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FATALIDAD





FATALIDAD




Sin ninguna duda hay leyes naturales e inmutables que Dios no puede anular a capricho de cada uno; pero de esto a creer que todas las circunstancias de la vida están sometidas a la fatalidad, es grande la distancia. Si así fuese, el hombre sólo sería un instrumento pasivo, sin libre albedrío y sin iniciativa. En esta hipótesis no habría más que doblar la cabeza al golpe de los acontecimientos, sin evitarlos, y, por lo tanto, no se hubiera procurado desviar el rayo. No ha dado Dios al hombre el juicio y la inteligencia para no servirse de ellos, ni la voluntad para no querer, ni la actividad para estar en la inacción. Siendo libre el hombre para obrar en un sentido o en otro, sus actos tienen consecuencias subordinadas a lo que hace o deja de hacer; hay acontecimientos que por su iniciativa escapan forzosamente a la fatalidad sin que por esto se destruya la armonía de las leyes universales, como si se adelanta o retrasa la saeta de un reloj, tampoco se destruye la ley del movimiento sobre la cual está establecido el mecanismo. Dios puede acceder a ciertas súplicas sin derogar la inmutabilidad de las leyes que rigen el conjunto, quedando siempre su acción subordinada a su voluntad.

Sería ilógico deducir de esta máxima: "Todas las cosas que pidiereis orando, creed que las recibiréis y os vendrán", que basta pedir para obtener como sería injusto acusar a la Providencia si no accede a lo que se le pide, puesto que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. Hace lo mismo que un padre prudente que rehúsa a su hijo las cosas contrarias al interés de éste. Generalmente el hombre sólo ve el presente; más si el sufrimiento es útil para su futura felicidad, Dios le dejará que sufra, como el cirujano deja sufrir al enfermo en la operación que debe conducirle a la curación.

Lo que Dios le concederá, si se dirige a Él con confianza, es valor, paciencia y resignación. También le concederá los medios para que él mismo salga del conflicto, con ayuda de las ideas que le sugiere por medio de los buenos espíritus, dejándole de este modo todo el mérito; Dios asiste a los que se ayudan a sí mismos, según esta máxima: "Ayúdate y el cielo te ayudará", y no a aquellos que todo lo esperan de un socorro extraño, sin hacer uso de sus propias facultades; pero casi siempre se preferiría el ser socorrido por un milagro sin que nos costase ningún trabajo.

¿Pueden obtenerse curas por medio de la plegaria solamente?
Sí, algunas veces, si Dios lo permite. Puede suceder, sin embargo, que para el enfermo sea bueno seguir sufriendo, en cuyo caso suponéis que vuestra plegaria no fue escuchada.

¿Hay para eso fórmulas de plegarias más eficaces que otras?
Sólo la superstición puede atribuir virtudes a ciertas palabras, y sólo los Espíritus ignorantes o mentirosos pueden alimentar semejantes ideas mediante la prescripción de fórmulas. Con todo, si se trata de personas poco ilustradas e incapaces de comprender las cosas puramente espirituales, puede suceder que el empleo de una determinada fórmula contribuya a infundirles confianza. En ese caso, la eficacia no reside en la fórmula, sino en la fe, que aumenta gracias a la idea asociada al uso de la fórmula.

¿Existe una fatalidad en los acontecimientos de la vida, conforme al sentido que se da a esa palabra? Es decir, todos los acontecimientos, ¿están determinados con antelación? En ese caso, ¿qué sucede con el libre albedrío?
La fatalidad sólo existe en la elección de sufrir tal o cual prueba, que el Espíritu ha hecho al encarnar. Al elegirla, el Espíritu se traza una especie de destino, que es la consecuencia misma de la situación en que se encontrará. Me refiero a las pruebas físicas, porque con respecto a las pruebas morales y a las tentaciones, dado que el Espíritu conserva su libre albedrío acerca del bien y del mal, siempre es dueño de ceder o de resistir. Un Espíritu bueno, al verlo flaquear, puede acudir en su ayuda, pero no puede influir en él hasta el punto de adueñarse de su voluntad. Un Espíritu malo, es decir, inferior, al mostrarle y exagerarle un peligro físico, puede hacerlo vacilar y atemorizarlo. No obstante, la voluntad del Espíritu encarnado no deja por ello de estar libre de todo obstáculo.

