LOS MILAGROS SEGÚN EL ESPIRITISMO
La Génesis de
Allan Kardec
Capítulo XIII
Caracteres de los milagros
LOS MILAGROS EN EL SENTIDO TEOLÓGICO
1. – En su acepción
etimológica, la palabra milagro (de mirari, admirar) significa: admirable,
cosa extraordinaria, sorprendente. La Academia define esta palabra como: Un
acto del poder divino contrario a las leyes conocidas de la Naturaleza.
En su acepción usual, esta palabra como tantas otras ha perdido su
significado primitivo. De general que era, se ha circunscripto a un orden
particular de hechos. En el pensamiento de las masas, un milagro implica
la idea de un hecho sobrenatural; en el sentido teológico, es una derogación de las leyes de la Naturaleza, por cuyo medio manifiesta
Dios su poder. Tal es, en efecto, la acepción vulgar convertida en sentido
propio, y sólo es por comparación y por metáfora que es aplicado a las
circunstancias comunes de la vida.
Uno de los caracteres del milagro, propiamente dicho, es de ser
inexplicable, por lo mismo que se verifica fuera de las leyes naturales; y tal
es la idea que se une a él, que, si llega a encontrarse la explicación de un
hecho milagroso, se dice que ya no es milagro, por sorprendente que sea. Lo que
hace, para la Iglesia, el mérito de los milagros es precisamente su origen
sobrenatural, y la imposibilidad de explicarlos; ella se encuentra tan
fuertemente aferrada sobre este punto que toda asimilación de los milagros a
los fenómenos de la Naturaleza se considera un acto de herejía, y un atentado
contra la fe: que ella excomulgó, e inclusive quemó a personas que no quisieron
creer en ciertos milagros.
Otro carácter del milagro es el de ser insólito, aislado y excepcional;
desde el momento que un fenómeno se reproduce, sea espontáneamente, sea por un
acto de la voluntad, significa que está sujeto a una ley, y desde entonces, que
esta ley sea conocida o no, no puede ser un milagro.
2. – A los ojos de
los ignorantes, la ciencia hace milagros cada día. Que un hombre realmente
muerto sea devuelto a la vida por una intervención divina, constituiría un
verdadero milagro, porque ese es un hecho contrario a las leyes de la
Naturaleza. Pero si este hombre solo tiene las apariencias de la muerte, y si
hay en él un resto de vitalidad latente, y que la ciencia, o una acción
magnética, venga a reanimarlo, para las personas esclarecidas es un fenómeno
natural, pero a los ojos del vulgo ignorante, el hecho pasará por milagroso. Que
en medio de ciertos campesinos un físico lance un papagayo eléctrico y haga
caer el rayo sobre el árbol, ese nuevo Prometeo será, mirado ciertamente, como
armado de un poder diabólico; pero Josué, deteniendo el movimiento del Sol, o
el de la Tierra, admitiendo el hecho, he aquí el verdadero milagro, porque no
existe ningún magnetizador dotado de un poder tan grande para producir tal
prodigio.
Los siglos de ignorancia fueron fecundos en milagros, porque todo
fenómeno cuya causa era desconocida pasaba por sobrenatural. A medida que la
ciencia reveló nuevas leyes, el círculo de lo maravilloso fue restringido; pero
como no había explorado todo el campo de la Naturaleza, quedaba todavía una parte bastante grande a lo maravilloso.
3. – Lo maravilloso,
expulsado del dominio de la materialidad por la ciencia, se atrincheró en el de
la espiritualidad, que fue su último refugio. El Espiritismo, al demostrar que
el elemento espiritual es una de las fuerzas vivas de la Naturaleza, fuerza que
actúa incesantemente en conjunción con la fuerza material, hizo entrar de nuevo
los fenómenos que resaltan de ella en el círculo de los efectos naturales,
porque, como los otros, están sometidos a leyes. Si lo maravilloso es expulsado
de la espiritualidad, ya no tiene razón de ser y sólo entonces se podía decir
que pasó el tiempo de los milagros. (Cap. I, N° 18).
EL ESPIRITISMO NO HACE MILAGROS
4. – El Espiritismo
viene a su vez a hacer lo que cada ciencia hizo en su advenimiento: revelar
nuevas leyes y explicar, por consiguiente, los fenómenos que son de la alzada
de esas leyes.
