PROGRESIÓN DE LOS ESPÍRITUS
Después de la muerte de León Denis
LA
PLURALIDAD DE LAS EXISTENCIAS
¿Bajo qué forma se desarrolla la vida
inmortal, y qué es en realidad la vida del alma? Para responder a estas
preguntas necesitamos considerar en su origen y examinar en su conjunto el
problema de las existencias.
Sabemos que en nuestro globo la vida aparece
en un principio bajo los aspectos más sencillos, más elementales, para
elevarse, mediante una progresión constante, de formas en formas, de especies
en especie, hasta llegar al tipo humano, coronamiento de la creación terrenal.
Gradualmente, los organismos se desarrollan y se refinan, y la sensibilidad
aumenta. Lentamente, la vida se emancipa de la fuerza de la materia; el
instinto ciego cede su puesto a la inteligencia y a la razón.
Esta escala de la evolución progresiva,
cuyas gradas más bajas se pierden en un tenebroso abismo, ¿la han recorrido
todas las almas? Antes de adquirir la conciencia y la libertad, antes de
poseerse en la plenitud de su voluntad, ¿hubo de animar a los organismos
rudimentarios y revestir las formas inferiores de la vida? El estudio del
carácter humano, todavía influenciado de bestialidad, nos induciría a creerlo.
Sin embargo, la pregunta queda incontestada (1) .
(1) Véase El Problema del Ser, del
Destino y del Dolor, Cap. IX, Evolución y finalidad del Alma -N.
del A.
El sentimiento de la absoluta justicia,
de que el animal -no ya el hombre- no debe vivir para la nada. Una cadena
ascendente y continua parece unir todas las creaciones, el mineral al vegetal,
el vegetal al animal y éste al hombre. Puede unirlos doblemente, al material
como al espiritual. Estas dos formas de la evolución serían paralelas y
solidarias, al no ser la vida más que una manifestación del espíritu.
Sea como fuere, el alma, después de
haber llegado al estado humano y de haber adquirido la conciencia, no puede
volver atrás. En todos los grados las formas que reviste tienen la expresión de
su valor propio. No hay que acusar a Dios de haber creado formas horribles y
malas. Los seres no pueden tener otras apariencias que las que resultan de sus
tendencias y de las costumbres contraídas. Ocurre que las almas humanas escogen
cuerpos débiles y lacerados para comprimir sus pasiones y adquirir las
cualidades necesarias para su adelanto, y, en la naturaleza inferior, ninguna
elección puede hacerse: el ser vuelve a caer forzosamente bajo el imperio de
las atracciones que ha desarrollado en sí.
Este desarrollo gradual puede ser
comprobado por todo observador atento. En los animales domésticos, las
diferencias de carácter son apreciables. En las mismas especies, algunos
individuos parecen más adelantados que otros. Algunos poseen cualidades que les
asemejan sensiblemente al hombre, y son susceptibles de afecto y de abnegación.
Siendo la materia incapaz de amar y de sentir, es preciso admitir en ellos la
existencia de un alma en estado embrionario.
Por otra parte, no hay nada más grande,
más justo, más conforme con la ley del progreso que esa ascensión de las almas
operándose por etapas sucesivas en el transcurso de las cuales se forman por sí
mismas, se libran poco a poco de los pesados instintos, rompen su caparazón de
egoísmo para despertar a la razón, al amor, a la libertad. Es soberanamente
equitativo que todas hayan de hacer el mismo aprendizaje, y que sólo gane todo
ser un estado superior después de haber adquirido aptitudes nuevas.
No termina su evolución el día en que el
alma, ha conquistado su autonomía y su
responsabilidad moral y ha comprendido el deber. Lejos de acabar, su obra real
comienza entonces; nuevas tareas le reclaman. Las luchas del pasado no son más
que el preludio de las que el porvenir le reserva. Sus renacimientos en cuerpos
carnales se sucederán sobre el globo. Todas las veces reanudará con órganos
rejuvenecidos la obra de perfeccionamiento interrumpida por la muerte para
proseguirla y llegar más lejos. Viajera eterna, el alma ha de subir así de
esfera en esfera hacia el bien, hacia la razón infinita, adquirir nuevos
grados, crecer en ciencia, en sabiduría y en virtud.
