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Educar la mente









EDUCAR LA MENTE




Se trata de recuperar una forma de actuar ya conocida por el ser humano en su niñez y que esencialmente consiste en tener la mente en aquello que estamos realizando, en lugar de dejarla deambular en cualquier otra cosa. 

Se trata pues de educar la mente a estar atenta a lo que se está haciendo, en lugar de transitar por los mundos del recuerdo, de las emociones, de las fantasías, de los deseos, o de cualquier otro totalmente irreal, lo que proporcionará menos conflicto mental, menos desgaste y menos pelea psicológica; puesto que, cuanto menor sea el tiempo que dediquemos a elucubrar, menor será el desgaste y el sufrimiento que ello conlleva.

Lo que aquí se propone es reeducar la mente de los adultos para que ella acompañe a las acciones mientras se realizan y no se disperse por sus propios contenidos mentales.

La búsqueda constante de placer y la lucha por evitar el dolor no parecen caminos que nos conduzcan a una estabilidad perceptiva, ni emocional ni mental, sino que nos trasladan constantemente de un evento a otro, y así sucesivamente.

En primer lugar deberíamos contestar a la pregunta ¿Es posible educar la mente? Y la respuesta más sincera es no. A la mente no se la puede educar de la forma y bajo los paradigmas que habitualmente usamos para definir la educación. Es decir, no podemos educar la mente facilitándole nueva información o un tipo de información determinado que le permita funcionar de una manera diferente a cómo ella lo hace.

Un concepto bastante aceptado como forma de educación de la mente es el de ejercer la capacidad de recordar para evitar los fallos de memoria, tan temidos por las personas de más edad. Y así encontramos numerosos libros y material donde se propone mantener la habilidad de la mente para responder preguntas, hacer cálculos, recordar nombres y formas.

Deberemos poner la atención en la forma y la actitud con que realizamos cualquier acción, en lugar de en el tipo de acción que se realiza, para que sean las propias acciones las que con el paso del tiempo, los años o las vidas vayan educando y purificando la mente de cada uno de nosotros.

La educación de la mente, tal y como aquí se plantea, no requiere de un espacio específico, ni de asistir a cursos, ni de hacer gimnasia de ningún tipo, ya que puede hacerse en los actos de la vida cotidiana, tales como mirar, escuchar, tocar, correr, caminar, cocinar, acariciar, o jugar, sólo por enunciar algunos de ellos.

Una de las razones fundamentales para fomentar la educación de la mente es evitar el sufrimiento que aqueja a las personas en uno u otro momento de la vida y por múltiples razones. Todos tenemos la experiencia de pasar por el dolor psicológico, por el sufrimiento que supone que lo que pasa en el mundo no coincide con lo que pensamos que tendría que pasar en el cotidiano vivir, y muchas veces esto nos mantiene ocupados mentalmente en asuntos que nunca suceden, ni sucederán.

Una mente educada no favorece la aparición ni la creación de hábitos mentales, puesto que se piensa cuando es menester, pero no fuera del momento en que corresponda.

Es importante señalar que pensar no es malo ni bueno.

Hay una parte de la mente, a la que llamamos memoria, que registra todos los acontecimientos que vivimos para que podamos recordar lo experimentado con anterioridad y que es como un inmenso depósito de información que tenemos a nuestra disposición para cuando es menester.

Otra parte de la mente tiene la capacidad de ir de un recuerdo a otro, de una información a otra para que cuando detectamos algo, lo podamos comparar con lo previo que conocemos o para que, con los contenidos de nuestra memoria, podamos imaginar nuevas realidades, entre otras opciones.

Otra parte tiene el hábito de apropiarse de los eventos que le gustan, o siente suyos.

Otra parte tiene el hábito de apropiarse de los eventos que le gustan, o siente suyos. Esta parte tiene un fuerte sentido individual o egoico (Perteneciente o relativo al ego).

Por tanto, aquí no se pretende decir que la mente es errónea, que está mal diseñada o que debe ser erradicada, puesto que está ahí y con ella toca bailar. Aquí se propone utilizar la realidad presente en nuestras vidas, la acción, dado que no podemos evitar de ninguna manera actuar, y aprovecharla para acostumbrarnos a estar atentos a lo que estamos haciendo en lugar de favorecer el movimiento mental y el sentido de yoidad (Condición de ser yo).

Una mente educada y acostumbrada a acompañar a la acción que se realiza ahorra dolor y sufrimiento a las personas, evita favorecer los hábitos mentales y permite, al no interferir, ser más eficientes en aquello que hacemos.

