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La misión de Jesús


 






LA MISIÓN DE JESÚS









En El libro de los espíritus los orientadores espirituales informan de que Jesús es el Espíritu más perfecto que Dios envió a la Tierra para servir de guía y modelo a la Humanidad. Información que es enriquecida por estos comentarios de Allan Kardec: “Jesús es para el hombre el prototipo de la perfección moral a que puede aspirar la Humanidad en la Tierra. Dios nos lo ofrece como el modelo más perfecto y la doctrina que enseñó es la más pura expresión de su ley, porque estaba animado del espíritu divino y es el ser más puro que ha venido a la Tierra.”

Después de más de dos mil años de la venida de Cristo, percibimos que su mensaje fue seriamente adulterado por religiosos representantes de las diferentes iglesias cristianas que, atendiendo a los intereses de las políticas de la Iglesia, mezclaron las enseñanzas evangélicas con preceptos teológicos, dogmas y rituales, de forma que los textos del Evangelio y los demás libros neotestamentarios pasaron a ser interpretados literalmente, de modo que se fueron acumulando errores a lo largo de la historia. Kardec destaca este estado de cosas y nos presenta un análisis claro que debe merecer nuestra atención y nuestra cautela:

Siendo la verdad una, no se puede encontrar en afirmaciones contrarias y Jesús no ha podido querer dar a sus palabras un doble sentido. Pues, si las diferentes sectas se contradicen, si unas consideran como verdadero lo que otras condenan como herejías, es imposible que estén todas en la verdad. Si todas hubiesen tomado el verdadero sentido de las enseñanzas evangélicas, se habrían encontrado de nuevo sobre el mismo terreno y no habría sectas.

Lo que no pasará es el verdadero sentido de las palabras de Jesús; lo que pasará, es lo que los hombres establecieron sobre el falso sentido que dieron a esas mismas palabras.

El trabajo del espírita, del cristiano sincero es, por lo tanto, el de rescatar el verdadero sentido de las enseñanzas de Cristo que, obviamente, extrapolan símbolos, teologías y opiniones personales. Debemos estar atentos para no representar aquella planta que será arrancada porque no fue plantada por el Padre Celestial (Mateo, 15:13). Ante tal comprensión, el espírita en particular, debe procurar entender el Evangelio según los postulados de la Doctrina Espírita, ya que esta representa el cumplimiento de la promesa de Cristo, registrada por Juan: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce”. (Juan, 14:15 a 17). “Pero el Paráclito (1), el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan, 14:26). 
(1) Del griego, Parakletos = el mediador, el defensor, el consolador; aquel que está al lado; que intercede.

La misión de Jesús, objeto de este estudio, puede ser resumida en las siguientes palabras del Codificador: “Teniendo Jesús la misión de traer a los hombres el pensamiento de Dios, sólo su doctrina pura puede ser la expresión de ese pensamiento”. Y el Espíritu Emmanuel añade, a su vez: “Jesús, cuya perfección se pierde en la noche inescrutable de las eras, personificando la sabiduría y el amor, ha orientado todo el desarrollo de la Humanidad terrena [...].”

Jesús pone a disposición de la Humanidad la Ley de Justicia transmitida por Moisés en los Diez Mandamientos (Decálogo). El Maestro Nazareno trae la Ley de Amor y todas las orientaciones espirituales necesarias para la mejora moral del hombre. La Ley de Amor es el rumbo seguro del hombre de bien, y está resumida en estas dos enseñanzas: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento”. El segundo es semejante a éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas (Mateo, 22: 37 a 40).

Amar al prójimo como a sí mismo, hacer por los otros lo que quisiéramos que los otros hicieran por nosotros, es la expresión más completa de la caridad, porque resume todos los deberes para con el prójimo. No se puede tener guía más seguro sobre este particular que el tomar por medida de lo que debe hacerse con los otros lo que deseamos que a nosotros se nos haga. ¿Con qué derecho se exigiría a nuestros semejantes mejores procederes de indulgencia, de benevolencia y de devoción, que los que se tienen con ellos? La práctica de estas máximas tiende a la destrucción del egoísmo; cuando los hombres las tomen por normas de su conducta y por base de sus instituciones, comprenderán la verdadera fraternidad y harán reinar entre ellos la paz y la justicia; no habrá ya ni odios ni disensiones, sino unión, concordia y benevolencia mutua.

