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Penas y goces futuros (Segunda parte)

 





PENAS Y GOCES FUTUROS
(Segunda parte)






Duración de las penas futuras

1003. La duración de los padecimientos del culpable en la vida futura, ¿es arbitraria o está subordinada a alguna ley?
“Dios nunca obra por capricho. En el universo todo está regido por leyes que revelan su sabiduría y su bondad.”


1004. ¿En qué se basa la duración de los padecimientos del culpable?
“En el tiempo que necesita para su mejoramiento. Dado que tanto el estado de sufrimiento como el de dicha son proporcionales al grado de purificación del Espíritu, la duración y la naturaleza de sus padecimientos dependen del tiempo que emplee en mejorar. A medida que el Espíritu progresa y sus sentimientos se purifican, sus padecimientos disminuyen y cambian de naturaleza.”
SAN LUIS


1005. El tiempo, para el Espíritu que sufre, ¿tiene una extensión mayor o menor que la que tenía cuando estaba vivo?
“Le parece más extenso. El dormir no existe para él. Sólo en el caso de los Espíritus que llegaron a cierto grado de purificación el tiempo se borra, por decirlo así, ante lo infinito.”


1006. La duración de los padecimientos del Espíritu, ¿puede ser eterna?
“Si el Espíritu fuese eternamente malo, es decir, si nunca se arrepintiera ni mejorara, sin duda sufriría eternamente. Con todo, Dios no ha creado seres para que se consagren al mal de manera perpetua. Sólo los ha creado simples e ignorantes, y todos deben progresar en un tiempo cuya extensión será mayor o menor, conforme a la voluntad de cada uno. Dicha voluntad puede ser más o menos tardía, así como hay niños más o menos precoces, pero tarde o temprano se despierta por la necesidad irresistible que experimenta el Espíritu de salir de su inferioridad y ser feliz. La ley que rige la duración de las penas es, pues, eminentemente sabia y benévola, puesto que subordina esa duración a los esfuerzos que hace el Espíritu. Nunca le quita su libre albedrío: si lo usa mal, sufre las consecuencias.”
SAN LUIS


1007. ¿Hay Espíritus que nunca se arrepienten?
“Los hay cuyo arrepentimiento es muy tardío. No obstante, pretender que nunca mejoren sería negar la ley del progreso y decir que el niño no puede llegar a ser adulto.”
SAN LUIS


1008. La duración de las penas, ¿depende siempre de la voluntad del Espíritu? ¿No hay penas que le son impuestas por un tiempo determinado?
“Así es, algunas penas pueden serle impuestas por un tiempo, pero Dios, que sólo quiere el bien de sus criaturas, siempre acepta el arrepentimiento. Además, el deseo de mejorar nunca es estéril.”
SAN LUIS


1009. Según esto, las penas impuestas, ¿nunca serían eternas? 
“Interrogad a vuestro buen sentido, a vuestra razón, y preguntaos si una condena perpetua, por algunos momentos de error, no sería la negación de la bondad de Dios. En efecto, ¿qué es la duración de la vida, aunque fuese de cien años, comparada con la eternidad? ¡Eternidad! ¿Comprendéis bien esa palabra? ¡Padecimientos, tormentos sin fin, sin esperanza, tan sólo por algunas faltas! ¿Acaso vuestro juicio no rechaza semejante idea? Se entiende que los antiguos hayan visto en el Señor del universo a un Dios terrible, celoso y vengativo, pues, en su ignorancia, atribuyeron a la Divinidad las pasiones de los hombres. Pero ese no es el Dios de los cristianos, que coloca el amor, la caridad, la misericordia y el olvido de las ofensas en la categoría de las virtudes primordiales. ¿Acaso podrían faltarle las cualidades que Él mismo convirtió en un deber? ¿No es contradictorio atribuirle la bondad infinita y al mismo tiempo la infinita venganza? Decís que ante todo Dios es justo y que el hombre no comprende su justicia. Sin embargo, la justicia no excluye a la bondad, y Él no sería bueno si condenase a penas horribles y perpetuas a la mayor parte de sus criaturas. ¿Habría podido imponer a sus hijos la obligación de ser justos, si no les hubiera dado los medios de comprender la justicia? Por otra parte, hacer que la duración de las penas dependa de los esfuerzos del culpable para mejorar, ¿no constituye lo sublime de la justicia aliada a la bondad? En eso radica la verdad de esta máxima: A cada uno según sus obras.”
SAN AGUSTÍN

“Dedicaos por todos los medios que estén a vuestro alcance a combatir y aniquilar la idea de la eternidad de las penas. Es un pensamiento blasfemo que atenta contra la justicia y la bondad de Dios, así como la más fecunda fuente de incredulidad, de materialismo y de indiferencia que ha invadido a las masas desde que su inteligencia comenzó a desarrollarse. El Espíritu que se encuentra próximo a esclarecerse, aunque esté apenas educado, pronto capta esa monstruosa injusticia. Su razón la rechaza y, en ese caso, rara vez confunde en una misma condena a la pena que lo rebela con el Dios al que se la atribuye. De ahí proceden los innumerables males que se han abatido sobre vosotros y para los cuales os hemos traído el remedio. La tarea que os asignamos os resultará fácil, dado que las autoridades en que se apoyan los defensores de esa creencia han evitado pronunciarse formalmente al respecto. Ni los concilios ni los Padres de la Iglesia resolvieron ese grave problema. Si bien, conforme a los propios Evangelistas y tomando al pie de la letra las palabras simbólicas de Cristo, este amenazó a los culpables con un fuego que no se extingue, con un fuego eterno, en sus dichos no hay nada en absoluto que pruebe que los haya condenado eternamente(1)
Pobres ovejas descarriadas, comprended que se os acerca el Buen Pastor y que, lejos de pretender apartaros para siempre de su presencia, él mismo acude a vuestro encuentro para haceros volver al redil. Hijos pródigos, dejad vuestro exilio voluntario; encaminad vuestros pasos hacia la morada paterna. El Padre os tiende los brazos y está siempre dispuesto a celebrar vuestro regreso a la familia.
LAMENNAIS
(1) “… Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”, se lee en el Evangelio según San Mateo, Cap. 25:41. Como se ve, Jesús habla de un fuego que es eterno, pero no dice que el diablo y sus ángeles deberán permanecer eternamente en ese fuego. [N. del T. al cast.] 

“¡Guerras de palabras! ¡Guerras de palabras! ¿No habéis hecho verter ya suficiente sangre? ¿Será preciso volver a encender las hogueras? Se discute sobre las palabras eternidad de las penas, eternidad de los castigos. ¿Acaso no sabéis que lo que actualmente entendéis por eternidad no es lo mismo que entendían los antiguos? Si el teólogo consulta las fuentes descubrirá, como vosotros, que el texto hebreo no daba el mismo significado a las palabras que los griegos, los latinos y los modernos tradujeron por penas sin fin, irremisibles(2). La eternidad de los castigos corresponde a la eternidad del mal. Sí, mientras el mal exista entre los hombres, los castigos subsistirán. Es importante interpretar los textos sagrados en su sentido relativo. Por consiguiente, la eternidad de las penas sólo es relativa y no absoluta. Se acerca el día en que todos los hombres se cubrirán, arrepentidos, con la túnica de la inocencia. Ese día ya no habrá más llanto ni crujir de dientes. Vuestra razón humana es limitada, es cierto. No obstante, tal como es, constituye un presente de Dios. Con la ayuda de la razón no habrá un solo hombre de buena fe que comprenda de otro modo la eternidad de los castigos. ¡Eternidad de los castigos! ¡Cómo! ¡Habría que admitir, pues, que el mal es eterno! Sólo Dios es eterno, y no es posible que haya creado el mal eterno. De haberlo hecho, habría que despojarlo del más precioso de sus atributos: el poder soberano. Porque nadie que sea soberanamente poderoso podría crear un elemento destructor de sus obras. ¡Humanidad! ¡Humanidad! No sumerjas más tu mirada melancólica en las profundidades de la Tierra para buscar allí los castigos. Llora, espera, expía y refúgiate en la idea de un Dios intrínsecamente bueno, absolutamente poderoso y esencialmente justo.”
PLATÓN
(2) Teólogos católicos y protestantes confirman en la actualidad esta previsión. Léanse, de GIOVANNI PAPINI, El Diablo o de HARALDUR NIELSSON, Mis experiencias personales sobre espiritualismo experimental. [N. de J. H. Pires. 1981]