La mente recibe la información captada por los sentidos físicos (vista, oído, tacto, gusto y olfato) y cuya función principal más clara es registrar o guardar cualquier tipo de información detectada alguna vez en cualquier experiencia que haya tenido la persona.

Las funciones principales de la mente son evitar que lo vivido se olvide, guardar la información que recibe de los sentidos, tenerla clasificada y a disposición para poder acceder a ella y realizar comparaciones cuando se detectan nuevas informaciones y poderlas contrastar con las existentes previamente.

Sin embargo, existen otras funciones que la mente realiza, seamos conscientes de ello o no. La mente constantemente compara y diferencia una información de otra.

A la mente le cansa mantenerse en la misma información y para comprobarlo basta intentar estar atento mirando un reloj, por ejemplo, y podremos darnos cuenta de que enseguida empiezan a aparecer pensamientos sobre la hora que es, si va despacio o deprisa, si es bonito o no, y perdemos, por lo tanto, la posibilidad de estar atentos al simple hecho de contemplar un reloj.

Se ha convertido en una normalidad para nosotros estar pensando en algo mientras se está realizando una acción totalmente diferente, lo que conlleva el pensar que tenemos la capacidad de realizar varias cosas al mismo tiempo, con lo cual es fácil caer en el error de promover cada vez más esta forma de actuar.

Sin embargo, la enorme energía gastada en tantos pensamientos y comparaciones como realizamos las personas también pasa su factura en forma de estrés, enfermedades, hiperactividad, puesto que el gasto psicológico que supone va más allá de lo que nuestro sistema puede soportar.

Quizás por ello, ya va siendo hora de tomar conciencia y, si es posible, modificar alguno de nuestros hábitos mentales que finalmente rigen nuestras formas de actuar.

Las partes de la mente son: 

-El intelecto. (También llamado "budhi" en sánscrito) es la parte que nos ofrece comprensiones que nos permiten saber que 2 + 2 es igual a 4, o que un coche sirve para trasladarnos, o que el sol da calor y luz, o que el mar es azul. Son comprensiones y certezas momentáneas que nos sacan de la duda, aunque sólo sea por un breve lapsus de tiempo, pasado el cual, vuelve a aparecer el movimiento mental, pero por un tiempo suficiente, para que la mente no tenga que continuar buscando información respecto de aquello que se trata.

-La memoria. (Llamada "chitta" en sánscrito). Es aquella parte de la mente que guarda toda la información que ha recibido de los sentidos. Es como un mega almacén con millones de informaciones, no sólo de esta experiencia vivencial, sino que también contiene gran cantidad de información de la que no tenemos ningún tipo de conciencia, como puede ser toda aquella que gobierna la mayor parte de nuestro sistema y que, sin nuestra intervención voluntaria, realiza un sinfín de funciones necesarias para que nuestro organismo funcione con una precisión digna del mejor reloj suizo. La información que manejan las células, los órganos, todos los sistemas de nuestro organismo o cualquier otra está contenida en la memoria, sin que tengamos el menor acceso voluntario a ella.

-El sentido de movimiento. Es consecuencia de la búsqueda constante entre contenidos. A este constante movimiento que se genera de búsqueda a búsqueda se le denomina en sánscrito "manas". Esta constante fluctuación de un objeto a otro, en la continuada búsqueda y comparación de los objetos detectados, genera un gasto que notamos como cansancio psicológico o como estrés, etc.

-El sentido de “yo”,  el sentido de ser el hacedor de las acciones, a quien consideramos el poseedor del conocimiento o el productor del sentir. A este sentido de “yo” que también llamamos yoidad o ego en sánscrito se le llama "Ahamkara". El “yo” es una partícula, un constructo mental que está adherido a cualquier otro pensamiento y nos hace creer que somos quienes hacemos, quienes sentimos o quienes conocemos.

El análisis profundo de cómo se realiza la acción del momento, cualquiera que ella sea, puede ir acercándonos a prestarle atención; tanta atención que, cuando la realicemos, nuestra mente quede quieta, sin dispersarse en otros pensamientos, sin juzgar lo que estamos haciendo ni pasar de un pensamiento a otro, de un recuerdo al siguiente, de una a otra proyección; y por lo tanto, sin interferir en aquello que está aconteciendo. En este momento en que la mente no interfiere, puesto que toda la atención está en el acto que se realiza, empieza lo que podríamos llamar “educación de la mente”.

El objetivo es aprovechar los actos cotidianos para que, realizando el mínimo esfuerzo, podamos optimizar al máximo la educación de nuestra mente.