Para que la misión de Jesús fuese cumplida, fue necesario que él actualizase la Ley Antigua, que se encuentra descrita en el Antiguo Testamento. Jesús no revocó la Ley de Dios (Decálogo) ni las enseñanzas esenciales de los demás profetas, lo que sería un contrasentido, sino que extrajo de ellas el espíritu, es decir, el verdadero sentido, liberándolas de las limitaciones de los aspectos externos, literales. Adaptó la legislación antigua a los preceptos del Amor y de la verdadera Justicia Divina. Justicia que difiere de la practicada por el judaísmo y, más tarde, por las suposiciones de las iglesias cristianas. La Justicia predicada por Cristo está llena de misericordia y bondad y transmite la idea del Padre cuando se refiere al Creador Supremo. Un Padre que vela por sus hijos; un Creador infinitamente bondadoso, misericordioso y justo, el Padre Celestial. Son condiciones completamente diversas del terrible Yahveh, el Dios vengador y de los ejércitos, que el Antiguo Testamento simboliza.

Jesús no vino a destruir la Ley, es decir, la Ley de Dios; vino a darle cumplimiento, esto es, a desarrollarla, a darle su verdadero sentido y apropiarla al grado de adelantamiento de los hombres; por esto se encuentra en esa ley el principio de los deberes para con Dios y el prójimo, que constituyen la base de su doctrina. En cuanto a las leyes de Moisés propiamente dichas, por el contrario, las modificó profundamente, ya en el fondo, ya en la forma; combatió constantemente el abuso de las prácticas exteriores y las falsas interpretaciones y no podría hacerlas sufrir una reforma más radical que reduciéndolas a estas palabras: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”, y diciendo: “Ahí está toda la ley y los profetas”.

Así, la práctica del bien no es sólo un criterio para que el hombre alcance el Reino de Dios. Es el único criterio. El ejercicio de la Ley de Amor es, pues, condición evolutiva, como enseña el Espíritu Lázaro, en un mensaje transmitido en París, en el año 1862:

El amor resume completamente la doctrina de Jesús, porque es el sentimiento por excelencia y los sentimientos son los instintos elevados a la altura del progreso realizado. Inicialmente el hombre sólo tiene instintos; más avanzado y corrompido, sólo tiene sensaciones; más instruido y purificado, tiene sentimientos, y el punto delicado del sentimiento es el amor; no el amor en el sentido vulgar del término, sino ese sol interior que condensa y reúne en su ardiente foco todas las aspiraciones y todas las revelaciones sobrehumanas. La ley de amor sustituye la personalidad por la fusión de los seres y aniquila las miserias sociales. ¡Feliz aquel que, elevándose sobre su humanidad, quiere con gran amor a sus hermanos que sufren! ¡Feliz aquel que ama, porque no conoce ni la angustia del alma, ni la miseria del cuerpo, sus pies son ligeros y vive como transportado fuera de sí mismo! Cuando Jesús pronunció esta divina palabra – amor – hizo con ella estremecer a los pueblos, y los mártires, embriagados de esperanza, descendían al circo.

[...]

He dicho que inicialmente el hombre sólo tiene instintos; aquel, pues, en quien dominan los instintos, está más próximo al punto de partida que del objetivo. Para avanzar en dirección al objetivo, es preciso vencer los instintos en provecho de los sentimientos, es decir, perfeccionar estos sofocando los gérmenes latentes de la materia. Los instintos son la germinación y los embriones del sentimiento [...].

El Espíritu debe ser cultivado como un campo; toda la riqueza futura depende del trabajo presente, y más que bienes terrestres, os traerá a la gloriosa elevación; entonces será cuando comprendiendo la ley de amor que une a todos los seres, encontraréis en ella las suaves alegrías del alma, que son el preludio de las alegrías celestes.