“Tender hacia la unidad divina, tal es el objetivo de la humanidad. Para alcanzarlo, tres cosas son necesarias: la justicia, el amor y la ciencia. Tres cosas se oponen y son contrarias a él: la ignorancia, el odio y la injusticia(3). En efecto, en verdad os digo que faltáis a esos principios fundamentales al comprometer la idea de Dios mediante la exageración de su severidad. La comprometéis doblemente al dejar que penetre en el Espíritu de la criatura la suposición de que en ella hay más clemencia, mansedumbre, amor y auténtica justicia que las que atribuís al Ser infinito. También destruís la idea del Infierno al tornarlo ridículo e inadmisible para vuestras creencias, del mismo modo que lo es para vuestros corazones el horrible espectáculo de los verdugos, de las hogueras y las torturas de la Edad Media. ¡Cómo, pues! Cuando la era de las represalias ciegas ha sido desterrada definitivamente de las legislaciones humanas, ¿vosotros pretendéis mantenerla como un ideal? ¡Oh! Creedme, creedme, hermanos en Dios y en Jesucristo, creedme: resignaos a dejar que perezcan en vuestras manos todos vuestros dogmas, antes que permitir que se modifiquen, o bien dadles nueva vida y hacedlos accesibles a los benéficos efluvios que los Buenos derraman sobre ellos en este momento. La idea del Infierno, con sus hogueras ardientes y sus calderas en ebullición, puede ser tolerada, es decir, perdonable, en un siglo de hierro; pero en el siglo diecinueve no es más que un vano fantasma, adecuado, a lo sumo, para asustar a los niños, aunque ya no crean en él cuando llegan a adultos. Al persistir en esta mitología horrorosa engendráis la incredulidad, madre de la desorganización social. Tiemblo al ver un orden social quebrantado, que se desploma sobre sus bases por carecer de una sanción penal. Así pues, hombres de fe ardiente y viva, vanguardia del día de la luz: ¡manos a la obra! No para mantener fábulas anticuadas, y de ahora en adelante desacreditadas, sino para revivificar, para reavivar la verdadera sanción penal, bajo formas que tengan relación con vuestras costumbres y con vuestros sentimientos, así como también con las luces de vuestra época. 
¿Quién es, en efecto, el culpable? El que, por una desviación, por un falso movimiento del alma, se aleja del objetivo de la creación, que consiste en el culto armonioso de lo bello y del bien, idealizados por el modelo humano, por Jesucristo.
¿Qué es el castigo? La consecuencia natural derivada de ese falso movimiento; una suma de dolores necesarios para que el culpable se disuada de su deformidad, mediante la experimentación del sufrimiento. El castigo es el aguijón que excita al alma, a través de la amargura, para que se repliegue en sí misma y vuelva al puerto de salvación. El único objetivo del castigo es la rehabilitación, la liberación. Pretender que el castigo sea eterno, por una falta que no ha sido eterna, equivale a negarle toda su razón de ser.
¡Oh! En verdad os digo, cesad, cesad de establecer un paralelo, en cuanto a su eternidad, entre el Bien, esencia del Creador, y el Mal, esencia de la criatura. Hacerlo significaría crear una penalidad injustificable. Afianzad, por el contrario, la disminución gradual de los castigos y de las penas mediante las transmigraciones, y consagraréis, mediante la razón aliada al sentimiento, la unidad divina.”
PABLO, APÓSTOL
(3) Este fragmento de la comunicación de Pablo recuerda las tríadas druídicas sobre las cuales hay un interesante estudio de Kardec en la Revista Espírita, publicado en separata en el folleto Espiritismo: antigüedad, evolución y propagación, por el Club de Periodistas Espíritas, de Sao Paulo. Véase, además, el libro de LEÓN DENIS El Genio Céltico y el Mundo Invisible, editado por Jean Meyer en París, 1927. [N. de J. H. Pires. 1981

Se pretende incitar al hombre al bien y desviarlo del mal con el estímulo de las recompensas y con el temor de los castigos. No obstante, si esos castigos son presentados de modo que la razón se rehúse a creer en ellos, no ejercerán sobre él ninguna influencia. Lejos de alcanzar ese objetivo, sólo se logrará que el hombre lo rechace todo: tanto la forma como el fondo. Por el contrario, si se le presenta el porvenir de una manera lógica, lo aceptará. El espiritismo le ofrece esa explicación. 

La doctrina de la eternidad de las penas, en su sentido absoluto, hace del Ser Supremo un Dios implacable. ¿Sería lógico decir que un soberano es muy bueno, muy benévolo e indulgente, y que sólo quiere la felicidad de quienes lo rodean, pero que al mismo tiempo es celoso, vengativo, inflexible en su rigor, y que castiga con el suplicio extremo a las tres cuartas partes de sus súbditos por una ofensa o una infracción a sus leyes, incluso a los que las han transgredido porque no las conocían? ¿No sería eso una contradicción? Ahora bien, ¿puede Dios ser menos bueno que un hombre?

Aquí se presenta otra contradicción: dado que Dios todo lo sabe, sabía que al crear un alma esta transgrediría su ley. Por consiguiente, esa alma ha estado, desde su formación, destinada a la desdicha eterna. ¿Es eso posible? ¿Es racional? En cambio, con la doctrina de las penas en su sentido relativo, todo se justifica. Así, Dios sabía sin duda que esa alma transgrediría su ley, pero le dio los medios de esclarecerse a través de su propia experiencia, de sus propias faltas. Es necesario que el alma expíe sus errores para estar mejor afirmada en el bien. Con todo, la puerta de la esperanza no se le cierra jamás, y Dios hace que el momento de su liberación dependa de los esfuerzos que ella haga para alcanzarla. Esto es lo que todos están en condiciones de comprender, lo que la lógica más rigurosa puede admitir. Si las penas futuras hubiesen sido presentadas desde ese punto de vista, habría muchos menos escépticos.

En el lenguaje vulgar, la palabra eterno suele ser empleada, en sentido figurado, para designar algo que se prolonga mucho y cuyo término no es previsible, aunque se sepa muy bien que dicho término existe. Decimos, por ejemplo, los hielos eternos de las altas cumbres, o de los polos, aunque sepamos, por un lado, que el mundo físico tendrá fin y, por otro, que el estado de esas regiones puede cambiar debido al movimiento normal del eje de la Tierra, o a causa de un cataclismo. La palabra eterno, en ese caso, no significa, pues, perpetuo hasta lo infinito. Así, cuando sufrimos una enfermedad prolongada decimos que nuestro mal es eterno. Por consiguiente, ¿qué tiene de extraño el hecho de que algunos Espíritus, que sufren durante muchos años, siglos y hasta milenios, digan lo mismo? No olvidemos, sobre todo, que, dado que su inferioridad no les permite ver el final del camino, creen que sufrirán para siempre y que eso es un castigo para ellos.

Por lo demás, la doctrina del fuego material, de las hogueras y los tormentos que fueron extraídos del tártaro del paganismo, en la actualidad ha sido completamente abandonada por la alta teología, y sólo en las escuelas esos horrorosos cuadros alegóricos son enseñados como verdades positivas, por algunos hombres más celosos que instruidos. Además, lo hacen sin ningún éxito, porque esas jóvenes imaginaciones, cuando se hayan recuperado del terror que les impusieron, habrán de aumentar el número de incrédulos. La teología reconoce hoy en día que la palabra fuego es empleada en sentido figurado y que debe entenderse como un fuego moral. Aquellos que, como nosotros, han seguido a través de las comunicaciones espíritas las peripecias de la vida y los padecimientos de ultratumba, han podido convencerse de que, aunque esos padecimientos no tienen nada de material, no por eso son menos desgarradores. Incluso con respecto a su duración, algunos teólogos comenzaron a admitir la doctrina de las penas en el sentido restrictivo indicado más arriba, y piensan que, en efecto, la palabra eternas se refiere a las penas en sí, como consecuencia de una ley inmutable, y no a la aplicación de esas penas en cada individuo. El día en que la religión admita esta interpretación, tanto como algunas otras que, del mismo modo, son la consecuencia del progreso de las luces, recuperará muchas de las ovejas descarriadas.



Resurrección de la carne

1010. El dogma de la resurrección de la carne, ¿es la consagración del dogma de la reencarnación que enseñan los Espíritus?
“¿Cómo pretendéis que sea de otro modo? Sucede con esas palabras lo mismo que con tantas otras: sólo parecen irracionales para algunas personas, porque se las toma al pie de la letra. Por esa razón conducen a la incredulidad. No obstante, dadles una interpretación lógica y aquellos a quienes llamáis librepensadores las admitirán sin dificultad, precisamente porque reflexionan. No os engañéis al respecto: esos librepensadores no aspiran a otra cosa más que creer. Como los demás, o tal vez más aún, ellos tienen sed del porvenir, pero no pueden admitir lo que la ciencia refuta. La doctrina de la pluralidad de las existencias es conforme a la justicia de Dios. Sólo esa doctrina puede explicar lo que, sin ella, es inexplicable. ¿Cómo pretenderíais que ese principio no formase parte de la religión misma?”


