FATALIDAD





FATALIDAD




Sin ninguna duda hay leyes naturales e inmutables que Dios no puede anular a capricho de cada uno; pero de esto a creer que todas las circunstancias de la vida están sometidas a la fatalidad, es grande la distancia. Si así fuese, el hombre sólo sería un instrumento pasivo, sin libre albedrío y sin iniciativa. En esta hipótesis no habría más que doblar la cabeza al golpe de los acontecimientos, sin evitarlos, y, por lo tanto, no se hubiera procurado desviar el rayo. No ha dado Dios al hombre el juicio y la inteligencia para no servirse de ellos, ni la voluntad para no querer, ni la actividad para estar en la inacción. Siendo libre el hombre para obrar en un sentido o en otro, sus actos tienen consecuencias subordinadas a lo que hace o deja de hacer; hay acontecimientos que por su iniciativa escapan forzosamente a la fatalidad sin que por esto se destruya la armonía de las leyes universales, como si se adelanta o retrasa la saeta de un reloj, tampoco se destruye la ley del movimiento sobre la cual está establecido el mecanismo. Dios puede acceder a ciertas súplicas sin derogar la inmutabilidad de las leyes que rigen el conjunto, quedando siempre su acción subordinada a su voluntad.

Sería ilógico deducir de esta máxima: "Todas las cosas que pidiereis orando, creed que las recibiréis y os vendrán", que basta pedir para obtener como sería injusto acusar a la Providencia si no accede a lo que se le pide, puesto que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. Hace lo mismo que un padre prudente que rehúsa a su hijo las cosas contrarias al interés de éste. Generalmente el hombre sólo ve el presente; más si el sufrimiento es útil para su futura felicidad, Dios le dejará que sufra, como el cirujano deja sufrir al enfermo en la operación que debe conducirle a la curación.

Lo que Dios le concederá, si se dirige a Él con confianza, es valor, paciencia y resignación. También le concederá los medios para que él mismo salga del conflicto, con ayuda de las ideas que le sugiere por medio de los buenos espíritus, dejándole de este modo todo el mérito; Dios asiste a los que se ayudan a sí mismos, según esta máxima: "Ayúdate y el cielo te ayudará", y no a aquellos que todo lo esperan de un socorro extraño, sin hacer uso de sus propias facultades; pero casi siempre se preferiría el ser socorrido por un milagro sin que nos costase ningún trabajo.

¿Pueden obtenerse curas por medio de la plegaria solamente?
Sí, algunas veces, si Dios lo permite. Puede suceder, sin embargo, que para el enfermo sea bueno seguir sufriendo, en cuyo caso suponéis que vuestra plegaria no fue escuchada.

¿Hay para eso fórmulas de plegarias más eficaces que otras?
Sólo la superstición puede atribuir virtudes a ciertas palabras, y sólo los Espíritus ignorantes o mentirosos pueden alimentar semejantes ideas mediante la prescripción de fórmulas. Con todo, si se trata de personas poco ilustradas e incapaces de comprender las cosas puramente espirituales, puede suceder que el empleo de una determinada fórmula contribuya a infundirles confianza. En ese caso, la eficacia no reside en la fórmula, sino en la fe, que aumenta gracias a la idea asociada al uso de la fórmula.

¿Existe una fatalidad en los acontecimientos de la vida, conforme al sentido que se da a esa palabra? Es decir, todos los acontecimientos, ¿están determinados con antelación? En ese caso, ¿qué sucede con el libre albedrío?
La fatalidad sólo existe en la elección de sufrir tal o cual prueba, que el Espíritu ha hecho al encarnar. Al elegirla, el Espíritu se traza una especie de destino, que es la consecuencia misma de la situación en que se encontrará. Me refiero a las pruebas físicas, porque con respecto a las pruebas morales y a las tentaciones, dado que el Espíritu conserva su libre albedrío acerca del bien y del mal, siempre es dueño de ceder o de resistir. Un Espíritu bueno, al verlo flaquear, puede acudir en su ayuda, pero no puede influir en él hasta el punto de adueñarse de su voluntad. Un Espíritu malo, es decir, inferior, al mostrarle y exagerarle un peligro físico, puede hacerlo vacilar y atemorizarlo. No obstante, la voluntad del Espíritu encarnado no deja por ello de estar libre de todo obstáculo.