Hay personas a quienes parece perseguir una fatalidad, independientemente de su manera de obrar. ¿Está la desdicha en su destino? 
Tal vez sean pruebas que deben sufrir y que han elegido. Volvéis a culpar al destino de lo que casi siempre no es más que la consecuencia de vuestras propias faltas. En los males que te afligen, trata de conservar pura la conciencia, y eso será parte de tu consuelo.
Las ideas correctas o falsas que nos formamos acerca de las cosas son la causa de nuestros triunfos o fracasos, conforme a nuestro carácter y nuestra posición social. Consideramos más sencillo y menos humillante para nuestro amor propio atribuir nuestros fracasos a la suerte o al destino, antes que a nuestras propias faltas. Si bien la influencia de los Espíritus a veces contribuye a ello, siempre podemos sustraernos a esa influencia rechazando las ideas que nos sugieren, cuando estas son malas. 

Algunas personas se libran de un peligro mortal para caer en otro. Parece como si no pudieran escapar de la muerte. ¿No hay en eso una fatalidad?
Sólo es fatal, en el verdadero sentido de la palabra, el instante de la muerte. Cuando ese momento ha llegado, ya sea por un medio o por otro, no podéis sustraeros a él.

Así pues, sea cual fuere el peligro que nos amenace, ¿no moriremos si no nos ha llegado la hora?
No, no perecerás. Tienes de ello miles de ejemplos. Sin embargo, cuando haya llegado la hora de tu partida, nada podrá impedirlo. Dios sabe por anticipado el tipo de muerte con que partirás de la Tierra, y a menudo tu Espíritu también lo sabe, porque le es revelado cuando elige una existencia determinada.

Dado que la hora de la muerte es indefectible, ¿se sigue de ahí que las precauciones que tomemos para evitarla sean inútiles? 
No, porque las precauciones que tomáis os son sugeridas con miras a evitar la muerte que os amenaza. Son uno de los medios para que no ocurra.

¿Cuál es el objetivo de la Providencia al hacernos correr peligros que no tendrán ninguna consecuencia? 
Cuando tu vida está expuesta a un riesgo, se trata de una advertencia que tú mismo deseaste a fin de apartarte del mal y hacerte mejor. Cuando te libras de ese riesgo, mientras aún te encuentras bajo la influencia del peligro que has corrido, piensas con mayor o menor intensidad en ser mejor, conforme a la mayor o menor intensidad de la acción que los Espíritus buenos ejercen sobre ti. Pero cuando se acerca un Espíritu malo –se sobrentiende que digo malo en el sentido del mal que todavía hay en él–, piensas que volverás a librarte de otros peligros en el futuro, y nuevamente das rienda suelta a tus pasiones. Mediante los peligros que corréis, Dios os recuerda vuestra debilidad y la fragilidad de vuestra existencia. Si examinamos la causa y la naturaleza del peligro, veremos que casi siempre sus consecuencias habrían sido el castigo de una falta cometida o de un deber descuidado. Dios os advierte de ese modo para que reflexionéis acerca de vosotros mismos y os enmendéis.

El Espíritu, ¿sabe por anticipado el tipo de muerte con que habrá de sucumbir?
Sabe que la clase de vida que eligió lo expone a morir de una manera más que de otra. No obstante, también conoce las luchas que habrá de sostener para evitarlo, y que, si Dios lo permite, no sucumbirá.” 