Cada una de nuestras existencias terrenas
sólo es un episodio de nuestra vida inmortal. Ningún alma podría, en tan breve
espacio de tiempo, despojarse de sus vicios, de sus errores, de todos los
apetitos vulgares que son vestigios de sus vidas desvanecidas y las pruebas de
su origen.
Al medir el tiempo que ha necesitado la
humanidad desde su aparición en el globo para llegar a este estado de
civilización, comprenderemos que, para subir de claridad en claridad hacia lo
absoluto, hacia lo divino, necesita el alma períodos sin límites y vidas siempre
renacientes (2) .
(2) La ley de las reencarnaciones no está
solamente demostrada por la razón; está también probada por los hechos. Las
experiencias del coronel de Rochas sobre la regresión de la memoria y las más
antiguas de los experimentadores españoles Fernández Colavida y Esteva Marata,
señaladas en el Congreso espiritualista de 1900, establecen que, en los sujetos
en estado de separación mediante el sueño magnético, las capas profundas de la
memoria, oscuras y mudas en estado de vigilia, pueden entrar en vibración. El
sujeto se acuerda de los menores detalles de su infancia, así como también
acuden a él los recuerdos de sus existencias anteriores. Por estos estudios, el
conjunto de pruebas que establecen la realidad de las preexistencias del ser se
constituye poco a poco, y la personalidad humana se revela bajo aspectos
enteramente nuevos. (Véase, para el conjunto de estas experiencias, nuestra
obra El Problema del Ser y del Destino, capítulo XIV). - N. del A
Sólo la pluralidad de las existencias
puede explicar la diversidad de caracteres, la variedad de aptitudes, la
desproporción de las cualidades morales, y, en una palabra, todas las
desigualdades que nos llaman la atención.
Fuera de esta ley, nos preguntaríamos en
vano por qué algunos poseen el talento, los sentimientos nobles, las
aspiraciones elevadas, siendo así que tantos otros sólo participan de la
estupidez, de las pasiones viles y de los instintos groseros.
¿Qué pensar de un Dios que, al
asignarnos una sola vida corporal, nos hubiera hecho participar de ella en
forma tan desigual, y, desde el salvaje hasta el civilizado, hubiera reservado
para los hombres unos bienes tan poco adecuados y un nivel moral tan diferente?
Sin la ley de las reencarnaciones, la iniquidad gobernaría al mundo.
La influencia de los medios, la
herencia, las diferencias de la educación, teniendo toda su importancia, no
bastan para explicar estas anomalías. Vemos a los miembros de una misma
familia, semejantes por la carne y por la sangre y alimentados de las mismas
enseñanzas, diferir en muchos puntos. Hombres excelentes han tenido por hijos a
monstruos; por ejemplo, Marco Aurelio, que engendró a Cómodo, y otros
personajes célebres y estimados tuvieron en su descendencia parientes oscuros
desprovistos de valor moral.
Si todo comenzase para nosotros con la
vida oculta, ¿cómo explicarnos tanta diversidad en las inteligencias, tantos
grados en la virtud o en el vicio, tantos escalones en las situaciones humanas?
Un misterio impenetrable se cernería sobre esos genios precoces, sobre esos
espíritus prodigiosos que, desde su infancia, se lanzan con fogosidad por los
senderos del arte y de la ciencia, siendo así que tantos otros jóvenes
palidecen en el estudio y continúan siendo mediocres, a pesar de sus esfuerzos.
Todas estas oscuridades se disipan en
presencia de la doctrina de las existencias múltiples. Los seres que se
distinguen por su poder intelectual o por sus virtudes han vivido más, han
trabajado más, han adquirido una experiencia y unas aptitudes más extensas.
El progreso y la elevación de las almas
dependen únicamente de sus trabajos, de la energía desplegada por ellas en el
combate vital. Unas luchan con valor y franquean rápidamente las gradas que las
separan de la vida superior, en tanto que otras se inmovilizan durante siglos
con existencias ociosas y estériles. Y estas desigualdades, resultado de las
obras del pasado, pueden ser rescatadas y niveladas mediante nuestras vidas
futuras.
En resumen: el ser se crea a sí mismo
mediante el desenvolvimiento gradual de las fuerzas que están en él.
Inconscientemente al comienzo de su carrera, su vida se hace más inteligente y
consciente cuando, entra en posesión de su yo.
