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La misión de Jesús


 






LA MISIÓN DE JESÚS









En El libro de los espíritus los orientadores espirituales informan de que Jesús es el Espíritu más perfecto que Dios envió a la Tierra para servir de guía y modelo a la Humanidad. Información que es enriquecida por estos comentarios de Allan Kardec: “Jesús es para el hombre el prototipo de la perfección moral a que puede aspirar la Humanidad en la Tierra. Dios nos lo ofrece como el modelo más perfecto y la doctrina que enseñó es la más pura expresión de su ley, porque estaba animado del espíritu divino y es el ser más puro que ha venido a la Tierra.”

Después de más de dos mil años de la venida de Cristo, percibimos que su mensaje fue seriamente adulterado por religiosos representantes de las diferentes iglesias cristianas que, atendiendo a los intereses de las políticas de la Iglesia, mezclaron las enseñanzas evangélicas con preceptos teológicos, dogmas y rituales, de forma que los textos del Evangelio y los demás libros neotestamentarios pasaron a ser interpretados literalmente, de modo que se fueron acumulando errores a lo largo de la historia. Kardec destaca este estado de cosas y nos presenta un análisis claro que debe merecer nuestra atención y nuestra cautela:

Siendo la verdad una, no se puede encontrar en afirmaciones contrarias y Jesús no ha podido querer dar a sus palabras un doble sentido. Pues, si las diferentes sectas se contradicen, si unas consideran como verdadero lo que otras condenan como herejías, es imposible que estén todas en la verdad. Si todas hubiesen tomado el verdadero sentido de las enseñanzas evangélicas, se habrían encontrado de nuevo sobre el mismo terreno y no habría sectas.

Lo que no pasará es el verdadero sentido de las palabras de Jesús; lo que pasará, es lo que los hombres establecieron sobre el falso sentido que dieron a esas mismas palabras.

El trabajo del espírita, del cristiano sincero es, por lo tanto, el de rescatar el verdadero sentido de las enseñanzas de Cristo que, obviamente, extrapolan símbolos, teologías y opiniones personales. Debemos estar atentos para no representar aquella planta que será arrancada porque no fue plantada por el Padre Celestial (Mateo, 15:13). Ante tal comprensión, el espírita en particular, debe procurar entender el Evangelio según los postulados de la Doctrina Espírita, ya que esta representa el cumplimiento de la promesa de Cristo, registrada por Juan: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce”. (Juan, 14:15 a 17). “Pero el Paráclito (1), el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan, 14:26). 
(1) Del griego, Parakletos = el mediador, el defensor, el consolador; aquel que está al lado; que intercede.

La misión de Jesús, objeto de este estudio, puede ser resumida en las siguientes palabras del Codificador: “Teniendo Jesús la misión de traer a los hombres el pensamiento de Dios, sólo su doctrina pura puede ser la expresión de ese pensamiento”. Y el Espíritu Emmanuel añade, a su vez: “Jesús, cuya perfección se pierde en la noche inescrutable de las eras, personificando la sabiduría y el amor, ha orientado todo el desarrollo de la Humanidad terrena [...].”

Jesús pone a disposición de la Humanidad la Ley de Justicia transmitida por Moisés en los Diez Mandamientos (Decálogo). El Maestro Nazareno trae la Ley de Amor y todas las orientaciones espirituales necesarias para la mejora moral del hombre. La Ley de Amor es el rumbo seguro del hombre de bien, y está resumida en estas dos enseñanzas: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento”. El segundo es semejante a éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas (Mateo, 22: 37 a 40).

Amar al prójimo como a sí mismo, hacer por los otros lo que quisiéramos que los otros hicieran por nosotros, es la expresión más completa de la caridad, porque resume todos los deberes para con el prójimo. No se puede tener guía más seguro sobre este particular que el tomar por medida de lo que debe hacerse con los otros lo que deseamos que a nosotros se nos haga. ¿Con qué derecho se exigiría a nuestros semejantes mejores procederes de indulgencia, de benevolencia y de devoción, que los que se tienen con ellos? La práctica de estas máximas tiende a la destrucción del egoísmo; cuando los hombres las tomen por normas de su conducta y por base de sus instituciones, comprenderán la verdadera fraternidad y harán reinar entre ellos la paz y la justicia; no habrá ya ni odios ni disensiones, sino unión, concordia y benevolencia mutua.

Para que la misión de Jesús fuese cumplida, fue necesario que él actualizase la Ley Antigua, que se encuentra descrita en el Antiguo Testamento. Jesús no revocó la Ley de Dios (Decálogo) ni las enseñanzas esenciales de los demás profetas, lo que sería un contrasentido, sino que extrajo de ellas el espíritu, es decir, el verdadero sentido, liberándolas de las limitaciones de los aspectos externos, literales. Adaptó la legislación antigua a los preceptos del Amor y de la verdadera Justicia Divina. Justicia que difiere de la practicada por el judaísmo y, más tarde, por las suposiciones de las iglesias cristianas. La Justicia predicada por Cristo está llena de misericordia y bondad y transmite la idea del Padre cuando se refiere al Creador Supremo. Un Padre que vela por sus hijos; un Creador infinitamente bondadoso, misericordioso y justo, el Padre Celestial. Son condiciones completamente diversas del terrible Yahveh, el Dios vengador y de los ejércitos, que el Antiguo Testamento simboliza.

Jesús no vino a destruir la Ley, es decir, la Ley de Dios; vino a darle cumplimiento, esto es, a desarrollarla, a darle su verdadero sentido y apropiarla al grado de adelantamiento de los hombres; por esto se encuentra en esa ley el principio de los deberes para con Dios y el prójimo, que constituyen la base de su doctrina. En cuanto a las leyes de Moisés propiamente dichas, por el contrario, las modificó profundamente, ya en el fondo, ya en la forma; combatió constantemente el abuso de las prácticas exteriores y las falsas interpretaciones y no podría hacerlas sufrir una reforma más radical que reduciéndolas a estas palabras: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”, y diciendo: “Ahí está toda la ley y los profetas”.

Así, la práctica del bien no es sólo un criterio para que el hombre alcance el Reino de Dios. Es el único criterio. El ejercicio de la Ley de Amor es, pues, condición evolutiva, como enseña el Espíritu Lázaro, en un mensaje transmitido en París, en el año 1862:

El amor resume completamente la doctrina de Jesús, porque es el sentimiento por excelencia y los sentimientos son los instintos elevados a la altura del progreso realizado. Inicialmente el hombre sólo tiene instintos; más avanzado y corrompido, sólo tiene sensaciones; más instruido y purificado, tiene sentimientos, y el punto delicado del sentimiento es el amor; no el amor en el sentido vulgar del término, sino ese sol interior que condensa y reúne en su ardiente foco todas las aspiraciones y todas las revelaciones sobrehumanas. La ley de amor sustituye la personalidad por la fusión de los seres y aniquila las miserias sociales. ¡Feliz aquel que, elevándose sobre su humanidad, quiere con gran amor a sus hermanos que sufren! ¡Feliz aquel que ama, porque no conoce ni la angustia del alma, ni la miseria del cuerpo, sus pies son ligeros y vive como transportado fuera de sí mismo! Cuando Jesús pronunció esta divina palabra – amor – hizo con ella estremecer a los pueblos, y los mártires, embriagados de esperanza, descendían al circo.

[...]

He dicho que inicialmente el hombre sólo tiene instintos; aquel, pues, en quien dominan los instintos, está más próximo al punto de partida que del objetivo. Para avanzar en dirección al objetivo, es preciso vencer los instintos en provecho de los sentimientos, es decir, perfeccionar estos sofocando los gérmenes latentes de la materia. Los instintos son la germinación y los embriones del sentimiento [...].

El Espíritu debe ser cultivado como un campo; toda la riqueza futura depende del trabajo presente, y más que bienes terrestres, os traerá a la gloriosa elevación; entonces será cuando comprendiendo la ley de amor que une a todos los seres, encontraréis en ella las suaves alegrías del alma, que son el preludio de las alegrías celestes.

Para Fénelon, otro Espíritu orientador de la Codificación, la condición de amar a Dios es, primeramente, amar al prójimo. En otras palabras, el prójimo es, efectivamente, el instrumento de nuestra evolución, a fin de que podamos tener acceso al Reino de los Cielos. He aquí un resumen de las aclaraciones del Fénelon, transmitidas en Bordeaux, año 1861:

El amor es de esencia divina y desde el primero hasta el último, poseéis en el fondo del corazón la llama de ese fuego sagrado

[...] Ese germen se desarrolla y engrandece con la moralidad y la inteligencia y aunque sea comprimido por el egoísmo, es el origen de santas y dulces virtudes que constituyen los afectos sinceros y duraderos, y os ayudan a vencer la ruta escarpada y árida de la existencia humana.

[...] ¡Pues bien! Para practicar la Ley de Amor, tal como Dios la entiende, es preciso que lleguéis por grados a amar a todos vuestros hermanos indistintamente. La tarea será larga y difícil, pero se cumplirá: Dios lo quiere y la Ley de Amor es el primer y más importante precepto de vuestra nueva doctrina, porque es la que deberá un día, matar el egoísmo, bajo cualquier forma que se presente [...].