Hay personas a quienes parece perseguir una fatalidad, independientemente de su manera de obrar. ¿Está la desdicha en su destino? 
Tal vez sean pruebas que deben sufrir y que han elegido. Volvéis a culpar al destino de lo que casi siempre no es más que la consecuencia de vuestras propias faltas. En los males que te afligen, trata de conservar pura la conciencia, y eso será parte de tu consuelo.
Las ideas correctas o falsas que nos formamos acerca de las cosas son la causa de nuestros triunfos o fracasos, conforme a nuestro carácter y nuestra posición social. Consideramos más sencillo y menos humillante para nuestro amor propio atribuir nuestros fracasos a la suerte o al destino, antes que a nuestras propias faltas. Si bien la influencia de los Espíritus a veces contribuye a ello, siempre podemos sustraernos a esa influencia rechazando las ideas que nos sugieren, cuando estas son malas. 

Algunas personas se libran de un peligro mortal para caer en otro. Parece como si no pudieran escapar de la muerte. ¿No hay en eso una fatalidad?
Sólo es fatal, en el verdadero sentido de la palabra, el instante de la muerte. Cuando ese momento ha llegado, ya sea por un medio o por otro, no podéis sustraeros a él.

Así pues, sea cual fuere el peligro que nos amenace, ¿no moriremos si no nos ha llegado la hora?
No, no perecerás. Tienes de ello miles de ejemplos. Sin embargo, cuando haya llegado la hora de tu partida, nada podrá impedirlo. Dios sabe por anticipado el tipo de muerte con que partirás de la Tierra, y a menudo tu Espíritu también lo sabe, porque le es revelado cuando elige una existencia determinada.

Dado que la hora de la muerte es indefectible, ¿se sigue de ahí que las precauciones que tomemos para evitarla sean inútiles? 
No, porque las precauciones que tomáis os son sugeridas con miras a evitar la muerte que os amenaza. Son uno de los medios para que no ocurra.

¿Cuál es el objetivo de la Providencia al hacernos correr peligros que no tendrán ninguna consecuencia? 
Cuando tu vida está expuesta a un riesgo, se trata de una advertencia que tú mismo deseaste a fin de apartarte del mal y hacerte mejor. Cuando te libras de ese riesgo, mientras aún te encuentras bajo la influencia del peligro que has corrido, piensas con mayor o menor intensidad en ser mejor, conforme a la mayor o menor intensidad de la acción que los Espíritus buenos ejercen sobre ti. Pero cuando se acerca un Espíritu malo –se sobrentiende que digo malo en el sentido del mal que todavía hay en él–, piensas que volverás a librarte de otros peligros en el futuro, y nuevamente das rienda suelta a tus pasiones. Mediante los peligros que corréis, Dios os recuerda vuestra debilidad y la fragilidad de vuestra existencia. Si examinamos la causa y la naturaleza del peligro, veremos que casi siempre sus consecuencias habrían sido el castigo de una falta cometida o de un deber descuidado. Dios os advierte de ese modo para que reflexionéis acerca de vosotros mismos y os enmendéis.

El Espíritu, ¿sabe por anticipado el tipo de muerte con que habrá de sucumbir?
Sabe que la clase de vida que eligió lo expone a morir de una manera más que de otra. No obstante, también conoce las luchas que habrá de sostener para evitarlo, y que, si Dios lo permite, no sucumbirá.” 

Hay hombres que afrontan el peligro de las batallas persuadidos de que no ha llegado su hora. ¿Tiene algún fundamento esa confianza?
Muy a menudo el hombre tiene el presentimiento de su fin, como puede tener el de que aún no morirá. Ese presentimiento procede de sus Espíritus protectores, los cuales quieren advertirle que esté listo para partir, o le infunden valor en los momentos en que más lo necesita. También puede proceder de la intuición que tiene de la existencia que eligió, o de la misión que ha aceptado y que sabe que deberá cumplir.” 

¿A qué se debe que quienes presienten su muerte le temen, por lo general, menos que los otros?
Quien teme a la muerte es el hombre y no el Espíritu. El que la presiente, piensa más como Espíritu que como hombre: comprende su liberación y la aguarda.