Todavía su libertad está limitada por la acción de las leyes naturales que
intervienen para asegurar su conservación. Así, pues, libre albedrío y
fatalismo se equilibran y se compensan el uno con el otro. La libertad, y, por
consiguiente, la responsabilidad son siempre proporcionales al adelanto del
ser.
Tal es la única solución racional del
problema. A través de la sucesión de las épocas, en la superficie de millares
de mundos, nuestras existencias se desarrollan, pasan y se renuevan; en cada
una de ellas, desaparece un poco del mal que existe en nosotros; nuestras almas
se fortifican, se purifican, penetran más adelante en el camino sagrado, hasta
que, libradas de las reencarnaciones dolorosas, han conquistado con sus méritos
el acceso a los círculos superiores donde resplandecen eternamente la belleza,
la sabiduría, el poder, el amor ...
El libro de los espíritus de Allan Kardec
Progresión
de los Espíritus
114.
Los Espíritus, ¿son buenos o malos por naturaleza, o mejoran por sí mismos?
“Los Espíritus mejoran por sí mismos: al hacerlo pasan de
un orden inferior a otro superior.”
115.
Los Espíritus, ¿han sido creados unos buenos y otros malos?
“Dios creó a todos los Espíritus simples e ignorantes, es
decir, desprovistos de ciencia. A cada uno le dio una misión con el objetivo de
instruirlos y de hacerlos llegar progresivamente a la perfección mediante el conocimiento
de la verdad, y para aproximarlos a Él. Para ellos la dicha eterna e
imperturbable reside en esa perfección. Los Espíritus adquieren esos
conocimientos al pasar por las pruebas que Dios les impone. Algunos aceptan
esas pruebas con sumisión y llegan más pronto al objetivo que se les asignó.
Otros sólo las sufren con quejas, y así, por su culpa, quedan alejados de la
perfección y de la felicidad prometida.”
[115a]
- Según esto, en su origen los Espíritus parecen ser como los niños: ignorantes
y sin experiencia, aunque poco a poco adquieren los conocimientos que les
faltan a medida que recorren las diferentes fases de la vida.
“Sí, la comparación es exacta. El niño rebelde permanece ignorante
e imperfecto. Aprende más o menos según su docilidad. Sin embargo, la vida del
hombre tiene un término, mientras que la de los Espíritus se extiende hasta lo
infinito.”
116.
Entre los Espíritus, ¿los hay que quedarán perpetuamente en las categorías
inferiores?
“No, todos llegarán a ser perfectos. Cambian, pero con lentitud,
porque como lo hemos dicho en otra ocasión, un padre justo y misericordioso no
puede conservar a sus hijos en el destierro por toda la eternidad. ¿Pretenderías
acaso que Dios, tan grande, bueno y justo, fuese peor que vosotros mismos?”
117.
¿Depende de los Espíritus apresurar su progreso hacia la perfección?
“Sin duda. Llegan con mayor o menor rapidez según su deseo
y su sumisión a la voluntad de Dios. Un niño dócil, ¿no se instruye acaso más
rápido que uno reacio?”
118.
Los Espíritus, ¿pueden degenerar?
“No. A medida que avanzan comprenden lo que los alejaba de
la perfección. Cuando el Espíritu ha concluido una prueba, adquirió el
conocimiento de ella y no lo olvida. Puede permanecer estacionario, pero no
retrocede.”
119.
¿No podría Dios eximir a los Espíritus de las pruebas que deben sufrir para
llegar a la primera categoría?
“Si hubiesen sido creados perfectos no tendrían el mérito
para gozar de los beneficios de esa perfección. ¿Cuál sería el mérito si no
hubiera lucha? Por otra parte, la desigualdad que existe entre ellos es necesaria
para su personalidad. Además, la misión que cumplen en los diferentes grados
está dentro de los designios de la Providencia en relación con la armonía del
universo.”
Puesto
que en la vida social todos los hombres pueden llegar a los primeros puestos,
valdría preguntarse por qué el soberano de un país no asciende a general a cada
uno de sus soldados, por qué todos los empleados subalternos no llegan a ser
funcionarios superiores, o por qué todos los escolares no se convierten en
maestros. Ahora bien, hay una diferencia entre la vida social y la vida
espiritual: la primera es limitada y no siempre permite ascender todos los
grados, mientras que la segunda es ilimitada y deja a cada uno la posibilidad
de elevarse al grado supremo.
