La génesis, los milagros y las predicciones según el espiritismo de Allan Kardec
Los seis días bíblicos
CAPÍTULO 1:
1. En el comienzo Dios creó el cielo y la tierra.
2. La tierra era uniforme y estaba completamente vacía; las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas.
3. Dijo Dios: “Hágase la luz”, y la luz se hizo.
4. Dios vio que la luz estaba bien, y separó la luz de las tinieblas.
5. Dio a la luz el nombre de día, y a las tinieblas el nombre de noche, y de la tarde y de la mañana se hizo el primer día.
6. Dijo Dios también: “Hágase el firmamento en medio de las aguas y que él separe las aguas de las aguas”.
7. Y Dios hizo el firmamento; y separó las aguas que estaban debajo del firmamento de las que estaban encima del firmamento. Y así se hizo.
8. Y Dios dio al firmamento el nombre de cielo; y de la tarde y de la mañana se hizo el segundo día.
9. Dijo Dios, además: “Reúnanse en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y aparezca el elemento árido”. Y así se hizo.
10. Dios dio al elemento árido el nombre de tierra, y llamó mar a todas las aguas reunidas. Y vio que eso estaba bien.
11. Dijo Dios también: “Produzca la tierra la hierba verde que dé semilla, y árboles frutales que den fruto, cada uno de su especie, y que contengan en sí mismas sus semillas, para que se reproduzcan en la tierra”. Y así se hizo.
12. La tierra entonces produjo la hierba verde que era portadora de la semilla, según su especie, y árboles frutales que contenían en sí mismos sus semillas, según su especie. Y Dios vio que eso era bueno.
13. Y de la tarde y de la mañana se hizo el tercer día.
14. Dijo Dios también: “Háganse cuerpos de luz en el firmamento del cielo, a fin de que se separen el día de la noche, y sirvan de señales para marcar el tiempo y las estaciones, los días y los años.
15. Brillen ellos en el firmamento del cielo e iluminen la Tierra”. Y así se hizo.
16. Entonces Dios hizo dos grandes cuerpos luminosos, uno mayor para presidir el día, y otro menor para presidir la noche; hizo también las estrellas.
17. Y los puso en el firmamento del cielo para que brillen sobre la tierra.
18. Para que presidan el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que era bueno.
19. Y de la tarde y de la mañana se hizo el cuarto día.
20. Dijo Dios, además: “Produzcan las aguas animales vivos que naden en las aguas, y aves que vuelen sobre la tierra, debajo del firmamento del cielo”.
21. Entonces Dios creó los grandes peces y todos los animales que tienen vida y movimiento, que las aguas han producido, cada uno de una especie, y creó también todas las aves, cada una de su especie. Y vio que era bueno.
22. Y los bendijo, diciendo: “Creced y multiplicaos, y llenad las aguas del mar; y que los pájaros se multipliquen sobre la tierra”.
23. Y de la tarde y de la mañana se hizo el quinto día.
24. Dijo Dios también: “Produzca la Tierra animales vivos, cada uno de su especie, los animales domésticos, los reptiles y las bestias salvajes de la tierra, según sus diferentes especies”. Y así se hizo.
25. Dios hizo, pues, las bestias salvajes de la tierra según sus especies, los animales domésticos y todos.
26. Dijo luego: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; y que él mande sobre los peces del mar, las aves del cielo, las bestias, sobre toda la tierra y sobre todos los reptiles que se mueven en la tierra”.
27. Dios entonces creó al hombre a su imagen, y lo creó a imagen de Dios, macho y hembra los creó.
28. Dios los bendijo y les dijo: “Creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; mandad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, y sobre todos los animales que se mueven en la tierra”.
29. Dijo Dios, además: “Os he dado todas las hierbas que traen su semilla a la tierra, y todos los árboles que encierran en sí mismos sus semillas, cada uno de una especie, a fin de que os sirvan de alimento.
30. Y os di a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que se mueve en la tierra y que está vivo y animado, a fin de que tengan con qué alimentarse”. Y así se hizo.
31. Dios vio todas las cosas que había hecho, y eran todas muy buenas.
32. Y de la tarde y de la mañana se hizo el sexto día.
CAPÍTULO 2:
1. El cielo y la tierra quedaron, pues, acabados de ese modo con todos sus ornamentos.
2. Dios terminó en el séptimo día toda la obra que hizo, y reposó en ese séptimo día, luego de haber acabado todas sus obras.
3. Bendijo el séptimo día y lo santificó, porque había cesado en ese día de producir todas las obras que había creado.
4. Ese fue el origen del cielo y de la tierra, y así fueron creados el día que el Señor hizo uno y otro.
5. Y que creó todas las plantas de los campos antes de que hubiesen salido de la tierra, y todas las hierbas de las planicies antes de que hubiesen germinado. Porque el Señor Dios aún no había hecho que lloviese sobre la tierra, y no había hombre para labrarla.
6. Pero de la tierra se elevaba una fuente que regaba toda su superficie.
7. El Señor Dios formó, pues, al hombre del lodo de la tierra, y le esparció sobre el rostro un soplo de vida, y el hombre se volvió viviente y animado.
