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Ley de libertad





 


LIBRO TERCERO
LEYES MORALES

CAPÍTULO X – LEY DE LIBERTAD










Libertad natural

825. ¿Hay en el mundo posiciones en que el hombre pueda jactarse de disfrutar de una libertad absoluta?
“No, porque todos vosotros os necesitáis mutuamente, tanto los pequeños como los grandes.”


826. ¿En qué condición el hombre podría gozar de una libertad absoluta?
“En la del ermitaño en un desierto. Desde el momento en que dos hombres están juntos, tienen derechos que respetar y, por consiguiente, ya no gozan de una libertad absoluta.”


827. La obligación de respetar los derechos del prójimo, ¿quita al hombre el derecho de ser dueño de sí mismo?
“De ningún modo, porque ese es un derecho que le concede la naturaleza.”


828. ¿Cómo se pueden conciliar las opiniones liberales de algunos hombres con el despotismo que suelen ejercer en su propio hogar y sobre sus subordinados?
“Tienen la comprensión de la ley natural, pero se halla neutralizada por el orgullo y el egoísmo. Comprenden lo que deben hacer, pero no lo hacen, salvo cuando teatralizan sus principios a fin de obtener de ello algún provecho.”


[828a] - Los principios que han profesado en la Tierra, ¿se les tomarán en cuenta en la otra vida?
“Cuanta más inteligencia tiene el hombre para comprender un principio, tanto menos excusable es de no aplicarlo a sí mismo. En verdad os digo que el hombre simple, pero sincero, está más adelantado en el camino de Dios que el que pretende aparentar lo que no es.”



Esclavitud

829. ¿Hay hombres que por naturaleza están destinados a ser propiedad de otros hombres?
“Toda sujeción absoluta de un hombre a otro es contraria a la ley de Dios. La esclavitud constituye un abuso de la fuerza. Desaparece con el progreso, así como poco a poco desaparecen todos los abusos.”

La ley humana que consagra la esclavitud(1) es una ley contraria a la naturaleza, puesto que equipara al hombre con el animal y lo degrada moral y físicamente.

(1) Los tratados internacionales contemporáneos (Convención sobre la Esclavitud, 1926) recogen la prohibición de la esclavitud, que se considera como un crimen contra la humanidad. No obstante, sigue existiendo arraigada culturalmente en determinados países (India, Sudán, Mauritania) y ha reaparecido en otros bajo ciertas condiciones excepcionales, como es el caso de la mano de obra infantil esclava en el Sudeste asiático o determinados tipos de prostitución en todo el mundo. [Wikipedia]



830. Cuando la esclavitud forma parte de las costumbres de un pueblo, los que se benefician con ella, ¿son reprensibles, toda vez que no hacen más que adaptarse a un uso que les parece natural?
“El mal siempre es el mal, y ninguno de vuestros sofismas logrará que una mala acción se torne buena. Con todo, la responsabilidad del mal depende de los medios de que se dispone para comprenderlo. El que saca provecho de la ley de esclavitud es siempre culpable de una violación a la ley natural. Pero en esto, como en todas las cosas, la culpabilidad es relativa. Dado que la esclavitud fue admitida entre las costumbres de algunos pueblos, el hombre ha podido sacar provecho de ella de buena fe, como de algo que le parecía natural. No obstante, tan pronto como su razón, más desarrollada y, sobre todo, esclarecida por las luces del cristianismo, le mostró que el esclavo era igual a él ante Dios, ya no tuvo excusa.”


831. La desigualdad natural de las aptitudes, ¿no coloca a ciertas razas humanas bajo la dependencia de otras más inteligentes?
“Sí, para elevarlas, y no para embrutecerlas aún más mediante la servidumbre. Durante mucho tiempo los hombres consideraron a los integrantes de ciertas razas humanas como animales de trabajo provistos de brazos y manos, y se creyeron con derecho a venderlos como bestias de carga. Esos hombres piensan que son de sangre más pura. ¡Insensatos! ¡Sólo ven la materia! La sangre no es más pura o menos pura, sino el Espíritu.”


832. Hay personas que tratan a sus esclavos con humanidad; no permiten que les falte nada y piensan que la libertad los expondría a mayores privaciones. ¿Qué dices acerca de ellos?
“Digo que comprenden mejor sus propios intereses. También cuidan mucho a sus bueyes y a sus caballos, a fin de sacar más provecho de ellos en el mercado. No son tan culpables como los que maltratan a sus esclavos, pero no dejan de disponer de ellos como de una mercancía, pues los privan del derecho a ser dueños de sí mismos.”



