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Penas y goces terrenos






PENAS Y GOCES TERRENOS







Felicidad y desdicha relativas

920. El hombre, ¿puede gozar en la Tierra de una felicidad completa?
“No, puesto que la vida le ha sido dada como prueba o expiación. No obstante, de él depende aliviar sus males y ser en la Tierra tan feliz como sea posible.”


921. Se entiende que el hombre será feliz en la Tierra cuando la humanidad se haya transformado. Con todo, en el ínterin, ¿puede cada uno asegurarse una felicidad relativa?
“La mayoría de las veces, el hombre es el artífice de su propia desdicha. Al poner en práctica la ley de Dios, se evita muchos males y se procura una felicidad tan intensa como se lo permita su grosera existencia.”

El hombre que está perfectamente compenetrado de su destino futuro sólo ve en la vida corporal una estación temporaria. Para él se trata de un alto momentáneo en un hospedaje precario. Fácilmente se consuela con que se presenten algunos disgustos pasajeros en un viaje que habrá de conducirlo a una situación que será tanto mejor cuanto mejores hayan sido los preparativos que hizo por anticipado. 

Desde esta vida somos castigados, por infringir las leyes de la existencia corporal, con los males que resultan de esa infracción y de nuestros propios excesos. Si nos remontamos paso a paso hasta el origen de lo que llamamos nuestras desgracias terrenales, veremos que la mayoría de ellas son el resultado de una desviación inicial del camino recto. A través de esa desviación nos internamos en un sendero perjudicial y, de consecuencia en consecuencia, caemos en la desdicha.


922. La felicidad terrenal es relativa a la situación de cada uno. Lo que es suficiente para la felicidad de uno, para otro constituye una desgracia. No obstante, ¿existe una medida de felicidad que sea común a todos los hombres?
“Para la vida material, la felicidad consiste en poseer lo necesario. Para la vida moral, es la conciencia limpia y la fe en el porvenir.”


923. Lo que es superfluo para uno, ¿no resulta necesario para otro, y viceversa, conforme a la situación en que se encuentren? 
“En efecto, así es conforme a vuestras ideas materiales, vuestros prejuicios, vuestra ambición y todos vuestros ridículos caprichos, por los que el porvenir habrá de juzgaros cuando comprendáis la verdad. Sin duda, el hombre que tenía cincuenta mil libras de renta y se ve reducido a diez mil, se considera muy desdichado, porque ya no podrá darse tanta importancia ni conservar lo que él llama su categoría: tener caballos, sirvientes, satisfacer sus pasiones, etc. Cree, pues, que le falta lo necesario. No obstante, ¿piensas tú, francamente, que haya que tenerle lástima, cuando alrededor suyo hay quienes se mueren de hambre y de frío y no tienen ni un refugio donde reclinar la cabeza? El sabio, para ser feliz, mira hacia abajo y nunca hacia arriba, salvo que lo haga para elevar su alma hacia lo infinito.”


924. Hay males que son independientes de la manera de obrar y que afectan incluso al más justo de los hombres. ¿No existe alguna manera de preservarse de ellos?
“En ese caso, si quiere progresar, el hombre debe resignarse y sufrir esos males sin quejarse. Con todo, siempre encuentra un consuelo en la conciencia, que le brinda la esperanza de un porvenir mejor, si hace lo necesario para obtenerlo.”


925. ¿Por qué Dios favorece con los dones de la fortuna a algunos hombres que no parecen haberlos merecido?
“Se trata de un favor a los ojos de los que sólo ven el presente. No obstante, sabedlo bien, la fortuna suele ser una prueba más peligrosa que la miseria.” 


926. La civilización, al crear nuevas necesidades, ¿no se convierte en una fuente de nuevas aflicciones?
“Los males de este mundo guardan relación con las necesidades ficticias que os habéis creado. El que sabe poner límite a sus deseos y observa sin envidia lo que está por encima de su posición, se evita muchos desengaños en esta vida. El más rico es el que tiene menos necesidades. 
Vosotros envidiáis los goces de aquellos que os parecen los afortunados del mundo. No obstante, ¿sabéis lo que les está reservado? Si guardan sus goces para sí, son egoístas. En ese caso, vendrán los contratiempos. Más bien compadeceos de ellos. A veces Dios permite que el malvado prospere, pero su felicidad no es digna de envidia, pues habrá de pagarla con lágrimas amargas. Si el justo es desdichado, se trata de una prueba que se le tomará en cuenta si la soporta con valor. Acordaos de estas palabras de Jesús: Bienaventurados los que sufren, porque serán consolados.”


