de la plaza, el generoso amigo agregó:

–Esperemos el aerobús. (Carro aéreo, que sería en la Tierra algo parecido a un gran funicular)

Aún no me había repuesto de la sorpresa, cuando surgió un gran carro, suspendido del suelo a una altura de cinco metros, poco más o menos, repleto de pasajeros. Al descender hasta nosotros, a la manera de un elevador terrestre, lo examiné con atención. No era máquina conocida en la Tierra. Construida de material muy flexible, era de gran extensión, pareciendo estar unida a hilos invisibles por el gran número de antenas que tenía en el techo. Más tarde, confirmé mis suposiciones visitando los grandes talleres del Servicio de Tránsito y Transporte.


33.- CURIOSAS REFLEXIONES
De repente oí ladrar perros a gran distancia.

–¿Qué es eso? –interrogué asombrado.

–Los perros –dijo Narcisa– son auxiliares preciosos en las regiones obscuras del Umbral, donde se encuentran no solamente los hombres desencarnados, sino también verdaderos monstruos que no corresponde ahora describir.

La enfermera con voz activa, llamó a los servidores que se hallaban a distancia, enviando uno de ellos al interior, transmitiendo avisos.

Miré atentamente aquel grupo extraño que se acercaba despacio.

Seis grandes carretas, formato diligencia, precedidas de cuadrillas de perros alegres y alborotadores, eran tiradas por animales que, de lejos, me parecían iguales a los mulos terrestres. Pero la nota más interesante era la de las grandes bandadas de aves de cuerpo voluminoso que volaban a corta distancia, por encima de las carretas, produciendo singulares ruidos.


REFLEXIÓN:
Considerando que “Nuestro Hogar” está ubicado en un mundo transitorio, destinado a espíritus errantes, como así se define en el propio libro en el capítulo 37, en donde dice: “Nuestro Hogar es, una especie de ciudad espiritual transitoria…”, y después de leer lo que dice la codificación espírita, estimo que lo reseñado por André Luiz no concuerda con la naturaleza de los espíritus desencarnados que han dejado atrás su cuerpo físico.

Además, y como bien manifiestan claramente los espíritus superiores en el Libro de los Espíritus en relación con el tema de los mundos transitorios, estos mundos son inmateriales y su superficie estéril, por lo que y como dice textualmente la guía 18 del programa II del Estudio sistematizado de la Doctrina Espírita, editado por el Consejo Espírita Internacional: “En relación con esas afirmaciones y la comprensión de que los Espíritus de las regiones espirituales limítrofes con la Tierra necesitan volver, nuevamente, o encarnar por primera vez en nuestro planeta, las colonias espirituales descritas por André Luiz no parecen ser los mismos mundos transitorios mencionados en «El Libro de los Espíritus»”.


Bibliografía:
-El Libro de los Espíritus de Allan Kardec
-El Libro de los Médiums de Allan Kardec
-Nuestro Hogar de Francisco Cándido Xavier, dictado por el espíritu de André Luiz

AMOR, TRABAJO y CARIDAD







Amad a vuestros enemigos




AMAD A VUESTROS ENEMIGOS

-Retribuir el mal con el bien.
-Los enemigos desencarnados.
-Si alguien te golpea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra.

-Instrucciones de los espíritus: La venganza. El odio.



Retribuir el mal con el bien

1. “Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tus enemigos’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace que salga el sol sobre los malos y los buenos, y que llueva sobre los justos y los injustos. Porque, si sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis con eso más que los otros? ¿No hacen lo mismo los gentiles? - Os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y los fariseos, no entraréis en el reino de los Cielos.” (San Mateo, 5:43 a 47 y 20.)