Libertad de pensamiento

833. ¿Hay en el hombre algo que escape a todo tipo de coacción y por lo cual goce de una libertad absoluta?
“Por el pensamiento el hombre goza de una libertad sin límites, pues el pensamiento no conoce obstáculos. Se puede impedir su manifestación, pero no aniquilarlo.”


834. El hombre, ¿es responsable de su pensamiento?
“Es responsable de él ante Dios. Dado que sólo Dios puede conocer ese pensamiento, lo condena o lo absuelve según su justicia.”



Libertad de conciencia

835. La libertad de conciencia, ¿es una consecuencia de la libertad de pensar?
“La conciencia es un pensamiento íntimo que pertenece al hombre, al igual que el resto de sus pensamientos.”


836. El hombre, ¿tiene derecho a poner obstáculos para la libertad de conciencia?
“No más que para la libertad de pensar, pues sólo a Dios compete el derecho de juzgar a la conciencia. Del mismo modo que el hombre regula mediante sus leyes las relaciones de los hombres entre sí, Dios, mediante las leyes de la naturaleza, regula las relaciones del hombre con Él.”


837. ¿Cuál es el resultado de los obstáculos que se ponen para la libertad de conciencia?
“Obligar a los hombres a que obren de otro modo que como piensan es convertirlos en hipócritas. La libertad de conciencia es uno de los caracteres de la verdadera civilización y del progreso.”


838. ¿Es respetable toda creencia, aunque sea notoriamente falsa?
“Toda creencia es respetable cuando es sincera y conduce a la práctica del bien. Las creencias reprobables son las que conducen al mal.”


839. ¿Somos reprensibles si agraviamos por su creencia a quien no piensa como nosotros?
“Faltáis a la caridad y atentáis contra la libertad de pensar.”


840. Poner obstáculos para las creencias que pueden llegar a perturbar a la sociedad, ¿implica atentar contra la libertad de conciencia?
“Es posible reprimir los actos, pero la creencia íntima es inaccesible.”

Reprimir los actos exteriores de una creencia, cuando esos actos ocasionan cualquier perjuicio para los demás, no implica atentar contra la libertad de conciencia, pues dicha represión deja completamente libre a la creencia.


841. Por respeto a la libertad de conciencia, ¿debemos permitir que se difundan doctrinas perniciosas, o podemos -sin atentar contra esa libertad- intentar que vuelvan al camino de la verdad aquellos que se han extraviado por seguir principios falsos?
“Sin duda podéis intentarlo, e incluso debéis hacerlo. Pero enseñad, según el ejemplo de Jesús, mediante la dulzura y la persuasión, y no por la fuerza, lo cual sería peor que la creencia de aquel a quien queréis convencer. Si hay algo que está permitido imponer, es el bien y la fraternidad. Con todo, no creemos que el medio de lograr que se los admita sea obrar con violencia, pues la convicción no se impone.”


842. Dado que todas las doctrinas abrigan la pretensión de ser la única expresión de la verdad, ¿mediante qué señales podemos reconocer a aquella que tiene derecho a presentarse como tal?
“Será la que haga más hombres de bien y menos hipócritas, es decir, hombres que lleven a la práctica la ley de amor y caridad en su mayor pureza y en su aplicación más amplia. Mediante esa señal reconoceréis que una doctrina es buena, pues toda doctrina cuya consecuencia sea sembrar la desunión y establecer una demarcación entre los hijos de Dios, sólo puede ser falsa y perniciosa.”



Libre albedrío

843. El hombre, ¿tiene el libre albedrío de sus actos?
“Dado que tiene la libertad de pensar, tiene la de obrar. Sin libre albedrío, el hombre sería una máquina.”


844. El hombre, ¿goza de libre albedrío desde el nacimiento?
“Tiene la libertad de obrar tan pronto como tiene voluntad de hacer. En las primeras etapas de la vida, la libertad es casi nula. Se desarrolla y cambia de objeto junto con las facultades. Dado que el niño tiene pensamientos acordes con las necesidades propias de su edad, aplica su libre albedrío a las cosas que necesita.”


845. Las predisposiciones instintivas que el hombre trae al nacer, ¿no son un obstáculo para el ejercicio del libre albedrío?
“Las predisposiciones instintivas son las del Espíritu antes de su encarnación. Según él sea más o menos adelantado, pueden incitarlo a cometer actos reprensibles, y en eso será secundado por los Espíritus que simpatizan con esas disposiciones. Sin embargo, no hay incitación que sea irresistible cuando se tiene la voluntad de resistir. Recordad que querer es poder.” 