Si la muerte no puede evitarse cuando debe ocurrir, ¿sucede lo mismo con todos los accidentes que sufrimos en el transcurso de la vida?
Cuando se trata de cosas bastante insignificantes, nosotros podemos preveniros de ellas, y a veces hacemos que las evitéis dirigiendo vuestro pensamiento, pues no nos agrada el sufrimiento material. No obstante, eso es poco relevante para la vida que habéis elegido. La fatalidad, en verdad, sólo consiste en la hora en que debéis aparecer en la Tierra, así como en la que habréis de desaparecer de ella.

¿Hay hechos que deben suceder forzosamente y que la voluntad de los Espíritus no puede evitar?
Sí, pero que tú, en el estado de Espíritu, has visto y presentido cuando hiciste tu elección. Sin embargo, no creas que todo lo que sucede está escrito, como dicen. Un acontecimiento suele ser la consecuencia de algo que has hecho mediante un acto de tu voluntad libre, de modo que, si no hubieras hecho eso, el acontecimiento no habría tenido lugar. Si te quemas un dedo, no es más que el resultado de tu imprudencia y el efecto de la materia. Sólo los grandes dolores, los acontecimientos importantes, que pueden influir en la moral, han sido previstos por Dios, porque son útiles para tu purificación y tu esclarecimiento.

El hombre, mediante su voluntad y sus actos, ¿puede evitar que tengan lugar acontecimientos que debían ocurrir, y a la inversa?
Sí, puede hacerlo, en caso de que esa desviación aparente se integre a la vida que ha elegido. Además, para hacer el bien –como debe ser y por tratarse del único objetivo de la vida– puede impedir el mal, sobre todo aquel que contribuiría a un mal mayor.

El hombre que cometió un asesinato, ¿sabía, cuando eligió su existencia, que se convertiría en un asesino? 
No. Sabía que si optaba por una vida de lucha tendría la posibilidad de matar a uno de sus semejantes, pero ignoraba si lo haría, porque el hombre casi siempre delibera antes de cometer el crimen. Ahora bien, el que delibera acerca de algo siempre es libre de hacerlo o no. Si el Espíritu supiera por anticipado que, como hombre, habrá de cometer un asesinato, estaría predestinado a ello. Sabed, pues, que nadie está predestinado al crimen, y que todo crimen, así como cualquier otro acto, es en todos los casos el resultado de la voluntad y del libre albedrío.
Además, vosotros siempre confundís dos cosas muy distintas: los acontecimientos materiales de la vida y los actos de la vida moral. Si a veces existe la fatalidad, es en esos acontecimientos materiales, cuya causa es ajena a vosotros, y que son independientes de vuestra voluntad. En cuanto a los actos de la vida moral, emanan siempre del propio hombre, quien, por consiguiente, siempre tiene la libertad de elección. En relación con esos actos, pues, nunca existe la fatalidad.

Hay personas a las cuales nada les sale bien. Un genio malo parece perseguirlas en todas sus empresas. ¿Se puede denominar a eso fatalidad?
Es fatalidad, si así quieres denominarla. Pero es el resultado de la elección de la clase de existencia, porque esas personas han querido ser probadas mediante una vida de decepciones, a fin de ejercitar la paciencia y la resignación. Con todo, no creas que esa fatalidad sea absoluta. Suele ser el resultado del camino equivocado que han tomado y que no está a la altura de su inteligencia y sus aptitudes. El que quiere cruzar a nado un río, sin saber nadar, tiene muchas posibilidades de ahogarse. Así sucede en la mayoría de los acontecimientos de la vida. Si el hombre sólo emprendiera obras que estuviesen a la altura de sus facultades, por lo general tendría éxito. Pero se pierde por el amor propio y la ambición, que lo desvían del camino y hacen que confunda el deseo de satisfacer ciertas pasiones con una vocación. Fracasa por su culpa. No obstante, en lugar de admitir su error, prefiere acusar de ello a su estrella. Es el caso de quien se muere de hambre porque quiso ser un mal poeta en vez de ganarse honradamente la vida como un obrero eficiente. Habría lugar para todos si cada uno supiera ocupar el lugar que le corresponde.