Se pretende aprovechar que el hecho de estar 15 ó 18 horas al día con los sentidos conectados, realizando acciones sin parar, desde la mañana a la noche: acciones tan simples como levantarse, ducharse, cocinar, desayunar, vestirse, recoger los platos, lavar, besar, acariciar, mirar, conducir, escuchar, escribir, trabajar, beber, hablar, caminar, correr, gritar, planchar, barrer, mirar la televisión, escuchar música, descansar, sentir el cuerpo, rascarse o cualquier otra que se te pueda ocurrir.

Cualquiera de éstas u otras acciones en las que intervengan los sentidos puede ser una ocasión excelente para educar a nuestra mente, pues cada una de ellas, sin importar cuál sea, puede ser realizada de una determinada manera que favorezca que, mientras se realiza la acción, toda la atención esté situada en la propia acción evitando así que la mente divague continuamente de un recuerdo a otro, o de una a otra proyección.

Finalmente lo que buscamos es poder realizar las acciones sin sentido de ser el “hacedor” de la acción y sin apetencia del fruto del resultado de la acción.

Realizar acciones bajo estas condiciones permite que cualquier acción sea libre y provea discernimiento al ser humano.

Cada vez que realizamos una acción sin el sentido de ser el actor de la misma y sin apetencia del fruto de la acción, estamos caminando en la dirección correcta.

De igual forma, cada vez que realizamos cualquier acción creyendo ser el actor de la misma y deseando el fruto de la acción nos encadenamos a la acción y favorecemos un mayor sentido de “yo”, un mayor sentido de egoísmo.

Como podrás apreciar con las siguientes actuaciones en las acciones cotidianas que se van a reseñar a continuación, no es necesario buscar acciones extrañas que no puedas realizar en nuestro quehacer diario, sino por el contrario aprovechar las acciones más cotidianas, más simples y sencillas para que al hacerlas puedan ser aprovechadas para llevar a cabo un proceso de educación de la mente.

Lo que vale de actuar de forma correcta no es una u otra acción, sino la actitud con que se realiza la acción.

-Caminar
Basta con que al caminar tengas la atención en aquello que estás haciendo, es decir, caminar.

Para hacerlo correctamente puedes tener la atención puesta en los pies, sintiendo el peso del cuerpo, percibiendo las irregularidades del terreno que estás pisando, o atendiendo a cualquier parte del cuerpo como podrían ser los músculos, los movimientos corporales o cualquier otra parte que esté interviniendo mientras dura el acto de caminar.

Es muy importante que la atención no esté en la cabeza, pensando sobre lo que está sucediendo, ni emitiendo juicios o pensamientos como “estoy cansado”, “hace calor”, “duele un poco un pie”, “es aburrido”, etc. La atención debe estar depositada en cualquiera de las situaciones enunciadas anteriormente. Puedes estar en cualquier cosa que esté sucediendo en el momento en que caminas, menos pensando en lo que observas o sientes, excepto que el instante requiera de pensar y ello sucederá de forma automática.

-Comer.
Si quieres aprovechar esta acción para que tu mente se vaya acostumbrando a estar en una sola cosa basta que comas atentamente a los gustos, las texturas, los olores, atendiendo sólo al sentido del gusto, a los alimentos que estás ingiriendo, dejando para otro momento el hablar, el mirar la televisión o el ordenador o cualquier otra cosa que no sea comer.

-Tocarse o masajearse.
Busca un lugar cómodo para ti, de pie, sentado o tumbado, en un lugar donde no haya demasiadas distracciones que detectes por otro sentido que no sea el tacto, que será donde deberá estar la atención de forma continuada. Deberás permanecer el mayor tiempo posible en la piel, percibiendo el contacto que en cada momento ocurra, sin opinión, sin observarlo con distancia, simplemente percibiendo.

No importa si empiezas por la cabeza o por los pies, simplemente se trata de que con las manos vayas tocando las diferentes partes de tu cuerpo. No hay una forma correcta ni incorrecta. No importa si lo haces de forma fuerte o suave, rápida o lenta, no, todo esto no es importante.

Lo único importante es que mantengas la atención puesta en el tacto, en la parte del cuerpo que toca y que es tocada, sin opinión, sin conclusiones, sin juicios, sólo percibiendo durante un tiempo de unos 15 minutos para darte tiempo a estar ahí, darle tiempo a la mente a que se canse y seguir tocando el cuerpo de la forma más natural que surja sin pretender hacer nada y estando atento sólo al contacto de la mano con la zona que tocas.