846. La organización, ¿influye en los actos de la vida? Si ejerce una influencia, ¿lo hace a expensas del libre albedrío?
“No cabe duda de que la materia ejerce una influencia en el Espíritu y puede obstaculizar sus manifestaciones. Por eso, en los mundos donde los cuerpos son menos materiales que en la Tierra, las facultades se desarrollan con mayor libertad. Con todo, el instrumento no confiere la facultad. Por lo demás, aquí es preciso distinguir las facultades morales de las intelectuales. Si un hombre tiene un instinto homicida, con toda seguridad es su propio Espíritu el que lo posee y el que se lo confiere, pero no sus órganos. Aquel que anula su pensamiento para ocuparse sólo de la materia, se vuelve semejante al animal, y peor aún, porque ya no piensa en precaverse contra el mal, y en esto comete una falta, puesto que obra así por su voluntad.”


847. La perturbación de las facultades, ¿quita al hombre el libre albedrío?
“Aquel cuya inteligencia se encuentra perturbada por alguna causa, ya no es dueño de su pensamiento y, por consiguiente, no tiene libertad. Esa perturbación suele ser un castigo para el Espíritu, que en una existencia anterior ha sido vano y orgulloso, y empleó mal sus facultades. Entonces podrá renacer en el cuerpo de un idiota, así como el déspota en el de un esclavo y el mal rico en el de un mendigo. No obstante, el Espíritu sufre con esa coacción, de la que tiene perfecta conciencia. En eso radica la acción de la materia.”


848. La perturbación de las facultades intelectuales a causa de la embriaguez, ¿excusa los actos reprensibles? 
“No, porque el ebrio se ha privado voluntariamente de la razón para satisfacer pasiones brutales. En vez de una falta, comete dos.”


849. En el hombre en estado salvaje, ¿cuál es la facultad dominante: el instinto o el libre albedrío?
“El instinto, lo que no le impide que obre con completa libertad en algunas cosas. Con todo, así como el niño, aplica esa libertad a sus necesidades, y ella se desarrolla con la inteligencia. Por consiguiente, tú, que eres más instruido que un salvaje, eres también más responsable que él por lo que haces.”


850. La posición social, ¿no es a veces un obstáculo para la completa libertad de acción?
“El mundo tiene, sin duda, sus exigencias. Dios es justo: toma en cuenta todo, pero os deja la responsabilidad de los escasos esfuerzos que hacéis para superar los obstáculos.”



Fatalidad

851. ¿Existe una fatalidad en los acontecimientos de la vida, conforme al sentido que se da a esa palabra? Es decir, todos los acontecimientos, ¿están determinados con antelación? En ese caso, ¿qué sucede con el libre albedrío?
“La fatalidad sólo existe en la elección de sufrir tal o cual prueba, que el Espíritu ha hecho al encarnar. Al elegirla, el Espíritu se traza una especie de destino, que es la consecuencia misma de la situación en que se encontrará. Me refiero a las pruebas físicas, porque con respecto a las pruebas morales y a las tentaciones, dado que el Espíritu conserva su libre albedrío acerca del bien y del mal, siempre es dueño de ceder o de resistir. Un Espíritu bueno, al verlo flaquear, puede acudir en su ayuda, pero no puede influir en él hasta el punto de adueñarse de su voluntad. Un Espíritu malo, es decir, inferior, al mostrarle y exagerarle un peligro físico, puede hacerlo vacilar y atemorizarlo. No obstante, la voluntad del Espíritu encarnado no deja por ello de estar libre de todo obstáculo.”


852. Hay personas a quienes parece perseguir una fatalidad, independientemente de su manera de obrar. ¿Está la desdicha en su destino?
“Tal vez sean pruebas que deben sufrir y que han elegido. Volvéis a culpar al destino de lo que casi siempre no es más que la consecuencia de vuestras propias faltas. En los males que te afligen, trata de conservar pura la conciencia, y eso será parte de tu consuelo.”

Las ideas correctas o falsas que nos formamos acerca de las cosas son la causa de nuestros triunfos o fracasos, conforme a nuestro carácter y nuestra posición social. Consideramos más sencillo y menos humillante para nuestro amor propio atribuir nuestros fracasos a la suerte o al destino, antes que a nuestras propias faltas. Si bien la influencia de los Espíritus a veces contribuye a ello, siempre podemos sustraernos a esa influencia rechazando las ideas que nos sugieren, cuando estas son malas.


853. Algunas personas se libran de un peligro mortal para caer en otro. Parece como si no pudieran escapar de la muerte. ¿No hay en eso una fatalidad?
“Sólo es fatal, en el verdadero sentido de la palabra, el instante de la muerte. Cuando ese momento ha llegado, ya sea por un medio o por otro, no podéis sustraeros a él.”