Las costumbres sociales, ¿no suelen obligar al hombre a seguir un camino antes que otro? ¿No está él sometido al control de la opinión cuando elige sus ocupaciones? Lo que llamamos respeto humano, ¿no es un obstáculo para el ejercicio del libre albedrío?
Los hombres crean las costumbres sociales, no Dios. Si se someten a ellas es porque les conviene, lo cual también constituye un acto de su libre albedrío, puesto que si lo quisieran podrían liberarse de esas costumbres. Entonces, ¿por qué se quejan? No deben acusar a las costumbres sociales, sino a su tonto amor propio, que hace que prefieran morirse de hambre antes que renunciar a cumplirlas. Nadie les toma en cuenta ese sacrificio hecho a favor de la opinión. En cambio, Dios sí tomaría en cuenta el sacrificio de su vanidad. Esto no quiere decir que haya que desafiar a esa opinión innecesariamente, como lo hacen algunas personas que tienen más originalidad que verdadera filosofía. Hay tanto desatino en hacer que a uno lo señalen con el dedo o lo miren cual, si fuera un bicho raro, como sabiduría en descender por propia voluntad y sin quejarse, cuando uno no puede mantenerse en lo alto de la escala.” 

Hay personas a quienes la suerte les es contraria. En cambio, a otras parece favorecerlas, pues todo les sale bien. ¿A qué se debe esto último?
A menudo es porque son más ingeniosas. Aunque también puede tratarse de una clase de prueba. El éxito las embriaga. Se fían de su destino y más tarde suelen pagar esos mismos éxitos con crueles reveses, que habrían podido evitar con prudencia.

¿Cómo explicar la suerte que favorece a algunas personas en circunstancias en las que no intervienen en modo alguno la voluntad ni la inteligencia, en el juego, por ejemplo?
Algunos Espíritus han elegido por anticipado determinados tipos de placer. La suerte que los favorece es una tentación. El que gana como hombre, pierde como Espíritu. Se trata de una prueba para su orgullo y su codicia.

Así pues, la fatalidad que parece presidir los destinos materiales de nuestra vida, ¿sería también un efecto de nuestro libre albedrío? 
Tú mismo has elegido tu prueba. Cuanto más ruda sea y cuanto mejor la soportes, tanto más te elevarás. Los que pasan su vida en la abundancia y la felicidad humana son Espíritus cobardes que permanecen estacionarios. Así, el número de infortunados es muy superior al de los dichosos de la Tierra, dado que la inmensa mayoría de los Espíritus buscan la prueba que les será más fructífera. Conocen demasiado bien la futilidad de vuestras grandezas y placeres. Además, hasta la vida más feliz inevitablemente es agitada y desordenada: incluso en ausencia del dolor.

¿De dónde proviene la expresión “nacer con buena estrella”?
Antigua superstición que relacionaba las estrellas con el destino de cada hombre. Alegoría que algunas personas toman tontamente al pie de la letra.


Bibliografía:
El evangelio según el espiritismo
El libro de los Médiums
El libro de los Espíritus

AMOR, CARIDAD y TRABAJO






Magnetizadores y Médiumns Curativos o Sanadores





MAGNETIZADORES
y
MÉDIUMNS CURATIVOS o SANADORES




El fluido universal, es el elemento primitivo del cuerpo carnal y del periespíritu, pues éstos sólo son transformaciones de aquél. Por la identidad de su naturaleza, este fluido condensado en el periespíritu puede suministrar al cuerpo los principios regeneradores. El agente propulsor es el espíritu, encarnado o desencarnado, que infiltra en un cuerpo deteriorado una parte de la sustancia de su envoltura fluídica. La curación se opera por la sustitución de una molécula enferma por otra molécula sana. El poder curativo dependerá de la pureza de la sustancia inoculada y también de la energía de la voluntad, que provoca una emisión fluídica más abundante y otorga una fuerza de penetración mayor, y, finalmente, de las intenciones que animan al curador, ya sea hombre o espíritu. Los fluidos que emanan de una fuente impura son algo así como medicamentos alterados.

Los efectos de la acción fluídica sobre los enfermos son extremadamente variados, según las circunstancias. Esta acción es lenta, a veces, y requiere un tratamiento continuado; pero otras, es rápida como una corriente eléctrica. Hay personas dotadas de un poder tal, que obtienen en ciertos enfermos curaciones instantáneas con sólo imponerles las manos y aún con el solo acto de la voluntad. Entre los dos extremos de esa facultad, hay infinidad de matices. Todas las curaciones de este tipo son variedades del magnetismo y sólo difieren por el poder y la rapidez de la acción. El principio es siempre el mismo: es el fluido el que juega el papel de agente terapéutico. El efecto está subordinado a la calidad del mismo y las circunstancias.