Hay hombres que afrontan el peligro de las batallas persuadidos de que no ha llegado su hora. ¿Tiene algún fundamento esa confianza?
Muy a menudo el hombre tiene el presentimiento de su fin, como puede tener el de que aún no morirá. Ese presentimiento procede de sus Espíritus protectores, los cuales quieren advertirle que esté listo para partir, o le infunden valor en los momentos en que más lo necesita. También puede proceder de la intuición que tiene de la existencia que eligió, o de la misión que ha aceptado y que sabe que deberá cumplir.” 

¿A qué se debe que quienes presienten su muerte le temen, por lo general, menos que los otros?
Quien teme a la muerte es el hombre y no el Espíritu. El que la presiente, piensa más como Espíritu que como hombre: comprende su liberación y la aguarda.

Si la muerte no puede evitarse cuando debe ocurrir, ¿sucede lo mismo con todos los accidentes que sufrimos en el transcurso de la vida?
Cuando se trata de cosas bastante insignificantes, nosotros podemos preveniros de ellas, y a veces hacemos que las evitéis dirigiendo vuestro pensamiento, pues no nos agrada el sufrimiento material. No obstante, eso es poco relevante para la vida que habéis elegido. La fatalidad, en verdad, sólo consiste en la hora en que debéis aparecer en la Tierra, así como en la que habréis de desaparecer de ella.

¿Hay hechos que deben suceder forzosamente y que la voluntad de los Espíritus no puede evitar?
Sí, pero que tú, en el estado de Espíritu, has visto y presentido cuando hiciste tu elección. Sin embargo, no creas que todo lo que sucede está escrito, como dicen. Un acontecimiento suele ser la consecuencia de algo que has hecho mediante un acto de tu voluntad libre, de modo que, si no hubieras hecho eso, el acontecimiento no habría tenido lugar. Si te quemas un dedo, no es más que el resultado de tu imprudencia y el efecto de la materia. Sólo los grandes dolores, los acontecimientos importantes, que pueden influir en la moral, han sido previstos por Dios, porque son útiles para tu purificación y tu esclarecimiento.

El hombre, mediante su voluntad y sus actos, ¿puede evitar que tengan lugar acontecimientos que debían ocurrir, y a la inversa?
Sí, puede hacerlo, en caso de que esa desviación aparente se integre a la vida que ha elegido. Además, para hacer el bien –como debe ser y por tratarse del único objetivo de la vida– puede impedir el mal, sobre todo aquel que contribuiría a un mal mayor.

El hombre que cometió un asesinato, ¿sabía, cuando eligió su existencia, que se convertiría en un asesino? 
No. Sabía que si optaba por una vida de lucha tendría la posibilidad de matar a uno de sus semejantes, pero ignoraba si lo haría, porque el hombre casi siempre delibera antes de cometer el crimen. Ahora bien, el que delibera acerca de algo siempre es libre de hacerlo o no. Si el Espíritu supiera por anticipado que, como hombre, habrá de cometer un asesinato, estaría predestinado a ello. Sabed, pues, que nadie está predestinado al crimen, y que todo crimen, así como cualquier otro acto, es en todos los casos el resultado de la voluntad y del libre albedrío.
Además, vosotros siempre confundís dos cosas muy distintas: los acontecimientos materiales de la vida y los actos de la vida moral. Si a veces existe la fatalidad, es en esos acontecimientos materiales, cuya causa es ajena a vosotros, y que son independientes de vuestra voluntad. En cuanto a los actos de la vida moral, emanan siempre del propio hombre, quien, por consiguiente, siempre tiene la libertad de elección. En relación con esos actos, pues, nunca existe la fatalidad.