[...] Jesús dijo: “Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos”; pero ¿cuál es el límite del prójimo? ¿Es, acaso, la familia, la secta, la nación? No, es la Humanidad entera [...].

Los efectos de la ley de amor son el mejoramiento moral de la raza humana y la felicidad durante la vida terrestre. Los más rebeldes y los más viciosos deberán reformarse cuando vean los beneficios producidos por esa práctica: No hagáis a los otros lo que no quisierais que os hicieran a vosotros, hacedles, por el contrario, todo el bien que vosotros podáis hacerles. No creáis en la esterilidad y endurecimiento del corazón humano; a pesar suyo cede al amor verdadero [...].

[...] La Tierra, morada de prueba y de exilio, será entonces purificada por ese fuego sagrado y verá practicar la caridad, la humildad, la paciencia, la devoción, la abnegación, la resignación, el sacrificio, virtudes todas hijas del amor [...].

La Ley de Amor resume, pues, la Doctrina de Jesús. Esta fue su sublime misión junto a la Humanidad, como también constata el Espíritu Sansón que fue, cuando estaba encarnado, miembro de la Sociedad Espírita de París, en un mensaje transmitido en 1863:

Amar, en el sentido profundo de la palabra, es ser leal, probo, concienzudo, para hacer a los otros lo que quisiéramos para nosotros mismos; es buscar alrededor de sí el sentido íntimo de todos los dolores que abruman a vuestros hermanos, para suavizarlos; es mirar la gran familia humana como la suya, porque esta familia la volverá a encontrar, en ciertos períodos, en mundos más avanzados, y los Espíritus que la componen son, como vosotros, hijos de Dios destinados a elevarse hasta el infinito. Por esto no podéis rehusar a vuestros hermanos lo que Dios os dio libremente, porque por vuestra parte estaríais muy contentos de que vuestros hermanos os diesen del que tuvieseis necesidad. A todos los sufrimientos, dadles, pues, una palabra de esperanza y de apoyo, a fin de que seáis todo amor, todo justicia.

Por último, importa considerar que las enseñanzas de Jesús son de fácil aplicación, siempre que el ser humano se esfuerce en desarrollar virtudes, como nos enseña Emmanuel:

La enseñanza de Jesús no se reviste de fórmulas complicadas.

Aunque guardara el debido respeto a todas las escuelas de revelación de la fe y a sus colegios iniciáticos, notamos que el Señor desciende de lo Alto a fin de liberar al templo que es el corazón humano, para conducirlo a la sublimidad del amor y la luz, a través de la fraternidad, el amor y el conocimiento.

Para eso, el Maestro no exige que los hombres se hagan héroes o santos de un día para otro. No pide que sus seguidores practiquen milagros ni les reclama lo imposible. Su palabra está dirigida a la vida común, a los niveles más simples del sentimiento, a la lucha ordinaria y a las experiencias de cada día.


Bibliografía:
El Evangelio Redivivo (FEB)







El Espíritu de Verdad

 




EL ESPÍRITU DE VERDAD










Diálogo entre Allan Kardec, la médium Srta. Baudin y el Espíritu de Verdad, guía espiritual de Kardec, en los inicios de la codificación espírita, el 25 de marzo de 1956 en casa de Sr. Baudin:

Por esta época habitaba yo (A. Kardec) en la calle de los Mártires, Nº 8, 2ª habitación interior. Una noche, estando en mi gabinete de trabajo, percibí el ruido de pequeños golpes dados en el tabique que me separaba de la pieza vecina. Al principio no les di importancia ni les preste atención, pero como persistieran cada vez con mayor fuerza y cambiando de lugar, me levante y fui a examinar ambos lados del tabique, y escuché si podrían provenir de alguna otra estancia contigua. Nada en claro pude sacar de mi examen minucioso. Lo particular era, que cada vez que me levantaba para proceder al examen; los golpes cesaban, y en cuanto reanudaba mi trabajo, volvían a dejarse oír. A eso de las diez mi esposa entró en el gabinete, y no tardó en darse cuenta de ellos y en preguntarme a que eran debidos. No lo sé, le respondí; hace ya más de una hora que duran. Nos sentamos uno junto al otro y no volvimos a ocuparnos del asunto; a medianoche, hora en que nos retiramos a descansar, todavía continuaban.

Al día siguiente tuvimos sesión en casa de Mr. Baudin; conté el hecho, y solicité se me explicara.

-Allan Kardec: Estaréis sin duda enterados del hecho que acabo de referir; ¿podríais decirme la causa de aquellos golpes tan persistentes? 
-Srta. Baudin: Era tu Espíritu familiar (1)
(1) En esta época no había hecho aún la distinción entre las diversas categorías de Espíritus simpáticos y a todos los englobaba bajo la denominación genérica de Espíritus familiares.

-A. K.: ¿Con que objeto golpeaba así? 
-Srta. B.: Quería comunicarse contigo. 

-A. K.: ¿Podríais decirme que quería? 
-Srta. B.: Puedes preguntárselo a él mismo, ya que está presente.

-Allan Kardec: Mi Espíritu familiar, quien quiera que seáis, os agradezco que os hayáis dignado visitarme. ¿Querríais decirme quien sois? 
-Espíritu de Verdad: Para ti, me llamo la Verdad, y todos los meses, durante un cuarto de hora, estaré aquí a tu disposición.

-A. K.: Cuando golpeasteis mientras trabajaba, ¿teníais algo de particular que decirme? 
-E. de V.: Lo que quería decirte se relacionaba con el trabajo que estabas realizando; no me satisfacía lo que escribías y quería hacerte cesar (2).
(2) Lo que escribía precisamente era relativo al estudio que venía haciendo sobre los Espíritus y sus manifestaciones.

-A. K.: Vuestra desaprobación, ¿recae sobre el capítulo que escribía o sobre el conjunto del trabajo? 
-E. de V.: Sobre el capítulo de ayer. Te constituyo en juez de tu obra; léelo esta noche y verás cómo reconoces y corriges sus faltas.

-A. K.: Tampoco yo estaba muy satisfecho, y lo he rehecho hoy; ¿es este mejor? 
-E. de V.: Mejor es, pero no está bien. Lee de la tercera a la trigésima línea, y reconocerás un grave error.

-A. K.: Ya rompí lo que hice ayer. 
-E. de V.: No importa; lo que rompiste no priva que en lo que hoy has hecho la falta subsista. Léelo y verás.

-A. K.: El nombre de Verdad que vos tomáis, ¿es una alusión a la verdad que yo busco? 
-E. de V.: Puede ser; por lo menos será un guía que te protegerá y te ayudará. 

-A. K.: ¿Puedo evocaros por mí? 
-E. de V.: Si, te asistiré por el pensamiento; pero por la escritura, pasará mucho tiempo antes de que recibas mis instrucciones (3).
(3) En efecto, durante un año, no pude obtener por mí, ninguna comunicación escrita, y cada vez que encontré un médium con el que esperaba lograr alguna cosa, cualquiera circunstancia imprevista se oponía a ello. No conseguí sus comunicaciones de este género hasta que me serví a mí mismo de instrumento.

-A. K.: ¿Podríais comunicarnos más a menudo que todos los meses? 
-E. de V.: Si, pero no te lo prometo hasta nueva orden. 

-A. K.: ¿Habéis animado alguna persona conocida sobre la tierra? 
-E. de V.: Ya te he dicho que para ti soy la Verdad, y este para ti quiere decir discreción; de ello no saldrás sin ventajas.


Anuncio del Consolador
“Si me amáis, guardad mis mandamientos, y yo rogaré a mi Padre, y Él os enviará otro Consolador, a fin de que quede eternamente con vosotros; el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve. Pero vosotros lo conocéis, porque permanecerá con vosotros, y estará en vosotros. Pero el Consolador, que es el Santo Espíritu, al que mi Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, y os hará recordar todo lo que yo os he dicho.” (Juan, 14:15 a 17; 26).

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá hasta vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no han creído en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy hacia mi Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado. 

Tengo aún muchas otras cosas para deciros, pero por el momento no las podéis soportar.

Cuando venga ese Espíritu de Verdad, él os enseñará toda la verdad, porque no hablará de sí mismo, sino que dirá todo lo que haya escuchado, y os anunciará lo que ha de venir.

” Él me glorificará, porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará.” (Juan, 16:7 a 14.)

Esta predicción es, sin discusiones, una de las más importantes, porque demuestra sin ningún equívoco que Jesús no dijo todo lo que tenía para decir, puesto que no lo habrían comprendido ni siquiera sus apóstoles, ya que era a ellos a quienes él se dirigía. Si les hubiese dado instrucciones secretas, ellos las habrían mencionado en el Evangelio. Ahora bien, dado que Jesús no dijo todo a sus apóstoles, los sucesores de estos no pudieron saber más que ellos al respecto. Es posible, pues, que se hayan confundido en cuanto al sentido de sus palabras, o que hayan interpretado falsamente sus pensamientos, en muchas ocasiones velados bajo la forma de parábolas. Por consiguiente, las religiones basadas en el Evangelio no pueden considerarse en posesión de toda la verdad, visto que Jesús reservó para sí la tarea de completar posteriormente sus enseñanzas. El principio de la inmutabilidad que profesan constituye un cuestionamiento de las palabras mismas de Jesús.