[853a] - Así pues, sea cual fuere el peligro que nos amenace, ¿no moriremos si no nos ha llegado la hora? 
“No, no perecerás. Tienes de ello miles de ejemplos. Sin embargo, cuando haya llegado la hora de tu partida, nada podrá impedirlo. Dios sabe por anticipado el tipo de muerte con que partirás de la Tierra, y a menudo tu Espíritu también lo sabe, porque le es revelado cuando elige una existencia determinada.”


854. Dado que la hora de la muerte es indefectible, ¿se sigue de ahí que las precauciones que tomemos para evitarla sean inútiles?
“No, porque las precauciones que tomáis os son sugeridas con miras a evitar la muerte que os amenaza. Son uno de los medios para que no ocurra.”


855. ¿Cuál es el objetivo de la Providencia al hacernos correr peligros que no tendrán ninguna consecuencia? 
“Cuando tu vida está expuesta a un riesgo, se trata de una advertencia que tú mismo deseaste a fin de apartarte del mal y hacerte mejor. Cuando te libras de ese riesgo, mientras aún te encuentras bajo la influencia del peligro que has corrido, piensas con mayor o menor intensidad en ser mejor, conforme a la mayor o menor intensidad de la acción que los Espíritus buenos ejercen sobre ti. Pero cuando se acerca un Espíritu malo -se sobrentiende que digo malo en el sentido del mal que todavía hay en él-, piensas que volverás a librarte de otros peligros en el futuro, y nuevamente das rienda suelta a tus pasiones. Mediante los peligros que corréis, Dios os recuerda vuestra debilidad y la fragilidad de vuestra existencia. Si examinamos la causa y la naturaleza del peligro, veremos que casi siempre sus consecuencias habrían sido el castigo de una falta cometida o de un deber descuidado. Dios os advierte de ese modo para que reflexionéis acerca de vosotros mismos y os enmendéis.”  (2)

(2) Tenemos en esta respuesta, de una manera clara y precisa, una exposición sucinta de lo que podemos denominar la dinámica espírita del perfeccionamiento humano. Por medio de las caídas y de las advertencias, de los riesgos corridos y de la ayuda de los buenos Espíritus, el hombre de buena voluntad irá venciendo sus malas inclinaciones y preparándose, ya en esta existencia, para una vida mejor en el futuro. Muy al contrario de desalentarnos, nuestras caídas deben ser transformadas en peldaños de la escala de nuestro mejoramiento espiritual. Conforme se advertirá, la “autosalvación” de que nos acusan algunos religiosos no es más que el desarrollo de la voluntad y de la razón del Ser, bajo la dispensa de la gracia de Dios y mediante sus mensajeros, los Espíritus buenos. [N. de J. H. Pires. 1981]



856. El Espíritu, ¿sabe por anticipado el tipo de muerte con que habrá de sucumbir?
“Sabe que la clase de vida que eligió lo expone a morir de una manera más que de otra. No obstante, también conoce las luchas que habrá de sostener para evitarlo, y que, si Dios lo permite, no sucumbirá.”


857. Hay hombres que afrontan el peligro de las batallas persuadidos de que no ha llegado su hora. ¿Tiene algún fundamento esa confianza?
“Muy a menudo el hombre tiene el presentimiento de su fin, como puede tener el de que aún no morirá. Ese presentimiento procede de sus Espíritus protectores, los cuales quieren advertirle que esté listo para partir, o le infunden valor en los momentos en que más lo necesita. También puede proceder de la intuición que tiene de la existencia que eligió, o de la misión que ha aceptado y que sabe que deberá cumplir.” 


858. ¿A qué se debe que quienes presienten su muerte le temen, por lo general, menos que los otros?
“Quien teme a la muerte es el hombre y no el Espíritu. El que la presiente, piensa más como Espíritu que como hombre: comprende su liberación y la aguarda.” 


859. Si la muerte no puede evitarse cuando debe ocurrir, ¿sucede lo mismo con todos los accidentes que sufrimos en el transcurso de la vida?
“Cuando se trata de cosas bastante insignificantes, nosotros podemos preveniros de ellas, y a veces hacemos que las evitéis dirigiendo vuestro pensamiento, pues no nos agrada el sufrimiento material. No obstante, eso es poco relevante para la vida que habéis elegido. La fatalidad, en verdad, sólo consiste en la hora en que debéis aparecer en la Tierra, así como en la que habréis de desaparecer de ella.”