Después de las explicaciones contenidas en los capítulos precedentes sobre el origen y la constitución del universo, de acuerdo con los datos suministrados por la ciencia, en cuanto a la parte material, y por el espiritismo, en cuanto a la parte espiritual, es conveniente confrontar todo eso con el texto del Génesis de Moisés, a fin de que cada uno pueda establecer una comparación y juzgar con conocimiento de causa. Serán suficientes algunas explicaciones suplementarias para hacer comprensibles las partes que necesitan esclarecimientos especiales.
En lo que respecta a algunos puntos, sin duda existe una notable concordancia entre el Génesis de Moisés y la doctrina científica; pero sería un error suponer que basta con que se sustituyan los seis días de veinticuatro horas de la creación bíblica, por seis períodos indeterminados, para que esté completa la analogía. Otro error no menos importante sería que se creyera que, salvo el sentido alegórico de ciertas palabras, el Génesis y la ciencia marchan a la par y que ésta y aquel se explican mutuamente.
En primer lugar, observemos, según hemos visto (Capítulo VII, § 14), que el número de seis períodos geológicos es arbitrario, visto que se cuentan más de veinticinco formaciones perfectamente caracterizadas. Ese número apenas determina las grandes fases generales, y sólo fue adoptado al comienzo para ordenar las cosas tanto como se pudiera de acuerdo con el texto bíblico, en una época –que por otra parte no está muy lejana– en la que se consideraba que la ciencia debía ser controlada por la Biblia. A eso se debió que los autores de la mayor parte de las teorías cosmogónicas (1), con el propósito de facilitar su aceptación, se esforzaron por conservar la concordancia con el texto sagrado. Tan pronto como la ciencia se apoyó en el método experimental, se sintió fortalecida y se emancipó. Hoy es ella la que controla a la Biblia.
(1) Concernientes a los relatos míticos relativos a los orígenes del mundo.
Por otro lado, la geología, que toma como único punto de partida la formación de los terrenos graníticos no incluye en el cómputo de los períodos el estado primitivo de la Tierra. Tampoco se ocupa del Sol, de la Luna y las estrellas, ni del conjunto del universo, que pertenecen a la astronomía. Por consiguiente, para encuadrar todo en el Génesis, corresponde que se agregue un primer período que abarque ese orden de fenómenos, el cual se podría denominar período astronómico.
Además, no todos los geólogos consideran el período diluviano como un período aparte, sino como un acontecimiento transitorio, pasajero, que no varió en forma considerable el estado climático del globo, como tampoco marcó una nueva fase para las especies vegetales y animales, ya que, salvo pocas excepciones, se encuentran las mismas especies antes y después del diluvio. Por lo tanto, podemos abstenernos de considerar ese período, sin que por eso nos apartemos de la verdad.
El siguiente cuadro comparativo, en el que se encuentran resumidos los fenómenos que caracterizan cada uno de los seis períodos, permite abarcar el conjunto y considerar las relaciones y las diferencias que existen entre los referidos períodos y la génesis bíblica:
CIENCIA
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GÉNESIS
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I. PERÍODO ASTRONÓMICO.
Aglomeración de la materia cósmica universal en un punto del espacio,
en una nebulosa que dio origen, por la condensación de la materia en diversos
puntos, a las estrellas, al Sol, a la Tierra, a la Luna y a todos los
planetas.
Estado primitivo fluídico e incandescente de la Tierra.
Atmósfera inmensa cargada de toda el agua en forma de vapor, y de todas
las materias volatilizables.
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PRIMER DÍA.
El Cielo y la Tierra.
La luz.
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III. PERÍODO DE TRANSICIÓN.
Las aguas cubren toda la superficie del globo.
Primeros depósitos de sedimentos formados por las aguas.
Calor húmedo.
El Sol comienza a atravesar la atmósfera brumosa.
Primeros seres organizados de la más rudimentaria constitución.
Líquenes, musgos, helechos, licopodios, plantas herbáceas. Vegetación
colosal.
Primeros animales marinos: zoófitos, poliperos, crustáceos.
Depósitos de hulla.
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TERCER DÍA.
Las aguas que están debajo del firmamento se reúnen; aparece el
elemento árido.
La tierra y los mares.
Las plantas.
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IV. PERÍODO SECUNDARIO.
Superficie de la Tierra poco accidentada; aguas poco profundas y
pantanosas.
Temperatura menos cálida; atmósfera más purificada.
Considerables depósitos de calcáreos por las aguas.
Vegetación menos colosal; nuevas especies; plantas leñosas; primeros árboles.
Peces; cetáceos; moluscos, grandes reptiles acuáticos y anfibios.
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CUARTO
DÍA.
El Sol, la Luna y las estrellas.
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V. PERÍODO TERCIARIO.
Grandes levantamientos de la corteza sólida; formación de los
continentes. Retiro de las aguas hacia los lugares bajos; formación de los
mares.
Atmósfera purificada; temperatura actual producida por el calor solar.
Animales terrestres gigantescos.
Vegetales y animales de la actualidad. Aves.
DILUVIO UNIVERSAL.
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QUINTO
DÍA.
Los peces y los pájaros.
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VI. PERÍODO CUATERNARIO O POSDILUVIANO.
Terrenos aluviales.
Vegetales y animales de la actualidad.
El hombre.
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SEXTO
DÍA.
Los
animales terrestres.
El hombre.
