LOS MILAGROS EN EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO
La Génesis de Allan
Kardec
Capítulo XV
Los milagros en el Evangelio
Observaciones preliminares
1. Los hechos relatados en el Evangelio, que hasta hoy han sido
considerados milagrosos, pertenecen en su mayoría al orden de los fenómenos
psíquicos, es decir, a los que tienen como causa primera las facultades y
los atributos del alma. Si se los compara con los descritos y explicados en el
capítulo precedente, se reconocerá sin dificultad que existe entre ellos una
identidad de causa y efecto. La historia registra otros hechos análogos, en
todas las épocas y en todos los pueblos, dado que, a partir de que hay almas
encarnadas y desencarnadas, han tenido que producirse los mismos efectos. Es
verdad que, en lo que se refiere a ese punto, se puede dudar de la veracidad de
la historia; no obstante, en la actualidad esos hechos se producen ante
nuestros ojos, por así decirlo, a voluntad, y a través de individuos que nada
tienen de excepcionales. Basta con que un fenómeno se reproduzca en condiciones
idénticas para probar que es posible, que está sometido a una ley y que, por
consiguiente, no es milagroso.
El principio de los fenómenos psíquicos se basa, como ya hemos visto,
en las propiedades del fluido periespiritual, que constituye el agente
magnético; en las manifestaciones de la vida espiritual, durante la vida
corporal y después de la muerte; por último, en el estado constitutivo de los
Espíritus, y en el rol que estos desempeñan como fuerza activa de la
naturaleza. Conocidos estos elementos y comprobados sus efectos, se debe en
consecuencia admitir la posibilidad de ciertos hechos que han sido rechazados mientras
se les atribuía un origen sobrenatural.
2. Sin prejuzgar acerca de la naturaleza del Cristo, cuyo examen no
está incluido en el objeto de esta obra, y a partir de la hipótesis que lo
considera apenas un Espíritu superior, no podemos dejar de reconocer que él es
uno de los Espíritus del orden más elevado, que por sus virtudes se encuentra
muy por encima de la humanidad terrestre. A consecuencia de los inmensos
resultados que produjo, su encarnación en este mundo ha sido necesariamente una
de esas misiones que sólo se confían a los mensajeros directos de la Divinidad,
para el cumplimiento de sus designios. En el supuesto de que no fuera el propio
Dios, sino un enviado de Dios para transmitir su palabra, Jesús sería más que
un profeta, porque sería un Mesías divino.
Como hombre, tenía la organización de los seres carnales, pero como
Espíritu puro, desprendido de la materia, vivía más la vida espiritual que la
vida corporal, cuyas debilidades no padecía. Su superioridad con relación a los
hombres no era el resultado de las cualidades particulares de su cuerpo, sino de las de su Espíritu,
que dominaba a la materia de un modo absoluto, y de la cualidad de su
periespíritu, extraído de la parte más quintaesenciada de los fluidos
terrestres. (Véase el Capítulo XIV, § 9.)
Su alma no se encontraba ligada al cuerpo más que por los vínculos
estrictamente indispensables. Constantemente desprendida, ella le otorgaba la doble
vista no sólo permanente, sino de una penetración excepcional, muy superior
a la que poseen los hombres comunes. Lo mismo debía de darse en él con relación
a los fenómenos que dependen de los fluidos periespirituales o psíquicos. La
calidad de esos fluidos le confería un inmenso poder magnético, secundado por
el deseo incesante de hacer el bien.
¿Actuaba como médium en las curaciones que producía? ¿Se lo
puede considerar un poderoso médium curativo? No, puesto que el médium es un
intermediario, un instrumento del que se sirven los Espíritus desencarnados.
Ahora bien, Cristo no precisaba asistencia; era él quien asistía a los demás.
Obraba por sí mismo debido a su poder personal, como pueden hacerlo los
encarnados en ciertos casos y en la medida de sus fuerzas. Por otra parte, ¿qué
Espíritu osaría infundirle sus propios pensamientos y le encargaría
transmitirlos? Si acaso recibía algún influjo extraño, este sólo podía provenir
de Dios. Según la definición dada por un Espíritu, Cristo era médium de Dios.
Sueños
3. José, dice el Evangelio, fue avisado por un ángel, que se le
apareció en sueños y le dijo que huyera a Egipto con el niño. (San Mateo,
2:19 a 23.)
Los avisos por medio de sueños desempeñan un rol importante en los
libros sagrados de todas las religiones. Sin garantizar la exactitud de todos
los hechos narrados, y sin discutirlos, el fenómeno de por sí no tiene nada de
anormal, pues se sabe que, durante el dormir, el Espíritu se desprende de los
lazos de la materia e ingresa momentáneamente en la vida espiritual, donde se
encuentra con quienes son sus conocidos. Esa es a menudo la ocasión que los
Espíritus protectores aprovechan para manifestarse a sus protegidos, y darles
consejos más directos. Son numerosos los ejemplos auténticos de avisos a través
de sueños; no obstante, no se debería inferir de ahí que todos los sueños sean
avisos, y menos aún que todo lo que se vea en sueños tenga algún significado.
El arte de interpretar los sueños debe ser incluido en la nómina de las
creencias supersticiosas y absurdas. (Véase el Capítulo XIV, §§ 27 y 28.)
La estrella de los magos
4. Dicen que una estrella se apareció a los magos que fueron a adorar a
Jesús; que esa estrella iba delante de ellos para indicarles el camino, y que
se detuvo cuando llegaron. (San Mateo, 2:1 a 12.)
La cuestión no es saber si el hecho narrado por san Mateo es real, o si
no es más que una figura destinada a indicar que los magos fueron guiados, de
una manera misteriosa, hasta el lugar donde estaba el niño Jesús, puesto que no
existe ningún medio de comprobación. Se trata, pues, de saber si un hecho de
esa naturaleza es posible.
Lo cierto es que, en aquella circunstancia, la luz no podía ser una
estrella. Se podía creer en eso en la época en que se suponía que las estrellas
eran puntos luminosos incrustados en el firmamento y que podían caer sobre la
Tierra; pero no hoy, cuando se conoce la naturaleza de las estrellas.
Aunque no se acepte la causa que se atribuyó a ese hecho, la aparición
de una luz con el aspecto de estrella no es algo imposible. Un Espíritu puede
aparecer con una forma luminosa, o transformar una parte de su fluido
periespiritual en un foco luminoso. Muchos hechos de ese tipo, recientes y
perfectamente auténticos no tienen otra causa, y esa causa no tiene nada de
sobrenatural.
Doble vista
Entrada de Jesús en Jerusalén
5. “Cuando se aproximaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, en las
cercanías del monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos, y les
dijo: ‘Id a esa aldea que está delante de vosotros, y al llegar encontraréis
atada una asna, y junto a ella su pollino; desatadlos y traédmelos. Y si
alguien os dice algo, responded que el Señor los necesita, pero de inmediato
los devolverá’. Ahora bien, todo eso sucedió a fin de que se cumpliese esta
palabra del profeta: ‘Decid a la hija de Sión: He aquí tu rey, que viene a ti lleno
de mansedumbre, montado en una asna y un pollino, hijo de la que está bajo el
yugo.
”Los discípulos, entonces, fueron e hicieron lo que Jesús les había
ordenado. Trajeron la asna y el pollino, los cubrieron con sus mantos e
hicieron que él se sentara encima.” (San Mateo, 21:1 a 7.)
El beso de Judas
6. “Dijo Jesús: ‘Levantaos, vámonos, que ya está cerca de aquí aquel
que me habrá de traicionar’. Todavía no había acabado de decir esas palabras
cuando Judas, uno de los doce, llegó acompañado de un grupo de gente armada con
espadas y palos, enviados por los príncipes de los sacerdotes y por los
ancianos del pueblo. Ahora bien, el que lo traicionaba les había dado una señal
para que lo reconocieran, diciéndoles: ‘Aquel a quien yo bese, ese es el que
buscáis; prendedlo’. Enseguida, pues, se aproximó a Jesús y le dijo: ‘Maestro,
yo te saludo’; y lo besó. Jesús le respondió: ‘Amigo, ¿qué has venido a hacer
aquí?’ Entonces los otros avanzaron, se lanzaron sobre Jesús y lo prendieron.”
(San Mateo, 26:46 a 50.)
La pesca milagrosa
7. “Un día que Jesús estaba a la orilla del lago de Genesaret, como la
multitud lo apretujaba para oír la palabra de Dios, vio él dos barcas amarradas
al borde del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y lavaban sus redes.
Entró, pues, en una de esas barcas, que era de Simón, y le pidió que la
apartase un poco de la orilla; y, habiéndose sentado, enseñaba al pueblo desde
la barca.
”Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: ‘Avanza hacia el mar y lanza
tus redes para pescar’. Simón le respondió: ‘Maestro, trabajamos toda la noche
y no pescamos nada; pero como tú lo ordenas, echaré la red’. Así pues,
habiéndola lanzado, capturaron tal cantidad de peces que la red se rompió.
Hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que se
acercaran a ayudarlos. Ellos vinieron, y llenaron tanto las barcas, que por
poco estas no se hundieron.” (San Lucas, 5: 1 a 7.)
Vocación de Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo
8. “Caminando a lo largo del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos,
Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, que echaban sus redes al mar, pues
eran pescadores; y les dijo: ‘Seguidme, y os haré pescadores de hombres’. Y
ellos al instante dejaron sus redes y lo siguieron.
”De ahí, caminando, vio a otros dos hermanos, Santiago, hijo de
Zebedeo, y su hermano Juan, que estaban en una barca con Zebedeo, padre de
ambos, reparando sus redes, y los llamó. Y ellos al instante dejaron las redes
y a su padre, y lo siguieron.” (San Mateo, 4:18 a 22.)
“Jesús, al salir de allí, vio al pasar a un hombre sentado en el
despacho de los impuestos, llamado Mateo, y le dijo: ‘Sígueme’. Y el hombre de
inmediato se levantó y lo siguió.” (San Mateo, 9:9.)
9. Estos hechos no tienen nada de sorprendente para quien conoce el
poder de la doble vista y la causa, absolutamente natural, de esa facultad.
Jesús la poseía en grado sumo, y se puede decir que esta constituía su estado
normal, conforme lo prueba un gran número de actos de su vida, y de la que dan
explicación, en la actualidad, los fenómenos magnéticos y el espiritismo.
La pesca calificada de milagrosa también se explica con la doble vista.
Jesús no produjo peces de modo espontáneo donde no los había, sino que vio, con
la vista del alma, como habría podido hacerlo un lúcido despierto, el lugar
donde se encontraban los peces, y entonces pudo decir con seguridad a los
pescadores que lanzaran allí sus redes.
La penetración del pensamiento y, por consiguiente, ciertas
previsiones, son consecuencia de la vista espiritual. Cuando Jesús convocó a su
lado a Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo, era preciso que conociera las
disposiciones íntimas de todos ellos, para saber que lo seguirían y que serían
capaces de cumplir la misión que se proponía confiarles. Era preciso que ellos
mismos intuyeran esa misión para responder al llamado de Jesús. Lo mismo
sucedió cuando, el día de la Cena, anunció que uno de los doce habría de
traicionarlo, y lo señaló diciendo que era aquel que ponía la mano en el plato;
y también cuando dijo que Pedro lo negaría.
En muchos pasajes del Evangelio se dice: “Pero Jesús, conociendo sus
pensamientos, les dijo…” Ahora bien, ¿cómo podría él conocer esos pensamientos,
si no fuera por la irradiación fluídica que se los transmitía, así como por la
visión espiritual que le permitía leer en el fuero interior de las personas?
Entonces, cuando a menudo creemos que un pensamiento se halla sepultado
profundamente entre los pliegues de nuestra alma, no sospechamos que somos
portadores de un espejo donde ese pensamiento se refleja, de un revelador en su
propia irradiación fluídica, que está impregnada de él. Si viésemos el
mecanismo del mundo invisible que nos rodea, las ramificaciones de esos hilos
conductores del pensamiento, que vinculan a todos los seres inteligentes,
corporales e incorporales, los efluvios fluídicos cargados de las impresiones
del mundo moral, y que atraviesan el espacio como corrientes aéreas,
quedaríamos menos sorprendidos ante ciertos efectos que la ignorancia atribuye
al acaso. (Véase el Capítulo XIV, §§ 22 y siguientes.)