927. No cabe duda de que lo superfluo no es indispensable para la felicidad, pero no ocurre lo mismo con lo necesario. Ahora bien, la desdicha de los que están privados de lo necesario, ¿no es real?
“El hombre es verdaderamente desdichado cuando sufre la carencia de lo necesario para la vida y la salud del cuerpo. Esa privación tal vez se deba a su propia culpa, en cuyo caso sólo debe quejarse de sí mismo. Si es por culpa de otros, la responsabilidad recaerá sobre quien haya causado dicha privación.”


928. Es evidente que, de acuerdo con la especificidad de las aptitudes naturales del hombre, Dios nos señala nuestra vocación en este mundo. Muchos de nuestros males, ¿no se deben a que no seguimos esa vocación?
“Es verdad. Además, los padres son quienes, por orgullo o avaricia, suelen apartar a sus hijos del camino que les trazó la naturaleza, con lo cual comprometen la felicidad de estos. Esos padres serán responsables de lo que hayan hecho.”


[928a] – En ese caso, ¿hallaríais justo que el hijo de un hombre que ocupa una elevada posición en el mundo fabricara zapatos, por ejemplo, si tuviera aptitud para ese oficio?
“No hace falta caer en el absurdo ni exagerar las cosas. La civilización tiene sus necesidades. ¿Por qué razón el hijo de un hombre que ocupa una elevada posición, como tú dices, habría de fabricar zapatos si puede hacer otra cosa?  Siempre podrá ser útil en la medida de sus facultades, si no las aplica en sentido contrario. Así, por ejemplo, en vez de un mal abogado, tal vez pueda ser un muy buen mecánico, etc.”

La desviación de los hombres del círculo intelectual que les es propio constituye con toda seguridad una de las causas más frecuentes de decepción. La ineptitud para la carrera abrazada es una fuente inagotable de contratiempos. A eso se suma el amor propio, que impide al hombre que ha fracasado la búsqueda de recursos en una profesión más humilde, y le señala el suicidio como remedio extremo para eludir lo que considera una humillación. Si una educación moral lo hubiese elevado por encima de los absurdos prejuicios del orgullo, nunca habría sido tomado desprevenido.


929. Hay personas que, al estar desprovistas de recursos, aun cuando la abundancia reina alrededor suyo, no tienen otra perspectiva más que la muerte. ¿Qué partido deben tomar? ¿Deben dejarse morir de hambre?
“El hombre nunca debe tener la idea de dejarse morir de hambre. Siempre encontraría un medio de alimentarse si el orgullo no se interpusiera entre la necesidad y el trabajo. Se suele decir que no hay oficio indigno, y que no es la profesión lo que deshonra. Con todo, eso se dice para los demás y no para uno mismo.”


930. Es evidente que, si no fuera por los prejuicios sociales por los que nos dejamos dominar, siempre encontraríamos algún trabajo que nos ayudara a vivir, aunque tuviéramos que renunciar a nuestra posición. No obstante, entre las personas que no tienen prejuicios, o que los dejan a un lado, ¿no las hay que se hallan imposibilitadas de satisfacer sus necesidades, como consecuencia de enfermedades o de otras causas independientes de su voluntad?
“En una sociedad organizada conforme a la ley de Cristo, nadie debe morirse de hambre.”

Con una organización social sabia y previsora, el hombre sólo puede carecer de lo necesario por su propia culpa. No obstante, sus faltas suelen ser el resultado del medio en que se encuentra. Cuando el hombre practique la ley de Dios, logrará un orden social basado en la justicia y en la solidaridad, y él mismo también será mejor.


931. ¿Por qué, en la sociedad, las clases sufridoras abundan más que las felices?
“Ninguna clase es feliz por completo. Además, lo que consideráis felicidad suele ocultar punzantes penas. En todas partes existe el sufrimiento. Sin embargo, para responder a tu idea, diré que las clases que tú llamas sufridoras son más abundantes porque la Tierra es un lugar de expiación. Cuando el hombre haya hecho de ella la morada del bien y de los Espíritus buenos, ya no será desdichado. La Tierra será para él el paraíso terrenal.”


932. ¿Por qué, en el mundo, los malvados ejercer por lo general mayor influencia que los buenos?
“Por la debilidad de los buenos. Los malvados son intrigantes y audaces; los buenos son tímidos. Cuando estos se decidan, lograrán imponerse.”