[1010a] En ese caso, la Iglesia, mediante el dogma de la resurrección de la carne, ¿enseña también la doctrina de la reencarnación? (4)
“Es evidente. Esa doctrina es, por otra parte, la consecuencia de muchas cosas que han pasado inadvertidas y que no tardarán en ser comprendidas en ese sentido. En poco tiempo más habrá de reconocerse que el espiritismo resalta a cada paso del texto mismo de las Sagradas Escrituras. Los Espíritus no vienen, pues, a destruir la religión, como algunos pretenden. Vienen, por el contrario, a confirmarla, a sancionarla mediante pruebas irrefutables. No obstante, como han llegado los tiempos en que ya no se hace uso del lenguaje figurado, los Espíritus se expresan sin alegorías y atribuyen a las cosas un sentido claro y preciso, que no puede estar sujeto a ninguna falsa interpretación. Por esa razón, en poco tiempo, habrá más personas sinceramente religiosas y creyentes que las que hay en la actualidad.(5)
SAN LUIS
(4) [Advertimos al lector que en la edición original se omitió el nº 1011. Sin embargo, algunos editores corrigieron esta situación alterando la numeración a partir de aquí, con lo cual han hecho desaparecer el nº 1019, que señala la última pregunta de este libro. Con todo, dado que ninguna de las reimpresiones que vieron la luz en vida de Allan Kardec fueron modificadas, optamos por mantener esta particularidad.]

(5) Estas respuestas de San Luis confirman la naturaleza religiosa del Espiritismo, que hace resaltar Kardec en el parágrafo VIII de la “Conclusión”, donde la Doctrina es presentada como un desarrollo histórico del cristianismo. Algunos se extrañan de que el Espíritu emplee el título de “santo”, pero es palmario que lo utiliza como un medio de identificación. Por otra parte, y conforme enseña Kardec, los títulos terrenales no representan nada para los Espíritus superiores, quienes pueden hacer uso de ellos cuando se torne necesario, como en este caso. [N. de J. H. Pires. 1981]


La ciencia, en efecto, demuestra que la resurrección, conforme a la idea vulgar que se tiene de ella, es imposible. Se entiende que, si los despojos del cuerpo humano se mantuvieran homogéneos, aunque se encontraran dispersos y reducidos a polvo, aún podrían volver a unirse en un momento dado; pero las cosas no suceden de ese modo. El cuerpo está formado por elementos diversos: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, carbono, etc. Por medio de la descomposición, dichos elementos se dispersan, pero con el fin de servir a la formación de nuevos cuerpos. Por consiguiente, una misma molécula –de carbono, por ejemplo– habrá formado parte de la composición de muchos miles de cuerpos diferentes (sólo nos referimos a los cuerpos humanos, sin tener en cuenta los de los animales); un mismo individuo tal vez tenga en su cuerpo moléculas que han pertenecido a hombres de las primeras edades de la humanidad; esas mismas moléculas orgánicas que absorbéis con vuestros alimentos, tal vez provengan del cuerpo de otro individuo que habéis conocido, y así sucesivamente. Dado que la materia existe en cantidades limitadas, y que sus transformaciones se operan en cantidades ilimitadas, ¿de qué modo cada uno de esos cuerpos podría reconstituirse con los mismos elementos? En eso hay una imposibilidad material. Así pues, racionalmente, sólo es admisible la resurrección de la carne como una imagen que simboliza el fenómeno de la reencarnación. En tal caso, no habrá nada que afecte a la razón o que se encuentre en contradicción con los datos de la ciencia.

Es cierto que, según el dogma, esa resurrección sólo tendrá lugar en el final de los tiempos; mientras que, conforme a la doctrina espírita, ocurre a diario. Sin embargo, ¿no hay también en ese cuadro del juicio final, una grandiosa y bella imagen que oculta, bajo el velo de la alegoría, una de esas verdades inmutables que ya no encontrará más escépticos cuando sea restablecida en su verdadero sentido? Meditemos sobre la teoría espírita acerca del porvenir de las almas y de su suerte como consecuencia de las diferentes pruebas que deben sufrir, y veremos que, con excepción de la simultaneidad, el juicio que las condena o las absuelve no es una ficción, tal como piensan los incrédulos. Observemos, también, que esa teoría es la consecuencia natural de la pluralidad de los mundos, hoy absolutamente admitida, mientras que, según la doctrina del juicio final, la Tierra es considerada como el único mundo que está habitado.(6)

(6) La pluralidad de los mundos habitados se aceptaba como posible en tiempos de Kardec, del mismo modo que lo es hoy, aunque la ciencia no la acepte como una verdad comprobada. CAMILLE FLAMMARION publicó una gran obra sobre el tema, titulada La pluralidad de los mundos habitados, y en el prefacio de Lo desconocido y los problemas psíquicos declara, con su autoridad de astrónomo: “La inmortalidad a través de las esferas siderales me parece el complemento lógico de la astronomía”. – Los astrónomos actuales buscan obtener pruebas al respecto. [N. de J. H. Pires. 1981]

En la hora presente, la antigua creencia de que la Tierra sea, en el incalculable Universo, el único planeta donde haya surgido vida inteligente es de todo punto obsoleta y está definitivamente obsoleta. Gran parte de la opinión científica moderna se inclina, hoy más que nunca, a admitir como sobremanera posible la pluralidad de mundos habitados, aun cuando –como bien lo manifiesta J. H. PIRES en la nota que se acaba de leer- no se hayan obtenido todavía pruebas concluyentes e irrecusables de que en la vastedad del Cosmos florezcan otras comunidades inteligentes además de la nuestra. Pero, conforme a los cálculos realizados por el profesor soviético AGREST, podría haber diez millones de sistemas planetarios en nuestra galaxia, lo que autoriza a suponer, con razonable fundamento, que existan en ella otros planetas habitados. Además, al examinarse con el microscopio las condritas carbonosas que caen del cielo como meteoritos, se han hallado microfósiles diferentes de todos los conocidos en la Tierra. [N. del T. al cast.]




Paraíso, Infierno y Purgatorio. Paraíso perdido. Pecado original

1012. ¿Existe en el universo un lugar circunscripto destinado a las penas y los goces de los Espíritus, según sus méritos?
“Ya hemos respondido a esa pregunta. Las penas y los goces son inherentes al grado de perfección de los Espíritus. Cada uno de ellos encuentra en sí mismo el principio de su felicidad o de su desdicha. Además, como están en todas partes, no hay ningún lugar circunscripto ni cerrado destinado a uno más que a otro. En cuanto a los Espíritus encarnados, son más o menos felices o desdichados conforme al grado de adelanto del mundo en el que habitan.”


[1012a] – Según eso, el Infierno y el Paraíso, ¿no existen tal como el hombre se los representa?
“No son más que símbolos. En todas partes hay Espíritus felices y Espíritus desdichados. No obstante, como también hemos dicho, los Espíritus de un mismo orden se reúnen por simpatía, aunque cuando son perfectos pueden reunirse donde prefieran.”

La localización absoluta de lugares destinados a las penas y las recompensas sólo existe en la imaginación del hombre. Proviene de la tendencia de este a materializar y a circunscribir las cosas cuya esencia infinita no puede comprender.


1013. ¿Qué se debe entender por Purgatorio?
“Dolores físicos y morales: el tiempo de la expiación. Casi siempre sufrís vuestro purgatorio en la Tierra, donde Dios os hace expiar vuestras faltas.”

Lo que el hombre denomina Purgatorio también es un símbolo, por el que debe entenderse no un lugar determinado, sino el estado de los Espíritus imperfectos que se hallan en expiación hasta que alcancen la purificación completa, que habrá de elevarlos a la categoría de Espíritus bienaventurados. Dado que esa purificación se opera en las diversas encarnaciones, el purgatorio consiste en las pruebas de la vida corporal.