Curaciones
Pérdida de sangre
10. “Entonces, una mujer, enferma de flujo de sangre desde hacía doce
años, que había sufrido mucho en manos de los médicos y había gastado todos sus
bienes sin que hubiera conseguido ningún alivio, sino que estaba cada vez peor,
habiendo oído hablar de Jesús, se acercó entre la multitud por detrás de él y
tocó sus vestidos; pues decía: ‘Tan solo con tocar sus vestidos, quedaré
curada’. En ese mismo instante, el flujo de sangre se secó, y ella sintió en su
cuerpo que estaba curada de aquella enfermedad.
”Luego, Jesús, conociendo en sí mismo la virtud que de él había
salido, se volvió en medio de la multitud y dijo: ‘¿Quién tocó mis
vestidos?’ Sus discípulos le dijeron: ‘¿Ves que la multitud te oprime por todos
lados y preguntas quién te tocó?’ Y él miraba alrededor suyo para descubrir a
la que lo había tocado.
”Pero la mujer, que sabía lo que le había sucedido, se acercó llena de
miedo y pavor, se postró ante Jesús y le contó toda la verdad. Y Jesús le dijo:
‘Hija mía, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad.” (San
Marcos, 5:25 a 34.)
11. Estas palabras: conociendo en sí mismo la virtud que de él había
salido, son significativas. Expresan el movimiento fluídico que se había
operado desde Jesús en dirección a la mujer enferma; ambos habían experimentado
la acción que acababa de producirse. Es de destacar que el efecto no fue
provocado por ningún acto de la voluntad de Jesús; no hubo magnetización, ni
imposición de las manos. Bastó con la irradiación fluídica normal para realizar
la curación.
Pero ¿por qué esa irradiación se dirigió hacia aquella mujer y no hacia
otras personas, puesto que Jesús no pensaba en ella y estaba rodeado por una
multitud?
La razón es muy simple. Considerado como materia terapéutica, el fluido
debe alcanzar el desorden orgánico, a fin de repararlo; puede entonces ser
dirigido sobre el mal por la voluntad del curador, o atraído por el deseo
ardiente, por la confianza, en suma, por la fe del enfermo. En relación con la
corriente fluídica, el curador actúa como una bomba impelente, y el enfermo
como una bomba aspirante. A veces es necesaria la simultaneidad de las dos
acciones; en otras, basta con una sola. El segundo caso fue el que ocurrió en el
hecho que tratamos.
Así pues, Jesús tenía razón para decir: Tu fe te ha salvado. Se
comprende que en este caso la fe no es una virtud mística, como la entienden
algunas personas, sino una verdadera fuerza atractiva, de modo que aquel
que no la posee opone a la corriente fluídica una fuerza repulsiva o, como
mínimo, una fuerza de inercia que paraliza la acción. Según eso, se comprende
por qué, en caso de que hubiera dos enfermos con la misma enfermedad, en
presencia de un curador, uno podría ser curado y el otro no. Este es uno de los
principios más importantes de la mediumnidad curadora, y que explica mediante
una causa muy natural ciertas anomalías aparentes. (Véase el Capítulo XIV, §§
31, 32 y 33.)
El ciego de Betsaida
12. “Habiendo llegado a Betsaida, le trajeron un ciego y le rogaban que
lo toque. Tomando al ciego de la mano, lo llevó fuera del pueblo; le puso
saliva en los ojos y, habiéndole impuesto las manos, le preguntó si veía algo.
El hombre, mirando, le dijo: ‘Veo andar hombres, que me parecen árboles’. Jesús
le puso de nuevo las manos sobre los ojos, y él comenzó a ver mejor. Al final
quedó de tal modo curado que veía claramente todas las cosas.
”Y lo envió a su casa, diciéndole: ‘Ve a tu casa; y si entras en el
pueblo no le digas a nadie lo que ocurrió contigo’.” (San Marcos, 8:22 a
26.)
13. Aquí es evidente el efecto magnético: la curación no fue
instantánea, sino gradual, y como consecuencia de una acción prolongada y
reiterada, aunque más rápida que en la magnetización ordinaria. La primera
sensación de este hombre es la que experimentan los ciegos al recobrar la
vista. Por un efecto óptico, los objetos les parecen de tamaño exagerado.
El paralítico
14. “Jesús, habiendo subido a una barca, atravesó el lago y vino a su
ciudad (Cafarnaúm). Y le presentaron un paralítico tendido en una camilla.
Jesús, al notar su fe, dijo al paralítico: ‘Hijo mío, ten confianza; tus
pecados te son perdonados’.
”Entonces algunos escribas dijeron entre sí: ‘Este hombre blasfema’.
Pero Jesús, conociendo lo que ellos pensaban, les dijo: ‘¿Por qué tenéis
malos pensamientos en vuestros corazones? Pues, ¿qué es más fácil, decir: Tus
pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Ahora bien,
para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la Tierra el poder de perdonar
los pecados: Levántate –dijo entonces al paralítico–, toma tu camilla
y vete a tu casa’.
El paralítico se levantó de inmediato, y se fue a su casa. Y el pueblo,
viendo aquel milagro, se llenó de temor y glorificó a Dios por haber concedido
tal poder a los hombres.” (San Mateo, 9:1 a 8.)
15. ¿Qué podían significar estas palabras: Tus pecados te son
perdonados, y en qué podían influir para la curación? El espiritismo las
explica, como a una infinidad de otras palabras que no han sido comprendidas
hasta el día de hoy. Nos enseña, por medio de la ley de la pluralidad de las
existencias, que los males y las aflicciones de la vida suelen ser expiaciones
del pasado, y que sufrimos en la vida presente las consecuencias de las faltas
que cometimos en una existencia anterior. Así será hasta que hayamos pagado la
deuda de nuestras imperfecciones, pues las existencias son solidarias unas con
otras.
Por lo tanto, si la enfermedad de aquel hombre era un castigo por el
mal que había cometido, las palabras: Tus pecados te son perdonados,
equivalían a estas otras: “Pagaste tu deuda; la fe que ahora posees eliminó la
causa de tu enfermedad; en consecuencia, mereces quedar libre de ella”. Por eso
dijo a los escribas: “Tan fácil es decir: Tus pecados te son perdonados,
como: Levántate y anda”. Desaparecida la causa, el efecto debe cesar. Es
el mismo caso que el de un prisionero a quien se le dice: “Tu crimen ha quedado
expiado y perdonado”, lo que equivaldría a decirle: “Puedes salir de la
prisión”.
Los diez leprosos
16. “Un día, yendo él para Jerusalén, pasaba por los confines entre
Samaria y Galilea, y, estando a punto de entrar en un pueblo, vinieron a su
encuentro diez leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, le
dijeron: ‘Jesús, Señor nuestro, ten piedad de nosotros’. Cuando él los vio, les
dijo: ‘Id a mostraros a los sacerdotes’. Y sucedió que, cuando iban en camino,
quedaron curados.
”Uno de ellos, viéndose curado, volvió sobre sus pasos glorificando a
Dios en alta voz; y se postró a los pies de Jesús, con el rostro en la tierra,
para rendirle gracias. Y ese era samaritano.
”Dijo entonces Jesús: ‘¿No fueron curados los diez? ¿Dónde están los
otros nueve? ¿Ninguno de ellos hubo que volviera a glorificar a Dios, a no ser
este extranjero?’ Y le dijo a ese: ‘Levántate y vete; tu fe te ha salvado’.” (San
Lucas, 17:11 a 19.)
17. Los samaritanos eran cismáticos, a semejanza de los protestantes en
relación con los católicos, y los judíos los consideraban herejes y los
despreciaban por ello. Al curar indistintamente a judíos y samaritanos, Jesús
daba al mismo tiempo una lección y un ejemplo de tolerancia; y al destacar que
sólo el samaritano había regresado para glorificar a Dios, mostraba que había
en él mayor suma de verdadera fe y de reconocimiento que en los que se decían
ortodoxos. Agregando: Tu fe te ha salvado, hizo ver que Dios considera
lo que hay en el fondo del corazón, y no la forma exterior de la adoración. Sin
embargo, los otros también habían sido curados. Fue preciso que así sucediera,
para que él pudiese dar la lección que estaba en sus planes y hacer evidente la
ingratitud de ellos. Pero ¿quién sabe lo que de ahí resultó para esos nueve?
¿Quién sabe si ellos se beneficiaron con la gracia que se les concedió? Al
decir al samaritano: Tu fe te ha salvado, Jesús daba a entender que no
había ocurrido lo mismo con los otros.
La mano seca
18. “Jesús entró de nuevo en la sinagoga, y allí encontró un hombre que
tenía seca una de las manos. Y lo observaban para ver si él lo curaba en día de
sábado, para tener un motivo de qué acusarlo. Entonces, dijo él al hombre que
tenía la mano seca: ‘Levántate y colócate ahí en medio’. Después les dijo a los
presentes: ‘¿Está permitido en día de sábado hacer el bien en vez del mal,
salvar la vida en vez de quitarla?’ Pero ellos permanecieron en silencio.
Entonces, Jesús, mirándolos con ira, apenado por la dureza de sus corazones,
dijo al hombre: ‘Extiende la mano’. Él la extendió, y esta se quedó sana.
”En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos
contra él, para ver cómo eliminarlo. Pero Jesús se retiró con sus discípulos
hacia el mar, y lo siguió una gran multitud de Galilea y de Judea, de
Jerusalén, de Idumea y del otro lado del Jordán; y los de los alrededores de Tiro
y de Sidón, habiendo oído hablar de las cosas que él hacía, vinieron en gran
número a su encuentro.” (San Marcos, 3:1 a 8.)
La mujer encorvada
19. “Enseñaba Jesús en una sinagoga todos los días de sábado. Un día
vio allí a una mujer poseída de un Espíritu que la tenía enferma hacía
dieciocho años; y ella estaba tan encorvada que no podía mirar hacia arriba. Al
verla Jesús, la llamó y le dijo: ‘Mujer, estás libre de tu enfermedad’.
Entonces le impuso las manos, y al instante ella se enderezó, y rendía gracias
a Dios.
”Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús hubiese hecho una
cura en día de sábado, dijo al pueblo: ‘Hay seis días destinados al trabajo;
venid en esos días para que seáis curados, y no en los días de sábado’.
”El Señor, tomando la palabra, le dijo: ‘Hipócritas, ¿cuál de vosotros
no desata del pesebre a su buey o su asno en día de sábado, y no lo lleva a
beber? ¿Por qué entonces no se debería, en día de sábado, liberar de sus lazos
a esta hija de Abraham, que Satanás conservó atada durante dieciocho años?’
”Ante esas palabras, sus adversarios quedaron confundidos, y todo el
pueblo se alegraba de verlo practicar tantas acciones gloriosas.” (San Lucas,
13:10 a 17.)
20. Este hecho prueba que en aquella época la mayor parte de las enfermedades
era atribuida al demonio, y que se confundía, como hoy, a los posesos con los
enfermos, pero en sentido inverso, es decir que hoy, los que no creen en los
Espíritus malos confunden las obsesiones con las enfermedades patológicas.
El paralítico de la piscina
21. “Después de eso, habiendo llegado la fiesta de los judíos, Jesús
fue a Jerusalén. Había en Jerusalén una piscina de las ovejas, que se llamaba
en hebreo Betesda, que tenía cinco galerías. En ellas se hallaban
tendidos gran número de enfermos, ciegos, cojos, y los que tenían los miembros
resecos, todos a la espera de que el agua fuese agitada. Porque el ángel del
Señor descendía de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua, y el
primero que entraba en ella después de la agitación del agua, quedaba curado de
cualquier enfermedad que tuviera.
”Había allí un hombre que se encontraba enfermo hacía treinta y ocho
años. Jesús, habiéndolo visto tendido, y sabiéndolo enfermo desde largo tiempo,
le preguntó: ‘¿Quieres quedar curado?’ El enfermo respondió: ‘Señor, no tengo
nadie que me meta en la piscina cuando el agua es agitada; y durante el tiempo
que me toma llegar hasta allí, otro desciende antes que yo’. Jesús le dijo:
‘Levántate, toma tu camilla y anda’. Y al instante ese hombre quedó curado, y
tomando su camilla se puso a andar. Ahora bien, aquel día era sábado.