933. Dado que el hombre suele ser el artífice de sus padecimientos materiales, ¿ocurre lo mismo con los padecimientos morales?
“Más aún, pues los padecimientos materiales son a veces independientes de la voluntad. Con todo, el orgullo herido, la ambición frustrada, la ansiedad de la avaricia, la envidia, los celos, en una palabra, todas las pasiones, son tormentos del alma.
¡La envidia y los celos! ¡Dichosos los que no conocen esos dos gusanos devoradores! Con la envidia y los celos no hay calma ni reposo posibles para quien padece ese mal. Los objetos de su codicia, de su odio, de su despecho, se yerguen ante él como fantasmas que no le dan tregua y lo persiguen incluso en sueños. El envidioso y el celoso se encuentran en un estado de fiebre continua. ¿Acaso es esa una situación deseable? ¿No comprendéis que con esas pasiones el hombre se crea suplicios voluntarios y la Tierra se convierte para él en un verdadero infierno?”

Muchas expresiones pintan vigorosamente los efectos de algunas pasiones. Se dice: “hinchado de orgullo”, “morirse de envidia”, “consumido por los celos o el despecho”, “amargarse la bebida y la comida”, etc. Tales cuadros reflejan fielmente la realidad. Incluso, los celos no tienen un objeto determinado. Hay personas que son celosas por naturaleza y que sienten celos por todo lo que se destaca y por todo lo que está fuera de lo común, aunque no tengan ningún interés directo en ello, sino tan sólo porque no pueden conseguirlo. Todo lo que les parece que está por encima del horizonte las ofusca, y si fueran mayoría en la sociedad pretenderían rebajarlo todo a su nivel. Son los celos conjugados con la mediocridad.

A menudo, el hombre es desgraciado debido a la importancia que atribuye a las cosas de la Tierra. La vanidad, la ambición y la codicia frustradas son la causa de su desdicha. En cambio, si se ubica por encima del estrecho círculo de la vida material y eleva sus pensamientos hacia lo infinito, que es su destino, las vicisitudes de la humanidad le parecen entonces mezquinas y pueriles, tal como la tristeza del niño que se aflige por la pérdida de un juguete que era toda su felicidad.

El que sólo ve la felicidad en la satisfacción del orgullo y de los apetitos groseros es desdichado cuando no puede satisfacerlos, mientras que el que no aspira a nada superfluo es feliz con lo que otros consideran una calamidad.

Nos referimos al hombre civilizado, porque el salvaje, dado que sus necesidades son más limitadas, no tiene los mismos motivos de codicia y de angustia: su manera de ver las cosas es muy diferente. En el estado de civilización, el hombre razona acerca de su desdicha y la analiza. Por eso la desdicha lo afecta más. No obstante, también está en condiciones de razonar y analizar los medios de obtener consuelo. Entonces encuentra ese consuelo en el sentimiento cristiano, que le brinda la esperanza de un porvenir mejor; así como en el espiritismo, que le brinda la certeza de ese porvenir.(1)

(1) Consúltese el libro El Génesis, donde analiza Kardec los motivos de la aparición del Espiritismo a mediados del siglo diecinueve, cuando el mundo alcanzaba un estado de adelantada civilización. El conocimiento de la realidad espírita de la vida sólo es posible, en su plenitud, en mundos civilizados, de la misma manera que en el estado de civilización ese conocimiento constituye un imperativo del progreso mismo y un medio de acelerarlo. (Ver El Génesis, Cap. I, párrafos 16 a 18, y en particular la parte final de este último parágrafo). [N. de J. H. Pires. 1981]



Pérdida de los seres queridos

934. La pérdida de los seres que amamos, ¿no es una de las que ocasionan las penas más legítimas, por tratarse de una pérdida irreparable e independiente de nuestra voluntad?
“Esa causa de pesar alcanza tanto al rico como al pobre. Es una prueba o expiación, y la ley es común a todos. No obstante, es un consuelo el que podáis comunicaros con vuestros amigos por los medios de que disponéis, hasta que tengáis otros más directos y accesibles a vuestros sentidos.”


935. ¿Qué pensar de la opinión de las personas a quienes las comunicaciones de ultratumba les resultan una profanación?
“No puede haber profanación cuando existe recogimiento y cuando la evocación se hace con respeto y honestidad. Prueba de ello es que los Espíritus que os aprecian acuden con placer. Están felices de que los recordéis y de comunicarse con vosotros. Habría profanación en caso de que eso se hiciera con frivolidad.”

La posibilidad de entrar en comunicación con los Espíritus es un muy grato consuelo, puesto que nos proporciona los medios de conversar con los parientes y amigos que dejaron la Tierra antes que nosotros. Mediante la evocación los atraemos. Están a nuestro lado, nos escuchan y nos responden. Por decirlo así, ya no existe separación entre ellos y nosotros. Nos ayudan con sus consejos, nos dan testimonio de su afecto y de la alegría que experimentan porque los recordamos. Para nosotros es una satisfacción saber que son felices, enterarnos por ellos mismos de los detalles de su nueva existencia, así como adquirir la certeza de que nos reuniremos con ellos cuando llegue el momento de nuestro regreso.