1014. ¿Cómo se explica que Espíritus que revelan su superioridad a través del lenguaje hayan respondido a personas muy serias, acerca del Infierno y el Purgatorio, conforme a la idea que vulgarmente se tiene de ellos?
“Hablan un lenguaje que sea comprensible para las personas que los interrogan. Cuando esas personas están demasiado imbuidas de ciertas ideas, los Espíritus no quieren contrariarlas de un modo demasiado brusco, a fin de no herir sus convicciones. Si un Espíritu le dijera a un musulmán, sin tomar ninguna precaución oratoria, que Mahoma no es un profeta, sería muy mal recibido.(7) 

(7) El hecho de ser mencionado Mahoma es aleatorio, ya que es para remarcar lo dicho sobre las creencias establecidas, que los Espíritus no violentan, importándoles más la constatación de la Ley universal de Amor, que en su esencia todas las religiones pregonan. Aquello que no obedezca y sea contradictorio con dicha ley, es una interpolación humana, y nada tiene que ver con los mensajes que los Espíritus elevados, han ido diseminando por los cuatro puntos del orbe y en todas las épocas a los llamados profetas, hoy médiums, cuyas revelaciones a la luz del Espiritismo son explicadas fehacientemente, haciéndolas más comprensibles a nuestro entendimiento, y pudiendo discernir lo “inspirado” de lo que pertenece al propio médium (animismo). Para mayor información sobre el tema véase la obra Libro de los Médiums de Allan Kardec. [N. del copista]


[1014a] – Se entiende que así ocurre con los Espíritus que quieren instruirnos. Sin embargo, ¿cómo se explica que algunos Espíritus interrogados acerca de su situación hayan respondido que sufren los tormentos del Infierno o del Purgatorio?
“Cuando los Espíritus son inferiores y no están completamente desmaterializados, conservan en parte sus ideas terrenales y expresan sus impresiones con los términos que les son familiares. Se encuentran en un medio que sólo les permite sondear el porvenir de un modo parcial. Por esa causa, algunos Espíritus errantes, o cuyo desprendimiento es reciente, suelen hablar como lo habrían hecho si estuvieran vivos. La palabra infierno puede traducirse en el sentido de una vida de pruebas extremadamente penosa, con la incertidumbre acerca de una vida mejor. En el caso de purgatorio, también como una vida de pruebas, pero con la conciencia de un porvenir mejor. Cuando experimentas un dolor intenso, ¿no te dices a ti mismo que sufres como un condenado? No son más que palabras, y siempre con sentido figurado.”


1015. ¿Qué se debe entender por alma en pena?
“Un alma errante, que sufre sin la certeza de su porvenir, y a la cual podéis procurar el alivio que a menudo solicita cuando acude a comunicarse con vosotros.”


1016. ¿En qué sentido se debe entender la palabra Cielo?
“¿Acaso crees que es un lugar, como los Campos Elíseos de los antiguos, donde los Espíritus buenos están amontonados confusamente y cuya única preocupación reside en disfrutar durante la eternidad de una felicidad pasiva? No; el cielo es el espacio universal, son los planetas, las estrellas y los mundos superiores donde los Espíritus gozan de la plenitud de sus facultades, sin padecer las tribulaciones de la vida material ni las angustias inherentes a la inferioridad.”


1017. Algunos Espíritus han dicho que habitan en el cuarto cielo, en el quinto cielo, etc. ¿A qué se referían con esas palabras?
“Vosotros les preguntáis en qué cielo viven porque tenéis la idea de que hay muchos cielos dispuestos como los pisos de una casa. En ese caso, ellos os responden de acuerdo con vuestro lenguaje. No obstante, para ellos esas palabras –tales como cuarto o quinto cielo– expresan grados de purificación y, por consiguiente, de felicidad. Sucede lo mismo que cuando se le pregunta a un Espíritu si se encuentra en el Infierno; si es desdichado, dirá que sí, porque para él infierno es sinónimo de sufrimiento. Con todo, sabe muy bien que no se trata de una hoguera. Un pagano habría dicho que estaba en el tártaro.”

Lo mismo sucede con otras expresiones análogas, tales como ciudad de las flores, ciudad de los elegidos, primera, segunda o tercera esfera, etc., que sólo son alegorías empleadas por ciertos Espíritus, a veces como símbolos, otras porque ignoran la realidad de las cosas e incluso las más simples nociones científicas.

Conforme a la idea restringida que se tenía antaño acerca de los lugares de penas y de recompensas –sobre todo porque se creía que la Tierra era el centro del universo y que el cielo formaba una bóveda en la que había una región para las estrellas–, se ubicaba el Cielo arriba y el Infierno abajo. De ahí las expresiones subir al Cielo, estar en lo más alto del Cielo, ser precipitado a los Infiernos. En la actualidad, en cambio, la ciencia ha demostrado que la Tierra no es más que uno de los mundos más pequeños entre otros tantos millones, sin ninguna importancia en especial; ha determinado la historia de su formación y descrito su constitución; ha probado que el espacio es infinito y que no hay arriba ni abajo en el universo. Por todo eso, ha sido preciso renunciar a ubicar el Cielo por encima de las nubes y el Infierno en las regiones profundas de la Tierra. En cuanto al Purgatorio, no se le asignaba ningún lugar en especial. Le estaba reservado al espiritismo ofrecer acerca de todos estos asuntos la explicación más racional, la más grandiosa y, al mismo tiempo, la más consoladora para la humanidad. Por consiguiente, podemos afirmar que somos portadores de nuestro infierno y nuestro paraíso. En cuanto a nuestro purgatorio, lo encontramos en la encarnación, en nuestras vidas corporales o físicas.


1018. ¿En qué sentido hay que entender estas palabras de Cristo: “Mi reino no es de este mundo”?
“Al responder de ese modo, Cristo hablaba en un sentido figurado. Quería decir que sólo reina en los corazones puros y desinteresados. Cristo está en todas partes donde prevalece el amor al bien. Con todo, los hombres ávidos de las cosas de este mundo y apegados a los bienes de la Tierra, no están con él.”


1019. El reino del bien, ¿podrá algún día establecerse en la Tierra?
“El bien reinará en la Tierra cuando, entre los Espíritus que acuden a habitar en ella, los buenos prevalezcan sobre los malos. Entonces harán que reinen el amor y la justicia, que son la fuente del bien y de la felicidad. Mediante el progreso moral y la práctica de las leyes de Dios, el hombre atraerá a la Tierra a los Espíritus buenos, y alejará a los malos. No obstante, estos últimos sólo habrán de dejarla cuando el hombre haya desterrado de sí el orgullo y el egoísmo. 
La transformación de la humanidad ha sido predicha, y vosotros presenciáis ese momento, que es apresurado por los hombres que contribuyen al progreso. Esa transformación se llevará a cabo mediante la encarnación de Espíritus mejores, que constituirán en la Tierra una nueva generación. Entonces, los Espíritus de los malvados, a quienes la muerte siega a diario, al igual que todos los que intenten detener la marcha de los acontecimientos, serán excluidos de la Tierra, pues se hallarían fuera de lugar entre los hombres de bien, cuya felicidad perturbarían. Esos Espíritus irán a mundos nuevos, menos adelantados, para cumplir misiones penosas en las que podrán trabajar para su propio adelanto, al mismo tiempo que lo harán para el adelanto de sus hermanos aún más atrasados que ellos. ¿No veis en esa exclusión de los malvados, que deberán abandonar la Tierra transformada, la sublime alegoría del Paraíso perdido, y en el hombre que vino a la Tierra en condiciones semejantes, trayendo consigo el germen de sus pasiones y los rasgos de su inferioridad, la alegoría no menos sublime del pecado original? Considerado desde ese punto de vista, el pecado original alude a la naturaleza aún imperfecta del hombre, que de ese modo sólo es responsable de sí mismo y de sus propias faltas, pero no de las de sus padres.
Así pues, todos vosotros, hombres de fe y de buena voluntad, trabajad con celo y con valor en la magna obra de la regeneración, porque cosecharéis centuplicado el grano que hayáis sembrado. ¡Desdichados los que cierran los ojos a la luz, porque preparan para sí mismos largos siglos de tinieblas y decepciones! ¡Desdichados los que cifran sus alegrías en los bienes de la Tierra, porque las privaciones que soportarán serán mayores que los goces que hayan tenido! ¡Desdichados, sobre todo, los egoístas, porque no encontrarán a nadie que los ayude a cargar el fardo de sus miserias!”
SAN LUIS




AMOR, CARIDAD y TRABAJO








Penas y goces futuros (Primera parte)





 

PENAS Y GOCES FUTUROS
(Primera parte)





La nada. Vida futura

958. ¿Por qué el hombre, instintivamente, tiene horror a la nada?
“Porque la nada no existe.”


959. ¿De dónde proviene en el hombre el sentimiento instintivo de la vida futura?
“Ya lo hemos dicho: antes de encarnar, el Espíritu conocía todas estas cosas, de modo que el alma guarda un vago recuerdo de lo que sabía y de lo que vio en el estado espiritual.”