-Ducharse.
Puedes aprovechar para prestar toda la atención al tacto, pues el contacto del agua puede ser un elemento que te ayude a mantener la atención en lo que estás haciendo.

Evidentemente, mientras te duchas o te bañas también, como en todos los casos, puede aparecer información a través de los otros sentidos y ella no es errónea.

Pueden aparecer olores, incluso sabores, imágenes si tienes los ojos abiertos, y sonidos. No importa que información aparezca, ninguna es errónea.

De lo que se trata es de atenderlas. Puedes pasar de una a otra sin enjuiciarlas, sin opinar. Sin irte a pensar en lo que harás luego, lo que desayunarás o con quién hablarás, qué tienes que decir, o tantas otras cosas que pasan por la cabeza durante un acto cotidiano que ya casi se realizan de forma refleja.

Como en otros casos, si cierras algunos de los sentidos como la vista, el oído, el gusto y te centras en el tacto, es posible que puedas detectar una información más clara respecto al acto que está sucediendo, y atender sólo al contacto del agua en la piel, en la zona donde contacta directamente o cómo resbala el agua por el cuerpo, etc.

-Trabajar.
Durante tiempos más o menos largos, puedes mantener la atención de forma continuada en aquello que haces, sin divagar, sin pensar en aspectos que no proceden, sino que te permite estar atento a aquello que estás haciendo.

Si tienes la suerte de tener un trabajo en el que esto sucede así, no hace falta hacer mucho.

Si por el contrario en el trabajo hay muchas distracciones, bien porque hay poco trabajo o un ambiente muy distendido, de mucha charla en la que se habla de muchos asuntos que nada tienen que ver con el trabajo; deberás estar atento a darte cuenta de cada vez que vas mentalmente a mundos que no son parte del momento que estás viviendo, y por tanto regresar la atención a aquello que forma parte de tu trabajo.

Basta que dejemos conceptos aparte y aprovechemos el trabajo como un lugar y un tiempo que podemos dedicar a estar atentos a lo que hay que hacer, haciéndolo atentamente en lugar de juzgarlo.

Poder entregarse, fundirse, perderse en aquello que se está realizando produce ausencia de gasto psicológico o mental, y a pesar de que físicamente se actúe, y puede cansar, uno acaba con un estado más saludable que quien se desgasta psicológicamente yendo mentalmente de una proyección a otra, de un pensamiento a otro, de una creación mental a otra.

-Mirar.
Intenta mirar un objeto, como puede ser un sofá, un árbol, un ordenador, un cuadro, la cara de alguien, la panorámica de cualquier espacio que puedas observar desde donde estés, sin importar si es exterior o interior, pero preferentemente un campo no muy extenso.

Una vez escogido el campo que vas a observar, empieza a mirar detalles del citado campo y cambia relativamente rápido de detalle, justo antes de que aparezca ningún pensamiento respecto a este detalle.

Esta forma de mirar, cambiando el foco de atención de un detalle a otro rápidamente, impide la aparición de pensamientos, puesto que cuando van a aparecer, la atención ya está en otro detalle y así sucesivamente.

Puedes practicar el mirar estés donde estés, y no importa lo que mires. Lo único importante es que no des tiempo a la mente a comentar o proyectar, ni recordar sobre lo que estás viendo y ésta es la razón por la que se propone cambiar de punto de atención de forma rápida y constante.

Mirar con detalle y sin juicio hace que aparezcan más cosas de las que normalmente vemos, al tiempo que se va acostumbrando a la mente a estar quieta.

Si te dedicas un cierto tiempo a mirar saltando de detalle a detalle, es posible, al menos al principio, que te canse, o que la mente se rebote. No te preocupes, continúa a tu ritmo sin preocuparte mucho por nada.

No debes preocuparte si te distraes, puesto que esto pasa y pasará. Cuando esto suceda, simplemente vuelve al objeto que estabas observando, y toma de nuevo el camino de saltar de un detalle a otro del campo que estabas observando antes de la distracción; u otro que de nuevo determines.

Si estás atento, quizás podrás detectar campos que te son más propicios que otros para hacer esta práctica. Quizás algunos objetos te lleven a pensar con más facilidad porque te interesan más o estás más identificado con ellos. Si es así, evita los que más fácilmente te llevan al pensamiento y practica con aquellos que te resultan más neutros, en los que tienes menos implicación.

-Respirar.
Son diversas las disciplinas que utilizan la respiración para favorecer la atención y acceder a estados de conciencia superiores como es el caso del zen, del budismo tibetano o del vipasana hindú, entre otros.