936. ¿De qué modo afecta a los Espíritus el dolor inconsolable del que son objeto en quienes los sobreviven?
“El Espíritu es sensible al recuerdo que se conserva de él, así como a los lamentos de aquellos a los que amó. No obstante, un dolor incesante e irreflexivo lo afecta intensamente, porque en ese dolor excesivo ve una falta de fe en el porvenir, así como también de confianza en Dios y, por consiguiente, un obstáculo para el adelanto y, tal vez, para el reencuentro.”

Dado que el Espíritu está más feliz que en la Tierra, lamentarse de que haya perdido la vida implica lamentarse de que sea feliz. Dos amigos están presos y encerrados en el mismo calabozo. Ambos alcanzarán un día la libertad, pero uno de ellos la obtiene antes que el otro. ¿Sería caritativo que el que sigue preso se disgustara porque su amigo fue liberado antes que él? ¿No habría de su parte más egoísmo que afecto si quisiera que el otro compartiese su cautiverio y sus padecimientos tanto tiempo como él? Lo mismo sucede con dos seres que se aman en la Tierra. El que parte primero es el que se libera primero, y debemos felicitarlo por eso, mientras esperamos pacientemente el momento en que también nosotros seremos libres.

Al respecto, haremos otra comparación. Tenéis junto a vosotros a un amigo que se encuentra en una situación muy penosa: su salud o sus intereses le exigen que viaje a otro país, donde estará mejor en todos los aspectos. Durante un tiempo ya no permanecerá a vuestro lado, aunque mantendréis correspondencia con él. De modo que la separación sólo será material. ¿Os sentiríais disgustados por su alejamiento, puesto que es para su bien?

La doctrina espírita, tanto por las pruebas patentes que proporciona acerca de la vida futura, de la presencia alrededor nuestro de los que hemos amado, de la continuidad de su afecto y su solicitud, como por las relaciones que nos permite establecer con ellos, nos ofrece un consuelo supremo para una de las causas más legítimas de dolor. Con el espiritismo ya no hay soledad ni abandono. Por más aislado que esté un hombre, siempre tendrá amigos cerca de él, con los que podrá comunicarse.

Sobrellevamos con impaciencia las tribulaciones de la vida. Nos parecen tan intolerables que no comprendemos cómo es posible que las soportemos. Sin embargo, si las hemos sobrellevado con valor, si hemos sabido imponer silencio a nuestras quejas, nos felicitaremos por eso cuando estemos fuera de esta prisión terrenal, del mismo modo que el paciente que sufre, cuando está curado, siente satisfacción por haberse resignado a someterse a un tratamiento doloroso.



Decepciones. Ingratitud. Afectos contrariados

937. Las decepciones que experimentamos debido a la ingratitud y a la fragilidad de los lazos de amistad, ¿no son también para el hombre de buen corazón una fuente de amargura?
“Así es. Con todo, nosotros os enseñamos a compadeceros de los ingratos y de los amigos infieles, pues serán más desdichados que vosotros. La ingratitud es hija del egoísmo, y el egoísta encontrará más tarde corazones insensibles, como él mismo lo ha sido. Pensad en los que han hecho más bien que vosotros, que valían más que vosotros y a quienes se pagó con ingratitud. Pensad que el propio Jesús fue escarnecido y despreciado en la Tierra, tildado de bribón e impostor, y no os asombréis de que os vaya a suceder lo mismo. Que el bien que habéis hecho sea vuestra recompensa en este mundo, y no os preocupe lo que digan de él quienes lo recibieron. La ingratitud es una prueba para vuestra persistencia en la práctica del bien, lo cual se os tomará en cuenta. Además, los que os han despreciado serán tanto más castigados cuanto mayor haya sido su ingratitud.”


938. Las decepciones provocadas por la ingratitud, ¿no tienen por objeto endurecer nuestro corazón y cerrarlo a la sensibilidad? 
“Eso sería un error. Porque el hombre de buen corazón, como tú dices, siempre es feliz por el bien que hace. Sabe que, si ese bien no es recordado en esta vida, será recordado en otra, y que el ingrato se avergonzará y tendrá remordimientos.”


[938a] – Ese pensamiento no impide que su corazón quede dolorido. Ahora bien, ese dolor, ¿no podría sugerirle la idea de que sería más feliz si fuera menos sensible?
“Sí, si prefiere la felicidad del egoísta. ¡Triste felicidad! Así pues, sepa ese hombre que los amigos ingratos que lo abandonaron no son dignos de su amistad y que se ha equivocado acerca de ellos. En ese caso, no debe lamentarse de haberlos perdido. Más adelante encontrará nuevos amigos que sabrán comprenderlo mejor. Compadeceos de los que tienen para con vosotros un mal comportamiento sin que lo hayáis merecido, pues para ellos habrá una penosa retribución. Con todo, que eso no os afecte: es la manera de colocaros por encima de ellos.”