En todos los tiempos el hombre se ha preocupado por su porvenir de ultratumba, y eso es muy natural. Sea cual fuere la importancia que atribuya a la vida presente, no puede dejar de considerar cuán breve es, y sobre todo cuán precaria, dado que puede ser interrumpida en cualquier momento. El hombre nunca está seguro del día de mañana. ¿Qué será de él después del instante fatal? La cuestión es importante, pues no se trata de algunos años, sino de la eternidad. Quien tiene que pasar largos años en un país extraño se preocupa por la situación en que se encontrará allí. Por consiguiente, ¿cómo no habríamos de preocuparnos por la situación en que nos encontraremos al dejar este mundo, puesto que será para siempre?

La idea de la nada tiene algo que repugna a la razón. Cuando llega el momento supremo, hasta el hombre más despreocupado se pregunta qué será de él, e involuntariamente aguarda con esperanza.

Creer en Dios sin admitir la vida futura sería un absurdo. El sentimiento de una existencia mejor se encuentra en el fuero interior de todos los hombres. No es posible que Dios lo haya puesto allí en vano.

La vida futura implica la conservación de nuestra individualidad después de la muerte. En efecto, ¿qué nos importaría sobrevivir a nuestro cuerpo si nuestra esencia moral tuviera que perderse en el océano de lo infinito? Las consecuencias para nosotros serían las mismas que la nada. 



Intuición de las penas y de los goces futuros

960. ¿De dónde procede la creencia en las penas y en las recompensas venideras, que se encuentra en todos los pueblos?
“Es siempre lo mismo: presentimiento de la realidad, que el hombre recibe del Espíritu encarnado en él. Porque, sabedlo bien, no en vano os habla una voz interior. Vuestro error es no escucharla lo suficiente. Si pensarais en eso más a menudo, seríais mejores.”


961. En el momento de la muerte, ¿cuál es el sentimiento que predomina en la gran mayoría de los hombres, la duda, el temor o la esperanza?
“La duda, en los escépticos empedernidos; el temor, en los culpables; la esperanza, en los hombres de bien.”


962. Dado que el alma transmite al hombre el sentimiento de las cosas espirituales, ¿por qué hay escépticos?
“Los hay menos de lo que creéis. Durante la vida, muchos se consideran espíritus fuertes por orgullo, pero en el momento de la muerte dejan de ser tan fanfarrones.”

La responsabilidad de nuestros actos es la consecuencia de la vida futura. La razón y la justicia nos dicen que, en el reparto de la felicidad a que todo hombre aspira, los buenos y los malos no pueden ser confundidos. No es posible que Dios pretenda que algunos disfruten, sin haber trabajado, de los bienes que otros sólo alcanzan con esfuerzo y perseverancia.

La idea que Dios nos da de su justicia y de su bondad mediante la sabiduría de sus leyes no nos permite creer que el justo y el malo se encuentren ante Él en la misma categoría. Tampoco nos permite dudar de que algún día habrán de recibir, el uno la recompensa, y el otro el castigo, por el bien y el mal que hayan hecho. Por eso, el sentimiento innato que tenemos de la justicia nos da la intuición de las penas y de las recompensas futuras.



Intervención de Dios en las penas y en las recompensas

963. ¿Se ocupa Dios personalmente de cada hombre? ¿No es Él demasiado grande y nosotros demasiado pequeños para que cada individuo en particular sea importante para Él?
“Dios se ocupa de todos los seres que ha creado, por pequeños que sean. Nada es demasiado poco para su bondad.”


964. ¿Tiene Dios necesidad de ocuparse de cada uno de nuestros actos para recompensarnos o castigarnos? La mayoría de esos actos, ¿no son insignificantes para Él?
“Dios tiene sus leyes, que rigen todas vuestras acciones: si las violáis, la culpa es vuestra. No cabe duda de que, cuando un hombre comete un exceso, Dios no emite un juicio en contra suyo para decirle, por ejemplo: Has sido glotón, voy a castigarte. Sino que ha trazado un límite. Las enfermedades, y a menudo la muerte, son la consecuencia de los excesos. Este es el castigo: el resultado de la infracción a la ley. Así sucede en todo.”

Todas nuestras acciones se encuentran sometidas a las leyes de Dios. No hay ninguna, por insignificante que nos parezca, que no pueda llegar a ser una violación de esas leyes. Si sufrimos las consecuencias de esa violación, sólo debemos quejarnos de nosotros mismos, que así nos convertimos en los artífices de nuestra felicidad o de nuestra desdicha venideras. 

Esta verdad se torna evidente en la siguiente fábula:

Un padre ha dado a su hijo educación e instrucción, es decir, los medios para saber conducirse. Le cede un campo para cultivar y le dice: ‘Aquí tienes la regla que habrás de seguir y las herramientas necesarias para que la tierra sea fértil y puedas garantizar tu subsistencia. Te he dado instrucción para que comprendas dicha regla. Si la sigues, tu campo producirá mucho y te asegurará el descanso en la vejez. De lo contrario, no te rendirá nada y te morirás de hambre’. Dicho eso, lo dejó en libertad de acción.

¿No es verdad que ese campo producirá de acuerdo con los cuidados con que se cultive, y que cualquier negligencia redundará en detrimento de la cosecha? Por consiguiente, en su vejez, ese hijo será feliz o desdichado conforme haya seguido o descuidado la regla que le trazó su padre. Dios, por su parte, es más previsor aún, pues nos advierte a cada instante si hacemos bien o mal: nos envía a los Espíritus para que nos inspiren, pero no los escuchamos. Además, existe otra diferencia: Dios da siempre al hombre el recurso de nuevas existencias, para que repare sus errores pasados, mientras que el hijo al que nos referimos no lo tendrá, en caso de que haya empleado mal su tiempo.



Naturaleza de las penas y de los goces futuros

965. Las penas y los goces del alma después de la muerte, ¿tienen algo de material?
“No pueden ser materiales, puesto que el alma no es materia: lo dice el buen sentido. Esas penas y esos goces no tienen nada de carnal. Con todo, son mil veces más intensos que los que experimentáis en la Tierra, porque el Espíritu, una vez desprendido, es más impresionable. La materia ya no entorpece sus sensaciones.”


966. ¿Por qué el hombre suele hacerse una idea tan grosera y absurda acerca de las penas y de los goces de la vida futura?
“Inteligencia que aún no está suficientemente desarrollada. ¿Acaso el niño comprende del mismo modo que el adulto? Por otra parte, eso depende también de lo que se le haya enseñado. Esa enseñanza necesita una reforma. 
Vuestro lenguaje es demasiado incompleto para expresar lo que está fuera de vosotros. Ha sido necesario, entonces, recurrir a comparaciones, pero habéis tomado esas imágenes y esas figuras simbólicas por la realidad. No obstante, a medida que el hombre se instruye, su pensamiento comprende las cosas que su lenguaje no puede expresar.”


967. ¿En qué consiste la felicidad de los Espíritus buenos?
“En conocer todas las cosas. En no tener odio, celos, envidia, ambición, ni ninguna de las pasiones que causan la desdicha de los hombres. El amor que los une es para ellos la fuente de una suprema felicidad. No experimentan las necesidades ni los padecimientos ni las angustias de la vida material. Son felices por el bien que hacen. Por lo demás, la dicha de los Espíritus siempre es proporcional a su elevación. Si bien es cierto que sólo los Espíritus puros gozan de la dicha suprema, los demás no son desdichados. Entre los malos y los perfectos hay una infinidad de grados en que los goces son relativos al estado moral. Los que están suficientemente adelantados comprenden la felicidad de los que han llegado antes que ellos, y aspiran a alcanzarla. Pero esa felicidad les resulta un motivo de emulación, no de envidia. Saben que de ellos depende lograrla y trabajan con ese fin, pero con la tranquilidad de la conciencia limpia, y son dichosos por no tener que sufrir lo que padecen los malos.”


968. Vosotros incluís la ausencia de necesidades materiales entre las condiciones de la felicidad para los Espíritus. No obstante, la satisfacción de esas necesidades, ¿no constituye para el hombre una fuente de goces?
“Sí, los goces del animal. Y cuando no puedes satisfacer esas necesidades experimentas un tormento.”


969. ¿Qué debemos entender cuando se dice que los Espíritus puros están reunidos en el seno de Dios y ocupados en cantar sus alabanzas?
“Es una alegoría que representa la comprensión que ellos tienen de las perfecciones de Dios, porque lo ven y lo comprenden. Con todo, no hay que interpretarla más literalmente que a muchas otras. Todo en la naturaleza, desde el grano de arena, canta, es decir, proclama el poder, la sabiduría y la bondad de Dios. Pero no creas que los Espíritus bienaventurados se encuentran en estado de contemplación por toda la eternidad. Sería una felicidad estúpida y monótona. Además, sería la felicidad del egoísta, puesto que su existencia constituiría una inutilidad sin término. Esos Espíritus ya no sufren las tribulaciones de la existencia corporal, lo cual es de por sí un goce. Por otra parte, como hemos dicho, conocen y saben todas las cosas. Aprovechan la inteligencia que han adquirido para contribuir al progreso de los otros Espíritus. Esa es su ocupación y, al mismo tiempo, un goce.”