Hay personas a las cuales nada les sale bien. Un genio malo parece perseguirlas en todas sus empresas. ¿Se puede denominar a eso fatalidad?
Es fatalidad, si así quieres denominarla. Pero es el resultado de la elección de la clase de existencia, porque esas personas han querido ser probadas mediante una vida de decepciones, a fin de ejercitar la paciencia y la resignación. Con todo, no creas que esa fatalidad sea absoluta. Suele ser el resultado del camino equivocado que han tomado y que no está a la altura de su inteligencia y sus aptitudes. El que quiere cruzar a nado un río, sin saber nadar, tiene muchas posibilidades de ahogarse. Así sucede en la mayoría de los acontecimientos de la vida. Si el hombre sólo emprendiera obras que estuviesen a la altura de sus facultades, por lo general tendría éxito. Pero se pierde por el amor propio y la ambición, que lo desvían del camino y hacen que confunda el deseo de satisfacer ciertas pasiones con una vocación. Fracasa por su culpa. No obstante, en lugar de admitir su error, prefiere acusar de ello a su estrella. Es el caso de quien se muere de hambre porque quiso ser un mal poeta en vez de ganarse honradamente la vida como un obrero eficiente. Habría lugar para todos si cada uno supiera ocupar el lugar que le corresponde.

Las costumbres sociales, ¿no suelen obligar al hombre a seguir un camino antes que otro? ¿No está él sometido al control de la opinión cuando elige sus ocupaciones? Lo que llamamos respeto humano, ¿no es un obstáculo para el ejercicio del libre albedrío?
Los hombres crean las costumbres sociales, no Dios. Si se someten a ellas es porque les conviene, lo cual también constituye un acto de su libre albedrío, puesto que si lo quisieran podrían liberarse de esas costumbres. Entonces, ¿por qué se quejan? No deben acusar a las costumbres sociales, sino a su tonto amor propio, que hace que prefieran morirse de hambre antes que renunciar a cumplirlas. Nadie les toma en cuenta ese sacrificio hecho a favor de la opinión. En cambio, Dios sí tomaría en cuenta el sacrificio de su vanidad. Esto no quiere decir que haya que desafiar a esa opinión innecesariamente, como lo hacen algunas personas que tienen más originalidad que verdadera filosofía. Hay tanto desatino en hacer que a uno lo señalen con el dedo o lo miren cual, si fuera un bicho raro, como sabiduría en descender por propia voluntad y sin quejarse, cuando uno no puede mantenerse en lo alto de la escala.” 

Hay personas a quienes la suerte les es contraria. En cambio, a otras parece favorecerlas, pues todo les sale bien. ¿A qué se debe esto último?
A menudo es porque son más ingeniosas. Aunque también puede tratarse de una clase de prueba. El éxito las embriaga. Se fían de su destino y más tarde suelen pagar esos mismos éxitos con crueles reveses, que habrían podido evitar con prudencia.

¿Cómo explicar la suerte que favorece a algunas personas en circunstancias en las que no intervienen en modo alguno la voluntad ni la inteligencia, en el juego, por ejemplo?
Algunos Espíritus han elegido por anticipado determinados tipos de placer. La suerte que los favorece es una tentación. El que gana como hombre, pierde como Espíritu. Se trata de una prueba para su orgullo y su codicia.

Así pues, la fatalidad que parece presidir los destinos materiales de nuestra vida, ¿sería también un efecto de nuestro libre albedrío? 
Tú mismo has elegido tu prueba. Cuanto más ruda sea y cuanto mejor la soportes, tanto más te elevarás. Los que pasan su vida en la abundancia y la felicidad humana son Espíritus cobardes que permanecen estacionarios. Así, el número de infortunados es muy superior al de los dichosos de la Tierra, dado que la inmensa mayoría de los Espíritus buscan la prueba que les será más fructífera. Conocen demasiado bien la futilidad de vuestras grandezas y placeres. Además, hasta la vida más feliz inevitablemente es agitada y desordenada: incluso en ausencia del dolor.

¿De dónde proviene la expresión “nacer con buena estrella”?
Antigua superstición que relacionaba las estrellas con el destino de cada hombre. Alegoría que algunas personas toman tontamente al pie de la letra.


Bibliografía:
El evangelio según el espiritismo
El libro de los Médiums
El libro de los Espíritus

AMOR, CARIDAD y TRABAJO






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