El libro de los Espíritus de Allan
Kardec, nos dice en las siguientes preguntas:
208. ¿No tiene
influencia el espíritu de los padres en el del hijo, después de haber nacido
éste?
«La tiene, y muy grande, pues, como dejamos dicho,
los espíritus deben contribuir a su progreso recíproco. Pues bien: el espíritu
de los padres tiene la misión de desarrollar, por medio de la educación, el de
sus hijos, lo que les impone una tarea. Si falta en ella, se hace culpable».
209. ¿Por qué
los padres buenos y virtuosos tienen hijos de naturaleza perversa? O, de otro
modo, ¿por qué las buenas cualidades de los padres no atraen siempre en virtud
de la simpatía, a un buen espíritu que anime al hijo?
«Un espíritu malo puede pedir buenos padres con la
esperanza de que sus consejos le llevarán por mejor camino, y a menudo Dios se
lo concede».
582. ¿Puede
considerarse la paternidad como una misión?
«Sin duda es una misión y al mismo tiempo un deber
muy grande que compromete para el porvenir la responsabilidad más de lo que el
hombre se imagina. Dios ha puesto al niño bajo la tutela de sus padres para que
estos le guíen en la senda del bien, y les ha facilitado la tarea dando a aquél
una organización endeble y delicada, que le hace accesible a todas las
impresiones. Pero padres hay que se ocupan más de enderezar los árboles de su
jardín y en hacerlos dar mucho fruto, que en enderezar el carácter de su hijo.
Si este sucumbe por falta de aquéllos, sufrirán la pena y los padecimientos del
hijo en la vida futura recaerán sobre ellos; porque no hicieron lo que estaba
en sus manos por su adelanto en el camino del bien».
583. Si un niño
es malo, a pesar de los cuidados de sus padres, ¿son responsables estos?
«No; pero mientras más malas sean las disposiciones
del hijo, más pesada es la tarea, y mayor será el mérito si consiguen separarle
del mal camino».
385. ¿De dónde
procede el cambio que se opera en el carácter a cierta edad, particularmente al
salir de la adolescencia? ¿Es el espíritu el que se modifica?
«Es el espíritu que recupera su naturaleza y se
muestra como era.
»Vosotros no sabéis el secreto que en su inocencia
ocultan los niños; no sabéis lo que son, lo que han sido, lo que serán, y los
amáis sin embargo, los queréis como si fuesen parte de vosotros mismos, de modo
que el amor de una madre hacia sus hijos se reputa como el mayor que puede un
ser sentir por otro ser. ¿De dónde procede tan dulce afecto, esa tierna
benevolencia (bondad)
que hasta los mismos extraños experimentan respecto del niño? ¿Lo sabéis? No.
Yo voy a explicároslo.
»Los niños son seres que Dios envía a nuevas
existencias, y para que no puedan acusarle de severidad demasiado grande, les
concede todas las apariencias de la inocencia. Hasta en un niño de mala índole,
se cubren sus maldades con la inocencia de sus actos. Semejante inocencia no es
una superioridad real sobre lo que era antes, no; es la imagen de lo que debiera
ser, y si no lo son, sobre ellos únicamente recae la culpa.
»Pero no solamente por ellos les da Dios este
aspecto, dáselo también, y sobre todo, por sus padres, cuyo amor es necesario a
la debilidad de aquéllos, amor que se amenguaría notablemente a la vista de un
carácter áspero y acerbo (desagradable),
al paso que, creyendo a sus hijos buenos y afables, les profesan todo su afecto
y les rodean de los más exquisitos cuidados.
»Pero cuando los hijos no han menester ya de esta
protección, de esta asistencia que se les ha otorgado, durante quince o veinte
años, aparece su carácter real e individual en toda su desnudez, y continúa
siendo bueno, si esencialmente era bueno; pero se matiza siempre de los colores
que estaban ocultos por la primera infancia.
»Ya veis que las miras de Dios son siempre las
mejores y que cuando se tiene un corazón puro, la explicación es fácil de
concebir.
