Los Espíritus superiores tienen
un lenguaje siempre digno, noble, elevado, sin mezcla de ninguna trivialidad;
todo lo dicen con sencillez y modestia; jamás se alaban ni hacen nunca
ostentación de su saber ni de su posición entre los otros. El de los Espíritus
inferiores o vulgares tiene siempre algún reflejo de las pasiones humanas; toda
expresión que resienta la bajeza, la suficiencia, la arrogancia, la presunción
y la mordacidad, es un indicio característico de inferioridad, o de
superchería, si el Espíritu se presenta bajo un nombre respetable y venerado.
Los Espíritus buenos no adulan;
cuando se hace el bien lo aprueban, pero siempre con reserva; los malos hacen
el elogio exagerado, estimulan el orgullo y la vanidad predicando la humildad,
y procuran "exaltar la importancia personal" de aquellos cuya
voluntad quieren captarse.
Los falsos profetas de la erraticidad
Rechazad sin piedad a todos esos
Espíritus que se presentan como consejeros exclusivos predicando la división y
el aislamiento. Casi siempre son Espíritus vanidosos y mediocres que procuran
imponerse a los hombres débiles y crédulos prodigándoles alabanzas exageradas,
a fin de fascinarles y tenerle bajo su dominio. Son generalmente Espíritus
ávidos de poder que, siendo déspotas públicos o privados cuando vivían, quieren
tener aún víctimas para tiranizar después de su muerte.
DISERTACIONES ESPIRITISTAS
Dios me ha encargado de una misión que debo cumplir con los creyentes a
quienes favorece con la mediumnidad. Cuantas más gracias reciben del Altísimo,
más peligros corren, y estos peligros son tanto más grandes porque toman origen
en los mismos favores que Dios les concede. Las facultades de que gozan los
médiums les atraen los elogios de los hombres, las felicitaciones, las
adulaciones: aquí está su escollo. Estos mismos médiums que deberían tener
siempre presente en la memoria su incapacidad primitiva lo olvidan; hacen más:
lo que sólo deben a Dios lo atribuyen a su propio mérito. ¿Qué sucede entonces?
Los buenos Espíritus les abandonan, vienen a ser el juguete de los malos, y no
tienen brújula para guiarse; cuanto más capaces se hacen, más inclinados están
en atribuirse un mérito que no les pertenece, hasta que por fin Dios les
castiga retirándoles una facultad que sólo pudo serles fatal.
No sabría cómo recomendaros a vuestro ángel guardián, para que os ayude
a estar siempre preparados contra vuestro más cruel enemigo que es el orgullo.
Acordaos mucho los que tenéis la dicha de ser los intérpretes entre los
Espíritus y los hombres, que sin el apoyo de nuestro divino maestro seréis
castigados con más severidad, porque habréis sido más favorecidos.
Espero que esta comunicación dará sus frutos y deseo que pueda ayudar a
los médiums a mantenerse en guardia contra el escollo que les estrellaría; este
escollo ya os lo he dicho, es el orgullo.
Juana de Arco.
Extraído de: (Cuentos y Apólogos, por el Hermano Espíritu X) - Xico
Xavier
Se cuenta en el plano espiritual,
que Vicente de Paúl oficiaba en un templo aristocrático de Francia, en una
ceremonia de gran gala, al frente de ricos señores coloniales, capitanes de
mar, guerreros condecorados, políticos ociosos y avarientos sórdidos, cuando, a
cierta altura de la solemnidad, se vio al frente del altar una inesperada
alabanza pública.
Un viejo corsario se acercó a la
sagrada mesa de la eucaristía y grito:
Señor, te agradezco los navíos preciosos que colocaste en mi ruta. Mis
negocios son prósperos, gracias a ti, que me designaste buena presa. No
permitas, ¡Oh Señor!, que tu siervo fiel se pierda en la miseria. Te daré
valiosos décimos. Erigiré una nueva iglesia en tu honor, y tomo a los presentes
por testigo de mi voto espontáneo.
Otro devoto se adelantó y habló
en voz alta:
Señor, mi alma se estremece de júbilo por la herencia que enviaste a mi
casa por la muerte de mi abuelo, que en otro tiempo, te sirvió gloriosamente en
el campo de batalla. Ahora podemos, por fin, descansar bajo tu protección,
olvidando el trabajo y la fatiga.