2. “Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Puesto que los pecadores también aman a quienes los aman. Si solamente hacéis el bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? Puesto que los pecadores también hacen lo mismo. Si sólo prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir el mismo favor, ¿qué mérito tenéis? Puesto que también los pecadores se prestan ayuda unos a otros, para recibir otro tanto. Mas, en cuanto a vosotros, amad a vuestros enemigos; haced el bien a todos, y prestad sin esperar nada a cambio. Entonces, vuestra recompensa será muy grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno aun con los ingratos y los malvados. Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Dios es misericordioso.” (San Lucas, 6:32 a 36.)


3. Si el amor al prójimo es el principio de la caridad, amar a los enemigos es su aplicación sublime, porque esa virtud es una de las más grandes victorias obtenidas contra el egoísmo y el orgullo. 

Sin embargo, en esta circunstancia, por lo general se comete una equivocación en cuanto al sentido de la palabra amar. Jesús no pretendió, mediante esas palabras, que tengamos para con el enemigo la misma ternura que para con un hermano o un amigo. La ternura presupone confianza. Ahora bien, no podemos confiar en una persona cuando sabemos que nos quiere mal. No podemos tener para con ella las expansiones de la amistad, porque sabemos que sería capaz de abusar de esa actitud. Entre las personas que desconfían recíprocamente no pueden existir los impulsos de simpatía que hay entre los que mantienen una comunión de pensamientos. En fin, nadie puede experimentar, al encontrarse con un enemigo, el mismo placer que se siente en compañía de un amigo.

Incluso, ese sentimiento es el resultado de una ley física: la de la asimilación y la repulsión de los fluidos. El pensamiento malévolo emite una corriente fluídica cuya impresión es penosa. El pensamiento benévolo nos envuelve en un efluvio agradable. De ahí resulta la diferencia de las sensaciones que se experimentan ante la proximidad de un amigo o de un enemigo. Por lo tanto, no es posible que “amar a los enemigos” signifique que no debemos hacer ninguna diferencia entre ellos y los amigos. Este precepto sólo parece difícil, y aun imposible de practicar, porque se considera falsamente que prescribe dar a ambos, amigos y enemigos, el mismo lugar en el corazón. Si la pobreza de las lenguas humanas nos obliga a servirnos de la misma palabra para expresar los diversos matices de un sentimiento,  corresponde a la razón establecer la diferencia, según los casos.

Amar a los enemigos no significa, pues, dispensarles un afecto que no está en nuestra naturaleza, porque el contacto con un enemigo nos hace latir el corazón de muy diferente modo que el contacto con un amigo. Amar a los enemigos es no sentir por ellos ni odio, ni rencor, ni deseos de venganza; es perdonarles sin segundas intenciones e incondicionalmente el mal que nos hacen; es no poner ningún obstáculo para la reconciliación; es desearles el bien en lugar del mal; es alegrarse, en vez de afligirse, con el bien que les sucede; es tenderles una mano caritativa en caso de necesidad; es abstenerse tanto en palabras como en acciones de todo lo que pudiera perjudicarlos; es, en definitiva, retribuirles el mal con el bien, sin intención de humillarlos. Cualquiera que haga esto reúne las condiciones del mandamiento: “Amad a vuestros enemigos”.


4. Para los incrédulos, amar a los enemigos es un absurdo. Aquel para quien la vida presente lo es todo, sólo ve en su enemigo un ser pernicioso que perturba su tranquilidad, y cree que sólo la muerte puede librarlo de él. De ahí proviene su deseo de venganza. No tiene ningún interés en perdonar, salvo que sea para satisfacer su orgullo ante el mundo. Perdonar, en ciertos casos, le parece incluso una debilidad indigna de él. Si no responde con la venganza, no dejará por eso de guardarle rencor y de alimentar un secreto deseo de perjudicarlo.