»Figuraos, en efecto, que el espíritu de los niños
que nacen entre vosotros, puede venir de un mundo donde ha tomado hábitos
diferentes, ¿cómo queréis que existiese en medio de vosotros ese nuevo ser, que
viene con pasiones esencialmente distintas de las que tenéis vosotros, con
inclinaciones y gustos enteramente opuestos a los vuestros, ¿cómo queréis que se
uniese a vuestras filas de otro modo que como Dios lo ha querido, es decir, por
el tamiz (filtro)
de la infancia? En ella se confunden todos los pensamientos, todos los
caracteres y las variedades de seres engendrados por esa multitud de mundos en
los que crecen las criaturas. Y vosotros mismos, al morir, os encontráis en una
especie de infancia en medio de nuevos hermanos, y en vuestra nueva existencia
no terrestre, ignoráis los hábitos, las costumbres y las relaciones de ese
mundo nuevo para vosotros, y hablaríais con dificultad una lengua que no estáis
acostumbrados a hablar, lengua más viva aún que vuestro pensamiento actual.
»La infancia tiene otra utilidad. Sólo entran los
espíritus en la vida corporal para perfeccionarse, para mejorarse, y la debilidad de la edad primera les hace
flexibles, accesibles a los consejos de la experiencia y de los que deben
hacerles progresar. Entonces es cuando puede reformarse su carácter y reprimir
sus malas inclinaciones, y esta es la misión que Dios ha confiado a los padres,
misión sagrada de la que habrán de rendir cuentas.
»Así es como la infancia es no sólo útil, necesaria
e indispensable, sino que también consecuencia natural de las leyes que Dios ha
establecido y que rigen el universo».
En el libro El Evangelio según el
Espiritismo de Allan Kardec, nos dice sobre:
La ingratitud de
los hijos y los lazos de familia (CAPÍTULO XIV, página 224):
¡Oh,
espiritistas! comprended hoy el gran papel de la Humanidad; comprended que
cuando producís un cuerpo, el alma que se encarna en él viene del espacio para progresar;
sabed vuestros deberes; y poned todo vuestro amor en aproximar esta alma a Dios;
esta es la misión que os está confiada, y por la que recibiréis la recompensa
si la cumplís fielmente. Vuestros cuidados, la educación que la daréis,
ayudarán a su perfeccionamiento y a su bienestar futuro. Pensad que a cada
padre y a cada madre, Dios preguntará: ¿Qué habéis hecho del niño confiado a
vuestro cuidado? Si se ha quedado atrasado por vuestra falta, vuestro castigo
será el verle entre los espíritus que sufren, dependiendo de vosotros el que
hubiese sido feliz. Entonces vosotros mismos, abatidos por los remordimientos,
procuraréis reparar vuestra falta, solicitaréis una nueva encarnación para
vosotros y para él, en la cual le rodearéis de mejores cuidados, y él, lleno de
reconocimiento, os rodeará con su amor.
No desechéis,
pues al hijo que en la cuna rechaza a su madre, ni al que paga con ingratitudes;
no es la casualidad la que os ha hecho así, ni la que os lo ha dado. Una intuición
imperfecta del pasado se revela, y de esto podéis juzgar que el uno o el otro
ha aborrecido mucho o ha sido muy ofendido: que el uno o el otro ha venido para
perdonar o expiar. ¡Madres! abrazad, pues, al hijo que os causa tristeza, y decíos:
Uno de nosotros dos es culpable. Mereced los goces divinos que Dios concede a
la maternidad, enseñando a este niño, que está en la tierra para
perfeccionarse, a amar y bendecir.
Mas ¡ay! muchos
de entre vosotros, en lugar de echar fuera los malos principios innatos de las
existencias anteriores por medio de la educación, entretenéis y desarrolláis
estos mismos principios por una culpable debilidad o por indolencia; pero más
tarde vuestro corazón ulcerado por la ingratitud de vuestros hilos, será para
vosotros, desde esta vida, el principio de vuestra expiación.
La tarea no es
tan difícil como podríais creerlo, no exige la ciencia del mundo; lo mismo
puede cumplirla el sabio que el ignorante, y el Espiritismo viene a
facilitarla, haciendo conocer la causa de las imperfecciones del corazón
humano.
