EL ESPACIO
La Génesis de Allan kardec
El espacio…
Para figurarnos, cuanto es posible hacerlo con nuestras limitadas facultades, la infinidad del espacio, supongamos que, partiendo de la tierra, perdida en medio de lo infinito, hacia un punto cualquiera del Universo, y esto con la prodigiosa velocidad de la chispa eléctrica, que recorre millares de leguas a cada segundo, apenas hemos dejado este globo y habiendo recorrido millones de leguas, nos encontramos en un sitio donde nuestro globo nos aparece bajo el aspecto de una pálida estrella. Un instante después, siguiendo la misma dirección llegamos hacia las estrellas lejanas, que apenas se distinguen desde la estación terrestre, y desde allí no solo no se distingue la tierra en las profundidades del cielo, sino que aun el Sol con todo su esplendor queda eclipsado por la distancia que de él nos separa. Animados siempre por la misma velocidad del relámpago, dejamos atrás sistemas de mundos a cada paso que avanzamos en la extensión, islas de luz etérea, vías estelíferas (estrelladas), regiones suntuosas donde Dios ha sembrado mundos con la misma profusión que hay flores en la primavera en las praderías terrestres.
Solo hace algunos minutos que vamos marchando y ya centenares de millones de millones de leguas, billones y trillones nos separan de la tierra, y millones y millones de mundos han pasado por nuestra vista, y, sin embargo, escuchad... no hemos avanzado un solo paso en el Universo.
Si continuamos durante años y siglos, y millones de períodos cien veces seculares, e incesantemente con la misma velocidad inicial, no por eso habremos adelantado más; y esto en cualquiera dirección que vayamos y hacia cualquier punto que nos dirigiésemos a partir de este grano invisible que llamamos tierra.
Eso es el espacio.
Los desiertos del espacio
Un desierto inmenso, sin límites, se extiende más allá de la aglomeración de estrellas que acabamos de mencionar, y la envuelve. Soledades suceden a soledades, e inconmensurables planicies de vacío se extienden a lo lejos. Los cúmulos de materia cósmica se encuentran aislados en el espacio como islas flotantes de un inmenso archipiélago. Si queremos apreciar de alguna forma la distancia enorme que separa al cúmulo de estrellas del que formamos parte, de otras aglomeraciones más cercanas, debemos saber que esas islas estelares se encuentran diseminadas y son escasas en el vasto océano de los cielos, y que la extensión que separa a unas de otras es incomparablemente mayor que la que mide sus respectivas dimensiones.
Ahora bien, como ya vimos, la nebulosa estelar mide, en números redondos, mil veces la distancia de las estrellas más próximas, es decir, unos cien mil trillones de leguas. La distancia que existe entre ellas, por ser mucho mayor, no podría ser expresada en números accesibles para la comprensión de nuestro espíritu. Sólo la imaginación, en sus concepciones más elevadas, es capaz de atravesar esa prodigiosa inmensidad, esas soledades mudas y privadas de toda apariencia de vida, y de encarar de algún modo la idea de esa infinidad relativa.
No obstante, ese desierto celeste que envuelve a nuestro universo sideral, y que parece extenderse como si se tratara del más lejano confín de nuestro mundo astral, es abarcado por la vista y el poder infinito del Altísimo, que, más allá de esos cielos de nuestros cielos, ha desarrollado la trama de su creación sin límites.
Más allá de esas vastas soledades, en efecto, mundos magnificentes irradian tanto como en las regiones accesibles a las investigaciones humanas; más allá de esos desiertos fluctúan espléndidos oasis en el límpido éter, y renuevan sin cesar las escenas admirables de la existencia y de la vida. Allá se suceden los conglomerados lejanos de sustancia cósmica, a los que la profunda mirada del telescopio entrevé a través de las regiones transparentes de nuestro cielo, y a los que dais el nombre de “nebulosas irresolubles”, las cuales os parecen ligeras nubes de polvo blanco, perdidas en un punto desconocido del espacio etéreo. Allá se revelan y se desarrollan mundos nuevos, cuyas condiciones variadas y diversas de las que son inherentes a vuestro globo, les confieren una vida que vuestras concepciones no pueden imaginar, ni vuestros estudios comprobar. Es allá donde fulgura en toda su plenitud el poder creador. Aquel que llega desde las regiones ocupadas por vuestro sistema, se depara con la acción de otras leyes, cuyas fuerzas rigen las manifestaciones de la vida. Y los nuevos caminos que se nos presentan en esas singulares regiones nos abren sorprendentes perspectivas.