[859a] - ¿Hay hechos que deben suceder forzosamente y que la voluntad de los Espíritus no puede evitar?
“Sí, pero que tú, en el estado de Espíritu, has visto y presentido cuando hiciste tu elección. Sin embargo, no creas que todo lo que sucede está escrito, como dicen. Un acontecimiento suele ser la consecuencia de algo que has hecho mediante un acto de tu voluntad libre, de modo que, si no hubieras hecho eso, el acontecimiento no habría tenido lugar. Si te quemas un dedo, no es más que el resultado de tu imprudencia y el efecto de la materia. Sólo los grandes dolores, los acontecimientos importantes, que pueden influir en la moral, han sido previstos por Dios, porque son útiles para tu purificación y tu esclarecimiento.”


860. El hombre, mediante su voluntad y sus actos, ¿puede evitar que tengan lugar acontecimientos que debían ocurrir, y a la inversa?
“Sí, puede hacerlo, en caso de que esa desviación aparente se integre a la vida que ha elegido. Además, para hacer el bien -como debe ser y por tratarse del único objetivo de la vida- puede impedir el mal, sobre todo aquel que contribuiría a un mal mayor.”


861. El hombre que cometió un asesinato, ¿sabía, cuando eligió su existencia, que se convertiría en un asesino?
“No. Sabía que si optaba por una vida de lucha tendría la posibilidad de matar a uno de sus semejantes, pero ignoraba si lo haría, porque el hombre casi siempre delibera antes de cometer el crimen. Ahora bien, el que delibera acerca de algo siempre es libre de hacerlo   o no. Si el Espíritu supiera por anticipado que, como hombre, habrá de cometer un asesinato, estaría predestinado a ello. Sabed, pues, que nadie está predestinado al crimen, y que todo crimen, así como cualquier otro acto, es en todos los casos el resultado de la voluntad y del libre albedrío.
Además, vosotros siempre confundís dos cosas muy distintas: los acontecimientos materiales de la vida y los actos de la vida moral. Si a veces existe la fatalidad, es en esos acontecimientos materiales, cuya causa es ajena a vosotros, y que son independientes de vuestra voluntad. En cuanto a los actos de la vida moral, emanan siempre del propio hombre, quien, por consiguiente, siempre tiene la libertad de elección. En relación con esos actos, pues, nunca existe la fatalidad.”


862. Hay personas a las cuales nada les sale bien. Un genio malo parece perseguirlas en todas sus empresas. ¿Se puede denominar a eso fatalidad?
“Es fatalidad, si así quieres denominarla. Pero es el resultado de la elección de la clase de existencia, porque esas personas han querido ser probadas mediante una vida de decepciones, a fin de ejercitar la paciencia y la resignación. Con todo, no creas que esa fatalidad sea absoluta. Suele ser el resultado del camino equivocado que han tomado y que no está a la altura de su inteligencia y sus aptitudes. El que quiere cruzar a nado un río, sin saber nadar, tiene muchas posibilidades de ahogarse. Así sucede en la mayoría de los acontecimientos de la vida. Si el hombre sólo emprendiera obras que estuviesen a la altura de sus facultades, por lo general tendría éxito. Pero se pierde por el amor propio y la ambición, que lo desvían del camino y hacen que confunda el deseo de satisfacer ciertas pasiones con una vocación. Fracasa por su culpa. No obstante, en lugar de admitir su error, prefiere acusar de ello a su estrella. Es el caso de quien se muere de hambre porque quiso ser un mal poeta en vez de ganarse honradamente la vida como un obrero eficiente. Habría lugar para todos si cada uno supiera ocupar el lugar que le corresponde.”


863. Las costumbres sociales, ¿no suelen obligar al hombre a seguir un camino antes que otro? ¿No está él sometido al control de la opinión cuando elige sus ocupaciones? Lo que llamamos respeto humano, ¿no es un obstáculo para el ejercicio del libre albedrío?
“Los hombres crean las costumbres sociales, no Dios. Si se someten a ellas es porque les conviene, lo cual también constituye un acto de su libre albedrío, puesto que si lo quisieran podrían liberarse de esas costumbres. Entonces, ¿por qué se quejan? No deben acusar a las costumbres sociales, sino a su tonto amor propio, que hace que prefieran morirse de hambre antes que renunciar a cumplirlas. Nadie les toma en cuenta ese sacrificio hecho a favor de la opinión. En cambio, Dios sí tomaría en cuenta el sacrificio de su vanidad. Esto no quiere decir que haya que desafiar a esa opinión innecesariamente, como lo hacen algunas personas que tienen más originalidad que verdadera filosofía. Hay tanto desatino en hacer que a uno lo señalen con el dedo o lo miren cual, si fuera un bicho raro, como sabiduría en descender por propia voluntad y sin quejarse, cuando uno no puede mantenerse en lo alto de la escala.”