Para el creyente, pero sobre todo para el espírita, la manera de ver es muy diferente, porque fija su mirada en el pasado y en el porvenir, entre los cuales la vida presente es apenas un punto. Sabe que, por el destino mismo de la Tierra, no habrá de encontrar en ella más que hombres malvados y perversos; que las maldades a que está expuesto forman parte de las pruebas que debe sufrir, y el punto de vista elevado en que se coloca contribuye a que las vicisitudes le resulten menos amargas, ya sea que estas provengan de los hombres o de las cosas. Si no se queja de las pruebas, tampoco debe quejarse de aquellos que les sirven de instrumento. Si, en vez de quejarse, da gracias a Dios porque lo puso a prueba, también debe dar gracias a la mano que le proporciona la ocasión de demostrar su paciencia y su resignación. Ese pensamiento lo predispone naturalmente al perdón. Siente, además, que cuanto más generoso es, más se engrandece ante sí mismo y se ubica fuera del alcance de los dardos malévolos de su enemigo.

El hombre que en el mundo ocupa una posición elevada no toma como una ofensa los insultos de aquel a quien considera inferior. Lo mismo sucede con el que se eleva, en el mundo moral, por encima de la humanidad material. Comprende que el odio y el rencor lo envilecerían y lo rebajarían. Ahora bien, para que sea superior a su adversario, es preciso que tenga el alma más grande, más noble y generosa.



Los enemigos desencarnados

5. El espírita tiene también otros motivos para ser indulgente con sus enemigos. En primer lugar, sabe que la maldad no es un estado permanente de los hombres, sino que se debe a una imperfección momentánea y que, de la misma manera que el niño se corrige de sus defectos, el hombre malo reconocerá un día sus errores y se volverá bueno.

Sabe además que la muerte sólo lo libera de la presencia material de su enemigo, porque este puede perseguirlo con su odio aun después de que haya dejado la Tierra. Así, la venganza no consigue su objetivo, sino que, por el contrario, tiene por efecto producir una irritación más grande, que puede prolongarse de una existencia a la otra. Correspondía al espiritismo probar, por medio de la experiencia y de la ley que rige las relaciones entre el mundo visible y el mundo invisible, que la expresión extinguir el odio con sangre es radicalmente falsa, y que la verdad, en cambio, es que la sangre alimenta el odio, incluso más allá de la tumba. Correspondía al espiritismo, por consiguiente, dar una razón de ser efectiva y una utilidad práctica tanto al perdón como a la sublime máxima de Cristo: Amad a vuestros enemigos. No hay corazón tan perverso que, aun sin saberlo, no se conmueva ante una buena acción. Con el buen proceder se quita, por lo menos, todo pretexto para las represalias, y de un enemigo se puede hacer un amigo, antes y después de la muerte. Por el contrario, con el mal proceder se irrita al enemigo, que entonces sirve él mismo de instrumento a la justicia de Dios para castigar a quien no ha perdonado.


6. Podemos, pues, tener enemigos entre los encarnados y entre los desencarnados. Los enemigos del mundo invisible manifiestan su malevolencia a través de las obsesiones y las subyugaciones, de las que son víctimas tantas personas, y que representan una variedad en las pruebas de la vida. Tanto estas pruebas, como las otras, contribuyen al adelanto del ser y deben ser aceptadas con resignación y como consecuencia de la naturaleza inferior del globo terrestre. Si no hubiese hombres malos en la Tierra, no habría Espíritus malos alrededor de ella. Así pues, si debemos ser indulgentes y benevolentes para con los enemigos encarnados, del mismo modo debemos proceder en relación con los que están desencarnados.

En el pasado se sacrificaba a víctimas sangrientas para apaciguar a los dioses infernales, que no eran otra cosa que Espíritus malos. A los dioses infernales los han sucedido los demonios, que son lo mismo. El espiritismo viene a probar que esos demonios no son sino las almas de los hombres perversos, que todavía no se han despojado de los instintos materiales; que nadie consigue apaciguarlos a no ser con el sacrificio de su odio, es decir, mediante la caridad; que la caridad no tiene sólo por efecto impedir que hagan el mal, sino conducirlos nuevamente al camino del bien, con lo cual contribuye a su salvación. Por consiguiente, la máxima: Amad a vuestros enemigos no se halla circunscrita al círculo estrecho de la Tierra y de la vida presente, sino que forma parte de la magna ley de la solidaridad y la fraternidad universal.