La naturaleza ha otorgado al hombre la necesidad de amar y de ser amado. Uno de los mayores goces que se le conceden en la Tierra consiste en encontrar corazones que simpaticen con el suyo. Así, la naturaleza le da las primicias de la felicidad que se le reserva en el mundo de los Espíritus perfectos, donde todo es amor y benevolencia. Se trata de un goce que se niega al egoísta.



Uniones antipáticas

939. Dado que los Espíritus que simpatizan mutuamente son conducidos a unirse, ¿a qué se debe que, entre los Espíritus encarnados, a menudo sólo uno de ellos sienta afecto, y que el amor más sincero sea acogido con indiferencia o hasta con repulsión? Además, ¿cómo puede ser que el más intenso afecto entre dos seres pueda convertirse en antipatía y a veces en odio?
“¿No comprendes entonces que se trata de un castigo, aunque sólo sea pasajero? Por otra parte, ¡cuántos hay que creen amar perdidamente porque sólo juzgan por las apariencias, y cuando se ven obligados a convivir con la otra persona no tardan en reconocer que se trataba apenas de una pasión material! No basta con estar enamorado de una persona que os agrada y que consideráis provista de bellas cualidades. Sólo si vivís realmente en su compañía podréis apreciarla. ¡Cuántas uniones hay, también, de personas que al comienzo parecían destinadas a no simpatizar, y cuando ambas se conocieron y se analizaron lo suficiente terminaron por amarse con un amor tierno y duradero, porque se basaba en la estima! No hay que olvidar que quien ama es el Espíritu y no el cuerpo, y que cuando la ilusión material se disipa, el Espíritu ve la realidad.
Hay dos clases de afecto: el del cuerpo y el del alma. A menudo se los confunde. El afecto del alma, cuando es puro y se basa en la simpatía, es duradero. El del cuerpo, en cambio, es perecedero. Por eso muchas veces los que creían amarse con un amor eterno se odian cuando se acaba la ilusión.”


940. La falta de simpatía entre los seres destinados a vivir juntos, ¿no es también una fuente de pesares tanto más amargos cuanto que envenenan toda la existencia?
“Muy amargos, en efecto. No obstante, se trata de una de esas desdichas cuya causa principal a menudo sois vosotros mismos. En primer lugar, vuestras leyes están erradas; ¿o acaso crees que Dios te obliga a permanecer junto a los que te desagradan? Además, en esas uniones, muchas veces buscáis más la satisfacción de vuestro orgullo y de vuestra ambición, que la felicidad de un afecto mutuo. En ese caso, sufrís la consecuencia de vuestros prejuicios.”


[940a] – Pero entonces, ¿no hay casi siempre una víctima inocente?
“Sí, y para ella es una dura expiación. Sin embargo, la responsabilidad de su desdicha recaerá en quienes la hayan causado. Si la luz de la verdad ha penetrado en su alma, la víctima encontrará consuelo en la fe en el porvenir. Por lo demás, a medida que los prejuicios se debiliten, desaparecerán también las causas de esas desdichas privadas.”



Temor a la muerte

941. El temor a la muerte es para muchas personas una causa de perplejidad. ¿A qué se debe ese temor, dado que tienen ante ellas el porvenir?
“Ese temor no tiene ninguna razón de ser. No obstante, ¡qué pretendes! Cuando son jóvenes se intenta persuadirlas de que existe un Infierno y un Paraíso, pero se les dice que es casi seguro que irán al Infierno, porque lo que está en la naturaleza es un pecado mortal para el alma. Entonces, cuando llegan a ser adultas, si tienen un poco de juicio no pueden admitir una cosa semejante, y se vuelven ateas o materialistas. Así es como se las induce a creer que fuera de la vida presente no hay nada más. En cuanto a las que persistieron en sus creencias de la infancia, le temen a ese fuego eterno que habrá de quemarlas sin consumirlas. 
La muerte no inspira en el justo ningún temor, porque con la fe tiene la certeza del porvenir. La esperanza le hace aguardar una vida mejor; y la caridad, cuya ley ha puesto en práctica, le confiere la seguridad de que en el mundo al que va a ingresar no encontrará ningún ser a cuya mirada deba temerle.”