864. Hay personas a quienes la suerte les es contraria. En cambio, a otras parece favorecerlas, pues todo les sale bien. ¿A qué se debe esto último?
“A menudo es porque son más ingeniosas. Aunque también puede tratarse de una clase de prueba. El éxito las embriaga. Se fían de su destino y más tarde suelen pagar esos mismos éxitos con crueles reveses, que habrían podido evitar con prudencia.”


865. ¿Cómo explicar la suerte que favorece a algunas personas en circunstancias en las que no intervienen en modo alguno la voluntad ni la inteligencia, en el juego, por ejemplo?
“Algunos Espíritus han elegido por anticipado determinados tipos de placer. La suerte que los favorece es una tentación. El que gana como hombre, pierde como Espíritu. Se trata de una prueba para su orgullo y su codicia.”


866. Así pues, la fatalidad que parece presidir los destinos materiales de nuestra vida, ¿sería también un efecto de nuestro libre albedrío?
“Tú mismo has elegido tu prueba. Cuanto más ruda sea y cuanto mejor la soportes, tanto más te elevarás. Los que pasan su vida en la abundancia y la felicidad humana son Espíritus cobardes que permanecen estacionarios. Así, el número de infortunados es muy superior al de los dichosos de la Tierra, dado que la inmensa mayoría de los Espíritus buscan la prueba que les será más fructífera. Conocen demasiado bien la futilidad de vuestras grandezas y placeres. Además, hasta la vida más feliz inevitablemente es agitada y desordenada: incluso en ausencia del dolor.” 


867. ¿De dónde proviene la expresión “nacer con buena estrella”?
“Antigua superstición que relacionaba las estrellas con el destino de cada hombre. Alegoría que algunas personas toman tontamente al pie de la letra.”



Conocimiento del porvenir

868. El porvenir, ¿puede ser revelado al hombre? 
“En principio, el porvenir se le oculta, y sólo en casos raros y excepcionales Dios permite que le sea revelado.”


869. ¿Con qué objetivo se oculta al hombre el porvenir? 
“Si el hombre conociera el porvenir descuidaría el presente y no obraría con la misma libertad, porque estaría dominado por la idea de que si una cosa debe ocurrir no hay razón para ocuparse de ella, o trataría de ponerle obstáculos. Dios no quiso que fuese así, a fin de que cada uno coopere en la realización de las cosas, incluso de aquellas a las que querría oponerse. De ese modo, tú mismo sueles preparar, sin sospecharlo, los acontecimientos que sobrevendrán en el curso de tu vida.”


870. Dado que resulta útil que el porvenir permanezca oculto, ¿por qué Dios permite, a veces, que nos sea revelado?
“Dios lo permite cuando ese conocimiento previo debe facilitar la realización de algo en lugar de obstaculizarlo, comprometiendo a actuar de un modo diferente a como se habría actuado sin ese conocimiento. Por otra parte, suele ser una prueba. La perspectiva de un acontecimiento puede despertar pensamientos más o menos buenos. Si un hombre debe saber, por ejemplo, que recibirá una herencia con la que no contaba, podrá ser tentado por un sentimiento de codicia, por el júbilo de aumentar sus goces terrenales, por el deseo de poseer esa fortuna cuanto antes, anhelando tal vez la muerte de aquel que habrá de legársela. Por el contrario, esa perspectiva podrá despertar en él buenos sentimientos e ideas generosas. Si la predicción no se cumple, constituye otra prueba: la de cómo soportará la decepción. Con todo, no por eso dejará de tener el mérito o el demérito de los pensamientos buenos o malos que la creencia en el acontecimiento ha generado en él.”


871. Dado que Dios lo sabe todo, también sabe si un hombre habrá de sucumbir o no ante una determinada prueba. En ese caso, ¿cuál es la necesidad de dicha prueba, si no puede mostrarle a Dios nada que ya no sepa acerca de ese hombre?
“Tanto valdría preguntar por qué Dios no creó al hombre perfecto y acabado; o por qué el hombre pasa por la infancia antes de llegar a la edad adulta. El objetivo de la prueba no es instruir a Dios acerca del mérito de ese hombre, porque Dios sabe perfectamente lo que vale, sino dejar a ese hombre la responsabilidad completa de su acción, puesto que él es libre de realizarla o no. Dado que el hombre puede elegir entre el bien y el mal, la prueba tiene la finalidad de enfrentarlo a la tentación del mal y dejarle todo el mérito de resistirlo. Ahora bien, aunque Dios sepa perfectamente bien, por anticipado, si triunfará o no, no puede en su justicia castigarlo ni recompensarlo por un acto que no ha cometido.”