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El primer aspecto sobresaliente de este cuadro comparativo es que la obra de cada uno de los seis días no se corresponde de manera rigurosa, como muchos suponen, con cada uno de los seis períodos geológicos. La concordancia más notable es la de la sucesión de los seres orgánicos, que es casi la misma, así como la de la aparición del hombre en último término. Ese es un hecho importante.
Hay también coincidencia, no en cuanto al orden numérico de los períodos, sino en cuanto al hecho citado en el pasaje en que se lee que, al tercer día: “Las aguas que están debajo del cielo se reunieron en un solo lugar y apareció el elemento árido”. Es la expresión de lo que ocurrió en el período terciario, cuando los levantamientos de la corteza sólida dejaron al descubierto los continentes y expulsaron las aguas que formaron los mares. Sólo entonces aparecieron los animales terrestres, según la geología y según Moisés.
Cuando Moisés dice que la Creación fue realizada en seis días, ¿habrá querido aludir a días de veinticuatro horas, o habrá empleado esa palabra en el sentido de período, duración, espacio de tiempo indeterminado, dado que la palabra hebrea que se traduce como día tiene esa doble acepción? La primera hipótesis es la más probable, si nos atenemos al texto mismo. La referencia a la tarde y a la mañana, como limitaciones de cada uno de los seis días, da lugar a que se suponga que Moisés ha querido referirse a días comunes. No se puede concebir ninguna duda al respecto, cuando consta, en el versículo 5: “Dio a la luz el nombre de día, y a las tinieblas el nombre de noche; y de la tarde y de la mañana se hizo el primer día”. Esto, evidentemente, sólo se puede aplicar al día de veinticuatro horas, dividido por la luz y las tinieblas. El sentido resulta aún más preciso cuando dice, en el versículo 17, al hablar del Sol, de la Luna y de las estrellas: “Las puso en el firmamento del cielo para que brillen sobre la Tierra; para que presidan el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y de la tarde y de la mañana se hizo el cuarto día”.
Por otra parte, en la Creación todo era milagroso y, desde que se toma la senda de los milagros, se puede perfectamente creer que la Tierra fue hecha en seis días o en seis veces veinticuatro horas, sobre todo cuando se ignoran las leyes naturales elementales. Todos los pueblos civilizados compartieron esa creencia, hasta el momento en que la geología proporcionó las pruebas que demostraban su imposibilidad.
Uno de los puntos más criticados del Génesis es el de la creación del Sol después de la luz. Trataron de explicarlo con el auxilio de los datos proporcionados por la geología, alegando que, en los primeros tiempos de su formación, como se hallaba cargada de vapores densos y opacos, la atmósfera terrestre no permitía la visión del Sol, que por ese motivo no existía para la Tierra. Esta explicación podría llegar a ser admisible si en esa época ya hubiese habido habitantes que verificaran la presencia o la ausencia del Sol. Ahora bien, según el propio Moisés, en esa época no había más que plantas que, pese a todo, no habrían podido crecer y multiplicarse sin la acción del calor solar.
Existe, pues, un evidente anacronismo en el orden que estableció Moisés para la creación del Sol. Sin embargo, involuntariamente o no, él no cometió un error al decir que la luz precedió al Sol.
El Sol no es el principio de la luz universal, sino una concentración del elemento luminoso en un punto o, dicho de otro modo, del fluido que en determinadas circunstancias adquiere propiedades luminosas. Ese fluido, que es la causa, debió forzosamente existir antes que el Sol, que es sólo un efecto. El Sol es causa en relación con la luz que irradia, pero es efecto en relación con la luz que recibió.
En una habitación a oscuras, una vela encendida es un pequeño sol. ¿Qué es lo que se hizo para encender la vela? Se desarrolló la propiedad lumínica del fluido luminoso, y se concentró ese fluido en un punto. La vela es la causa de la luz que se difunde en la habitación; pero si el principio luminoso no hubiera existido antes de la vela, esta no habría podido ser encendida.
Lo mismo ocurre con el Sol. El error proviene de la falsa idea, que se mantuvo durante largo tiempo, de que el universo entero comenzó con la Tierra y, por consiguiente, no se comprende que el Sol pudo haber sido creado después de la luz. Sabemos actualmente que antes de que nuestro Sol y nuestra Tierra fuesen creados, ya existían millones de soles y de tierras que, por lo tanto, gozaban de la luz. En principio, entonces, la aseveración de Moisés es absolutamente exacta; es falsa cuando lleva a creer que la Tierra fue creada antes que el Sol. Al estar sujeta al Sol por su movimiento de traslación, la Tierra debió ser creada después de este. Eso es lo que Moisés no podía saber, ya que ignoraba la ley de gravitación.
Esa misma idea se encuentra en la génesis según los antiguos persas. En el primer capítulo del Vendidad, al describir el origen del mundo, expresa Ormuz: “He creado la luz que fue a iluminar al Sol, la Luna y las estrellas”. (Diccionario de mitología universal). La forma aquí es, sin duda, más clara y científica que en el Génesis de Moisés, y no requiere comentarios.
Evidentemente, Moisés compartía las creencias más primitivas sobre la cosmogonía. Como los hombres de su época, creía en la solidez de la bóveda celeste, así como en los reservorios superiores de las aguas. Esa idea está expresada sin alegorías ni ambigüedades en el siguiente pasaje (versículo 6 y siguientes): “Dijo Dios: Hágase el firmamento en medio de las aguas, y que él separe las aguas de las aguas. Dios hizo el firmamento, y separó las aguas que estaban debajo del firmamento de las que estaban encima del firmamento”. (Véase el Capítulo V, “Antiguos y modernos sistemas del mundo”, §§ 3, 4 y 5.)