El hombre carnal, más apegado a la vida corporal que a la espiritual, experimenta en la Tierra penas y goces materiales. Su felicidad consiste en la satisfacción efímera de sus deseos. Su alma, constantemente preocupada y afectada por las vicisitudes de la vida, se mantiene en un estado de ansiedad y de tortura perpetuas. La muerte lo espanta porque duda de su porvenir y cree que habrá de dejar en la Tierra todos sus afectos y esperanzas. El hombre moral, en cambio, que se ha elevado por encima de las necesidades ficticias creadas por las pasiones, experimenta desde este mundo goces que el hombre material no conoce. La moderación de sus deseos otorga a su Espíritu calma y serenidad. Feliz con el bien que hace, para él no hay decepciones, y las contrariedades pasan por su alma sin dejar en ella ninguna impresión dolorosa.


942. ¿No parecerá a algunas personas que esos consejos para ser feliz en la Tierra son un tanto banales? ¿No verán en ellos lo que llaman lugares comunes, verdades trilladas? ¿No dirán que, en definitiva, el secreto para ser feliz consiste en saber soportar la propia desdicha?
“Habrá quienes digan eso, y serán muchos. No obstante, ocurre con las personas lo que con algunos enfermos a los que el médico prescribe una dieta: querrían curarse sin remedios y sin abandonar los excesos en las comidas y las bebidas.”



Hastío de la vida. Suicidio

943. ¿A qué se debe el hastío de la vida que se apodera de algunos individuos, sin motivos plausibles?
“Efecto de la ociosidad, de la falta de fe y, a menudo, de la saciedad.
Para el que ejerce sus facultades con un objetivo útil y conforme a sus aptitudes naturales, el trabajo no tiene nada de árido y la vida transcurre más rápidamente. Soporta las vicisitudes con mayor paciencia y resignación, a medida que obra con miras a la felicidad más sólida y duradera que lo aguarda.”


944. El hombre, ¿tiene derecho a disponer de su propia vida?
“No; sólo Dios tiene ese derecho. El suicidio voluntario es una transgresión de esa ley.”


[944a] – El suicidio, ¿no es siempre voluntario?
“El loco que se mata no sabe lo que hace.”


945. ¿Qué pensar del suicidio cuya causa es el hastío de la vida?
“¡Insensatos! ¿Por qué no trabajaron? ¡La existencia no les habría resultado tan pesada!”


946. ¿Qué pensar del suicidio cuyo objetivo es escapar de las miserias y de las decepciones de este mundo?
“¡Pobres Espíritus, que no tienen valor para soportar las miserias de la existencia! Dios ayuda a los que sufren, pero no a los que no tienen fuerza ni valor. Las tribulaciones de la vida son pruebas o expiaciones. ¡Dichosos los que las soportan sin quejarse, pues serán recompensados! ¡Desgraciados, en cambio, los que esperan su salvación de lo que, en su impiedad, llaman acaso o fortuna! El acaso o la fortuna, para servirme de su lenguaje, pueden, en efecto, favorecerlos por un instante, pero para hacerles sentir más tarde y con mayor crueldad el vacío de esas palabras.”


[946a] – Los que han inducido al desdichado a ese acto de desesperación, ¿sufrirán las consecuencias?
“¡Oh! ¡Desdichados! Tendrán que dar cuenta de eso como si se tratara de un asesinato.”


947. El hombre que se enfrenta con la necesidad y se deja morir de desesperación, ¿puede ser considerado un suicida?
“Es un suicida, pero los que causaron esa situación, o que podrían haberla remediado, son más culpables que él. A él lo espera la indulgencia. Con todo, no creáis que será absuelto por completo si careció de firmeza y de perseverancia, y si no se valió de su inteligencia para salir del atolladero. ¡Desdichado! ¡Sobre todo, si su desesperación nace del orgullo! Quiero decir, si es uno de esos hombres en quienes el orgullo paraliza los recursos de la inteligencia, que se ruborizarían de deber su existencia al trabajo de sus manos, y que prefieren morirse de hambre antes de renunciar a lo que ellos llaman su posición social. ¿Acaso no hay cien veces más grandeza y dignidad en luchar contra la adversidad, en desafiar a la crítica de un mundo fútil y egoísta, que sólo demuestra buena voluntad con aquellos que no carecen de nada, pero os da la espalda tan pronto como necesitáis de él? Sacrificar la propia vida por la estima de ese mundo es una estupidez, puesto que en él no se la tiene en cuenta en absoluto.”


948. El suicidio cuyo objetivo reside en escapar de la vergüenza de una mala acción, ¿es tan reprensible como el causado por la desesperación?
“El suicidio no borra la falta. Quien incurre en él, suma otra falta a la anterior. Cuando se tuvo valor para hacer el mal, también se lo debe tener para sufrir sus consecuencias. Dios juzga, y a veces, según la causa, puede atenuar el rigor de su justicia.”