Lo mismo sucede entre los hombres. Por muy capaz que sea un estudiante, por más certeza que tengamos de que aprobará, no se le otorga ningún título sin un examen, es decir, sin una prueba. Del mismo modo, el juez sólo condena a un acusado sobre la base del acto consumado y no por la presunción de que podrá o deberá consumarlo. Cuanto más reflexionamos acerca de las consecuencias que para el hombre resultarían del conocimiento del porvenir, tanto más vemos cuán sabia ha sido la Providencia al ocultárselo. La certeza de un acontecimiento dichoso lo sumiría en la inacción. La de un acontecimiento desgraciado, en el desánimo. En ambos casos sus fuerzas se verían paralizadas. Por esa razón, el porvenir sólo se muestra al hombre como un objetivo que debe alcanzar mediante sus esfuerzos, pero sin que conozca la serie de pasos que tendrá que dar para lograrlo. El conocimiento de todos los incidentes del camino le impediría tomar la iniciativa y hacer uso de su libre albedrío. Se dejaría llevar por la pendiente fatal de los acontecimientos, sin ejercer sus facultades. Cuando el éxito de algo está asegurado, ya no nos preocupamos por ello.



Resumen teórico del móvil de las acciones del hombre

872. La cuestión del libre albedrío puede resumirse así: el hombre no es fatalmente conducido al mal; los actos que realiza no están escritos de antemano; los crímenes que comete no son el resultado de una sentencia del destino. El hombre puede, como prueba o expiación, elegir una existencia en la que sufrirá las incitaciones del crimen, ya sea por el medio en que se encuentre, o por las circunstancias que sobrevengan. No obstante, siempre es libre de obrar o de no obrar. Así pues, el libre albedrío existe, en el estado de Espíritu, en la elección de la existencia y de las pruebas; y en el estado corporal, en la facultad de ceder o resistir a las incitaciones a que nos hemos sometido voluntariamente. Compete a la educación combatir esas malas tendencias. Y lo hará con provecho cuando se base en el estudio profundo de la naturaleza moral del hombre. Mediante el conocimiento de las leyes que rigen a esa naturaleza moral se llegará a modificarla, así como se modifica la inteligencia mediante la instrucción, y el temperamento mediante la higiene. 

El Espíritu, desprendido de la materia y en el estado errante, elige sus futuras existencias corporales según el grado de perfección que ha alcanzado, y en eso sobre todo consiste -como hemos dicho- su libre albedrío. Esa libertad no queda anulada por la encarnación. Si el Espíritu cede a la influencia de la materia es porque sucumbe ante las pruebas que él mismo eligió, y para que lo ayuden a superarlas puede invocar la asistencia de Dios y de los Espíritus buenos.

Sin el libre albedrío el hombre no tiene culpa por el mal ni mérito por el bien. Esto es a tal punto admitido, que en el mundo siempre se censura o se elogia la intención, es decir, la voluntad. Ahora bien, quien dice voluntad, dice libertad. Por consiguiente, el hombre no puede valerse de su organización como excusa para justificar sus malas acciones, sin abdicar de su razón y de su condición de ser humano, para equipararse con los animales. Si es así para el mal, lo mismo será para el bien. No obstante, cuando el hombre hace el bien pone mucho cuidado en que se le reconozca el mérito a él mismo, y se abstiene de atribuírselo a sus órganos, lo cual prueba que instintivamente no renuncia, a pesar de lo que opinan algunos sistemáticos(3), al más bello privilegio de su especie: la libertad de pensar. 

(3)  [En francés, el adjetivo systématique es utilizado, en el caso que nos ocupa, en sentido despectivo.]

La fatalidad, tal como se la entiende vulgarmente, supone la decisión previa e irrevocable de todos los acontecimientos de la vida, cualquiera que sea su importancia. Si ese fuera el orden de las cosas, el hombre sería una máquina sin voluntad. Dado que se hallaría invariablemente dominado en todos sus actos por el poder del destino, ¿para qué le serviría la inteligencia? Tal doctrina, en caso de ser cierta, implicaría la destrucción de toda libertad moral. Ya no habría responsabilidad para el hombre y, por consiguiente, dejarían de existir el bien y el mal, los crímenes y las virtudes. Dios, soberanamente justo, no podría castigar a su criatura por faltas cuya realización no dependería de ella, así como tampoco podría recompensarla por virtudes cuyo mérito no tendría. Semejante ley sería, además, la negación de la ley del progreso, pues el hombre que esperase todo de la suerte no intentaría nada para mejorar su posición, puesto que esta no sería ni mejor ni peor.