Sin embargo, lo que aquí interesa es la posibilidad de atender la respiración mientras la realizamos de forma habitual y que tenemos siempre a nuestra disposición, sin tener que recurrir a elementos externos y que podemos atender de forma muy simple.

Cuando atiendas la respiración debes tener en cuenta con qué sentido la atiendes. Puedes atenderla con el oído, escuchando los sonidos que ella produce. Únicamente los sonidos que se producen en cada inspiración y expiración. O bien puedes percibirla con el tacto y notar la circulación del aire por las fosas nasales, percibiendo las sensaciones corporales que detectas cada vez que inspiras o expiras.

Dado que respiras continuamente, atender la respiración es una opción que tienes siempre a tu disposición y que puedes utilizar siempre que no puedas utilizar otros recursos.

No se trata de observar la respiración sino de perderte en el sonido que se produce o en la información táctil que se genera con ella.

-Conducir.
Dado que cada día que pasa se controla y se penaliza más el exceso de velocidad, puedes aprovechar la actividad de conducir para adoptar una actitud que impida la distracción, el irse a la fantasía y a la evocación de pensamientos que no son parte de los eventos que ocurren mientras conduces.

La conducción tiene mucho que ver con lo visual, y por lo tanto puedes ejercitar el mirar de la forma que se ha descrito al hablar de esta manera de actuar.

Con independencia de que lleves a cabo otros actos, como presionar los pedales, cambiar de velocidad o girar el volante, principalmente la conducción necesita sobre todo atender a los aspectos más visuales, como atender la carretera, las distancias con los demás vehículos, los límites de la carretera, las señales o las salidas a tomar.

Es por ello que podemos aprovechar para centrarnos en mirar constantemente y trasladar la atención visual de un punto a otro dentro del campo visual propio que va apareciendo mientras conducimos.

Puedes mirar el asfalto e ir viendo lo que va apareciendo en forma de rugosidades, cambios de color, grietas, colores, pintura, objetos diversos que hay en el suelo. Recuerda que lo importante no es opinar ni juzgar sobre lo que allí ves, sino simplemente atender lo que se detecta o, mejor aún, sólo estar mirando el asfalto o el entorno visual mientras no se requiera atención para otra cosa como cambiar de velocidad u otras acciones.

Aquí no se pretende que nos centremos en algún objeto y nos quedemos mirándolo y que nos traslade a recuerdos pasados, no. Sólo se trata de mirar sin enjuiciar, sin opinar, sin favorecer el movimiento mental que se produce al comparar un objeto que detectamos con los sentidos con algo que tenemos guardado en nuestra mente.

Cuando detectes que te has ido a pensar, regresa la atención al campo de visión que está incluido en la conducción.

-Escuchar música.
Prácticamente cualquier música contiene diversos instrumentos que ofrecen sus sonidos para crear un todo. Podríamos decir que es un todo formado por bastantes partes diferentes fácilmente identificables a través del oído.

Ello permite que podamos atender alguno de estos sonidos o bien escuchar la melodía en su conjunto, y para practicar basta con poner a reproducir una música, quizás mejor sin letra para que no nos traslade fácilmente a recuerdos, y atender de forma continuada alguno de los instrumentos que suenan.

Si un instrumento deja momentáneamente de sonar, puedes optar entre quedar a la espera de que vuelva a aparecer o bien saltar y atender a otro instrumento que suene en ese momento.

Recuerda que no es más importante un instrumento que otro, ni una música que otra. Lo que realmente importa es que estés atendiendo lo que suceda, sin intervención mental cuando no corresponda y sin apropiarte de lo que estás haciendo.

Si te pones a escuchar músicas que te recuerdan experiencias vividas, será muy difícil mantenerte en la música y no recordar lo que pasó o viviste la última vez que la oíste, o aquella vez con alguien.

Tampoco son aconsejables para esta práctica aquellas que para estimulen el gusto o el disgusto, puesto que no se trata de buscar ni conectar con emociones ni sensaciones, sino únicamente de escuchar de la forma más limpia y neutra posible unos sonidos que emite un reproductor. Toda implicación que aparezca durante la escucha puede llevarte fácilmente a la memoria y por lo tanto de poco te servirá escuchar la música.

Tampoco es recomendable, para el objetivo que se propone, escuchar música mientras haces otras actividades, puesto que de nuevo estarás entrenando a la mente a saltar de un evento a otro, favoreciendo el movimiento que se pretende erradicar.

Es mucho más inteligente hacer una sola cosa a la vez, y mantenerse atento a aquello que se está haciendo, excepto que deba ser atendido algo prioritario.