Un caballero maduro exhibiendo el
rostro caprichosamente arrugado, agradeció:
Maestro Divino, te traigo mi gratitud ardiente por la victoria en la
demanda provincial. Yo sabía que tu bondad no me despreciaría. Gracias a tu
poder, mis tierras aumentaron. Construiré, por eso, un santuario en tu memoria
bendita, para conmemorar el triunfo que me conferiste por justicia.
Una adornada señora tomó posición
y exclamó:
Divino Salvador, mis campos en la colonia lejana, con tu auxilio, están
produciendo ahora satisfactoriamente. Agradezco a los negros saludables y
obedientes que me mandaste y, en señal de mi sincera contrición, cederé a tu
iglesia buena parte de mis ganancias.
Un hombre viejo, de uniforme
engalanado, se acercó al altar y clamó con fuerte voz:
A ti, maestro de la Infinita Bondad, mi regocijo por las
gratificaciones con las que me hiciste participe. Mis latifundios proceden de
tu bendición. Es verdad que para preservarlos sustenté una lucha en la que
muchos miserables murieron, pero, ¿quién sino tú mismo colocaría la fuerza en
mis manos para defender lo indispensable? De ahora en adelante, no necesitaré
pensar en el futuro? en la calma de mi sillón, haré oraciones fervorosas,
huyendo al inmundo intercambio con los pecadores. Para retribuirte, ¡oh!
¡Eterno Redentor, haré edificar, en el pueblo donde mi fortuna domina, un
templo digno de tu invocación, recordando tus sacrificios en la cruz!
Los agradecimientos continuaban,
cuando Vicente de Paúl, asombrado, reparó en que la imagen del Nazareno
adquiría vida y movimiento.
Estático, se vio al frente justo
del Señor, que descendió del altar florido, en llanto.
El abnegado sacerdote observó que
Jesús se alejaba a paso rápido; mientras, sintiéndose junto a él, cobró ánimo y
le preguntó, igualmente con lágrimas:
Señor, ¿por qué te apartas de nosotros?
El Celestial Amigo irguió hacia
el clérigo la cara melancólica y explicó:
Vicente, me siento avergonzado al recibir las alabanzas de los
poderosos que desprecian a los débiles, de los hombres válidos que no trabajan,
de los felices que abandonan a los infortunados.
El interlocutor sensible no oyó
nada más. Con el cerebro hecho un torbellino, se desmayó allí mismo, delante de
la asamblea intrigada, siendo inmediatamente sustituido, y febril, deliró por
algunos días, prisionero de visiones que nadie entendió.
Cuando se levantó de la
incomprendida enfermedad, se vistió con la túnica de la pobreza, trabajando
incesantemente en la caridad, hasta el fin de sus días.
Los adoradores del templo,
mientras, continuaban agradeciendo los trofeos de sangre, oro y mentira,
delante del mismo altar, y afirmaron que Vicente de Paúl, había enloquecido.
REFLEXIÓN:
¿Somos todos médiums?
Digamos que potencialmente sí, es decir que en todo espíritu está el germen de la mediumnidad en mayor o menor grado de desarrollo.
En los más solo está la semilla, esperando el momento de brotar, circunstancia que no hay que provocar como nos dice el espíritu EMMANUEL: “Nadie deberá provocar el desarrollo de esa o de aquella facultad, porque, en ese terreno, toda la espontaneidad es necesaria.”
En los que ha germinado normalmente es como prueba, y en menor escala como complemento a una misión.
¿Cuál es el peor escollo?
Sin duda el orgullo. Por ejemplo si pensamos que somos médiums cuando realmente no ha florecido en nosotros una evidente mediumnidad, o habiendo florecido nos dejamos llevar por las alabanzas y adulaciones.
Bibliografía:
El libro de los médiums de Allan Kardec
El evangelio según el espiritismo de Allan Kardec
Cuentos y Apólogos, obra psicografiada por Francisco
Cándido Xavier
AMOR, CARIDAD y TRABAJO
No hay comentarios:
Publicar un comentario