Las religiones de
nuestro tiempo quieren dogmas y sacerdotes y la doctrina nueva no los necesita;
está patente para todos los
investigadores.
El espíritu de libre crítica, examen y verificación presiden sus investigaciones.
Los dogmas y los sacerdotes son necesarios y lo serán por mucho tiempo todavía a las almas jóvenes y tímidas, que todos los días entran al círculo de la vida terrestre y no se pueden regir por sí mismas, ni analizar sus necesidades y sensaciones.
La religión, mejor dicho, todas las religiones sufren, a pesar de sí mismas, la influencia del movimiento progresivo de las ideas. Una necesidad fatal las obliga a mantenerse en el nivel del movimiento ascensional, so pena de ser sumergidas; por eso, todas ellas han sido forzadas, de tiempo en tiempo, a hacer concesiones a la ciencia y a ablandar el sentido literal de ciertas creencias ante la evidencia de los hechos; aquella que repudiara los descubrimientos de la ciencia y sus consecuencias, desde el punto de vista religioso, perdería, tarde o temprano, su autoridad y su crédito y aumentaría el número de los incrédulos. Si una religión cualquiera puede ser comprometida por la ciencia, la culpa no es de la ciencia, sino de la religión basada en dogmas absolutos en contradicción con las leyes de la naturaleza, que son leyes divinas. Repudiar la ciencia es, pues, repudiar las leyes de la naturaleza y, por eso mismo, renegar de la obra de Dios; hacerlo en nombre de la religión sería poner a Dios en contradicción con Él mismo y hacerle decir: «He establecido leyes para regir el mundo, pero no creáis en esas leyes».
En todas las épocas, las personas no han estado aptas para conocer todas las leyes de la naturaleza; el descubrimiento sucesivo de esas leyes constituye el progreso; de eso viene, para las religiones, la necesidad de poner todas sus creencias y sus dogmas en armonía con el progreso, so pena de recibir el desmentido de los hechos constatados por la ciencia; bajo esa sola condición, una religión es invulnerable. Para nosotros, la religión debería hacer más que dejarse llevar por el progreso, que sigue solamente obligada y forzada: debería ser la centinela avanzada del progreso, pues es honrar a Dios proclamar la grandeza y la sabiduría de Sus leyes.
La contradicción que existe entre ciertas creencias religiosas y las leyes naturales ha generado a la mayoría de los incrédulos, cuyo número aumenta a medida que el conocimiento de esas leyes se populariza. Si la alianza entre la ciencia y la religión fuera imposible, no habría religión posible. Proclamamos abiertamente la posibilidad y la necesidad de esa alianza, pues, según nosotros, la ciencia y la religión son hermanas para la gloria más grande de Dios y deben complementarse una a la otra, en lugar de desmentirse una a la otra. Se extenderán la mano cuando la ciencia no vea en la religión nada incompatible con los hechos demostrados y cuando la religión ya no tenga que temer la demostración de los hechos. El Espiritismo, por la revelación de las leyes que rigen las relaciones del mundo visible y del mundo invisible, será el elemento de unión que les permitirá mirarse cara a cara, una sin reír y la otra sin temblar. Es por la alianza de la fe y de la razón que el Espiritismo hace volver hacia Dios a tantos incrédulos cada día.
Todas las religiones han debido, en su origen, estar en proporción o relación con el grado de adelanto moral e intelectual de los hombres. Éstos, todavía demasiado materiales para comprender el mérito de las cuestiones puramente espirituales, han hecho consistir la mayor parte de los deberes religiosos en el cumplimiento de formas exteriores. Durante cierto tiempo, esas formas bastaron a su razón. Más tarde, haciéndose la luz en su inteligencia, sienten el vacío que dejan las formas tras de sí, y si la religión no llena este vacío, la abandonan y se vuelven filósofos.
Si la religión, apropiada en un principio a los conocimientos limitados de los hombres, hubiese seguido siempre el movimiento progresivo del espíritu humano no habría incrédulos, porque está en la del hombre la necesidad de creer, y creerá si se le da un alimento espiritual en armonía con sus necesidades intelectuales.
El hombre quiere saber de dónde viene y a dónde va. Si se le señala un fin que no corresponda ni a sus aspiraciones ni a la idea que se forma de Dios, ni a los datos positivos que le suministre la ciencia; si además se le imponen para alcanzarlo condiciones cuya utilidad no admite su razón, todo lo rechaza. El materialismo y el panteísmo le parecen aún más racionales, porque en ellos se discute y se raciocina. Es un raciocinio falso, es verdad, pero prefiere razonar en falso a dejar de razonar. Pero que se le presente un porvenir con condiciones lógicas, digno en todo de la grandeza, de la justicia y de la infinita bondad de Dios, y abandonará el materialismo y el panteísmo, cuyo vacío siente en su fuero interno, y que admitió únicamente por no saber nada mejor.
El Espiritismo da algo mejor, y por eso es acogido tan fervorosamente por todos aquellos a quienes atormenta la punzante incertidumbre de la duda, y que no encuentran ni en las creencias ni en las filosofías vulgares lo que buscan. Tiene a su favor la lógica del raciocinio y la sanción de los hechos, y por esto se le ha combatido inútilmente.
Bibliografía:
AMOR, CARIDAD y TRABAJO
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