Igual que se ha propuesto en otros casos, puede ayudar el cerrar otros sentidos, especialmente el visual, para centrarte más en el sentido auditivo y lo que de allí recoges, puesto que si mantienes el sentido visual abierto es muy probable que accedas a otra información y resultará más difícil mantenerte en la música, como es el propósito en este momento.

Evidentemente, es posible, y hasta frecuente, que te demos cuenta de que te vas muy a menudo a pensar. Si ello ocurre basta volver a posar la atención en la música que estás escuchando y retomar lo que estabas haciendo una y otra vez.

Por lo tanto, dedicar 15, 20 ó 30 minutos a escuchar una melodía, atendiendo alguno de los instrumentos, con los ojos cerrados, será una buena forma de ir acostumbrando a tu mente a permanecer atenta a lo que está pasando.

-Aprovechar el juego.
Cuando participamos en un juego de forma continuada, como es el caso de deportes como el fútbol, o el básquet, estamos tan entregados y sumergidos en el juego que él se realiza de forma eficiente sin necesidad de estar pensando qué vamos a hacer en el momento siguiente.

-Hablar.
En primer lugar, date cuenta de cómo hablas, qué dices, sobre qué temas, de si hablas por hablar o hablas cuando es necesario, te permitirá conocerte con mayor profundidad. Quizás descubras que te has pasado la vida hablando de cosas intrascendentes para no afrontar nunca lo que realmente quieres o necesitas decir.

Si vas a observar tu forma de hablar te recomiendo que te graves cuando hables y vuelvas a escuchar lo que dices, la cadencia de tu voz, cómo suena, el ritmo que le imprimes al habla, si dejas hablar al otro o le “pisas” sus tiempos. Lo que te impulsa a contestar o lo que te impide poder exponer tus ideas. Es muy probable que poner la atención en cómo hablas te dé información muy interesante sobre ti mismo.

El trabajo que aquí se plantea es doble. Por una parte tomar conciencia de cómo se habla, y por otra plantear una práctica que utilice el habla para expresarse de forma ordenada y sobre todo asertiva, sin duda, sobre cualquier tema que se domine, con el fin de que, a través de la práctica continuada de esta forma de actuar, la mente vaya acostumbrándose a pensar también de manera más ordenada y sólo cuando es preciso y conveniente, cuando el momento lo requiera.

Esta práctica puede parecer complicada, pero no deja de ser muy interesante, y se puede llevar a cabo con otras personas interesadas en el mismo tema. Compartiendo, unos y otros aprenderemos sobre el tema que se exponga y más aún sobre nosotros mismos y nuestra forma de hablar y pensar.

No hay temas más importantes que otros. Cuanto más familiares y próximos resulten, menos confrontación habrá al hablar sobre ellos, y puede sorprender la cantidad de cosas que se conocen sobre algo que quizás nunca se ha planteado ordenadamente.

Si realizas esto con cierta frecuencia quizás te des cuenta de que hay momentos en que las palabras van saliendo sin necesidad de ser pensadas, que el habla fluye sin que se tenga que hacer nada, sino que, por sí mismas, las palabras se van agrupando y van expresándose de forma natural.

Cuando esto sucede, es muy probable que te sorprendas de palabras o ideas que acabas de expresar, pues nunca habías pensado en ello, nunca las habías dicho y esto produce sorpresa, produce exaltación, puesto que es un descubrir algo que no sabías que sabías. Es muy bello cuando esto sucede.

Aun cuando poder llevar a término esta actividad no depende únicamente de ti, vale la pena tener la experiencia de hablar ante otras personas como forma de actuar sin implicación en aquello que se está haciendo, además de aprovechar mucha información que puede aparecer por el solo hecho de plantarte ante otras personas y hablar sobre aquello que conoces.

Si quieres, y te atreves a arriesgar e ir más allá, puedes hablar ante más personas y mejor aún si no son conocidos tuyos, o bien plantear temas menos conocidos y familiares para que con ello puedas practicar el dejarte ir, el soltarte a que sean las palabras las que se expresen, a dejar que el habla fluya, y se vaya configurando aquello que tiene sentido en el momento en que se habla.

Cuanto menos control impongas en el acto de hablar, y más entrega haya por tu parte, más posibilidades hay de que aquello que se diga sea más congruente, más inteligente y más bello. Y es después de estos momentos que quizás veas a los asistentes mirarte sorprendidos por lo que estás diciendo, y te encuentres hablando sin saber qué es lo que acabas de decir, pero sabiendo que está bien dicho.

Hablar es una práctica muy interesante que, si bien requiere algo más de logística que las anteriores propuestas, puede que te permita conocer aspectos muy interesantes y enriquecedores.