Estos fenómenos, es verdad, se refieren a la existencia de los Espíritus
y a su intervención en el mundo material; más está ahí, y se dice así, a lo que
es sobrenatural. Pero, entonces, sería necesario probar que los Espíritus, y
sus manifestaciones, son contrarias a las leyes de la Naturaleza; que eso no es
ni puede ser una de sus leyes.
El Espíritu no es otra cosa que el alma que sobrevive al cuerpo; es el
ser principal porque no muere, mientras que el cuerpo sólo es un accesorio que
se destruye. Su existencia es, pues, tan natural después como durante la
encarnación; está sometida a las leyes que rigen el principio espiritual como
el cuerpo está sometido a las leyes que rigen el principio material; pero como
estos dos principios tienen una afinidad necesaria, y cómo reaccionan
constantemente uno sobre el otro, que, de su acción simultánea, resultan el
movimiento y la armonía del conjunto, se deduce que la espiritualidad y la materialidad
son dos partes de un mismo todo, tan naturales una como otra, y que la primera
no es una excepción, una anomalía en el orden de las cosas.
5. – Durante su
encarnación, el Espíritu actúa sobre la materia por intermedio de su cuerpo
fluídico o periespíritu: lo mismo sucede fuera de la encarnación. Hace como
Espíritu y en la medida de su capacidad, lo que hacía como hombre; como no
tiene ya su cuerpo carnal por instrumento, se sirve, cuando es necesario, de
los órganos materiales de un encarnado, el cual se convierte en lo que se llama
médium. Hace como quien, no pudiendo escribir por sí mismo, toma prestada
la mano de un secretario; o que no conociendo un idioma, se vale de un
intérprete. Un secretario, un intérprete son los médiums de un
encarnado, así como el médium es el secretario o el intérprete de un Espíritu.
6. – El medio en el
cual actúan los Espíritus, y los medios de ejecución, no siendo los mismos que
en el estado de encarnación, los efectos son diferentes. Estos efectos parecen
sobrenaturales porque son producidos con la ayuda de agentes que no son de los
que nos servimos; pero desde el momento en que esos agentes están en la Naturaleza,
y que los hechos de las manifestaciones se cumplen en virtud de ciertas leyes,
nada hay de sobrenatural ni de maravilloso. Antes que se conociesen las
propiedades de la electricidad, los fenómenos eléctricos pasaban por prodigios
a los ojos de ciertas personas; pero, desde que la causa de ellos fue conocida,
lo maravilloso desapareció. Ocurre lo mismo con los fenómenos espíritas, que no
salen más del orden de las leyes naturales que los fenómenos eléctricos,
acústicos, luminosos y otros, que fueron la fuente de una multitud de creencias
supersticiosas.
7. – Sin embargo, se
dirá: admitís que un Espíritu pueda levantar una mesa y sostenerla en el aire
sin punto de apoyo; ¿eso no es una derogación de la ley de gravedad? –Sí, de la
ley conocida; pero ¿se conocen todas las leyes? Antes que se hubiera
experimentado la fuerza ascensional de ciertos gases ¿quién diría que un
aparato pesado, llevando varios hombres, podría vencer a la fuerza de
atracción? A los ojos del vulgo ¿no debería parecer esto algo maravilloso,
diabólico? Aquel que propusiese, hace un siglo, transmitir un despacho a quinientas
leguas y recibir su respuesta en algunos minutos, habría pasado por un loco; si
lo hiciese, se creería que tenía el diablo a sus órdenes, porque, entonces,
sólo el diablo era capaz de andar tan de prisa; y, sin embargo, hoy, no sólo se
reconoce posible sino que parece muy natural. ¿Por qué, pues, un fluido
desconocido no tendría la propiedad, en determinadas circunstancias, de
contrabalancear el efecto de la gravedad, como el hidrógeno contrabalancea el
peso del globo? Fue, en efecto, lo que ocurrió en el caso de que se trata. (El
libro de los Médiums, Cap. IV.)
8. – Los fenómenos
espíritas, estando en la Naturaleza, se produjeron en todos los tiempos; pero
precisamente como su estudio no podía realizarse con los medios materiales de
que dispone la ciencia vulgar, permanecieron por mucho más tiempo que otros en
el dominio de lo sobrenatural, de donde el Espiritismo los hace salir hoy.