Según una antigua creencia, el agua era considerada el principio, el elemento generador primitivo, de modo que Moisés no habla de la creación de las aguas, que aparentemente ya existían. “Las tinieblas cubrían el abismo”, es decir, la profundidad del espacio, a la cual la imaginación se representaba, de modo vago, ocupada por las aguas y en medio de tinieblas, antes de la creación de la luz. Por esa razón Moisés dice que: “El Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas”. Dado que se consideraba a la Tierra formada en medio de las aguas, era necesario aislarla. Se supuso entonces que Dios había hecho el firmamento –una bóveda sólida– para separar las aguas de arriba de las que habían quedado en la Tierra.
A fin de que comprendamos ciertas partes del Génesis, es indispensable que nos coloquemos en el punto de vista de las ideas cosmogónicas de la época que este refleja.
A partir de los progresos de la física y la astronomía, una doctrina como esa es insostenible. No obstante, Moisés atribuye esas palabras al propio Dios. Ahora bien, ya que estas expresan un hecho notoriamente falso, tenemos dos opciones: o Dios se equivocó en el relato que hizo de su obra, o ese relato no es una revelación divina. Como la primera suposición no es admisible, se debe concluir que Moisés se limitó a expresar sus propias ideas. (Véase el Capítulo I, § 3.)
Moisés se aproxima un poco más a la verdad cuando dice que Dios hizo al hombre con el lodo de la tierra (2). De hecho, la ciencia demuestra (Véase el Capítulo X) que el cuerpo del hombre está compuesto por elementos tomados de la materia inorgánica o, dicho de otra manera, del lodo de la tierra.
(2) El término hebreo haadam, “hombre”, del cual derivó Adán, y el término haadama, “tierra”, tienen la misma raíz. (N. de Allan Kardec.)
La mujer formada de una costilla de Adán es una alegoría, aparentemente pueril si se la toma al pie de la letra, aunque profunda en cuanto al sentido. Tiene por finalidad mostrar que la mujer es de la misma naturaleza que el hombre y, por consiguiente, es igual a este ante Dios, y no una criatura aparte, hecha para ser sojuzgada y tratada como una esclava. Al considerarla salida de la propia carne del hombre, la imagen de igualdad es más significativa que si hubiera sido formada por separado del mismo lodo. Equivale a decirle al hombre que ella es su igual y no su esclava, que él debe amarla como a una parte de sí mismo.
Para los espíritus incultos, sin ninguna noción de las leyes generales, incapaces de abarcar el conjunto y de concebir lo infinito, esta creación milagrosa e instantánea presentaba algo de fantástico que ofuscaba su imaginación. El cuadro del universo extraído de la nada en unos pocos días, por un solo acto de la voluntad creadora, era para ellos la señal más evidente del poder de Dios. Qué mejor descripción, en efecto, más sublime y poética de ese poder, que estas palabras: “Dios dijo: ¡Hágase la luz, y la luz se hizo!” Dios, al crear al universo mediante la actividad lenta y gradual de las leyes de la naturaleza, les hubiera parecido de menor importancia, menos poderoso. Necesitaban algo maravilloso, que saliera del esquema común, porque de lo contrario habrían dicho que Dios no era más hábil que los hombres. Una teoría científica y racional de la Creación los hubiese dejado fríos e indiferentes.
No rechacemos, pues, la génesis bíblica; por el contrario, estudiémosla de la misma manera que se estudia la historia de la infancia de los pueblos. Se trata de una epopeya rica en alegorías, cuyo sentido oculto debemos encontrar; alegorías que es preciso analizar y explicar con la ayuda de las luces de la razón y la ciencia. Al mismo tiempo que resaltamos su belleza poética y sus enseñanzas veladas por la forma llena de imágenes, es preciso que expongamos decididamente sus errores, a favor del interés mismo de la religión. Esta será mucho más respetada cuando esos errores dejen de ser impuestos a la fe como verdades, y Dios parecerá más grande y poderoso cuando no se asocie su nombre con hechos controvertidos.
El paraíso bíblico perdido
NOTA: A continuación de algunos versículos se encuentra la traducción literal del texto hebreo, que expresa más fielmente el pensamiento primitivo. El sentido alegórico se destaca así más claramente. (N. de Allan Kardec.)
CAPÍTULO 2:
8. Y el Señor Dios había plantado desde el comienzo un jardín de delicias, en el cual puso al hombre que había formado.
9. El Señor Dios también hizo que brotara de la tierra toda especie de árboles hermosos a la vista, y cuyo fruto era agradable al paladar, y en medio del paraíso (3) el árbol de vida, con el árbol de la ciencia del bien y del mal.
(Jehová Eloim hizo salir de la tierra –min haadama– todo árbol hermoso a la vista y bueno para comer, y el árbol de vida –vehetz hachayim– en medio del jardín, y el árbol de la ciencia del bien y del mal.)
(3) Paraíso, del latín paradisus, derivado del griego paradeisos, jardín, pomar, lugar plantado con árboles. El término hebreo empleado en el Génesis es hagan, que tiene el mismo significado. (N. de Allan Kardec.)