La acción magnética puede verificarse de diferentes maneras:

1) Por el fluido del mismo magnetizador; es el llamado magnetismo humano, cuya acción está subordinada a la potencia y, sobre todo, a la calidad del fluido.

2) Por el fluido de los espíritus que actúan directamente y sin intermediario sobre un encarnado, ya sea para curar o para calmar un sufrimiento, para provocar el sueño sonambúlico espontáneo o ejercer una influencia física o moral. Se le denomina magnetismo espiritual, y su potencia depende de las cualidades del espíritu.

3) Por el fluido que los espíritus proyectan sobre el magnetizador, a quienes éste sirve de conductor. Es el llamado magnetismo mixto, semiespiritual o humano-espiritual. El fluido espiritual, combinado con el fluido humano, otorga a este último las cualidades que le faltan. El concurso de los espíritus, en circunstancias parecidas, es a veces espontáneo, pero generalmente se produce por la evocación del magnetizador.


Los médiums que obtienen indicaciones de remedios de parte de Espíritus no son lo que se llaman médiums sanadores, pues no curan por sí mismos; son simples médiums escribientes que tienen una aptitud más específica que otros para ese tipo de comunicaciones y que, por esa razón, se pueden llamar médiums recetantes, como otros son médiums poetas o dibujantes. La mediumnidad curativa se ejerce por la acción directa del médium sobre el enfermo, por medio de una especie de magnetización de hecho o de pensamiento.

Quien dice médium dice intermediario. Hay esta diferencia entre el magnetizador propiamente dicho y el médium sanador: el primero magnetiza con su fluido personal y el segundo, con el fluido de los Espíritus, al cual sirve de conductor. El magnetismo producido por el fluido de las personas es el magnetismo humano; aquel que proviene del fluido de los Espíritus es el magnetismo espiritual. 

El fluido magnético tiene, pues, dos fuentes muy distintas: los Espíritus encarnados y los Espíritus desencarnados. Esa diferencia de origen produce una diferencia muy grande en la calidad del fluido y en sus efectos. El fluido humano siempre está impregnado, en mayor o menor grado, de las impurezas físicas y morales del encarnado; el de los buenos Espíritus es necesariamente más puro y, por eso mismo, tiene propiedades más activas que producen una cura más rápida. Pero, al pasar por intermedio del encarnado, puede alterarse como un agua limpia que pasa por un recipiente impuro, como todo remedio se altera si ha pasado un tiempo en un recipiente sucio y pierde, en parte, sus propiedades benéficas. De eso se deduce que, para todo verdadero médium sanador, hay la necesidad absoluta de trabajar en su depuración, es decir, en su mejoramiento moral, según el principio general: limpiad el recipiente antes de serviros, si deseáis tener algo bueno.

El fluido espiritual es más depurado y benéfico tanto en cuanto que el Espíritu que lo suministra es, él mismo, más puro y más liberado de la materia. Se concibe que el fluido espiritual de los Espíritus inferiores debe parecerse al de las personas y puede tener propiedades maléficas, si el Espíritu es impuro y animado de malas intenciones. Por la misma razón, las cualidades del fluido humano presentan matices infinitos según las cualidades físicas y morales del individuo; es evidente que el fluido rezumado de un cuerpo malsano puede inocular principios mórbidos en el magnetizado. Las cualidades morales del magnetizador, es decir, la pureza de intención y de sentimiento, el deseo ardiente y desinteresado de aliviar a su semejante, unidos a la salud del cuerpo, dan al fluido un poder reparador que, en ciertos individuos, puede acercarse a las cualidades del fluido espiritual. Por lo tanto, sería un error considerar al magnetizador como una simple máquina de transmisión fluídica. En eso como en todas las cosas, el producto va conforme al instrumento y al agente productor. Por esos motivos, habría imprudencia en someterse a la acción magnética del primer desconocido; aparte de los conocimientos prácticos indispensables, el fluido del magnetizador es como la leche de una nodriza: saludable o insalubre. 

Al ser el fluido humano menos activo, exige una magnetización constante y un verdadero tratamiento, a veces muy largo; el magnetizador, debido a que consume su propio fluido, se agota y se fatiga, pues es de su propio elemento vital que él da; es por eso que debe, de tiempo en tiempo, recuperar sus fuerzas. El fluido espiritual, más potente a causa de su pureza, produce efectos más rápidos y frecuentemente casi instantáneos. Al no ser ese fluido el del magnetizador, resulta que la fatiga es casi nula. 

