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Por qué Jesús habla por parábolas







 
Por qué Jesús habla por parábolas








Lámpara debajo del celemín.
“No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín; sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.”
(Mateo, 5:15.)

“Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de la cama; sino que la pone sobre un candelero, para que los que entran vean la luz. Pues nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, y nada secreto que no vaya a ser conocido y presentado públicamente.” 
(Lucas, 8:16 y 17.)

Acercándose, los discípulos le dijeron: 
“¿Por qué les hablas en parábolas?”. 

Él respondió, y les dijo: 
“Porque a vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque al que ya tiene, más se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no entienden ni comprenden. En ellos se cumple la profecía de Isaías, cuando dice: ‘Oiréis con vuestros oídos y nada entenderéis; miraréis con vuestros ojos y nada veréis. Porque el corazón de este pueblo se ha embotado; sus oídos se han vuelto sordos, y han cerrado sus ojos; no sea que vean con sus ojos y con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y que, al convertirse, yo los sane (1)’.” 
(Mateo, 13:10 a 15.)

(1) Por causa de la apostasía y la maldad entre su pueblo, Isaías puso en clave sus profecías para que solamente aquellos con suficiente espiritualidad y perspicacia pudieran entender. El propósito de Isaías no es de convencer a los incrédulos, sino de proporcionar información vital a los que ya creen. Isaías, al poner sus escritos en clave, dio como resultado que los indignos no recibieran más de lo que podrían comprender, lo cual los sujetaría a la “mayor condenación”; también protegió en cierto grado la integridad de sus escritos. Aquellos que intentaron alterar los escritos para satisfacer sus deseos subversivos, quitando “muchas cosas claras y preciosas” del “libro del Cordero de Dios”, tenían poca perspicacia como para hacer daño considerable a los escritos enigmáticos de Isaías. [Isaías: Los tiempos del cumplimiento de Iván D. Sanderson]

Causa sorpresa oír que Jesús diga que no se debe colocar la luz debajo del celemín, cuando Él mismo oculta constantemente el sentido de sus palabras bajo el velo de la alegoría, que no todos pueden comprender. No obstante, Él ofrece una explicación a sus apóstoles: “Les hablo en parábolas, porque ellos no están en condiciones de comprender ciertas cosas. Ven, miran, oyen, pero no entienden, de modo que sería inútil decirles todo en este momento. Pero a vosotros os lo digo, porque os ha sido dado comprender estos misterios”. Así pues, Jesús obraba con el pueblo como se hace con los niños, cuyas ideas no están aún desarrolladas. De ese modo indica el verdadero sentido de la máxima: “No se debe poner la lámpara debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que todos los que entran puedan verla”. Eso no significa que haya que revelar sin consideración todas las cosas. La enseñanza debe ser proporcional a la inteligencia de aquel a quien se dirige, porque hay personas a quienes una luz demasiado intensa los deslumbraría sin iluminarlas.

Sucede con los hombres, en general, lo que ocurre con cada individuo en particular. Las generaciones tienen su infancia, su juventud y su edad madura. Cada cosa debe venir a su tiempo, pues la semilla que se arroja al suelo fuera de estación no germina. No obstante, lo que la prudencia aconseja callar momentáneamente, tarde o temprano será descubierto. Esto se debe a que, llegados a cierto grado de desarrollo, los hombres buscan por sus propios medios la luz intensa, pues la oscuridad les molesta. Dios les ha dado la inteligencia para que comprendan y se orienten tanto en las cosas de la Tierra como en las del Cielo. Los hombres quieren razonar su fe. Es entonces cuando no se debe poner la lámpara debajo del celemín, puesto que, sin la luz de la razón, la fe se debilita

Así pues, si bien la Providencia, en su previsora sabiduría, sólo revela las verdades gradualmente, siempre lo hace a medida que la humanidad está madura para recibirlas. La Providencia las mantiene en reserva y no debajo del celemín. En cambio, los hombres que están en posesión de esas verdades, por lo general las ocultan al común de las personas con la intención de dominarlas. Son ellos los que en realidad colocan la luz debajo del celemín. A eso se debe que la mayoría de las religiones tengan sus misterios, cuyo examen prohíben. No obstante, mientras esas religiones van quedando rezagadas, la ciencia y la inteligencia avanzan y rasgan el velo del misterio. El pueblo llegó a la edad adulta y quiere penetrar el fondo de las cosas, de modo que eliminó de su fe lo que se oponía a la observación.

No puede haber misterios absolutos, y Jesús está en lo cierto cuando dice que no hay nada secreto que no vaya a ser conocido. Todo lo que está oculto será descubierto algún día; y lo que el hombre aún no puede comprender en la Tierra le será develado sucesivamente en mundos más adelantados, a medida que se purifique. Por ahora, en este mundo, se encuentra en medio de tinieblas.