-Pintar.
A la hora de pintar es importante no pretender obtener ningún resultado, sólo pintar sin objetivo, sin buscar formas, sólo manejar determinados colores. Para poder hacerlo puedes tomar una cartulina tamaño A3 y mojarla con agua por las dos caras de forma que quede bastante empapada, puesto que ello te ayudará en el trabajo de dejar el control en el proceso de pintar.

Una vez empapada por las dos caras, puedes ponerla encima de una madera o un plástico, tomar pintura tipo témpera o similar y empezar a pintar con un solo color como el amarillo o el rojo. Tomas color con un pincel y lo colocas sobre la cartulina, y verás que el color no forma un trazo sino que se esparce por la cartulina, se mezcla con el agua de la base y toma la forma que le apetece, y se difumina por el efecto del agua, con lo cual, te verás obligado a ir poniendo color aquí y allá para ir llenando la base blanca de la cartulina.

Es posible que, al cabo de horas de pintar, acabe apareciendo algo que tenga algún sentido en relación con las formas, pero totalmente impensable antes de empezar, pero también es posible que no aparezca ninguna forma que puedas identificar con algo previo.

Sin embargo, nada de ello es importante, pues aquí no se pretende que pase esto o aquello. Lo único significativo es aprovechar una acción que permita actuar sin sentido de ser el actor ni identificarse con la acción, y esta forma de pintar, al no poder controlar la realización de formas bajo un proceso voluntario, permite practicar algo de incalculable valor.

Esta no es sólo una acción para una vez y después dejarla. Si quieres aprovechar la posibilidad de tener formas de ir educando la mente a estar atenta a aquello que está haciendo, ésta puede ser una buena forma de realizar una acción física; en este caso, durante un largo periodo de tiempo que fácilmente puede favorecer el mantenerte atento a lo que haces con las menos distracciones posibles.


-Orar.
A fin de que la mente no se evada mientras estamos orando, debemos pensar en cada una de las palabras que estamos pronunciando, además de fortalecerlas con nuestros mejores deseos y sentimientos desde el corazón.


Bibliografía:
Educar la mente de Josep Mª Virgili i Cullell
(Para ver el texto completo o descargar, pulsar sobre el título del libro)

Artículo relacionado: DESEDUCAR LA MENTE


AMOR, CARIDAD y TRABAJO







Deseducar la mente






DESEDUCAR LA MENTE





En esta explicación no se pretende juzgar si la manera en que los adultos enseñamos o educamos a los niños es correcta o no. Sólo se pretende describir y explicar cómo es el proceso mediante el cual la mente aprende a ir de un contenido a otro de forma casi constante, y cómo así se favorece la aparición del sentido de mí, de egoencia (1), de identificación que, a la postre, es lo que nos hace sufrir durante la vida.


La mayoría de nosotros tenemos la experiencia de ver a los niños jugar, mirar, tocar y moverse continuamente. Ellos en sus primeros años de edad utilizan muy poco la mente, puesto que aún no la tienen desarrollada del mismo modo que la tienen los mayores. Es como lo que pone en algunas páginas web: “está en construcción”.


Cuando los niños actúan, se entregan totalmente a aquello que están haciendo puesto que su mente aún no interfiere de forma constante como sucede en los adultos. Así, podemos ver que cuando un niño se hace daño con algo, basta mostrarle otra cosa y deja de llorar, puesto que al atender tan intensamente aquello que le mostramos el dolor desaparece de su campo de percepción.


Podemos cambiarle un juguete por otro y él empieza a jugar con el nuevo, puesto que el anterior ya no está en su mundo. Ahora es el juguete que le ofrecemos el que ocupa toda su atención y lo que no hace, es recordar y pensar en el anterior, sino que su actividad continúa sin ningún planteamiento mental.


Entonces nace la pregunta: Si cuando somos pequeños sabemos actuar correctamente y nuestra mente actúa de forma educada ¿Cómo nos deseducamos?


Es desde este punto de donde deberíamos partir para poder entender el proceso de construcción de la mente, de aprendizaje de un modelo y de des- educación de la mente.


Cuando educamos a los niños en aras de que aprendan y sean como nosotros, empezamos a intervenir en su mundo de forma que se van acostumbrando a interrumpir aquello que están haciendo para atendernos, con el agravante de que si no nos atienden podemos incluso llegar a castigarles.


Así, empezamos poniéndoles un nombre que los identifica como diferentes de los demás y a través del cual, cada vez que los llamamos, los obligamos a dejar lo que están haciendo para atendernos, y en caso de que no lo hagan les corregimos.