El Espíritu puede actuar directamente, sin intermediario, sobre un individuo, así como se lo puede constatar en muchas ocasiones, ya sea para aliviarlo, curarlo si eso se puede, o para producir el sueño sonambúlico. Cuando actúa por un intermediario, es el caso de la mediumnidad curativa.

El médium sanador recibe el influjo fluídico de los Espíritus, mientras que el magnetizador extrae todo de sí mismo. Pero los médiums sanadores, en la estricta acepción de la palabra, es decir, aquellos cuya personalidad se borra completamente ante la acción espiritual, son extremadamente raros, porque esa facultad, elevada al más alto grado, requiere de un conjunto de cualidades morales que rara vez se encuentran en la Tierra; éstos pueden obtener, únicamente por la imposición de manos, esas curas instantáneas que nos parecen prodigiosas; muy pocas personas pueden aspirar a esa gracia. Al ser el orgullo y el egoísmo las principales fuentes de imperfecciones humanas, resulta que aquellos que se vanaglorian de poseer ese don, que, a todos los lugares, van a preconizar las curas maravillosas que han hecho, o que dicen haber hecho, que buscan la gloria, la reputación o el provecho, están en las peores condiciones para obtener ese don, pues esa facultad es el privilegio exclusivo de la modestia, de la humildad, de la abnegación y del desinterés. Jesús decía a aquellos a quienes había curado: «Id a dar gracias a Dios y no lo digáis a nadie».

Por lo tanto, al ser la mediumnidad curativa pura una excepción en la Tierra, resulta que hay casi siempre una acción simultánea del fluido espiritual y del fluido humano; es decir, que los médiums sanadores son todos magnetizadores, en mayor o menor grado, es por eso que actúan según los procedimientos magnéticos; la diferencia está en la predominancia de uno o de otro fluido y en la mayor o menor rapidez de la cura. Todo magnetizador puede volverse médium sanador si sabe hacerse asistir por buenos Espíritus; en ese caso, los Espíritus vienen en su ayuda vertiendo sobre él el propio fluido de ellos, que puede decuplicar o centuplicar la acción del fluido puramente humano. 

Los Espíritus vienen hacia quienes quieren; ninguna voluntad puede obligarles; ceden a la oración si es fervorosa, sincera, pero jamás a la conminación. Resulta que la voluntad no puede producir la mediumnidad curativa y que nadie puede ser médium sanador con designio premeditado. Se reconoce al médium sanador por los resultados que obtiene y no por su pretensión de serlo.

Pero si la voluntad es ineficaz en cuanto al concurso de los Espíritus, es todopoderosa para imprimir al fluido, espiritual o humano, una buena dirección y una energía más grande.

En la persona apática y distraída, la corriente es apática; la emisión, débil; el fluido espiritual se detiene en esa persona, pero sin provecho para ella; en la persona de una voluntad enérgica, la corriente produce el efecto de una ducha. No se debe confundir la voluntad enérgica con la testarudez, pues la testarudez es siempre una consecuencia del orgullo o del egoísmo, mientras que el más humilde puede tener la voluntad de la abnegación. 

La voluntad, además, es todopoderosa para dar a los fluidos las cualidades específicas apropiadas a la naturaleza de la enfermedad. Ese punto, que es capital, está relacionado con un principio todavía poco conocido, pero que está en estudio: el de las creaciones fluídicas y de las modificaciones que el pensamiento puede hacer sufrir a la materia. El pensamiento, que provoca una emisión fluídica, puede operar ciertas transformaciones moleculares y atómicas, como se ve producir bajo la influencia de la electricidad, de la luz o del calor. 

La oración, que es un pensamiento, cuando es fervorosa, ardiente, hecha con fe, produce el efecto de una magnetización, no solamente porque llama el concurso de los buenos Espíritus, sino también porque dirige sobre el enfermo una corriente fluídica saludable. Llamamos vuestra atención respecto a este asunto sobre las oraciones contenidas en El Evangelio según el Espiritismo para los enfermos o los obsesos.