Desde la cuna, el hijo manifiesta los instintos buenos o malos que trae de su existencia anterior; es preciso aplicarse a estudiarlos; todos los males tienen su principio en el egoísmo y en el orgullo; vigilad pues, las menores señales que revelan el germen de estos vicios, y dedicaos a combatirlos sin esperar que echen raíces profundas; haced como el buen jardinero que arranca los malos vástagos a medida que los ve apuntar en el árbol. Si dejáis desarrollar el egoísmo y el orgullo, no os admiréis si más tarde os pagan con ingratitudes. Cuando los padres han hecho todo cuanto han podido para el adelantamiento moral de sus hijos, si no pueden conseguir su objeto, no pueden hacerse cargos, y su conciencia puede estar tranquila; pero al pesar muy natural que experimentan por el mal éxito de sus esfuerzos, Dios reserva un grande, un inmenso consuelo, por la "certeza" de que sólo es un atraso, y que les será permitido acabar en otra existencia la obra empezada en ésta, y que un día el hijo ingrato les recompensara con su amor.
Desde la cuna, el hijo manifiesta los instintos buenos o malos que trae de su existencia anterior; es preciso aplicarse a estudiarlos; todos los males tienen su principio en el egoísmo y en el orgullo; vigilad pues, las menores señales que revelan el germen de estos vicios, y dedicaos a combatirlos sin esperar que echen raíces profundas; haced como el buen jardinero que arranca los malos vástagos a medida que los ve apuntar en el árbol. Si dejáis desarrollar el egoísmo y el orgullo, no os admiréis si más tarde os pagan con ingratitudes. Cuando los padres han hecho todo cuanto han podido para el adelantamiento moral de sus hijos, si no pueden conseguir su objeto, no pueden hacerse cargos, y su conciencia puede estar tranquila; pero al pesar muy natural que experimentan por el mal éxito de sus esfuerzos, Dios reserva un grande, un inmenso consuelo, por la "certeza" de que sólo es un atraso, y que les será permitido acabar en otra existencia la obra empezada en ésta, y que un día el hijo ingrato les recompensara con su amor.
Dios no ha hecho
las pruebas superiores a las fuerzas del que las pide; no permite sino las que
se puedan cumplir; si no se llena el objeto, no es la posibilidad la que le
falta, sino la voluntad, porque ¿cuántos hay que en lugar de resistir a las
malas tentaciones, se entregan y complacen en ellas? Para estos están
reservados los llantos y el crujir de dientes en sus existencias posteriores;
pero admirad la bondad de Dios, que nunca cierra la puerta al arrepentimiento.
Llega un día en que el culpable se cansa de sufrir o en que su orgullo al fin
se ha dominado, y entonces es cuando Dios abre sus brazos paternales al hijo
pródigo que se echa a sus pies. "Las grandes pruebas, escuchadme bien, son
casi siempre indicio de un fin de sufrimientos y de un perfeccionamiento del
espíritu, cuando son aceptadas por amor a Dios".
Este es un
momento supremo, y entonces es cuando sobre todo conviene no desfallecer
murmurando, si no se quiere perder el fruto y tener que empezar otra vez. En lugar
de quejaros, dad gracias a Dios, que os ofrece la ocasión de vencer para daros
el premio de la victoria. Entonces, cuando al salir del torbellino del mundo
terrestre entréis en el de los espíritus, seréis allí aclamados como el soldado
que sale victorioso de la pelea.
De todas las
pruebas, las más poderosas son las que afectan al corazón; hay quien soporta
con valor la miseria y las privaciones materiales y sucumbe bajo el peso de la
tristeza doméstica, mortificado por la ingratitud de los suyos. ¡Oh! esto es
una aguda agonía! Pero, ¿quién puede mejor, en estas circunstancias, reanimar
el valor moral, sino el conocimiento de las causas del mal y la certeza de que,
si hay grandes trastornos, no hay desesperaciones eternas, porque Dios no puede
querer que su criatura sufra siempre? ¿Qué cosa hay más consoladora y que dé
más valor, que el pensamiento de que depende de sí mismo y de sus propios
esfuerzos abreviar el sufrimiento, destruyendo en sí las causas del mal? Pero,
para esto, es preciso no concretar las miradas a la Tierra y no ver sólo una
existencia; es preciso elevarse, dominar el infinito del pasado y del porvenir;
entonces la gran justicia de Dios se revela a vuestras miradas y esperáis con paciencia,
porque os explicáis lo que os parecen monstruosidades en la Tierra; las heridas
que recibís en ella sólo os parecen rasguños. Con este golpe de vista echado al
conjunto, los lazos de familia aparecen bajo su verdadera luz; éstos no son ya
los lazos frágiles de la materia que reúnen sus miembros, sino lazos duraderos
del espíritu que se perpetúan y consolidan purificándose, en lugar de romperse
con la encarnación.