La fatalidad no es, con todo, una palabra vana. Existe en la posición que el hombre ocupa en la Tierra y en las funciones que desempeña en ella, como consecuencia del tipo de existencia que su Espíritu eligió, ya sea una prueba, una expiación o una misión. El hombre sufre fatalmente todas las vicisitudes de esa existencia y todas las tendencias, buenas o malas, que le son inherentes; pero la fatalidad se detiene allí, porque depende de su voluntad que ceda o no a esas tendencias. El detalle de los acontecimientos está subordinado a las circunstancias que el propio hombre provoca con sus actos, y en los cuales pueden influir los Espíritus mediante los pensamientos que le sugieren. 

La fatalidad está, pues, en los acontecimientos que se presentan, dado que ellos son la consecuencia de la elección de la existencia que ha hecho el Espíritu. Tal vez no esté en el resultado de esos acontecimientos, pues del hombre depende modificar el curso de estos con su prudencia. Nunca hay fatalidad en los actos de la vida moral.

En la muerte el hombre sí se halla sometido de manera absoluta a la inexorable ley de la fatalidad, pues no puede librarse de la sentencia que fija el término de su existencia, ni del tipo de muerte que debe interrumpir su curso.

Según la doctrina vulgar, el hombre extrae de sí mismo todos sus instintos. Estos proceden de su organización física, de la cual él no es responsable; o de su propia naturaleza, en la que encuentra una excusa ante sus propios ojos diciendo que no es culpa suya ser como es. La doctrina espírita es, evidentemente, más moral. Admite en el hombre el libre albedrío en toda su plenitud. Al decirle que si hace el mal cede a una mala sugestión extraña, le deja la responsabilidad completa, puesto que reconoce en él el poder de resistir, lo cual es evidentemente más fácil que si tuviera que luchar contra su propia naturaleza. Así, según la doctrina espírita, no hay incitación irresistible: el hombre puede siempre cerrar los oídos a la voz oculta que lo incita al mal en su fuero interior, así como puede cerrarlos a la voz material de quien le habla. Puede hacerlo mediante su voluntad, pidiéndole a Dios la fuerza necesaria y reclamando con ese fin la asistencia de los Espíritus buenos. Eso es lo que nos enseña Jesús en la sublime plegaria de La oración dominical, cuando nos hace decir: “No nos dejes caer en la tentación, más líbranos del mal”

Esta teoría de la causa excitante de nuestros actos resulta evidentemente de toda la enseñanza que imparten los Espíritus. No sólo es sublime en cuanto a su moralidad, sino que -agregamos- eleva al hombre ante sí mismo. Lo muestra libre de sacudirse un yugo obsesor, así como es libre de cerrar su casa a los inoportunos. Ya no es una máquina que funciona mediante un impulso independiente de su voluntad, sino un ser de razón, que escucha, juzga y elige libremente entre dos consejos. Añadamos que, a pesar de esto, el hombre no se halla privado de su iniciativa; no deja de obrar por su propio impulso, puesto que en definitiva no es más que un Espíritu encarnado que conserva, bajo la envoltura corporal, las cualidades y los defectos que tenía como Espíritu. Por consiguiente, la causa principal de las faltas que cometemos está en nuestro propio Espíritu, que todavía no alcanzó la superioridad moral que tendrá algún día, aunque no por eso carece de libre albedrío. La vida corporal le fue otorgada para que purgue sus imperfecciones mediante las pruebas que sufre en ella, y son precisamente esas imperfecciones las que lo tornan más débil y accesible a las sugestiones de los otros Espíritus imperfectos, que se aprovechan de ellas para tratar de hacerlo sucumbir en la lucha que ha emprendido. Si sale victorioso de esa lucha, se eleva. Si fracasa, sigue siendo lo que era, ni mejor ni peor. Se trata de una prueba que deberá recomenzar, y eso puede durar mucho tiempo. Cuanto más se purifica, tanto más disminuyen sus puntos débiles y menos motivos da a los que lo incitan al mal. Su fuerza moral crece a causa de su elevación, y los Espíritus malos se alejan de él.

Todos los Espíritus, más o menos buenos, cuando están encarnados, constituyen la especie humana. Y como la Tierra es uno de los mundos menos adelantados, en ella se encuentran más Espíritus malos que buenos, por eso vemos aquí tanta perversidad. Esforcémonos, pues, para no tener que volver a este mundo después de la actual estancia, y para que merezcamos ir a descansar en un mundo mejor, en uno de esos mundos privilegiados en los que el bien reina con exclusividad y donde sólo recordaremos nuestro paso por la Tierra como un período de exilio.


AMOR, CARIDAD y TRABAJO







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