Consideraciones morales
Nos acompañasteis en nuestras excursiones celestes, y visitasteis con nosotros las inmensas regiones del espacio. Ante nuestra mirada, los soles han sucedido a los soles, los sistemas a los sistemas, las nebulosas a las nebulosas; ante nuestros pasos se desplegó el panorama espléndido de la armonía del cosmos, y gozamos anticipadamente de la idea de lo infinito, a la que solamente de acuerdo con nuestra perfectibilidad futura podremos comprender en toda su extensión. Los misterios del éter nos desvelaron su enigma, hasta aquí indescifrable, y al menos concebimos la idea de la universalidad de las cosas. Es necesario que ahora nos detengamos a reflexionar.
No cabe duda de que es bueno haber reconocido cuán ínfima es la Tierra, y lo mediocre que resulta su importancia en la jerarquía de los mundos; es bueno haber abatido la presunción humana, que nos es tan apreciada, y habernos humillado ante la grandeza absoluta. No obstante, aún será más bueno que interpretemos en sentido moral el espectáculo del que hemos sido testigos. Deseo hablar del poder infinito de la naturaleza, y de la idea que nos debemos hacer de su modo de actuar en los diversos dominios del vasto universo.
Como estamos habituados a juzgar las cosas según nuestra pobre e insignificante morada, imaginamos que la naturaleza no ha podido o no ha debido actuar sobre los otros mundos más que de acuerdo con las reglas que conocemos en la Tierra. Ahora bien, es precisamente en ese punto que debemos reformar nuestro modo de ver.
Por un instante, echad una mirada sobre una región cualquiera de vuestro globo y sobre una de las producciones de vuestra naturaleza, ¿no reconocéis allí el sello de una variedad infinita y la prueba de una actividad sin par? ¿No veis en el ala de una avecilla de las Canarias, en el pétalo de un pimpollo de rosa entreabierto, la prodigiosa fecundidad de esa bella naturaleza?
Que vuestros estudios sean aplicados a los seres que aletean en los aires, que desciendan hasta la violeta de los prados, que se sumerjan en las profundidades del océano, y en todo y por todas partes leeréis esta verdad universal: la naturaleza todopoderosa obra conforme a los lugares, los tiempos y las circunstancias; es una sola en su armonía general, aunque múltiple en sus producciones; juguetea con un sol tanto como con una gota de agua; puebla de seres vivos un mundo inmenso con la misma facilidad con que hace eclosionar el huevo depositado por la mariposa.
Ahora bien, si es tal la variedad que la naturaleza ha podido describirnos en todos los lugares de este pequeño mundo, tan estrecho, tan limitado, ¿cuánto más amplio debéis considerar ese modo de acción si evaluáis las perspectivas de los mundos enormes? ¿Cuánto más desarrollada y pujante habréis de reconocer su poderosa amplitud si la aplicáis en esos mundos maravillosos que, mucho más que la Tierra, dan testimonio de su incognoscible (insondable, impenetrable…) perfección?
No veáis, pues, en torno de cada uno de los soles del espacio, sólo sistemas planetarios semejantes al vuestro; no veáis en esos planetas sólo los tres reinos de la naturaleza que brillan alrededor vuestro. Pensad, por el contrario, que, así como ningún rostro de hombre es semejante a otro en todo el género humano, también una diversidad prodigiosa, inimaginable, ha sido esparcida por las moradas etéreas que flotan en el seno de los espacios.
Del hecho de que nuestra naturaleza animada comience en el zoófito y culmine en el hombre, que la atmósfera alimente la vida terrestre, que el elemento líquido la renueve sin cesar, que vuestras estaciones hagan que se sucedan en esa vida los fenómenos que las distinguen, no deduzcáis que los millones de millones de planetas que ruedan en la inmensidad sean semejantes a aquel en el que habitáis. Lejos de eso, aquellos difieren de acuerdo con las diferentes condiciones que les han sido prescriptas, y conforme al papel que le cupo a cada uno en el escenario del mundo. Son variadas piedras preciosas de un inmenso mosaico, flores diversas de un maravilloso jardín.
El Libro de los Espíritus de allan Kardec
Espacio universal
El espacio universal, ¿es infinito o limitado?
“Infinito. Suponle límites: ¿qué habría más allá? Eso confunde a tu razón, bien lo sé. Sin embargo, tu razón te dice que no puede ser de otro modo. Lo mismo ocurre con lo infinito en todas las cosas. En vuestro reducido ámbito no podéis comprenderlo.”
Si se supone que el espacio tiene un límite, por muy lejano que el pensamiento pueda concebirlo, la razón dice que más allá de ese límite hay algo, y así gradualmente hasta lo infinito, pues ese algo, aunque fuese el vacío absoluto, también sería espacio.
El vacío absoluto, ¿existe en alguna parte del espacio universal?
“No, nada está vacío. Lo que para ti es vacío se encuentra ocupado por una materia que escapa a tus sentidos y a tus instrumentos.”
AMOR, CARIDAD y TRABAJO
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