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El tiempo y la espiritualidad









EL TIEMPO Y LA ESPIRITUALIDAD






Del libro: En los dominios de la Mediumnidad de Francisco Cándido Xavier.


A) El tiempo de expiación:
Volviendo la atención hacia el enfermo adormecido, Áulus prosiguió:

Nuestro amigo está oprimido por una importante cantidad de deudas que trae del pasado, y nadie puede avanzar libremente hacia el porvenir sin saldar los compromisos del ayer. Por ese motivo, Pedro trae consigo una aflictiva mediumnidad de prueba, pues es de ley que nadie se emancipe sin pagar lo que debe. En rigor debe ser tratado como un enfermo que necesita de cariño y asistencia adecuada.

–A pesar de todo, ¿se curará en poco tiempo? –indagué a mi vez.

¿Quién lo puede saber? –respondió Áulus serenamente.

Y con la grave entonación de quien mide la expresión de sus propias palabras, prosiguió:

Eso dependerá mucho de él y de su víctima del ayer con quien se encuentra endeudado. La asimilación de principios mentales renovadores determina más altas visiones de la vida. Todos los dramas oscuros de la obsesión se generan en mentes enfermizas. Aplicándose con devoción a las nuevas obligaciones de que se habrá investido, en el caso de que persevere en el campo de nuestra consoladora Doctrina, sin duda acortará el tiempo de expiación al que se halla sujeto, de modo que, convirtiéndose al bien, modificará el estado mental del adversario, quien se verá arrastrado a su propia renovación por los ejemplos de comprensión y renuncia, humildad y fe. Aun así, después de extinguirse los accesos de posesión, Pedro sufrirá reflejos del desequilibrio en que está sumido, los que se expresarán a través de fenómenos más suaves de epilepsia secundaria que le sobrevendrán por algún tiempo, con el simple recuerdo de las violentas luchas que sostuvo, hasta el total reajuste del cuerpo periespiritual.

– ¿Y es este un trabajo de larga duración? –inquirió Hilario algo afligido.

Nuestro interlocutor manifestó una expresión fisonómica significativa y contestó:

¿Quién podrá penetrar la conciencia de los demás? Con el esfuerzo de la voluntad es posible alcanzar la solución de muchos enigmas y reducir muchos dolores. El asunto, sin embargo, es de fuero íntimo... Estemos convencidos, sin embargo, de que las simientes de la luz jamás se pierden. Los médiums que hoy sufren tremendas pruebas, si persisten en el cultivo de mejores destinos se transformarán en valiosos trabajadores en el futuro, el que a todos nos deparará benditas reencarnaciones de engrandecimiento y progreso...

Y ante nuestra admiración, concluyó: 

El problema consiste en aprender, sin desanimarse y en servir al bien constantemente.



B) El tiempo en la espiritualidad:
Mi colega, sin disimular el espanto que causó a su alma la manifestación del estrangulador de Toscana, dijo preocupado:

–Sinceramente, por más que me esfuerce, grande es mi dificultad para resolver los enigmas de la sujeción del espíritu en torno a ciertas situaciones y afectos. ¿Cómo puede la mente detenerse con determinadas impresiones, paralizándose con ellas como si el tiempo no transcurriera? Tenemos, por ejemplo, el drama de nuestro infortunado compañero, quien desde siglos permanece inmovilizado por las ideas de venganza... ¿Habrá estado en esta lamentable situación tantos años, sin haber reencarnado?

Áulus escuchó con atención y ponderó:

Es imprescindible comprender que después de la muerte del cuerpo físico seguimos desarrollando los pensamientos que cultivábamos en la experiencia carnal. Y no podemos olvidar que la Ley determina principios universales que no podemos burlar. Subordinados a la evolución, ¿cómo avanzar sin acatar la orden de armonía y progreso? La idea fija puede operar un estancamiento indefinido de la vida mental en el tiempo.

– ¿Y el problema de la detención del tiempo en el alma? –dijo mi colega, ávido de saber.

El interpelado sonrió y dijo:

Les daré una imagen para que podamos definirla con la mayor propiedad posible. El tiempo, para nosotros, es aquello que hacemos con él. Para una mejor comprensión del problema, recordemos que las horas son invariables en el reloj, pero no son siempre las mismas en nuestra mente. Cuando somos felices, no tenemos noción del transcurrir de los minutos. Satisfaciendo nuestros ideales o intereses más queridos, los días vuelan rápidos, mientras que, acompañados por el sufrimiento o el temor, tenemos la idea de que el tiempo se ha detenido inexorablemente. Y cuando no nos esforzamos por apurar el paso lento de la angustia, la idea aflictiva u obsesiva corroe nuestra vida mental y se vuelve fija. Llegados a esta fase el tiempo parece como cristalizarse dentro de nosotros, porque pasamos a gravitar, en espíritu, en torno al punto neurálgico de nuestros errores. Cualquier perturbación interior de importancia que se llame pasión o desánimo, crueldad o venganza, envidia o desesperación, puede inmovilizarnos por un tiempo indefinido en sus redes de sombra, cuando nos rebelamos contra el imperativo de marchar incesantemente con el bien. Analicemos, además, nuestro símbolo de combate. El reloj inflexible indica el mismo horario para todos, sin embargo, el tiempo es leve para los que triunfaron y pesado para los que perdieron. Para los vencedores, los días son felicidad y honra, y para los vencidos son amargura y lágrimas. Cuando no nos liberamos de los pensamientos que nos flagelan y deprimen por medio del trabajo constante de nuestra renovación y progreso, nos transformamos en fantasmas de aflicción y desaliento, mutilados en nuestras mejores esperanzas o encerrados en nuestras llagas íntimas. Y cuando la muerte nos sorprende en estas condiciones se acentúa entonces nuestra experiencia subjetiva, puesto que si el alma no se dispone al esfuerzo heroico de la suprema renuncia, se enreda con facilidad en los problemas de la fijación, pasando años y años, y a veces siglos, reviviendo incesantemente las reminiscencias desagradables de las cuales se nutre y vive. No interesándose por otro asunto sino por su propio dolor, su propia ociosidad o su propio odio, la criatura desencarnada, ensimismándose, se asemeja al animal que permanece en el sueño letárgico de la hibernación. Se aísla del mundo externo, vibrando solamente alrededor del desequilibrio oculto en el que se complace. No oye más nada, no ve más nada y nada más siente, fuera de la idea desvariada que le preocupa.

Sí, la mente estacionaria por su violación de la Ley, sufre angustiosas pesadillas en la etapa de reposo, despertando en un estado de alienación que puede persistir por mucho tiempo si continúa cultivando con pasión las impresiones en las que cree encontrar su felicidad.

– ¿Y cuál es el remedio más adecuado para esta situación? –pregunté con interés.

Muchas de esas almas desorientadas –comentó el instructor– llegan al fin a aborrecer el mal y procuran su regeneración ellas mismas, mientras que otras despiertan, en nuestras habituales tareas de asistencia, la noción de las responsabilidades que les compete para su propio reajuste. Son los soldados heridos que tratan de corresponder a las misiones de amor que les asiste con el fin de lograr su restauración. Comprenden el imperativo de la lucha dignificante para la que fueron convocados, ayudando a quienes los ayudan, volviendo al buen combate en cuyas líneas encuentran el quehacer con el que comienzan a servir en el bien. Otras de esas almas, sin embargo, rebeldes disconformes, son dulcemente obligadas a retornar a la batalla que abandonaron por causa del abatimiento que las afectó. La experiencia que adquirimos en el cuerpo carnal en situación difícil, es semejante a un combate intenso en el que el alma tiene oportunidad de recuperarse armónicamente. Para esto contamos con la ayuda afectiva de los familiares del interesado que con él conviven en el núcleo familiar.

–Y cuando esos seres son encaminados hacia la reencarnación y se encuentran con las dificultades que son el fruto de sus errores, ¿comprenden enseguida la realidad que viven? –pregunté con interés.

No siempre. La mayoría de las veces, el progreso es lento. Podemos comprobar esto mediante el estudio de las criaturas retardadas, que son dolorosos enigmas para el mundo... Solamente el extremado amor de los padres y de los familiares consigue infundirles calor y vitalidad a esas pequeñas criaturas que, a menudo, permanecen por muchos años en la vida material y son como apéndices torturados de la sociedad terrestre, padeciendo sufrimientos que parecen injustificables y que, sin embargo, constituyen para ellos una medicación eficaz y necesaria. Es posible también reconocer esta verdad en los llamados esquizofrénicos y en los paranoicos, quienes perdieron el sentido de las proporciones y tienen un falso concepto de sí mismos. Casi todas las perturbaciones congénitas de la mente manifestadas al reencarnar el espíritu, evidencian la fijación de ideas que existían antes de su regreso a la Tierra. Y en muchos casos los espíritus que tropiezan con esos obstáculos siguen, desde la cuna a la tumba, una recuperación gradual, entablando luchas benéficas con las terapéuticas humanas y con las obligaciones del hogar, como así también con las imposiciones de las costumbres y de los conflictos sociales, extrayendo de ellos ventajas que podemos considerar por extroversión indispensables para la cura de la psicosis que padecen.

AMOR, CARIDAD y TRABAJO

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