Lo sobrenatural, basado sobre apariencias no explicadas, deja libre
curso a la imaginación, que vagando en lo desconocido, da nacimiento, entonces,
a las creencias supersticiosas. Una explicación racional, basada en las leyes
de la Naturaleza, trayendo al hombre al terreno de la realidad, pone coto a los
extravíos de la imaginación, y destruye las supersticiones. Lejos de extender
el dominio de lo sobrenatural, el Espiritismo lo restringe hasta sus últimos
límites y le quita su último baluarte. Si hace creer en la posibilidad de
ciertos hechos, impide creer en muchos otros, porque demuestra, en el ámbito de
la espiritualidad, como la ciencia, en círculo de la materialidad, lo que es posible
y lo que no lo es. No obstante, como no tiene la pretensión de tener la última
palabra en todas las cosas, ni siquiera en aquellas que son de su competencia,
no se presenta como regulador absoluto de lo posible, y lleva en cuenta
conocimientos que reserva para el porvenir.
9. – Los fenómenos
espíritas consisten en los diferentes modos de manifestación del alma, o Espíritu,
sea durante la encarnación, sea en el estado de erraticidad. Es por sus
manifestaciones que el alma revela su existencia, su sobrevivencia y su
individualidad; se la juzga por sus efectos; y siendo la causa natural, el
efecto lo es también. Esos efectos son el objeto especial de las
investigaciones y de los estudios del Espiritismo, para llegar al conocimiento,
tan completo como sea posible, de la naturaleza y de los atributos del alma,
así como las leyes que rigen el principio espiritual.
10. – Para los que
niegan la existencia del principio espiritual independiente, y, por
consecuencia, el del alma individual y sobreviviente, toda la Naturaleza está
en la materia tangible; todos los fenómenos que se relacionan con la
espiritualidad son, a sus ojos, sobrenaturales, y, por consecuencia,
quiméricos; no admitiendo la causa, no pueden admitir el efecto; y cuando los
efectos son patentes, los atribuyen a la imaginación, a la ilusión, a la
alucinación, y se niegan a profundizarlos; de ahí, en ellos, una opinión
preconcebida que los hace incapaces para juzgar sanamente el Espiritismo,
porque parten del principio de la negación de todo lo que no es material.
11. – De que el
Espiritismo admita los efectos que son consecuencia de la existencia del alma,
no se sigue que acepte todos los efectos calificados de maravillosos, ni que
trate de justificarlos y acreditarlos; que sea el campeón de todos los
soñadores, de todas las utopías y de todas las excentricidades sistemáticas, de
todas las leyendas milagrosas; sería necesario conocerlo muy poco para pensar así.
Sus adversarios creen oponerle un argumento irrefutable, cuando, después de
haber hecho eruditas investigaciones sobre los convulsionarios de Saint-Medard,
los calvinistas de Cévennes o los religiosos de Loudun, llegaron a descubrir
hechos evidentes de fraude que nadie niega; pero ¿son acaso esas historias el
evangelio del Espiritismo? ¿Han negado acaso sus partidarios que el
charlatanismo haya explotado ciertos hechos para su provecho; que la
imaginación los haya creado; y que el fanatismo los haya exagerado mucho? Él no
es solidario con las extravagancias que se puedan cometer en su nombre, como la
verdadera ciencia no lo es con respecto a los abusos de la ignorancia, ni la
verdadera religión en cuanto a los excesos del fanatismo. Muchos críticos no
juzgan al Espiritismo sino por los cuentos de hadas y las leyendas populares,
que son meras ficciones de él; pero es como juzgar a la historia por las
novelas históricas o por las tragedias.
12. – Los fenómenos
espíritas son, las más de las veces, espontáneos y se producen sin ninguna idea
preconcebida entre personas que menos piensan en ellos; en ciertas
circunstancias, pueden ser provocadas por agentes designados con el nombre de médiums;
en el primer caso, el médium es inconsciente, de lo que se produce por
su intermedio; en el segundo actúa con conocimiento de causa: de ahí la
distinción de médiums conscientes y de médiums inconscientes. Estos
últimos son los más numerosos y a menudo se encuentran entre los incrédulos más
obstinados, que hacen así Espiritismo, sin saberlo y sin quererlo. Los
fenómenos espontáneos tienen, por esto mismo, una importancia capital, porque
no se puede sospechar de la buena fe de quienes los obtienen. Lo mismo ocurre
con el sonambulismo que, en ciertos individuos, es natural e involuntario, y en
otros, provocado por la acción magnética.(1)
(1) El libro de los
Médiums, Cap. V. – Revista
Espírita; ejemplos: diciembre de 1865, página 370; – agosto de 1865, página
231.