Con el nombre de Consolador y de Espíritu de Verdad, Jesús anuncia a aquel que debe enseñar todas las cosas, y hacer que se recuerde lo que él ha dicho. Por consiguiente, su enseñanza no estaba completa. Además, prevé que su mensaje sería olvidado, y que sus palabras serían desvirtuadas, ya que el Espíritu de Verdad debe hacer que se recuerde todo lo que él dijo y, de conformidad con Elías, restablecer todas las cosas, es decir, ponerlas de acuerdo con el verdadero pensamiento de Jesús.

¿Cuál debe ser ese enviado? Al decir: “Rogaré a mi Padre y Él os enviará otro Consolador”, Jesús indica claramente que ese Consolador no es él mismo, pues de lo contrario hubiese dicho: “Volveré para completar lo que les he enseñado”. Después agrega: A fin de que permanezca eternamente con vosotros, y él estará en vosotros. No sería posible que esta expresión se refiriera a una individualidad encarnada, puesto que no podría permanecer eternamente con nosotros, ni menos aún estar en nosotros; pero se comprende muy bien si se refiere a una doctrina que, en efecto, cuando la hayamos asimilado, podrá estar eternamente en nosotros. El Consolador es, pues, según el pensamiento de Jesús, la personificación de una doctrina soberanamente consoladora, inspirada por el Espíritu de Verdad.

El espiritismo reúne, como ha quedado demostrado, todos los caracteres del Consolador que Jesús prometió. No es una doctrina individual, una concepción humana; nadie puede considerarse su creador. Es el fruto de la enseñanza colectiva de Espíritus, enseñanza que conduce el Espíritu de Verdad. No suprime nada del Evangelio, sino que lo completa y lo explica. Con la ayuda de las nuevas leyes que revela, conjugadas con las de la ciencia, conduce a la comprensión de lo que era ininteligible, y hace que se admita la posibilidad de aquello que la incredulidad consideraba inadmisible. Tuvo sus precursores y profetas, que presagiaron su llegada. Por su poder moralizador, el espiritismo prepara el reinado del bien en la Tierra.


Bibliografía:
El Génesis de Allan Kardec
Obras póstumas de Allan Kardec

AMOR, CARIDAD y TRABAJO







Por qué Jesús habla por parábolas







 
Por qué Jesús habla por parábolas








Lámpara debajo del celemín.
“No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín; sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.”
(Mateo, 5:15.)

“Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de la cama; sino que la pone sobre un candelero, para que los que entran vean la luz. Pues nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, y nada secreto que no vaya a ser conocido y presentado públicamente.” 
(Lucas, 8:16 y 17.)

Acercándose, los discípulos le dijeron: 
“¿Por qué les hablas en parábolas?”. 

Él respondió, y les dijo: 
“Porque a vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque al que ya tiene, más se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no entienden ni comprenden. En ellos se cumple la profecía de Isaías, cuando dice: ‘Oiréis con vuestros oídos y nada entenderéis; miraréis con vuestros ojos y nada veréis. Porque el corazón de este pueblo se ha embotado; sus oídos se han vuelto sordos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con sus ojos y con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y que, al convertirse, yo los sane (1)’.” 
(Mateo, 13:10 a 15.)

(1) Por causa de la apostasía y la maldad entre su pueblo, Isaías puso en clave sus profecías para que solamente aquellos con suficiente espiritualidad y perspicacia pudieran entender. El propósito de Isaías no es de convencer a los incrédulos, sino de proporcionar información vital a los que ya creen. Isaías, al poner sus escritos en clave, dio como resultado que los indignos no recibieran más de lo que podrían comprender, lo cual los sujetaría a la “mayor condenación”; también protegió en cierto grado la integridad de sus escritos. Aquellos que intentaron alterar los escritos para satisfacer sus deseos subversivos, quitando “muchas cosas claras y preciosas” del “libro del Cordero de Dios”, tenían poca perspicacia como para hacer daño considerable a los escritos enigmáticos de Isaías. [Isaías: Los tiempos del cumplimiento de Iván D. Sanderson]

Causa sorpresa oír que Jesús diga que no se debe colocar la luz debajo del celemín, cuando Él mismo oculta constantemente el sentido de sus palabras bajo el velo de la alegoría, que no todos pueden comprender. No obstante, Él ofrece una explicación a sus apóstoles: “Les hablo en parábolas, porque ellos no están en condiciones de comprender ciertas cosas. Ven, miran, oyen, pero no entienden, de modo que sería inútil decirles todo en este momento. Pero a vosotros os lo digo, porque os ha sido dado comprender estos misterios”. Así pues, Jesús obraba con el pueblo como se hace con los niños, cuyas ideas no están aún desarrolladas. De ese modo indica el verdadero sentido de la máxima: “No se debe poner la lámpara debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que todos los que entran puedan verla”. Eso no significa que haya que revelar sin consideración todas las cosas. La enseñanza debe ser proporcional a la inteligencia de aquel a quien se dirige, porque hay personas a quienes una luz demasiado intensa los deslumbraría sin iluminarlas.

Sucede con los hombres, en general, lo que ocurre con cada individuo en particular. Las generaciones tienen su infancia, su juventud y su edad madura. Cada cosa debe venir a su tiempo, pues la semilla que se arroja al suelo fuera de estación no germina. No obstante, lo que la prudencia aconseja callar momentáneamente, tarde o temprano será descubierto. Esto se debe a que, llegados a cierto grado de desarrollo, los hombres buscan por sus propios medios la luz intensa, pues la oscuridad les molesta. Dios les ha dado la inteligencia para que comprendan y se orienten tanto en las cosas de la Tierra como en las del Cielo. Los hombres quieren razonar su fe. Es entonces cuando no se debe poner la lámpara debajo del celemín, puesto que, sin la luz de la razón, la fe se debilita

Así pues, si bien la Providencia, en su previsora sabiduría, sólo revela las verdades gradualmente, siempre lo hace a medida que la humanidad está madura para recibirlas. La Providencia las mantiene en reserva y no debajo del celemín. En cambio, los hombres que están en posesión de esas verdades, por lo general las ocultan al común de las personas con la intención de dominarlas. Son ellos los que en realidad colocan la luz debajo del celemín. A eso se debe que la mayoría de las religiones tengan sus misterios, cuyo examen prohíben. No obstante, mientras esas religiones van quedando rezagadas, la ciencia y la inteligencia avanzan y rasgan el velo del misterio. El pueblo llegó a la edad adulta y quiere penetrar el fondo de las cosas, de modo que eliminó de su fe lo que se oponía a la observación.

No puede haber misterios absolutos, y Jesús está en lo cierto cuando dice que no hay nada secreto que no vaya a ser conocido. Todo lo que está oculto será descubierto algún día; y lo que el hombre aún no puede comprender en la Tierra le será develado sucesivamente en mundos más adelantados, a medida que se purifique. Por ahora, en este mundo, se encuentra en medio de tinieblas.

Hay quienes preguntan qué beneficio podría extraer el pueblo de esa cantidad de parábolas, cuyo sentido estaba oculto para él. Observemos que Jesús solamente se expresó por medio de parábolas en las partes hasta cierto punto abstractas de su doctrina. No obstante, hizo de la caridad hacia el prójimo, al igual que de la humildad, las condiciones precisas para la salvación, y todo lo que dijo respecto a eso ha quedado perfectamente claro, explícito y sin ambigüedades. Así debía ser, pues se trataba de la regla de conducta, regla que todos debían comprender para estar en condiciones de llevarla a la práctica. Era lo esencial para la multitud ignorante, a la que se limitaba a decir: “Esto es lo que debéis hacer para conquistar el reino de los Cielos”. Acerca de los aspectos restantes, reservaba el desarrollo de su pensamiento exclusivamente para sus discípulos. Puesto que ellos estaban más adelantados, tanto en lo moral como en lo intelectual, Jesús tuvo oportunidad de iniciarlos en el conocimiento de verdades más abstractas. Por eso Él manifestó: A los que ya tienen, más se les dará.

Con todo, incluso con sus apóstoles, Jesús conservó sin definir muchos puntos, cuya comprensión plena estaba reservada para tiempos ulteriores. Son esos puntos los que generaron las más diversas interpretaciones, hasta que la ciencia, por un lado, y el espiritismo, por el otro, revelaron nuevas leyes de la naturaleza, que facilitaron la comprensión de su verdadero sentido.


Puesto que Jesús ha enseñado las genuinas leyes de Dios, ¿qué utilidad tiene la enseñanza que imparten los Espíritus? ¿Deben éstos enseñarnos algo más? 
- La palabra de Jesús solía ser frecuentemente alegórica y en forma de parábolas, porque hablaba conforme a los tiempos y lugares. Ahora es necesario que la Verdad se torne inteligible para todo el mundo. Hay que explicar bien y desarrollar esas leyes, visto que existen tan pocas personas que las comprendan, y menos todavía que las practiquen. Nuestra misión consiste en impresionar los ojos y los oídos, para confundir a los orgullosos y desenmascarar a los hipócritas: esos que simulan las apariencias de la virtud y de la religión para ocultar sus propias torpezas. La enseñanza de los Espíritus ha de ser clara y sin equívocos, a fin de que nadie pueda pretextar ignorancia y que cada cual esté en condiciones de juzgarla y evaluarla con su propia razón. Estamos encargados de preparar el Reino de Dios cuyo advenimiento anunció Jesús. Por eso es necesario que no pueda cada cual interpretar la ley de Dios con arreglo a sus pasiones, ni falsear el sentido de una ley que es toda ella amor y caridad. 
 
