MEDIUMNIDAD
SEGÚN LA DOCTRINA ESPÍRITA
La mediumnidad no es una prerrogativa (Privilegio) de tal o cual individuo, sino una facultad fugaz, subordinada a la voluntad de los Espíritus que quieren comunicarse, una facultad que se posee hoy y mañana puede faltar, y que en ningún caso es aplicable a todos los Espíritus indistintamente, de modo que por eso mismo tampoco constituye un mérito personal, como lo sería un talento conquistado mediante el trabajo y los esfuerzos de la inteligencia. Los médiums sinceros, los que comprenden la seriedad de la misión que desempeñan, se consideran instrumentos a los que la voluntad de Dios puede aniquilar cuando lo entienda conveniente, en caso de que no obren según sus designios. Son felices porque poseen una facultad que les permite ser útiles, pero de la cual no pueden envanecerse.
¿Con qué objetivo la Providencia ha dotado de mediumnidad especialmente a ciertos individuos?
“Se trata de una misión que se les encomienda, y de la que se sienten dichosos. Ellos son los intérpretes entre los Espíritus y los hombres.”
Si se trata de una misión, ¿por qué esa facultad no es privilegio de los hombres de bien, dado que se concede también a personas que no merecen ninguna consideración y que pueden abusar de ella?
“La facultad se les concede porque la necesitan para su mejoramiento, y también para que reciban buenas enseñanzas. Si no la aprovechan, sufrirán las consecuencias. ¿Acaso Jesús no predicaba de preferencia a los pecadores, alegando que es necesario dar a los que no tienen?”
Los médiums modernos - porque los apóstoles poseían también la mediumnidad - han recibido igualmente de Dios un don gratuito, que consiste en ser los intérpretes de los espíritus para la instrucción de los hombres, para enseñarles el camino del bien y conducirles a la fe, y no para vender palabras que no les pertenecen, porque no son producto "de su concepción, ni de sus investigaciones, ni de su trabajo personal". Dios quiere que la luz llegue a todo el mundo, y no quiere que el más pobre quede desheredado y pueda decir: No tengo fe porque no he podido pagarla; yo no he tenido el consuelo de recibir la ayuda y los testimonios de afecto de los que lloro, porque soy pobre. Por esta razón la mediumnidad no es un privilegio, sino que se halla en todas partes y hacerla pagar sería desviarla de su objeto providencial.
El que conozca un poco las condiciones en que se comunican los buenos espíritus y su repulsión por todo lo que es de interés y de egoísmo, sabe cuán poca cosa se necesita para alejarles; nunca podrá admitir que los espíritus superiores estén a disposición del primero que llegue y les llame, a tanto la sesión, pues el buen sentido rechaza tal pensamiento. ¿Acaso no sería una profanación evocar a precio de oro a los seres que nosotros respetamos o que queremos? Sin duda que de este modo pueden obtenerse manifestaciones; pero, ¿quién podría garantir su sinceridad? Los espíritus ligeros, mentirosos, traviesos y toda la cohorte de espíritus inferiores, muy poco escrupulosos, vienen siempre a responder y están dispuestos a lo que se les pregunta, sin que les dé ningún cuidado mentir. Luego, el que quiere comunicaciones formales, debe, desde luego pedirlas formalmente, y después penetrarse bien de la naturaleza de las simpatías del médium con los seres del mundo espiritual. La primera condición para adquirir la benevolencia de los buenos espíritus, es la humildad, el sacrificio, la abnegación y el desinterés "moral y material" más absoluto.
Al lado de la cuestión moral se presenta una consideración efectiva no menos importante, que tiene relación con la misma naturaleza de la facultad. La mediumnidad formal no puede ser ni será nunca una profesión, no sólo porque sería desacreditada moralmente y muy pronto asimilada a la de los que dicen la buenaventura, sino porque se opone a ella un obstáculo material: el de ser una facultad esencialmente movible, fugitiva y variable, y sobre cuya permanencia nadie puede tener una completa seguridad. Luego, para explotarla, sería un recurso del todo incierto, toda vez que podría faltar en el momento que fuese más necesaria. Otra cosa sucede con un talento adquirido por el estudio y el trabajo y que, por lo mismo, siendo una propiedad, naturalmente se permite sacar partido de él. Pero la mediumnidad ni es un arte ni es un talento, por lo cual no puede ser una profesión; sólo existe por el concurso de los espíritus, y si éstos faltan, ya no hay mediumnidad; la aptitud puede subsistir, pero el ejercicio está anulado. Así es que no hay ningún médium en el mundo que pueda asegurar la producción de un fenómeno espiritista en un momento dado. Explotar la mediumnidad, es pues, disponer de una cosa que realmente no se tiene, y afirmar lo contrario sería engañar al que la pagara; hay más aun, y es que el médium no dispone de "sí mismo", sino de los espíritus de las almas de los muertos, cuyo concurso se pone a precio. Este pensamiento repugna instintivamente. El tráfico degenerado en abuso y explotado por el charlatanismo, la ignorancia, la credulidad y la superstición, motivó la prohibición de Moisés. El espiritismo moderno, comprendiendo lo formal del asunto, por el descrédito que ha echado sobre esta explotación, ha elevado la mediumnidad al rango de misión. (Véase el "Libro de los Médiums", capítulo XXVIII. - Y el "Cielo a Infierno", cap. XII.)