Pero que estos fenómenos sean o no el resultado de un acto de la
voluntad, la causa primera es exactamente la misma y en nada se aparta de las
leyes naturales. Por tanto, los médiums no producen absolutamente nada
sobrenatural; y, por consecuencia, no hacen ningún milagro; las mismas
curaciones instantáneas no son más milagrosas que los otros efectos, porque son
debidas a la acción de un agente fluídico haciendo el papel de agente
terapéutico, cuyas propiedades no son menos naturales por haber sido
desconocidas hasta ahora. El epíteto de taumaturgo, dado a ciertos
médiums por la crítica ignorante de los principios del Espiritismo, es así enteramente
inapropiado. La calificación de milagros dada, por comparación, a
ciertas especies de fenómenos, solo puede inducir en error sobre su verdadero
carácter.
13. – La
intervención de inteligencias ocultas en los fenómenos espíritas, no hace a
éstos más milagrosos que todos los demás fenómenos debidos a agentes
invisibles, porque estos seres ocultos que pueblan los espacios son una de las
potencias de la Naturaleza, fuerza cuya acción es incesante sobre el mundo
material, como sobre el mundo moral.
El Espiritismo, esclareciéndonos sobre esta fuerza, nos da la clave de
muchas cosas no explicadas, e inexplicables, de cualquier otro modo y que han
podido, en tiempos remotos, pasar por prodigios; revela, cómo el magnetismo,
una ley si bien no desconocida, al menos mal comprendida; o, por mejor decir, se conocían los efectos porque se
produjeron en todos los tiempos, pero no se conocía la ley, y fue la ignorancia
de esta ley que engendró la superstición. Una vez conocida, esta ley,
desaparece lo maravilloso y los fenómenos entran en el orden de las cosas
naturales. He aquí por qué los espíritas no hacen más milagros haciendo girar
una mesa, o haciendo escribir a los muertos, que el médico haciendo revivir a
un moribundo, o un físico provocando la descarga de un rayo. Quien pretendiese,
con la ayuda de esta ciencia hacer milagros, sería o un ignorante de la
cosa, o un impostor.
14. – Puesto que el
Espiritismo repudia toda pretensión a las cosas milagrosas, fuera de él ¿hay
milagros en la usual acepción de la palabra? Digamos primero que, entre los
hechos considerados milagrosos que ocurrieron antes del advenimiento del
Espiritismo, y que ocurren aún en nuestros días, la mayor parte, cuando no
todos, encuentran su explicación en las nuevas leyes que vino a revelar; estos
hechos entran aunque bajo otro nombre, en el orden de los fenómenos espíritas,
y, como tales, no tienen nada de sobrenatural. Entiéndase bien que aquí sólo se
trata de hechos auténticos, y no de los que, con el nombre de milagros, son
producto de una indigna charlatanería, con vistas a explotar la credulidad; no
más que de ciertos hechos legendarios que pudieran tener, en su origen, un
fondo de verdad, pero la superstición amplió hasta lo absurdo. Sobre estos
hechos es que el Espiritismo viene a arrojar luz, suministrando los medios de
separar el error de la verdad.
¿DIOS HACE MILAGROS?
15. – En cuanto a
los milagros propiamente dichos, como nada es imposible para Dios, sin duda
puede hacerlos; pero ¿los hace? En otros términos ¿deroga las leyes que
estableció? No corresponde al hombre prejuzgar los actos de la Divinidad y
subordinarlos a la debilidad de su entendimiento. Sin embargo, tenemos como
criterio de nuestro juicio, con respecto a las cosas divinas, los atributos de
Dios. Al soberano poder u omnipotencia une la soberana sabiduría, de donde es preciso
concluir que nada inútil hace.
¿Por qué, pues, haría milagros? Para dar una prueba de su poder, se
dice, pero ¿el poder de Dios no se manifiesta, de manera mucho más
impresionante, por el conjunto grandioso de las obras de la Creación, por la
sabiduría previsora que preside a sus partes más ínfimas como las más grandes,
y por la armonía de las leyes que rigen el Universo, que por algunas pequeñas y
pueriles derogaciones que todos los prestidigitadores saben imitar? ¿Qué se diría
de un sabio mecánico que, para probar su habilidad, descompusiera el reloj que hubiese
construido, obra maestra de la ciencia, a fin de demostrar que sabe deshacer lo
que ha hecho? Por el contrario ¿su saber no surge de la regularidad y precisión
de los movimientos?