949. El suicidio, ¿es excusable cuando el objetivo de quien lo comete es impedir que la vergüenza recaiga sobre los hijos o la familia?
“Quien actúa de ese modo no hace bien. Con todo, como cree lo contrario, Dios se lo toma en cuenta, pues se trata de una expiación que el suicida se impone a sí mismo. La intención atenúa la falta, pero no por eso deja de haber falta. Por otra parte, cuando hayáis abolido los abusos de vuestra sociedad y vuestros prejuicios, ya no tendréis esa clase de suicidios.”

El que se quita la vida para evitarse la vergüenza de una mala acción, prueba que tiene más aprecio por la estima de los hombres que por la de Dios, pues habrá de ingresar en la vida espiritual cargado con sus inquietudes. Además, se ha privado de los medios de rescatarlas durante la vida. Dios suele ser menos inexorable que los hombres. Perdona el arrepentimiento sincero y toma en cuenta la reparación. El suicidio no repara nada.


950. ¿Qué pensar del que se quita la vida con la esperanza de llegar más pronto a una vida mejor?
“¡Otra locura! Que haga el bien y estará más seguro de alcanzarla. El suicida retrasa su entrada en un mundo mejor, y él mismo pedirá volver para concluir esa vida que interrumpió debido a una idea falsa. Una falta, sea cual fuere, nunca abre el santuario de los elegidos.”


951. El sacrificio de la propia vida, ¿no es meritorio, a veces, cuando su objetivo es salvar la vida del prójimo o ser útil a los semejantes?
“Eso es sublime, según la intención, y en ese caso el sacrificio de la propia vida no es suicidio. Sin embargo, Dios se opone a un sacrificio inútil, y no puede verlo con agrado cuando lo empaña el orgullo. Un sacrificio sólo es meritorio por el desinterés, y el que lo lleva a cabo tiene, a veces, una segunda intención que disminuye su valor ante Dios.”

Todo sacrificio hecho a expensas de la propia felicidad es un acto altamente meritorio ante Dios, porque consiste en la práctica de la ley de caridad. Ahora bien, dado que la vida es el bien terrenal que más aprecia el hombre, el que renuncia a ella por el bien de sus semejantes no comete un atentado, sino que lleva a cabo un sacrificio. No obstante, antes de hacerlo, debe reflexionar acerca de si su vida no podría ser más útil que su muerte.


952. El hombre que perece víctima del abuso de pasiones que sabe que habrán de apresurar su fin, pero a las que ya no puede resistir porque el hábito las ha convertido en verdaderas necesidades físicas, ¿comete un suicidio?
“Se trata de un suicidio moral. ¿No comprendéis que en ese caso el hombre es doblemente culpable? En él hay falta de valor y bestialidad. Además, hay olvido de Dios.”


[952a] – ¿Es más culpable que el que se quita la vida por desesperación?
“Es más culpable, pues ha tenido tiempo de razonar su suicidio. En el que lo comete instantáneamente hay, a veces, una especie de extravío que se parece a la locura. El otro será castigado mucho más, porque las penas siempre son proporcionales a la conciencia que se tiene de las faltas cometidas.”


953. Cuando una persona ve que le aguarda una muerte inevitable y terrible, ¿es culpable de abreviar unos instantes sus padecimientos mediante una muerte voluntaria?
“Siempre se es culpable de no aguardar el término que Dios ha fijado. Por otra parte, ¿se está seguro de que ese término ha llegado, a pesar de las apariencias? ¿No se podría recibir un auxilio inesperado en el último momento?”


[953a] – Se entiende que en circunstancias ordinarias el suicidio sea reprensible, pero supongamos un caso en que la muerte sea inevitable y la vida se abrevie sólo unos instantes.
“Siempre es falta de resignación y de sumisión a la voluntad del Creador.”


[953b] – En ese caso, ¿cuáles son las consecuencias de esa acción?
“Una expiación proporcional a la gravedad de la falta, según las circunstancias, como siempre.”


954. Una imprudencia que comprometa la vida sin necesidad, ¿es reprensible?
“No hay culpabilidad cuando no hay intención o conciencia positiva de hacer el mal.”


955. Las mujeres que, en algunos países, se arrojan voluntariamente sobre las piras(2) donde arden los cadáveres de sus maridos, ¿pueden ser consideradas suicidas? Además, ¿sufren las consecuencias de esa acción?
“Obedecen a un prejuicio, y suelen hacerlo más por la fuerza que por su propia voluntad. Creen que cumplen un deber, y esa no es la característica del suicidio. Su excusa radica en la nulidad moral de la mayoría de ellas, así como en su ignorancia. Esas costumbres bárbaras y estúpidas desaparecen ante la civilización.”