Para Fénelon, otro Espíritu orientador de la Codificación, la condición de amar a Dios es, primeramente, amar al prójimo. En otras palabras, el prójimo es, efectivamente, el instrumento de nuestra evolución, a fin de que podamos tener acceso al Reino de los Cielos. He aquí un resumen de las aclaraciones del Fénelon, transmitidas en Bordeaux, año 1861:

El amor es de esencia divina y desde el primero hasta el último, poseéis en el fondo del corazón la llama de ese fuego sagrado

[...] Ese germen se desarrolla y engrandece con la moralidad y la inteligencia y aunque sea comprimido por el egoísmo, es el origen de santas y dulces virtudes que constituyen los afectos sinceros y duraderos, y os ayudan a vencer la ruta escarpada y árida de la existencia humana.

[...] ¡Pues bien! Para practicar la Ley de Amor, tal como Dios la entiende, es preciso que lleguéis por grados a amar a todos vuestros hermanos indistintamente. La tarea será larga y difícil, pero se cumplirá: Dios lo quiere y la Ley de Amor es el primer y más importante precepto de vuestra nueva doctrina, porque es la que deberá un día, matar el egoísmo, bajo cualquier forma que se presente [...].

[...] Jesús dijo: “Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos”; pero ¿cuál es el límite del prójimo? ¿Es, acaso, la familia, la secta, la nación? No, es la Humanidad entera [...].

Los efectos de la ley de amor son el mejoramiento moral de la raza humana y la felicidad durante la vida terrestre. Los más rebeldes y los más viciosos deberán reformarse cuando vean los beneficios producidos por esa práctica: No hagáis a los otros lo que no quisierais que os hicieran a vosotros, hacedles, por el contrario, todo el bien que vosotros podáis hacerles. No creáis en la esterilidad y endurecimiento del corazón humano; a pesar suyo cede al amor verdadero [...].

[...] La Tierra, morada de prueba y de exilio, será entonces purificada por ese fuego sagrado y verá practicar la caridad, la humildad, la paciencia, la devoción, la abnegación, la resignación, el sacrificio, virtudes todas hijas del amor [...].

La Ley de Amor resume, pues, la Doctrina de Jesús. Esta fue su sublime misión junto a la Humanidad, como también constata el Espíritu Sansón que fue, cuando estaba encarnado, miembro de la Sociedad Espírita de París, en un mensaje transmitido en 1863:

Amar, en el sentido profundo de la palabra, es ser leal, probo, concienzudo, para hacer a los otros lo que quisiéramos para nosotros mismos; es buscar alrededor de sí el sentido íntimo de todos los dolores que abruman a vuestros hermanos, para suavizarlos; es mirar la gran familia humana como la suya, porque esta familia la volverá a encontrar, en ciertos períodos, en mundos más avanzados, y los Espíritus que la componen son, como vosotros, hijos de Dios destinados a elevarse hasta el infinito. Por esto no podéis rehusar a vuestros hermanos lo que Dios os dio libremente, porque por vuestra parte estaríais muy contentos de que vuestros hermanos os diesen del que tuvieseis necesidad. A todos los sufrimientos, dadles, pues, una palabra de esperanza y de apoyo, a fin de que seáis todo amor, todo justicia.

Por último, importa considerar que las enseñanzas de Jesús son de fácil aplicación, siempre que el ser humano se esfuerce en desarrollar virtudes, como nos enseña Emmanuel:

La enseñanza de Jesús no se reviste de fórmulas complicadas.

Aunque guardara el debido respeto a todas las escuelas de revelación de la fe y a sus colegios iniciáticos, notamos que el Señor desciende de lo Alto a fin de liberar al templo que es el corazón humano, para conducirlo a la sublimidad del amor y la luz, a través de la fraternidad, el amor y el conocimiento.

Para eso, el Maestro no exige que los hombres se hagan héroes o santos de un día para otro. No pide que sus seguidores practiquen milagros ni les reclama lo imposible. Su palabra está dirigida a la vida común, a los niveles más simples del sentimiento, a la lucha ordinaria y a las experiencias de cada día.


Bibliografía:
El Evangelio Redivivo (FEB)







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