15. El Señor tomó, pues, al hombre, y lo puso en el paraíso de delicias, a fin de que lo cultivase y lo cuidara.
16. Le dio también este mandamiento, y le dijo: “Come de todos los árboles del paraíso.
(Jeová Eloim ordenó al hombre –hal haadam– diciendo: “De todo árbol del jardín –hagan– puedes comer”.)
17. Pero no comas del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal; porque tan pronto como lo comas, morirás sin remedio”.
(“Y del árbol de la ciencia del bien y del mal –oumehetz hadaat tob vara– no comerás, pues el día en que de él comas, morirás.”)
CAPÍTULO 3:
1. Ahora bien, la serpiente era el más astuto de todos los animales que el Señor Dios había creado en la tierra. Y le dijo a la mujer: “¿Por qué Dios os ordenó que no comáis del fruto de todos los árboles del paraíso?”
(Y la serpiente era más astuta que todos los animales terrestres que había hecho Jehová Eloim; la cual dijo a la mujer –el haischa–: “¿Cómo es que Eloim os ha dicho no comáis de ningún árbol del jardín?”).
2. La mujer respondió: “Comemos de los frutos de todos los árboles que están en el paraíso.
(Dijo ella, la mujer, a la serpiente: “Podemos comer del fruto –miperi– de los árboles del jardín”.).
3. Pero del fruto del árbol que está en medio del paraíso, Dios nos ordenó que no comiésemos de él, y que no lo tocásemos, para que no corramos peligro de muerte”.
4. La serpiente replicó a la mujer: “De ninguna manera moriréis.
5. Es que Dios sabe que, tan pronto como hayáis comido de ese fruto, vuestros ojos se abrirán y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”.
6. La mujer consideró entonces que el fruto de aquel árbol era bueno para comer; que era apetecible y agradable a la vista. Y, tomando de él, lo comió, y se lo dio a su marido, que también comió.
(La mujer vio que el árbol era bueno como alimento y que era deseable para comprender –léaskil–, y tomó de su fruto, etc.).
8. Y como oyeron la voz del Señor Dios, que se paseaba a la tarde por el paraíso, cuando sopla una brisa suave, ellos se retiraron hacia el medio de los árboles del paraíso, a fin de ocultarse de delante de su presencia.
9. Entonces el Señor Dios llamó a Adán, y le dijo: “¿Dónde estás?”
10. Adán le respondió: “Oí tu voz en el paraíso, y tuve miedo, porque estaba desnudo, por eso me escondí”.
11. El Señor le respondió: “¿Y cómo supiste que estabas desnudo, acaso porque comiste el fruto del árbol del cual yo os prohibí que comieseis?”
12. Adán le respondió: “La mujer que me diste por compañera me mostró el fruto de ese árbol, y comí de él”.
13. El Señor Dios dijo a la mujer: “¿Por qué hiciste eso?” Ella respondió: “La serpiente me
engañó, y comí de ese fruto”.
14. Entonces el Señor Dios dijo a la serpiente: “Por haber hecho eso, serás maldita entre todos los animales y todas las bestias de la tierra; andarás sobre tu vientre, y comerás tierra todos los días de tu vida.
15. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre su raza y la tuya. Ella te aplastará la cabeza, y tú tratarás de morderle el talón”.
16. Dios dijo también a la mujer: “Habré de afligirte con muchos males durante tus embarazos; parirás con dolor; estarás bajo la dominación de tu marido, y él te dominará”.
17. Dijo a continuación a Adán: “Porque has escuchado la voz de tu mujer, y has comido del fruto del árbol que te prohibí que comieses, la tierra te será maldita por causa de lo que hiciste, y sólo con mucho trabajo extraerás de ella con qué alimentarte durante toda tu vida.
18. Ella te producirá espinos y abrojos, y te alimentarás con la hierba de la tierra.
19. Y comerás el pan con el sudor de tu rostro, hasta que vuelvas a la tierra de donde fuiste tomado, porque eres polvo y al polvo volverás”.
20. Y Adán dio a su mujer el nombre de Eva, que significa vida, porque ella era la madre de todos los vivientes.
21. El Señor Dios también hizo para Adán y su mujer túnicas de pieles con que los cubrió. 22. Y dijo: “He aquí a Adán hecho uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal. Evitemos pues, ahora, que él eche mano del árbol de la vida, que tome de su fruto y que, comiendo de ese fruto, viva eternamente”.
(Jehová Eloim dijo: “He aquí que el hombre fue como uno de nosotros para el conocimiento del bien y del mal, y ahora él puede extender la mano y tomar del árbol de la vida –veata pen ischlachyado velakach mehetz hachayim–; comerá de él y vivirá eternamente”.)
23. El Señor Dios lo hizo salir del jardín de delicias, a fin de que fuese a trabajar en el cultivo de la tierra de donde fue tomado.
24. Y habiéndolo expulsado, colocó querubines (4) delante del jardín de delicias, los cuales hacían brillar una espada de fuego, para guardar el camino que llevaba al árbol de la vida.
(4) Del hebreo cherub, keroub (buey) y charab (labrar). Ángeles del segundo coro de la primera jerarquía, que eran representados con cuatro alas, cuatro caras y patas de buey. (N. de Allan Kardec.)