(2) Hoguera en que antiguamente se quemaban los cuerpos de los difuntos y las víctimas de los sacrificios.


956. Aquellos que, dado que no pueden soportar la pérdida de los seres queridos, se quitan la vida con la esperanza de ir a su encuentro, ¿alcanzan su objetivo?
“Para ellos, el resultado es muy diferente del que esperan. En lugar de reunirse con el objeto de su afecto, se alejan de él por mucho más tiempo, pues Dios no puede recompensar un acto de cobardía, ni el insulto que se le dirige al dudar de su providencia. Pagarán ese instante de locura con penas más graves que las que creen abreviar; y no tendrán, para compensarlas, la satisfacción que esperaban.” 


957. ¿Cuáles son, en general, las consecuencias del suicidio para el estado del Espíritu?
“Las consecuencias del suicidio son muy diversas. No hay penas fijas y, en todos los casos, siempre son relativas a las causas que lo ocasionaron. Con todo, una consecuencia de la que el suicida no puede escaparse es la contrariedad. Por lo demás, la suerte no es la misma para todos, sino que depende de las circunstancias. Algunos expían su falta de inmediato; otros lo hacen en una nueva existencia, que será peor que aquella cuyo curso interrumpieron.”

La observación muestra, en efecto, que las consecuencias del suicidio no siempre son las mismas. No obstante, las hay que son comunes a todos los casos de muerte violenta y resultan de la interrupción brusca de la vida. Se trata, en primer lugar, de la persistencia más prolongada y tenaz del lazo que une el Espíritu al cuerpo, dado que ese lazo casi siempre posee toda su fuerza en el momento en que se quiebra; mientras que en la muerte natural se debilita gradualmente y suele estar desatado antes de que la vida se extinga por completo. Las consecuencias de ese estado de cosas son la prolongación de la turbación espírita y, luego, la ilusión que durante un tiempo más o menos prolongado induce al Espíritu a creer que aún forma parte de los vivos.

La afinidad que persiste entre el Espíritu y el cuerpo produce, en algunos suicidas, una especie de repercusión del estado del cuerpo en el Espíritu. Así, el Espíritu siente, a pesar suyo, los efectos de la descomposición, y experimenta una sensación llena de angustia y de horror. Ese estado puede persistir tanto tiempo como debería haber durado la vida que esos suicidas interrumpieron. Dicho efecto no es general. Con todo, en ningún caso el suicida se libra de las consecuencias de su falta de valor, y tarde o temprano expía su falta de un modo u otro. Así, algunos Espíritus, que han sido muy desdichados en la Tierra, dijeron que se habían suicidado en la existencia anterior y que voluntariamente se sometieron a nuevas pruebas para intentar soportarlas con mayor resignación. En algunos, la prueba consiste en una especie de apego a la materia, de la que en vano tratan de desembarazarse para volar hacia mundos mejores, pero en los que el acceso les está vedado. En la mayoría, es el pesar de haber hecho algo inútil, puesto que con eso sólo experimentan decepción.

La religión, la moral, todas las filosofías condenan el suicidio como contrario a la ley natural. Todas nos dicen, en principio, que nadie tiene el derecho de abreviar voluntariamente su propia vida. Pero ¿por qué no tenemos ese derecho? ¿Por qué no somos libres de poner término a nuestros padecimientos? Estaba reservado al espiritismo demostrar, con el ejemplo de los que sucumbieron, que el suicidio no sólo es una falta entendida como infracción a una ley moral, consideración de poco peso para algunos individuos, sino también un acto estúpido, puesto que con él no se gana nada, sino todo lo contrario. El espiritismo no nos enseña esto en teoría, sino con los hechos que presenta ante nuestros ojos.(3)

(3) El argumento espírita contra el suicidio no es sólo moral, como se observará, sino también biológico, afirmándose en el principio de ligazón entre el Espíritu y el cuerpo. La muerte, como fenómeno natural, tiene sus leyes, las cuales el Espiritismo descubrió por medio de una rigurosa investigación. El sufrimiento del suicida se produce por la arbitraria violación de esas leyes: Es como arrancar por la fuerza una fruta verde del árbol. Las estadísticas demuestran que la incidencia del suicidio es mayor en los países y las épocas en que la ambición y el materialismo se acentúan, provocando más abusos y la excitación de las pasiones. La falta de una organización social justa y de una educación para todos es la causa de los crímenes y los suicidios. Véase al final de parágrafo 949: “… abolid los abusos de vuestra sociedad y vuestros prejuicios, y no tendréis ya suicidios”. [N. de J. H. Pires. 1981]


AMOR, CARIDAD y TRABAJO.







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