120.
¿Todos los Espíritus pasan por la serie del mal para llegar al bien?
“No por la serie del mal, sino por la de la ignorancia.”
121.
¿Por qué algunos Espíritus han seguido el camino del bien y otros el del mal?
“¿Acaso no tienen libre albedrío? Dios no creó Espíritus malos;
los creó simples e ignorantes, es decir, con tanta aptitud para el bien como
para el mal. Los que son malos llegaron a serlo por su voluntad.”
122.
¿Cómo pueden los Espíritus, en su origen, cuando aún no tienen conciencia de sí
mismos, tener la libertad de elegir entre el bien y el mal? ¿Hay en ellos un
principio, alguna tendencia que los lleve en una dirección más que en otra?
“El libre albedrío se desarrolla a medida que el Espíritu adquiere
la conciencia de sí mismo. No habría libertad si la elección fuese determinada
por una causa independiente de la voluntad del Espíritu. La causa no está en
él, sino fuera de él, en las influencias a las cuales cede en virtud de su
voluntad libre. Se trata de la gran alegoría de la caída del hombre y del
pecado original: algunos cedieron a la tentación, otros resistieron.”
[122a]
- ¿De dónde provienen las influencias que se ejercen sobre él?
“De los Espíritus imperfectos que procuran apoderarse de él
y dominarlo, y que se complacen en
hacerlo sucumbir. Es lo que se ha querido representar mediante
la figura de Satán.”
[122b]
- Esa influencia, ¿sólo se ejerce sobre el Espíritu en su origen?
“Lo sigue durante su vida de Espíritu hasta que haya conseguido
tal dominio de sí mismo, que los malos renuncien a obsesionarlo.”
123.
¿Por qué Dios ha permitido que los Espíritus puedan seguir el camino del mal?
“¿Cómo os atrevéis a pedir a Dios cuenta de sus actos?
¿Acaso creéis poder penetrar sus designios?
Sin embargo, estáis en condiciones de deciros esto: la sabiduría
de Dios está en la libertad que deja a cada uno de elegir, pues cada uno tiene
el mérito de sus obras.”
124.
Puesto que hay Espíritus que desde el principio siguen el camino del bien
absoluto, y otros el del mal absoluto, ¿existen sin duda grados entre esos dos extremos?
“Sí, con certeza, y son la gran mayoría.”
125.
Los Espíritus que han seguido el camino del mal, ¿podrán llegar al mismo grado
de superioridad que los otros?
“Sí, pero las eternidades serán más largas para ellos.”
Por
la expresión las eternidades debemos entender la idea que tienen los
Espíritus inferiores acerca de la perpetuidad de sus padecimientos, porque no
les es dado ver el término de estos. Esa idea se renueva con cada una de las
pruebas ante las que sucumben.
126.
Los Espíritus que han llegado al grado supremo después de haber pasado por el
mal, ¿tienen ante
Dios
menos mérito que los otros?
“Dios contempla a los extraviados con la misma mirada y los
ama a todos con el mismo amor. Se los llama malos porque han sucumbido, pero
antes sólo eran Espíritus simples.”
127.
Los Espíritus, ¿son creados iguales en cuanto a sus facultades intelectuales?
“Son creados iguales, pero al no saber de dónde provienen
es preciso que el libre albedrío siga su
curso. Progresan con mayor o menor rapidez, tanto en
inteligencia como en moralidad.”
Los
Espíritus que siguen desde el principio el camino del bien no son por eso
Espíritus perfectos. Si bien no tienen malas tendencias, no están eximidos de
adquirir la experiencia y los conocimientos necesarios para alcanzar la
perfección. Podemos compararlos con niños que, sea cual fuere la bondad de sus
instintos naturales, tienen necesidad de desarrollarse, de instruirse, y no
llegan sin transición de la infancia a la edad madura. Así como hay hombres que
son buenos y otros que son malos desde la infancia, de igual modo hay Espíritus
que son buenos o malos desde el principio, con la diferencia capital de que el
niño tiene instintos completamente formados, mientras que el Espíritu, en su
formación, no es ni malo ni bueno; tiene todas las tendencias, y toma una u
otra dirección en virtud de su libre albedrío.
AMOR, CARIDAD y TRABAJO
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