970. ¿En qué consisten los padecimientos de los Espíritus inferiores?
“Resultan tan variados como las causas que los han producido, y son proporcionales al grado de inferioridad, así como los goces lo son en relación con el grado de superioridad. Los padecimientos de los Espíritus inferiores pueden resumirse así: envidiar todo lo que les falta para ser dichosos y no poder obtenerlo. Ver la felicidad y no poder alcanzarla. Pesar, celos, ira, desesperación que les impide ser dichosos. Remordimiento, ansiedad moral indefinible. Tienen el deseo de todos los goces y no pueden satisfacerlos, lo cual es una tortura.”


971. La influencia que los Espíritus ejercen recíprocamente, ¿es siempre buena?
“Siempre es buena por parte de los Espíritus buenos, no hace falta decirlo. En cambio, los Espíritus perversos intentan apartar del camino del bien y del arrepentimiento a los que consideran susceptibles de dejarse llevar, y que a menudo son los mismos a quienes han conducido al mal durante la vida corporal.”


[971a] – Entonces, la muerte, ¿no nos libra de la tentación?
“No, aunque la acción de los Espíritus malos es mucho menos importante en los otros Espíritus que en los hombres, porque no cuentan con el auxilio de las pasiones materiales.”


972. Dado que no cuentan con el auxilio de las pasiones, ¿de qué modo actúan los Espíritus malos para tentar a los otros Espíritus?
“Si bien las pasiones no existen materialmente, aún se encuentran en el pensamiento de los Espíritus atrasados. Para fomentar esos pensamientos, los Espíritus malos llevan a sus víctimas hasta los lugares donde se les presenta el espectáculo de esas pasiones y de todo lo que pueda excitarlas.”


[972a] – No obstante, ¿qué utilidad tienen esas pasiones, dado que su objeto ya no es real?
“En eso precisamente consiste el suplicio: el avaro contempla el oro que no puede poseer; el lujurioso presencia orgías en las que no puede participar; el orgulloso observa los honores que ambiciona y no puede disfrutar.”


973. ¿Cuáles son los mayores padecimientos que pueden sufrir los Espíritus malos?
“No hay descripción posible de los tormentos morales que constituyen el castigo de algunos crímenes. El propio Espíritu que los experimenta tendría que esforzarse para daros una idea de ellos. Sin embargo, el más horroroso es, con toda seguridad, la idea de estar condenado inexorablemente.”

En relación con las penas y los goces del alma después de la muerte, el hombre se forma una idea más o menos elevada, conforme al estado de su inteligencia. Cuanto más se desarrolla el hombre, tanto más esa idea se purifica y se desprende de la materia. Entonces él comprende las cosas desde un punto de vista más racional, y deja de interpretar al pie de la letra las imágenes de un lenguaje figurado. La razón, ya más esclarecida, al enseñarnos que el alma es un ser completamente espiritual, nos dice, por ese mismo motivo, que ella no puede ser afectada por las impresiones que sólo ejercen una acción sobre la materia. Con todo, no se sigue de ahí que el alma se halle exenta de padecimientos, ni que deje de recibir el castigo por sus faltas.

Las comunicaciones espíritas nos muestran el estado futuro del alma, ya no como una teoría, sino como una realidad. Ponen ante nuestros ojos todas las peripecias de la vida de ultratumba, pero nos las muestran al mismo tiempo como las consecuencias absolutamente lógicas de la vida terrenal; y aunque estén desprovistas del aparato fantástico creado por la imaginación de los hombres, no son menos penosas para los que han hecho un mal uso de sus facultades. La diversidad de esas consecuencias es infinita. No obstante, podemos decir, en general, que cada uno es castigado por donde pecó. Así, algunos lo son por la vista incesante del mal que hicieron. Otros, por los pesares, el temor, la vergüenza, la duda, el aislamiento, las tinieblas, la separación de los seres queridos, etc.


974. ¿De dónde procede la doctrina del fuego eterno?
“Es una imagen que, como tantas otras cosas, ha sido tomada por la realidad.”


[974a] – Sin embargo, el temor que esa doctrina genera, ¿no produce buen resultado?
“Fíjate a cuántos refrena, incluso entre los que la enseñan. Si enseñáis cosas que la razón habrá de rechazar más tarde, causaréis una impresión que no será duradera ni saludable.”

El hombre, impotente para expresar mediante el lenguaje la naturaleza de esos padecimientos, no ha encontrado una comparación más enérgica que la del fuego, pues para él el fuego es el modelo del más cruel suplicio y el símbolo de la acción más enérgica. Por eso, la creencia en el fuego eterno se remonta a la más remota antigüedad y los pueblos modernos la han heredado de los pueblos antiguos. Por eso, también, en su lenguaje figurado, el hombre dice: el fuego de las pasiones; arder de amor, de celos, etc., etc.


975. Los Espíritus inferiores, ¿comprenden la felicidad del justo?
“Así es, y eso constituye su suplicio, pues comprenden que se hallan privados de esa felicidad por su propia culpa. Por esa razón, una vez desprendido de la materia, el Espíritu aspira a una nueva existencia corporal, dado que cada existencia puede abreviar la duración de ese suplicio, en caso de que sea bien empleada. Elige, entonces, las pruebas mediante las cuales podrá expiar sus faltas. Porque, tenedlo en cuenta, el Espíritu sufre por el mal que ha hecho o que ha causado voluntariamente, por el bien que habría podido hacer y que no hizo, así como por el mal que resulta del bien que no ha hecho.
El Espíritu errante ya no tiene velo: se encuentra como si hubiera salido de la niebla y ve lo que lo aleja de la felicidad. En ese caso, sufre más, porque comprende cuán culpable ha sido. Para él ya no hay ilusión: ve la realidad de las cosas.”

El Espíritu en estado errante, por un lado, abarca todas sus existencias pasadas; por el otro, ve el porvenir prometido y comprende lo que le falta para alcanzarlo. Tal como un viajero que, al llegar a la cima de una montaña, ve el camino recorrido y el que le falta recorrer para llegar a la meta.


976. Ver a los Espíritus que sufren, ¿no es para los Espíritus buenos una causa de aflicción? En ese caso, ¿qué ocurre con su felicidad, dado que ha sido perturbada?
“No se trata de una aflicción, pues los Espíritus buenos saben que el mal tendrá fin. Ayudan a los otros a mejorar y les tienden la mano. Esa es su ocupación, además de un goce cuando tienen éxito.”


[976a] – Eso se entiende en el caso de los Espíritus que les son extraños o indiferentes. Con todo, ver las tristezas y los padecimientos de aquellos a quienes han amado en la Tierra, ¿no perturba su felicidad?
“Si no vieran esos padecimientos, sería porque vosotros les resultáis extraños después de la muerte. Ahora bien, la religión os dice que las almas os ven. No obstante, los Espíritus consideran vuestras aflicciones desde otro punto de vista. Saben que esos padecimientos son útiles para vuestro adelanto, en caso de que los soportéis con resignación. Por consiguiente, se afligen más por la falta de valor que os retrasa, que por los padecimientos en sí mismos, que sólo son pasajeros.”


977. Dado que los Espíritus no pueden ocultarse recíprocamente sus pensamientos y que conocen todos los actos de la vida, ¿se sigue de ahí que el culpable se halla perpetuamente en presencia de su víctima?
“No puede ser de otro modo. Lo dice el buen sentido.”


[977a] – Esa divulgación de nuestros actos reprensibles, así como la presencia constante de quienes han sido víctimas de ellos, ¿constituyen un castigo para el culpable?
“Mayor de lo que se piensa. Pero solamente hasta que haya expiado sus faltas, ya sea como Espíritu, o bien como hombre, en nuevas existencias corporales.”

Cuando nosotros mismos estemos en el mundo de los Espíritus, dado que todo nuestro pasado quedará al descubierto, el bien y el mal que hayamos hecho también habrán de conocerse. Es en vano que quien haya hecho el mal pretenda escapar de la vista de sus víctimas. La presencia inevitable de estas será para él un castigo y un remordimiento incesante, hasta que haya expiado sus culpas; mientras que el hombre de bien, por el contrario, sólo encontrará por todas partes miradas amistosas y benévolas. 