El médico da el fruto de sus estudios, que ha hecho a costa de sacrificios, a menudo muy penosos; éste puede poner precio a sus facultades; pero el médium que cura, sólo transmite el fluido saludable de los buenos espíritus, y por lo tanto no tiene derecho de venderlo, Jesús y los apóstoles, aunque pobres, no hacían pagar las curaciones que operaban.
Así, pues, el que no tenga de qué vivir, que busque recursos por otra parte y no en la mediumnidad; que no consagre en ello, si es necesario, sino el tiempo de que pueda disponer materialmente. Los espíritus ya tomarán en cuenta su sacrificio y abnegación, mientras que se retirarán de los que esperan hacer de esto un negocio.
Y acontecerá en los postreros días, dice el Señor, que yo derramaré mi espíritu sobre toda carne; y profetizarán vuestros hijos, y vuestras hijas, y vuestros mancebos verán visiones, y vuestros ancianos sonarán sueños. Y ciertamente en aquellos días derramaré de mi espíritu sobre mis siervos y sobre mis siervas, y profetizarán. (Hechos de los Apóstoles, capítulo II, v. 17 y 18.)
El Señor ha querido que la luz se hiciera para todos los hombres, y que penetrase en todas partes por la voz de los espíritus, con el fin de que cada uno pudiera adquirir la prueba de la inmortalidad; con este objeto los espíritus se manifiestan hoy en todos los puntos de la tierra, y la mediumnidad que se revela en las personas de todas edades y condiciones, en los hombres y en las mujeres, en los niños y en los ancianos, es una de las señales del complemento de los tiempos predichos.
Para conocer las cosas del mundo visible y descubrir los secretos de la naturaleza material, Dios ha dado al hombre la vista del cuerpo, los sentidos y los instrumentos especiales; con el telescopio penetran sus miradas en las profundidades del espacio, y con el microscopio ha descubierto el mundo de lo infinitamente pequeño. Para penetrar en el mundo invisible, le ha dado la mediumnidad.
Los médiums son los intérpretes encargados de transmitir a los hombres las enseñanzas de los espíritus, o, mejor dicho, "son los órganos materiales por los cuales se expresan los espíritus para hacerse inteligibles a los hombres".
Los espíritus vienen a instruir al hombre sobre sus destinos futuros, a fin de conducirle por el camino del bien, y no para ahorrarle el trabajo material que debe tomarse en la tierra para su adelantamiento, ni para favorecer su ambición y su codicia. De esto deben penetrarse bien los médiums para no hacer mal uso de sus facultades. El que comprende la gravedad del mandato de que está revestido, lo cumple religiosamente; si convirtiera en diversión o distracción para él o para los otros una facultad dada con un fin tan formal y que le pone en relación con los seres de ultratumba, su conciencia se lo echaría en cara como un acto sacrílego.
Los médiums como intérpretes de la enseñanza de los espíritus, deben hacer un papel importante en la transformación moral que se opera; los servicios que puedan prestar están en razón de la buena dirección que den a sus facultades, porque los que siguen una mala senda, son más perniciosos que útiles a la causa del Espiritismo; por las malas impresiones que producen, retardan más de una conversión. Por eso se les pedirá cuenta del mal uso que han hecho de una facultad que les fue dada para el bien de sus semejantes.
El médium que quiera conservar la asistencia de los buenos espíritus, debe trabajar en su propio mejoramiento; el que quiera ver aumentar y desarrollar su facultad, debe progresar moralmente, y abstenerse de todo lo que pudiese desviarle de su objeto providencial.
Si los buenos espíritus se sirven algunas veces de instrumentos imperfectos, es para dar buenos consejos y procurar conducirles al bien; pero si encuentran corazones endurecidos, y si sus avisos no son escuchados, entonces se retiran y los malos tienen el campo libre. (El Evangelio según el Espiritismo, cap. XXIV, núms. 11 y 12.)
La experiencia prueba que los médiums que no se aprovechan de los consejos que reciben de los espíritus buenos, las comunicaciones, después de haber dado un buen resultado durante cierto tiempo, degeneran poco a poco, y concluyen por caer en el error, en palabrería o en el ridículo, señal incontestable del alejamiento de los buenos espíritus.
Obtener la asistencia de los buenos espíritus, separar a los espíritus ligeros y mentirosos: tal debe ser el objeto de los constantes esfuerzos de todos los médiums formales; sin esto la mediumnidad es una facultad estéril que puede redundar en perjuicio del que la posee, porque puede degenerar en obsesión peligrosa.