La cuestión de los milagros, propiamente dichos, no es, pues, de la
competencia del Espiritismo; pero, apoyándose en el razonamiento: que Dios no
hace nada inútil, emite esta opinión que: No siendo los milagros
necesarios para la glorificación de Dios, nada, en el Universo, se desvía de
las leyes generales. Dios no hace milagros, porque siendo sus leyes perfectas,
no tiene necesidad de derogarlas. Si hay hechos que no
comprendemos, es porque nos faltan aún los conocimientos necesarios.
16. – Admitiendo que
Dios haya podido, por razones que no podemos apreciar, derogar accidentalmente
las leyes que él mismo estableció, estas leyes no serían ya inmutables; pero al
menos es racional pensar que sólo Él tiene ese poder; no se podría admitir, sin
negarle la omnipotencia, que sea dado al Espíritu del mal deshacer la obra de
Dios, haciendo, por su parte, prodigios capaces de seducir a sus mismos
escogidos, lo que implicaría la idea de un poder igual al suyo. Es, sin
embargo, esto lo que se enseña. Si Satanás tiene el poder de interrumpir el
curso de las leyes naturales, que son la obra divina, sin el permiso de Dios,
será el más poderoso que Dios: entonces Dios no posee la omnipotencia; si Dios
le delega ese poder, como se pretende, para inducir más fácilmente a los
hombres al mal, Dios no es más la soberana bondad. En ambos casos resulta la
negación de uno de los atributos sin los cuales, Dios no sería Dios.
La Iglesia también distingue los buenos milagros, que vienen de Dios,
de los malos milagros que vienen de Satanás; pero ¿cómo diferenciarlos? Que un
milagro sea satánico o divino, eso no sería menos una derogación a las leyes
que emanan sólo de Dios; si un individuo es curado por un supuesto milagro, sea
hecho por Dios o por Satanás, con eso, no ha sido menos curado. Es necesario
tener una idea muy pobre de la inteligencia humana para esperar que semejantes
doctrinas puedan ser aceptadas en nuestros días.
Reconocida la posibilidad de ciertos hechos tenidos por milagrosos, es
necesario concluir de esto que, cualquiera que sea la fuente que se les
atribuya, son efectos naturales de los cuales Espíritus o encarnados pueden
usar, como de todo, como de su propia inteligencia y de sus conocimientos
científicos, para el bien o para el mal, según su bondad o su perversidad. Un
ser perverso, aprovechando su saber, puede hacer cosas que pasen por prodigios
a los ojos de los ignorantes; pero cuando esos efectos tienen por resultado, un
bien cualquiera, sería ilógico atribuirles un origen diabólico.
17. – Mas se dice,
la religión se apoya sobre hechos que no son ni explicados ni explicables.
Inexplicados, tal vez; inexplicables, ya es otra cosa: ¿Se sabe algo sobre los
descubrimientos y los conocimientos que nos reserva el futuro? Sin hablar del
milagro de la Creación, que es sin duda alguna el mayor de todos, y que hoy
entró en el dominio de la ley Universal, ¿acaso no se ven ya reproducirse bajo
el imperio del magnetismo, del sonambulismo y del Espiritismo, los éxtasis, las
visiones, las apariciones, la visión a distancia, las curaciones instantáneas,
el éxtasis, las comunicaciones orales y de otras con los seres del mundo
invisible, fenómenos conocidos desde tiempos inmemoriales, considerados antaño
como maravillosos, y que hoy se ha demostrado que pertenecen al orden de las
cosas naturales, según la ley constitutiva de los seres? Los libros sagrados están
llenos de hechos de este género, calificados de sobrenaturales; pero, como se
encuentran análogos y más maravillosos aún, en todas las religiones paganas de
la antigüedad, si la verdad de una religión dependiese del número y de la
naturaleza de estos hechos, no se sabe mucho la que debía prevalecer.