Para el malvado, no hay peor tormento en la Tierra que la presencia de sus víctimas. Por ese motivo las evita sin cesar. ¿Qué será de él cuando, ya disipada la ilusión de las pasiones, comprenda el mal que ha hecho, vea develados sus actos más secretos y desenmascarada su hipocresía, sin que pueda sustraerse a su presencia? Mientras que el alma del hombre perverso es presa de la vergüenza, el pesar y el remordimiento, la del justo goza de una serenidad imperturbable.


978. El recuerdo de las faltas que el alma cometió cuando aún era imperfecta, ¿no perturba su felicidad, incluso después de que se ha purificado?
“No, porque ha rescatado sus faltas y salió victoriosa de las pruebas a que se había sometido con ese fin.”


979. Las pruebas que debe sufrir para concluir su purificación, ¿no producen en el alma una inquietud penosa que perturba su felicidad?
“En el alma que aún se halla impura, sí. Por eso sólo podrá gozar de una felicidad completa cuando se haya purificado. No obstante, en el caso del alma que ya se ha elevado, la idea de las pruebas que aún debe sufrir no tiene nada de penosa.”

El alma que ha llegado a cierto grado de pureza goza ya de la felicidad. La embarga un sentimiento de grata satisfacción. Es feliz por lo que ve, por todo lo que la rodea. Para ella se levanta el velo que le ocultaba los misterios y las maravillas de la creación, y las perfecciones divinas se le presentan en todo su esplendor.


980. El lazo de simpatía que une a los Espíritus de un mismo orden, ¿es para ellos una fuente de felicidad?
“La unión de los Espíritus que simpatizan con miras al bien es para ellos uno de los mayores goces, porque no temen que esa unión se vea perturbada por el egoísmo. Esos Espíritus forman, en el mundo completamente espiritualizado, familias que comparten los mismos sentimientos. En eso consiste la felicidad espiritual, así como en vuestro mundo os agrupáis(1) en categorías y sentís un cierto placer cuando estáis reunidos. El afecto puro y sincero que los Espíritus experimentan, y de que son objeto, es una fuente de felicidad, porque allí no hay amigos falsos ni hipócritas.”

(1) Recordamos al lector que – como lo hizo notar J. H. Pires en un comentario anterior- los cambios de persona gramatical en muchos pasajes de la obra obedecen a que el interrogado contesta a veces en forma personal al que ha formulado la pregunta, y acto seguido pasa a referirse a todos los presentes o al género humano entero. Tales cambios no han de achacarse, pues, a errores de redacción. [N. del T. al cast. 1981]


En la Tierra, el hombre goza de las primicias de esa felicidad cuando encuentra almas con las cuales puede confundirse en una unión pura y santa. En una vida más purificada, ese goce será inefable e ilimitado, porque el hombre sólo encontrará almas simpáticas a las que el egoísmo no habrá de enfriar. Todo es amor en la naturaleza; el egoísmo es el que lo mata.


981. En el estado futuro del Espíritu, ¿hay alguna diferencia entre quien, durante la vida, le temió a la muerte y quien la veía con indiferencia o incluso con alegría?
“La diferencia puede ser muy grande. Sin embargo, suele desaparecer con las causas que dieron lugar a ese temor o a ese deseo. Ya sea que le tema a la muerte, o bien que la desee, el hombre puede estar motivado por sentimientos muy diversos. Esos sentimientos son los que influyen en el estado del Espíritu. Es evidente, por ejemplo, que en el caso de quien desea la muerte porque sólo ve en ella el término de sus tribulaciones, se trata de una especie de rebeldía contra la Providencia y contra las pruebas que debe sufrir.”


982. ¿Es necesario profesar el espiritismo y creer en las manifestaciones para asegurarnos nuestra suerte en la vida futura?
“Si así fuera, se seguiría de ahí que los que no creen o no han sido capaces de instruirse están desheredados, lo cual sería absurdo. Sólo el bien asegura la suerte venidera. El bien es siempre el bien, sea cual fuere el camino que conduzca a él.”

La creencia en el espiritismo nos ayuda a mejorar porque afirma las ideas acerca de algunos puntos del porvenir. Apresura el adelanto de los individuos, así como el de las masas, porque nos permite tomar conciencia de lo que seremos algún día. Es un punto de apoyo, una luz que nos guía. El espiritismo nos enseña a soportar las pruebas con paciencia y resignación. Nos aparta de los actos que pueden demorar nuestra felicidad futura. De ese modo, el espiritismo contribuye a esa felicidad, pero no se ha dicho que sin él no podremos alcanzarla.



Penas temporales

983. El Espíritu que expía sus faltas en una nueva existencia, ¿experimenta padecimientos materiales? De no ser así, ¿es exacto decir que después de la muerte el alma sólo experimenta padecimientos morales?
“Es muy cierto que cuando el alma está reencarnada las tribulaciones de la vida son un sufrimiento para ella. No obstante, sólo el cuerpo padece materialmente. 
Vosotros decís a menudo, acerca de alguien que ha muerto, que no sufre más. Eso no siempre es cierto. Si bien como Espíritu ya no tiene dolor físico, puede experimentar dolores morales más agudos, conforme a las faltas que haya cometido y, en una nueva existencia, puede ser aún más desdichado. Así, quien ha sido un mal rico pedirá limosna y será presa de todas las privaciones de la miseria. El orgulloso padecerá todas las humillaciones. El que ha abusado de su autoridad y tratado a sus subordinados con desprecio y dureza, se verá forzado a obedecer a un amo más duro que lo que él mismo ha sido. Las penas y las tribulaciones de la vida constituyen la expiación de las faltas de otra existencia, en caso de que no sean la consecuencia de las faltas de la vida actual. Cuando hayáis dejado la Tierra lo comprenderéis.
El hombre que en la Tierra se considera feliz, porque puede satisfacer sus pasiones, es el que menos esfuerzos hace para mejorar. Con frecuencia expía desde esta vida esa dicha efímera. Con todo, sin ninguna duda, también habrá de expiarla en otra existencia tan material como esta.”


984. Las vicisitudes de la vida, ¿son siempre el castigo de las faltas actuales?
“No. Ya lo hemos dicho: son pruebas que Dios(2) os ha impuesto o que vosotros mismos elegisteis en el estado de Espíritu, antes de encarnar, para expiar las faltas que cometisteis en otra existencia. Las infracciones a las leyes de Dios, y sobre todo a la ley de justicia, nunca quedan impunes. Si eso no sucede en esta vida, necesariamente habrá de suceder en otra. Por esa razón, el que para vosotros es justo, suele ser castigado por su pasado.”

(2) “Dios impone, premia, castiga, etc.”, sólo son figuras alegóricas, no es que Dios en persona haga o deshaga, Él tiene sus leyes, y toda acción tiene su reacción. [N. del copista


985. La reencarnación del alma en un mundo menos grosero, ¿es una recompensa?
“Es la consecuencia de su purificación. Porque a medida que los Espíritus se purifican, encarnan en mundos cada vez más perfectos, hasta que se hayan despojado por completo de la materia y limpiado todas sus manchas, para gozar eternamente de la felicidad de los Espíritus puros en el seno de Dios.”

En los mundos en que la existencia es menos material que en la Tierra, las necesidades son menos groseras y menos intensos los padecimientos físicos. Los hombres ya no conocen las pasiones malas, que en los mundos inferiores siembran la enemistad entre ellos. Dado que no hay ningún motivo de odio ni de celos, viven en paz los unos con los otros, porque practican la ley de justicia, amor y caridad. No conocen las dificultades ni las preocupaciones engendradas por la envidia, el orgullo y el egoísmo, los cuales constituyen el tormento de nuestra existencia terrenal.


986. El Espíritu que ha progresado en su existencia terrenal, ¿puede reencarnar a veces en este mismo mundo?
“Sí, en caso de que no haya podido cumplir con su misión. Además, él mismo puede pedir la oportunidad de completarla en una nueva existencia. No obstante, en ese caso dejará de ser para él una expiación.”


987. ¿Qué sucede al hombre que, sin hacer el mal, no hace nada para liberarse de la influencia de la materia?
“Puesto que no ha dado ningún paso hacia la perfección, debe recomenzar una existencia de la misma naturaleza que la de la que ha dejado. Permanece estacionario, razón por la cual puede prolongar los padecimientos de la expiación.”