Los espíritus a
quienes la semejanza de gustos, la identidad del progreso moral y el afecto
conducen a reunirse, forman familias; estos mismos espíritus en sus emigraciones
terrestres, se buscan para agruparse como lo hacen en el espacio; de aquí nacen
las familias unidas y homogéneas, y si en sus peregrinaciones se separan momentáneamente,
se encuentran después felices por su nuevo progreso. Pero como no deben
trabajar sólo para sí, Dios permite que los espíritus menos adelantados vengan
a encarnarse entre ellos, para tomar consejos y buenos ejemplos en provecho de
su adelantamiento; algunas veces ponen la disensión entre ellos; pero esta es
la prueba, esta es la tarea. Acogedles, pues, como a hermanos, ayudadles, y más
tarde, en el mundo de los espíritus, la familia se felicitará por haber salvado
del naufragio a los que a su vez podrán salvar a otros. (San Agustín.
París, 1862).
En este mismo libro de El Evangelio
según el Espiritismo de Allan Kardec, nos dice lo siguiente sobre la:
Piedad filial
(CAPÍTULO XIV, página 219):
Honrar a su
padre y a su madre no es sólo respetarles; es también asistirles en sus
necesidades, procurarles el descanso en su vejez y rodearles de solicitud como
lo han hecho con nosotros en nuestra infancia.
Sobre todo con
respecto a los padres sin recursos es como se demuestra la verdadera piedad
filial. ¿Cumplen, acaso, este mandamiento aquellos que creen hacer un gran
esfuerzo dándoles lo justo para que no se mueran de hambre, cuando ellos no se privan
de nada, relegándoles en la peor habitación de la casa por no dejarles en la
calle, cuando ellos reservan para sí lo mejor y más cómodo? Gracias aun si no
lo hacen de mal grado y no les obliguen a comprar el tiempo que les queda de
vida, cargándoles con las fatigas domésticas. ¿Está bien que los padres viejos
y débiles sean los servidores de los hijos jóvenes y fuertes? ¿Acaso su madre
les regateó su leche cuando estaban en la cuna? ¿Ha escaseado sus vigilias
cuando estaban enfermos, y sus pasos para procurarles aquello que les faltaba?
No; no es sólo lo estrictamente necesario lo que los hijos deben a sus padres
pobres; deben también darles las pequeñas dulzuras de lo superfluo, los agasajos,
los cuidados exquisitos que sólo son el interés de lo que ellos han recibido y
el pago de una deuda sagrada. Esta es la verdadera piedad filial aceptada por
Dios.
Desgraciado, pues,
aquél que olvida lo que debe a los que le han sostenido en su debilidad, a los
que con la vida material le dieron la vida moral, a los que muchas veces se
impusieron duras privaciones para asegurar su bienestar; desgraciado el
ingrato, porque será castigado con la ingratitud y el abandono; será herido en
sus más caros afectos, "algunas veces desde la vida presente", y más
ciertamente en otra existencia, en la que sufrirá lo que ha hecho sufrir a los
otros.
Es verdad que
ciertos padres olvidan sus deberes y no son para sus hijos lo que deben ser;
pero a Dios corresponde castigarlos y no a sus hijos; éstos no deben
reprocharles, porque ellos mismos han merecido que así sucediera. Si la caridad
eleva a ley el devolver bien por mal, ser indulgente con las imperfecciones de
otro, no maldecir a su prójimo, olvidar y perdonar los agravios, y hasta amar a
los enemigos, ¡cuánto mayor es esta obligación con respecto a los padres! Los
hijos, pues, deben tomar por regla de conducta para con estos últimos, todos
los preceptos de Jesús concernientes al prójimo, y decir que todo proceder
vituperable (reprobable) con los
extraños, lo es más con los allegados, y lo que sólo puede ser una falta en el
primer caso, puede llegar a ser un crimen en el segundo, porque entonces a la
falta de caridad se agrega la ingratitud.