Otra actitud que consideramos normal los mayores para con los niños, es estar hablándoles constantemente, interrumpiéndoles cuando miran o tocan, obligándoles a dejar de hacer lo que hacen para atendernos. Esto podemos verlo reflejado cuando están enfrascados en un simple juego y cómo intervenimos para explicarles cómo “deben” hacerlo una y otra vez, sin dejar que sean ellos quienes vayan aprendiendo. Cada vez que les interrumpimos para darles instrucciones, estamos parando el proceso de actuar correctamente para favorecer el de pensar, dudar y, en definitiva, la fluctuación de la mente.


Así, actos como interrumpirles en sus juegos; forzarles a dibujar, jugar o pintar de una determinada manera; obligarles a jugar con amigos que no quieren; no dejarles tocar, mirar o hablar cuando necesitan; despertarlos cuando duermen para que alguien les vea; obligarles a que den besos de forma forzada; obligarles a estarse quietos por nuestro interés cuando su naturaleza les impele al movimiento; obligarles a atender unas normas que no recuerdan ni pueden recordar a su edad; repetirles y hacerles repetir su nombre para que lo aprendan y se sepan diferentes de los demás; crear diferencias entre ellos y los demás…. entre muchísimas otras actuaciones que tenemos con los niños, y que a los mayores nos parece que es “educarlos”, en realidad lo que favorecen es la intervención de la mente, el sentido de movimiento y de egoencia que más tarde regirá e intervendrá en todos y cada uno de nuestros actos, tanto a nivel individual como colectivo.


Y todo esto, sin tener en cuenta que, en muchos casos, con pocas semanas los colocamos en una guardería, lejos de la protección del hogar y los padres, donde deberán afrontar muchas circunstancias para las que no tienen ningún tipo de preparación, y recibirán montones de instrucciones que a menudo están muy lejos de sus necesidades.


En el intento de que sean inteligentes, se les incita a hacer cosas antes de tiempo, enseñándoles mil cosas sin sentido para su edad y que únicamente sirve de entrenamiento para que su mente intervenga constantemente y cree el hábito de interrumpir aquello que se hace.


Ello no quiere decir que no podamos jugar con ellos e interactuar en todo lo necesario, y que no se les pueda hablar, explicar o enseñar. Lo que aquí se dice es que interrumpirlos cuando no es momento favorece que dejen de actuar para atendernos y por tanto se promueve y se instala el hábito de cortar cada vez más frecuentemente lo que se está haciendo. Este hábito que, como todos, se refuerza a base de repetición; con el tiempo tendrá cada vez más inercia y ganará cada vez más terreno hasta imponerse y hacerse con el control del sistema.


Cuando nuestros niños tienen 7, 8 ó 9 años, su cabeza ya tiene mucha fuerza y en gran parte ya les es muy difícil mantenerse atentos a lo que están haciendo, puesto que la mente ya interviene constantemente en su proceso de actuar. Estos procesos podrían explicar por qué estamos hablando de niños con déficit de atención, puesto que con ello queremos decir que un niño no puede estar un tiempo mínimo atento a un evento o circunstancia que está sucediendo, como suele ser la escuela, una charla, un ejercicio... por poner algún ejemplo; sino que su mente se va constantemente a otros mundos que no forman parte de lo que allí se está haciendo.


Aquí deberíamos aclarar que la atención no se pierde, dado que siempre hay atención. Otra cosa es que la atención se vaya a pensamientos o mundos que no forman parte del presente y que, por lo tanto, generan dificultades en las personas para atender a aquello que se quiere hacer o que queremos que los demás hagan. Pero la atención siempre es existente. Ella no se pierde. No hay déficit de atención.


Es pues en estas épocas cuando empezamos a deseducar la mente, cuando ella empieza a acostumbrarse a actuar fuera de oportunidad, de lugar y tiempo, interviniendo cuando no corresponde.


Una vez deseducada y acostumbrada a interrumpir inadecuadamente en todos los eventos de la vida, no es tarea fácil reconducirla y re-enseñarla para que atienda aquello que se está haciendo, puesto que la inercia que ya tiene le da fuerza para intervenir e interrumpir constantemente.

(1) Egoencia es abandonar la creencia de que uno es "uno mismo", y nada más.  No, "cada uno es un todo".  Pero tampoco me disuelvo en el todo, porque no hay un todo, siempre "falta uno": yo-mismo.

BIBLIOGRAFÍA:
Educar la mente de Josep Mª Virgili i Cullell

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