988. Hay personas cuya vida transcurre en absoluta calma. Como no tienen necesidad de hacer nada por sí mismas, se hallan exentas de preocupaciones. Esa existencia dichosa, ¿es una prueba de que no tienen nada que expiar de una existencia anterior?
“¿Conoces a muchas personas en esa situación? Si así lo crees, te equivocas. A menudo la calma es sólo aparente. Es posible que hayan elegido esa existencia, pero cuando la dejan se percatan de que no les ha servido para progresar. Entonces, como el perezoso, lamentan el tiempo perdido. Sabed que sólo mediante la actividad el Espíritu puede adquirir conocimientos y elevarse. Si se duerme en la indolencia, no adelanta. Se asemeja a aquel que –según vuestras costumbres– tiene necesidad de trabajar, pero sale a pasear o se acuesta con la intención de no hacer nada. Sabed también que cada uno tendrá que dar cuenta de la inutilidad voluntaria de su existencia. Esa inutilidad siempre es fatal para la dicha venidera. La felicidad futura es proporcional a la suma del bien que se ha hecho. Asimismo, la desdicha futura es proporcional a la suma del mal que se ha hecho, y de las personas a las que se ha perjudicado.”


989. Hay personas que, sin ser realmente malas, hacen desdichados a quienes las rodean, debido a su carácter. ¿Cuál es para ellas la consecuencia de eso?
“Con toda seguridad esas personas no son buenas, y su expiación consistirá en ver a aquellos a quienes han hecho desdichados, cuya presencia será para ellas un reproche. Además, en otra existencia, padecerán lo que han hecho sufrir.”



Expiación y arrepentimiento

990. El arrepentimiento, ¿tiene lugar en el estado corporal o en el espiritual?
“En el estado espiritual. No obstante, también puede tener lugar en el estado corporal, cuando comprendéis correctamente la diferencia entre el bien y el mal.”


991. ¿Cuál es la consecuencia del arrepentimiento en el estado espiritual?
“El deseo de una nueva encarnación para purificarse. El Espíritu comprende las imperfecciones que le impiden ser feliz, por eso aspira a una nueva existencia en que podrá expiar sus faltas.”


992. ¿Cuál es la consecuencia del arrepentimiento en el estado corporal?
“Avanzar desde la vida presente, si se tiene tiempo de reparar las faltas. Cuando la conciencia formula un reproche y señala una imperfección, siempre se puede mejorar.”


993. ¿No hay hombres que sólo poseen el instinto del mal y son inaccesibles al arrepentimiento?
“Te he dicho que se debe progresar sin cesar. Aquel que en esta vida sólo posee el instinto del mal, habrá de poseer el del bien en otra. Por eso renace muchas veces, pues es necesario que todos avancen y lleguen a la meta. Conforme a su deseo, algunos lo harán en un tiempo más breve, otros en uno más prolongado. Aquel que sólo posee el instinto del bien ya se ha purificado, pues ha podido tener el instinto del mal en una existencia anterior.”


994. El hombre perverso que no ha reconocido sus faltas durante la vida, ¿lo hace siempre después de la muerte?
“Sí, siempre. Entonces sufre más, porque siente todo el mal que ha hecho o que ha causado voluntariamente. No obstante, el arrepentimiento no siempre es inmediato. Hay Espíritus que se obstinan en el camino del mal a pesar de sus padecimientos. Con todo, tarde o temprano habrán de reconocer que tomaron el camino equivocado y llegará el arrepentimiento. Los Espíritus buenos trabajan para esclarecerlos, y vosotros también podéis hacerlo.”


995. ¿Hay Espíritus a los que, sin ser malos, su propia suerte les resulta indiferente?
“Hay Espíritus que no se ocupan de nada útil: se mantienen a la expectativa. Pero en ese caso sufren de manera proporcional. Además, como en todo debe haber progreso, ese progreso se pone de manifiesto a través del dolor.” 


[995a] – Esos Espíritus, ¿no tienen el deseo de abreviar sus padecimientos?
“Lo tienen, sin duda. Pero no tienen suficiente energía para querer lo que podría aliviarlos. ¿Cuántas personas hay entre vosotros que prefieren morirse en la miseria antes que trabajar?”


996. Dado que los Espíritus ven el mal que resulta para ellos a causa de sus imperfecciones, ¿a qué se debe que haya algunos que agravan su situación y prolongan su estado de inferioridad haciendo el mal como Espíritus y apartando a los hombres del camino del bien?
“Los que actúan de ese modo son Espíritus cuyo arrepentimiento es tardío. El Espíritu arrepentido puede luego dejarse llevar nuevamente al camino del mal por otros Espíritus aún más atrasados.”


997. Vemos algunos Espíritus que, pese a su notoria inferioridad, son accesibles a los sentimientos buenos, y se conmueven con las oraciones que se hacen para ellos. ¿A qué se debe que otros Espíritus, a quienes deberíamos considerar más esclarecidos, muestren una obstinación y un cinismo que nada puede atenuar?
“La oración sólo produce efecto cuando se hace a favor del Espíritu que se arrepiente. En aquellos que, incitados por el orgullo, se sublevan contra Dios y persisten en sus extravíos, e incluso los exageran, como hacen algunos Espíritus desdichados, la oración no produce ningún efecto, ni podrá hacerlo hasta el día en que una chispa de arrepentimiento se manifieste en ellos.”

No debemos perder de vista que el Espíritu, después de la muerte del cuerpo, no se transforma de manera súbita. Si su vida ha sido reprensible, se debe a que era imperfecto. Ahora bien, la muerte no lo vuelve perfecto de inmediato. Puede persistir en sus errores, en sus falsas opiniones y en sus prejuicios, hasta que se haya esclarecido mediante el estudio, la reflexión y el sufrimiento.


998. La expiación, ¿se lleva a cabo en el estado corporal o en el estado de Espíritu?
“La expiación se lleva a cabo, durante la existencia corporal, mediante las pruebas a que el Espíritu se encuentra sometido; y en la vida espiritual, mediante los padecimientos morales inherentes al estado de inferioridad del Espíritu.”


999. El arrepentimiento sincero durante la vida, ¿es suficiente para borrar las faltas y obtener la gracia de Dios? 
“El arrepentimiento contribuye a que el Espíritu mejore, pero el pasado debe ser expiado.”


[999a] – Según esto, si un criminal dijese que no tiene necesidad de arrepentirse, ya que de todos modos debe expiar su pasado, ¿qué consecuencias tendría eso para él?
“Si se obstina en la idea del mal, su expiación será más prolongada y penosa.”


1000. ¿Podemos, desde esta vida, rescatar nuestras faltas?
“Sí, mediante su reparación. Sin embargo, no penséis en rescatarlas con unas pocas privaciones pueriles o con la distribución de vuestros bienes después de la muerte, cuando ya no los necesitáis. Dios no toma en cuenta en modo alguno un arrepentimiento estéril, que siempre resulta fácil, y que sólo cuesta el esfuerzo de golpearse el pecho. Perder un dedo meñique mientras se presta un servicio borra más faltas que padecer durante años el tormento del cilicio sin otro objetivo que el bien de sí mismo.
El mal sólo se repara con el bien. La reparación no tiene ningún mérito si no alcanza al hombre ni en su orgullo ni en sus intereses materiales. 
¿De qué le sirve, para justificarse, restituir después de la muerte los bienes mal habidos, cuando ya no le sirven y les ha sacado todo el provecho?
¿De qué le sirve privarse de algunos goces fútiles y de algunas cosas superfluas, si no reparó el daño que ha hecho a otros? 
¿De qué le sirve, por último, humillarse ante Dios, si conserva su orgullo ante los hombres?” 


1001. ¿No hay ningún mérito en asegurarnos que después de la muerte los bienes que poseíamos sean utilizados para hacer el bien?
“Ningún mérito no es la expresión adecuada, pues siempre es mejor obrar de ese modo que no hacer nada. Con todo, la desgracia radica en que el hombre que sólo distribuye sus bienes después de la muerte suele ser más egoísta que generoso. Pretende tener el honor de hacer el bien sin esforzarse. En cambio, quien se priva de sus bienes en vida tiene un doble beneficio: el mérito del sacrificio y el placer de ver a las personas a quienes ha hecho felices. No obstante, el egoísmo le dice: ‘Lo que das a otros es lo que quitas a tus propios goces’. Y como el egoísmo grita más fuerte que el desinterés y la caridad, el hombre acumula bienes con el pretexto de sus necesidades y de las exigencias de su posición. ¡Ah, tened compasión del que no conoce el placer de dar! Porque en verdad ha sido desheredado de uno de los más puros y agradables goces. Dios, al someterlo a la prueba de la fortuna, tan resbaladiza y peligrosa para su porvenir, ha querido compensarlo con la dicha de la generosidad que puede gozar desde la Tierra.”


1002. ¿Qué debe hacer aquel que, al borde de la muerte, reconoce sus faltas, pero no tiene tiempo de repararlas? En ese caso, ¿es suficiente con arrepentirse?
“El arrepentimiento apresura su rehabilitación, pero no lo absuelve. ¿Acaso no tiene ante él el porvenir, que nunca se le niega?”




AMOR, CARIDAD y TRABAJO