El médium que comprende su deber, en lugar de enorgullecerse por una facultad que no le pertenece puesto que puede serle retirada, atribuye a Dios las cosas buenas que obtiene; si sus comunicaciones merecen elogios, no se envanece, porque sabe que son independientes de su mérito personal, y da gracias a Dios por haber permitido que los buenos espíritus vengan a manifestársele. Si dan lugar a critica, no se ofende por ello, porque no son obra de su propio espíritu; dice que ha sido un mal instrumento, y que no posee todas las cualidades necesarias para oponerse a la intervención de los malos espíritus; por eso procura adquirir estas facultades, y solicita por medio de la oración, la fuerza que le falta.
Todos los hombres son médiums, todos tienen un Espíritu que los orienta hacia el bien, en caso de que sepan escucharlo. Ahora bien, poco importa que algunos se comuniquen directamente con él a través de una mediumnidad especial, y que otros sólo lo escuchen a través de la voz del corazón y de la inteligencia, pues no deja de ser su Espíritu familiar quien los aconseja. Llamadlo espíritu, razón o inteligencia: en todos los casos es una voz que responde a vuestra alma y os dicta buenas palabras. Sin embargo, no siempre las comprendéis. No todos saben proceder de acuerdo con los consejos de la razón, no de esa razón que se arrastra y repta más de lo que camina, que se pierde en la maraña de los intereses materiales y groseros, sino de esa razón que eleva al hombre por encima de sí mismo y lo transporta a regiones desconocidas. Esa razón es la llama sagrada que inspira al artista y al poeta, el pensamiento divino que eleva al filósofo, el impulso que arrebata a los individuos y a los pueblos. Razón que el vulgo no puede comprender, pero que eleva al hombre y lo aproxima a Dios más que ninguna otra criatura; entendimiento que sabe conducirlo de lo conocido a lo desconocido, y le hace realizar las cosas más sublimes. Escuchad, pues, esa voz interior, ese genio bueno que os habla sin cesar, y llegaréis progresivamente a oír a vuestro ángel de la guarda, que desde lo alto del cielo os tiende la mano. Repito: la voz íntima que habla al corazón es la de los Espíritus buenos, y desde ese punto de vista todos los hombres son médiums.
CHANNING
No hay duda de que todos los médiums están llamados a servir a la causa del espiritismo en la medida de sus facultades, pero muy pocos son los que no se dejan atrapar en las celadas del amor propio. Es una piedra de toque que raramente deja de producir efecto. Por eso, de cien médiums encontraréis a lo sumo uno que, por muy insignificante que sea, en los primeros tiempos de su mediumnidad no haya creído que estaba llamado a obtener resultados superiores, y predestinado a importantes misiones. Los que sucumben ante esa vanidosa expectativa, y grande es el número de ellos, se convierten inevitablemente en víctimas de Espíritus obsesores, que no tardan en subyugarlos lisonjeando su orgullo y atacándolos por su lado flaco. Cuanto más pretendan elevarse, tanto más ridícula será su caída, toda vez que no les resulte desastrosa. Las misiones importantes sólo se confían a los mejores hombres, y Dios mismo los coloca, sin que ellos se lo hayan propuesto, en el ambiente y en la posición en que puedan prestar una colaboración eficaz. Nunca estará de más recomendar, a los médiums carentes de experiencia, que desconfíen de lo que ciertos Espíritus les dicen acerca del supuesto rol que están destinados a desempeñar, porque si lo toman en serio sólo cosecharán contrariedades en la Tierra, y una severa sanción en el otro mundo. Convénzanse bien de que, en la modesta y oscura esfera en la que están ubicados, pueden prestar grandes servicios, ya sea ayudando a convertir a los incrédulos, o brindando consuelo a los afligidos. En caso de que deban salir de esa situación, una mano invisible los conducirá y les preparará los caminos, y serán puestos en evidencia, por así decirlo, a pesar suyo. Tengan presentes estas palabras: “Aquel que se eleve será rebajado, y el que se rebaje será elevado”
EL ESPÍRITU DE VERDAD
Sobre si se debe o no provocar el desarrollo de la mediumnidad, la espiritualidad nos dice lo siguiente:
Nadie deberá provocar el desarrollo de esa o de aquella facultad, porque, en ese terreno, toda la espontaneidad es necesaria; observándose, con todo, el florecimiento mediúmnico espontáneo, en las expresiones más simples, se debe aceptar ese evento con las mejores disposiciones de trabajo y buena voluntad, sea esa posibilidad psíquica, la más humilde de todas.
La mediumnidad no debe ser objeto de precipitación en ese o aquel sector de la actividad doctrinaria, por cuanto, en aquel asunto, toda la espontaneidad es indispensable, considerándose que las tareas mediúmnicas son dirigidas por los mentores del plano espiritual.
-Para un completo estudio de la mediumnidad se propone el estudio de:
-Para la iniciación en el trabajo en reuniones mediúmnicas se propone el estudio del:
Borrador normas reuniones mediúmnicas
BIBLIOGRAFÍA:
El cielo y el infierno de Allan KardecEl libro de los Médiums de Allan Kardec
El Evangelio según el Espiritismo de Allan Kardec
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