Bajo una imagen pueril y a veces ridícula, si nos atuviéramos a la forma, la alegoría a menudo oculta grandes verdades. A primera vista, ¿habrá una fábula más absurda que la de Saturno, el dios que devoraba piedras, confundiéndolas con sus hijos? Con todo, al mismo tiempo, ¡cuán profundamente filosófica y verdadera es esa figura, si le buscamos el sentido moral! Saturno es la personificación del tiempo; como todas las cosas son obra del tiempo, él es el padre de todo lo que existe; pero también todo se destruye con el tiempo. Saturno devorando piedras es el símbolo de la destrucción, producida por el tiempo, de los cuerpos más duros, que son sus hijos, puesto que se formaron con el tiempo. ¿Y quién escapa, según esa misma alegoría, a semejante destrucción? Júpiter, símbolo de la inteligencia superior, del principio espiritual que es indestructible. Esa imagen es incluso tan natural que, en el lenguaje moderno, sin alusión a la antigua fábula, acerca de una cosa que finalmente se deterioró, se dice que ha sido devorada por el tiempo, carcomida, devastada por el tiempo.
Toda la mitología pagana no es en realidad más que un gran cuadro alegórico de las diversas caras, buenas y malas, de la humanidad. Para quien busca su sentido, se trata de un curso completo de la más profunda filosofía, como sucede con las fábulas modernas. Lo absurdo residía en que se tomara la forma por el fondo.
Lo mismo ocurre con el Génesis, donde se deben hallar grandes verdades morales debajo de las figuras materiales que, tomadas al pie de la letra, serían tan absurdas como si, en nuestras fábulas, tomásemos en sentido literal las escenas y los diálogos atribuidos a los animales.
Adán es la personificación de la humanidad; su falta individualiza la debilidad del hombre, en quien predominan los instintos materiales a los que él no sabe resistirse.
El árbol, como árbol de la vida, es el emblema de la vida espiritual; como árbol de la ciencia, representa la conciencia del bien y del mal, que el hombre consigue mediante el desarrollo de su inteligencia y de su libre albedrío, en virtud del cual elige entre uno y otro. Resalta el momento en que el alma del hombre deja de ser guiada únicamente por sus instintos, toma posesión de su libertad y asume la responsabilidad de sus actos.
El fruto del árbol simboliza el objeto de los deseos materiales del hombre; es la alegoría de la codicia; resume en una sola figura las motivaciones de la inclinación al mal. Comerlo es sucumbir a la tentación (5). El árbol crece en medio del jardín de las delicias para enseñar que la seducción se encuentra en el seno mismo de los placeres, y para recordarnos que, si el hombre da preponderancia a los goces materiales, se aferra a la Tierra y se aparta de su destino espiritual.
(5) En ninguno de los textos el fruto está especificado como manzana, palabra que sólo se encuentra en las versiones infantiles. El término del texto hebreo es peri, que tiene las mismas acepciones que en francés, sin la determinación de la especie, y puede ser tomado en sentido material, moral, alegórico, en sentido propio y figurado. Para los israelitas no existe una interpretación obligatoria; cuando una palabra tiene varias acepciones, cada uno la interpreta como quiere, toda vez que la interpretación no sea contraria a la gramática. El término peri fue traducido en latín por malum, que se aplica tanto a la manzana como a cualquier otra especie de frutos. Deriva del griego mélon, participio del verbo mélo, interesar, cuidar, atraer. (N. de Allan Kardec.)
La muerte con que se lo amenaza, en caso de que transgreda la prohibición que se le ha hecho, es un aviso de las consecuencias inevitables, físicas y morales, que derivan de la violación de las leyes divinas que Dios ha grabado en su conciencia. Es muy evidente que aquí no se trata de la muerte corporal, puesto que, después de haber cometido la falta, Adán aún vivió durante largo tiempo, sino de la muerte espiritual o, en otras palabras, de la pérdida de los bienes que resultan del progreso moral, pérdida representada por su expulsión del jardín de las delicias.
La serpiente está lejos de ser considerada actualmente como el prototipo de la astucia. Aquí se la incluye más por su forma que por su carácter, como una alusión a la perfidia de los malos consejos que se insinúan como la serpiente, y de la cual por esa razón muchas veces el hombre desconfía. Por otra parte, si la serpiente es condenada a reptar porque ha engañado a la mujer, significa que antes ese animal tenía patas, en cuyo caso ya no era una serpiente. Entonces, ¿por qué imponer como verdades, a la fe ingenua y crédula de los niños, alegorías tan evidentes, y que al falsear su valoración acerca de ellas se hace que más tarde consideren a la Biblia como un muestrario de fábulas absurdas?
Si la falta de Adán consistió literalmente en haber comido un fruto, no cabe duda de que esa falta no podría, por su naturaleza casi pueril, justificar el rigor con que fue castigada. Tampoco se podría admitir racionalmente que ese hecho sea como en general se supone; de otro modo Dios, al considerarlo un crimen irremisible, habría condenado a su propia obra, ya que Él había creado al hombre para su propagación. Si Adán hubiese entendido en ese sentido la prohibición de tocar el fruto del árbol, y con ella se hubiese conformado escrupulosamente, ¿dónde estaría la humanidad, y qué habría sido de los designios del Creador?