”Dijeron entonces los judíos a aquel que había sido curado: ‘Hoy es
sábado y no te está permitido que te lleves tu camilla’. Él les respondió:
‘Aquel que me curó dijo: Toma tu camilla y anda’. Le preguntaron ellos
entonces: ‘¿Quién fue ese que te dijo: Toma tu camilla y anda?’ Pero el que
había sido curado no sabía quién era ese, porque Jesús se había retirado de en
medio de la multitud que estaba allí.
”Después, al encontrar a aquel hombre en el Templo, Jesús le dijo: ‘Ves
que fuiste curado; no vuelvas a pecar en el futuro, para que no te suceda algo
peor’.
”El hombre fue a ver a los judíos y les dijo que era Jesús quien lo
había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía esas cosas en
día de sábado. Entonces, Jesús les dijo: ‘Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo
trabajo también sin cesar’.” (San Juan, 5:1 a 17.)
22. Entre los romanos, se denominaba piscina (del latín piscis,
pez), a los estanques o viveros donde se criaban peces. Más tarde, el término
se hizo extensivo a los tanques destinados a los baños en común.
La piscina de Betesda, en Jerusalén, era una cisterna próxima al
Templo, alimentada por una fuente natural, cuyas aguas parecían haber tenido
propiedades curativas. Se trataba, sin duda, de una fuente intermitente que, en
ciertos momentos, brotaba con fuerza y agitaba el agua. Según la creencia
vulgar, ese era el momento más favorable para las curaciones. En realidad, es
probable que, cuando el agua brotaba de la fuente, sus propiedades fuesen más
activas; o que la agitación producida por el agua al brotar hiciese salir a la
superficie el lodo saludable para algunas enfermedades. Esos efectos son muy
naturales y perfectamente conocidos en la actualidad; pero en ese entonces las
ciencias estaban poco adelantadas, y a la mayoría de los fenómenos
inexplicables se le atribuía una causa sobrenatural. Los judíos, por
consiguiente, creían que la agitación del agua se debía a la presencia de un
ángel, y esa creencia les parecía aún más fundamentada por el hecho de que en
esas ocasiones el agua era más saludable.
Después de haber curado a aquel hombre, Jesús le dijo: “No vuelvas a
pecar en el futuro, a fin de que no te suceda una cosa peor”. Mediante esas
palabras, le dio a entender que su enfermedad era un castigo, y que si no se
enmendaba podría llegar a ser nuevamente castigado, y con más rigor aún. Esa
doctrina concuerda por completo con la que enseña el espiritismo.
23. Es probable que Jesús insistiera en realizar sus curaciones el día
sábado para tener la oportunidad de manifestar su desaprobación respecto del
rigorismo de los fariseos en lo atinente a guardar ese día. Quería mostrarles
que la verdadera piedad no consiste en la observancia de las prácticas
exteriores y de las formalidades, sino que está en los sentimientos del
corazón. Se justificaba declarando: “Mi Padre trabaja hasta hoy, y yo trabajo
también sin cesar”. Es decir: Dios no interrumpe sus obras ni su acción sobre
las cosas de la naturaleza el día sábado. Continúa produciendo todo lo
necesario para vuestra alimentación y vuestra salud, y yo sigo su ejemplo.
El ciego de nacimiento
24. “Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento; y sus
discípulos le hicieron esta pregunta: ‘Maestro, ¿quién ha pecado, ese hombre o
quienes lo pusieron en el mundo, para que haya nacido ciego?’
Jesús les respondió: ‘Ni él pecó ni los que lo pusieron en el mundo; es
para que las obras del poder de Dios se manifiesten en él. Es preciso que yo
haga las obras de Aquel que me envió, mientras es de día; viene después la
noche, en la cual nadie puede hacer obras. Mientras estoy en el mundo, soy la
luz del mundo’.
”Dicho eso, escupió en el suelo, hizo lodo con su saliva y untó con ese
lodo los ojos del ciego, y le dijo: ‘Ve a lavarte en la piscina de Siloé’
(que significa Enviado). Él fue, se lavó y volvió viendo con claridad.
”Sus vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna decían:
‘¿No es este el que estaba sentado y pedía limosna?’ Unos respondían: ‘Es él’.
Otros decían: ‘No, es alguien que se parece a él’. Pero él les decía: ‘Soy yo’.
Le preguntaron entonces: ‘¿Cómo se han abierto tus ojos?’ Él les respondió:
‘Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo y lo pasó en mis ojos, y me dijo: Ve
a la piscina de Siloé y lávate. Yo fui, me lavé y veo’. Ellos le
dijeron: ‘¿Dónde está él?’ Respondió el hombre: ‘No lo sé’.
”Llevaron entonces a los fariseos a ese hombre que había estado ciego.
Ahora bien, fue un sábado el día que Jesús había hecho aquel lodo y le abrió
los ojos.
”También los fariseos lo interrogaron para saber cómo había recobrado
la vista. Él les dijo: ‘Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo’. A lo que
algunos fariseos replicaron: ‘Ese hombre no es enviado de Dios, porque no guarda
el sábado’. Otros, sin embargo, decían: ‘¿Cómo podría un hombre malo hacer
semejantes prodigios?’ Y había disensión entre ellos.
”Dijeron de nuevo al que había sido ciego: ‘Y tú, ¿qué dices de ese
hombre, que te abrió los ojos?’ Él respondió: ‘Digo que es un profeta’. Pero
los judíos no creyeron que aquel hombre había sido ciego y había recobrado la
vista, hasta tanto no hicieron venir al padre y a la madre, y los interrogaron
del siguiente modo: ‘¿Es ese vuestro hijo, del que decís que ha nacido ciego?
¿Cómo es que él ahora ve?’ El padre y la madre respondieron: ‘Sabemos que ese
es nuestro hijo y que nació ciego; pero no sabemos cómo ahora ve, y tampoco
sabemos quién le abrió los ojos. Interrogadlo; él ya tiene edad, que responda por
sí mismo’.
”Su padre y su madre hablaban de ese modo porque temían a los judíos,
pues estos ya habían resuelto en común que, si alguno reconocía a Jesús como
siendo el Cristo, sería expulsado de la sinagoga. Eso obligó al padre y a
la madre a responder: ‘Él ya tiene edad; interrogadlo’.
”Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron:
‘Glorifica a Dios; sabemos que ese hombre es un pecador’. Él les respondió: ‘Si
es un pecador, no lo sé; todo lo que sé es que estaba ciego y ahora veo’.
Volvieron a preguntarle: ‘¿Qué te hizo y cómo te abrió los ojos?’ Respondió él:
‘Ya os lo he dicho, y me habéis escuchado; ¿por qué queréis oírlo otra vez?
¿Queréis, acaso, convertiros en sus discípulos?’ A lo que ellos lo llenaron de
injurias, y le dijeron: ‘Sé tú su discípulo; en cuanto a nosotros, somos
discípulos de Moisés. Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde
ha salido este’.
”El hombre les respondió: ‘Es para asombro que no sepáis de dónde es, y
que me haya abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores;
pero, a aquel que lo honra y hace su voluntad, a ese Dios escucha. Desde que el
mundo existe, jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un
ciego de nacimiento. Si ese hombre no fuera un enviado de Dios, nada podría
hacer de todo lo que ha hecho’.
”Le dijeron los fariseos: ‘Tú no eres más que pecado, desde el vientre
de tu madre, ¿y quieres enseñarnos a nosotros?’ Y lo expulsaron.” (San Juan,
9:1 a 34.)
25. Esta narración, tan simple e ingenua, lleva en sí un carácter
evidente de verdad. En ella no hay nada fantástico ni maravilloso. Es una
escena de la vida real captada en el momento en que se desarrollaba. El
lenguaje de aquel ciego es exactamente el de esos hombres simples, en los
cuales el buen sentido suple al conocimiento, y que replican a los argumentos
de sus adversarios con bondad, mediante razones a las que no les falta
justicia ni oportunidad. El tono de los fariseos, ¿no es el de esos orgullosos
que no admiten nada superior a sus inteligencias y se indignan ante la sola
idea de que un hombre del pueblo pueda hacerles alguna observación? Excepto el
color local de los nombres se diría
que el hecho pertenece a nuestra época.
Ser expulsado de la sinagoga equivalía a ser colocado fuera de la
Iglesia. Era una especie de excomunión. Los espíritas, cuya doctrina es la del
Cristo, interpretada de acuerdo con el progreso de los conocimientos actuales,
son tratados como los judíos que reconocían en Jesús al Mesías. Al
excomulgarlos, la Iglesia los coloca fuera de su seno, como hicieron los
escribas y los fariseos con los seguidores de Jesús. ¡Aquí vemos un hombre que
es expulsado porque no puede admitir que aquel que lo curó sea un pecador y un
poseído del demonio, y porque glorifica a Dios por su curación! ¿No es eso lo
que hacen para con los espíritas? Alegan que obtener de los Espíritus consejos
saludables, la reconciliación con Dios y con el bien, curaciones, todo eso es
obra del diablo, y les imponen el anatema. ¿Acaso no hay sacerdotes que declaran
desde lo alto del púlpito que es mejor que una persona se conserve incrédula
antes que recobre la fe por medio del espiritismo? ¿No hay algunos que dicen a los enfermos que no debían haber procurado la
curación a través de los espíritas que poseen ese don, porque ese don es
satánico? ¿Decían y hacían algo distinto los sacerdotes judíos y los fariseos?
Por otra parte, se nos ha dicho que hoy todo debe suceder como en el tiempo del
Cristo.
La pregunta de los discípulos, acerca de si había sido el pecado de ese
hombre la causa de que él naciera ciego revela la intuición de una
existencia anterior, pues de lo contrario esa pregunta no tendría sentido, ya
que el pecado puede ser causa de una enfermedad de nacimiento si ha sido
cometido antes del nacimiento y, por consiguiente, en una existencia anterior.
Si Jesús hubiese considerado que esa idea era falsa, les habría dicho: “¿Cómo
es posible que este hombre haya pecado antes de nacer?” En lugar de eso, les
dice que aquel hombre estaba ciego, no porque hubiera pecado, sino para que en
él se manifestase el poder de Dios, es decir, para que sirviese de instrumento
a una demostración del poder de Dios. Si no se trataba de una expiación del
pasado, entonces era una prueba que debía servir al progreso de aquel Espíritu,
porque Dios, que es justo, no le habría impuesto un sufrimiento sin
compensación.
En cuanto al medio empleado para curarlo, es evidente que aquella
especie de barro hecho con saliva y tierra no podía tener otra virtud más que
la acción del fluido curativo con el que había sido impregnado. De ese modo las
sustancias más insignificantes, como el agua, por ejemplo, pueden adquirir
cualidades poderosas y efectivas por la acción del fluido espiritual o
magnético, al cual estas sirven de vehículo o, si se prefiere, de reservorio.
Numerosas curaciones producidas por Jesús
26. “Jesús iba por toda la Galilea enseñando en las sinagogas,
predicando el Evangelio del reino y curando todas las dolencias y todas las
enfermedades en medio del pueblo. Su reputación se extendió por toda Siria; y
le traían a todos los que estaban enfermos y afligidos por dolores y males
diversos, los poseídos, los lunáticos, los paralíticos, y a todos los curaba.
Lo acompañaba una gran multitud de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea, y del
otro lado del Jordán.” (San Mateo, 4:23 a 25.)
27. De todos los hechos que dan testimonio del poder de Jesús, no cabe
duda de que los más numerosos son las curaciones. Él quería probar de esa forma
que el verdadero poder es aquel que hace el bien; aquel cuyo objetivo era ser
útil, y no la satisfacción de la curiosidad de los indiferentes por medio de
cosas extraordinarias.
Al aliviar los padecimientos, las personas quedaban ligadas a él por el
corazón, y hacía prosélitos más numerosos y sinceros que si los maravillase con
espectáculos para la vista. De ese modo se hacía amar, mientras que si se
hubiese limitado a producir efectos materiales sorprendentes, como lo exigían
los fariseos, la mayoría de las personas no habría visto en él más que a un hechicero
o un hábil prestidigitador, al que los desocupados buscarían para
distraerse.