¿Por qué la Verdad no ha sido puesta siempre al alcance de todo el mundo? 
- Precisa que cada cosa venga a su debido tiempo. La Verdad es como la luz: hay que habituarse a ella poco a poco, de lo contrario deslumbra.


Estamos ya en los tiempos en que los errores explicados serán verdades; nosotros os enseñaremos el sentido exacto de las parábolas, la correlación poderosa que une lo que fue y lo que es. En verdad os digo, la manifestación espiritista dilata el horizonte y aquí está su enviado que va a resplandecer como el sol en la cima de los montes. 
(Juan Evangelista. París, 1863).

El Espiritismo viene en el tiempo señalado a cumplir la promesa de Cristo: el Espíritu de Verdad preside su institución, llama a los hombres a la observancia de la Ley y enseña todas las cosas haciendo que se comprenda lo que Cristo dijo por parábolas [...]. De este modo, el Espiritismo realiza lo que Jesús dijo del Consolador prometido: conocimiento de las cosas, haciendo que el hombre sepa de dónde viene, adónde va y por qué está en la Tierra. Es un llamamiento a los verdaderos principios de la ley de Dios y un consuelo por la fe y por la esperanza.

El espiritismo, en la actualidad, arroja luz sobre una cantidad de puntos oscuros. Sin embargo, no proyecta su luz sin un criterio. En sus instrucciones, los Espíritus actúan con una prudencia admirable. Abordan los aspectos ya conocidos de la doctrina de modo gradual y sucesivamente, en tanto que dejan los restantes a fin de que sean revelados a medida que resulte conveniente sacarlos de la oscuridad. Si la hubiesen presentado completa desde un primer momento, sólo habría sido accesible para un reducido número de personas. Incluso habría atemorizado a los que no se encontraran preparados para recibirla, lo que hubiera significado un obstáculo para su propagación. Así pues, si los Espíritus aún no revelan la totalidad de modo ostensible, no es porque en la doctrina haya misterios reservados a unos pocos privilegiados, ni porque ellos pongan la lámpara debajo del celemín, sino porque cada cosa debe llegar en el momento oportuno. Los Espíritus dejan que cada idea disponga del tiempo necesario para madurar y propagarse, antes de presentar otra, de modo que los acontecimientos puedan preparar su aceptación.


Bibliografía:
El Evangelio según el Espiritismo de Allan Kardec
El Libro de los Espíritus de Allan Kardec


AMOR, CARIDAD y TRABAJO








DIOS, JESÚS y el ESPÍRITU de VERDAD

 




DIOS, nuestro Padre,
JESÚS el CRISTO, nuestro hermano y maestro y el
ESPÍRITU SANTO o ESPÍRITU de VERDAD: 
el Consolador prometido, 
según la Doctrina Espírita.





Dios y el infinito 
¿Qué es Dios? 
- Dios es la inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas.

¿Qué se debe entender por infinito? 
- Lo que no tiene principio ni fin: lo desconocido. Todo lo que sea desconocido es infinito.

¿Se podría decir que Dios es lo infinito? 
- Definición incompleta. Pobreza del lenguaje de los hombres, que es insuficiente para definir las cosas que se hallan por encima de su inteligencia. 

Dios es infinito en sus perfecciones, pero lo infinito constituye una abstracción. Decir que Dios sea lo infinito es como tomar el atributo de una cosa por la cosa misma, es decir, definir algo que no es conocido por otra cosa que tampoco lo es.


Pruebas de la existencia de Dios 
¿Dónde podemos hallar la prueba de la existencia de Dios? 
- En un axioma que aplicáis a vuestras ciencias: no hay efecto sin causa. Buscad la causa de todo lo que no sea obra del hombre y vuestra razón os responderá. 

Para creer en Dios basta con echar una ojeada a las obras de la Creación. El Universo existe. Tiene, pues, una causa. Dudar de la existencia de Dios equivaldría a negar que todo efecto tiene una causa y afirmar que la nada ha podido hacer algo. 

¿Qué consecuencia se puede sacar del sentimiento intuitivo de la existencia de Dios, que todos los hombres llevan en sí? 
- Que Dios existe. Porque ¿de dónde le vendría ese sentimiento si en nada se basara? Es una consecuencia más del principio de que no hay efecto sin causa. 

El sentimiento íntimo que tenemos en nosotros de la existencia de Dios, ¿no sería un resultado de la educación y un producto de las ideas adquiridas? 
- Si así fuese, ¿por qué vuestros salvajes(1) poseen también ese sentimiento? 
(1)  “Salvajes” era el término por excelencia que en el siglo XIX y principios del XX se empleaba en antropología para designar a lo que hoy podríamos llamar aborígenes. Por tanto, no conlleva ninguna connotación peyorativa, simplemente respetamos la palabra original. [N. del copista.]

Si ese sentimiento de la existencia de un Ser Supremo sólo fuera producto de una enseñanza no sería universal y - como las nociones científicas - no existiría sino en aquellos que hubieran podido recibir esa enseñanza. 

¿Podríamos hallar la causa primera de la formación de las cosas en las propiedades íntimas de la materia? 
- Pero entonces, ¿cuál sería la causa de esas propiedades? Se requiere siempre una causa primera. 

Atribuir la formación primera de las cosas a las propiedades íntimas de la materia sería tomar el efecto por la causa, por cuanto dichas propiedades son, en sí mismas, un efecto que debe tener su causa.

¿Qué pensar de la opinión que atribuye la formación primera a una combinación fortuita de la materia, dicho de otro modo, al azar? 
- ¡Otro absurdo! ¿Qué hombre de buen sentido puede considerar al azar como un ser inteligente? Por otra parte, ¿qué es el azar? Nada. 

La armonía que rige las fuerzas del Universo muestra combinaciones y miras determinadas y, por lo mismo, revela un poder inteligente. Atribuir la formación primero al azar sería una falta de sentido, por cuanto la casualidad es ciega y no puede producir los efectos de la inteligencia. Un azar inteligente dejaría de ser tal. 

¿En qué se conoce, en la causa primera, una inteligencia suprema, superior a todas las demás? 
- Tenéis un proverbio que expresa: “Por la obra se conoce a su autor”. Y bien, mirad la obra y buscad al autor. El orgullo es el que engendra la incredulidad. El hombre orgulloso no quiere nada que esté por sobre él, de ahí que se llame “espíritu fuerte”. ¡Pobre ser a quien puede abatir un soplo de Dios! 

El poder de una inteligencia se juzga por sus obras. Puesto que ningún ser humano puede crear lo que la Naturaleza produce, la causa primera es, por tanto, una inteligencia superior a la humanidad. 

Sean cuales fueren los prodigios efectuados por la inteligencia del hombre, tiene ella también una causa, y cuanto más grande sea lo que realiza, tanto más grande será la causa primera. Esta es aquella Inteligencia que constituye la causa primera de todas las cosas, no importa el nombre con el cual la designemos.

Un reloj se mueve con automática regularidad, y en esa regularidad reside su mérito. La fuerza que lo hace mover es absolutamente material y nada tiene de inteligente. Pero ¿qué sería ese reloj, si una inteligencia no hubiese combinado, calculado, distribuido el empleo de aquella fuerza para hacerlo andar con precisión? Por el hecho de que la inteligencia no resida en el mecanismo del reloj, y además por la circunstancia de que nadie la vea, ¿sería racional que se concluyera que esa inteligencia no existe? No, pues podemos apreciarla por sus efectos.

Ocurre lo mismo con el mecanismo del universo: Dios no se muestra, pero prueba su existencia a través de sus obras.

Conocemos los efectos de la electricidad, del calor, de la luz, de la gravitación; los calculamos y, con todo, ignoramos la naturaleza íntima del principio que los produce. ¿Será, pues, más racional que neguemos el principio divino, simplemente porque no lo comprendemos?


Atributos de la Divinidad 
¿Puede el hombre comprender la naturaleza íntima de Dios? 
- No. Le falta un sentido para ello. 

¿Será dado al hombre, algún día, comprender el misterio de la Divinidad? 
- Cuando su Espíritu no se halle ya oscurecido por la materia y por su perfección se haya acercado a Ella, entonces la verá y comprenderá.

La inferioridad de las facultades del hombre no le permite comprender la íntima naturaleza de Dios. En la infancia de la humanidad, el hombre lo confunde a menudo con la criatura, cuyas imperfecciones le atribuye. Pero, conforme el sentido moral se va desarrollando en él, su pensamiento penetra mejor en el fondo de las cosas y se forma acerca de Dios una idea más justa y más de acuerdo con la sana razón, si bien siempre incompleta. 

Si no nos es posible comprender la naturaleza íntima de Dios, ¿podemos tener una idea de algunas de sus perfecciones? 
- De algunas, sí. El hombre va comprendiéndolas mejor a medida que se eleva sobre la materia, ya las entrevé mediante el pensamiento. 