Dios no había creado a Adán y Eva para que permanecieran solos en la Tierra; la prueba de eso está en sus propias palabras, las que les dirige inmediatamente después de haberlos creado, cuando aún estaban en el paraíso terrestre: “Dios los bendijo y les dijo: Creced y multiplicaos, llenad la Tierra y sometedla”. (Génesis, 1:28.) Dado que la multiplicación del hombre era ley desde el paraíso terrenal, su expulsión de allí no pudo haber tenido como causa el hecho supuesto.
Lo que dio crédito a esa suposición fue el sentimiento de vergüenza que Adán y Eva experimentaron ante la mirada de Dios, y que los llevó a que se cubrieran. Pero esa vergüenza es de por sí una figura por comparación: simboliza la confusión que todo culpable experimenta en presencia de aquel al que ha ofendido.
¿Cuál es, pues, en definitiva, esa falta tan grave que provocó la condena perpetua de todos los descendientes de aquel que la cometió? Caín, el fratricida, no fue tratado con tanta severidad. Ningún teólogo ha podido definirla con lógica, porque todos ellos, apegados a la letra, han girado dentro de un círculo vicioso.
Hoy sabemos que esa falta no es un hecho aislado, personal, de un individuo, sino que abarca bajo un único aspecto alegórico, el conjunto de las prevaricaciones de que la humanidad de la Tierra, todavía imperfecta, puede convertirse en culpable, y que se resume en estas palabras: infracción a la ley de Dios. Ese es el motivo por el cual la falta del primer hombre, en el cual está simbolizada la humanidad, tenga como símbolo un acto de desobediencia.
Al decirle a Adán que extraería el alimento de la tierra con el sudor de su frente, Dios simboliza la obligación del trabajo; pero ¿por qué convirtió al trabajo en un castigo? ¿Qué sería de la inteligencia del hombre si este no la desarrollara mediante el trabajo? ¿Qué sería de la Tierra, si no fuese fecundada, transformada, saneada por el trabajo inteligente del hombre?
Fue dicho (Génesis, 2:5 y 7): “El Señor Dios aún no había hecho que lloviese sobre la Tierra, y no había en ella hombre para labrarla. El Señor formó, pues, al hombre del lodo de la tierra”. Esas palabras, próximas a estas otras: Poblad la Tierra, prueban que el hombre estaba destinado desde su origen a ocupar la totalidad de la tierra y a cultivarla; prueban, además, que el paraíso no era un lugar circunscripto a una determinada región del globo. Si el cultivo de la tierra habría de ser una consecuencia de la falta de Adán, resultaría que, si Adán no hubiera pecado, la Tierra no habría sido cultivada, y los designios de Dios no se habrían cumplido.
¿Por qué Dios le dijo a la mujer que pariría con dolor debido a que había cometido una falta? ¿Cómo puede el dolor del parto ser un castigo, cuando es un efecto del organismo, y cuando está probado fisiológicamente que es inevitable? ¿Cómo puede constituir un castigo algo que se produce según las leyes de la naturaleza? Eso es lo que los teólogos todavía no han explicado, ni podrán hacerlo mientras no abandonen el punto de vista en que se han colocado. Con todo, aquellas palabras que parecen tan contradictorias tienen una justificación.
Observemos, en primer lugar, que si en el momento de la creación de Adán y Eva, sus almas hubiesen sido sacadas de la nada, como todavía se enseña, la pareja debería carecer de experiencia en todas las cosas; debería por lo tanto ignorar lo que es morir. Ya que los dos estaban solos en la Tierra, al menos mientras vivieron en el paraíso terrestre, no habían presenciado la muerte de nadie. ¿Cómo, entonces, habrían podido comprender en qué consistía la amenaza de muerte que Dios les hacía? ¿Cómo habría podido comprender Eva que parir con dolor sería un castigo, visto que, como acababa de nacer a la vida, jamás había tenido hijos y era la única mujer que existía en el mundo?
Por consiguiente, las palabras de Dios debían carecer de sentido para Adán y Eva. Recién salidos de la nada, no podían saber cómo ni porqué habían surgido allí; no podían comprender ni al Creador ni el motivo de la prohibición que se les imponía. Sin experiencia alguna acerca de las condiciones de la vida, pecaron como niños que actúan sin discernimiento, lo que vuelve todavía más incomprensible la terrible responsabilidad que Dios hizo pesar sobre ellos y sobre la humanidad entera.
Lo que constituye para la teología un caso sin solución, el espiritismo lo explica sin dificultad y de una manera racional mediante la anterioridad del alma y la pluralidad de las existencias, ley sin la cual todo es misterioso y anómalo en la vida del hombre. En efecto, admitamos que Adán y Eva ya hubieran vivido, y de inmediato todo tiene una justificación: Dios no les habla como a niños, sino como a seres en estado de comprenderlo y que lo comprenden, prueba evidente de que ambos tenían conocimientos previos. Admitamos, además, que hubiesen vivido en un mundo más adelantado y menos material que el nuestro, donde el trabajo del Espíritu sustituía al del cuerpo; que por haberse rebelado contra la ley de Dios, representada en la desobediencia, hubiesen sido excluidos de allí y exiliados como un castigo en la Tierra, donde el hombre, por la naturaleza del globo, está obligado a un trabajo corporal, y entonces reconoceremos que Dios tenía razón cuando les dijo: En el mundo al que iréis a vivir de ahora en adelante, “cultivaréis la tierra y de ella extraeréis el alimento con el sudor de vuestra frente”; y a la mujer: “Parirás con dolor”, porque esa es la condición de ese mundo. (Véase el Capítulo XI, § 31 y siguientes.)