Así, cuando Juan el Bautista envía a sus discípulos para preguntarle si
era el Cristo, su respuesta no fue: “Yo soy”, porque cualquier impostor hubiera
podido decir lo mismo. No les habla de prodigios ni de cosas maravillosas, sino
que les responde simplemente: “Id y decid a Juan: los ciegos ven, los enfermos
son curados, los sordos oyen, el Evangelio es anunciado a los pobres”. Es como
si hubiese dicho: “Reconocedme por mis obras, juzgad al árbol por sus frutos”, porque era ese el verdadero carácter de su misión
divina.
28. Del mismo modo, mediante el bien que hace, el espiritismo prueba su
misión providencial. Cura los males físicos, pero cura sobre todo las
enfermedades morales, y son esos los mayores prodigios a través de los cuales
se afianza. Sus más sinceros adeptos no son los que fueron impresionados por la
observación de fenómenos extraordinarios, sino aquellos a los que el consuelo
les tocó el corazón; aquellos que se liberaron de las torturas de la duda;
aquellos que recuperaron el ánimo en las aflicciones, que se fortalecieron
mediante la certeza del porvenir que vino a mostrarles, mediante el
conocimiento de su ser espiritual y su destino. Ellos son los de fe
inquebrantable, porque sienten y comprenden.
Quienes sólo ven en el espiritismo efectos materiales no pueden
comprender su poder moral. Por eso los incrédulos, que apenas lo conocen a
través de fenómenos cuya causa primera no admiten, consideran a los espíritas
meros prestidigitadores y charlatanes. Por consiguiente, el espiritismo no triunfará
sobre la incredulidad a través de prodigios, sino por la multiplicación de sus
beneficios morales, puesto que si bien es cierto que los incrédulos no admiten los prodigios, también es cierto que conocen, como todo el
mundo, el sufrimiento y las aflicciones, y nadie rechaza el alivio y el
consuelo. (Véase el Cap. XIV, § 30.)
Posesos
29. “Llegaron luego a Cafarnaúm, y Jesús, entrando en día sábado en la
sinagoga, los instruía. Y se admiraban de su doctrina, porque él los instruía
como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
”Ahora bien, se encontraba en la sinagoga un hombre poseído por un
Espíritu impuro, que exclamó: ‘¿Qué hay entre tú y nosotros, Jesús de Nazaret?
¿Has venido para perdernos? Sé quién eres: eres el santo de Dios’. Pero Jesús
lo conminó, diciendo: ‘Cállate y sal de ese hombre’. Entonces, el Espíritu
impuro, agitándolo con violentas convulsiones, dio un grito y salió de él.
”Quedaron todos tan sorprendidos que se preguntaban unos a otros: ‘¿Qué
es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta? Él da órdenes con autoridad, aun a los
Espíritus impuros, y estos le obedecen’.” (San Marcos, 1:21 a 27.)
30. “Después de que ellos salieron, le presentaron un hombre mudo,
poseído por el demonio. Expulsado el demonio, el mudo habló. Y el pueblo, tomado
de admiración, decía: ‘Jamás se vio cosa semejante en Israel’.
”Pero los fariseos decían: ‘Es por el príncipe de los demonios que él
expulsa los demonios.” (San Mateo, 9:32 a 34.)
31. “Cuando él llegó al lugar donde estaban los otros discípulos, vio una
gran multitud de personas que los rodeaba, y escribas que discutían con ellos.
Todo el pueblo, al ver a Jesús, se llenó de asombro y temor; y corrieron a
saludarlo.
”Entonces él dijo: ‘¿Acerca de qué discutís con ellos?’ Un hombre de
entre el pueblo, tomó la palabra y dijo: ‘Maestro, te traje a mi hijo, que está
poseído por un Espíritu mudo; en cada lugar donde se apodera de él, lo echa por
tierra, y el niño echa espuma, rechina los dientes y se vuelve todo rígido.
Pedí a tus discípulos que lo expulsasen, pero no pudieron’.
”Jesús les respondió: ‘¡Oh, gente incrédula! ¿Hasta cuándo habré de
estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os soportaré? Traédmelo’. Y se lo trajeron.
Apenas vio a Jesús, el Espíritu comenzó a agitar al niño con violencia; y este
cayó al suelo y se puso a rodar soltando espuma.
”Jesús le preguntó al padre del niño: ‘¿Desde cuándo le sucede esto?’
Respondió el padre: ‘Desde pequeño. Y el Espíritu lo ha lanzado muchas veces,
ya al agua, ya al fuego, para hacer que perezca; pero si pudieras hacer alguna
cosa, ten compasión de nosotros y ayúdanos’.
”Jesús le respondió: ‘Si pudieras creer, todo es posible para quien
cree’. Al instante exclamó el padre del niño, entre lágrimas: ‘¡Señor, creo,
ayúdame en mi incredulidad!’.
”Jesús, al ver que el pueblo acudía en multitud, increpó al Espíritu
impuro, y le dijo: ‘Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de ese niño y no
entres más en él’. Entonces el Espíritu salió, soltando un fuerte grito y
sacudiendo al niño con violentas convulsiones, y quedó el niño como muerto, de
modo que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, lo
sostuvo y él se levantó.
”Cuando Jesús entró en la casa, sus discípulos le preguntaron en
privado: ‘¿Por qué no pudimos nosotros expulsar ese demonio?’ Él respondió:
‘Esta clase de demonios no pueden ser expulsados sino mediante la plegaria y el
ayuno’.” (San Marcos, 9:13 a 28.)
32. “Entonces le presentaron un poseído ciego y mudo; y él lo curó, de
modo que el poseído comenzó a hablar y a ver. Todo el pueblo quedó lleno de
admiración, y decían: ‘¿No es ese el hijo de David?’
”Pero los fariseos, al oír eso, decían: ‘Este hombre no expulsa los
demonios más que con el auxilio de Belcebú, príncipe de los demonios’.
”Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: ‘Todo reino que se
divida contra sí mismo será arruinado, y toda ciudad o casa que se divida
contra sí misma no podrá subsistir. Si Satanás expulsa a Satanás, está dividido
contra sí mismo; ¿cómo, pues, su reino habrá de subsistir? Y si es por Belcebú
que yo expulso los demonios, ¿por quién los expulsarán vuestros hijos? Por eso,
ellos mismos serán vuestros jueces. Pero si expulso los demonios por el
Espíritu de Dios, es porque el reino de Dios ha llegado hasta vosotros’.” (San
Mateo, 12:22 a 28.)
33. Las liberaciones de los posesos, junto con las curaciones, figuran
entre los actos más numerosos de Jesús. Entre los hechos de esta naturaleza,
como los relatados más arriba (§ 30), hay algunos en los que la posesión no es
evidente. Es probable que en aquella época, como todavía hoy sucede, se
atribuyera a la influencia de los demonios todas las enfermedades cuya causa no
se conocía, principalmente la mudez, la epilepsia y la catalepsia. No obstante,
hay otros hechos en los que la acción de los Espíritus malos es indudable.
Además, respecto de aquellos fenómenos que presenciamos en la actualidad,
presentan una analogía tan sorprendente, que en ellos se reconocen todos los
síntomas de ese tipo de afección. La prueba de la participación de una inteligencia
oculta, en esos caso, surge de un hecho material: se trata de las numerosas
curaciones radicales que se obtuvieron, en algunos centros espíritas, solamente
a través de la evocación y la moralización de los Espíritus obsesores, sin
magnetización ni medicamentos y, a menudo, en ausencia del paciente y a
distancia de este. La inmensa superioridad del Cristo le otorgaba tal autoridad
sobre los Espíritus imperfectos, entonces denominados demonios, que a él le
bastaba con mandarles que se retirasen para que no pudieran resistirse a esa
orden. (Véase el Capítulo XIV, § 46.)
34. El hecho de que algunos Espíritus hayan entrado en cuerpos de
cerdos es contrario a todas las probabilidades. Un Espíritu no deja de ser
humano por el hecho de que sea malo, aunque sea tan imperfecto que después de
desencarnar continúe haciendo el mal como lo hacía antes. Además, es contrario
a las leyes de la naturaleza que un Espíritu humano pueda animar el cuerpo de
un animal. Es preciso, pues, ver en ello una de esas exageraciones de un hecho
real tan comunes en los tiempos de ignorancia y superstición, o tal vez una
alegoría destinada a caracterizar las tendencias inmundas de ciertos Espíritus.
35. En la época de Jesús, parece que tanto los obsesos como los posesos
fueron muy numerosos en Judea; de ahí la oportunidad que él tuvo de curar a
muchos. No cabe duda de que los Espíritus malos habían invadido aquel país y
causado una epidemia de posesiones.(Véase el Capítulo XIV, § 49.)
Aun cuando no alcancen niveles epidémicos, las obsesiones individuales
son muy frecuentes, y se presentan bajo los más variados aspectos, los cuales
se reconocen fácilmente con un conocimiento profundo del espiritismo. Pueden, a
menudo, producir consecuencias nocivas para la salud, tanto si agravan afecciones
orgánicas como si las ocasionan. Un día, sin ninguna duda, llegarán a ser
incluidas entre las causas patológicas que, por su naturaleza especial,
requieren medios curativos también especiales. Al revelar la causa de ese mal,
el espiritismo abre un nuevo camino al arte de curar, y proporciona a la
ciencia los medios para alcanzar el éxito en aquellos casos en que casi siempre
fracasa, debido a que no ataca la causa principal. (Véase El libro de los
médiums, Segunda Parte, Capítulo XXIII.)
36. Los fariseos acusaban a Jesús de expulsar a los demonios con el
auxilio de los demonios. Según ellos, el bien mismo que él hacía era obra de
Satanás, sin reflexionar que si Satanás se expulsara a sí mismo, cometería una
insensatez. Esta doctrina es aún hoy la que la Iglesia intenta que prevalezca
contra las manifestaciones espíritas.(3)
(3). No
todos los teólogos profesan opiniones tan absolutas sobre la doctrina
demoníaca.
Aquí
está una cuyo valor el clero no puede discutir, emitida por un eclesiástico,
Monseñor Freyssinous, obispo de Hermópolis, en el siguiente pasaje de sus Conferencias
sobre la religión, volumen II, p. 341 (París, 1825):
“Si
Jesús hubiese producido sus milagros a través del poder del demonio, este
habría trabajado para destruir su imperio, y habría empleado contra sí mismo su
poder. Por cierto, un demonio que procurase destruir el reinado del vicio
para implantar el de la virtud, sería un extraño demonio. Por eso Jesús,
para replicar a la absurda acusación de los judíos, les decía: ‘Si hago prodigios
en nombre del demonio, el demonio está dividido consigo mismo, y por lo tanto
busca su propia destrucción’. Esta respuesta no admite réplica”.
Este
es precisamente el argumento que los espíritas oponen a los que atribuyen al
demonio los buenos consejos que los Espíritus les dan. El demonio obraría
entonces como un ladrón profesional que restituye todo lo que ha robado, y que
exhorta a otros ladrones a que se conviertan en personas honestas. (N. de Allan
Kardec.)
Resurrecciones
La hija de Jairo
37. “Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla, y en cuanto
desembarcó una gran multitud se reunió alrededor suyo. Entonces, un jefe de la
sinagoga, llamado Jairo, vino a su encuentro y, al aproximarse a él, se postró
a sus pies, y le suplicaba con insistencia, diciendo: ‘Tengo una hija que está
en el momento extremo: ven a imponerle las manos para curarla y salvarle la
vida’.
”Jesús fue con él, acompañado de una gran multitud que lo oprimía.
”Mientras (Jairo) aún estaba hablando, llegaron unos desde la casa del
jefe de la sinagoga, y le dijeron: ‘Tu hija ha muerto; ¿por qué quieres
ocasionarle al Maestro la molestia de seguir adelante?’ Jesús, no obstante, en
cuanto oyó eso, le dijo al jefe de la sinagoga: ‘No temas, solamente ten fe’. Y
a ninguno le permitió que lo acompañase, salvo a Pedro, Santiago y Juan,
hermano de Santiago.
”Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio un alboroto de
personas que lloraban y proferían grandes alaridos. Entrando, él les dijo:
‘¿Por qué hacéis tanto alboroto, y por qué lloráis? Esta niña no ha muerto,
sólo está dormida’. Y se burlaban de él. Habiendo hecho que toda la gente
saliera, llamó al padre y a la madre de la niña y a los que habían ido con él,
y entró en el lugar donde la niña estaba acostada. La tomó de la mano y le
dijo: Talitá cum, es decir: ‘Hija mía, levántate, te lo ordeno’. En ese
mismo instante la niña se levantó y comenzó a andar, pues tenía doce años, y
quedaron todos maravillados y sorprendidos.” (San Marcos, 5:21 a 43.)
El hijo de la viuda de Naím
38. “Al día siguiente, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, y lo
acompañaban sus discípulos y una gran multitud. Cuando estaba cerca de la
puerta de la ciudad, sucedió que llevaban a sepultar a un muerto, hijo único de
su madre; y esa mujer era viuda; y estaba con ella una gran cantidad de
personas de la ciudad. Cuando la vio, el Señor se compadeció de ella, y le
dijo: ‘No llores’. Después, aproximándose, tocó el féretro, y los que lo
llevaban se detuvieron. Entonces él dijo: ‘Joven, levántate, te lo ordeno’. Al
instante el muerto se sentó y comenzó a hablar. Y Jesús se lo devolvió a su
madre.
”Todos los que estaban presentes quedaron sorprendidos, y glorificaban
a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta ha surgido entre nosotros’, y ‘Dios ha
visitado a su pueblo’. El rumor de ese milagro que él había hecho se propagó
por toda la Judea y por todas las regiones circunvecinas.” (San Lucas,
7:11 a 17.)
39. El hecho de devolver a la vida corporal a un individuo que se
encontrara realmente muerto sería contrario a las leyes de la naturaleza y, por
lo tanto, milagroso. Ahora bien, no es necesario que se recurra a ese orden de
hechos para explicar las resurrecciones realizadas por el Cristo.
Si las apariencias engañan a veces a los médicos de la actualidad, los
accidentes de esta clase debían de ser mucho más frecuentes en un país donde no
se tomaba ninguna precaución en ese sentido, y donde el entierro era inmediato.(4) Así
pues, es muy probable que en los dos casos mencionados más arriba, se tratara
apenas de un síncope o una letargia. El propio Jesús afirma positivamente, con
relación a la hija de Jairo: Esta niña no ha muerto, sólo está dormida.
(4). Una
prueba de esa costumbre se encuentra en los Hechos de los Apóstoles, 5:5
y siguientes; “Ananías, al oír esas palabras, cayó y entregó el Espíritu; y
todos los que oyeron hablar de eso fueron tomados de gran temor. Seguidamente,
algunos niños vinieron a buscar su cuerpo y, luego de llevarlo, lo enterraron.
Pasadas unas tres horas, su mujer (Safira), que nada sabía de lo que había
sucedido, entró. Y Pedro le dijo… etc. En el mismo instante, ella cayó a sus
pies y entregó el Espíritu. Aquellos niños, al regresar la encontraron muerta,
y llevándola, la enterraron junto al marido”. (N. de Allan Kardec.)
Si se considera el poder fluídico que Jesús poseía, nada hay de
sorprendente en el hecho de que ese fluido vivificante, dirigido por una
voluntad poderosa, haya reanimado los sentidos entorpecidos; que incluso haya
hecho volver el Espíritu al cuerpo cuando estaba listo para abandonarlo,
mientras que el lazo periespiritual todavía no se había cortado
definitivamente. Para los hombres de aquella época, que consideraban muerto al
individuo tan pronto como dejaba de respirar, se trataba de una resurrección,
de modo que lo manifestaban de muy buena fe; no obstante, lo que había en
realidad era una curación y no una resurrección en el verdadero sentido
de la palabra.
40. La resurrección de Lázaro, aunque se diga lo contrario, no invalida
de ningún modo ese principio. Se alega que él llevaba cuatro días en el
sepulcro; con todo, sabemos que hay letargos que duran ocho días, y más aún.
Se agrega que despedía mal olor, lo que es una señal de descomposición. Este
alegato tampoco prueba nada, visto que en ciertos individuos el cuerpo se
descompone parcialmente incluso antes de la muerte, y en ese caso ellos también
exhalan el olor de la putrefacción. La muerte sólo se produce cuando han sido
atacados los órganos esenciales para la vida.
Además, ¿quién podía saber que Lázaro olía mal? Fue su hermana Marta
quien lo dijo. Pero ¿cómo sabía eso? Ella sólo podía suponerlo, dado que Lázaro
había sido enterrado cuatro días antes, pero no podía tener ninguna certeza.
(Véase el Capítulo XIV, § 29.) (5)
(5). El
hecho siguiente demuestra que la descomposición precede algunas veces a la
muerte. En el convento del Buen Pastor, fundado en Toulon por el padre Marín,
capellán de las cárceles, destinado a los reincidentes arrepentidos, se
encontraba una joven que había soportado los más terribles sufrimientos con la
calma y la impasibilidad de una víctima expiatoria. En medio de sus dolores
parecía sonreírle a una visión celestial. Como santa Teresa, pedía sufrir más,
aunque sus carnes ya parecían harapos y la gangrena había devastado sus
miembros. Por una sabia previsión, los médicos habían recomendado que
enterrasen el cuerpo inmediatamente después del fallecimiento. Pero ¡cosa
extraña! Apenas la enferma exhaló el último suspiro, cesó el proceso de descomposición;
desaparecieron las exhalaciones cadavéricas, de modo que durante treinta y seis
horas el cuerpo pudo permanecer expuesto a las plegarias y a la veneración de
la comunidad. (N. de Allan Kardec.)
Jesús camina sobre las aguas
41. “De inmediato, Jesús obligó a sus discípulos a que entraran a la
barca y pasaran a la otra orilla, mientras él se despedía del pueblo. Después
de las despedidas, subió a un monte a solas para orar; y cuando cayó la noche,
se encontró a solas en aquel lugar.
”Entretanto, la barca era fuertemente azotada por las olas en medio del
mar, porque el viento soplaba en sentido contrario. Pero en la cuarta vigilia
de la noche, Jesús fue hacia ellos caminando sobre el mar.(6)
Cuando ellos lo vieron andando sobre el mar, se turbaron, y decían: ‘Es un
fantasma’, y se pusieron a gritar atemorizados. Jesús al instante les habló
diciendo: ‘Tranquilizaos, soy yo, no tengáis miedo’.
(6). El
lago de Genesaret o de Tiberíades. (N. de Allan Kardec.)
”Pedro le respondió: ‘Señor, si eres tú, ordena que yo vaya a tu
encuentro caminando sobre las aguas’. Jesús le dijo: ‘¡Ven!’ Entonces Pedro,
descendiendo de la barca, caminaba sobre las aguas al encuentro de Jesús. Pero,
como vino un fuerte viento, tuvo miedo; y como comenzaba a sumergirse, gritó: ‘¡Señor,
sálvame!’. De inmediato, Jesús, tendiéndole la mano, lo tomó y le dijo:
‘¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?’ Y cuando subieron a la barca, cesó el
viento. Entonces los que estaban en la barca se aproximaron a él y lo adoraron,
diciendo: ‘Eres verdaderamente Hijo de Dios’.” (San Mateo, 14:22 a 33.)
42. Este fenómeno encuentra una explicación natural en los principios
expuestos más arriba (Véase el Capítulo XIV, § 43).
Ejemplos análogos prueban que no tiene nada de imposible ni de
milagroso, pues es conforme a las leyes de la naturaleza. Pudo originarse de
dos maneras:
Jesús, aunque estuviese vivo, pudo aparecer sobre las aguas con una
forma tangible, mientras que su cuerpo carnal permanecía en otro lugar. Esa es
la hipótesis más probable. Se puede incluso reconocer, en aquella narración,
algunos indicios característicos de las apariciones tangibles. (Véase el
Capítulo XIV, §§ 35 a 37.)
Por otro lado, también es posible que su cuerpo haya sido sostenido, y
su gravedad neutralizada, por la misma fuerza fluídica que mantiene a una mesa
en el espacio, sin un punto de apoyo. Idéntico efecto se produce muchas veces
en los cuerpos humanos.
Transfiguración
43. “Seis días después, Jesús llamó a Pedro, a Santiago y a Juan, y los
llevó a ellos solos a un alto monte apartado(7), y se
transfiguró delante de ellos. Mientras oraba, su rostro pareció completamente
otro; sus vestimentas se volvieron resplandecientes y blancas como la nieve,
como ningún lavadero en la Tierra es capaz de hacerlas tan blancas. Y vieron
aparecer a Elías y a Moisés, que conversaban con Jesús.
(7). El Monte Tabor, al sudoeste del lago de
Tabarich y a 11 kilómetros al sudeste de Nazaret, tiene cerca de 1.000 metros
de altura. (N. de Allan Kardec.)
”Entonces, Pedro le dijo a Jesús: ‘Maestro, estamos bien aquí; hagamos
tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’. Es que él no
sabía lo que decía, tan espantado estaba.
”Al mismo tiempo, apareció una nube que los cubrió; y de esa nube
partió una voz que hizo oír estas palabras: ‘Este es mi hijo amado;
escuchadlo’.
”De pronto, miraron hacia todos lados, y a nadie más vieron sino a
Jesús, que había quedado a solas con ellos.
”Cuando descendían del monte, él les ordenó que a nadie le dijesen lo
que habían visto, hasta que el Hijo del hombre hubiese resucitado de entre los
muertos. Y ellos mantuvieron el hecho en secreto, preguntándose unos a otros
qué habría querido decir con estas palabras: ‘Hasta que el Hijo del hombre haya
resucitado de entre los muertos’.” (San Marcos, 9:1 a 9.)
44. En las propiedades del fluido periespiritual, una vez más, se
encuentra la razón de este fenómeno. La transfiguración (explicada en el
capítulo XIV, § 39) es un hecho bastante común que, producto de la irradiación
fluídica, puede modificar la apariencia de un individuo; pero la pureza del
periespíritu de Jesús hizo posible que su Espíritu le confiriese un brillo
excepcional. En cuanto a la aparición de Moisés y de Elías, entra perfectamente
en la categoría de los fenómenos de ese mismo género. (Véase el Capítulo XIV, §
35 y siguientes.)
De todas las facultades que Jesús puso de manifiesto, no hay ninguna
que esté fuera de las condiciones de la humanidad, y que no se encuentre en el
común de los hombres, porque están en la naturaleza. No obstante, debido a la
superioridad de su esencia moral y de sus cualidades fluídicas, esas facultades
alcanzaron en él proporciones mayores que las del vulgo. Cuando dejaba a un
lado su envoltura carnal, Jesús exhibía el estado de los Espíritus puros.
La tempestad apaciguada
45. “Cierto día, habiendo subido a una barca junto con sus discípulos,
él les dijo: ‘Pasemos a la otra orilla del lago’. Partieron, pues. Durante la
travesía, él se quedó dormido. Un gran torbellino de viento se abatió de súbito
sobre el lago, de modo que al llenarse la barca de agua se vieron en peligro.
Se aproximaron entonces a él y lo despertaron, diciéndole: ‘¡Maestro,
perecemos!’ Jesús, incorporándose, increpó al viento y al oleaje, que se
aplacaron, y sobrevino una gran calma. Él entonces les dijo: ‘¿Dónde está
vuestra fe?’ Ellos, llenos de temor y admiración, se preguntaban unos a otros:
‘¿Quién es este, que así da órdenes al viento y a las olas, y le obedecen?” (San
Lucas, 8:22 a 25.)
46. Aún no conocemos suficientemente los secretos de la naturaleza para
afirmar si existen o no inteligencias ocultas que rijan la acción de los
elementos. En la hipótesis de que las hubiera, el fenómeno en cuestión podría
ser el resultado de un acto de autoridad sobre esas inteligencias, y probaría
un poder que no le es dado ejercer a ningún hombre.
Sea como fuere, el hecho de que Jesús durmiera tranquilamente durante
la tempestad demuestra de su parte una seguridad que se puede explicar por la
circunstancia de que su Espíritu veía que no había peligro alguno, y que
la tempestad se apaciguaría.
Las bodas de Caná
47. Este milagro, mencionado solamente en el Evangelio de san Juan, es
presentado como el primero que realizó Jesús y, en esas condiciones, debería
haber sido uno de los más destacados. No obstante, parece haber causado una
débil impresión, puesto que ningún otro evangelista lo menciona. Un hecho tan
extraordinario tendría que haber deslumbrado en grado sumo a los invitados y,
sobre todo, al dueño de casa; pero aparentemente ninguno lo notó.