Hay quienes preguntan qué beneficio podría extraer el pueblo de esa cantidad de parábolas, cuyo sentido estaba oculto para él. Observemos que Jesús solamente se expresó por medio de parábolas en las partes hasta cierto punto abstractas de su doctrina. No obstante, hizo de la caridad hacia el prójimo, al igual que de la humildad, las condiciones precisas para la salvación, y todo lo que dijo respecto a eso ha quedado perfectamente claro, explícito y sin ambigüedades. Así debía ser, pues se trataba de la regla de conducta, regla que todos debían comprender para estar en condiciones de llevarla a la práctica. Era lo esencial para la multitud ignorante, a la que se limitaba a decir: “Esto es lo que debéis hacer para conquistar el reino de los Cielos”. Acerca de los aspectos restantes, reservaba el desarrollo de su pensamiento exclusivamente para sus discípulos. Puesto que ellos estaban más adelantados, tanto en lo moral como en lo intelectual, Jesús tuvo oportunidad de iniciarlos en el conocimiento de verdades más abstractas. Por eso Él manifestó: A los que ya tienen, más se les dará.

Con todo, incluso con sus apóstoles, Jesús conservó sin definir muchos puntos, cuya comprensión plena estaba reservada para tiempos ulteriores. Son esos puntos los que generaron las más diversas interpretaciones, hasta que la ciencia, por un lado, y el espiritismo, por el otro, revelaron nuevas leyes de la naturaleza, que facilitaron la comprensión de su verdadero sentido.


Puesto que Jesús ha enseñado las genuinas leyes de Dios, ¿qué utilidad tiene la enseñanza que imparten los Espíritus? ¿Deben éstos enseñarnos algo más? 
- La palabra de Jesús solía ser frecuentemente alegórica y en forma de parábolas, porque hablaba conforme a los tiempos y lugares. Ahora es necesario que la Verdad se torne inteligible para todo el mundo. Hay que explicar bien y desarrollar esas leyes, visto que existen tan pocas personas que las comprendan, y menos todavía que las practiquen. Nuestra misión consiste en impresionar los ojos y los oídos, para confundir a los orgullosos y desenmascarar a los hipócritas: esos que simulan las apariencias de la virtud y de la religión para ocultar sus propias torpezas. La enseñanza de los Espíritus ha de ser clara y sin equívocos, a fin de que nadie pueda pretextar ignorancia y que cada cual esté en condiciones de juzgarla y evaluarla con su propia razón. Estamos encargados de preparar el Reino de Dios cuyo advenimiento anunció Jesús. Por eso es necesario que no pueda cada cual interpretar la ley de Dios con arreglo a sus pasiones, ni falsear el sentido de una ley que es toda ella amor y caridad. 
 
¿Por qué la Verdad no ha sido puesta siempre al alcance de todo el mundo? 
- Precisa que cada cosa venga a su debido tiempo. La Verdad es como la luz: hay que habituarse a ella poco a poco, de lo contrario deslumbra.


Estamos ya en los tiempos en que los errores explicados serán verdades; nosotros os enseñaremos el sentido exacto de las parábolas, la correlación poderosa que une lo que fue y lo que es. En verdad os digo, la manifestación espiritista dilata el horizonte y aquí está su enviado que va a resplandecer como el sol en la cima de los montes. 
(Juan Evangelista. París, 1863).

El Espiritismo viene en el tiempo señalado a cumplir la promesa de Cristo: el Espíritu de Verdad preside su institución, llama a los hombres a la observancia de la Ley y enseña todas las cosas haciendo que se comprenda lo que Cristo dijo por parábolas [...]. De este modo, el Espiritismo realiza lo que Jesús dijo del Consolador prometido: conocimiento de las cosas, haciendo que el hombre sepa de dónde viene, adónde va y por qué está en la Tierra. Es un llamamiento a los verdaderos principios de la ley de Dios y un consuelo por la fe y por la esperanza.

El espiritismo, en la actualidad, arroja luz sobre una cantidad de puntos oscuros. Sin embargo, no proyecta su luz sin un criterio. En sus instrucciones, los Espíritus actúan con una prudencia admirable. Abordan los aspectos ya conocidos de la doctrina de modo gradual y sucesivamente, en tanto que dejan los restantes a fin de que sean revelados a medida que resulte conveniente sacarlos de la oscuridad. Si la hubiesen presentado completa desde un primer momento, sólo habría sido accesible para un reducido número de personas. Incluso habría atemorizado a los que no se encontraran preparados para recibirla, lo que hubiera significado un obstáculo para su propagación. Así pues, si los Espíritus aún no revelan la totalidad de modo ostensible, no es porque en la doctrina haya misterios reservados a unos pocos privilegiados, ni porque ellos pongan la lámpara debajo del celemín, sino porque cada cosa debe llegar en el momento oportuno. Los Espíritus dejan que cada idea disponga del tiempo necesario para madurar y propagarse, antes de presentar otra, de modo que los acontecimientos puedan preparar su aceptación.


Bibliografía:
El Evangelio según el Espiritismo de Allan Kardec
El Libro de los Espíritus de Allan Kardec


AMOR, CARIDAD y TRABAJO








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