De tal modo, el paraíso terrenal, cuyos vestigios han sido buscados infructuosamente en la Tierra, era la imagen del mundo feliz donde Adán había vivido o, más bien, donde había vivido la raza de los Espíritus que él personifica. La expulsión del Paraíso marca el momento en que esos Espíritus vinieron a encarnar entre los habitantes de este mundo, y el cambio de situación que fue la consecuencia de esa expulsión. El ángel armado con una espada flamígera, que defiende la entrada al Paraíso, simboliza la imposibilidad en que se encuentran los Espíritus de los mundos inferiores de penetrar en los mundos superiores antes de que lo merezcan por su purificación. (Véase, más adelante, el Capítulo XIV, § 9 y siguientes.)
“Caín (después del asesinato de Abel) respondió al Señor: ‘Mi iniquidad es demasiado grande para que se me pueda perdonar. Me expulsáis hoy de sobre la Tierra, y yo iré a ocultarme de vuestra presencia. Seré un fugitivo y un vagabundo en la Tierra, y entonces cualquiera que me encuentre me matará’. El Señor le respondió: ‘No, eso no sucederá, porque quien mate a Caín será castigado duramente’. Y el Señor puso una señal sobre Caín, a fin de que quienes pudieran encontrarlo no lo matasen.
“Habiéndose retirado de delante del Señor, Caín quedó deambulando por la Tierra, y vivió en la región oriental del Edén. Conoció Caín a su mujer, la cual concibió y parió a Henoc. Él construyó a continuación una ciudad a la que llamó Henoc (Enoquia) del nombre de su hijo.” (Génesis, 4:13 a 16.)
Si nos atuviéramos a la letra del Génesis, llegaríamos a las siguientes conclusiones: Adán y Eva estaban solos en el mundo después de su expulsión del paraíso terrenal; posteriormente tuvieron los dos hijos, Caín y Abel. Ahora bien, luego de que Caín se retiró a otra región después de haber asesinado a su hermano, no volvió a ver a su padre y a su madre, quienes de nuevo quedaron solos. Sólo mucho más tarde, a la edad de ciento treinta años, Adán tuvo su tercer hijo, que se llamó Set, luego de cuyo nacimiento vivió aún, según la genealogía bíblica, ochocientos años, y engendró más hijos e hijas.
Por consiguiente, cuando Caín fue a establecerse al oriente del Edén, solamente había en la Tierra tres personas: su padre, su madre y él, que quedó solo, por su lado. Sin embargo, Caín tuvo mujer y un hijo. ¿Qué mujer podía ser esa, y dónde habría podido él desposarla? Él construyó una ciudad; pero una ciudad presupone la existencia de habitantes, visto que no sería por presumir que Caín la hiciera para él, su mujer y su hijo, ni que pudiese edificarla solo.
Por lo tanto, de esa narración debemos inferir que la región estaba poblada. Ahora bien, no podía serlo por los descendientes de Adán, que por entonces estaban reducidos a uno solo: Caín.
La presencia de otros habitantes se destaca igualmente de estas palabras de Caín: “Seré un fugitivo y un vagabundo, y cualquiera que me encuentre me matará”, así como de la respuesta que Dios le dio. ¿Por qué Caín temía que alguien lo matase, y qué utilidad tendría la señal que Dios le puso para preservarlo, si no habría de encontrar a nadie? Ahora bien, si había en la Tierra otros hombres además de la familia de Adán, significa que esos hombres estaban allí antes de él, de donde se deduce esta consecuencia, extraída del texto mismo del Génesis: Adán no es el primero ni el único padre del género humano. (Véase el Capítulo XI, § 34.)
Hacían falta los conocimientos que el espiritismo suministró acerca de las relaciones del principio espiritual con el principio material; acerca de la naturaleza del alma, de su creación en estado de simplicidad y de ignorancia, de su unión con el cuerpo, de su indefinida marcha progresiva a través de sucesivas existencias y a través de los mundos, que son otros tantos escalones en el camino del perfeccionamiento; acerca de su gradual liberación de la influencia de la materia mediante el uso del libre albedrío, de la causa de sus inclinaciones buenas o malas y de sus aptitudes; acerca del fenómeno del nacimiento y de la muerte; de la situación del Espíritu en la erraticidad y, finalmente, acerca del porvenir como premio a sus esfuerzos por mejorar y a su perseverancia en el bien, para que se hiciese la luz sobre todos los aspectos de la génesis espiritual.
Gracias a esa luz el hombre sabe, de ahora en más, de dónde viene, hacia dónde va, por qué está en la Tierra y por qué sufre. Sabe que su porvenir está en sus manos, y que la duración de su cautiverio en este mundo depende exclusivamente de él. El Génesis, despojado de la alegoría limitada y mezquina, se le presenta grande y digno de la majestad, de la bondad y de la justicia del Creador. Considerado desde ese punto de vista, el Génesis confundirá a la incredulidad y la vencerá.
AMOR, CARIDAD y TRABAJO
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