Considerado en sí mismo, ese hecho tiene poca importancia en
comparación con los que realmente ponen en evidencia las cualidades
espirituales de Jesús. Si se admite que los hechos ocurrieron según la
narración, debemos tomar en cuenta que ese es el único fenómeno de este tipo
que se ha producido. Jesús era de una naturaleza demasiado elevada para que se
ocupara de efectos puramente materiales, destinados tan sólo a atraer la
curiosidad de la multitud, que en ese caso lo habría equiparado con un mago. Él
sabía que las cosas útiles le permitirían conquistar más simpatías, y le
depararían más adeptos que las que fueran simples expresiones de una gran
habilidad y destreza, pero que no tocaran el corazón.
Si bien en rigor el hecho se puede explicar, hasta cierto punto, por
una acción fluídica que hubiese transformado las propiedades del agua, para
otorgarle el sabor del vino, conforme lo demuestran los ejemplos ofrecidos por
el magnetismo, esa hipótesis es poco probable, ya que en ese caso el agua
habría tenido el sabor del vino, pero no su color, lo que no dejaría de ser
notado. Es más racional que se vea allí una de esas parábolas tan frecuentes en
las enseñanzas de Jesús, como la del hijo pródigo, la del festín de bodas, y
tantas otras. Es probable que, durante la comida, Jesús haya hecho alguna
alusión al vino y al agua, para extraer de ahí una enseñanza. Justifican esta
opinión las palabras que el mayordomo le dirige al novio: “Todos sirven en primer lugar el vino bueno, y
cuando ya han bebido mucho sirven el de inferior calidad; pero tú has reservado
el vino bueno hasta ahora”.
La multiplicación de los panes
48. La multiplicación de los panes es uno de los milagros que más han
intrigado a los comentadores y que, al mismo tiempo, fue objeto de la viveza de
los incrédulos. Sin tomarse el trabajo de descubrir el sentido alegórico, para
estos últimos el hecho no es más que un cuento pueril. No obstante, la mayoría
de las personas serias han visto en esa narración, aunque con un aspecto diferente
del ordinario, una parábola en la que se compara el alimento espiritual del
alma con el alimento del cuerpo.
Sin embargo, se puede percibir en ella algo más que una figura, y
admitir, desde cierto punto de vista, la realidad de un efecto material, sin
que para eso sea preciso recurrir al prodigio. Es sabido que una gran
preocupación, así como la atención intensamente captada por algo, hacen olvidar
el hambre. Ahora bien, quienes seguían a Jesús eran personas ávidas de
escucharlo; de modo que no sería sorprendente que, fascinadas por su palabra y
tal vez también por la poderosa acción magnética que él ejercía sobre ellas, no
hayan experimentado la necesidad material de comer.
Jesús, que preveía ese resultado, pudo tranquilizar a sus discípulos
diciéndoles, en el lenguaje figurado que le era habitual, y admitiendo que
realmente hubieran llevado algunos panes, que estos alcanzarían para saciar el
hambre de la multitud. Al mismo tiempo, daba a sus discípulos una lección, al
decirles: “Dadles vosotros mismos de comer”. De ese modo les enseñaba que
también ellos podían alimentar por medio de la palabra.
Así, además del sentido alegórico moral, pudo producirse un efecto
fisiológico natural muy conocido. El prodigio, en este caso, está en el
ascendiente de la palabra de Jesús, suficientemente poderoso para cautivar la
atención de una inmensa multitud, al punto de hacer que esta se olvidara de
comer. Ese poder moral demuestra la superioridad de Jesús, mucho más que el
hecho puramente material de la multiplicación de los panes, que debe ser
considerada una alegoría.
Por otra parte, el propio Jesús confirmó esta explicación en los dos
pasajes que siguen:
La levadura de los fariseos
49. “Ahora bien, al pasar sus discípulos al otro lado del mar, se
olvidaron de llevar panes. Jesús les dijo: ‘Tened el cuidado de precaveros de
la levadura de los fariseos y de los saduceos’. Ellos, no obstante, pensaban y
decían entre sí: ‘Es porque no trajimos panes’.
”Jesús, dándose cuenta, les dijo: ‘Hombres de poca fe, ¿por qué habláis
entre vosotros de que no habéis traído panes? ¿Todavía no comprendéis, y no
recordáis que cinco panes alcanzaron para cinco mil hombres, y cuántos canastos
habéis llenado? ¿Y qué siete panes alcanzaron para cuatro mil hombres, y
cuántas cestas habéis llenado? ¿Cómo no comprendéis que no era del pan que yo
os hablaba, cuando dije que os guardaseis de la levadura de los fariseos y los
saduceos?’
”Entonces ellos comprendieron que él no les había dicho que se
guardaran de la levadura que se pone en el pan, sino de la doctrina de los
fariseos y de los saduceos.” (San Mateo, 16:5 a 12.)
El pan del cielo
50. “Al día siguiente, el pueblo, que había permanecido al otro lado
del mar, notó que allí no había más que una barca, y que Jesús no había entrado
en la que tomaron sus discípulos, sino que estos habían partido solos. Y como
habían llegado después otras barcas desde Tiberíades, cerca del lugar donde el
Señor, después de la acción de gracias, los había alimentado con cinco panes; y
como vieron que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, entraron en
aquellas barcas y fueron hacia Cafarnaúm, en busca de Jesús. Y habiéndolo
encontrado al otro lado del mar, le dijeron: ‘Maestro, ¿cuándo has llegado
aquí?’
”Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: vosotros me
buscáis, no por causa de los milagros que visteis, sino porque yo os di de
comer pan y quedasteis saciados. Trabajad para que tengáis, no el alimento que
perece, sino el que dura para la vida eterna, y que el Hijo del hombre os dará,
porque es a este a quien Dios, el Padre, marcó con su sello y su carácter’.
”Ellos le preguntaron: ‘¿Qué debemos hacer para producir obras de
Dios?’ Jesús les respondió: ‘La obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha
enviado’.
”Ellos le preguntaron: ‘¿Qué milagro producirás para que, al verlo,
creamos en ti? ¿Qué harás de extraordinario? Nuestros padres comieron el maná
en el desierto, conforme está escrito: Les dio de comer el pan del cielo’.
”Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: que Moisés no os
dio el pan del cielo; es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo’.
”Ellos le dijeron ellos entonces: ‘Señor, danos siempre de ese pan’.
”Jesús les respondió: ‘Yo soy el pan de la vida; aquel que viene a
mí no tendrá hambre, y aquel que cree en mí nunca tendrá sed’. Pero ya os
lo he dicho, vosotros me habéis visto y no creéis’.
”En verdad, en verdad os digo: aquel que cree en mí tiene la vida
eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el
desierto, y murieron. Aquí está el pan que descendió del cielo, a fin de que
quien coma de él no muera.” (San Juan, 6:22 a 36 y 47 a 50.)
51. En el primer pasaje, al recordar Jesús el efecto producido
anteriormente, da a entender con claridad que no se trataba de panes
materiales; de lo contrario, la comparación que él establece con la levadura de
los fariseos no tendría sentido. “¿Todavía no comprendéis –dice él–, y
no recordáis que cinco panes alcanzaron para cinco mil hombres, y que siete
panes fueron suficientes para cuatro mil? ¿Cómo no comprendisteis que no era de
pan que yo os hablaba, cuando os decía que os guardarais de la levadura de los
fariseos?” En la hipótesis de una multiplicación material, esta comparación no
tendría ninguna razón de ser. El hecho habría sido bastante extraordinario en
sí mismo para impresionar la imaginación de los discípulos; sin embargo, estos
parecían no acordarse de él.
Esto resalta, con la misma claridad, del discurso de Jesús acerca del
pan del cielo, en el que se empeña en hacer que se comprenda el verdadero
sentido del alimento espiritual. “Trabajad –dice él–, no para conseguir el
alimento que perece, sino el que se conserva para la vida eterna, y que el Hijo
del hombre os dará”. Ese alimento es su palabra, el pan que descendió del cielo
para dar vida al mundo. “Yo soy –dice él– el pan de vida; aquel que viene a
mí no tendrá hambre, y aquel que cree en mí nunca tendrá sed”.
Con todo, esas distinciones eran demasiado sutiles para aquellas
naturalezas rudas, que sólo comprendían las cosas tangibles. Para ellos, el
maná que había alimentado el cuerpo de sus antepasados era el verdadero pan del
cielo; allí residía el milagro. Si, por lo tanto, el hecho de la multiplicación
de los panes hubiese ocurrido materialmente, ¿por qué habría impresionado tan
poco a aquellos mismos hombres, en cuyo provecho se había realizado pocos días
antes esa multiplicación, a tal punto que le preguntaran a Jesús: “Qué milagro
harás, para que al verlo te creamos? ¿Qué harás de extraordinario?” Sucede que
ellos entendían por milagros los prodigios que los fariseos pedían, es decir,
señales que apareciesen en el cielo por orden de Jesús, como por la varita de
un mago. Pero lo que Jesús hacía era muy simple y no se apartaba de las leyes
de la naturaleza. Las curaciones mismas no tenían un carácter anormal ni
demasiado extraordinario. Los milagros espirituales significaban poco para
ellos.
La tentación de Jesús
52. Jesús, transportado por el diablo al pináculo del Templo, y luego a
la cima de una montaña, para ser tentado por él, constituye una de esas
parábolas que le eran tan familiares y que la credulidad del pueblo transformó
en hechos materiales.(8)
(8). La
explicación que sigue es la reproducción textual de la instrucción que un
Espíritu dio a ese respecto. (N. de Allan Kardec.)
53. “Jesús no fue raptado. Él quiso hacer que los hombres comprendieran
que la humanidad se encuentra expuesta a cometer faltas, y que siempre debe
mantenerse vigilante contra las malas inspiraciones a las que, por su
naturaleza débil, es inducida a rendirse. La tentación de Jesús es, pues, una
figura, y sería preciso ser ciego para tomarla al pie de la letra. ¿Cómo
podríais admitir que el Mesías, el Verbo de Dios encarnado, haya estado
sometido por algún tiempo, por más corto que fuese, a las sugestiones del
demonio, y que, como dice el Evangelio de Lucas, el demonio lo hubiera soltado por
algún tiempo, lo que llevaría a suponer que Jesús continuó sometido a su poder?
No; comprended mejor las enseñanzas que se os han impartido. El Espíritu del
mal no tenía ningún poder sobre la esencia del bien. Nadie dijo haber visto a
Jesús en la cima de la montaña, ni en el pináculo del Templo. No cabe duda de
que un hecho de esa naturaleza se habría difundido por todos los pueblos. La
tentación, por lo tanto, no constituyó un acto material y físico. En cuanto al
acto moral, ¿admitiréis que el Espíritu de las tinieblas pudiese decirle a
aquel que conocía su origen y su poder: ‘Adórame, que te daré todos los reinos
de la Tierra’? ¿Acaso el demonio ignoraba quién era aquel a quien hacía esas
proposiciones? No es probable. Ahora bien, si lo conocía, sus propuestas eran
una insensatez, pues él sabía perfectamente que sería rechazado por aquel que
había venido a destruir su imperio sobre los hombres.
”Comprended, por lo tanto, el sentido de esa parábola, pues se trata
apenas de una parábola, del mismo modo que la del Hijo Pródigo y la del Buen
Samaritano. Aquella muestra los peligros que acechan al hombre si no opone
resistencia a la voz interior que le clama sin cesar: ‘Puedes ser más de lo que
eres; puedes poseer más de lo que posees; puedes engrandecerte, conseguir
mucho; cede a la voz de la ambición y todos tus deseos serán satisfechos’. Ella
os muestra el peligro y la forma de evitarlo, diciendo a las malas
inspiraciones: ¡Retírate, Satanás! o en otras palabras: ¡Vete,
tentación!
”Las otras dos parábolas que he mencionado os muestran lo que aún puede
esperar aquel que, demasiado débil para ahuyentar al demonio, sucumbió a sus
tentaciones. Os muestran la misericordia del padre de familia, que apoya su
mano sobre la frente del hijo arrepentido y le concede, con amor, el perdón que
este implora. Os muestran que el culpable, el cismático, el hombre rechazado
por sus hermanos, vale más a los ojos del Juez Supremo que aquellos que lo
desprecian, porque practica las virtudes prescriptas por la ley del amor.