LO SOBRENATURAL Y LAS RELIGIONES
18. – Pretender que
lo sobrenatural sea el fundamento necesario de toda religión, que sea la llave
de la bóveda del edificio cristiano, es sostener una tesis peligrosa; si se
hacen descansar las bases del cristianismo sobre la base de lo maravilloso
únicamente, se le da un apoyo muy frágil del que cada día se desprenden
piedras. Esta tesis, de la cual teólogos eminentes se han hecho defensores,
conduce directamente a esta conclusión: que, dentro de cierto tiempo, no habrá
más religión posible ni siquiera la religión cristiana, si lo que es
considerado sobrenatural fuese demostrado como natural; pues, será en vano
amontonar argumentos y aun así no será posible sostener la creencia de que un hecho
sea milagroso, cuando está probado que no lo es; pues bien, la prueba de que un
hecho no es una excepción, en las leyes naturales, es cuando puede ser
explicado por esas mismas leyes, y que, pudiéndose
reproducir por intermedio de cualquier individuo, cesa de ser privilegio de los
santos. No es lo sobrenatural lo que las religiones necesitan, más bien
el principio espiritual que se confunde por error con lo maravilloso, y
sin el cual no hay religión posible.
El Espiritismo considera a la religión cristiana desde un punto de
vista más elevado; le da una base más sólida que los milagros, son las leyes
inmutables de Dios, que rigen tanto al principio espiritual como al principio
material; esta base desafía al tiempo y a la ciencia, porque el tiempo y la
ciencia vendrán a sancionarla.
Dios no es menos digno de nuestra admiración, de nuestro reconocimiento,
de nuestro respeto, por no haber derogado sus leyes, grandes sobre todo por su
inmutabilidad. Ellas no tienen necesidad de lo sobrenatural para rendir a Dios
el culto que le es debido. ¿Acaso no es la Naturaleza bastante imponente por sí
misma, que sea preciso agregar algo para probar el poder supremo? La religión
encontrará tantos menos incrédulos cuando, en todos los puntos, fuere
sancionada por la razón. El cristianismo nada tiene que perder con esta
sanción; al contrario, no puede, con eso, sino ganar. Si alguna cosa pudo perjudicarlo,
en la opinión de ciertas personas, fue precisamente el abuso de lo maravilloso
y de lo sobrenatural.
19. – Si se toma la
palabra milagro en su acepción etimológica, en el sentido de cosa
admirable, tendremos, sin cesar, milagros ante nuestros ojos; nosotros los
aspiramos en el aire, los pisamos con nuestros pies, porque todo es milagro en
la Naturaleza.
¿Se quiere dar al pueblo, a los ignorantes, a los pobres de espíritu una
idea del poder de Dios? Es necesario mostrarles la sabiduría infinita que todo
lo preside, en el admirable organismo de todo lo que vive, en la fructificación
de las plantas, en la apropiación de todas las partes de cada ser a sus
necesidades, según el medio donde está llamado a vivir; es necesario mostrarles
la acción de Dios en la brizna de hierba, en la flor que se abre, en el Sol que
todo lo vivifica; es necesario mostrarles su bondad en su solicitud por todas
las criaturas, por ínfimas que sean, su previsión en la razón de ser de cada
cosa, entre las que ninguna es inútil, del bien que resulta siempre de un mal aparente
y momentáneo. Hacedles comprender, sobre todo, que el mal real es la obra del
hombre y no de Dios; no procuréis amedrentarlos con el cuadro de las llamas
eternas, en las cuales acaban por no creer y les hacen dudar de la bondad de
Dios; por el contrario dadles valor con la certidumbre de poderse redimir un
día y reparar el mal que hayan podido hacer; mostradles los descubrimientos de
la ciencia como la revelación de las leyes divinas y no como la obra de Satanás,
enseñadles, en fin, a leer en el libro de la Naturaleza, siempre abierto ante
ellos; en este libro inagotable donde la sabiduría y la bondad del Creador
están inscriptas en cada página; entonces comprenderán que un Ser tan grande,
que se ocupa de todo, velando por todo, previéndolo todo, debe ser
soberanamente poderoso. El labrador le verá en el surco que va trazando, y el
infortunado le bendecirá en sus aflicciones, porque se dirá a sí mismo: Si soy
infeliz, es por mi culpa. Entonces, serán los hombres verdaderamente
religiosos, racionalmente religiosos sobre todo, mucho mejor que si creyesen en
piedras que sudan sangre, o en estatuas que pestañean y vierten lágrimas.
AMOR, CARIDAD y TRABAJO
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