Si la mediumnidad curativa pura es el privilegio de las almas de élite, la posibilidad de dulcificar ciertos sufrimientos, incluso de curar, aunque de una manera no instantánea, ciertas enfermedades, está dada a todo el mundo, sin que haya necesidad de ser magnetizador. El conocimiento de los procedimientos magnéticos(1) es útil en los casos complicados, pero no es indispensable. Como está dado a todo el mundo hacer un llamado a los buenos Espíritus, orar y querer el bien, frecuentemente basta imponer las manos sobre un dolor para calmarlo; es lo que puede hacer todo individuo, si emplea en eso la fe, el fervor, la voluntad y la confianza en Dios. Se puede observar que la mayoría de los médiums sanadores inconscientes, aquellos que no se dan ninguna cuenta de su facultad y que se encuentran a veces en las condiciones más humildes y entre personas privadas de toda instrucción, recomiendan la oración y se ayudan a sí mismos al orar. Únicamente, la ignorancia de ellos les hace creer en la influencia de esta o de aquella fórmula; algunas veces, incluso, mezclan en eso prácticas evidentemente supersticiosas, que deben ser consideradas tal como merecen. 

Pero del hecho de que se habrá obtenido una vez, o incluso varias veces, resultados satisfactorios, sería temerario hacerse pasar por médium sanador y concluir que se puede vencer toda especie de mal. La experiencia prueba que, en la acepción estricta de la palabra, entre los mejores dotados, no hay médiums sanadores universales. Éste habrá devuelto la salud a un enfermo y no producirá nada en otro; aquél habrá curado un mal en un individuo y no curará el mismo mal otra vez, en la misma persona o en otra; otro, en fin, tendrá la facultad hoy, ya no la tendrá mañana y podrá recuperarla más tarde, según las afinidades o las condiciones fluídicas en las cuales se encuentre.

La mediumnidad curativa es una aptitud, como todos los tipos de mediumnidad, inherente al individuo, pero el resultado efectivo de esa aptitud es independiente de su voluntad. Indudablemente, se desarrolla por el ejercicio y, sobre todo, por la práctica del bien y de la caridad; pero como no podría tener la fijeza, ni la puntualidad de un talento adquirido por el estudio y del cual se es siempre poseedor, no podría volverse una profesión. Por lo tanto, sería algo engañoso que una persona se ostentara ante el público como médium sanador. 

La mediumnidad curativa razonada está íntimamente asociada con el Espiritismo, ya que se basa esencialmente en el concurso de los Espíritus; ahora bien, aquellos que no creen en los Espíritus, ni en su propia alma, y mucho menos en la eficacia de la oración, no podrían ponerse en las condiciones deseadas, pues no es algo que se pueda experimentar maquinalmente. Entre aquellos que creen en el alma y en su inmortalidad, ¿cuántos todavía hoy en día retrocederían de pavor ante un llamado a los buenos Espíritus, con el temor de atraer al demonio, y que creen todavía, de buena fe, que todas esas curas son obra del diablo? El fanatismo es ciego; no razona. No será siempre así, sin duda, pero pasará todavía tiempo antes de que la luz penetre en ciertos cerebros. Entretanto, hagamos el mayor bien posible con la ayuda del Espiritismo; hagamos el bien incluso a nuestros enemigos, aunque seamos pagados con ingratitud. Es el mejor medio de vencer ciertas resistencias y de probar que el Espiritismo no es oscuro, como algunos lo afirman.

La mediumnidad curativa consiste principalmente en el don que poseen ciertas personas de curar con un simple toque, con la mirada e incluso con un gesto, sin el auxilio de ninguna medicación. Se dirá, sin duda, que esto no es más que magnetismo. Es evidente que en este fenómeno el fluido magnético desempeña un papel importante. Pero cuando se lo analiza con cuidado, fácilmente se reconoce que en él hay algo más. La magnetización ordinaria es un verdadero tratamiento, continuado, regular y metódico. En cambio, en la mediumnidad curativa las cosas ocurren de un modo diferente por completo. Todos los magnetizadores son más o menos aptos para curar, siempre que sepan conducirse convenientemente, mientras que en los médiums curativos la facultad es espontánea, e incluso algunos la poseen sin jamás haber oído hablar del magnetismo. La intervención de un poder oculto, que caracteriza a la mediumnidad, se torna evidente en determinadas circunstancias, sobre todo si consideramos que la mayoría de las personas que con razón pueden ser calificadas de médiums curativos recurren a la plegaria, que es una verdadera evocación. 

Veamos las respuestas que nos dieron los Espíritus a las preguntas que les hicimos acerca de este asunto:

¿Podemos considerar que las personas dotadas de poder magnético forman una variedad de médiums?
No cabe duda.