”Examinad correctamente las enseñanzas impartidas en los Evangelios;
sabed distinguir lo que allí consta en sentido textual o en sentido figurado, y
los errores que os han cegado durante tantos siglos habrán de extinguirse de a
poco, y cederán lugar a la refulgente luz de la verdad”. Juan Evangelista (Burdeos,
1862.)
Prodigios en ocasión de la muerte de Jesús
54. “Ahora bien, desde la hora sexta del día hasta la hora novena, toda
la tierra se cubrió de tinieblas.
”Al mismo tiempo, el velo del Templo se rasgó en dos, desde lo alto
hacia abajo; la tierra tembló; las piedras se partieron; los sepulcros se
abrieron, y muchos cuerpos de santos, que estaban en el sueño de la muerte,
resucitaron; y, saliendo de sus tumbas después de su resurrección, entraron en
la ciudad santa y fueron vistos por muchas personas.” (San Mateo, 27:45,
51 a 53.)
55. Es extraño que esos prodigios, que se produjeron en el momento
mismo en que la atención de la ciudad se concentraba en el suplicio de Jesús,
que constituía el acontecimiento del día, no hayan sido notados, ya que ningún
historiador los menciona. Parece imposible que un temblor de tierra, y el hecho
de que toda la tierra quedara envuelta en tinieblas durante tres horas,
en un país donde el cielo es siempre de perfecta limpidez, hayan pasado
desapercibidos.
La duración de esa oscuridad habría sido aproximadamente la de un
eclipse de sol, pero los eclipses de esa especie sólo se producen cuando hay
luna nueva, y la muerte de Jesús ocurrió durante la fase de luna llena, el 14
del mes de nissan, día de la Pascua de los judíos.
El oscurecimiento del Sol también pudo deberse a las manchas que se
observan en su superficie. En ese caso, el brillo de la luz disminuye
considerablemente, pero nunca al punto de producir oscuridad y tinieblas. En la
suposición de que un fenómeno de ese género hubiese ocurrido en esa época,
habría tenido una causa perfectamente natural.(9)
(9). Hay
constantemente, en la superficie del sol, manchas fijas que acompañan su
movimiento de rotación y han servido para que se determine la duración de ese
movimiento. A veces, sin embargo, esas manchas aumentan en cantidad, en tamaño
y en intensidad, y entonces se produce una disminución de la luz y del calor
solares. Este aumento del número de manchas parece coincidir con ciertos
fenómenos astronómicos y con la posición relativa de algunos planetas, lo que
determina su reaparición periódica. La duración de dicho oscurecimiento es muy
variable; en ocasiones no va más allá de dos o tres horas, pero en el año 535
hubo uno que duró catorce meses. (N. de Allan Kardec.)
En cuanto a los muertos que resucitaron, posiblemente algunas
personas hayan experimentado visiones o apariciones, lo que no es
excepcional. Sin embargo, como entonces no se conocía la causa de ese fenómeno,
supusieron que los individuos aparecidos salían de los sepulcros.
Los discípulos de Jesús, conmovidos con la muerte de su maestro, sin
duda relacionaron con esa muerte ciertos hechos particulares, a los cuales no
se les habría prestado ninguna atención en otras circunstancias. Bastó con que
un fragmento de roca se desprendiera en ese momento, para que las personas
inclinadas a lo maravilloso vieran en ese hecho un prodigio y, exagerándolo,
dijesen que las rocas se partían.
Jesús es grande por sus obras, y no por las escenas fantásticas en las
cuales un entusiasmo desmesurado creyó conveniente incluirlo.
Aparición de Jesús después de su muerte
56. “Pero María (Magdalena) permaneció afuera, cerca del sepulcro,
derramando lágrimas. Y mientras lloraba se inclinó para mirar dentro del
sepulcro, y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde
había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera, el otro a los pies. Ellos
le dijeron: ‘Mujer, ¿por qué lloras?’ Ella respondió: ‘Porque se han llevado a
mi Señor, y no sé dónde lo han puesto’.
”Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era
Jesús. Entonces Jesús le dijo: ‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?’
Ella, suponiendo que era el jardinero, le dijo: ‘Señor, si has sido tú quien lo
sacó, dime dónde lo pusiste, y yo me lo llevaré’.
”Jesús le dijo: ‘María’. De inmediato ella se volvió y le dijo: Rabbuni
–es decir, Maestro–. Jesús le respondió: ‘No me toques, porque aún
no he subido hacia mi Padre; pero ve a reunirte con mis hermanos y diles de mi
parte: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’.
”María Magdalena fue entonces a decirles a los discípulos que había
visto al Señor, y que este le había dicho aquellas cosas. (San Juan,
20:14 a 18.)
57. “Aquel mismo día, iban dos de ellos hacia una aldea llamada Emaús,
que distaba de Jerusalén sesenta estadios, y hablaban entre sí de todo lo que
había ocurrido. Y sucedió que, mientras conversaban y discutían acerca de eso,
Jesús se les acercó y se puso a caminar con ellos; pero sus ojos estaban
retenidos, a fin de que no pudiesen reconocerlo. Él les dijo: ‘¿De qué
vinisteis hablando mientras caminabais, y por qué estáis tan tristes?’
”Uno de ellos, llamado Cleofás, tomando la palabra, le dijo: ‘¿Serás en
Jerusalén el único forastero que no sabe lo que ha ocurrido allí en los últimos
días?’ Él les preguntó: ‘¿Qué pasó?’. Le respondieron: ‘Lo de Jesús de Nazaret,
que fue un poderoso profeta delante de Dios y delante de todo el pueblo, y de
qué modo los príncipes de los sacerdotes y nuestros senadores lo entregaron
para que fuera condenado a muerte y lo crucificaran. Nosotros esperábamos que
fuese él quien rescatara a Israel, pero ya estamos en el tercer día después de
que esas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de las que estaban con
nosotros nos sorprendieron, pues habiendo ido al sepulcro antes de que
despuntara el día, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron a decirnos que
se les aparecieron ángeles que les dijeron que él estaba vivo. Y algunos de los
nuestros fueron también al sepulcro, y encontraron las cosas tal como las
mujeres habían dicho; pero a él no lo encontraron’.
”Entonces él les dijo: ‘¡Oh! ¡Insensatos y tardos de corazón para creer
en todo lo que los profetas han dicho! ¿Acaso no era necesario que el Cristo
padeciera todas esas cosas, y que entrara de esa manera en la gloria?’ Y
comenzando desde Moisés, pasando luego por todos los profetas, les explicaba lo
que en las Escrituras se había dicho de él.
”Al aproximarse al pueblo a donde se dirigían, él hizo ademán de que
iba más lejos. Pero ellos lo obligaron a detenerse, diciéndole: ‘Quédate con
nosotros, que ya es tarde y el día está declinando’; él entró con ellos, y
estando con los dos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se los iba
dando. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron; pero él
desapareció de sus vistas.
”Entonces se dijeron uno a otro: ‘¿No es verdad que nuestro corazón
ardía dentro de nosotros cuando él nos hablaba en el camino, explicándonos las
Escrituras?’ Y, poniéndose de pie en ese mismo instante, volvieron a Jerusalén
y vieron que los once apóstoles y los que continuaban con ellos estaban
reunidos y decían: ‘¡El Señor en verdad resucitó y se ha aparecido a
Simón!’ Entonces, también ellos narraron lo que les había sucedido en el
camino, y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
”Mientras así conversaban, Jesús se presentó en medio de ellos,
y les dijo: ‘La paz sea con vosotros; soy yo, no os asustéis’. Pero ellos, con
la perturbación y el miedo de que fueron tomados, imaginaron ver un
Espíritu.
”Y Jesús les dijo: ‘¿Por qué os turbáis? ¿Por qué se elevan tantos
pensamientos en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, y reconoced que
soy yo mismo. Tocadme y considerad que un Espíritu no tiene carne, ni huesos,
como veis que yo tengo’. Y después de haber dicho eso, les mostró las manos y
los pies.
”Pero como ellos todavía no creían, tan transportados de júbilo y de
sorpresa se encontraban, él les dijo: ‘¿Tenéis aquí algo de comer?’ Ellos le
ofrecieron un trozo de pez asado y un panal de miel. Él comió delante de ellos,
y tomando los restos, les dio diciendo: ‘Esto es aquello que os dije mientras
estaba todavía con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que de mí
está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos’.
”Al mismo tiempo les abrió el espíritu, a fin de que comprendiesen las
Escrituras, y les dijo: ‘Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo
padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día; y que se predicase
en su nombre la contrición y la remisión de los pecados en todas las naciones,
comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esas cosas. Y voy a
enviaros el don de mi Padre, como os he prometido; pero, mientras tanto, permaneced
en la ciudad hasta que yo os haya investido del poder desde lo Alto’.” (San
Lucas, 24:13 a 49.)
58. “Tomás, uno de los doce apóstoles, llamado Dídimo, no se encontraba
con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos entonces le dijeron: ‘Vimos al
Señor’. Pero él les dijo: ‘Si yo no veo en sus manos las marcas de los clavos
que las atravesaron, y no pongo el dedo en el agujero hecho por los clavos, y
mi mano en la herida de su costado, no creeré’.
”Ocho días después, estaban de nuevo los discípulos en el mismo lugar,
y con ellos Tomás. Jesús se presentó, hallándose las puertas cerradas, y
colocándose en medio de ellos, les dijo: ‘La paz sea con vosotros’.
”Dijo luego a Tomás: ‘Pon aquí tu dedo y observa mis manos; extiende
también tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel’. Tomás
le respondió: ‘¡Señor mío, y Dios mío!’ Jesús le dijo: ‘Tú creíste, Tomás,
porque has visto; ¡dichosos los que sin haber visto creyeron!’.” (San Juan,
20:20 a 29.)
59. “Jesús también se mostró después a sus discípulos en la orilla del
mar de Tiberíades. Se hizo ver de esta forma:
”Simón Pedro, Tomás, llamado Dídimo, Nataniel, el de Caná de Galilea,
los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos estaban juntos. Les dijo
Simón Pedro: ‘Voy a pescar’. Los demás dijeron: ‘Nosotros también vamos
contigo’. Fueron y entraron en la barca; pero aquella noche no pescaron nada.
”Al amanecer, Jesús apareció en la orilla, sin que sus discípulos
supieran que era él. Jesús les dijo entonces: ‘Hijos, ¿tenéis algo para
comer?’ Le respondieron: ‘No’. Él les dijo: ‘Lanzad la red del lado derecho de
la barca, y hallaréis’. Ellos la lanzaron de inmediato, y casi no la pudieron
retirar, tan cargada estaba de peces.
”Entonces, el discípulo a quien Jesús amaba le dijo a Pedro: ‘Es el
Señor’. Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se vistió –pues estaba
desnudo– y se lanzó al mar. Los otros discípulos vinieron con la barca, y como
no estaban más que a doscientos codos de distancia de la tierra, arrastraron desde
ahí la red llena de peces.” (San Juan, 21:1 a 8.)
60. “Después de eso, él los condujo hasta Betania; y alzando las manos,
los bendijo; y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al
cielo.
”En cuanto a ellos, después de que lo adoraron, regresaron a Jerusalén
con gran júbilo. Y estaban constantemente en el Templo, cantando loas y
bendiciendo a Dios. Amén.” (San Lucas, 24:50 a 53.)
61. Todos los evangelistas narran las apariciones de Jesús después de
su muerte, con detalles circunstanciados que no permiten que se dude de su
veracidad. Por otra parte, estas se explican perfectamente mediante las leyes
fluídicas y las propiedades del periespíritu, y no presentan nada anómalo en
relación con los fenómenos del mismo tipo, de los cuales la historia –antigua y
moderna– ofrece numerosos ejemplos, sin omitir siquiera los de tangibilidad. Si
observamos las circunstancias en que ocurrieron sus diversas apariciones, en
ellas reconoceremos, en tales ocasiones, todos los caracteres de un ser
fluídico. Jesús aparece repentinamente y del mismo modo desaparece; unos lo
ven, y otros no; lo hace con apariencias que ni aun sus discípulos reconocen;
se deja ver en ambientes cerrados, donde un cuerpo carnal no hubiera podido
entrar; ni siquiera su lenguaje tiene la vivacidad del de un ser corporal; al
hablar, su modo es conciso y sentencioso, característico de los Espíritus que
se manifiestan de esa manera; todas sus actitudes, en suma, denotan algo
indefinido que no es del mundo terrenal. Su presencia causa sorpresa y temor a
la vez; sus discípulos, al verlo, no le hablan con la misma libertad de antes;
perciben que ya no es un hombre.