Cuando decimos que Dios es eterno e infinito, inmutable e inmaterial, único y todopoderoso, soberanamente justo y bueno, ¿no tenemos una idea completa de sus atributos? 
- Desde vuestro punto de vista, sí, porque vosotros creéis abarcarlo todo. Pero sabed que hay cosas por encima de la inteligencia del más inteligente de los hombres, y para esas cosas vuestro lenguaje, que se limita a vuestras ideas y sensaciones, no posee expresiones. La razón os dice, en efecto, que Dios debe poseer esas perfecciones en el grado supremo, porque si careciera de una sola de ellas, o bien no la poseyese en grado infinito, no sería superior a todo y, en consecuencia, tampoco habría de ser Dios. Para estar por encima de la totalidad de las cosas, Dios no debe sufrir ninguna vicisitud y no ha de tener ninguna de las imperfecciones que la imaginación puede concebir. 

Dios es eterno: Si hubiera tenido principio, habría surgido de la nada, o bien hubiera sido creado por un ser anterior a Él. Así, poco a poco, nos remontamos hasta lo infinito y la eternidad. 

Es inmutable: Si Él se hallara sujeto a mudanzas, las leyes que rigen el Universo no poseerían ninguna estabilidad. 

Es inmaterial: Vale decir, que su naturaleza difiere de todo lo que llamamos materia. De lo contrario no sería inmutable, debido a que se encontraría sujeto a las transformaciones de la materia. 

Es único: Si hubiera varios dioses, no existiría ni unidad de propósitos ni unidad de poder en la ordenación del Universo. 

Es todopoderoso: Porque es único. Si no poseyera el soberano poder habría algo más poderoso que Él o tan poderoso como Él. No hubiera creado la totalidad de las cosas, y aquellas que Él no hubiese hecho serían obras de otro dios. 

Es soberanamente justo y bueno: La providencial sabiduría de las leyes divinas se pone de relieve así en las cosas más pequeñas como en las más grandes, y esa sabiduría no permite dudar ni de su justicia ni de su bondad.


La visión de Dios
El Espíritu se purifica con el correr del tiempo, y las diferentes encarnaciones son alambiques en cuyo fondo deja, cada vez, algunas impurezas. Al abandonar su envoltura corporal, los Espíritus no se despojan instantáneamente de sus imperfecciones, razón por la cual, después de la muerte, no ven a Dios más de lo que lo veían cuando estaban vivos. No obstante, a medida que se purifican, tienen de Él una intuición más clara. Aunque no lo vean, lo comprenden mejor, pues la luz es menos difusa. Así pues, cuando algunos Espíritus manifiestan que Dios les prohíbe que respondan una pregunta, no significa que Dios se les haya aparecido o les haya dirigido la palabra para ordenarles o prohibirles tal o cual cosa. Por supuesto que no. Pero ellos lo sienten, reciben los efluvios de su pensamiento, del mismo modo que ocurre con nosotros en relación con los Espíritus que nos envuelven en sus fluidos, aunque no los veamos.

Ningún hombre puede, por consiguiente, ver a Dios con los ojos de la carne. Si esa gracia les fuera concedida a algunos, sólo se realizaría en estado de éxtasis, cuando el alma está tan desprendida de los lazos de la materia que hace que ese hecho sea posible durante la encarnación. Por otra parte, ese privilegio correspondería exclusivamente a las almas selectas, que han encarnado en cumplimiento de alguna misión, y no a las que han encarnado para expiar. Con todo, como los Espíritus de la categoría más elevada resplandecen con un brillo deslumbrante, puede suceder que los Espíritus menos elevados, encarnados o desencarnados, maravillados con el esplendor que rodea a aquellos, supongan que ven al propio Dios. Sería como quien ve a un ministro y lo confunde con el soberano.

¿Con qué apariencia se presenta Dios a quienes se hacen dignos de verlo? ¿Será con alguna forma en particular? ¿Con una figura humana o como un resplandeciente foco de luz? En el lenguaje humano no se lo puede describir, porque no existe para nosotros ningún punto de comparación que nos pueda dar una idea de Él. Somos como ciegos de nacimiento a quienes se intentará inútilmente hacer que comprendamos el brillo del sol. Nuestro vocabulario está limitado a nuestras necesidades y al círculo de nuestras ideas; el de los salvajes no serviría para describir las maravillas de la civilización; el de los pueblos más civilizados es demasiado pobre para describir los esplendores de los cielos, y nuestra inteligencia es muy limitada para comprenderlos, así como nuestra vista, excesivamente débil, quedaría deslumbrada.


Jesús el Cristo, guía y modelo de la humanidad terrestre, nuestro hermano y maestro
¿Cuál es el tipo más perfecto que Dios ha ofrecido al hombre, para que le sirviese de guía y modelo?
«Contemplad a Jesús».

Jesús, manifestado entre nosotros en la categoría de misionero de Dios, el Cristo o Mesías Divino, es el guía y modelo de la humanidad terrestre.

Jesús es para el hombre el prototipo de la perfección moral a que puede aspirar la Humanidad en la Tierra. Dios nos lo ofrece como el modelo más perfecto y la doctrina que enseñó es la más pura expresión de su ley, porque estaba animado del espíritu divino y es el ser más puro que ha venido a la Tierra.

Si algunos de los que han pretendido instruir al hombre en la ley de Dios lo han extraviado a veces con principios falsos, es porque ellos mismos se han dejado dominar por sentimientos demasiado terrestres, y por haber confundido las leyes que rigen las condiciones de la vida del alma con las que rigen la vida del cuerpo. Muchos han dado como leyes divinas las que sólo eran leyes humanas, creadas para servir a las pasiones y dominar a los hombres.

Es de fundamental importancia para todos nosotros, los cristianos, adquirir un mayor conocimiento respecto al gobernador espiritual de la Tierra, a fin de que se pueda comprender, en espíritu y verdad, su glorioso mensaje de amor. El primer paso es liberarnos de ciertas figuras teológicas, impuestas por interpretaciones equivocadas, entre las cuales destacamos la que tal vez sea la más grave: la de que Jesús sería el mismo Dios.

Se trata de una interpretación que no tiene ninguna base en el Evangelio, que fue impuesta por decisión de un concilio de la Iglesia Católica, el Cuarto Concilio de Letrán (o 12º Concilio Ecuménico de la Iglesia), realizado en Roma, en la iglesia San Juan de Letrán, en 1215. Por medio de proclamaciones de este concilio se declaró que Dios está consustanciado en tres personas, expresiones o hipóstasis: el Padre, el Hijo (Jesucristo) y el Espíritu Santo, es decir, el Creador Supremo no es uno, sino un Dios formado por tres personas. Según este concilio, las tres personas que integran la Divinidad son distintas, pero compuestas de una misma sustancia, esencia o naturaleza.

El simple hecho de personificar a Dios ya revela un entendimiento tergiversado y antropomórfico, porque Dios sería visto como un hombre en tamaño mayor. Pero suponiendo que se subdivide en tres personas, siendo que una de ellas sería el propio Cristo, escapa al análisis más banal. De ahí la sabiduría de Allan Kardec al preguntar a los Espíritus en la primera pregunta de El libro de los espíritus: ¿Qué es Dios? Para esta sabia indagación no faltó una respuesta a la altura: “Dios es la inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas”.

Los concilios ecuménicos idealizados y convocados por la Iglesia Católica Apostólica Romana a lo largo de los siglos le dieron prioridad a la consolidación de la monarquía papal, por la edición de sucesivas normas teológicas y acciones que le convenían a la política de la Iglesia. Este hecho apartó a la Iglesia del cumplimiento de la misión espiritual que le correspondía por la vivencia del Evangelio de Jesús. Salvo honradas excepciones, practicadas por algunos componentes de la religión católica y del protestantismo, la Historia registra graves equivocaciones cometidas, muchas de las cuales, pautadas por el derramamiento de sangre y persecuciones a individuos y pueblos, y que hoy son catalogados como crímenes contra la Humanidad.

Como consecuencia, la construcción de la mentalidad cristiana sufrió un serio perjuicio ante la imposición de dogmas, rituales y manifestaciones de culto externo, y dejó en un lugar secundario el esfuerzo de mejora moral enseñado por Cristo, aunque, enfatizamos, en todas las épocas de la Humanidad haya sido amparada por valerosos cristianos renacidos con la misión de restaurar el Evangelio de Jesús. Un notable ejemplo fue Francisco de Asís (Giovanni di Pietro di Bernardone, nacido en Asís, Italia, el 5 de julio de 1182 y fallecido el 3 de octubre de 1226, también en Asís) el cual, según Dante Alighieri (Florencia, 21/05/1265 – Ravena, 13 o 14/09/1321), fue “una luz que brilló sobre el mundo.”

Sin embargo, a pesar del carácter renovador del mensaje cristiano, Jesús no vino a destruir la Ley; es decir, le Ley de Dios; vino a darle cumplimiento, esto es, a desarrollarla, a darle su verdadero sentido y apropiarla al grado de adelanto de los hombres; por eso se encuentra en esa ley el principio de los deberes para con Dios y el prójimo, que constituyen la base de su doctrina. (...) Combatió constantemente el abuso de las prácticas exteriores y las falsas interpretaciones y no podía hacerlas sufrir una reforma más radical que reduciéndolas a estas palabras: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”, y diciendo: Ahí está toda la ley y los profetas.