Sin embargo, el médium es un intermediario entre los Espíritus y el hombre. Ahora bien, el magnetizador, dado que toma de sí mismo la fuerza que utiliza, no parece servir de intermediario a ningún poder extraño.
Es un error. El poder magnético reside, sin duda, en el hombre, pero es aumentado por la acción de los Espíritus a los que llama en su ayuda. Si magnetizas con el propósito de curar, por ejemplo, y evocas a un Espíritu bueno que se interesa por ti y por tu enfermo, ese Espíritu aumenta tu fuerza y tu voluntad, dirige tu fluido y le confiere las cualidades necesarias.

De todos modos, hay muy buenos magnetizadores que no creen en los Espíritus.
¿Supones entonces que los Espíritus sólo ejercen su acción sobre los que creen en ellos? Los que magnetizan para el bien son auxiliados por Espíritus buenos. Todo hombre que alimenta el deseo del bien los llama sin proponérselo, del mismo modo que, mediante el deseo del mal y las malas intenciones, llama a los malos.

El magnetizador que creyera en la intervención de los Espíritus, ¿se desempeñaría con mayor eficacia? 
Haría cosas que consideraríais milagros.

Algunas personas, ¿tienen realmente el don de curar con el simple toque, sin el empleo de los pases magnéticos?
Sin duda. ¿Acaso no tenéis al respecto numerosos ejemplos?

En ese caso, ¿existe una acción magnética, o sólo la influencia de los Espíritus?
Ambas cosas. Esas personas son verdaderos médiums, pues actúan bajo la influencia de los Espíritus, lo que no quiere decir que lo hagan a la manera de los médiums escribientes, según vosotros lo entendéis.

Ese poder, ¿puede ser transmitido?
El poder, no; pero sí el conocimiento de lo necesario para ejercerlo en caso de que se lo posea. Hay personas que dudarían de que tienen ese poder, si no fuera porque creen que les ha sido transmitido.

¿Pueden obtenerse curas por medio de la plegaria solamente?
Sí, algunas veces, si Dios lo permite. Puede suceder, sin embargo, que para el enfermo sea bueno seguir sufriendo, en cuyo caso suponéis que vuestra plegaria no fue escuchada.

¿Hay para eso fórmulas de plegarias más eficaces que otras?
Sólo la superstición puede atribuir virtudes a ciertas palabras, y sólo los Espíritus ignorantes o mentirosos pueden alimentar semejantes ideas mediante la prescripción de fórmulas. Con todo, si se trata de personas poco ilustradas e incapaces de comprender las cosas puramente espirituales, puede suceder que el empleo de una determinada fórmula contribuya a infundirles confianza. En ese caso, la eficacia no reside en la fórmula, sino en la fe, que aumenta gracias a la idea asociada al uso de la fórmula.


El magnetismo al igual que la mediumnidad curativa es una facultad o don que podemos tener, pero en grados muy diferentes, por lo que ambas facultades no deberían ser explotadas económicamente, como ocurre con la medicina por ser una ciencia, máxime la mediumnidad curativa por estar supeditada al concurso del plano espiritual.

Según la Doctrina Espírita, en los encarnados en los que la facultad de la mediumnidad está manifiesta ostensiblemente, normalmente es una prueba por la que tienen que pasar, y si la explotan o hacen mal uso de ella, tendrán que dar cuenta en el plano espiritual.


(1) Procedimientos magnéticos:
Es un fenómeno físico por el cual los objetos ejercen fuerzas de atracción o repulsión sobre otros materiales. 
Ejemplos:
Hay algunos materiales conocidos que han presentado propiedades magnéticas detectables fácilmente como el níquel, hierro, cobalto y sus aleaciones que comúnmente se llaman imanes.
Magnetismo:
El magnetismo también tiene otras manifestaciones en física, particularmente como uno de los dos componentes de la radiación electromagnética, como, por ejemplo, la luz.
Explicación:
Todos los electrones tienden a orientarse en la misma dirección, creando una fuerza magnética grande o pequeña dependiendo del número de electrones que estén orientados.


Bibliografía:
El Génesis de Allan Kardec
Revista Espírita 1862-5 (Colección de textos de Allan Kardec)
El Libro de los Médiums de Allan Kardec

AMOR, CARIDAD y TRABAJO