Jesús, por lo tanto, se mostró con su cuerpo periespiritual, lo que
explica que sólo haya sido visto por los que él quiso que lo vieran. Si hubiera
estado con su cuerpo carnal, todos lo habrían visto, como cuando estaba vivo.
Dado que sus discípulos ignoraban la causa primera del fenómeno de las
apariciones, no advertían esas particularidades, que probablemente no les
llamaban la atención. Puesto que veían a Jesús y lo tocaban, para ellos ese
debía ser su cuerpo resucitado. (Véase el Capítulo XIV, §§ 14; 35 a 38.)
62. En tanto que la incredulidad rechaza todos los hechos que Jesús
produjo, porque tienen apariencia de sobrenaturales, y los considera sin
excepción elementos de una leyenda, el espiritismo proporciona una explicación
natural a la mayoría de esos hechos. Demuestra que son posibles, no sólo con
base en la teoría de las leyes fluídicas, sino por su identidad con hechos
análogos producidos por una gran cantidad de personas, en las condiciones más
comunes. Puesto que en cierto modo son de dominio público, en principio esos
hechos no prueban nada en lo que respecta a la naturaleza excepcional de Jesús.(10)
(10). Los
numerosos hechos contemporáneos de curaciones, apariciones, posesiones, doble
vista y otros, que se encuentran relatados en la Revista Espírita, y
mencionados en las observaciones hechas más arriba, ofrecen, incluso en cuanto
a los pormenores, tan flagrante analogía con los que narra el Evangelio, que
resulta evidente la identidad de los efectos y las causas. No se comprende que
el mismo hecho tenga hoy una causa natural, y que en el pasado esa causa haya
sido sobrenatural: diabólica para unos y divina para otros. Si fuese posible
confrontarlos aquí, unos con otros, la comparación se tornaría más fácil. Con
todo, es imposible hacerlo dada la gran cantidad de ellos y de los desarrollos
que su exposición demandaría. (N. de Allan Kardec.)
63. El más grande de los milagros que Jesús hizo, el que realmente da
testimonio de su superioridad, ha sido la revolución que sus enseñanzas
produjeron en el mundo, a pesar de la exigüidad de sus medios de acción.
En efecto, Jesús, oscuro, pobre, nacido en la condición más humilde, en
el seno de un pueblo insignificante, casi desconocido y sin ascendiente
político, artístico ni literario, predica apenas durante tres años. En ese
corto lapso recibe el desprecio y la persecución de sus conciudadanos; es
calumniado, acusado de impostor, y se ve obligado a huir para que no lo
lapiden; sufre la traición de parte de uno de sus apóstoles, otro lo niega, y
todos lo abandonan en el momento en que cae en manos de sus enemigos. Sólo
hacía el bien, pero eso no impedía que fuera blanco de la malevolencia, que de
los propios servicios que él prestaba extraía motivos para acusarlo. Condenado
al suplicio reservado a los criminales, muere ignorado por el mundo, ya que la
historia de aquella época nada dice acerca de él.(11)
No dejó nada escrito; sin embargo, con la ayuda de algunos hombres oscuros como
él, su palabra fue suficiente para regenerar al mundo. Su doctrina aniquiló al
paganismo omnipotente, y se convirtió en el faro de la civilización. Tenía en
su contra todo lo que causa el fracaso de los hombres, razón por la cual
decimos que el triunfo de su doctrina es el más importante de sus milagros, al
mismo tiempo que demuestra el carácter divino de su misión. Si en vez de los
principios sociales y regeneradores, basados en el porvenir espiritual del
hombre, él sólo hubiera tenido para ofrecer a la posteridad algunos hechos
maravillosos, probablemente en la actualidad su nombre sería muy poco conocido.
(11). El
historiador judío Flavio Josefo es el único que hace mención a Jesús, y en términos
muy resumidos. (N. de Allan Kardec.)
Desaparición del cuerpo de Jesús
64. La desaparición del cuerpo de Jesús después de su muerte ha sido
objeto de muchos comentarios. Los cuatro evangelistas dan testimonio del hecho,
basados en el relato de las mujeres que fueron hasta el sepulcro, al tercer día
posterior a la crucifixión, y no lo encontraron. Hubo quienes consideraron que
esa desaparición era un hecho milagroso, en tanto que otros la atribuyeron a
una sustracción clandestina.
De acuerdo con otra opinión, Jesús nunca habría tenido un cuerpo
carnal, sino solamente un cuerpo fluídico; sólo habría sido, durante toda su
vida, una aparición tangible, en una palabra, una especie de agénere. Su
nacimiento, su muerte y todos los actos materiales de su vida habrían sido
apenas una apariencia. A eso se debe –dicen– que su cuerpo, de regreso al
estado fluídico, haya desaparecido del sepulcro, y que con ese mismo cuerpo él
se apareciera después de su muerte.
No cabe duda de que un hecho así no es radicalmente imposible, de
acuerdo con lo que hoy se sabe sobre las propiedades de los fluidos; pero sería
al menos por completo excepcional y en formal oposición al carácter de los agéneres.
(Véase el Capítulo XIV, § 36.) Se trata, pues, de saber si esa hipótesis es
admisible, si está confirmada o refutada por los hechos.
65. La permanencia de Jesús en la Tierra presenta dos períodos: el que
precedió y el que siguió a su muerte. En el primero, desde el momento de la
concepción hasta el nacimiento, todo transcurre en el seno materno como en las
condiciones ordinarias de la vida.(12) Desde
el nacimiento hasta la muerte, en sus actos, en su lenguaje y en las diversas
circunstancias de su vida, todo presenta los caracteres inequívocos de la
corporeidad. Los fenómenos de orden psíquico que se producen en él son
accidentales y nada tienen de anómalos, ya que se explican mediante las
propiedades del periespíritu y se encuentran, en diferentes grados, en otros
individuos. Después de su muerte, por el contrario, todo en él pone de
manifiesto al ser fluídico. La diferencia entre ambos estados es tan marcada
que no se pueden equiparar.
(12). No
nos referimos aquí al misterio de la encarnación, del cual no hemos de
ocuparnos porque será examinado más adelante. (N. de Allan Kardec.)
El cuerpo carnal tiene las propiedades inherentes a la materia
propiamente dicha, y esas propiedades difieren esencialmente de las de los
fluidos etéreos. En el cuerpo material, la desorganización se produce por la
ruptura de la cohesión molecular. Al introducir en él un instrumento cortante,
los tejidos se separan, y si son alcanzados los órganos esenciales para la
vida, cesa su funcionamiento y sobreviene la muerte, es decir, la muerte del
cuerpo. En cambio, como en los cuerpos fluídicos no existe esa cohesión, la
vida de estos no depende del funcionamiento de órganos especiales, de modo que
no se pueden producir desórdenes análogos a los de aquellos. Un instrumento
cortante u otro cualquiera penetrará en un cuerpo fluídico como si lo hiciera en una masa de vapor, y no le
ocasionará ninguna lesión. Por eso los cuerpos de esa naturaleza no pueden
morir, como tampoco pueden ser muertos los seres fluídicos designados con
el nombre de agéneres.
Después del suplicio de Jesús, su cuerpo permaneció allí, inerte y sin
vida. Se lo sepultó como a cualquier otro cuerpo, y todos pudieron verlo y
tocarlo. Después de su resurrección, cuando Jesús quiso dejar la Tierra, no
murió nuevamente: su cuerpo se elevó, se desvaneció y desapareció sin dejar
ningún rastro, prueba evidente de que ese cuerpo era de naturaleza distinta de
la del que pereció en la cruz. Así pues, de ahí debemos concluir que, si fue
posible que Jesús muriese, eso sucedió porque él tenía un cuerpo carnal.
Debido a sus propiedades materiales, el cuerpo carnal es la sede de las
sensaciones y de los dolores físicos que repercuten en el centro sensitivo o
Espíritu. El cuerpo no sufre, sino el Espíritu, que recibe la reacción de las
lesiones o alteraciones de los tejidos orgánicos. En un cuerpo privado de
Espíritu la sensación es absolutamente nula. Por la misma razón, el Espíritu,
que no tiene cuerpo material, no puede experimentar los padecimientos que son
el resultado de la alteración de la materia. Así pues, de ahí también debemos
concluir que si Jesús sufrió materialmente, lo que nadie puede poner en duda,
es porque tenía un cuerpo material de una naturaleza semejante a la del cuerpo
de cualquier persona.
66. A los hechos materiales vienen a agregarse poderosas
consideraciones morales.
Si las condiciones de Jesús durante su vida hubieran sido las de los
seres fluídicos, él no habría experimentado ni el dolor ni ninguna de las
necesidades del cuerpo. Suponer que haya sido así sería quitarle el mérito de
la vida de privaciones y padecimientos que había elegido como ejemplo de
resignación. Si todo en él no hubiera sido más que aparente, todos los actos de
su vida, la reiterada predicción de su muerte, la escena dolorosa en el Jardín
de los Olivos, su plegaria a Dios para que le apartara el cáliz de los labios,
su pasión, su agonía, todo, hasta su último clamor en el momento de entregar el
Espíritu, no habría sido más que un vano simulacro para engañar a los hombres
acerca de su naturaleza y hacerles creer en el sacrificio ilusorio de su vida, una
farsa indigna de un hombre simple y honesto, y aún más indigna de un ser de esa
superioridad. En una palabra, Jesús habría abusado de la buena fe de sus
contemporáneos y de la posteridad. Esas son las consecuencias lógicas de ese
sistema, consecuencias inadmisibles, porque lo rebajarían moralmente en vez de
elevarlo.
Por consiguiente, como todo hombre, Jesús tuvo un cuerpo carnal y un
cuerpo fluídico, lo cual es demostrado por los fenómenos materiales y los
fenómenos psíquicos que jalonaron su vida.
67. ¿Qué ocurrió con el cuerpo carnal? Se trata de un problema cuya
solución no puede deducirse, hasta nuevo aviso, más que por hipótesis, a falta
de elementos suficientes para fundar una convicción. Esa solución, por otra
parte, es de una importancia secundaria, y no añadiría nada a los méritos del
Cristo, como tampoco a los hechos que demuestran, de una manera mucho más
perentoria, su superioridad y su misión divina.
No puede haber, pues, acerca del modo en que esta desaparición se
produjo, más que opiniones personales, que solo tendrían valor en caso de que
hubieran sido sancionadas por una lógica rigurosa, así como por la enseñanza
general de los Espíritus. Ahora bien, hasta ahora, ninguna de las que han sido
formuladas recibió la sanción de ese doble control.
Si los Espíritus aún no han resuelto la cuestión mediante la unanimidad
de su enseñanza, sin duda es porque no ha llegado todavía el momento de
hacerlo, o porque se carece aún de los conocimientos con cuyo auxilio el hombre
podrá resolverla por sí mismo. Mientras tanto, si se descarta la suposición de
que el cuerpo fue retirado de manera clandestina, podría encontrarse, por
analogía, una explicación probable en la teoría del doble fenómeno de los
aportes y de la invisibilidad. (Véase El libro de los médiums, Capítulos
IV y V.)
68. Esa idea sobre la naturaleza del cuerpo de Jesús no es nueva. En el
siglo IV, Apolinario de Laodicea, jefe de la secta de los apolinaristas,
pretendía que Jesús no había tenido un cuerpo como el nuestro, sino un cuerpo impasible,
que había descendido desde el cielo al seno de la santa Virgen, pero que no
había nacido de ella. De ese modo, Jesús había nacido, sufrido y muerto apenas
en apariencia. Los apolinaristas fueron anatematizados en el concilio de
Alejandría, en el año 360; en el de Roma, en el año 374; y en el de
Constantinopla, en el año 381.
AMOR,
CARIDAD y TRABAJO
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