El Espíritu Santo o Espíritu de Verdad: el Consolador prometido
Si nos preguntamos: ¿por qué estudiar el Evangelio según las orientaciones espiritas? La respuesta directa es bien sencilla: porque somos espíritas. Debemos respetar otras interpretaciones preconizadas por las diferentes escuelas, pero en la casa espírita se estudia el Espiritismo. Y, como espíritas, sabemos que la Doctrina Espírita atiende a la promesa de Cristo, registrada por el apóstol y evangelista Juan en dos momentos:

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito(2), para que esté siempre con vosotros: el Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce” (Juan, 14:15 a 17).
(2) Del griego, Parakletos = el mediador, el defensor, el consolador; aquel que está al lado; que intercede.

Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan, 14:26).

La promesa de Cristo está confirmada por el advenimiento de la Doctrina Espírita, señala Allan Kardec en El evangelio según el espiritismo: 

Jesús promete otro Consolador: El Espíritu de Verdad, que el mundo aún no conoce, por no estar maduro para comprenderlo. Consolador que el Padre enviará para enseñar todas las cosas y para recordar lo que Cristo había dicho. Si, por tanto, el Espíritu de Verdad debía venir más tarde para enseñar todas las cosas, es que Cristo no lo dijo todo; si él viene a recordar lo que Cristo dijo, es que su enseñanza fue olvidada y mal comprendida.

Kardec añade también:

El Espiritismo viene en el tiempo señalado a cumplir la promesa de Cristo: el Espíritu de Verdad preside su institución, llama a los hombres a la observancia de la Ley y enseña todas las cosas haciendo que se comprenda lo que Cristo dijo por parábolas [...]. De este modo, el Espiritismo realiza lo que Jesús dijo del Consolador prometido: conocimiento de las cosas, haciendo que el hombre sepa de dónde viene, adónde va y por qué está en la Tierra. Es un llamamiento a los verdaderos principios de la ley de Dios y un consuelo por la fe y por la esperanza.

El Espiritismo es la continuación lógica de la enseñanza moral dada por Jesús, puesto que es el Paráclito (Consolador) o Espíritu de Verdad que nos prometió, y que viene a esclarecer aquello que no fue bien comprendido y a restituir el sentido original de sus enseñanzas; por esto es cristiana su moral, con pleno sentido universal.  


Bibliografía:
El libro de los espíritus de Allan kardec
La Génesis de Allan Kardec
El Evangelio redivivo de la F.E.B.

AMOR, CARIDAD y TRABAJO







PLURALIDAD DE LAS EXISTENCIAS, CONSIDERACIONES.

 




PLURALIDAD DE LAS EXISTENCIAS,
CONSIDERACIONES.






Dicen algunas personas que el dogma de la reencarnación no es nuevo en modo alguno, sino que se trata de una resurrección de la teoría de Pitágoras. Pero jamás hemos afirmado nosotros que la Doctrina Espírita fuese una invención moderna. Puesto que el Espiritismo es una ley de la Naturaleza, ha debido existir desde el origen de los tiempos, y por nuestra parte nos hemos esforzado siempre por probar que se encuentran huellas de él en la más remota antigüedad. Como se sabe, Pitágoras no es el autor de la teoría de la metempsicosis. La tomó de los filósofos hindúes y de los egipcios, entre los cuales existía desde tiempo inmemorial. La idea de la transmigración de las almas constituía, pues, una creencia vulgar, admitida por los hombres más eminentes. ¿Por qué camino llegó hasta ellos? ¿Por revelación o por intuición? No lo sabemos. Pero, sea como fuere, una idea no atraviesa las edades y no es aceptada por la flor y nata de las inteligencias si no tiene su lado serio. En consecuencia, la antigüedad de esta doctrina sería más bien una prueba que una objeción. Sin embargo, como también se sabe, entre la metempsicosis de los antiguos y la moderna doctrina de la reencarnación existe una gran diferencia por la cual los Espíritus rechazan de la manera más categórica la transmigración del alma del hombre a cuerpos de animales, y viceversa. 

Así pues, al enseñar el dogma de la pluralidad de las existencias corporales, los Espíritus renuevan una doctrina que nació en las primeras edades del mundo y que se ha conservado hasta nuestros días en el pensamiento íntimo de muchas personas. Sólo que aquéllos la presentan desde un punto de vista más racional, más acorde con las leyes progresivas de la Naturaleza y más en armonía con la sabiduría del Creador, despojándola de todos los accesorios de la superstición. Una circunstancia digna de notarse es el hecho de que en los últimos tiempos no sólo han enseñado los Espíritus esta doctrina por medio del presente libro, sino que con anterioridad a su publicación muchas comunicaciones de igual tenor se obtuvieron, en países diversos, y se han multiplicado después en forma considerable. Quizá fuera oportuno examinar aquí por qué todos los Espíritus no parecen estar de acuerdo acerca de este punto, pero volveremos más adelante al tema. 

Examinemos ahora la cuestión desde otro punto de vista, prescindiendo de toda intervención de los Espíritus. Dejémoslos a éstos de lado por unos momentos. Supongamos que esta teoría no les pertenezca, incluso que no se haya hablado nunca de Espíritus. Ubiquémonos, pues, momentáneamente en terreno neutral, admitiendo que tengan el mismo grado de probabilidad tanto una como la otra teoría, es decir, la pluralidad de existencias y la vida corporal única, y veamos hacia dónde nos inclinan la razón y nuestra propia conveniencia.
 
Personas hay que rechazan la idea de la reencarnación por el solo motivo de que no les conviene, alegando que ya tienen bastante con una única existencia que no querrían empezar de nuevo otra similar. Conocemos a algunos a quienes el solo pensamiento de reaparecer en la Tierra les exaspera. Sólo una cosa les preguntaremos: si creen que Dios ha tomado en cuenta su opinión y consultado su gusto para ordenar el Universo. Ahora bien, una de dos cosas: o la reencarnación existe, o no existe. Si existe, en vano se sentirán contrariados, pues deberán ajustarse a ella, y Dios no va a pedirles permiso para ello. Ya nos parece estar escuchando a un enfermo que dice: “He sufrido bastante hoy y no quiero sufrir más mañana”. Y bien, por mucho que sea su malhumor, no por eso habrá de padecer menos al día siguiente y los otros días, hasta que haya sanado. En consecuencia, si aquéllos deben volver a vivir corporalmente lo harán, reencarnando. En balde se rebelarán, como un niño que no quiere concurrir a la escuela, o como un condenado a prisión: tienen que pasar por ello… Semejantes objeciones son demasiado pueriles para que merezcan un examen más serio. No obstante, eso, para tranquilizarlos les diremos que la doctrina espírita sobre la reencarnación no es tan terrible como ellos creen, y si la hubieran estudiado en profundidad no les espantaría tanto. Sabrían que la condición de esa nueva existencia depende de ellos mismos. Será feliz o desdichada, según lo que hayan hecho en la Tierra, y pueden ya en esta vida elevarse tan alto que no deberán temer más el volver a caer en el lodazal. 

Supongamos que estamos hablando a personas que creen en cualquier tipo de porvenir después de la muerte, y no a aquellos que tienen la nada por perspectiva, o a los que quieren ahogar su alma en un todo universal, sin individualidad, a la manera de las gotas de lluvia que sobre el océano caen, lo que más o menos viene a ser lo mismo. Si, pues, creéis en un futuro, sea éste cual fuere, sin duda no admitiréis que sea idéntico para todos; de otra manera no vemos dónde residiría la utilidad del bien. En tal caso ¿por qué reprimirse? ¿Por qué no satisfacer todas las pasiones y deseos, aun cuando se haga esto a expensas de los demás, puesto que daría igual? Vosotros creéis que ese porvenir será más o menos venturoso o desgraciado, conforme a lo que hayamos hecho en vida. ¿Experimentaríais entonces el deseo de ser tan felices como sea posible, puesto que ello ha de serlo para toda la eternidad? ¿Abrigaríais por casualidad la pretensión de contaros entre los hombres más perfectos que en la Tierra hayan existido, y tener así derecho incuestionable a la felicidad suprema de los elegidos? No, luego admitís que hay personas que valen más que vosotros y que poseen el derecho de ocupar un lugar mejor, sin que esto signifique que os incluyáis en el número de los réprobos. Y bien, colocaos por un instante con el pensamiento en esa situación media que será la vuestra, pues acabáis de convenir en ello, y suponed que alguien se llegue hasta vosotros y os diga: “Sufrís, no sois tan dichosos como pudierais serlo, mientras tenéis ante vosotros a seres que disfrutan de una felicidad sin sombras: ¿queréis cambiar vuestra situación por la de ellos?” “Sin duda que sí –responderéis-; ¿qué es preciso hacer para conseguirlo?” “Poca cosa: simplemente recomenzar lo que hicisteis mal y tratar de realizarlo mejor”. ¿Vacilaríais en aceptar, aunque fuera incluso a costa de muchas existencias de pruebas? Hagamos una comparación más prosaica. Si a un hombre que sin hallarse en la más extrema indigencia, y que sufre empero privaciones, dada la precariedad de sus recursos, se le dijera: “He aquí una inmensa fortuna. Podéis gozar de ella, para lo cual deberéis trabajar rudamente durante un minuto”. Aun cuando se tratara del más perezoso de la Tierra contestaría sin vacilar: “Trabajaré un minuto, dos, una hora, un día si es menester. ¿Qué importa si a cambio de ello terminaré mi vida nadando en la abundancia?” Ahora bien, ¿qué es la duración de la vida corpórea, si se la compara con la eternidad? Menos que un minuto, menos que un segundo. 