Si alguno te golpea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra

7. “Habéis oído que se dijo: ‘ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo que no resistáis al mal que os quieran hacer; sino que, si alguien te ha golpeado en la mejilla derecha, ofrécele también la otra; y si alguien quiere pleitear contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si alguien te obliga a caminar mil pasos junto a él, camina dos mil. Al que te pida, dale; y al que quiera pedirte prestado, no lo rechaces.” (San Mateo, 5:38 a 42.)

8. Los prejuicios del mundo, sobre lo que se convino en denominar pundonor, producen esa susceptibilidad sombría, nacida del orgullo y de la exaltación de la personalidad, que conduce al hombre a devolver una injuria con otra injuria, una herida con otra herida, lo que es considerado justo por aquel cuyo sentido moral no se eleva por encima de las pasiones terrenales. A eso se debe que la ley mosaica prescribiera: “Ojo por ojo, diente por diente”, ley en armonía con la época en que vivió Moisés. Cristo vino y dijo: “Retribuid el mal con el bien”. Y dijo además: “No resistáis al mal que os quieran hacer; si te golpean en una mejilla, preséntale la otra”. Al orgulloso esta máxima le parece una cobardía, pues no comprende que haya más valor en soportar un insulto que en vengarse. Esto le sucede siempre debido a que su vista no llega más allá del presente. Con todo, ¿es preciso tomar literalmente esa máxima? No, como tampoco se debe tomar literalmente la que ordena que nos arranquemos el ojo que ha sido causa de escándalo. Llevada hasta sus últimas consecuencias, aquella máxima equivaldría a condenar toda represión del mal, incluso legal, y dejar el campo libre a los malos, que se verían liberados de todo motivo de temor. Si no se pusiera un freno a las agresiones de los malos, muy pronto los buenos serían sus víctimas. Hasta el instinto de conservación, que es una ley de la naturaleza, impide que pongamos benévolamente el cuello a disposición del asesino. Con esas palabras, pues, Jesús no prohibió la defensa, sino que condenó la venganza. Al decir que presentemos la otra mejilla cuando nos golpean, quiso decir, de otra forma, que no hay que retribuir el mal con el mal; que el hombre debe aceptar con humildad todo lo que tienda a rebajar su orgullo; que es más glorioso para él ser golpeado que golpear, y soportar con paciencia una injusticia que cometerla él mismo; que vale más ser engañado que engañar, ser arruinado que arruinar a los demás. Al mismo tiempo, esto implica la condena del duelo, que no es otra cosa que una manifestación de orgullo. Sólo la fe en la vida futura y en la justicia de Dios, que nunca deja el mal impune, puede infundirnos fuerzas para soportar con paciencia los ataques que se dirigen a nuestros intereses y a nuestro amor propio. Por eso repetimos sin cesar: Dirigid vuestra mirada hacia adelante; cuanto más os elevéis con el pensamiento por encima de la vida material, tanto menos os afligirán las cosas de la Tierra.



INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS
La venganza

9. La venganza es uno de los últimos restos de las costumbres bárbaras que tienden a desaparecer entre los hombres. Constituye, al igual que el duelo, uno de los postreros vestigios de las costumbres salvajes por efecto de las cuales se debatía la humanidad al comienzo de la era cristiana. A eso se debe que la venganza sea un indicio cierto del estado de atraso de los hombres que se entregan a ella, así como de los Espíritus que todavía la inspiran. Por consiguiente, amigos míos, ese sentimiento jamás debe hacer vibrar el corazón de quien se diga y se proclame espírita. Vengarse, bien lo sabéis, es tan contrario a esta prescripción de Cristo: “Perdonad a vuestros enemigos”, que quien rehúsa perdonar no sólo no es espírita sino que tampoco es cristiano. La venganza es una inspiración más funesta aún, porque la falsedad y la bajeza son sus asiduas compañeras. En efecto, aquel que se entrega a esa fatal y ciega pasión casi nunca lo hace a cielo descubierto. Cuando es el más fuerte, se lanza como una fiera sobre el que considera su enemigo, puesto que la presencia de este enciende su pasión, su cólera, su odio. No obstante, la mayoría de las veces asume una apariencia hipócrita, porque oculta en lo más hondo de su corazón los malos sentimientos que lo animan. Elije caminos sesgados, persigue entre las sombras a su enemigo, que no desconfía, y aguarda el momento propicio para atacarlo sin peligro. Se oculta de él, pero lo acecha en forma permanente. Le tiende trampas aborrecibles; y si encontrara la ocasión, vertería veneno en su copa. En el caso de que su odio no llegue a tales extremos, lo ataca entonces en su honor y en sus afectos. No retrocede ante la calumnia, y sus insinuaciones pérfidas, hábilmente desparramadas por todas partes, crecen a su paso. De ese modo, cuando el perseguido se presenta en los lugares por donde pasó el aliento envenenado de su perseguidor, se lleva la sorpresa de encontrar rostros indiferentes donde otras veces lo recibían semblantes amistosos y benévolos, y queda estupefacto cuando las manos que antes se le tendían, ahora se niegan a tomar las suyas. Por último, se siente anonadado cuando verifica que sus más queridos amigos y parientes se apartan y lo evitan. ¡Ah! El cobarde que se venga de esa manera es cien veces más culpable que aquel que enfrenta a su enemigo y lo insulta cara a cara.

¡Acabemos, pues, con esas costumbres salvajes! ¡Acabemos con esos hábitos obsoletos! El espírita que hoy pretendiese ejercer el derecho de vengarse, sería indigno de pertenecer por más tiempo a la falange que eligió para sí esta divisa: ¡Fuera de la caridad no hay salvación! Pero no, no debo detenerme en la idea de que un miembro de la gran familia espírita sea capaz, en lo sucesivo, de ceder al impulso de la venganza, sino, por el contrario, al de perdonar. (Jules Olivier. París, 1862.)



El odio

10. Amaos unos a otros y seréis felices. Procurad, sobre todo, amar a los que os inspiran indiferencia, odio o desprecio. Cristo, a quien debéis considerar vuestro modelo, os dio ese ejemplo de abnegación. Misionero de amor, Él amó hasta dar su sangre y su vida. El sacrificio que os obliga a amar a los que os ultrajan y os persiguen es penoso; pero eso es precisamente lo que os hace superiores a ellos. Si los aborrecieseis, como ellos os aborrecen, no valdríais más que ellos. Amarlos es la hostia sin mancha que ofrecéis a Dios en el altar de vuestros corazones, hostia de agradable aroma cuya fragancia asciende hasta Él. Aunque la ley de amor prescriba que amemos indistintamente a todos nuestros hermanos, no protege al corazón contra los malos procederes. Por el contrario, esa es la prueba más penosa, bien lo sé, pues durante mi última existencia terrenal experimenté esa tortura. Con todo, Dios existe, y castiga tanto en esta vida como en la otra a los que transgreden la ley de amor. No olvidéis, queridos hijos, que el amor os aproxima a Dios, mientras que el odio os aparta de Él. (Fenelón. Burdeos, 1861.)


REFLEXIÓN:
Perdonar verbalmente es cuestión de palabras; mas, quien realmente perdona necesita mover y extraer de su interior pesados fardos.

Además de las deudas que contraemos a causa de la venganza y del odio con nuestros “enemigos”, bien para esta misma vida o para sucesivas, nos podemos generar  enfermedades.


Bibliografía:
El Evangelio según el Espiritismo

AMOR, CARIDAD y TRABAJO