Hemos oído este razonamiento: “Dios, que es soberanamente bueno, no puede imponer al hombre que recomience una serie de miserias y tribulaciones”. ¿Se piensa por ventura que hay más bondad en condenar al hombre a perpetuo padecer, por algunos momentos de error en que incurrió, que en proporcionarle los medios de reparar sus faltas? “Dos fabricantes tenían cada cual un obrero que podía aspirar a convertirse en socio de su patrón. Pero sucedió que ambos operarios emplearon cierta vez muy mal su jornada y merecían ser despedidos por ello. Uno de los dos fabricantes expulsó a su obrero, pese a las súplicas de este último, que por no haber encontrado más trabajo murió en la miseria. El otro industrial dijo a su operario: “Has perdido un día de trabajo y, en compensación, me lo debes. Hiciste mal tu tarea y tienes que repararla. Te permito que la empieces de nuevo. Trata de ejecutarla bien y conservarás el trabajo, y puedes seguir aspirando a la posición superior que te he prometido”. ¿Es necesario preguntar cuál de esos dos fabricantes fue más humanitario? Dios, que es la clemencia misma, ¿sería en el mismo caso más inexorable que un hombre? El pensamiento de que nuestra suerte está echada para siempre por algunos años de pruebas, incluso cuando no todas las veces dependía de nosotros alcanzar la perfección en la Tierra, tiene algo de doloroso; en tanto que la idea opuesta es eminentemente consoladora, puesto que nos deja la esperanza. Así pues, sin pronunciarnos en pro ni en contra de la pluralidad de existencias, sin admitir una hipótesis antes que la otra, afirmamos que si se pudiera escoger no habría nadie que prefiriera una sentencia inapelable. Un filósofo ha expresado que si Dios no existiera habría que inventarlo para felicidad del género humano. Otro tanto se podría decir de la pluralidad de existencias. Pero, como hemos manifestado ya, Dios no nos pide permiso, no consulta nuestras preferencias: las cosas son o no son. Veamos hacia qué lado se inclinan las probabilidades y enfoquemos la cuestión desde otro ángulo de mira, prescindiendo, una vez más, de la enseñanza de los Espíritus y encarando el tema sólo como estudio filosófico. 

Si no hay reencarnación sólo existe una vida corporal, esto es evidente. Si nuestra actual existencia corpórea es la única, el alma de cada hombre ha sido creada al nacer él, a menos que se admita su anterioridad, en cuyo caso nos preguntaríamos qué era el alma antes del nacimiento, y si ese estado no constituía una existencia, bajo cualquier forma. No hay términos medios: o el alma existía, o no existía antes del cuerpo. Si lo primero, ¿cuál era entonces su situación? ¿Poseía o no conciencia de sí misma? Si no tenía conciencia, entonces es más o menos como si no existiera. Si poseía una individualidad, ¿sería progresiva o estacionaria? En uno y otro caso ¿en qué grado de desarrollo había llegado al cuerpo? Admitiendo, conforme a la creencia vulgar, que el alma nace con el cuerpo o, lo que viene a resultar lo mismo, que con anterioridad a su encarnación sólo posee facultades negativas, planteamos las siguientes preguntas:

1) ¿Por qué cada alma muestra aptitudes tan diversas, independientes de las ideas adquiridas por la educación? 

2) ¿De dónde proviene la aptitud extranormal de ciertos niños de temprana edad para tal o cual arte o ciencia, al paso que otros siguen siendo inferiores o mediocres durante toda su vida? 

3) ¿De dónde provienen, en unos, las ideas innatas o intuitivas, que en otros no existen? 

4) ¿A qué se deben, en ciertos niños, esos instintos precoces que manifiestan, de vicios o virtudes, esos sentimientos innatos de dignidad o de bajeza, que contrastan con el ambiente en que han nacido? 

5) ¿Por qué algunos hombres –sin tomar en cuenta la educación recibida- son más adelantados que otros?

6) ¿Por qué hay salvajes, por un lado, y hombres civilizados, por el otro? Si tomáis un niño hotentote(1) cuando aún es un lactante y lo educáis en nuestros más renombrados colegios, ¿haremos de él un Laplace o un Newton?

(1) No podemos perder de vista los conocimientos todavía precarios, que a mediados del siglo XIX ofrecía la antropología, en comparación a nuestros días. Los hotentotes eran considerados como una tribu exótica, en la que desafortunadamente algunos científicos de renombre los consideraban más cercanos al protohombre que al ser humano. Kardec, los emplea aquí como ejemplo, para exponer la idea de que es el conocimiento propio del Espíritu, aprendido a través de sus sucesivas existencias, y no la civilización o educación recibida, la que hace que seamos más aptos para una ciencia o arte. Con lo que no se está diciendo tampoco, que no nazcan Espíritus jóvenes entre los caucásicos, y Espíritus viejos entre los hotentotes, de todos es conocido el caso de Nelson Mandela. [N. del copista.] 

Preguntamos nosotros cuál es la filosofía o la teosofía(2) capaz de resolver estas incógnitas. O las almas al nacer el individuo son iguales, o son desiguales, esto no ofrece duda alguna. Si son iguales, ¿por qué tanta diversidad de aptitudes? ¿Se va a alegar que ello depende del organismo? Pero entonces estamos ante la más monstruosa e inmoral de las doctrinas, y el hombre no sería más que una máquina, un juguete de la materia, no tendrá ya responsabilidad por sus propios actos, puede achacarlo todo a sus imperfecciones físicas. Por el contrario, si son desiguales las almas al nacer el individuo, es porque así las creó Dios. Pero en tal caso ¿a qué se debe esa superioridad innata que algunos poseen sobre otros? ¿Acaso tal parcialidad puede estar de acuerdo con la justicia de Dios y con el amor que por igual consagra a todas sus criaturas? 
 
(2) No se refiere aquí Kardec a la doctrina de la Sociedad Teosófica, que sólo más tarde se fundó, en 1875, sino a la Teosofía en un sentido general, según se conocía entonces dicha palabra, esto es, como una forma de conocimiento intuitivo o racional de las cosas divinas. [N. de J. H. Pires.]

Aceptemos, por el contrario, una sucesión de vidas anteriores y progresivas, y todo queda explicado. Los hombres traen al nacer la intuición de lo que han adquirido antes. Están más o menos adelantados, conforme al número de existencias que han tenido y según sea mayor o menor la distancia que los separa del punto de partida: tal como lo que sucede en una reunión de individuos de todas las edades, donde cada cual tendrá un desarrollo proporcional a la cantidad de años que haya vivido. Las existencias sucesivas serán, respecto de la vida del alma, lo que son los años para la del cuerpo. Reunid un día a un millar de personas cuyas edades oscilen entre uno y ochenta años. Suponed que se arroje un velo sobre todos los días anteriores y que por ignorancia creáis que todos ellos nacieron en una misma fecha: naturalmente, os preguntaréis, entonces, cómo se explica que unos sean altos y los otros pequeños, ancianos éstos y jóvenes aquéllos, instruidos algunos y todavía ignorantes otros. Pero si la nube que os ocultaba el pasado acaba por disiparse, si llegáis a saber que todos ellos vivieron un tiempo mayor o menor, os los explicaréis todo…Con su justicia, no ha podido Dios crear unas almas más perfectas y otras menos perfectas. Mas con la pluralidad de vidas la desigualdad que acabamos de ver no se opone en modo alguno a la más rigurosa equidad: es que no vemos más que el presente y no el pasado. Ahora bien, tal razonamiento ¿se funda en una hipótesis, en una suposición gratuita? No: partimos de un hecho evidente, incontestable: la desigualdad de las aptitudes y del desarrollo intelectivo y moral, y hallamos que este hecho no es explicado por ninguna de las teorías corrientes, mientras que su explicación es sencilla, natural y lógica si se apela a esta teoría. ¿Es razonable preferir la que nada explica por la que explica todo? 

En lo que toca a la sexta pregunta, se dirá sin duda que la de los hotentotes es una raza inferior. Entonces preguntaremos nosotros si el hotentote es o no es hombre. Si lo es, ¿por qué Dios ha desheredado, a él y a su raza, de los privilegios que otorga, por ejemplo, a la raza caucásica? Y si aquél no es un hombre, ¿por qué entonces tratar de convertirlo al Cristianismo? La Doctrina Espírita se muestra más amplia que todo esto. Para ella no hay muchas especies de hombres, sólo existen seres humanos cuyos Espíritus se hallan en mayor o menor atraso, pero que pueden progresar. ¿No se encuentra esto más conforme a la justicia de Dios? 

Acabamos de ver el alma en su pasado y en su presente. Si la consideramos con relación a su porvenir hallaremos idénticas dificultades. 

1) Si sólo nuestra actual existencia ha de decidir la suerte venidera que nos aguarda, ¿cuál será, en la vida futura, la posición del salvaje y la del hombre civilizado(3)? ¿Se encontrarán ambos en un mismo nivel o estarán a distancias diferentes de la felicidad eterna? 

(3) No nos cansamos de hacer hincapié en los prejuicios de la época en que Kardec vivió, y la inferioridad moral que se pensaba que tenían ciertas razas, llamadas primitivas. El Espiritismo, siguiendo los pasos del Cristianismo aboga por la igualdad de todos los seres humanos, explicando a través de la pluralidad de existencias, el porqué de muchas cuestiones que de otro modo parecen fortuitas y fuera de toda razón. [N. del copista.]

2) El hombre que ha trabajado toda su vida para progresar ¿se halla en la misma categoría que aquel otro que permaneció en un estado inferior, no por su culpa, sino porque no tuvo ni el tiempo ni la posibilidad de mejorar? 

3) El hombre que practica el mal por no haber podido esclarecerse ¿es culpable de una situación que no dependió de él? 

4) Se trabaja por iluminar a los hombres, moralizarlos y civilizarlos. Pero, por cada uno que se instruye hay millones que mueren a diario antes que la luz les haya alcanzado. ¿Cuál es la suerte de éstos? ¿Se les trata de réprobos? En caso contrario, ¿qué hicieron para merecer que se les tenga en el mismo rango que a los otros? 

5) ¿Qué suerte se depara a los niños muertos a tierna edad, antes de haber podido realizar el bien ni el mal? Si están entre los elegidos ¿a qué se debe ese favor, puesto que nada hicieron para merecerlo? ¿Debido a qué privilegio se les exime de las adversidades de la vida? 

Ahora bien, ¿existe una doctrina capaz de resolver estas cuestiones? Admitid las sucesivas existencias del alma y todo se explica con arreglo a la justicia de Dios. Lo que no se pudo hacer en una vida se realiza en otra. De esta manera nadie escapa a la ley del progreso, a cada uno se le recompensará según su mérito real y ninguno está excluido de la dicha suprema, a la cual puede aspirar, sean cuales fueren los obstáculos que hayan encontrado en su camino. 

Preguntas como aquéllas pudieran multiplicarse hasta lo infinito, por cuanto son innumerables los problemas psicológicos y morales que sólo encuentran su solución en la pluralidad de existencias. Por nuestra parte, nos hemos limitado a plantear los más generales. Quizá se alegue que, sea como fuere, la doctrina de la reencarnación no es admitida por la Iglesia, de modo que aceptarla sería como echar por tierra a la religión. Nuestra finalidad no consiste en tratar aquí este tema. Nos basta haber demostrado que la doctrina de la reencarnación es eminentemente moral y racional. Ahora bien, aquello que sea racional y moral no podrá ser contrario a una religión que proclama que Dios es la Bondad y la Razón por excelencia. ¿Qué hubiera sido de la religión si, contra la opinión universal y el testimonio científico, no hubiese querido ceder a la evidencia y hubiera expulsado de su seno a quienquiera que no creyese en el movimiento del Sol o en la Creación hecha en seis días? ¿Qué crédito hubiera merecido y qué autoridad tendría, en pueblos esclarecidos, una religión que se basara en errores manifiestos, enunciados como artículos de fe? Cuando una evidencia ha sido demostrada, sabiamente se puso de su lado la Iglesia. Si está probado que ciertas cosas que existen son imposibles sin la reencarnación, si algunos puntos del dogma no pueden explicarse si no es por medio de ella, habrá que admitirla y reconocer que el antagonismo entre esa doctrina y los dogmas sólo es aparente. Más adelante demostraremos que la religión puede estar menos lejos de ella de lo que se piensa, y que no sufriría con ello más de lo que ha sufrido con el descubrimiento del movimiento de la Tierra y de los períodos geológicos que, a primera vista, parecieron dar un mentís a los textos sagrados. Por otra parte, el principio de la reencarnación salta a la vista en muchos pasajes de las Escrituras y se encuentra especialmente formulado de una manera explícita en el Evangelio: 

“Cuando descendieron del monte [después de la transfiguración], Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos. Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías vino primero, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista”.

Puesto que Juan el Bautista era Elías, hubo, por tanto, reencarnación del Espíritu o alma de Elías en el cuerpo de Juan el Bautista.

Por lo demás, sea cual fuere la opinión que se profese acerca de la reencarnación, acéptela o no, no por ello habrá que dejar de respetarla si existe, a despecho de toda creencia en contrario. El punto esencial estriba en que la enseñanza de los Espíritus es eminentemente cristiana, apoyándose en la inmortalidad del alma, las penas y recompensas futuras, la justicia de Dios, el libre albedrío del hombre y la moral de Cristo. Por consiguiente, dicha enseñanza no es antirreligiosa.

Como dijimos, hemos razonado prescindiendo de toda enseñanza espírita, la cual, en concepto de algunas personas, no tiene autoridad. Si nosotros –y tantos otros también- hemos aceptado la pluralidad de existencias, no ha sido sólo porque esa opinión nos venga de los Espíritus, sino porque nos pareció la más lógica y la única que soluciona problemas que hasta ahora resultaban insolubles. Si hubiera provenido de un simple mortal la hubiésemos admitido igualmente y no habríamos vacilado más en renunciar a nuestras propias ideas. Desde el momento en que un error queda demostrado, el amor propio tiene más que perder y no que ganar obstinándose en una falsa idea. Asimismo, no la hubiéramos aceptado, aunque proviniera de los Espíritus si la hubiésemos hallado contraria a la razón, del modo que hemos rechazado tantas otras. Porque por experiencia sabemos que no hay que admitir a ciegas cuanto nos viene de ellos, como tampoco lo que procede de los hombres. A nuestros ojos, pues, su primera cualidad consiste en ser lógica. Otro título posee, y es que ha sido confirmada por los hechos: hechos positivos y, por así decirlo, materiales, que un estudio atento y razonado puede revelar a quien quiera, y ante los cuales la duda no es ya permitida. Cuando esos hechos se hayan popularizado, como los de la formación y el movimiento de la Tierra, será preciso rendirse a la evidencia y los impugnadores habrán hecho en vano el gasto de su oposición. 

En suma, pues, reconozcamos que sólo la doctrina de la pluralidad de existencias explica lo que sin ella resulta sin explicación. Que esa doctrina es eminentemente consoladora acorde con la más rigurosa justicia, y que es para el hombre la tabla de salvación que, en su misericordia, Dios le ha concedido. 

A este respecto, no dejan duda las mismas palabras de Jesús. Es lo que se lee en el Evangelio según San Juan, 3:3 al 7: 

“Respondió Jesús [a Nicodemo] y le dijo: En verdad, en verdad te digo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: En verdad, en verdad te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles porque te dije: Os es necesario nacer de nuevo(4).

(4) La reencarnación está hoy probada por medio de los casos de recuerdos de vidas anteriores en niños, de investigaciones hipnóticas de regresión de la memoria, de anuncios mediúmnicos acerca de reencarnaciones con señales y en condiciones que posteriormente se comprobaron. Aun cuando las ciencias oficiales todavía se resisten a aceptar tales pruebas, la Ciencia Espírita las tiene por valederas y espera que pronto serán oficialmente admitidas. – PLATÓN, en La República, presentó el célebre “Mito de la Caverna” para explicar la vida espiritual. Kardec nos ha ofrecido, en las consideraciones que anteceden, el “Mito del Velo” con el objeto de esclarecer el problema de la reencarnación. Llamamos sobre él la atención del lector, propósito por el cual lo hemos destacado con letras cursivas. [N. de J. H. Pires. 1981]

Para comprender el verdadero sentido de esas palabras, es menester referirse a la significación de la palabra agua, que no se emplea en su acepción propia. Los conocimientos que los antiguos tenían sobre las ciencias físicas eran muy imperfectos; creían que la tierra había salido de las aguas, y por esto consideraban el agua como elemento generador absoluto; así es que en el Génesis se dice: "El espíritu de Dios era llevado sobre las aguas; flotaba sobre las aguas; - Que el firmamento fue hecho en medio de las aguas; - Que las aguas que están bajo del cielo se junten en un solo punto y que el elemento árido aparezca; -Que las aguas produzcan los animales vivientes que nadan en el agua, y los pájaros que vuelan sobre la tierra y bajo el firmamento".

Según esta creencia, el agua venía a ser el símbolo de la naturaleza material, como el espíritu era el de la naturaleza inteligente. Las palabras: "Si el hombre no renace del agua y del espíritu, o en agua y en espíritu", significan, pues "Si el hombre no vuelve a nacer con su cuerpo y su alma". En este sentido fueron comprendidas al principio. 

Esta interpretación está, además, justificada con estas palabras: "Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". Jesús hace aquí una distinción positiva entre el espíritu y el cuerpo. "Lo que es nacido de la carne, carne es", indica claramente que el cuerpo sólo procede del cuerpo, y que el espíritu es independiente del cuerpo.


Referencia bibliográfica:
El libro de los espíritus de Allan Kardec
El evangelio según el espiritismo de Allan Kardec

AMOR, CARIDAD y TRABAJO